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“A LA LUCHA HE VENIDO”

LA CAMPAÑA ELECTORAL DE 1930 EN COLOMBIA

“A la lucha he venido”. La campaña electoral de 1930 en Colombia

 

Resumen

Este libro analiza la campaña electoral presidencial de 1930 en Colombia, desde el segundo semestre de 1929, hasta el 9 de febrero de 1930, día de las elecciones. El documento consta de cuatro capítulos que de manera cronológica narran y analizan el decurso de la campaña: el primero, brinda las pautas contextuales para su entendimiento, en el que se describe el proceso de modernización por el que estaba atravesando el país; se analiza el panorama periodístico, su función social y las políticas de censura. Así mismo, se revisan los aportes historiográficos y se marcan las posibles paradojas de los diferentes tratamientos que se han hecho de la campaña, para finalizar esbozando el marco conceptual que ayudará a la interpretación de este fenómeno político en particular. El segundo capítulo reconstruye y analiza la apertura del debate electoral, pasando por los comicios parlamentarios, el inicio de lo que llamamos “el péndulo clerical”, la proclamación de las candidaturas de Guillermo Valencia y Alfredo Vásquez Cobo, hasta llegar a finales del mes de octubre de 1929. El tercer capítulo, describe la aparición del candidato Alberto Castrillón, el primer socialista que participa en elecciones, dando pie al análisis de las actuaciones del Partido Socialista Revolucionario en campaña. En el último capítulo se relata la irrupción de Enrique Olaya Herrera y su correría acelerada; brotes de violencia electoral, Castrillón en plaza pública, la mujer tribuno, las últimas actuaciones de Valencia y Vásquez Cobo; también, se explica la cartografía de campaña y el registro de la violencia electoral hasta el día de las elecciones. Es así como se busca hacer un aporte a la historia de la cultura política, dándole un lugar preponderante a los rituales, discursos, prácticas y formas de representación, mitologías e imágenes, permitiendo acercarnos a una posible teoría de la campaña electoral, sin el ánimo de plantear una teoría acabada o absoluta, en el que los conceptos puedan emerger del mismo acontecimiento estudiado.

Palabras clave: Cultura política, historia política, elecciones, campaña electoral, cartografía electoral, años veinte en Colombia.

 

“To the Fight I Have Come”. The Electoral Campaign in 1930 in Colombia

 

Abstract

This book analyze the process of the presidential succession in 1930, the period between the second semester of 1929 and 9th February 1930, the day of the elections. The document has four chapters where the succession is told and analyzed chronologically: the first one offers contextual rules for the understanding of the campaign, in which process of modernization for the one who was going through the country, was described; journalistic panorama, its social function and political censorships are analyzed. Likewise, historiographic contributions are revised and the possible paradoxes of different styles of addressing that have been done in the campaign are marked to finalize outlining the conceptual mark which would help the interpretation of this particular political phenomenon. The second chapter reconstructs and analyzes the opening of the electoral debate, going through the parliamentary elections, the beginning of what was called “the clerical pendulum”, the proclamation of the candidatures Vásquez Cobo and Valencia till the end of October 1929. The third chapter describes the appearance of the candidate Alberto Castrillón, the first socialist that participates in a presidential election, leading to the analysis of the actions of Revolutionary Socialist Party in the campaign. The last chapter begins with the irruption of Olaya and his accelerated incursion, sprouts of electoral violence, Castrillón in public square, the tribune woman, the last actions of Valencia and Vásquez Cobo; as well as an explanation of the cartography of the campaign and the registers of electoral violence until the day of the elections. As such, making a contribution to the history of political culture was aimed, giving predominant places to rituals, discourses, practices and forms of representation, mythologies and images, permitting us to approach to a possible theory of the electoral campaign, without the purpose of suggesting a complete or an absolute theory, enabling the concepts to emerge from the same studied occasion.

Keywords: Political culture, political history, elections, electoral campaign, electoral cartography, twenties in Colombia.

 

Citación sugerida

Romero Torres, Julián David. “A la lucha he venido”. La campaña electoral de 1930 en Colombia. Bogotá: Editorial Universidad del Rosario, 2018.

DOI: doi.org/10.12804/tp9789587841398

“A LA LUCHA HE VENIDO”

LA CAMPAÑA ELECTORAL DE 1930 EN COLOMBIA

 

 

JULIÁN DAVID ROMERO TORRES

Romero Torres, Julián David

“A la lucha he venido”. La campaña electoral de 1930 en Colombia / Julián David Romero Torres. -- Bogotá: Editorial Universidad del Rosario, 2018

 

xxxiv, 246 páginas.

Incluye referencias bibliográficas.

 

Política electoral – Colombia --  1930 / Campaña electoral – Colombia / Tácticas políticas  / I. Universidad del Rosario. Decanatura del Medio Universitario / II. Título. / III. Serie

 

324.79861 SCDD 20

 

Catalogación en la fuente -- Universidad del Rosario. CRAI

 

LAC Agosto 14 de 2018

Hecho el depósito legal que marca el Decreto 460 de 1995

 

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Ciencia Política

 

©  Editorial Universidad del Rosario

© Universidad del Rosario

© Julián David Romero Torres

© Carlos Uribe Celis, por el Prólogo

© César Augusto Ayala Diago y Patricia Reyes Aparicio, por la Presentación

 

 

 

 

Editorial Universidad del Rosario

Carrera 7 Nº 12B-41, oficina 501

Teléfono 297 02 00 Ext. 3112

editorial.urosario.edu.co

Primera edición: Bogotá D. C., noviembre de 2018

 

ISBN: 978-958-784-138-1 (impreso)

ISBN: 978-958-784-139-8 (ePub)

ISBN: 978-958-784-140-4 (pdf)

DOI: doi.org/10.12804/tp9789587841398

 

Coordinación editorial: Editorial Universidad del Rosario

Diseño de cubierta: Miguel Ramírez, Kilka DG

Diagramación: Precolombi EU-David Reyes

Desarrollo epub: Lápiz Blanco S.A.S.

 

Hecho en Colombia
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ade in Colombia

 

Los conceptos y opiniones de esta obra son de exclusiva responsabilidad de sus autores y no comprometen a la Universidad ni sus políticas institucionales.

