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Esas que también soy yo

Nosotras escribimos

VV.AA.

Edición: Carmen Peire, Isabel Cienfuegos

Esas que también soy yo

Primera edición, 2019

© Angelina Muñiz-Huberman, © Cristina Peri Rossi, © Bárbara Darder, © Mariví Antón, © Marga Cancela Negreira (representada por la Agencia Literaria de Ángeles Martín), © Matilde Tricarico, © Begoña Alonso, © Rosa Montero (representada por la Agencia Balcells), © Carmen Peire (representada por la Agencia Literaria de Ángeles Martín), © Pilar Gómez Esteban, © Julia Otxoa, © Carmen Vega, © María Tena (representada por la Agencia Literaria de Ángeles Martín), © Elena Casero, © Gloria Fernández Rozas (representada por la Agencia Literaria de Ángeles Martín), © Inmaculada de la Fuente, © Isabel Cienfuegos, © Lola López Mondéjar, © Carmen Dorado Vedia, © Violeta Rojo, © Almudena Grandes, © María José Codes (representada por la Agencia Literaria de Ángeles Martín), © Alena Collar, © Carola Aikin, © Marian Torrejón, © Nuria Barrios, © Cristina Grande, © Silvia Eugenia Castillero, © Yolanda González (representada por la Agencia Literaria de Ángeles Martín), © Inma Porcel, © Eva Manzano, © Maite Núñez, © Eva Losada Casanova, © Marta Sanz, © Viviana Paletta, © Elena del Hoyo, © Maya García Vinuesa, © Ana Grandal, © Ester González (representada por la Agencia Literaria de Ángeles Martín), © Carmen Domingo, © Cristina López Barrio© Esther Panduro, © Ana Lía de Urán, © Gemma Pellicer, © Sonia Aldama Muñoz, © Lourdes Pinel, © Berta Delgado Melgosa, © Nuria Sierra Cruzado, © María Fernanda Ampuero (derechos cedidos mediante acuerdo con International Editors’ Co), © María Villa, © Sara Morante, © Gloria Fortún, © Marina Perezagua ( representada por la Agencia Casanova y Llynch), © Mariana Torres, © Gema Nieto Jiménez, © Cristina Morales, © María Cano, © Paloma Caramelo, © Lucía Sánchez, © Lucía García Díaz Miguel, © Isabel Gómez Liebre, ©Flavia Totoro, © Ángela Lergo, ©Antonia Santolaya, © Isa del Cañizo.

Diseño de portada:

© Victoria Cienfuegos.

Imagen de portada: «Paradoja» (óleo y esmalte sobre tela. 1,45 x 1,45 m.). Serie LILIPUT © 2017. Isabel Gómez. Fotografía ©Arteaga.

© Editorial Ménades, 2019

www.menadeseditorial.com

ISBN: 978-84-120204-7-2

en colaboración con

PRÓLOGO A LA ANTOLOGÍA

La narrativa femenina está en ebullición. Novelistas, cuentistas, aforistas, ensayistas, periodistas, emergen en el panorama literario, jóvenes y no tan jóvenes. Algunas de ellas son muy conocidas por el gran público, otras, con muchos años literarios a sus espaldas, de repente saltan a la palestra y el público, sorprendido, se pregunta de dónde sale esta «nueva» autora. La mayoría se asoma a las librerías con sus publicaciones de manera tímida, durante un tiempo, para luego desaparecer y verse descatalogadas pese a su calidad. Esto también les sucede a los escritores, aunque a ellas les ocurra más a menudo.

