Antropología y Procesos Educativos

Directora: Dra. Diana Milstein (Universidad Nacional del Comahue, CAS/IDES, Argentina)

Comité de referato: Dra. Elena Achilli (Universidad de Rosario, Argentina), Dr. Miguel González Arroyo (Universidade de Minas Geráis, Brasil), Dr. Bradley Levinson (Indiana University, EE.UU.), Dra. Elsie Rockwell (CINVESTV, México).


La colección Antropología y Procesos Educativos aspira a publicar resultados de proyectos socio-antropológicos de investigación que indaguen procesos educativos escolares y no escolares. 

Interesan etnografías que prioricen experiencias y perspectivas de los actores involucrados en procesos educativos, que utilicen múltiples métodos de generación de datos y reconozcan la centralidad del investigador en el proceso de investigación. 

Recibimos trabajos que presenten desafíos epistemológicos y conceptuales respecto a las estructuras educativas y políticas y cuya área de discusión alcance relevancia para un público internacional. 

A Jazmín, Benicio y Damián,

y a los pequeños urbanistas

 

Agradecimientos


Este libro es el resultado de mi tesis de maestría en antropología social que desarrollé en el ides-idaes/unsam, cuyo proceso implicó un camino recorrido y construido con otras personas, a partir de diferentes encuentros, etapas y ámbitos de mi vida. este camino me ha enseñado, entre otras cosas, que la escritura es colectiva. 

En primer lugar agradezco a las mujeres y hombres de el barrio, con quienes empecé a reflexionar sobre el complejo vínculo que nos une con los espacios en los que habitamos y cuyas historias de esfuerzo y lucha me permitieron ver las inequidades que conviven en las ciudades, pero también las muchas formas invisibilizadas de transformarlas. 

Un lugar especial en mi corazón ocupan los cuarenta y tres niños y niñas que participaron del Periódico de los Chicos. La alegría, la curiosidad y el caos que caracterizaron a esos encuentros no sólo aportaron a la investigación etnográfica sino que me condujeron a un camino de reflexión sobre mis propios supuestos, percepciones y prácticas cotidianas. Mi agradecimiento especial a Magalí, Felipe, Chiqui, Facundo y Karin porque a partir de sus charlas, gestos y silencios pude advertir otros sentidos sobre el espacio en el que viven y en el que quieren estar.

Al grupo de mujeres que lleva adelante el proyecto de la Biblioteca “El Ombú” le debo la posibilidad de hacer el trabajo de campo con los chicos y la continuidad de mi presencia en el barrio. Agradezco a Isabel Hardoy quien me abrió las puertas de la organización en 2004 para conocer e involucrarme con la historia de la institución; y a Graciela Osuna, Claudia Ojeda y Margarita Ramírez por apoyarme y acompañarme con la idea del Periódico en 2007. También agradezco al grupo que hoy conduce este espacio –Irma Quiroga, Norma Neuman, Margarita Velázquez, Estela Corzo, Graciela Osuna y Carolina Velázquez– porque con ellas aprendí a reflexionar sobre el lugar del voluntario, sobre los malabares de gestionar con pocos recursos económicos, sobre cómo lidiar con la toma de decisiones por otros y con otros, y sobre las batallas diarias, individuales y colectivas que se libran para que estas organizaciones barriales persistan en el tiempo. 

No hubiera conocido el barrio si no hubiera sido por el IIED-AL, un espacio en el que aprendí a estar en los barrios, con mucha libertad y compromiso. Agradezco a quienes fueron mis compañeros por el espacio de desarrollo profesional y personal: a Ana Hardoy, Florencia Almansi, Jojo Hardoy, Guadalupe Sierra, Gastón Urquiza, Gustavo Pandiella, Leonardo Tambussi, Julieta Del Valle, Mari Bertolotto y Adriana Clemente. Agradezco especialmente a Picu por abrirme las puertas de la institución y por transmitir su espíritu de diálogo y respeto en todas las actividades que se llevan adelante, y a Flor, Jojo y Guada con quienes compartí el trabajo, las frustraciones y las ganas de hacer en el barrio. En otro orden de cosas, los registros y el material de archivo del IIED-AL fueron fundamentales para reconstruir fragmentos de la historia de estos barrios. 