 

El contenido de este libro fue sometido al proceso de evaluación de pares, para garantizar los altos estándares académicos. Para conocer las políticas completas visitar: editorial.urosario.edu.co

 

Todos los derechos reservados. Esta obra no puede ser reproducida sin el permiso previo por escrito de la Editorial Universidad del Rosario.

Autor

 

 

 

Julián David Romero Torres

 

Fotógrafo por pasión, sociólogo e historiador de profesión. Se ha interesado en el estudio de las prácticas visuales y su relación con la sociedad. Ha publicado artículos y capítulos de libros que versan sobre la fotografía y los desaparecidos; la fotografía y su relación con el mito de Narciso; fotografía, muerte y violencia; la fotografía de familia, entre otros. Docente e investigador siempre en contacto con las comunidades. Actualmente se encuentra realizando un doctorado en sociología en Eötvös Loránd University (Budapest, Hungría).

Índice de caricaturas, fotografías, gráficos, recortes de prensa y tablas

 

 

 

 

 

Caricaturas

Caricatura 1.  El voceador, por Serrano

Caricatura 2. La epidemia actual

Caricatura 3. Extractos de las caricaturas de Rendón

Caricatura 4.  Extractos de las caricaturas de Pepe Gómez

Caricatura 5.  Los tres candidatos presidenciales de 1918, por Robinet

Caricatura 6. Las elecciones, por Rendón

Caricatura 7. El plato del día, por Rendón

Caricatura 8. Un récord de permanencia en el aire, por Rendón

Caricatura 9Ahí tiene su caballo, mi general, por Rendón

Caricatura 10. Detrás de la cruz, el diablo, por Rendón

Caricatura 11. Presos políticos, por Rendón

Caricatura 12. La gran sorpresa

Caricatura 13. Los designios de Dios, por Rendón

Caricatura 14. ¿Cómo van las candidaturas conservadoras?, por Rendón

Caricatura 15. El primer vasquista y El último vasquista, por Rendón

Caricatura 16. Un buen regalo de Navidad

Caricatura 17. Lo que va a de ayer……. a hoy, por Serrano

Caricatura 18. Dr. Carlos E. Restrepo, por Rendón

Caricatura 19. Alegoría de la campaña electoral, por Rendón

Caricatura 20. La historia se repite, por Rendón

Caricatura 21. El isocronismo del péndulo, por Rendón

Caricatura 22. Camino del triunfo

Caricatura 23. Sin jabón, por Serrano 

 

Fotografías

Fotografía 1. Una columna del régimen

Fotografía 2. Cartel pegado en alguna calle de Bogotá

Fotografía 3. Aspecto de la manifestación por la destitución de Luis Augusto Cuervo 

Fotografía 4. Manifestación de recibimiento al candidato Vásquez Cobo en la Estación de la Sabana, Bogotá 

Fotografía 5.  Manifestación de recibimiento al candidato Vásquez Cobo en la Estación de la Sabana, Bogotá 

Fotografía 6. Banquete a Vásquez Cobo en el Club Jockey, Bogotá

Fotografía 7. Extractos de fotografías del rostro de Vásquez Cobo

Fotografía 8. Montaje fotográfico del rostro de Guillermo Valencia

Fotografía 9. 5 de septiembre de 1929. El ministro de Correos y Telégrafos, José de Jesús García, inaugura desde los estudios del Capitolio Nacional la emisora oficial HJN

Fotografía 10. Multitud en Bogotá oyendo primera audición de la radiodifusora HJN 

Fotografía 11. Los nuevos parlamentarios durante una manifestación

Fotografía 12. Alberto Castrillón

Fotografía 13. Manifestación de proclamación de la candidatura de Castrillón 

Fotografía 14. Niño donante a la candidatura de Olaya, junto a una fotografía del candidato 

Fotografía 15. Manifestación para pedir la proclamación de Olaya

Fotografía 16. Carro alegórico en honor a Olaya

Fotografía 17. Olaya Herrera junto a Carlos E. Restrepo al llegar a Cartagena 

Fotografia 18. Panorámica de Jorge Obando de la manifestación olayista en Medellín 

Fotografía 19. Llegada a Bogotá de Pedro Nel Ospina

Fotografía 20. Diagrama explicativo del concepto de “tribuna especular”

Fotografía 21. El comité femenino de recepción a Olaya Herrera

 

Gráficos

Gráfico 1. Uso de imágenes en la prensa, 1929-1930

Gráfico 2. Esquema de la triada editorial-caricatura-columna

Gráfico 3. Total de registros periodísticos

Gráfico 4. Total de registros por periódico

Gráfico 5. Temas de los registros periodísticos en la prensa

Gráfico 6. Total de registros por candidato

Gráfico 7. Histórico de guerras y del sistema electoral presidencial colombiano, 1853-1930 

Gráfico 8. Esquema conceptual

Gráfico 9. Cronología de la campaña electoral. Número de registros periodísticos 

Gráfico 10. Número de editoriales sobre Vásquez y Valencia en la prensa

Gráfico 11. Registro de caricaturas de Vásquez y Valencia en El Tiempo

Gráfico 12. Cubrimiento de Vásquez en El Debate

Gráfico 13. Cubrimiento de Valencia en El Debate

Gráfico 14. Registro de noticias sobre Vásquez y Valencia en El Tiempo

Gráfico 15. Registro de columnas sobre Vásquez y Valencia en El Tiempo

Gráfico 16. Número de rituales por candidato

Gráfico 17. Estructura de los comités de campaña

Gráfico 18. Número de rituales de campaña de todos los candidatos

Gráfico 19. Registro de actos violentos electorales por periódico

Gráfico 20. Eventos de violencia electoral, 1929-1930

Gráfico 21. Línea de tiempo de los eventos de campaña. Comparativo por candidatos 

 

Mapas

Mapa 1. Llegada de Vásquez a Colombia, 22 de julio a 27 de julio de 1929 

Mapa 2. Cronotopía de la proclamación de la candidatura de Castrillón, 6 de diciembre de 1929 