Es cierto que vivimos en un mundo de prisas y eso afecta a la población entera, independientemente de que sean hombres o mujeres. El estrés domina el trabajo, y también los horarios ampliados, la precariedad del mundo laboral, la necesidad de buscarse las habichuelas como sea y un sinfín de cuestiones más. Pero si a eso añadimos que aún la sociedad no ha conseguido repartir los cuidados, que éstos no se han «feminizado», que las mujeres cobran menos que los hombres, vemos cómo todo ello influye y condiciona el proceso creativo femenino. Aun así, escribimos. Y si en muchos casos se han conseguido dos premisas imprescindibles que apuntaba Virginia Woolf, la habitación propia y los recursos económicos propios, hay una tercera que la escritora ya apuntaba y sigue siendo un lastre: tener tiempo, comprar tiempo, dedicar tiempo a la creación. Qué gran reto. Por eso comprobamos que muchas escritoras empiezan a hacerlo en la madurez, cuando se acaba el cuidado de los hijos y luego de los padres, mientras duran las fuerzas y el entusiasmo.

Siempre que hablamos de este fenómeno nos viene a la cabeza la contestación que dio Alice Munro, premio Nobel de Literatura, cuando le preguntaron por qué escribía cuentos y no novelas: se acostumbró a escribir en el horario de la siesta de sus hijas. Argumento revelador que marca cómo se expresa el proceso creativo femenino, da igual de lo que hablemos, aunque en este caso sea de literatura. Sabemos que las redes propician el género corto, pero nosotras aquí hacemos hincapié en otro aspecto, ese que señalaba con tanto acierto Alice Munro: el proceso creativo femenino está marcado, cuando menos, por muchos zigzags desde que se inicia, ya que está influido por aspectos tan vitales como la maternidad, los cuidados, las dependencias, los horarios extralaborales...

Además, como mujeres y escritoras, reivindicamos el CUENTO, así, con mayúsculas. Seis letras que recogen la magia de la narración, desde tiempos inmemoriales hasta ahora. Ese género literario que plasma como pocos la historia de la literatura y su cercanía a la población: el cuento oral, el cuento en las hogueras de la tribu, el cuento en las cocinas de las casas, el cuento en boca de mujeres, el cuento al aire libre o encerrado, el cuento a la hora de la siega, el cuento industrial y en las ciudades, las historias condensadas, perfectas, redondas, transmisoras de sabiduría, experiencia, costumbres y rebeliones. El cuento evolucionado, el poscuento, el microcuento, el nano cuento, el microrrelato, el cuento rayano a la poesía, el cuento que esconde un mundo entero, el cuento que se acerca a la novela. Todo son formas de contar historias. La literatura existe gracias a la tradición oral, y sin la memoria y la presencia de las escritoras, la historia no estaría completa.

El cuento es la forma narrativa por excelencia en países y continentes, también lo fue en España, aunque en la actualidad se lea poco o se desprecie. No hay peor servicio a una forma de expresión tan madura y redonda como que te digan: ¿son cuentos infantiles? O: sí, sí, muy bien los cuentos, pero ¿para cuándo una novela? Muchas de las que están en este libro se consideran, por encima de todo, cuentistas, y es su género favorito de expresión. Es un acto de militancia, es una fórmula expresiva que engancha y crea adicción, que hace leer otros cuentos y nos hace avanzar y experimentar con la literatura. Es una forma narrativa que sabe hablar de nuestro tiempo, en que domina lo intenso, lo breve, lo fragmentado.

Este libro ha sido una iniciativa de AMEIS, Asociación de Mujeres Escritoras e Ilustradoras, que, como dice nuestro manifiesto fundacional, es inclusiva y mixta, y nace con la vocación de destacar en el panorama nacional todo lo relacionado con mujer y literatura, no solo autoras, sean escritoras o ilustradoras, sino también lectoras (imprescindibles), editoras (fundamentales), agentes literarias (nuestras madres), bibliotecarias y profesoras de literaturas (difusoras), libreras (básicas) y un largo etcétera de toda la cadena que consigue que lo que sale de una mente creadora llegue en las mejores condiciones al lector. Hemos tenido también mucho apoyo de bastantes hombres, compañeros de letras o profesores. A todos, nuestro agradecimiento y nuestras puertas abiertas.

En estos últimos meses venimos apoyando otra iniciativa: la creación de una editorial feminista, llamada Ménades, esas mujeres que servían culto al dios Baco y que, en el ardor de sus ritos, eran capaces de destrozar todo lo que se encontraban al paso. La editorial también inicia su andadura y ojalá este libro les sirva para afianzarse en el controvertido mundo de la publicación.

