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Colección Investigaciones

Género en el Perú: nuevos enfoques, miradas interdisciplinarias

Primera edición digital: abril, 2019

De esta edición

© Universidad de Lima

Fondo Editorial

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Diseño, edición y carátula: Fondo Editorial de la Universidad de Lima

Imagen de portada: Buscando a María Elena. Serigrafía sobre papel bond, parte de la intervención en espacio público del retrato de María Elena Moyano Delgado, años 2011/2012, de Natalia Iguiñiz. Propiedad de Natalia Iguiñiz

Versión e-book 2019

Digitalizado y distribuido por Saxo.com Perú S. A. C.

https://yopublico.saxo.com/

Teléfono: 51-1-221-9998

Avenida Dos de Mayo 534, Of. 404, Miraflores

Lima - Perú

Se prohíbe la reproducción total o parcial de este libro, por cualquier medio, sin permiso expreso del Fondo Editorial.

ISBN 978-9972-45-482-0

Índice

Introducción

Wilson Hernández Breña

I. Mujeres en lo relacional

Caracterización de la pobreza de tiempo en el Perú: ¿son las mujeres las más pobres?

Arlette Beltrán, Pablo Lavado y Brenda Teruya

Entre mujeres: el mundo relacional de las indígenas de la Amazonía peruana

Jeanine Anderson

Educación, información y embarazo adolescente en el Perú rural

Jorge Agüero

“Ella es una mala... Ella es un amor”: representaciones de feminidad en la cumbia peruana

Eunice Prudencio Sotelo

II. Mujeres en contextos de violencia

¿Es posible construir una cifra real de las tentativas de feminicidio en el Perú?

Wilson Hernández Breña, María Raguz y Hugo Morales

La ambivalencia de los puntos de partida para analizar la prostitución. Estudio de caso de un prostíbulo del Callao, Perú

Sharon Gorenstein

III. Mujeres entre acción y cambio

La mujer en la política peruana y la propaganda electoral (1980-2011)

Lilian Kanashiro

Barreras al emprendimiento femenino y efecto de la composición de género laboral: innovación, tecnologías y productividad en mypes para el caso peruano

Roxana Barrantes y Paulo Matos

Niñas y medios digitales. Una aproximación desde el Perú

Laura León, Aileen Agüero, Gaby Reyes y Fátima Pasquel

Género, migración de retorno y cambio de posiciones de poder dentro del hogar: el caso de las mujeres retornantes en Lima, Perú

Lucila Rozas

Las mujeres salen de casa. Representaciones femeninas en el espacio público a partir de la revista Variedades (Lima, 1908-1920)

Juan Espinoza

IV. Vulnerabilidad y acción desde lo LGTB

“Prefiero que seas puta a que seas leca”. Impacto ٣٥٧ de la heteronormatividad en el embarazo adolescente

Irene Del Mastro

Identidades trans femeninas en el Perú: entre la vulnerabilidad y la resiliencia

Ximena Salazar

“Ni con los tacones más altos estás a mi altura”. El dragqueenismo limeño y la transformación de capitales

Iván Villanueva Jordán

V. Testimonio

La guerra contra el enfoque de género en el Congreso de la República

Alberto de Belaunde de Cárdenas

Autores

Introducción

Wilson Hernández Breña

El género desborda la realidad que vemos y percibimos, pero una parte de nuestra sociedad sigue sin entenderlo. Existe la tendencia a reducir el género a lo que le pasa a la mitad de la población (mujeres) como oposición a la persona universal erróneamente asumida como género masculino (Beauvoir, 2009 [1949]). También se tiende a homogeneizar a las mujeres como grupo (Mohanty, 2009), confundiendo sexo con género y desestimando la situación de otros grupos (como el LGTB y el de adultos mayores) o la intersección del género con otras características de vulnerabilidad (clase, etnia, ruralidad y edad, por ejemplo). Este libro, publicado por la Universidad de Lima y el Consorcio de Investigación Económica y Social (CIES), es el primero de su tipo en el país, concebido con el fin de reunir investigaciones empíricas, desde lo cualitativo y lo cuantitativo, para dar cuenta de tales vulnerabilidades y contextos en los que opera el género.

La insuficiente comprensión sobre el género y sus implicancias en la vida cotidiana no son el único problema. Está también la falta de interés en investigar el tema y en introducir esta categoría a las investigaciones existentes. En uno u otro caso, comprender así el género da sentido a lo que Brenot (2008) denomina violencia ordinaria de los hombres hacia las mujeres. Las representa como agresiones que cruzan los aspectos sexual, físico, verbal y simbólico para establecer vínculos con una sociedad ciega y cómplice, y la forma en que —parafraseando a Simone de Beauvoir— no se nace hombre, sino que también se llega a serlo.

Coincidimos con Beauvoir (2009 [1949]) en el sentido de que el cuerpo es una situación que precede al sexo. La construcción social del género está marcada por un sinnúmero de estímulos e influencias anclados en la persona, sus pares, sus terceros, en las interacciones y en la sociedad en su conjunto. La igualdad de género implica un proceso de significación y resignificación en el discurso diario y también en el político, ambos factibles de verse influenciados desde políticas públicas inclusivas. Como señala Butler (2007), la oposición binaria entre hombres y mujeres en los discursos políticos se ha empleado como una estrategia con prácticas significantes que reifican la oposición entre hombre y mujer como una necesidad. Generar información para la significación y resignificación del género en lo político contribuye en diversos aspectos, señalados por la misma Butler, como la capacidad de acción.

El sexo y el género han funcionado como categorías excluyentes y de exclusión. Desde el estigma, lo que ha operado es clasificar a esos “otros” bajo una jerarquía que formalmente los considera iguales, pero no deja de tener una doble inserción que influye de forma limitante y que se reproduce no mecánicamente, sino por la acción de sus actores (Segato, 2003). De ahí que se haya hecho referencia a la inclusión diferenciada como una forma de señalar que esos “otros” están, comparten y gozan de ciertos beneficios, pero nunca en su total dimensión.