Mapa 3. Viaje de Olaya Washington-Colón-Cartagena

Mapa 4. Cronotopía de la campaña de Olaya por el territorio nacional

Mapa 5. Cartografía de campaña electoral en Colombia, 1929-1930

Mapa 6. Cartografía de la campaña electoral en Bogotá, 1929-1930

Mapa 7. Cartografía electoral clerical, 1929-1930

Mapa 8. Cronotopía de la violencia electoral por departamentos durante la campaña electoral, 1929-1930 

Mapa 9. Violencia electoral durante la campaña, 1929-1930

Mapa 10. Topografía de los rituales de campaña por departamento

Mapa 11. Resultados electorales del 9 de febrero de 1930 por departamento 

 

Recortes de prensa

Recorte de prensa 1Primera plana de El Nuevo Tiempo

Recorte de prensa 2Primera plana de El Tiempo

Recorte de prensa 3Primera plana de El Tiempo

Recorte de prensa 4.  Aviso publicitario de la venta del libro de Alberto Castrillón 

Recorte de prensa 5Titular candidatura Castrillón

Recorte de prensa 6.  Propaganda incitando a votar por Olaya

Recorte de prensa 7Primera plana de El Tiempo

Recorte de prensa 8Primeras planas de El Debate y El Tiempo

Recorte de prensa 9Viñeta de sección de opinión de El Debate

Recorte de prensa 10Propaganda en favor de Valencia

Recorte de prensa 11Propaganda en favor de Vásquez Cobo

Recorte de prensa 12Primera plana de El Tiempo

Recorte de prensa 13Recortes de prensa sobre violencia electoral

Recorte de prensa 14Papeletas para votar por Olaya

 

Tablas

Tabla 1. Tipos de medios de transporte y rituales de la campaña

Tabla 2. Temas de los discursos de Valencia y Vásquez Cobo

Para la que estuvo tras bambalinas compartiendo ideas
y sensaciones que, tras las letras de otros, como cuan cronopio en un mar de símbolos inconexos, hiciera de ellas un pétalo,
aunque sea un pasito, una pelusa.

Prólogo

 

 

 

 

 

En el siglo XIX, Colombia fue un país fiscalmente muy pobre y sorprendentemente electorero —como lo han señalado David Bushnell y Malcolm Deas—. El tema del trabajo de Julián Romero, que el lector tiene en sus manos, es un episodio electoral del temprano siglo XX, el momento en que cayó la llamada Hegemonía Conservadora, de al menos 52 años (si los contamos desde 1878, cuando la fuerza política de Rafael Núñez hizo presidente al general Julián Trujillo y el declive del radicalismo se hizo evidente). La elección de 1930 favoreció al boyacense Enrique Olaya Herrera, detrás del cual se hallaban Alfonso López Pumarejo y Eduardo Santos, verdaderos artífices del triunfo de Olaya (en ese estricto orden) y usufructuarios directos de aquella elección.

Olaya es un personaje peculiar, no bien caracterizado hasta ahora (extrañamente), ambiguo y en gran parte inasible, a quien los alamares de la victoria partidista liberal de 1930 presentaron como encarnación de algo que no siéndolo, como hábil político que era, se las arregló para mostrar como el conejo que salta del cubilete del prestidigitador. De Guateque, en la frontera con Tibirita, Cundinamarca, había nacido Olaya bajo la égida de Núñez en 1880 y su familia era principal (“crème de pueblo”, como se decía entonces). Nació para la política e hizo sus pinos en periodiquillos de parroquia desde que era niño. Vino a Bogotá a estudiar Derecho en la Universidad Republicana, donde enseñaban Carlos Arturo Torres y José Camacho Carrizosa. Tenía veinte años cuando estalló la contienda de los Mil Días y se alistó en las filas liberales; pero mi percepción es que su fe liberal no superó esa fecha. Se graduó de abogado en 1904 y pronto se enrutó hacia Europa para hacer estudios sociales en la Universidad Libre de Bélgica, donde se dice que hizo cursos de sociología (otro estudioso de la sociología fue Eduardo Santos, en París y, por supuesto, Camilo Torres Restrepo, medio siglo después). ­Cuando regresó, alrededor de 1908, el general Rafael Reyes estaba en el poder. ­Olaya le coqueteaba al poder, obviamente, pero con Reyes no había ninguna oportunidad y, de algún modo, ahora era un recién llegado del extranjero. La oportunidad explotó en 1909, fecha en que Reyes quiso perpetuarse en la presidencia y una oposición ávida le salió vehementemente al paso. Es el 13 de marzo de 1909, cuando un motín estalló en Bogotá y otras ciudades del país y Carlos E. (Eugenio) Restrepo, un conservador paisa al timón de la nave en el proceloso temporal y un grupo de jóvenes grumetes (estudiantes y recién graduados) entre los que se hallaban Luis López de Mesa (otro cultor de la sociología), Eduardo Santos y Enrique Olaya Herrera se convirtieron en tribunos de ocasión y arengaron a las masas urbanas en las plazuelas (San Victorino, Mártires, Santander, Plaza de Bolívar) de esa Bogotá precentenarista.

Tuvieron éxito. No había habido violencia —“sin una gota de sangre”, diría López de Mesa a propósito—; solo retórica oratoria, pero Reyes renunció por dos días, reasumió por tres meses y, finalmente, huyó a Europa abandonando el poder. Entonces surgió un movimiento conservador de oposición: la Unión Republicana, apoyado por algunos liberales. Pero la mayoría de los republicanistas eran conservadores: Carlos E. Restrepo, José Vicente Concha, Pedro Nel Ospina, Guillermo Valencia. Entre los liberales, a duras penas, Nicolás Esguerra y algún otro, mientras los inevitables Rafael Uribe Uribe y Benjamín Herrera que, como liberales natos, observaban la caída de Reyes con mixed feelings desde la tribuna.