También agradezco al equipo de técnicos y consultores que participaron del PROMEBA I y II de los barrios Hardoy y San Jorge cuya labor me permitió reflexionar sobre las dificultades, contradicciones y limitaciones de este tipo de programas y sobre la capacidad de hacer de los sujetos. A través de su trabajo pude valorar el esfuerzo que hacen las personas cuando están comprometidas con sus tareas. Entre las muchas personas que integraron estos equipos, agradezco especialmente a aquellos con quienes pude compartir más tiempo de trabajo: a Jorge Tellechea, Silvia Gómez, Beto Steñac, Marcela Rocasalva, Cecilia Monti, Virginia Saenz, Regina Ruete, Mariela Cendón, Marisa Fratesi, Mechi De Vedia, Romina Pereyra y María Inés Dossena.

En cuanto a mi acercamiento a la etnografía y a la antropología tienen mucho que ver mis profesores de la maestría, y sobre todo quienes me guiaron en los primeros vaivenes de la tesis, a Claudia Briones por sugerirme trabajar en el barrio, un invisible frente a mis narices, y a Rosana Guber por su buen ojo al proponerme trabajar con niños, otro impensable para mí en ese momento. Sus sugerencias me llevaron a conocer a Diana Milstein, quien me orientó durante toda la investigación. A Diana le agradezco su confianza, paciencia y cálido acompañamiento a lo largo de los diferentes –y prolongados– momentos de producción. Valoro su búsqueda por reflexionar seriamente sobre la realidad social, pero sobre todo por transmitir que la búsqueda de conocimiento está en los vínculos con los otros, sin importar la edad, disciplina o ámbitos de procedencia. La profundidad de sus preguntas, su afecto, y el camino de investigar con niños me acompañarán por siempre. Por último, le agradezco por creer que este trabajo valía ser publicado y por la escritura del prólogo. 

Agradezco a Mauricio Boivin, a Carolina Gandulfo y a Ramiro Segura, quienes integraron el jurado e hicieron de la defensa de mi tesis el mejor cierre para mi proceso etnográfico. La pertinencia e inteligencia de sus comentarios, su entusiasmo y la humildad en la forma de transmitirlos son una muestra de la generosidad que tienen los buenos maestros. He intentado incorporar sus sugerencias en esta publicación. 

A Antonádia Borges y a Elena Achilli les agradezco por el tiempo que le dedicaron a la lectura de esta etnografía, por sus comentarios y críticas que me hicieron repensar, revisar y mejorar algunas cuestiones de la investigación. 

Este trabajo contó también con la compañía de un grupo de colegas, unidos por las ganas de hacer y aprender a hacer etnografía. Agradezco a Linda Khodr, María Laura Requena, Alejandra Otaso, Cecilia Carrera, Jesús Jaramillo, Silvina Fernández, María Paula Buontempo, Patricia Vigna, Laura Celia y a Verónica Solari Paz por haber leído, releído y discutido los borradores de esta tesis hasta el cansancio. Sus interpelaciones, comentarios y sugerencias fueron esenciales para el proceso de reflexividad que implica hacer etnografía. Le debo a Ale la sagaz sugerencia del uso de comillas y cursivas, un recurso fundamental para mi proceso de extrañamiento y una forma que me ha permitido mostrar el proceso de construcción de la alteridad; y a Laura le agradezco su apoyo de amiga cuando el plan se tornaba inalcanzable. Encontré en este grupo intereses comunes, mucha capacidad, pero sobre todo, a un grupo de personas buenas con ganas de contribuir en algo al mundo. Con varias de ellas continuamos trabajando en el proyecto PICT 1356-2010 “Un nuevo lugar social para la escuela estatal. Entre la irrupción de la política y la emergencia de nuevas infancias y adolescencias” (Investigadora Responsable: Diana Milstein. Financiado por ANPCYT/FONCYT - Préstamos BID 2437), un espacio de investigación y discusión que también ha contribuido a este escrito. En este ámbito, agradezco a Analía Meo y a Phillip Mizen por la lectura y observaciones sobre el primer capítulo. 