El género implica una modalidad de relación social en la que fabricamos cuerpos y producimos hombres y mujeres según una lógica esencialmente relacional y no anclada en la esencia natural de hombres o mujeres (Théry, 2008). En esas relaciones, hombre y mujer se vieron como parte complementaria del debate desde muy temprano, con el concepto de género (Scott, 1986), en el que se encastran los sistemas de dominación y sus extensiones —familia, trabajo, relaciones, etcétera— y crean efectos desfavorables para mujeres, lesbianas, gais, transexuales, bisexuales, etcétera.

En el Perú, según Fuller (2002), el sistema de género se basa en una fuerte segregación de roles que ha partido de dobles estándares para hombres y mujeres, para así atribuir a los primeros el poder sobre ellas en campos de dominio público, como la política y la economía, y también en el hogar. Sin embargo, según la misma Fuller, estos esquemas se han venido desmoronando en las últimas décadas gracias a un proceso de modernización que “ha socavado su estructura social tradicional” (Fuller, 2002, p. 40). Aun así, las diferencias, disparidades e injusticias alrededor del género siguen vigentes, y muchas veces en ámbitos que no siempre son advertidos, como se da a conocer en varios de los capítulos de este libro.

En este punto, es justo señalar lo que para Fraser (2007) es justicia “normal”, ya que nos permite distinguir entre aquellas formas de injusticia que hemos normalizado, pero en las cuales la voz del sujeto en cuestión tiende a estar constantemente subordinada. Según Fraser, la justicia “normal” aparece en la conjunción de varios hechos: supuestos ontológicos compartidos, entendimiento usualmente limitado de la ciudadanía, delimitación del universo de intereses y preocupaciones por parte de la comunidad política, y aquellos supuestos teórico-sociales respecto del espacio en el que surgen las preguntas sobre justicia y se alimentan las injusticias. Esta justicia “normal” solo puede ser calificada así, en tanto es una expresión de la marginación y el statu quo de quienes siempre han decidido. Así, diversos aspectos, como la distribución del tiempo en las tareas del hogar o la migración de retorno femenina, calzan en aquellos arreglos que hemos normalizado sin cuestionar su esencia problemática para las mujeres.

La normalidad de la justicia contrasta con la característica instrumental que Young (2000) le atribuye a la democracia. Es un sistema que exige mucho de las personas, pero solo para obtener resultados inciertos. Sin embargo, el gran aporte de la democracia es ser instrumento para un doble objetivo: limitar a quienes toman decisiones de los abusos de poder y las tentaciones inevitables, e influir en las políticas públicas útiles para servir y proteger determinados intereses.

En el momento actual, discutir sobre género se ha vuelto no solo necesario, sino un campo de batalla que requiere ir mucho más allá de posicionamientos teóricos, los cuales, aun siendo muy importantes, no son suficientes para evidenciar vulnerabilidades, posiciones de dominación y afectaciones, que muchas veces se conocen, pero no se documentan o se ignoran por completo. Por ello, es una necesidad generar evidencia para respaldar o evaluar varias teorías, sobre todo porque cada vez con más frecuencia las políticas públicas exigen partir de hechos demostrados para crear proyectos, atender pedidos y extensiones presupuestales, o incluso convencer a determinados actores públicos y políticos de que el problema existe, continúa y es grave.

Es sabido que en la discusión tanto sobre género como sobre los ­problemas de desigualdad y marginación ha habido énfasis en cuestionar la dicotomía hombres-mujeres referida al sexo y en plantear un concepto —género— que permite incluir a quienes no están en tal posición binaria. Pero en esa discusión, la mayor parte de la academia se ha centrado en construir y estudiar la agenda de género de las mujeres, sin necesariamente un enfoque interseccional. Aunque las excepciones son notables, son aún pocas. Los esfuerzos dedicados a investigar temas LGBT y a lo que en general se denomina queer studies tienen un desarrollo menor en nuestro país, peor aún desde los estudios con enfoque cuantitativo.

Ampliar nuestra mirada desde este punto de vista distinto nos brinda razones y argumentos para contraponerlos a posiciones binarias sobre el género que, por el contrario, también privilegian emblemas de control, discrecionalidad y libertad desde lo heteronormativo (Sedgwick, 1994) y que también sirven de sostén para afirmar que la institución de la heteronormatividad regula a quienes se mantienen en sus fronteras y, al mismo tiempo, margina y sanciona a quienes escapan de ellas (Jackson, 2006). Importa revisar que la construcción de los géneros no se reduce a la sexualidad y que, por tanto, desde los queer studies existen formas distintas de comprender los procesos de formación de identidad, agencia, maternidad —temas abordados en este libro— u otros procesos de quienes no encajan en el género masculino o femenino.

En el Perú, la investigación en temas de género ha priorizado temas puntuales y urgentes, como la violencia contra la mujer. En línea con lo que señala Davis (2007), algunos de los signos más flagrantes de degradación social son abordados únicamente cuando son de tal magnitud que retan a cualquier solución. Los altos índices de violencia contra la mujer, incluyendo la violencia sexual, han puesto desde hace unos años este tema en agenda. El logro de su impulso ha recaído en y desde el activismo. Aun cuando se han producido investigaciones desde este ámbito y desde la propia academia, estudios de este tipo suelen carecer de un soporte metodológico sólido. Por ello, incluso en este tema de bandera, hay grandes vacíos. Según el propio Ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables (2011), los retos y desafíos para mejorar la investigación atañen a temas esencialmente metodológicos: aplicar encuestas más representativas, incluir el enfoque intercultural, realizar más etnografías, apostar por estudios interdisciplinarios, etcétera. En otras áreas de investigación de género, las carencias son aún más apremiantes. Aunque en los últimos años han aparecido trabajos empíricos importantes (Ames, 2006; Benavides, 2007; Galarza, 2012; Santos, 2014), lo cierto es que representan esfuerzos de continuidad limitada. Estos vacíos y la agenda pendiente recortan nuestra percepción de cómo realmente el género afecta las relaciones políticas, sociales y económicas en el país. Solo por poner algunos ejemplos, conocemos todavía poco de los problemas de la inclusión de las mujeres en los mercados laborales, los programas sociales, la representación política y su calidad, el acceso y las limitaciones a cargos empresariales directivos, así como la transición entre la educación y la vida profesional, su movilidad social, sus condiciones de acceso a la justicia, su seguridad en las calles, maternidades y paternidades, entre otros. Menos aún conocemos cómo es que los derechos de la población LGBT son afectados en esos mismos ámbitos, o qué estrategias de negociación, agencia o confrontación aparecen en ellos. Puede extenderse similar conclusión a adolescentes, niños, niñas, adultos mayores, determinados grupos étnicos, migrantes, entre otros.