Olaya se acoge a Carlos E. Restrepo, que resulta presidente fuera de proceso electoral alguno (cosa rara entre nosotros) y por decisión de la Asamblea Constituyente de 1910. El botín político fue espléndido para Olaya: obtuvo de Restrepo la cartera de Relaciones Exteriores. Desde entonces, Olaya es un alfil de los gobiernos conservadores y así permanece hasta la víspera de su escogencia como candidato en 1930 por obra de López y Santos. Muchos liberales de los años veinte cuestionaban a Olaya que usaba maquillajes de desmayado color liberal, pero en todo actuaba como conservador, incluso (como lo señala aquí Romero) en las elecciones de 1922, cuando Benjamín Herrera fue derrotado con fraude (“chocorazo”, decían entonces) por el general conservador Pedro Nel Ospina. Los liberales, aporreados por la tramposa victoria del rival, echaban fuego, sino babaza, por la boca, mientras Olaya hacía olímpicamente mutis por el foro.

La coyuntura política de la elección de 1930 era propicia al cambio. En algún momento escribí que los años veinte (del siglo XX, se entiende) fueron el momento más feliz de la historia republicana y el más ilusionado, con bases asibles, de toda su historia (desde cuándo se puede hablar de algo identificable con Colombia). Por veinte años había habido una paz discernible y generalmente apreciada, algo insólito desde los tiempos de los Nariños y de los Bolívares. Había “progreso” (en el sentido occidental de la palabra, es decir, desarrollo capitalista). Había un auge de las vías de comunicación: ferrocarriles y carreteras. Había gadgets modernos: aviones, aparatos de radio, automóviles, fonógrafos, máquinas de escribir marca Remington, máquinas de coser marca Singer (“Sin empeñar la Singer, que ayuda a mal comer”, como versificaba el ‘Tuerto’ López), cigarrillos, que estilizadas chicas de pelo corto y sombreros campana a lo Coco Chanel hallaban muy chic fumar. Había Coca-Cola (“la energía restada por el baile se la devolverá la Coca-Cola”), jabón de Reuter “delicadamente perfumado” y jabón de Pombo (Bogotá), betún Shinola (“no acepte imitaciones”), Tricófero de Barry (“se garantiza que restaura el cabello a los calvos y que extirpa la tiña y la caspa”), agua florida de Murray y Lanman, tabletas Bayer de Aspirina, tabletas de Cafiaspirina y píldoras de vida del Dr. Ross. Había cigarrillos Pielroja, Virginia, Pierrot y Golf, entre los nacionales, y Laurens (importado de Alejandría en Egipto), en fin. La publicidad consumista iniciaba su asalto sobre un país hasta entonces rural y pastoril.

La nación se urbanizaba y sus ciudades dejaban atrás su rostro colonial y se generalizaba esa arquitectura pseudoneoclásica que han llamado “republicana” (que no se inventa en los años veinte; pero se prodiga entonces, por ejemplo, en las estaciones de ferrocarril de los pueblos del país). Se empiezan a construir edificios de cuatro pisos en cemento armado como el Banco López de Bogotá y lo que luego fue la Casa Peraza frente a la Estación de la Sabana, que recién construido fue apodado “El Portacomidas”, por los asombrados bogotanos. Las calles empezaron a pavimentarse ampliamente en Bogotá, Medellín y Cali. Barranquilla se desarrolla poderosamente entonces, y una muestra de ello fue su barrio El Prado, construido por el urbanizador gringo Karl Calvin Parrish. Otro gringo que visitó a Bogotá en estos años veinte, y vio la mudanza frenética (para la época) de la ciudad, comentó ingenua o guasonamente (¿cómo saberlo?): “¡Esta ciudad va a ser muy bonita cuando la terminen!”.

Pero la mudanza cultural más significativa para el cambio político lo constituyó la modernización de la prensa en diarios y revistas con el recurso a la fotografía, a la imagen, a la caricatura y a un formato ágil de la página periodística a imitación de los diarios gringos. Hace bien Julián Romero aquí en empezar su trabajo con un recuento de lo que pasaba en la prensa. Porque el triunfo de Olaya en 1930 se hizo en los periódicos a través de los cables y los telegramas que la alimentaban. No puede pensarse distinto cuando la campaña de Olaya fue la campaña electoral real más corta de la historia de Colombia. Duró 33 días, desde que Olaya aceptó finalmente la nominación (el 6 de enero de 1930) hasta el día de elecciones, el 9 de febrero del mismo año. Se empezó a hablar de él tres meses antes, fue invitado por sus padrinos López, Santos y otros pocos en diciembre de 1929; pero Olaya, muy remolón, se tomó su tiempo, aceptó finalmente, más tarde renunció a su candidatura, lo cual produjo una debacle política, como puede imaginarse, puso condiciones a su reingreso y luego —¡vaya avatares!— volvió a aceptar. Así que todo se hizo volando (literalmente en hidroaviones y aviones, por una parte, y a las carreras, por otra, pero con un entusiasmo demoledor y meritorio que fue recompensado por el triunfo electoral, difícil de creer unos meses antes, unos días antes, incluso.

No es que los medios de comunicación fueran todo, claro; pero fueron un factor muy importante que acerca esta elección a la época contemporánea. La campaña de ocho años antes, en 1922, la que enfrentó al general Benjamín Herrera y al conservador Pedro Nel Ospina, había sido una campaña de masas, de movilizaciones, de agitación. Esas masas (dignas de lo que Ortega llamó La rebelión de las masas) habían emergido el 13 de marzo de 1909, se movilizan como artesanos y sastres en 1919 bajo la presidencia de Marco Fidel Suárez y empiezan a constituirse en masa izquierdista, sindicalista, obrera y socialista durante los años veinte hasta el levantamiento de las Bananeras, de 1928, y las manifestaciones contra Abadía Méndez, en junio de 1929. Pero esas masas rebeldes (o revueltas) no son las que eligen a Olaya, entre otras, porque no hubo tiempo. Como decimos, su campaña duró un escaso mes. De Olaya bien puede decirse (recogiendo el folclor) que “maduró como los aguacates”, a punta de periódico. Añádase el teatro, lo “especular”, que señala Romero, y lo espectacular, muy bien adobado en la prensa. De allí, de ese amasijo de audacias, astucias y acciones relámpago, surgió el milagro.

