foca investigación

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© Francesc Arabí, 2019

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ISBN: 978-84-16842-42-1

Francesc Arabí

Ciudadano Zaplana

La construcción de un régimen corrupto

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Este no sólo es un libro sobre el empresario de la política Eduardo Zaplana. Es una crónica personal, irónica y descarnada sobre la construcción de una hegemonía política que derivó en un régimen que devastó la Comunitat Valenciana y sirvió de modelo para la España de la corrupción. Un sistema con raíces podridas y asentado sobre la anulación de la disidencia por inanición o compra con chequera pública. Esta es la historia de la religión zaplanista y sus principales apóstoles, una incursión periodística en los círculos de poder con los que el liberal más intervencionista de la historia sindicó acciones.

Estas páginas representan un ejercicio de memoria histórica frente a la amnesia colectiva y contra quienes coloreaban el presente y blanqueaban el pasado. En una época de dimisiones de políticos, juristas, técnicos, periodistas y ciudadanos, este Ciudadano Kane ató en corto un ecosistema mediático moldeado para macerar el discurso dominante. Estamos ante un manual de zaplanología (Julio Iglesias, paraísos fiscales, sobrecostes, autoestima euforizante, clientelismo, impunidad…), una inmersión en el universo de un precursor de la corrupción que soñó con vivir en la Moncloa y finalmente traspasó su capital político a Ciudadanos.

«Un trabajo periodístico con el detalle que sólo pueden aportar años de investigación y mucha independencia profesional. Arabí cuenta con desoladora precisión cómo se esquilma una tierra. Muchos otros periodistas callaron.» (Javier Ruiz, periodista)

«Francesc Arabí es el periodista que mejor conoce las tramas de corrupción en el ámbito valenciano. Su incisivo análisis sobre la trayectoria de Eduardo Zaplana, escrito con ritmo trepidante, provoca inquietantes reflexiones sobre las bambalinas del poder, la degradación de las instituciones y las amistades peligrosas en la esfera política. Un libro de lectura inexcusable para buscar conclusiones sobre las reglas que deberían regir el espacio público.» (Joaquim Bosch, magistrado).

Francesc Arabí (Gata, 1970) es periodista. Es redactor de política de Levante-EMV, donde, además de la cobertura de la información de los partidos e instituciones, se especializó en investigar la corrupción en casos como el IVEX-Julio Iglesias, Fabra, Blasco, Gürtel, Castellano o Taula, entre otros. Antes pasó por las secciones de Economía, Cultura y Comunitat Valenciana. Ha participado en programas televisivos de actualidad y ahora colabora en la cadena autonómica À Punt.

Desde 2011 también ejerce como profesor asociado de Periodismo en la Universitat de València. Ha coordinado y participado como ponente en varios talleres y congresos universitarios sobre periodismo de investigación y corrupción.

A la memoria de mi madre y de mi padre, por tantos sacrificios y por regalarme su ejemplo como libro de instrucciones.

A Patri, por haber bailado con la muerte sin pisar ninguna flor y sembrando tantas primaveras.

ANOCHECE EN PICASSENT

 

La ocasión justifica el esfuerzo de iluminación y decorado. Han colgado la luna allá arriba para darle al escenario un toque de luz intimista para que la visita tenga la pulsión de estar en casa, la sensación de comodidad del explorador que de repente descubre su lugar natural en el mundo. Es la una y veinte. La noche lleva varias horas merodeando por el cercado de hormigón y alambre. Las sombras se retiraron sobre las nueve y cuarto. Todas. La de Eduardo Zaplana también. Las sombras siempre se retiran cuando el día se funde a negro. Pero nunca dimiten. Son leales como los perros, jamás abandonan a su amo. Se van y vuelven. Macabramente leales. El ex presidente de la Generalitat ha llegado a la cárcel de Picassent 65 horas después de ser detenido cuando salía de su casa de Valencia, en una vía con solera, en la calle de Pascual y Genís, un progresista decimonónico que fue político, abogado y periodista, justo los territorios por los que Zaplana siempre navegó con pasaporte diplomático e impunidad mercantilista.