Aunque en el Perú el género recibe cada vez más atención, lo cierto es que la investigación en este campo ha producido tres desbalances. Primero, se ha estudiado esencialmente la situación de la mujer dejando de lado al hombre, como productor y reproductor de las reglas, los valores, las representaciones y la estructura que sostienen las desigualdades de género. Segundo, ha contribuido a consolidar el género como un fenómeno dicotómico (mujer-hombre), lo que ha minimizado el espacio para investigar los problemas de otros grupos (LGTB) también afectados por concepciones de género basadas en estereotipos y prejuicios que conllevan a estigmatizaciones y discriminación. Tercero, se le ha dado poca atención a la interseccionalidad; es decir, al efecto de la sobreposición de características de dominación que trastocan la jerarquía habitual de dominación.

Por lo anterior, es urgente generar nuevas evidencias para ver con otros lentes los problemas de género. En esta línea de buscar nuevos enfoques y alcanzar lo interdisciplinario, este libro busca posicionarse como la primera publicación que a la fecha ha abordado en forma comprehensiva, mas no exhaustiva, la temática del género en el Perú bajo tres premisas.

Primero, la característica central en este libro es la producción de evidencia basada en alguna forma de trabajo de campo. Todos los artículos incluidos emplean encuestas, entrevistas, grupos focales, revisión documentaria u otras fuentes que dotan de datos cualitativos o cuantitativos a las hipótesis que transmite cada artículo.

Segundo, la riqueza de los hallazgos acá presentados se deriva no solo de las formas en que la información ha sido recogida, sino también de las diversas disciplinas de quienes los han elaborado. Desde la antropología, sociología, historia, comunicación, psicología y economía, el conjunto de artículos refleja esa riqueza de perspectiva necesaria para dialogar, discutir y generar controversia.

Tercero, el libro reúne artículos con nuevos enfoques en temas habituales, pero también en otros novedosos. Estos enfoques implican partir de una mirada crítica a las teorías y métodos actuales para proponer nuevas mediciones o miradas a problemas nuevos o, en apariencia, demasiado abordados.

En conjunto, estas tres características buscan un valor agregado a lo que se ha escrito sobre género en el Perú. Busca ser un aporte interdisciplinario que, desde la evidencia, los nuevos enfoques y las metodologías diversas, trata el género como un tema que desborda lo económico, social o político y se convierte en un fenómeno cercano a lo que Marcel Mauss (2004 [1950]) definió como hecho social total. Incorporar las dimensiones de género a la comprensión de la vida y relaciones de las personas implica quebrar algunos vacíos importantes que, en el caso peruano, son evidentes a la luz de lo que en otras realidades se ha avanzado.

El libro está estructurado en cuatro grandes bloques. Los primeros tres giran alrededor de la mujer, pero sin el ánimo de poner fuera de la ecuación al hombre. Por el contrario, cada capítulo ubica al hombre, de forma explícita o implícita, como parte complementaria o principal de la representación de relaciones de poder que, en el resultado final, hacen de la mujer objeto de desigualdades y de dominación, así como de agencia y de empoderamiento.

El primer bloque ubica a la mujer en el contexto relacional de cuatro ámbitos e igual número de artículos: pobreza de tiempo, las relaciones en lo indígena, el embarazo adolescente rural y la representación de la femineidad. El artículo de Arlette Beltrán, Pablo Lavado y Brenda Teruya explora las características de la pobreza de tiempo en el Perú y se pregunta si, bajo ese enfoque, las mujeres son más pobres que los hombres. Los autores emplean la Encuesta de Uso del Tiempo y concluyen que las mujeres cargan con más tareas del hogar que los hombres, lo que les quita tiempo para el ocio y el cuidado personal.

En el segundo artículo, Jeanine Anderson presenta un estudio etnográfico que explora algunas dimensiones de las relaciones entre mujeres en cuatro pueblos indígenas de la Amazonía, sin dejar de señalar que tales dimensiones son también influidas por los espacios y relaciones de varones y niños. El trabajo de Jorge Agüero aborda el desafiante tema del embarazo de la mujer adolescente en el Perú rural. Tomando como base casi tres décadas de la Encuesta Demográfica y de Salud Familiar (Endes), Agüero explora la evolución del efecto de la educación sobre los dos grandes factores explicativos de este tipo de embarazo —conocimiento y uso de métodos anticonceptivos modernos—. Este primer bloque cierra con un ensayo que estudia las representaciones de la feminidad en la cumbia. La autora, Eunice Prudencio, analiza un corpus de letras de canciones y videos de este género para poner en evidencia la asociación de estas manifestaciones con mandatos, prácticas y saberes de género que, lejos de siempre reducir a la mujer a una imagen tradicional y sumisa, grafican algunas contradicciones que hablan de la complejidad de ser mujer en el Perú actual.