Pero quiero retomar brevemente un hecho saliente de esa campaña de 1930, del que se ha hablado bastante, sin ir al fondo, a mi modesto juicio: me refiero a la actuación del arzobispo Ismael Perdomo (el popular “Monseñor Perdimos”). Quiero apartarme por una vez de la imagen que se ha fraguado, del manto de duda que se ha extendido sobre este jerarca purpurado. Perdomo, dicho in lingua vulgaris, era un buen tipo, básicamente un demócrata de tendencias liberales. Los incidentes de su participación en la campaña de 1930 no han sido nunca bien interpretados en lo que concierne al juicio histórico sobre Perdomo. Lo que quedó de la actuación de Perdomo entonces está resumido en la caricatura de 1930, del genial Ricardo Rendón titulada “El isocronismo del péndulo”, acompañada de la leyenda: E pur si muove. Se trataba de un péndulo figurado por la mitra del arzobispo Perdomo que recorre su típico periplo pendular sobre una ruleta en que aparecen intermitentemente los nombres de Valencia y Vásquez Cobo, los dos candidatos de la división conservadora para esa campaña. En el tercio de fondo de la caricatura, bajo la ruleta, aparece el diablo con sus alas de vampiro, cuernos y tridente en representación de la diabólica política.

Perdomo entonces era una sombra del otro gran jerarca eclesiástico, muerto a principios de 1928, don Bernardo Herrera Restrepo, al que sucedió Perdomo. Herrera gobernó la Iglesia colombiana y a todo el país (verdaderamente) por 37 años, desde 1891. Dio Herrera su aval, más que un Nihil obstat se trataba de un Ego impero (yo ordeno), a todos los presidentes desde que asumió funciones hasta que murió. Fue el hombre más poderoso de Colombia en tres decenios, y a la luz de esos hechos, los senadores gringos que discutían la segregación de Panamá proclamaban que Colombia no era una república libre, sino un feudo del Vaticano. Su última voluntad imperial la expuso en 1926, cuando mandó llamar, según su costumbre, a dos pretendientes conservadores a la presidencia de la República: Miguel Abadía y Alfredo Vásquez Cobo. Monseñor Herrera les dijo: “Ustedes dos van a ser presidentes de Colombia: Abadía, en 1926, y Vásquez, en 1930. ¡Palabra de Roma!” Roma locuta, causa soluta. Pero Herrera murió antes de tiempo y la orden solo se ejecutó por mitad.

Ismael Perdomo era obispo coadjutor en esa ocasión y se limitó a registrar la orden de su superior. Pero Herrera muere en 1928, y los años 1928 y 1929 fueron fatales para el régimen de Abadía: represión armada, masacre de las bananeras, terrorismo sindical, huelgas, gran agitación social, ­arbitrariedades del terrible comandante de la Policía, general Carlos Cortés Vargas, el ordenador de la masacre de Ciénaga, agitación en Bogotá contra la corrupción y los nepotismos en el tranvía y el acueducto (la rosca, llamaban a sus protagonistas), lo que motivó protestas estudiantiles y masivas y la renuncia de Ignacio Rengifo Borrero, el ministro de Guerra, del propio Carlos Cortés Vargas y de otros funcionarios, para no mencionar sino de paso la muerte del estudiante nariñense Gonzalo Bravo Pérez, que produjo un revuelo monumental, en fin. El ave negra del gobierno, águila o buitre, como se quiera ver, había perdido un ala y se precipitaba ominosamente a tierra.

Estamos, pues, en 1929. Perdomo “debe” decidir ahora, esta vez, cuál de los dos candidatos será el presidente. Perdomo no quiere hacerlo y, de hecho, no lo hace cuando se lo solicitan. Sin duda, pensó que el tiempo de monseñor Herrera había pasado y que la Iglesia católica no tenía por qué seguir siendo el soporte de un régimen caduco. Por eso se resiste, pero lo presionan. Aunque la jerarquía está dividida entre Vásquez y Valencia, Perdomo hace una consulta democrática interna y el resultado es que la mayoría se inclina por Vásquez. Entonces Perdomo proclama, con ese argumento democrático, que apoyará a Vásquez.

En dos palabras, ¿quiénes eran Vásquez y Valencia? Vásquez era un militar con estudios en Oxford y en la escuela militar napoleónica de Saint-Cyr, en Francia. Representaba el viejo conservatismo de las guerras, el conservatismo militarista. Pero había surgido una generación nueva de ambigua ideología que se consideraba modernista, siendo de extrema derecha e imbuida de las doctrinas de la extrema derecha francesa, monarquista, antiliberal, antisemita, fascista en una palabra, que se expresaba desde las filas del movimiento de L’Action Française, bajo el liderazgo de Charles Maurras (sorprendentemente Maurras había sido excomulgado por Pío XI por racionalista y agnóstico). A este nuevo sector conservador en Colombia de los años veinte pertenecían Silvio Villegas, Augusto Ramírez Ocampo, José Camacho Carreño (hijo de José Camacho Carrizosa, el maestro de Olaya en la Universidad Republicana), entre otros, y fueron conocidos bajo el nombre de Los Leopardos. Estos Leopardos eran civilistas, antimilitaristas, antivasquistas y apoyaban al poeta Guillermo Valencia (a quien sus enemigos consideraban masón). Las sorpresas no dejan de producirse y un obispo fanático como monseñor Miguel Ángel Builes (obispo de Santa Rosa de Osos y de gran protagonismo nefasto en los decenios siguientes) apoya a Valencia.

El tiempo corría implacable y una delegación valencista, al parecer, visitó al papa Pío XI, lo hizo consciente del peligro de los liberales en el poder y motivó una carta en la que Pío XI ordenó el respaldo de Valencia. Perdomo no tuvo más remedio que recular y transfirió la orden a la jerarquía subalterna. Pero el daño ya estaba hecho, la confusión reinaba y, una vez más, presionado, ante la angustia de lo que se veía como la inminente derrota conservadora, Perdomo reculó de nuevo y volvió a apoyar a Vásquez. ¡Patético!