Por último, mi agradecimiento a mi familia y a mis amigas, una contención esencial para poder sostener un proyecto que ocupó varios años de mi vida. Agradezco especialmente a mi mamá por leer minuciosa y críticamente este trabajo, por su estímulo constante y alegre, y por enseñarme que con trabajo y convicción uno puede lograr lo que se propone. A mi papá, por los diálogos en los que compartimos reflexiones y ganas de aprender de la vida y con otros. Y a los tres amores que hacen de mi hogar un lugar en el que siempre quiero estar; a Damián por sus lecturas, innumerables conversaciones sobre el tema, y ganas de soñar juntos; y a Jazmín y a Benicio porque me recuerdan permanentemente la satisfacción de explorar y reinventar los circuitos de la vida urbana. 


Introducción


Presentación y planteo del problema de investigación

Cuando encaré esta etnografía mi mirada sobre los procesos de urbanización se centraba principalmente en los cambios respecto a la infraestructura pública, la provisión de los servicios básicos, en la propiedad y legalidad de la tierra y en la construcción y calidad de las viviendas; cambios que asociaba a un modelo de progreso urbano que tenía naturalizado y cuyo éxito lo conectaba con la necesidad de la participación de la población involucrada. De esto me hablaban los pobladores con los que realicé el trabajo de campo: del deseo de tener las escrituras, de que “La cloaca la hizo mi papá1 (Abril2, 6-3-04), de que “Las calles eran de tierra y ahora son de asfalto (Karin, 1-6-07), de que se mudaron a una casa “que está pintada muy bien” y es “como un departamento” (Fabián, 1-6-07), de que “no rompamos los juegos de la plaza nueva (chicos del apoyo, 14-10-09), o del valor de tener el gas. Así los habitantes referenciaban aquello que los programas de gobierno definían como impacto en el “mejoramiento del hábitat urbano y en la calidad de vida”3 de la población “beneficiaria” de este tipo de intervenciones. Con el tiempo, y particularmente estimulada por el trabajo que desarrollé con niños y niñas, fui ampliando mi forma de ver los procesos de urbanización y fui advirtiendo las fricciones entre las diferentes prácticas de los sujetos que habitan el barrio, los que “trabajan”, entre lo que se hace y lo que se dice que se hace, y las tensiones entre los procesos llamados “formales” y los “informales” que configuran las ciudades.


Al incorporar experiencias y relatos cotidianos, cuyo valor solía pasar por alto, logré replantear mi modo de entender la “participación comunitaria” y percibir aspectos del proceso de transformación urbana velados. Por ejemplo con Felipe cuando me contaba que “fui a pescar por ahí [el ríocon mi papá y se me cayó la zapatilla. Después mi papá agarró la caña y pescó mi zapatilla” (3-2-07), o cuando un grupo de chicos buscaba saltamontes en el campo, en un terreno ocupado por un “plan de viviendas sociales” (2-3-07), o cuando una niña me decía que no le gustaba vivir en el “barrio nuevo” porque no podía estar más con sus amigas ni visitarlas por temor a pasar por una determinada esquina (Magalí, 1-6-07). Así, con los niños4 –y con los adultos–, pude comprender que los procesos de urbanización no son sólo consecuencia de las acciones del Estado o intervenciones oficiales, sino también y fundamentalmente de aquellas otras acciones y prácticas cotidianas de las personas que construyen día a día la vida en el barrio.


En Argentina, la legislación respecto de lo urbano es primordialmente espacialista; es decir, que responde conceptualmente a que la ciudad es una porción de territorio físico que es necesario “ordenar”, más allá de los habitantes que la habitan y la usan. Sin embargo, desde hace unos años ha cobrado mayor presencia en la discusión de lo urbano una mirada social del espacio, lo que se suele llamar “hábitat informal” o “producción social o popular del hábitat” (Di Virgilio et ál., 2012a, 2012b; Rodríguez et ál., 2007), que incluye a los “asentamientos irregulares”, “loteos populares” y “villas”5. La actualidad de esta temática a nivel nacional se pone de manifiesto en la sanción de la Ley de Acceso Justo al Hábitat para la provincia de Buenos Aires en noviembre de 20126. Acostumbrada a pensar que tanto la traza como la estética de los barrios “informales” no se corresponden con el modelo urbano propuesto por el Estado, a partir de la exposición de la visión de los habitantes y de problematizar mi propio lugar en la investigación, me he dado cuenta que es necesario invertir este supuesto y, por el contrario, preguntarse: ¿por qué el modelo oficial no se corresponde con el que proponen los sujetos que habitan estos espacios de la ciudad? Así propongo en este trabajo discutir con los discursos sobre “la pobreza” que plantean las políticas públicas, los medios de comunicación y buena parte del sentido común de las clases medias que suelen caracterizar a los barrios “informales” y a los sujetos que viven allí desde la “vulnerabilidad”, “miseria”, “carencia”.