No pretendemos hacer una antología definitiva, sino una exposición, una muestra que, como tal, solo puede ser imperfecta y parcial, pese a los esfuerzos y a los criterios de selección: escritoras actuales que estén en activo, tengan la edad que tengan, y que vivan o tengan una relación estrecha con nuestro país. El éxodo, el exilio, la emigración, han marcado de manera contundente la creación a lo largo del siglo pasado y lo que llevamos del actual, por eso hemos querido también reflejar esa característica, incluyendo a autoras como Angelina Muñiz-Huberman, afincada en México y de padres españoles que se exiliaron después de la Guerra Civil, de la segunda generación del exilio; hay también algunas voces de lo que sería la tercera generación, como Violeta Rojo (Caracas, Venezuela). Hemos incluido, además, escritoras latinoamericanas que en la actualidad se encuentran afincadas en España o que mantienen intensos lazos con nuestro país, como Cristina Peri Rossi, Silvia Eugenia Castillero o María Fernanda Ampuero, por poner un ejemplo. Incluso, ateniéndonos al signo de los tiempos, también está recogida alguna escritora española como Marina Perezagua, que en la actualidad reside en Nueva York. En todos los casos queremos reivindicar la escritura de nuestras autoras, darles su espacio, nombrarlas porque existen, y convertirlas en referentes para futuras generaciones.

El entusiasmo de las autoras ha sido tal, que nos ha compensado las horas invertidas. Digno es resaltar el caso de Angelina Muñiz-Huberman, tan contenta de participar en esta antología que enseguida puso a trabajar lo que ella llama su «horno de microndasrrelatos».

Pedimos disculpas si se nos ha «escapado» alguna autora, que no será, seguro, por falta de méritos sino por fallo nuestro. Hemos dejado libertad absoluta para que nos enviaran el texto o la ilustración que consideraran pertinente. Solo hemos tenido que elegir cuando nos han mandado más de uno. Los relatos que llevan asterisco están publicados y hacemos mención del libro, tal y como piden las autoras. El objetivo de las pequeñas biografías es dar más información de cada autora al lector y que este valore si, por los libros que ha escrito o los premios que ha recibido, quiere indagar más sobre ella. Se pueden consultar al final del libro.

En esta selección hay escritoras consagradas, como Almudena Grandes, Rosa Montero o Marta Sanz. Otras, como la ya mencionada Angelina Muñiz-Huberman o Silvia Eugenia Castillero, tienen un gran reconocimiento en el país que viven y son desconocidas en el nuestro. Justicia es conseguir revertir esta situación. Las hay que están empezando, que son muy jóvenes, y el resto forman parte de lo que podemos considerar «comunidad literaria» frente a la sociedad literaria establecida: mujeres que escriben libros importantes, aunque no sean conocidas del gran público, muchas veces por estar invisibilizadas, otras por ser menos competitivas o estar inmersas en cuidados, y otras veces por algo llamado azar o rueda de la fortuna. Creemos que todas forman un conglomerado, una red imprescindible para que la buena literatura escrita por mujeres crezca y tenga sus mascarones de proa. En un barco cada pieza es imprescindible y todas sirven para sustentar a las otras, para conseguir que la nave literaria avance cada vez mejor.

Acercarnos a todas ellas, mostrar un amplio panorama de temáticas y edades en castellano, romper tabúes sobre la literatura escrita por mujeres, mostrarla cada vez a un público mayor, convencer y seducir, este es el encanto de esta selección. El criterio del orden ha sido cronológico. Discutible como cualquier otro, pero que nos permite seguir rastros e influencias, dar una perspectiva más global de lo que se está escribiendo desde hace unos años hasta hoy.