El segundo bloque de artículos se centra en las mujeres, en el contexto de la violencia: tentativa de feminicidio y prostitución. El artículo de Wilson Hernández, María Raguz y Hugo Morales parte de una fuerte crítica a la falta de coherencia entre las dos fuentes estatales que contabilizan tentativas de feminicidios en el Perú, para luego proponer y estimar, en base a la Endes, el número de mujeres bajo violencia con riesgo de feminicidio. Con este nuevo cálculo, los autores identifican sus factores de riesgo en el marco del modelo ecológico de la violencia.

Este segundo bloque cierra con la etnografía de Sharon Gorenstein, quien, alejándose de la visión de la prostitución como violencia directa, estudia esta actividad en el que es probablemente el prostíbulo más nombrado del Perú: el Trocadero. Gorenstein sostiene que este pequeño mundo está lleno de ambivalencias que reducen a las trabajadoras sexuales a prostitutas, les quitan poder de elección y destruyen expectativas morales y sociales gracias al poder de la transacción monetaria inherente a la prostitución. La autora advierte que ello es el reflejo de sistemas de dominación mayores.

El tercer bloque reúne los artículos que estudiaron a las mujeres en contextos de acción y cambio: representación política, empresa, tecnologías de la información y comunicaciones, migración y espacio público. En el primer artículo de este bloque, Lilian Kanashiro estudia la representación de la mujer en un ámbito poco explorado y haciendo uso de un corpus particular: la propaganda electoral aparecida en los diarios El Comercio y La República durante los procesos electorales generales de 1980 al 2011. Ella concluye que la visibilidad de la mujer ha sido posible gracias al formato publicitario, pero siempre ligada a una agenda conservadora y convencional. En el siguiente artículo, Roxana Barrantes y Paulo Matos se centran en el ámbito de las micro- y pequeñas empresas. Desde ahí se preguntan si el género del propietario influye en la productividad e innovación de su empresa, y si estos dos factores se ven influidos por el balance de género en esta. Emplearon la Encuesta a Micro- y Pequeñas Empresas y hallaron que no solo las mujeres propietarias de mypes tienen más barreras que sus pares hombres, sino que, a mayor participación laboral femenina, mayores índices de innovación. El artículo de Laura León, Aileen Agüero, Gaby Reyes y Fátima Pasquel se concentra en las brechas de género en el uso de las TIC (tecnologías de la información y comunicación). Combinan datos de la Encuesta Nacional de Hogares y grupos focales, y hallan que el uso de internet está diferenciado entre niñas y niños; las primeras buscan con mayor frecuencia entretenimiento, socialización y actividades educativas, al mismo tiempo que temen más por acciones que las violenten. En el siguiente artículo, Lucila Rozas aborda la migración de retorno de mujeres de clase media baja al Perú. La autora se vale de entrevistas y enfoca la migración de retorno no como un fracaso, sino dentro de una idea compleja en la que las mujeres no siempre regresan a ocupar posiciones subordinadas, puesto que en el exterior ganaron agencia, ideas, creencias y prácticas que cuestionan las escalas de poder tradicional en la familia y en lo individual. Este tercer bloque cierra con el trabajo de Juan Espinoza. Desde la historia, Espinoza estudia las representaciones femeninas en el espacio público vistas a través de la revista limeña Variedades, entre los años 1908 y 1920, periodo que calza con el contexto de modernización económica y cultural del Perú de entonces. Las representaciones se mueven en un doble registro que enfatiza la performance de las mujeres en lo público, en el deporte, lo intelectual, político y laboral, pero simultáneamente concilia los cambios modernizadores con valores tradicionales.

En el último bloque se congregan artículos que conciernen a la población LGBT. Más que un tema, los une un grupo y su condición de vulnerabilidad, asumida o contestada. Los artículos aquí incorporados expresan lo complejo de las vulnerabilidades en esta población, pero también la falta de homogeneidad en una agenda de investigación que apenas viene siendo explorada en el país. El ensayo de Irene Del Mastro estudia el efecto de la heteronormatividad sobre el embarazo adolescente. La autora sostiene que las adolescentes lidian con las normas rígidas de la heteronormatividad y su validación con la maternidad temprana, mediante comportamientos de riesgo que las llevan al embarazo adolescente. Las identidades trans femeninas son el tema central del artículo de Ximena Salazar. Sobre la base de una serie de entrevistas, concluye que la identidad trans está constreñida por los discursos sociales que erigen estigmas y vergüenzas, pero que también abren paso a la constitución de una identidad de género asumida y expresada en el cuerpo como núcleo de vulnerabilidades, pero también de agencia. El libro cierra con el trabajo de Iván Villanueva sobre el dragqueenismo limeño y la transformación de sus recursos (capitales). A más uso de sus recursos —sostiene Villanueva—, menos posibilidad de tachar a la drag queen como el otro o el “loco”. Pero, más allá de los capitales intercambiables, la preocupación está en construir un capital simbólico que garantice su práctica o existencia para que pueda desenvolverse como drag queen.

Este libro no pretende abarcar todos los temas en torno al género. Por el contrario, este esfuerzo colectivo está determinado por los trabajos y los enfoques que cada autor y autora han considerado en su artículo. Es preciso destacar que varios de estos esfuerzos son resultado de tesis de maestría y doctorado, otros son proyectos que se concretaron gracias a fondos de investigación, y los demás son fruto de la voluntad de investigar solo por el compromiso de decir algo importante sobre aquello en lo que hacía falta evidencia, que a muchos les importa y pocos conocen. En esa línea, sin duda, dejamos temas sin tratar (mercados laborales, vida en el hogar, espacio político, formación de masculinidades, violencia en parejas LGBT, violencia hacia adultos mayores y menores de edad, apoyo psicológico a víctimas de violencia, servicios policiales y de justicia, estereotipos y medios de comunicación, etcétera) que constituyen una agenda pendiente, pero también, en la mayoría de los casos, representan vacíos en los que poco —teórica o empíricamente— se ha hecho.