El hombre que una mañana de febrero de 1990 soñaba con hacerse rico en pesetas y circular en un Opel Vectra de 16 válvulas en su viaje de ida hacia la política ha coronado su fantasía en euros y hoy está de vuelta de la política, su forma de versionar los negocios, a bordo de un flamante Mercedes. Con chófer incluido. Un furgón Mercedes pilotado por un agente de la Guardia Civil. Comparte itinerario con sus dos grandes compañeros de aventuras: el dinero y la lealtad. El contable Francisco Grau y el amigo de la adolescencia Joaquín Barceló Pachano. No es una carrera de taxímetro, ni la limusina de Ambrosio con gorra de plato. En este tipo de servicios, igual que en los coches fúnebres, el riesgo de accidente no está en el trayecto. Uno sube ya accidentado. El problema no es el camino, el drama es la meta. La suya, la de Zaplana, es el penal inaugurado en 1991, el año que perpetró el marujazo para ser alcalde de Benidorm, y construido justo cuando la ilustre visita de hoy arrancaba su singladura política.

Ingresa en prisión preventiva, incondicional, sin fianza, dictada por Isabel Rodríguez, la titular del Juzgado de Instrucción número 8 de Valencia. Lo ha enjaulado porque, tras dos años y medio de escudriñarle su patrimonio, la jueza, la Fiscalía y la Unidad Central Operativa (UCO) de la Guardia Civil sospechan que al currículum de Zaplana le sobran metros, que hay demasiado chorizo para tan poco pan blanco, demasiados metros cuadrados de viviendas de lujo y una excesiva motorización de alta gama para las nóminas y minutas oficiales, incluso cuando estas llevan diez años con sobrepeso millonario en euros. Entienden la jueza y la UCO que el ex presidente exportó pan negro, pan B, a paraísos fiscales. Diez millones y medio de euros en comisiones. Para empezar. Luxemburgo, Uruguay, Panamá, Andorra… serían estaciones de la ruta del dinero zaplanista bronceado.

A Picassent no ha llegado un ex presidente de la Generalitat, ni un ex ministro de Aznar… En esta jaula de 50.000 metros cuadrados ha ingresado el arquitecto que cimentó un régimen podrido de corrupción y expolio, un farsante disfrazado de rey Midas que quiso convertir eriales donde no crecía ni el esparto en Terras Míticas. Operación Erial es el nombre con el que han bautizado a este despliegue policial y judicial. La Operación Erial, la conversión de un país en un páramo con forma de estercolero, arrancó, en realidad, un 28 de mayo de 1995. Hoy es 25 de mayo de 2018. Viernes. El señalado aniversario de su acceso al trono del Palau lo celebrará Zaplana entre rejas.

Quizá tendrá habitación con vistas a una torre de vigilancia que, en realidad, es un monolito en honor al Ave Fénix, la atracción de caída libre del parque temático de Benidorm. Premonitorio. Este preso preventivo comprobará que las garitas que coronan los muros no son quijotescos gigantes, son molinos de viento. Como esos del Plan Eólico adjudicado a la Sedesa de los Cotino (firma copropietaria de Proyectos Eólicos Valencianos junto con Bancaja y Endesa) presuntamente a cambio de mordidas. Luego dieron un pelotazo. Por eso está aquí Zaplana. Y por supuestas comisiones trincadas de las adjudicaciones de ITV en 1997 y para 25 años de explotación… Llega a la prisión por el rendimiento patrimonial que le granjeó haber sido un pionero en la generación de valor añadido hinchando precios. Por blanqueo de capitales, cohecho continuado, malversación, prevaricación, organización criminal, asociación ilícita, tráfico de influencias, fraude en la contratación y alguna distracción más.