Más de una persona podrá preguntarse el porqué de una antología exclusivamente femenina. Nuestra primera respuesta sería: ¿y por qué no? Pero si profundizamos, encontramos razones de más peso. Uno de los premios más importantes en el territorio nacional relacionado con la narrativa breve es el Premio Setenil al libro de cuentos publicado. Desde su instauración en el año 2004 hasta la fecha lo han recibido dos mujeres, el resto hombres. ¿Es tan mala la literatura escrita por nosotras? ¿Se indaga lo mismo para buscar escritoras? ¿Qué hace que salgan tan pocas a la luz? La falta de visibilidad es un problema real. Si le preguntas a una escritora cuáles son sus referentes literarios, también hablará más de hombres que de mujeres, porque es lo que hemos mamado, porque ellas no aparecen en los libros de texto, porque no hay tantos referentes. Aunque en la actualidad haya muchas, muchísimas mujeres que escriben, unas mejor, otras peor, pero eso sucede también con los hombres. Por si fuera poco, indagando en otras antologías que han precedido a esta encontramos, en la mayoría de los casos, porcentajes bajos de mujeres, que oscilan entre el quince y el treinta por ciento.

No vamos a analizar aquí el porqué de esta situación, no nos corresponde a nosotras sino a los críticos literarios y a los movimientos sociales. Nuestro objetivo es mucho más modesto: queremos aportar una muestra, un amplio abanico de escritoras de lo breve, cuentistas y microrrelatistas, géneros ambos que, pese a que no ha conquistado al gran público, al menos no tanto como la novela, está mostrando un gran vigor literario.

En cuanto a la temática de los relatos, hay algo que se plasma con total evidencia en estos textos, algunos inéditos y otros ya publicados: no existen temas específicamente femeninos. Y es algo que queremos reivindicar. Las mujeres no somos lerdas o no estamos solo hechas de una mitad. Como seres humanos nos afecta todo lo que es vida, muerte, amor, pasión, odio, política, guerras, memoria, sexo, además de hijos, cuidados, casa… Se puede hacer referencia a la literatura escrita por mujeres, eso sí, pero teniendo en cuenta que la temática de la literatura es universal y que las mujeres escriben sobre cualquier tema. Por tanto, deberíamos ser leídas en condiciones de igualdad tanto por hombres como por mujeres. Contamos también con las ilustraciones de poderosas artistas que han querido resaltar, de los cuentos leídos, lo que más les ha llamado la atención. En algunos casos ha sido al revés: la ilustración ha inspirado el relato. El machihembramiento, como diría Max Aub, entre lo narrado y lo visual, ha enriquecido este libro.

Por último y aunque se salga de lo estrictamente literario, queremos insistir en que el feminismo no es lo contrario que el machismo. El feminismo defiende la igualdad entre todos mientras que el machismo propugna el dominio de los hombres sobre las mujeres. Hay que abrir el mundo a lo femenino y darle valor. O como diría Marina Subirats: «El feminismo es un movimiento de liberación de mujeres y hombres, solo que los hombres todavía no se han dado cuenta».

Carmen Peire, Isabel Cienfuegos,

Sonia Aldama, Adrián Gualdoni

Junta Directiva de AMEIS

(Asociación de Mujeres Escritoras e Ilustradoras)

Facebook: Asociación de Mujeres Escritoras

e Ilustradoras-Festival Oño

Twitter: @ameisasociacion

Instagram: @ameisasociacion

E-mail: ameisescritoras@gmail.com

Esas que también soy yo

Nosotras escribimos

Para Ángeles Martín,

que ha sabido volar con nosotras,

ahora y siempre.

CABRIOLAS

Angelina Muñiz-Huberman (Hyéres, Francia, 1936)

Salió a comprar pan y queso para la cena. Una botella de vino. Cuando regresó a la casa, su marido y su sobrina yacían en la alfombra en una complicada y deleitosa posición a lo Kama-sutra. La pequeña hija de dos años se regocijaba en la cuna viéndolos e intentando hacer imitativas cabriolas. 