Pero Perdomo era un hombre de talante liberal y era consciente de que el catolicismo omnipoderoso de monseñor Herrera Restrepo era cosa del pasado y de que sobre el país soplaban nuevos vientos; por eso se resistía a intervenir en política, y si lo hizo fue muy a su pesar. Esta actitud la confirma Perdomo durante la República Liberal cuando tiene que enfrentarse a fanáticos laureanistas y abiertamente fascistas como monseñor Juan Manuel González Arbeláez y Miguel Ángel Builes, ya mencionado. Perdomo logra neutralizarlos parcialmente; pero los fuegos que estos habían encendido o atizado al lado de su caudillo-jefe, el político Laureano Gómez (el popular “Monstruo”), durante la República Liberal de los años treinta y durante La Violencia posterior, ardieron vil y aciagamente durante mucho tiempo.

Para terminar, y volviendo a Olaya. Difícilmente puede catalogarse a Olaya como liberal. Era un hombre ambiguo, de astuta indefinición, que solo aceptó su candidatura liberal cuando el conservador “republicano”, su mentor en 1910, le extendió su aval y después de haber dejado en claro —para tranquilidad de los conservadores de todas las orillas— que él apoyaba la preminencia del poder católico y eclesiástico en Colombia, algo sobre lo que nadie podía llamarse a error según anunció, lo que constituía un planteamiento abiertamente conservador. Así, es muy significativo que en Colombia, tres presidentes supuesta o formalmente liberales, a saber, Rafael Núñez, Enrique Olaya Herrera y el “Innombrable” de nuestros días […] se presentan bajo la etiqueta de liberales, pero su ideología y su actuación son claramente conservadoras, de derecha. Es como si dijéramos: ¡Con esos liberales, para qué godos!

El trabajo de Julián Romero es más que historia; es sociología y semiótica (un análisis de los símbolos o significantes políticos) y, por momentos, tiene ráfagas de literatura. Pero el lector sabrá juzgar todo esto mucho mejor que yo.

 

 

Carlos Uribe Celis

Bogotá, septiembre de 2018

Presentación

 

 

 

 

 

Quizá sea esta sensación de irrepetibilidad, como de pieza única —aunque seguramente sea más preciso hablar de múltiples piezas que se cruzan y entrecruzan para formar otra, no como sumatoria de aquellas, sino como cuerpo distinto, con vida propia— que acoge, recoge y se recompone en varios movimientos o en uno solo. Letras con sentidos tan variados —que devendrán un paralelepípedo, por la magia de los tiempos que vivimos— que resultan una invitación no solo a escenarios diversos o a igual número de modos de enunciación, sino a la percepción de acontecimientos, si se quiere históricos, memorables o hasta artístico-literarios, o todos juntos, en un juego sinfín que a la vez que reclama, retiene la atención de quien lo asiste.

En radical oposición a lo que Julián expone en algún apartado de este que ya no es su libro —por cuanto pasará a ser de todos los que atiendan al llamado a recorrerlo de primera mano—, al traer a colación las palabras de Gerardo Molina cuando, refiriéndose a Olaya Herrera, se preguntaba por: “¿Quién podría estar en desacuerdo con esos enunciados vagos y elementales? [Porque] si alguna duda quedaba, él la desvanecía con una de esas frases triviales que en su boca eran majestuosas y que electrizaban a los oyentes”, Romero ubica al lector en el lugar de interlocutor atento, que no puede cejar en su esfuerzo por atender esa convocatoria permanente al detalle, a la minucia, al vestigio que unas veces es dibujo, otras, dato estadístico; unas más juego cartográfico, ruta punteada o balcón. Aquí, a diferencia de allí, la agudeza narrativa, la recurrente convocatoria a trazar imágenes con palabras —o a ayudarnos con palabras a ver ciertos trazos en las imágenes—, el llamado a exacerbar los sentidos, renglón tras renglón, muchas veces con apariciones categóricas encarnadas en figuras delineadas en troncos de árboles, zapatos clericales o mangas liberales, que se confunden con el aroma de las mujeres que asaltan los escenarios después de jornadas enteras recluidas en la tras escena de su vida misma, o con ese paisaje de las multitudes agolpadas en plazas públicas, a expensas de la radio, ese invento que conmocionó grandemente la vida de las gentes de entonces, cuyo relato vuelve a ponerse frente a nosotros para recordarnos capítulos de vida que, en gran medida, explican nuestro presente (futuro, para entonces).

Este autor nos invita subir a los hidroaviones de los años treinta del pasado siglo, nos pone en la ventanilla y nos deja ver desde arriba —o a ras de la superficie acuosa— una geografía compuesta, además que por relieve —montañas, ríos o llanuras—, por itinerarios, rutas, intereses, premuras. En el interior de este medio de transporte, nos deja escuchar conversaciones; nos invita a abrir correspondencias, degustar narraciones, entrever jugadas estratégicas. Nos hace bajar, a veces, en un puerto; otras, en alguna calle céntrica, en salones donde la champaña y el despilfarro nos hablan de gente adinerada, que huele bien, que sabe qué decir y cómo, alejándonos de los malos olores de esos lugares de dudosa reputación, donde la chicha y la pobreza se confunden entre ruanas, alpargatas, bacterias y odios heredados —aunque más, ajenos—, a la sazón de analfabetismos, ruralidades, segregaciones, temores.

De la pluma de este sociólogo e historiador, el viaje a ese trozo de nuestras vidas se torna diverso y rico. A bordo de las más de doscientas páginas destinadas a relatar una lucha —como intituló esta contienda electoral—, el recuerdo de Eduardo Galeano asalta una y otra vez, poniendo en evidencia no solo la importancia de ciertos hechos, sino cómo esa importancia puede aparecer como efecto del modo en que estos se relatan. Es decir, la filigrana con la que se nos habla del proceso electoral en el que participara este insigne liberal, Olaya Herrera, dice no solo de un evento histórico respaldado en fechas, acontecimientos o alianzas: hace explotar cifras, husmea modos de decir de titulares de prensa, revistas, folletos; se detiene en fotos, caricaturas, pie de páginas, y lo hace como hilando en uno de esos telares en los que lanas de diversos calibres y colores se entrecruzan para formar un tejido plural e inesperado. Sin temor a equívoco, la lectura de estas páginas ha sido todo un acontecimiento. Es posible construir imágenes en movimiento, como en el cine, porque el relato se hace de modo simultáneo: tanto habla de cultura, de hábitos y costumbres como nos pone cerca de parlantes de los que salen voces de personajes, cuya estridencia rebasa espacios abiertos; nos cuenta del clima, del estado de las vías, de los gustos de los candidatos; nos hace ver texturas y hasta percibir aromas de paisajes, de comidas, de tierra caliente —aunque también de la fría—.