Al margen de lo anterior, consideramos que los quince artículos acá presentados son una contribución importante. Estos trabajos, por su evidencia, enfoque y metodología, así como por su aspiración crítica y novedad, brindan información relevante para complementar y ampliar la perspectiva de políticas públicas nacionales, regionales y locales, y también la construcción de una sociedad civil y una opinión pública más informada.

Finalmente, expresamos nuestro reconocimiento al auspicio del Consorcio de Investigación Económica y Social (CIES) a la presente publicación. Durante los últimos años, el CIES ha estado promoviendo el análisis y la perspectiva de género en sus concursos anuales de investigación, así como en sus labores de capacitación, diseminacion e incidencia. En ese marco, la Universidad de Lima y el CIES encontraron un terreno común para cooperar en la coedición de este libro. Ambas instituciones esperan contribuir así a fomentar la discusión académica y el debate de políticas públicas sobre este trascendental tema.

Referencias

Ames, P. (2006). Las brechas invisibles. Desafíos para una equidad de género en el Perú. Lima: Instituto de Estudios Peruanos, Fondo de Población de las Naciones Unidas, Universidad Peruana Cayetano Heredia.

Beauvoir, S. (2009) [1949]. The second sex. Nueva York: Vintage.

Benavides, M. (2007). Lejos (aún) de la equidad: la persistencia de las desigualdades educativas en el Perú. En Grupo de Análisis para el Desarrollo, Investigación, políticas y desarrollo en el Perú (pp. 457-483). Lima: Grade.

Bereni, L., Chauvin, S., Jaunait A., y Revillard, A. (2008). Introduction aux Gender Studies. Manuel des études sur le genre. París: De Boeck.

Brenot, P. (2008). Les violence ordinaire des hommes envers les femmes. París: Odile Jacob.

Butler, J. (2007). El género en disputa. Barcelona: Paidós.

Davis, A. (2007) [1983]. Femme, race et clase. París: Des Femmes Antoinette Fouque.

Fraser, N. (2007). Abnormal justice. En K. Appiah, S. Benhabib, M. Young y N. Fraser, Justice, Governance, Cosmopolitanism, and the Politics of Difference (pp. 117-147). Berlín: Humboldt-Universität zu Berlin.

Fuller, N. (2002). Masculinidades. Cambios y permanencia. Lima: Pontificia Universidad Católica del Perú.

Galarza, F. (2012). Discriminación en el Perú: exploraciones en el Estado, la empresa y el mercado laboral. Lima: Universidad del Pacífico.

Jackson, S. (2006). Gender, sexuality and heterosexuality. The complexity (and limits) of heteronormativity. Feminist Theory, 7(1), 105-121.

Mauss, M. (2004) [1950]. Essai sur le don. París: Presses Universitaires de France.

Ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables. (2011). Estado de las investigaciones sobre violencia familiar y sexual en el Perú. 2006-2010. Lima: Programa Nacional contra la Violencia Familiar y Sexual.

Mohanty, C. (2009). Sous le regard de l’Occident: recherche féministe et discours colonial. En E. Dorlin (ed.), Sexe, race, clase. Pour une épistémologie de la domination (pp. 155-172). París: Presses Universitaires de France.

Santos, M. (2014). La discriminación racial, étnica y social en el Perú: balance crítico de la evidencia empírica reciente. Debates de Sociología, (39), 5-37.

Scott, J. (1986). Gender: A Useful Category of Historical Analysis. The American Historical Review, 91(5), 1053-1075.

Sedgwick, E. (1994). Tendencies. Londres: Routledge.

Segato, R. (2003). Las estructuras elementales de la violencia. Ensayos sobre género entre la antropología, el psicoanálisis y los derechos humanos. Buenos Aires: Universidad Nacional de Quilmes.

Théry, I. (2008). Pour une anthropologie comparative de la distinction de sexe. En I. Théry y P. Bonnemère (Eds.), Ce que le genre fait aux personnes (pp. 15-43). París: École des Hautes Études en Sciences Sociales.

Young, I. (2000). Inclusion and democracy. Oxford: Oxford University Press.

I

Mujeres en lo relacional

Caracterización de la pobreza de tiempo en el Perú: ¿son las mujeres las más pobres?

Arlette Beltrán

Universidad del Pacífico, Departamento de Economía

Pablo Lavado

Universidad del Pacífico, Departamento de Economía

Brenda Teruya

Centro de Investigación de la Universidad del Pacífico

1. Introducción

El concepto de pobreza de tiempo identifica como pobres a aquellas personas que asignan mucho tiempo a realizar demasiadas tareas durante el día y no pueden destinar un mínimo de horas a actividades relacionadas con el ocio o el cuidado personal (Zacharias, Antonopoulos y Masterson, 2012). Esta situación debería incluirse en el cálculo de cualquier medida de bienestar de un individuo, dado que no solo interesa que una persona acceda a los ingresos o bienes de consumo que le permitan satisfacer sus necesidades básicas, sino también que tenga el tiempo necesario para disfrutar de ellos.

Al calcular la pobreza monetaria en función de la canasta básica de consumo, se asume que el individuo, además de desempeñarse en el mercado laboral, tiene tiempo para realizar otras actividades, como preparar sus alimentos o descansar. Por lo mismo, sería interesante establecer qué características tienen las personas pobres de tiempo, dado que aquellas que tienen carencias monetarias han sido muy bien identificadas en distintos estudios y mediciones. El resultado podría ser útil para diseñar políticas públicas que tengan en cuenta las restricciones de tiempo de las personas sin involucrar a la mano de obra no remunerada de la familia para alcanzar los objetivos de dichas políticas. Ese sería el caso de programas como Vaso de Leche, Comedores Populares, Juntos (transferencias monetarias condicionadas), entre otros, que requieren el concurso activo del beneficiario para poder llevar ayuda a los más necesitados. En este sentido, cabe resaltar que los hogares pobres monetarios y pobres de tiempo se enfrentan a disyuntivas más complicadas que los hogares que no son pobres de tiempo, porque no pueden disponer de horas adicionales para contrarrestar sus restricciones financieras.