LA NATURALEZA DEL AMOR

Cristina Peri Rossi (Montevideo, 1941)

Un hombre ama a una mujer, porque la cree superior. En realidad, el amor de ese hombre se funda en la conciencia de la superioridad de la mujer, ya que no podría amar a un ser inferior, ni a uno igual. Pero ella también lo ama, y si bien ese sentimiento lo satisface y colma alguna de sus aspiraciones, por otro lado le crea una gran incertidumbre. En efecto: si ella es realmente superior a él, no puede amarlo, porque él es inferior. Por lo tanto: o miente cuando afirma que lo ama, o bien no es superior a él, por lo cual su propio amor hacia ella no se justifica más que por un error de juicio.

Esta duda lo vuelve suspicaz y lo atormenta. Desconfía de sus observaciones primeras (acerca de la belleza, la rectitud moral y la inteligencia de la mujer) y a veces acusa a su imaginación de haber inventado una criatura inexistente. Sin embargo, no se ha equivocado: es hermosa, sabia y tolerante, superior a él. No puede, por tanto, amarlo: su amor es una mentira. Ahora bien, si se trata, en realidad, de una mentirosa, de una fingidora, no puede ser superior a él, hombre sincero por excelencia. Demostrada, así, su inferioridad, no corresponde que la ame, y sin embargo, está enamorado de ella.

Desolado, el hombre decide separarse de la mujer durante un tiempo indefinido: debe aclarar sus sentimientos. La mujer acepta con aparente naturalidad su decisión, lo cual vuelve a sumirlo en la duda: o bien se trata de un ser superior que ha comprendido en silencio su incertidumbre, entonces su amor está justificado y debe correr junto a ella y hacerse perdonar, o no la amaba, por lo cual acepta con indiferencia su separación, y él no debe volver.

En el pueblo al que se ha retirado, el hombre pasa las noches jugando al ajedrez consigo mismo, o con la muñeca tamaño natural que se ha comprado.

HASTA LA MUERTE

Bárbara Darder (Manacor, 1945)

Un hombre y una mujer enloquecen. Se juran amor hasta la muerte. Se aman o al menos eso piensan durante un cuarto de siglo. El tiempo de preparar la boda, firmar la hipoteca, amueblar la casa, tener hijos y educarlos. No hablan. No les queda tiempo para hablar. No se conocen realmente hasta quedarse nuevamente solos: la hipoteca pagada, la casa amueblada los hijos fuera de casa. Empiezan a hablar. Se encuentran frente a un error. A veinte y cinco años de error. Así lo deciden, de manera amistosa. A los pocos días, la mujer empieza a calcular en qué año dejó comprar un ramo de rosas el día de San Valentín. Él tarda una semana en calcular cuándo dejó ella de comprarse sujetadores y braguitas de satén. Ella le pide el divorcio con una sonrisa cándida. Él se siente víctima de un fraude, de un fraude imperdonable. Para no discutir, los dos dejan la casa y alquilan apartamentos separados. Todos los días hablan. A los dos les gusta el mismo botijo de cerámica vidriada de color verde, los dos desean quedarse con la tetera de hierro forjado. Ambos se aferran a quedarse con los discos de jazz, con las poesías de Valente. Pasan meses y meses atrapados por la melancolía. Cuando se ponen de acuerdo, los dos se saben destinados a odiarse hasta la muerte, con la misma locura con que se juraron amor eterno.

NUNCA JAMÁS

Mariví Antón (Tetuán, 1946)

La bofetada resonó como un disparo cuando mi mano se estrelló contra la mejilla de Silvia, que tantas veces había acariciado, besado, amado.

Me asusté, o me avergoncé, o no sé bien qué sentí. Tantas veces habían tronado las bofetadas en casa. Tantas veces me había prometido que nunca, pero nunca jamás me ocurriría a mí, y ahora me ardía la mano.

Ella, mi chica, mi novia, mi mujer, trataba de levantarse del suelo como solía hacerlo mi madre. Se apoyaba en la mesa para enderezarse y quise ayudarla, no me dejó. Recogía en su mano el marco de metacrilato con nuestra foto en Punta Cana rodeados de delfines. La volvería a llevar, haríamos un crucero, o reservaría mesa esa misma noche en algún sitio que le gustara, y nunca pero nunca jamás volvería a pasar.