Permítasenos puntualizar algunos de los matices que, quienes escriben estas líneas, rescatan especialmente, subrayándolo como aspecto a tener en cuenta en tanto Colombia, país electoral, no cuenta con análisis sustanciales en esa dirección —a diferencia de países como México, Brasil o Argentina—. Lo que hace Romero es una invitación a crear y adelantar trabajo por esta vía, con el ánimo de aportar a la historiografía con propuestas que enriquezcan este campo analítico, soslayado hasta el momento. Al decir del autor: “posiblemente se está ante un síntoma mudo de la historiografía nacional que no se ha manifestado hasta el momento”. Su rastreo le permite recordar que abundan estudios sobre resultados y comportamientos electorales, siendo escasos los análisis de esos procesos, las campañas políticas o las disputas por acceder a los electores que votarán por el próximo presidente, por nombrar solo algunos de los más significativos.

Bastaría con detenernos en un aspecto como la cronotopía —de campaña, de la violencia—. Cronos y topos: tiempos y lugares. El libro ofrece un despliegue minucioso de coordenadas, rutas e itinerarios, más allá de la mera representación espacial o temporal o, más bien, otorgándole a dichas cualidades —tiempo, espacio y símbolo— otros sentidos. Esta categoría aquí nos hace recorrer sintiendo los territorios, no solo delimitándolos: nos cuenta de sus dinámicas, de su elasticidad; nos deja ver que desde tiempos inmemoriales han existido intereses por unificarlos —¡como si fuera posible!— y nos recuerda su resistencia frente a posturas homogeneizantes, y también su acervo. En el relato, tiempo, ritual y espacio se expanden tanto como se contraen; se devuelven, retoman la marcha, entran en terrenos escabrosos o retozan a altas temperaturas en puertos o en mansiones.

El recurso al teatro, para poder entender los eventos electorales como una puesta en escena en la que los papeles, los libretos y el decorado se preparan con antelación, es uno de los aportes teóricos de esta investigación: cada quien tendrá que representar su rol en el momento y lugar indicados. La tramoya debe estar lista. Hay en ella todo un desafío en la perspectiva del triunfo. Muestra de ello es el uso —y también abuso— de la figura del mesías, con tintes provenientes del psicoanálisis y respaldado en prensa; más imágenes, comentarios, discusiones, lingüística y análisis del discurso, se explora el camino para ligar la teoría del teatro con las prácticas de la cultura política del momento.

No obstante se haya aludido en los párrafos que anteceden este acápite, no puede dejar de mencionarse la presencia de los estilos —recursos— que se congregan para arrojar un resultado como el que consigue Julián: artesanía, plástica, imagen en movimiento, poesía, narrativa, carboncillo, en fin, modos de enunciación que se encuentran y se ponen a dialogar con fluidez para recordarnos, por ejemplo, la ¿coincidencia? de las temáticas propuestas inicialmente por el candidato del republicanismo —como en alguna parte se menciona—, con algunas que, seguramente, hemos escuchado a través de la historia: “división conservadora, crisis económica y cuestión social”, o la presentación de un gobierno como “genuinamente nacional, conciliador, austero y progresista”.

Son tantos eventos, sonrisas, rabias a las que fue posible asistir mientras Rendón, el cruce de telegramas, rostros de hombres humildes, fuerza pública, faldas, exaltaciones. Seguramente se quedarán por fuera otros detalles memorables, dignos de recordación. Por fortuna, estas páginas son apenas una invitación, acaso un guiño a sumergirse, a dejarse llevar por una buena prosa; juiciosa, simple. Julián entrega un documento multicolor —quizá, sin apenas darse cuenta… ¿O sí?—. Lo que es importante a esta altura, como se mencionó líneas atrás, es que el libro ha tomado vida propia, y usted se ha cruzado en su camino. Sin duda, no es por azar.

 

 

César Augusto Ayala Diago

Patricia Reyes Aparicio

Bogotá, septiembre de 2018

Introducción

 

 

 

 

 

Este día,
—el más trascendental que haya tenido Colombia en muchos años—
sorprende a las milicias civiles de la concentración
 nacional en marcha hacia la victoria,
 y divide en dos la historia de la república.

El Tiempo, 9 de febrero de 1930

 

El reloj marcaba la hora del triunfo. Era ahora o nunca. En el ambiente se percibía el aroma de la victoria y el nombre de Enrique Olaya Herrera partía la historia de Colombia en dos. La vigorosidad del movimiento Concentración Nacional que desfila por las calles los días previos a los comicios electorales, contrasta con el quebranto de salud que padece su candidato. La pulmonía y una crisis de fiebre alta le impiden a Olaya continuar la gira prevista hacia el occidente colombiano, lo cual hace que permanezca en Bogotá viviendo el furor de las elecciones desde su lecho.

A las 8:00 a. m. del domingo 9 de febrero comenzaron a funcionar las mesas de votación. La mayoría de los votantes se acercó en la mañana a ejercer este derecho. En Bogotá, el torrencial aguacero de las 2:30 p. m. suspendió por unas horas la actividad en las urnas.

Las fuentes luminosas instaladas en la Plaza de Bolívar en 1926, ya servían como escenario de castigo y reprobación popular. La tradicional “lavada” que también se hacía en La Rebeca, sirvió este día como ritual de aleccionamiento a los corruptores del sufragio y como símbolo de limpieza en una ciudad caracterizada por la ausencia del baño corporal.

Los habitantes, a la expectativa de los resultados, se agolpaban a las afueras de las oficinas de los diferentes diarios que abanderaban a sus candidatos para, así, recibir informaciones parciales del escrutinio. Los olayistas, atentos hasta la media noche, regresaron a sus casas con el regocijo de la victoria.

Si bien la memoria podría haber sido un recurso para avivar las campañas, es decir, el uso del pasado en función del presente, aquí el liberalismo se la jugó por el futuro, por el uso y abuso del porvenir. “Nosotros no miramos ahora el pasado sino el porvenir. No aspiramos a que se nos califique de demoledores sino a merecer el título de constructores de la prosperidad nacional”1.