Una de las características más importantes de los pobres de tiempo es que tienen rostro de mujer, ya que los roles de género, que determinan los deberes, las prohibiciones y los comportamientos de las personas que pertenecen a un sexo determinado, suelen discriminar en contra de las mujeres: son ellas quienes llevan principalmente la carga de las tareas domésticas (no remuneradas). En ese sentido, el presente trabajo busca caracterizar la pobreza de tiempo, identificando quiénes son aquellas personas que sufren principalmente de este mal y mostrando hasta qué punto son las mujeres quienes se ven afectadas por dicho problema.

El texto se divide en seis partes: la introducción; el marco teórico, que expone el modelo económico a partir del cual se analiza la pobreza de tiempo; la revisión de la literatura empírica más reciente que ha trabajado el tema de pobreza de tiempo desde diversos objetivos y dimensiones; la metodología de estimación y la descripción de la base de datos utilizada; los principales resultados cuantitativos, y las conclusiones.

2. Marco teórico

El concepto de pobreza ha evolucionado durante los últimos años. Su definición más tradicional hace referencia al estado en el cual un individuo carece de los recursos monetarios necesarios para adquirir una canasta básica de consumo, tanto de alimentos como de otros bienes (Hagenaars y De Vos, 1988). Estos recursos monetarios se reciben en compensación por el tiempo asignado a una labor remunerada en el mercado laboral. El tiempo que un individuo dedica al trabajo remunerado dependerá de sus preferencias y restricciones, y restará horas disponibles a las actividades domésticas, el cuidado personal y el ocio. Los modelos microeconómicos de asignación de tiempo en el hogar valoran el ocio y la producción dentro de la casa. Recientemente se están tomando en cuenta estas valoraciones desde una perspectiva macroeconómica, a fin de incluirlas en las cuentas nacionales1. Esto ha llevado a desarrollar el concepto de pobreza de tiempo más allá de la simple medición monetaria.

Los pobres de tiempo son aquellas personas que asignan mucho tiempo a realizar demasiadas tareas durante el día, como el trabajo remunerado o las labores del hogar, por lo que no pueden destinar un mínimo de horas a actividades relacionadas con el ocio o el cuidado personal (Zacharias et al., 2012; Beltrán y Lavado, 2015). Para comprender la relevancia de este concepto debe tenerse en cuenta que los individuos con menos tiempo están extremadamente presionados y se enfrentan a disyuntivas más complicadas que los no pobres de tiempo (Bardasi y Wodon, 2006). La situación se agrava si los pobres de tiempo son además pobres monetarios, ya que tienen que sacrificar su tiempo de ocio para destinar más horas al trabajo remunerado2.

Resulta importante evaluar la pobreza de tiempo junto con la pobreza monetaria, a fin de tener una visión más clara de los problemas y las restricciones que enfrenta una familia. Si solo evaluamos la pobreza monetaria, estaremos partiendo de dos supuestos cruciales: que en los hogares se invierte cierta cantidad de tiempo para lograr un estándar de vida deseado y que el tiempo restante es suficiente para el cuidado personal y el ocio (Zacharias et al., 2012). Para ilustrar el concepto conviene comparar dos hogares pobres monetarios en donde solo uno de ellos enfrenta también la pobreza de tiempo; el problema de este último es que no podrá ni siquiera intercambiar bienes de producción doméstica (no tiene el tiempo para ello) a fin de acceder a bienes de mercado que le permitan aliviar sus carencias monetarias (Beltrán y Lavado, 2015). Dada esta complementariedad de las definiciones de pobreza, Vickery (1977) sostiene que una política que busca aliviar la pobreza monetaria sin tener en cuenta la pobreza de tiempo estaría discriminando en contra de los hogares donde son pocas las personas que pueden realizar las actividades del hogar, como aquellos donde hay un solo adulto.

Para calcular la pobreza de tiempo en el caso peruano, Beltrán y Lavado (2015) utilizan la metodología de Zacharias et al. (2012), en la que el punto de partida es una identidad que iguala el total de horas de la semana (168) a aquellas que se dedican a las diversas tareas que realiza la persona i: actividades productivas en el mercado laboral (Li), actividades del hogar (Ui), cuidado personal (Ci) y ocio (Vi):

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El déficit de tiempo determina cuántas horas al día le faltan a una persona para completar las labores mínimas de cuidado personal. La forma de hallarlo consiste en restar de las 168 horas de la semana el mínimo de horas que debieran utilizarse en el cuidado personal y en las actividades reproductivas no sustituibles (M), es decir, aquellas que no se pueden comprar en el mercado, como el tiempo de conversación entre padres e hijos. Luego se restan las horas de actividades sustituibles en el mercado (R), como cocinar o lavar, las que, para todo fin práctico, podrían encargarse a un tercero por un salario. Finalmente, se resta el trabajo remunerado que se realiza en el mercado:

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M, Lij y Rij suelen obtenerse de información recogida a través de encuestas de uso del tiempo, como la que se llevó a cabo en el Perú en 2010. El coeficiente αij captura disparidades en la división de las tareas del hogar y se calcula como la proporción de tiempo efectivo que el individuo i destina a las actividades sustituibles en su hogar j. Las horas dedicadas a algunas actividades no sustituibles, como el ocio, que en muchos casos no se pueden calcular con esa encuesta, provienen de estándares mínimos propuestos por Vickery (1977)3. Finalmente, diremos que un individuo tiene déficit de tiempo si es que Xij es menor que cero y en tal situación será considerado como pobre de tiempo.