Han pasado casi tres días desde que, a las 8:05 del martes, fue detenido en la puerta del garaje de su casa. Agentes de la UCO, que viajaban en un Seat León gris (va corto de motor para hacer el camino americano), lo bajaron del BMW X5 azul oscuro. Luego le decomisaron dos Audi. Siempre hubo clases. Y desclasados. También en la prisión. Aunque se guarden las apariencias, que son la madre de la ciencia democrática. Aquí todos los internos son iguales. Al menos sobre el papel de la ficha policial. A Zaplana le han disparado varias veces con la cámara para convertir en imborrable este check in carcelario. Fotos de cara y de perfil. Nada de selfies. No es este un paraíso para los narcisistas. Nadie se ha molestado en respetar el perfil bueno del ex presidente, el perfil derecho, el lado que debía ser custodiado por todos los cámaras de Canal 9 cuando el hoy reo trasladaba la implacable consigna de que mimaran su imagen.

Lo han registrado en el libro de ingresos y le han tomado las huellas dactilares, un trámite traumático para los pájaros de cuello blanco que visten traje exclusivo del sastre Antonio Puebla. Como Zaplana y Rodrigo Rato. Dos «fueras de serie» que comparten una virtud: «para ellos no existen horas, sino tareas». Es el diagnóstico del hombre que cortó la sisa a cada traje de estos vip. Los dos soñaron con la sucesión de Aznar y, hoy, ambos dos ven el presente a rayas. Eduardo «marca estilo, sabe llevar la ropa a medida». Se acabó. Ahora las huellas son lo único exclusivo que pueden permitirse los parias, los que se envuelven en pret-a-porter, quizás ignorantes o incrédulos de que vestir a la carta no es más caro, es mejor, según acostumbra a proclamar ese modisto. Las huellas dactilares de Zaplana ya estaban tomadas. Figuran en todos los bolsillos públicos que tocó en sus casi 30 años de carrera política. En los informes de la Sindicatura de Comptes, en los balances de las empresas públicas y en los sobrecostes de los grandes proyectos.

Zaplana entró enfundado en una americana azul oscuro, camisa celeste y pantalón vaquero. Se ha tenido que despojar de esta indumentaria civil, mandan las normas, y ha recogido el kit del preso. Que incluye también el manual de instrucciones con las normas del centro (horarios de comidas, patio, biblioteca, polideportivo…), un juego de sábanas, artículos de higiene personal, cubiertos de plástico y una tarjeta monedero recargable para las compras en el economato con consumo racionado: unos cien euros a la semana. No es el Supersano, las tiendas ecológicas del emprendedor Jesús Sánchez Carrascosa, quien fue su propagandista de cabecera y sicario para maniatar a la televisión pública…

Pero este sibarita de todas las ramas del hedonismo es consciente de que en este barrio de l’Horta Sud una coca-cola es un capricho gourmet. Y el economato vende cola. ¡Qué tiempos aquellos en los que cada día pisaba una alfombra roja y cada noche dormía adornado por estrellas del firmamento y otras que colgaban en las fachadas del Biltmore o del Peabody en Miami, del Hotel President de Moscú o del Ritz de Shangai…! Aquí no hay sábanas de seda, ni de hilo, ni colchones viscoelásticos de última generación, ni de viscografeno. Aquí no hay más concesión ergonómica que un camastro de 80 centímetros y habitáculos de 10 metros cuadrados. En el piso que compró en noviembre de 2002 en la Castellana, a un saque de portero de su querido estadio Santiago Bernabéu, caben cincuenta y tres celdas. Qué canalla y degenerado es el destino…

Hoy toca pernoctar sin más. Con dos desconocidos, uno de ellos en prisión preventiva por violencia machista. Dormirá en el módulo de enfermería, por padecer una leucemia desde hace casi tres años. Se está tratando el cáncer de sangre en el Hospital La Fe, donde se ha sometido a un transplante de médula. La leucemia lo ha matado políticamente, civilmente. Es lo que tiene la muerte, que a menudo se convierte en inductora en vez de autora. Llama sin avisar, acelera la vida y propicia los accidentes. Porque en las prisas se cometen errores. Es el convencimiento del preso Zaplana, sumido en una hemorragia de sensaciones mientras cumple los trámites de la entrevista psicológica y el chequeo que lo ha llevado al pabellón médico, donde ha ingresado. Uno traza planes perfectos para la repatriación de dinero, para el lavado y blanqueado, pero las circunstancias de la vida obligan a tunear la estrategia y entonces se tuerce la suerte.