Los procesos de urbanización que involucran a los barrios que aquí analizo, Jorge Hardoy y San Jorge, llevan más de seis décadas, y se han desarrollado a partir de la convivencia de procesos de ocupación individual o familiar de terrenos vacíos con políticas de relocalización compulsiva de grupos por parte del Estado, con instancias de organización comunitaria y gestión participativa, con otros períodos en donde la intervención de programas públicos alcanzó física y diariamente a los barrios.


Estos barrios se encuentran al borde de la ruta nacional Nº 202, una de las principales vías que atraviesa el partido de San Fernando, a aproximadamente 30 kilómetros al norte de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, en lo que se conoce como el “segundo cordón” del conurbano bonaerense. Tienen, entre ambos barrios, una población aproximada de 3.000 habitantes, con un promedio de cuatro personas por hogar, y un 35,7% de niños y niñas menores de 14 años (INDEC, Censo 2001)7. Sus pobladores trabajan, en su mayoría, en lo que se denomina “sector informal” y reciben planes sociales del Estado. Los barrios se ubican próximos a centros comerciales y productivos, y a poca distancia de diferentes redes de transporte público. Integran, según la última Encuesta Socio-demográfica y Económica de la Unidad Municipal de Estadísticas y Censos (2006), los diecisiete “barrios carenciados” con la “población más vulnerable” del municipio de San Fernando.


Estos asentamientos, además de compartir una ruta como uno de sus límites geopolíticos, están ligados por una historia que se inicia en la década de 1950. También los une la lucha por la tierra y el agua y otros servicios básicos, lazos familiares y de vecindad, y una red de instituciones y actores sociales que tienen en común –y que ampliaré en el segundo capítulo–.


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Mapa satelital de los barrios San Jorge (izquierda) y Hardoy (derecha) y alrededores (Google Earth, 2013).


El origen y la expansión territorial de estos barrios –al igual que en la mayoría de las “villas”, “asentamientos irregulares”, o “barrios informales” del Gran Buenos Aires– se suelen explicar por la “intervención” y el impacto de diferentes políticas públicas más que por la “producción social del hábitat” por parte de sus habitantes. En este trabajo critico esta explicación y doy cuenta de estos procesos de urbanización desde la perspectiva de los sujetos, lo que implica considerar también las etapas de autoconstrucción y aparente ausencia del gobierno, así como las acciones por fuera de los espacios de participación “formales”. 


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Una esquina en el barrio Hardoy (2007).

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Calle en barrio San Jorge (2010).

En estos procesos de urbanización participan muchos sujetos: los primeros habitantes que ocupan terrenos vacíos, los familiares que vienen después, los hijos que crecen y amplían sus viviendas, las organizaciones e instituciones que surgen y se instalan –y las que no–, los vecinos de los demás barrios, las empresas lindantes, los funcionarios de gobierno que formulan las diferentes políticas públicas, los arquitectos, urbanistas, ingenieros que diseñan los barrios –o parte de ellos–, los técnicos de diferentes disciplinas que ejecutan y “acompañan” los programas de “mejoramiento” o “reordenamiento” a nivel territorial, los comercios de la zona, industrias, y así podría seguir enumerando a un sinfín de actores sociales e instituciones que constituyen la trama social de estos barrios.


Para abordar este entramado social, propongo desplazar el eje de la mirada de las acciones organizadas, ya sea por el Estado u organizaciones civiles, llevadas a cabo desde la lógica hegemónica de diseño, uso y distribución de la tierra para incorporar a los procesos de urbanización llevados a cabo desde los pobladores respondiendo a la dinámica de la vida cotidiana y a la disponibilidad de los recursos. Si bien las lógicas y las acciones pueden ser distinguibles, ambos procesos transcurren en paralelo, organizando, transformando y disputando política e históricamente la ciudad, articulados entre sí como parte de un mismo contexto. En este sentido, hablaré de procesos de urbanización oficiales o también llamados “formales” como aquellos que responden a la lógica de “ordenamiento” por parte de las acciones de las políticas públicas, y de procesos de urbanización “informales” como aquellas prácticas políticas de los sujetos en su vida cotidiana. 