Después vendrían las lágrimas y el perdón, ella iría al baño, la abrazaría, y nunca, pero nunca jamás volvería a pasar.

Mañana frente al espejo, tras maquillarse el moratón, me preguntaría si se le nota mucho, porque no podía dejar de ir a trabajar. Yo le diría que no, e inventaríamos algo, una caída, una ventana mal cerrada, había heredado un inventario interminable para los accidentes.

Me miró con los ojos inyectados de sangre, sí, inyectados de sangre, estaban rojos, duros, ajenos, sin lágrimas ni súplicas, y no me dio tiempo a esquivar el marco de metacrilato que me clavó en la sien.

Mi madre ha venido a verme. Silvia no.

DILEMA

Marga Cancela Negreira (La Baña, A Coruña, 1948)

Como fantasmas, como cíclopes, como arañas, las grúas de las laderas bailaban de puntillas. Sara tomó la senda que subía en zigzag donde las yemas de los chopos punteaban las heridas abiertas del monte. Esquivó tuberías, andamios, orugas, perforadoras.

Eso ocurrió una tarde de viernes cuando, por fin, decidió dejar sus historias. Abandonó el exclusivo complejo donde vivía y empezó a caminar rápido y sola, como le gustaba. La primavera parecía empeñada en desordenar el mundo. Llegó a otra urbanización de lujo que llevaba años horadando la montaña. Como un monstruo ansioso por tomar la cima, trepaba repechos, mochaba promontorios y barrenaba peñascos.

Las nubes blancas ahora eran un amasijo negro que bailoteaba sobre la cumbre, las sombras se alargaron. En la lejanía, varios rayos cruzaron el cielo. Más y más cerca. Por el vello erizado y el zumbido que emitía su colgante y la cadena de oro, Sara supo que la descarga era inminente. Se despojó de los pendientes, de la alianza, de la cadena. Los chopos y los liquidámbares se encogían de miedo. Lanzó el móvil lo más lejos que pudo y se puso en cuclillas sobre un tocón al amparo de un rodal de arbustos.

En cuanto la tormenta eléctrica parecía amainar, echó a correr ladera abajo, los latigazos de la retama amarilla contra su cara. De pronto creyó ver un niño tirado bajo unos andamios y se acercó para auxiliarlo, pero era una sudadera verde manchada de sangre. Los árboles y los pájaros enloquecían. Perdió una zapatilla, pero no dejó de correr. Solo recuerda la caída y el golpe de la cabeza contra unos cascotes.

La bombardearon a pruebas, pero ni los mejores neurocirujanos del país le encontraron lesiones cerebrales. Nada, a pesar de los mareos que ella insistía haber sufrido tras la caída.

Tampoco pudo explicar quién la había llevado al hospital. O tal vez no quiso. Aunque la fractura era grave, la herida estaba limpia y desinfectada, los apósitos con restos de yodo bien sujetos con una venda compresiva. Y un gorro de lana con una borla roja. Aunque las gasas y los vendajes eran de los que vienen en cualquier kit de primeros auxilios, se adivinaba una mano experta, le aseguró el cirujano al marido. Un auténtico milagro que su esposa no hubiera muerto o sufrido un sangrado intracraneal.

Recuerda que tardó en acomodarse a la oscuridad. Entre pedazos de recuerdos, volvió a sentir el eco de los truenos y aquella escena que no podía quitarse de la cabeza. Por el relumbrón de un rayo supo que estaba en una gruta. Pudo oír el viento, el granizo. Más destellos. El aire olía a mimosas. Se tocó la cabeza fajada. Dolía. Una mano le acercó un vaso de metal con agua y le hizo tragar una pastilla. Debía de tener fiebre porque la misma mano grande le aplicaba un paño mojado en la frente y en la nuca. En las axilas. En el pecho. Alguien la estaba cuidando con cariño. Una prenda o una manta pequeña hacía de almohada. Los dos zapatos puestos y unos calcetines demasiado grandes. Pasaron horas, tal vez días.