En los segundos previos y en las semanas posteriores al accidente es cuando se rebobina toda la vida, que se desmorona y te sepulta bajo los escombros. Zaplana lleva ya casi tres días de revisión de las imágenes de una existencia que ha tropezado en el penúltimo regate. Uno de esos hundimientos que entierran el cuerpo, la mente y hasta el alma, ese espíritu que dicen que mora en la glándula pineal, en el mismísimo corazón del cerebro, según descubrieron eminencias en neurología. Hay excepciones tan científicas como la regla madre. Zaplana es excepcional. Su alma siempre residió más hacia el sur, en el lado izquierdo del pecho, junto al corazón, justo en el bolsillo interior de la americana.

Esta noche la dignidad quebrada del ex presidente hará recuento de imágenes y revisitará palacios y negocios. Surcará el mar en sueños a bordo del imponente yate Clarena, de la divisa de Paco el Pocero (al que siendo ministro obsequió con la Medalla del Mérito al Trabajo); oteará el Mediterráneo en la cubierta del Elena, del constructor y principal accionista de las bolsas de suelo y de corrupción en Alicante, Enrique Ortiz; expandirá la mente a bordo del Nacavi, el velero de Carlos Paz, el amigo de la Clínica Benidorm al que hizo rico a golpe de privatizar las resonancias… En esta jaula de secano en medio de l’Horta Sud los yates no flotan, pero hacen navegar la mente. Pura terapia para Zaplana. Como lo era la moto acuática que ganaron en un sorteo aquellos chavales de Barrio con los que el cineasta Fernando León de Aranoa retrató los sueños húmedos e imposibles de los que nacen en una cárcel sin barrotes llamada pobreza. Puro determinismo.

Esta madrugada será larga y fría. En mayo. De las que congelan la vida. Zaplana lanzará bengalas de salvamento marítimo que se apagarán entre la indiferencia, la sordera y la ceguera de quienes pasaban por amigos y eran solamente socios. Desfilarán trepas, corruptos y cínicos por las galerías de este macrohotel de 1.568 habitaciones como zombis persiguiendo horizontes. Para todos será invisible. Ya lo es. Y todavía no ha cumplido 72 horas, 259.200 segundos, en esta nueva vida de fantasma. En el mismo instante de su detención se convirtió en un holograma imperceptible, un anticristo de aquel venerado y adorado presidente, ministro, líder, amado líder…

Menos de tres horas y media tardó el Partido Popular en retirarle el carné desde que la UCO lo apresó. Todavía no había acabado el registro policial de su casa en Valencia y antes de partir hacia el chalé de La Cala, en Benidorm, a seguir con los registros, antes de que los agentes cerraran la última caja de cartón de esta mudanza de emergencia, Telefónica ya lo había despedido. Justo cuando se cumplían diez años del fichaje por la multinacional entonces dirigida por César Alierta. A Zaplana lo asaltará el recuerdo del día en que se cerró el trato, en un mano a mano con el consejero Javier de Paz, en un encuentro en el Club Pasión Habanos de Madrid propiciado por el amigo común José Blanco, que fue Pepiño antes que Pepe y luego ministro don José, aunque a punto estuvo de caerse a un contenedor de basura en una gasolinera.

Anteayer se esfumó la colocación en Telefónica y los más de 600.000 euros de sueldo base (con los complementos y pluses aparte por pertenecer a varios consejos de administración, la minuta alcanzaba el millón de euros), por abrir puertas y de paso cobrar alguna entrada. No hay puertas mas chirriantes que aquellas que se abren y cierran con silenciador. Nunca se aireó una sola foto del presunto delegado de la multinacional en Europa. Jamás se informó de un solo acto público. Era la letra pequeña del contrato, la importante. Zaplana accedió a un cargo para el que se exige como mínimo un nivel C2 en conocimiento de las redes de canalización de aguas potables y fecales en el subsuelo. Un territorio de poderes transversales en los que se borran los lindes entre barrios, calles y distritos políticos de derechas e izquierdas. Eduardo siempre perteneció a ese club. No al Pasión Habanos, sino al de aquellos que entienden el poder a la manera borgiana y liberal, sin partidos ni sectarismos... Un club Bilderberg casero en el que militaban rivales como Alfredo Pérez Rubalcaba, José Bono o el citado Blanco, y amigos de viejas batallas ucedistas como Florentino Pérez… ¿Será posible que Floren no se acuerde de Eduardo cuando el sábado ruede el balón en el Olímpico de Kiev en la final de la Champions que enfrenta al Real Madrid con el Liverpool? Será. No hay hermandad ni camaradería blanca que valgan con un encarcelado por blanqueo de capitales.