La propuesta de esta etnografía es hacer dialogar estas posturas coexistentes, permeables, en tensión, para conocer cómo los diferentes actores son parte de un mismo proceso que construye barrios como parte de la ciudad. Así me enfocaré en las tensiones entre las prácticas situadas de los sujetos residentes y las acciones de las políticas públicas de “reordenamiento territorial y habitacional” implementadas en los barrios Jorge Hardoy y San Jorge. 


El objetivo que me planteo es responder a la siguiente pregunta: ¿Cómo los niños y los adultos que habitan estos barrios configuran el espacio y disputan desde su cotidianeidad la forma de organizar, regular y representar el espacio urbano impuesta por la “implementación” de las políticas públicas de “reordenamiento urbano”? 


Varias preguntas guiaron el desarrollo de esta etnografía: ¿Qué concepciones subyacen al ordenamiento espacial que proponen las políticas del Estado; y cuáles a los habitantes de los barrios? ¿De qué modo se ponen de manifiesto las diferentes concepciones? ¿Cómo coexisten las diferentes formas de apropiación, tensión y ejercicio de poder en los procesos –“formales” e “informales”– de urbanización de estos barrios? ¿Quiénes son los diferentes actores sociales que intervienen en estos procesos históricos, y de qué manera lo hacen? ¿Qué sentidos les otorgan los habitantes a los diferentes espacios y a los cambios en los barrios? ¿En qué coinciden y en qué se diferencian con la forma de significar de los técnicos y funcionarios políticos que implementan las políticas públicas de “reordenamiento urbano”? ¿Cuál es el aporte de incorporar las interpretaciones de los residentes –tanto adultos como niños– al conocimiento de los procesos de urbanización, qué aporta ello a las políticas públicas y cómo este tipo de investigación contribuye a repensar la problemática de “la pobreza urbana”? 


La problemática que analizo se inserta en el ámbito de la antropología y sociología del espacio, la antropología urbana y los estudios sociales de geografía cultural. La revisión bibliográfica responde a los conceptos centrales que problematizo a lo largo de este trabajo: espacio social, relaciones de poder y politización. Además, he revisado antecedentes referidos a contextos empobrecidos y procesos de transformación urbana, con los que pude discutir y reflexionar principalmente sobre las categorías de “pobreza urbana”, “participación”, “relocalización” y “vulnerabilidad”.


En este libro intento mostrar que para entender los procesos de urbanización es necesario conocer el contexto y los procesos macro-estructurales: el déficit habitacional y la especulación de tierras de mercado (Vogel et ál., 1995: 5), las limitaciones en el acceso a la propiedad de los sectores populares, el mercado de alquileres y la compra-venta de habitaciones y viviendas (Di Virgilio et ál., 2012a); pero también implica incorporar la dimensión social de las prácticas espaciales como constitutiva de los procesos de transformación política del espacio. 


En este sentido, Lefebvre (1974), De Certeau (2000), Agier (2011, 2012) y Santos (1996) me resultaron esenciales para pensar qué concepciones subyacen al ordenamiento espacial que proponen las políticas del Estado, y analizar las prácticas situadas de los sujetos como agentes de transformación y cambio de y en la ciudad. Estos autores consideran las ciudades principalmente como espacios vividos, y hacen una crítica a aquellas posturas que conciben el espacio físico, del planificador urbano, como independiente o divisible de las relaciones sociales. La lectura de Henri Lefebvre (1974) me ayudó especialmente a reflexionar sobre las tensiones entre lo que este sociólogo llama “espacio percibido” de la vida diaria y las percepciones del sentido común, el “espacio concebido” de los cartógrafos, urbanistas o especuladores inmobiliarios, y el “espacio vivido” de la imaginación tratado en las artes y la literatura. Su postura, basada en el concepto de “espacio social” y de ciudad entendida como un sitio eminentemente de interacción social e intercambio, establece la importancia de las experiencias vividas en el territorio y sostiene que el espacio geográfico es fundamentalmente social. Esta postura me ha orientado para reflexionar sobre cómo los actores involucrados en los procesos de urbanización –grupos, instituciones e individuos– coexisten y se posicionan de manera diferente en una red de relaciones, disputando y configurando el espacio urbano a partir de diferentes formas de politización. Así pude pensar sobre los sentidos, usos, condiciones de aprendizaje, reglas y restricciones que dan cuenta de la relación de los individuos con los barrios en los que viven, y repensar el modelo de organización urbanística que responde a una ciudad occidental, funcional, de “progreso” para incorporar los procesos llevados a cabo por sujetos que organizan y disputan el espacio de acuerdo a contextos dinámicos, históricos, relacionales y experimentados. 