El mareo y el dolor le impedían hablar. Repasó los momentos previos al accidente. La ferocidad de la tormenta. Recordó haber tirado sus joyas a la oquedad de un álamo, la imagen de la cadena columpiándose en una ramita. Pensó en el niño de la sudadera verde y cómo, en el atolondramiento de la huida, había perdido una zapatilla.

Otro fulgor le hizo ver sus vaqueros y la chaqueta tendidos sobre un tablón. El collar y los pendientes puestos. Ni rastro de la alianza. Se palpó el abrigo que llevaba puesto: era enorme, con muchas cremalleras. Al buscarse las bragas volvió a perder el conocimiento.

Han pasado cuatro semanas y Sara sigue recuperándose mientras ordena sus recuerdos. Las sombras de las nubes como ejércitos de siluetas tomando la cumbre. La visión de la sudadera ensangrentada. Aquella mano colosal calmando la suya.

Se sirve una copa de su mejor vino y va al cuarto de baño. Un buen trago. Y otro. Se acaricia los pezones oscurecidos, no soporta el roce. Le da la vuelta al reloj de arena y mientras espera a que el predictor le hable, observa las motas de polvo a través de los rayos de sol. Sabe que es un minuto lo que tarda la tira en cambiar de color, aun así, vuelve a darle la vuelta al reloj. Nada. Se toca el abdomen y vierte el resto del vino en el lavabo. Apaga el cigarrillo. Se vuelve a tocar los pechos, el vientre. ¿Y si se tratara de un falso negativo?

Repasa otra vez los hechos, pero hay demasiadas lagunas. La gruta. Porque había una gruta y un hombre, de eso está segura. Se quita el gorro y busca el aroma de él, pero solo huele a suavizante. Consulta el proyecto del Ayuntamiento sobre las urbanizaciones en la ladera. Estudia los mapas de la Federación Madrileña de Espeleología. De antiguas minas. Nada. Absolutamente nada en cuarenta kilómetros a la redonda.

Por un momento vuelve a su vida repetida y falsa de los últimos once años. Su matrimonio. Una bonita jaula de cuatrocientos metros cuadrados y una parcela que podría alimentar a todo un rebaño.

¡Enhorabuena, Sara! Por fin vas a ser mamá. Menuda alegría se va a llevar Pedro José. Justo ahora que ya lo habíamos convencido de que también él se hiciera el test te fertilidad. ¡Menuda sorpresa!

Sara siente un mazazo en el esternón, como si el mundo se hubiera parado en seco. Un largo silencio y empieza a hundir los dedos en el pelo hasta acariciarse el queloide de la brecha. Se esfuerza por recomponer los músculos, pero al intentar ponerse de pie las rodillas se le pliegan como navajas barberas.

Conque nunca se lo había hecho, ¿eh? Y el muy canalla dejó que ella se sometiera a pruebas y estimulación ovárica durante dos largos años. Incluso le sugirió bajarse una aplicación en el móvil que le ayudase a llevar un mejor control de la ovulación. Tal vez le cuente, o tal vez no. Esa será su venganza. Y le viene a la memoria una frase que escuchó esa misma mañana en la radio: «Si no tienes una buena razón para quedarte, entonces ya tienes una buena razón para irte». Sonríe.

Sí, menuda sorpresa, doctor.

(No lo sabe él bien).

¿Quieres que llamemos a tu marido, Sara?

El ginecólogo sonríe satisfecho por el buen resultado de sus tratamientos.

No. Prefiero que no, doctor.

Ya lo comprendo, quieres ser tú quien le dé la buena noticia. ¡Por fin embarazada! Sí, menuda sorpresa se va a llevar Pedro José.

(El ginecólogo no lo comprende, ni en un millón de años lo comprendería).

Sí, quiero ser yo quien se lo diga a mi marido.

Y Sara empieza a frotarse las orejas tal como acostumbra cuando miente.

Entonces agendamos una cita para… dentro de dos semanas, ¿de acuerdo?

(Espero que no. Ni atada volvería aquí).

Vale.

Me llamarás si necesitas algo, ¿verdad, Sara?

(No lo haré).

Claro, doctor. Por supuesto.