Conforme avanza el reloj, el preso Zaplana toma más y más conciencia de su condición de apestado, de carga para cualquier club, desde el Real Madrid hasta el Club Siglo XXI que presidió, pasando por el Club Financiero de Génova, un clásico que frecuentó en sus primeros balbuceos políticos.

Es su tercera noche entre rejas. Y todo por haber malinterpretado a Giddens y su Tercera Vía, por haber hecho una versión personal demasiado libre de La España de las oportunidades que llevó como ponencia al congreso nacional del PP de 1999, cuando percibía la autovía de Madrid como una pista de despegue hacia la capital. El «negro» de aquel tratado teórico con el que el PP valenciano aportó a Génova nutrientes neuronales se llama Rafael Blasco, ex conseller de Cooperación y, desde hoy, paisano de módulo de enfermería de su ex jefe Zaplana. Sí, Rafa ejerce de ayudante en el ala de enfermería. Lleva casi dos años en este complejo carcelario, donde ha de residir seis años y medio para purgar la malversación de ayudas al Tercer Mundo, que acabaron en el submundo de una trama de corrupción en la que llevaba la batuta. El dúo fatídico Eduardo-Rafa en el asalto a la Generalitat se reencontrará de nuevo en los paseos del patio. Seguramente en cuestión de horas.

Eduardo está cansado. A la debilidad de la leucemia se suma el estrés y la fatiga de viajes y registros en el triángulo Benidorm-Valencia-Madrid para revisitar, como manda la tradición, los lugares del crimen. El martes tuvo que acudir a urgencias del Hospital Peset aquejado de un episodio de fiebre, agotamiento y tos. Su abogado pidió que lo dejaran en libertad o bajo arresto domiciliario por su frágil salud. Pero el fiscal y la jueza denegaron la petición.

Anteanoche durmió en el calabozo del cuartel de Patraix. Seis metros cuadrados con una colchoneta sobre lecho de cemento por cama. Un chabolo con inodoro y lavabos compartidos, como esos albergues de trotamundos de mala muerte. Un techo sin lámpara, ni cables, con luz halógena incrustada. Un detenido sin corbatas, ni calcetines, ni colgantes… Las normas obligan a desnudar al preso de cualquier elemento que pueda convertirse en arma para el suicidio. No se tolera ni un reloj de pulsera. Son normas inspiradas por mentes de pensamiento pobre, personas que jamás llorarán de emoción ante un Blaken Rólex, un Patek Philippe, un Bulgary o aquel mítico Hublot con el que Zaplana degustaba el tiempo en su primera etapa como presidente. ¿Qué persona mínimamente sensible destrozaría un peluco de miles de euros por un quítame allá esta vida?

Por ese tugurio con rejas de Patraix pasó José Luis Olivas, al que Zaplana dejó de encargado del Consell un año para guardarle la silla a Camps y cerrar los últimos pedidos y negocios del ex presidente cuando en julio de 2002 fue llamado por Aznar para ser ministro de Trabajo y Asuntos Sociales. La segunda noche detenido, la de ayer miércoles, la superó en la Comandancia de la Guardia Civil de Tres Cantos, en Madrid, en cuyos calabozos durmió hace poco más de un año, el 17 de abril de 2017, Ignacio González, ex presidente de la Comunidad de Madrid y quizás uno de los alumnos más aventajados de Zaplana. En Madrid la celda era más pequeña, de apenas cinco metros cuadrados. Será por el desorbitado precio de la vivienda en la capital, que obliga a un mayor aprovechamiento del solar.