La apuesta de este libro es, además, incorporar las nociones y posi­cionamientos de los niños que habitan en estos barrios, quienes también ingresan en los debates y en la disputa de interpretaciones aunque habitualmente el valor de sus aportes suele ser ignorado o desestimado. 


Aun en los proyectos y programas de urbanización que proclaman la participación de la población, los “expertos” en temas de planificación y gestión urbana, o aquellos que diseñan o ejecutan las políticas públicas destinadas a gestionar el espacio urbano no suelen considerar a los niños como interlocutores válidos, con igual peso y valor en la toma de decisiones que los adultos; tampoco lo hacen sus padres, madres y otros adultos en los diferentes ámbitos domésticos e institucionales de sus barrios. En este sentido, incorporo las experiencias e interpretaciones de los niños, con el mismo estatus, experticia y valor de legitimidad que considero respecto de los “otros”, ya sean éstos adultos –técnicos o pobladores– o jóvenes, porque considero que darle visibilidad a sus voces contribuye a la comprensión de la problemática del espacio urbano. 


En este trabajo muestro que los chicos –como ellos se llaman a sí mismos– son parte del proceso de transformación de su barrio; son activos en el proceso histórico político, social, económico en vigencia, aunque no participan con poder de decisión ni visibilidad en los espacios de participación legitimados por los adultos. Los niños con los que he trabajado han vivido la implementación de dos programas públicos de “mejoramiento barrial”, pero también han experimentado los otros períodos a través de los cuentos y recuerdos de familiares y vecinos, además de que recorren, caminan, observan, juegan, participan en diferentes actividades y así aprenden el día a día de su barrio permanentemente. Trato de demostrar que atender a sus miradas puede brindar aportes significativos a la hora de tomar decisiones tan importantes como el diseño y la construcción de un barrio, “planes de relocalización” y diferentes prácticas vinculadas a los procesos de urbanización “oficiales” e “informales”. La propuesta es describir sus interpretaciones con el fin de aportar al debate y a la construcción de políticas públicas, incorporando la participación política8


Esto resulta de interés para los estudios sobre las ciudades pues intenta superar el enfoque adulto-céntrico, históricamente dominante en este tipo de abordaje temático. Asimismo, es un estudio relevante para las distintas políticas públicas vinculadas a los procesos de urbanización, así como a las políticas sociales, sobre todo a aquellas que tienen como “beneficiarios” a los niños y a los sectores de la población que habitan en contextos empobrecidos. También pretendo hacer una contribución a los estudios sociales de antropología del espacio y antropología urbana, así como a los estudios de antropología y sociología de la infancia. 



El trabajo de campo


La ONG, la biblioteca y el PROMEBA I

Mi vínculo con los barrios Hardoy y San Jorge se inició en 2004. Tuve entonces la oportunidad de trabajar en un breve proyecto en el barrio San Jorge como voluntaria en el Instituto Internacional de Medioambiente y Desarrollo - América Latina (IIED-AL por sus siglas en inglés), ONG que inició su trabajo en este asentamiento en 1987 y que representó un rol central –como desarrollaré en el capítulo dos– en el proceso de urbanización “formal”.


A través de esta participación me contacté con un grupo de mujeres que llevaba adelante la biblioteca infantil del barrio Hardoy, con las que inicié un vínculo como voluntaria, centrado en el acompañamiento de la gestión de la organización. Desde entonces y hasta la fecha, realicé en la biblioteca actividades administrativas y de búsqueda y gestión de fondos, participé de fiestas, salidas, muestras, ferias de ropa, reuniones con otras instituciones, reuniones de equipo, y –desde 2011– de las reuniones mensuales de la Comisión Directiva, integrada por siete mujeres, de las cuales seis, viven en el barrio.


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Juegos en el festejo del Día del Niño en la biblioteca (23-8-13).