En cambio, si se deseara calcular el déficit de tiempo por hogar, se sumará el que ostenta cada uno de sus miembros, siempre que Xij sea negativo, es decir:

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De acuerdo con esta metodología, no se considera que una persona con superávit pueda compensar el déficit de otro integrante en la familia. De esta manera, un hogar será pobre de tiempo si al menos uno de sus miembros lo es4.

3. Revisión de literatura

La pobreza de tiempo se ha estudiado cada vez más en los últimos años y se ha tratado de estimar bajo diferentes enfoques. Además, se ha logrado caracterizar a aquellas personas que pueden considerarse pobres de tiempo en función de su edad, sexo, composición de su hogar y acceso a programas sociales. A continuación, revisaremos algunos de estos trabajos, especialmente aquellos en donde hay una mención explícita sobre las diferencias de género de este problema.

El hecho de ser mujer está muy relacionado con la pobreza de tiempo, de acuerdo con Arora (2015), ya que las mujeres tienen menos flexibilidad para asignar su tiempo que los hombres, lo que las hace más vulnerables a dicha situación y podría terminar perpetuando, también, su condición de pobreza monetaria. Para determinar la pobreza de tiempo, el autor usó la metodología Foster-Greer-Thorbecke, que consiste en calcular tres medidas: a) el conteo de pobres (headcount index); b) la distancia a la línea de pobreza, que mide su magnitud, y c) la determinación de la distancia al cuadrado de la línea de pobreza, que aproxima su dispersión. Asimismo, tuvo en cuenta la encuesta de uso del tiempo realizada en Mozambique, en el 2013, y logró diferenciar entre la pobreza con actividades simultáneas y sin ellas; la importancia de esta distinción radica en que las mujeres suelen realizar varias actividades a la vez, como cuidar a los niños mientras preparan la comida o lavan la ropa. Descubrió que cuando se consideran actividades simultáneas, la brecha de género en contra de la mujer se incrementa.

Bardasi y Wodon (2006) resaltaron la importancia de la pobreza de tiempo al afirmar que el bienestar de las familias lo determina el ingreso (o consumo), pero también la disponibilidad de tiempo. Estimaron la probabilidad de ser pobre en función de diversas variables del hogar y del área geográfica donde vive la persona y diferenciaron los cálculos según el sexo. A partir de la encuesta de uso del tiempo realizada en Guinea (2002-2003), en la Encuesta Integrada Básica para la Evaluación de la Pobreza (EIBEP, por sus siglas en francés), encontraron que, en general, las mujeres trabajan más horas que los hombres. En el mismo estudio se exploró el efecto que tiene la presencia en el hogar de niños entre 6 y 14 años sobre la pobreza de tiempo y hallaron que, si bien ellos necesitan más tiempo del adulto que los cuida, constituyen también una ayuda importante en el hogar. De esta manera, concluyeron que los niños reducen la pobreza de tiempo en el hogar, ya que alivian el trabajo doméstico. Sin embargo, dicho resultado no es definitivo debido a los problemas en la recolección de actividades simultáneas.

En un trabajo más reciente, Bardasi y Wodon (2009), utilizando la misma base de datos de su estudio anterior para Guinea, compararon los perfiles de pobres bajo dos definiciones: los pobres de tiempo, sin importar la pobreza monetaria, y los pobres en ambos aspectos, separando hombres y mujeres en cada caso. El principal resultado es que las mujeres suelen estar peor en ambas definiciones. Respecto del número de hijos, identificaron dos efectos que se contraponen: los niños pequeños demandan más tiempo de cuidado, mientras que los mayores colaboran en las tareas domésticas.

El estudio de Gammage (2011) en Guatemala analizó la relación entre transferencias condicionadas y la pobreza de tiempo. El análisis utilizó la Encuesta Nacional de Condiciones de Vida (ENCOVI) del 2000, que incluye un módulo de uso de tiempo. En particular, analizó el programa Mi Familia Progresa desde una perspectiva de género, enfocándose tanto en la pobreza de tiempo como en la de ingresos y concentrándose en determinar el impacto de las transferencias condicionadas en la incidencia y la gravedad de la pobreza de tiempo. El principal resultado fue que, a pesar de que las transferencias condicionadas han sido satisfactorias para reducir de manera inmediata la pobreza de ingresos, también pueden incrementarla, dado que cumplir con la condicionalidad impuesta por estos programas requiere invertir más tiempo, por ejemplo, para llevar a los niños a un establecimiento de salud. Finalmente, observó que hay más mujeres que reportan trabajar más allá que la línea de pobreza de tiempo.

Un trabajo de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OECD, por sus siglas en inglés) (2013) utilizó el Estudio Multinacional sobre el Uso del Tiempo (MTUS, por sus siglas en inglés) de diversos años entre fines de los noventa y principios del 2000, para Canadá, Holanda, Estados Unidos, España, Dinamarca, Alemania, Noruega, Eslovenia, Francia, Austria e Israel. Buscaba capturar diferencias de género relevantes en el bienestar, sosteniendo como hipótesis que dichas diferencias se han ido reduciendo con el paso del tiempo. Para probarlo calculó el tiempo discrecional por día (el tiempo disponible total en un día menos el tiempo de trabajo remunerado, no remunerado y cuidado personal) y consideró que una persona era pobre en tiempo si disponía de menos del 60 % de la mediana de tiempo discrecional. Sus resultados mostraron que las mujeres tienen menos tiempo discrecional y son más pobres de tiempo. Además, los hijos menores de 18 años restaban tiempo discrecional y aumentaban la pobreza de tiempo, al igual que el hecho de estar empleado en el mercado laboral.