En nada darán las 8, hora de levantarse para estar a las 8:30 en el comedor para el desayuno colectivo. Es la disciplina carcelaria. Consiste en estirar el día al máximo para conseguir que el tiempo inmóvil vaya macerando la amarga existencia con exquisito cuidado, como se cura el jabugo. La vida en la prisión es como la monacal, pero sin necesidad de tener que cultivar diariamente el advenimiento de una vida verdadera y de plenitud en un futuro cosmológico. En la cárcel nadie aspira a ganarse el cielo ni hay rezos pautados Aquí el personal llega ya rezado de casa. Al contrario que en un convento, a la prisión no se entra voluntariamente huyendo del mundo. A la cárcel se ingresa porque el mundo huye de ti. Por haber actuado sin el paraguas de la legislación vigente, que es cambiante como las fidelidades políticas. Como un estado de ánimo que cruje y oscila a velocidad de vértigo entre depresiones y picos, como esa montaña rusa de madera del parque de Benidorm que estaba llamada a ser la envidia del Occidente vacío.

¿Y ahora qué? Han caído todos. La leal y fiel Mitsouko, secretaria, confesora, asesora y disco duro. «Su actividad sobrepasa lo meramente profesional.» Eso dice la Guardia Civil del ama de llaves del armario que guarda los muertos del jefe. Han encerrado también a Pachano (Joaquín Barceló) y a Felisa (López), su esposa. El entrañable Pachano, el amigo al que colocó como director de los CDT de Turismo y, en 2002, como responsable de relaciones institucionales en Terra Mítica, el compañero de juergas en la peña Picarol… No et calfes el perol, Picarol… Los lemas, hasta los paridos una noche de jolgorio, son más fáciles de gritar que de cumplir. Porque pasan los años, la vida se complica y un día te ves de representante de una firma de Luxemburgo, de administrador de cuatro inmobiliarias en la Costa Blanca, de apoderado de propietarios uruguayos en estas mercantiles y envuelto en operaciones de compraventa de acciones, parcelas y pisos como dispositivo de retorno de mordidas expatriadas. La vida a veces se va enredando.

Eduardo no puede conciliar el sueño, repasa todas las posibles grietas de la clave de bóveda de la arquitectura financiera de su patrimonio escondido. Sabe que están revisando cada operación de las empresas a nombre del matrimonio amigo. Que dicen que son sus testaferros. Zaplana no quiere reparar en esa circunstancia ni siquiera en el pensamiento. No se fía. Podrían captar las ondas de sus ideas. Porque las tecnologías de la información y la comunicación (TIC) avanzan que es una barbaridad. Zaplana ha sobrevivido siempre por su instinto de chacal. Cuando intuye el peligro, huye.

Han detenido también a Juanfran, ha caído en Barcelona. Juan Francisco García. La voz, el oído, el brazo ejecutor de Zaplana para asuntos turbios, para temas de esos que llevan una pegatina con una calavera como las de la línea de alta tensión. Juanfran, la ventanilla única para atender a los empresarios con volúmenes de negocio a partir de seis dígitos. El hombre que guió la privatización de las ITV, un proceso al que ahora la justicia está sometiendo a una ITV de legalidad. El director de obra de Terra Mítica por control remoto. El propietario de una empresa en Luxemburgo y una consultora que cobraba millonadas a los Cotino por facturar supuestamente un humo más blanqueador de alegrías que la fumata que anuncia «Papa a la vista».

Han apresado a Francisco Grau, el asesor, el contable, el que llevaba los papeles de Decuria Consulting, la firma de consultoría y tapadera que Zaplana alojó precisamente en el piso de la Castellana. Grau, el profesor universitario de Economía Financiera y Contabilidad, el artífice de toda la ingeniería societaria y financiera para la ocultación de fondos. El contable.