En 2006, me incorporé al staff permanente de la ONG IIED-AL y me inserté en las actividades de “acompañamiento social” que tenía a cargo la institución en el marco de la ejecución del “Programa de Mejoramiento de Barrios” –de aquí en más PROMEBA– implementado en los barrios Hardoy y La Paz –barrio aledaño–, cuyo objetivo principal es “mejorar la calidad de vida y contribuir a la inclusión urbana y social de los hogares de los segmentos más pobres de la población residentes en villas y asentamientos irregulares”9.


Entre comienzos de 2006 y hasta mitad de 2007, mi trabajo consistió en colaborar con las actividades del equipo técnico10. Así fue que “visité” a las “familias beneficiarias” casa por casa; establecí encuentros informales y conversaciones con muchos pobladores, participé de la reunión semanal de la “mesa de trabajo” que se realizaba con “delegados”, técnicos municipales y “el equipo de campo”, participé de la atención de un “espacio de consultas” y reclamos que funcionaba en el “obrador” –lugar de acopio y centro de operaciones de la empresa constructora–, hice “relevamientos” y diferentes observaciones oculares de la situación de las viviendas, calles, presencia de basura, animales, y participé de las reuniones semanales del equipo técnico y de la elaboración de informes. Desde ese lugar, conocí e interactué con los diferentes actores intervinientes en el programa: técnicos del Estado –nacional, provincial y sobre todo municipal–, autoridades y trabajadores de las empresas contratistas a cargo de las obras, arquitectos, trabajadores sociales y otros profesionales, “delegados” barriales, vecinos “beneficiarios”, referentes de instituciones públicas y organizaciones barriales. Durante esta etapa, me involucré como técnica en un proceso complejo de acuerdos, desencuentros, dificultades para gestionar recursos del Estado, burocracias y disputas políticas, sociales y técnicas.


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“Recorrida” por el barrio San Jorge con técnicos del “equipo de campo”, “delegados”, representantes del municipio y de la empresa constructora (29-9-09).

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Mi cuaderno con la agenda de temas de una reunión de la “mesa de trabajo” del PROMEBA I. (8-5-06).

Para distanciarme de mis interlocutores habituales –adultos–, entre enero y julio de 2007 decidí trabajar con niños, en paralelo a mis actividades en la última etapa de implementación del PROMEBA I. Los chicos no tenían voz ni voto en los espacios formales de participación dentro del ámbito del programa de gobierno, ni tampoco eran convocados especialmente en las reuniones o diversas actividades con “vecinos”. La propuesta de hacer trabajo de campo con niños se constituía en una oportunidad de interactuar con sujetos con los cuales no solía hacerlo desde mi rol como técnica del PROMEBA –pero sí como voluntaria de la biblioteca–, lo que facilitaría el proceso de extrañamiento con el barrio y con los roles que yo desempeñaba en la relación con los pobladores.


Con el fin de generar encuentros regulares, los convoqué a participar de una actividad en la biblioteca infantil del barrio Hardoy, Biblioteca “El Ombú”, con la cual estaba vinculada desde hacía tres años como voluntaria.


Teniendo a disposición la biblioteca como lugar de encuentro, decidí plantear un taller para armar un periódico barrial por fuera del horario de las actividades regulares de la institución y con el propósito de realizar lo que presenté como una “investigación para la facultad”. Si bien todos mis interlocutores conocían este fin, para la mayoría de los niños –y para la mayoría de sus padres y el equipo de la biblioteca– yo seguiría siendo una de las seños que jugaba, leía o realizaba alguna actividad recreativa con ellos; o bien algunos otros me asociaban con el Instituto o el IIED (la ONG), e incluso con la municipalidad por mis tareas dentro del PROMEBA.


El Periódico de los Chicos

La metodología de trabajo en los diferentes encuentros mantenidos con los niños consistió en: observación participante, entrevistas abiertas, y conversaciones individuales y grupales en el espacio de la biblioteca, en la calle caminando hacia algún sitio, en instituciones barriales y/o en sus casas. Tomé notas de algunos intercambios –en el momento y a posteriori– y grabé otros. También analicé el material gráfico –dibujos, anotaciones, juegos, entrevistas, fotos– que los niños elaboraron para los tres periódicos realizados.