De manera coincidente, César Ayala y Medófilo Medina afirman que el estudio de las campañas políticas permite comprender las claves para descifrar los enigmas de la evolución política en Colombia; las elecciones son más que los resultados y el cambio de mandatario: son un proceso en donde emergen disputas, combates, intrigas, desconciertos y alianzas. Es un campo de batalla en donde los partidos y los contendores emprenden una guerra mediática y discursiva para mantener, o acceder, a los privilegios del poder, en donde se construyen —en buena medida— las mitologías políticas partidistas que excluyen nuevas posibilidades de representación, que mantienen a la clase dirigente en la pugna por la legitimidad, la representación, el prestigio y la distinción.

Si ubicamos las campañas electorales como un problema histórico susceptible de investigación, nos encontramos con la necesidad de ubicar la importancia social que tienen estas en la vida cotidiana de las gentes, en las clases dirigentes, en los medios de difusión y en los grupos en disputa; es decir, preguntarnos por una cultura política que permea todos los escenarios de la vida social en la historia, para entender cuál es la función que han tenido en la sociedad colombiana.

En este trabajo se analiza el proceso de sucesión presidencial en 1930, que comprende desde el segundo semestre de 1929 hasta el 9 de febrero de 1930, es decir, 7 meses y 9 días, desde el enfoque de la historia cultural, recurriendo a herramientas descriptivas e interpretativas de los hechos, en la búsqueda de nuevas conclusiones y hallazgos que enriquezcan la discusión acerca de las prácticas políticas en Colombia.

Durante este lapso se enfrentaron Guillermo Valencia, representante del nuevo conservatismo y carta de Los Leopardos, intelectual y poeta modernista; Alfredo Vásquez Cobo, general que batalló en la Guerra de los Mil Días, paladín del conservatismo militarista; Alberto Castrillón, por el Partido Socialista Revolucionario, el cual se presentó como defensor de las víctimas y del movimiento obrero en la masacre de las bananeras, y Enrique Olaya Herrera del Partido Liberal, quien inclinando las banderas de la Concentración Patriótica y de la Salvación Nacional, buscó una reconciliación de las clases políticas dominantes al proponer un gobierno de transición.

Analizar este fenómeno político desde el campo de las estructuras simbólicas y de los performances o prácticas, abre nuevas lecturas e interpretaciones, que han sido marginalizadas por la historia de los acontecimientos, de los políticos mismos y de sus partidos, y muestra que el análisis de la cultura política permite percibir indicios, síntomas, tal vez otras huellas de violencia, al ilustrar cómo éstas seguían siendo las rutas más cortas para llegar a la política.

Es fundamental tener presente la indisolubilidad de la relación que se presenta entre la violencia simbólica y la violencia física, en tanto que las diferentes formas de violencia política han operado en la historia de Colombia en un contínuum de guerra permanente en el campo de las retóricas violentas y de las prácticas de eliminación. Este tipo de experticias se obtuvieron durante el siglo XIX, cuando las constituciones políticas se instauraban por medio de guerras, y las guerras se fijaban en las constituciones. “En este país el culto y la fascinación por las armas no ha sido incomparable con el culto al formalismo jurídico”2. Si las guerras civiles fueron más que aventuras bélicas, como se establece líneas arriba, es justo realizar un examen detallado de los modos civilizados —digamos democráticos— que se presentaban en vísperas de la época de La Violencia, como síntoma de conflictos partidistas.

Es claro que para la época las analogías y metáforas guerreristas que se usaban en el discurso electoral eran recurrentes en momentos de tensión, y obligaban a cerrar filas en la búsqueda de la unidad partidaria. Por su lado los valencistas un día antes de las elecciones se manifestaban con esta línea: “Un espacio de horas nos separa de la gran batalla democrática. Vamos a las urnas confiados en la victoria. Nada importan las deserciones de última hora ni la alharaca vasquista. Solo deben inquietarnos las fuerzas liberales, y contra ellas debemos dirigir nuestra fusilería”3.

Se podría afirmar que en el escenario de la campaña que nos ocupa se encuentra uno de los antecedentes de la violencia partidista de los años cuarenta, en el ámbito de la cultura política de las élites y de la movilización de masas, que configuraron estilos de campaña y de gobernabilidad que trataban de eliminar al opositor por la vía modelada de la política de la demonización, al verter en los discursos una terminología guerrerista, sin descontar que la eliminación del otro, de ese demonio liberal, conservador o comunista que se mostraba peligroso, se materializara por la vía del silenciamiento, de la exclusión o de su eliminación por efecto de la no inserción en los escenarios de la política.

Parafraseando a César Ayala4, la campaña electoral de 1930 no será la más importante, pero sí una de las más trascendentales: por primera vez en la historia del país existe la posibilidad de que a través del sufragio directo se elija a un presidente liberal, al primer liberal del siglo XX. Con esta posibilidad, los liberales no escatimarán en nada para lograrlo. “Las elecciones permitirán leer el país, conocer su cultura política y para muchos será la oportunidad de saber cómo se hace en Colombia la política”5. Para el colombiano de entonces, los rituales de campaña y, por supuesto, el día de las elecciones, implicaban participar de la fiesta, del ser actor-espectador en un escenario de confrontación y violencia en el que la política era un espectáculo. Al ser fiesta y espectáculo, el proceso electoral moviliza los afectos, las adhesiones pasionales, los apegos, las iras, las fidelidades y las devociones; más sentimiento que conciencia, ideas y ligazón racional.

Resulta justo, entonces, para la historia política de Colombia no solo dedicarse a los periodos gobernados por los diferentes mandatarios, ni continuar con buena parte de la tradición historiográfica que pasa por encima los debates electorales sirviéndose únicamente de sus resultados. Se trata de adentrarse en las campañas electorales como un proceso interno, que se relaciona con sus tradiciones y cambios en el tiempo. Es inaplazable la realización de trabajos históricos que busquen reconstruir e interpretar la historia de Colombia a través de las campañas electorales: una deuda que se tiene con el pasado y el presente político del país. Este trabajo aspira aportar en esa dirección precisamente.

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