Vickery (1977) ofreció una definición de pobreza con dos dimensiones que pueden estar interconectadas, la de ingreso y la de tiempo, y luego definió la pobreza voluntaria e involuntaria. Los pobres voluntarios eran aquellos que cambiando la asignación de tiempo en el mercado laboral y no laboral podrían potencialmente salir de la pobreza. Los pobres involuntarios eran aquellos que, a pesar de cambiar su asignación de tiempo, se mantendrían en una situación de pobreza. Utilizando una base de datos elaborada por Kathryn Walker en 1967, a partir de un estudio de 1400 hogares de Estados Unidos que incluye el tiempo específico utilizado por cada individuo durante el día, calibró los umbrales necesarios de tiempo a partir de los cuales una persona es pobre involuntariamente; luego, determinó el total de personas que estarían bajo las líneas de pobreza encontradas. Argumentó que los esquemas de ayuda social que definen la pobreza en términos solo de dinero crean desigualdades entre hogares de distinto número de adultos, y que muchas familias pobres no podrán salir de la pobreza por sus propios medios. Por ello, sin ayuda económica, muchas madres solteras no serían capaces de ganar lo suficiente en un trabajo a tiempo completo para mantener a sus hijos.

Zacharias et al. (2012), en su estudio para Argentina, Chile y México5, sostienen que muchas personas experimentan la presión del tiempo, que no son pocos los casos en los que esta induce a la pobreza y que, sin embargo, es invisible para las líneas oficiales de pobreza e incluso para su medición multidimensional. A fin de incorporar la dimensión temporal en el cálculo de la pobreza, identificaron el tiempo y dinero que requiere un individuo para sobrevivir, y establecieron qué individuos están bajo dichos requerimientos. Con ese propósito, modificaron el ingreso y monetizaron la pobreza de tiempo. De manera concreta, el hogar es pobre si no tiene suficiente dinero para comprar la canasta básica o los sustitutos necesarios (según la Medida de Pobreza de Ingreso y Tiempo de Levy Institute [LIMTIP, por sus siglas en inglés]). Descubrieron que la diferencia entre la pobreza LIMTIP y la oficial es considerable y que las estadísticas oficiales subestiman las necesidades de los pobres, especialmente en el caso de familias con niños menores de seis años.

En resumen, podemos observar que la literatura ha tomado la pobreza de tiempo como variable explicativa y como concepto por explicar. Algunos estudios (Arora, 2015; Bardasi y Wodon, 2006, 2009; y OECD, 2013) aplican la metodología Foster-Greer-Thorbecke en el sentido de que no solo se interesan por contar el número de pobres, sino también por cuantificar qué tan pobres son respecto de un estándar fijado. El presente trabajo también tiene esa característica, pues incluye el cálculo del déficit de tiempo. Otros trabajos, como Bardasi y Wodon (2009), Gammage (2011), Zacharias et al. (2012) y Ghosh (2016), integran los conceptos de pobreza monetaria y pobreza de tiempo para encontrar las situaciones en las que un individuo enfrenta una mayor vulnerabilidad. Este estudio no compara ambas relaciones, sino que se concentra en la pobreza de tiempo únicamente. Asimismo, se interesa por caracterizar esta dimensión de la pobreza y especialmente su enfoque de género.

4. Metodología

4.1 Estimación de la pobreza de tiempo

Con el objetivo de estudiar las diferencias de género del déficit y la pobreza de tiempo, se estimará un modelo para cada fenómeno. El primero caracteriza el déficit:

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Donde Yi es el déficit de tiempo de la persona, medido en horas, tal como fue definido en (2)6. La variable explicativa de interés es el sexo del individuo7. Se estima por mínimos cuadrados ordinarios.

El segundo modelo caracteriza la pobreza de tiempo:

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Donde Zi es una variable dicotómica que toma el valor de 1 si es que el i-ésimo individuo es pobre de tiempo, y 0 de otro modo. El método de estimación utilizado fue un logit binomial8.

En ambos casos, se trabajaron regresiones específicas distinguiendo por área geográfica y terciles de ingreso. El análisis se concentró solamente en los jefes de hogar o sus cónyuges bajo el supuesto que, al ser los responsables de la conducción de la casa, la pobreza de tiempo es más relevante (y posiblemente más evidente) en ellos que en los otros miembros del hogar.

Para calcular cómo afecta el sexo a la pobreza de tiempo no basta con observar los coeficientes resultantes asociados a dicha variable. En el caso del segundo modelo, es interesante estimar la probabilidad de ser pobre de tiempo según el sexo. Para ello, primero se determinará por separado la probabilidad de ser pobre de tiempo para una mujer y para un hombre, ambos con las características del promedio; luego se calculará la diferencia entre ambos en puntos porcentuales; ello se conoce como el efecto impacto del sexo (EIsexo). En particular:

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En el caso del modelo de déficit de tiempo, que se estima con el método de MCO, el EI del sexo será directamente el parámetro β estimado que se asocia a dicha variable.

4.2 Descomposición de Oaxaca-Blinder

Además de medir las diferencias de género en la pobreza y déficit de tiempo, se busca estimar de dónde provienen dichas diferencias. Para ello se propone llevar a cabo una descomposición del déficit de tiempo utilizando la metodología de Oaxaca (1973) y Blinder (1973), la cual permite identificar un efecto diferenciado entre las características observables o dotaciones de los individuos y aquellas que no son observables. Una de las explicaciones más comunes del componente inobservable es la discriminación: parte del déficit se explicaría porque las mujeres se encuentran discriminadas tanto en el mercado laboral (discriminación negativa) como en el trabajo dentro del hogar (discriminación positiva). Formalmente, sea la siguiente cualquiera de las dos especificaciones de pobreza utilizadas:

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donde i = hombre, mujer. Restando los resultados para Y entre hombres y mujeres:

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sumando y restando a la derecha el término XhBm:

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y reordenando:

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El primer sumando de la derecha de (10) representa las características observables X que explican la diferencia de la pobreza de tiempo entre hombres y mujeres (su diferencia en dotaciones o magnitudes para las variables explicativas; por ejemplo, en qué medida hablan castellano, qué tanto gastan, qué edad tienen, etcétera). La parte inobservable muestra cómo cambia el efecto de la variable explicativa por el hecho de ser hombre o mujer (es el diferencial de los betas observados)9.