Haber elegido la biblioteca como sitio de encuentro facilitó la convocatoria y participación de los niños porque tanto niños como padres conocían a la institución barrial y las actividades que se realizaban allí. Mi experiencia y trato previos con la mayoría de ellos acortaron los tiempos necesarios para generar “rapport” y, sobre todo, facilitaron la comprensión de los diálogos. Gran parte de las referencias espaciales que hacían los niños en relación a los espacios “dentro” y “fuera” de el barrio no me eran extrañas, la mayor parte de las veces no tenía dificultad para orientarme en sus discursos y así pues yo misma naturalizaba estas formas de hablar sobre el espacio: el apoyola 27el zanjónel ríolos del fondolos que paran en el árbollos del Gauchito Gillos de la canchita, los que paran en la entrada, lo de Canti, etc. Este conocimiento previo resultó esencial para acercarme a los niños y generar un clima de “complicidad” ya desde los primeros encuentros.


Mi propuesta consistió en una reunión semanal con el fin de armar el Periódico de los Chicos, nombre elegido por los niños en los primeros encuentros para la publicación que luego se distribuiría en el barrio. Entre febrero y julio de 2007 nos reunimos todos los viernes a partir de las 15.30 hs, horario en el que finalizaban las actividades de la biblioteca. Un total de cuarenta y tres niños y niñas de entre siete y doce años11, habitantes de los barrios Hardoy y San Jorge y aledaños (La Paz y Héroes de Malvinas), participaron de al menos una reunión en el ámbito del taller, y hubo un grupo de alrededor de diez niños que asistió con regularidad durante los seis meses del periódico. La asistencia fue irregular; hubo días en que había quince niños, y otros en que éramos sólo dos o tres personas.


La mayoría de los niños vivía en un radio no mayor de cuatro o cinco cuadras de distancia de la biblioteca y muy excepcionalmente venían acompañados por sus padres o hermanos mayores. Los niños se conocían entre sí; eran familiares, amigos, vecinos o compañeros de colegio, la mayoría vivía en el barrio Hardoy e iba con regularidad a la biblioteca, aunque también participaron niños que vivían en los barrios San Jorge, La Paz y Héroes de Malvinas.


Las reuniones duraban dos horas aproximadamente. La dinámica dependía mucho del grupo de niños participantes: si se conocían o no, si eran mayoría varones o mujeres, si eran más grandes o más chicos, si eran muchos o pocos, si yo los conocía de antes o no. Cuando había muchos niños, éstos se solían sentar en mesas separadas, distinguiéndose generalmente por sexo o por afinidad. Cuando eran pocos, nos reuníamos alrededor de una sola mesa. Los niños tenían siempre a su disposición papel y lápiz, y a veces llevaba también revistas y/o diarios. Excepcionalmente, usaban los juegos y/o libros de la biblioteca –ya que, por un lado, quería marcar la diferencia de actividad con lo realizado en la biblioteca y, por el otro, resultaba difícil controlar el cuidado de los materiales siendo una sola persona adulta–. El “taller” se planteó como una actividad distendida, sin obligatoriedad, muy informal, que promovía la autonomía y respetaba los intereses y sugerencias de los chicos, y cuyas actividades se plasmaban en “notas periodísticas” o diversos materiales para la publicación de un periódico barrial.


Generalmente, los niños tenían más competencia para dibujar, hacer crucigramas o juegos que para escribir, por eso se sentían más cómodos en esas actividades. Algunos niños sólo iban a las reuniones para charlar, pasar un rato con amigos o pares, o para ver quién estaba. Se entusiasmaban y jugaban con el grabador y la cámara de fotos que llevaba con el fin de hacer entrevistas12 o de registrar sus conversaciones.


En seis meses, produjimos y publicamos dos periódicos. Los niños eran los encargados de repartirlos entre sus familiares, vecinos e instituciones, siendo la distribución una de las actividades que más demandaban y les divertía. Vale destacar que los niños se preocupaban más porque el Periódico de los Chicos se publicara y llegara a manos de sus familiares, amigos y vecinos, que por su contenido. Esto señala que el Periódico de los Chicos significó para los niños un espacio de visibilidad, para decir, fundamentalmente, “aquí estamos los chicos”, más que un espacio de debate de ideas.


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Tapa y contratapa del Periódico Nº 3.

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Borrador de sección de “Chistes”.

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Borradores para el “Editorial” y la sección “Mensajes del barrio”, escritos por los chicos. 

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Borrador de la sección “Los amigos del periódico”.