Pachano, Grau, Juanfran... lo saben todo de él, conocen todos sus muertos en el armario. Pero está seguro de que no cantarán. Imposible, sería escupir hacia el cielo. Pero, ¿y si pactan con la Fiscalía como Ric (Costa), que ha vendido en un paquete a tres cuartas partes del PP y media Generalitat de Camps? Zaplana confía en rentabilizar ahora toda la sobrecogedora inversión en silencios y complicidades. Pero, ¿y si la UCO tiene grabaciones como esas que han tumbado al amigo Ignacio González? Imposible, alguien de Movistar le habría dado el soplo. ¿No es él de la casa? Pero, ¿y si han pinchado los teléfonos del resto de la banda?

Hay que mantener la calma. Habrá que confiar en seguir amortizando las inversiones en silencio a base de favores. ¿Quién nombró a Francisco Grau secretario del consejo de administración de la CAM? Él, Eduardo I el grande. Por eso confía en que evitará contar los pormenores del préstamo chollo que le concedió esa caja de ahorros para comprar el pisazo de la Castellana por casi 1,7 millones de euros.

Maldita la hora en la que se le ocurrió adquirir otro inmueble en el número 14 de la calle Monte Esquinza, también en Chamberí, cerca de la sede del PP de la calle Génova. Del partido al que sigue apuntado aunque ahora milita en Ciudadanos. Alguien debería asumir el mal trago de avisar a Albert (Rivera) de la desgracia de Eduardo, tras la puesta de largo del líder de Ciudadanos en el Club Siglo XXI apadrinado por Zaplana y Bono. Cierto que el inmueble comprado hace nada, en marzo, es la mitad de grande que el de Castellana (290 metros frente a los 532 de este último), y también es verdad que vendió el primero hace unos meses por 2,8 millones, lo que justifica que el nuevo lo pagara sin necesidad de préstamo. Pero, aun así, un Zaplana en forma jamás habría comprado al contado una vivienda de 1,8 millones. Un error más propio de Francisco Camps. Si estás en la lista de investigados del caso Lezo, si tu nombre ha sido salpicado en Púnica junto con Alejandro de Pedro, si te han grabado conversaciones hablando de jueces, fiscales y chanchullos hídricos… Un Eduardo en forma se habría quedado inmóvil y conteniendo la respiración como esas estatuas humanas que pueblan los lugares de paso turístico en las grandes ciudades.

Cuando se llevan varios meses con el cuello de nuevo enredado con cintas de grabación, cuando has sido señalado junto al amigo Ignacio por oscuros negocios hidráulicos desde la empresa pública madrileña Canal de Isabel II y con el abogado uruguayo, experto en tejer redes societarias opacas, Fernando Belhot de por medio, la prudencia recomienda amarrar el barco y quedarse en puerto una temporada larga. Sí, debió quedarse quieto cuando trincaron a Nacho. No debería haberse reunido jamás con el encargado de limpiar el dinero sucio del amigo. ¿Y si la Guardia Civil piensa que lavaba también el propio? Puede que ya estuviera todo perdido. A lo mejor ya era tarde para salvar los muebles y los inmuebles.

Zaplana conocía el riesgo. No en balde es el Juan Sebastián Elcano de la navegación política. Es lo que más le retuerce el pensamiento esta noche. Lo que le machaca el amor propio, que es lo más parecido a la conciencia en el universo zaplanista.

El nuevo día empieza a clarear. En los viejos tiempos, en los buenos tiempos, Vea (Reig), Mitsouko o alguien le habría entregado ya el dosier de prensa del día, del que leía, sobre todo, las cabeceras y las firmas, a fin de ir ajustando cuentas y satisfacer el hambre compulsiva de poder y la ansiedad por controlar todos sus resortes. Ahora y aquí, Eduardo sólo aspira a contener sus nervios. Pero las mentes son caprichosas e indomables. Inquietas. Sonámbulas. Cada noche improvisan excursiones. La suya de esta madrugada ha sido un viaje al abismo. Un mal sueño. Extraño. Ha soñado que en aquella mudanza de diciembre de 2006, cuando vendió el piso de Valencia con vistas a Viveros, se olvidó de empaquetar las huellas de un par de crímenes. Un sobre con seis páginas donde se esbozaba el plan de atraco, la «hoja de ruta» de las comisiones por la adjudicación de las ITV y el Plan Eólico. El sueño es confuso. Puede que se le pasara bajar la basura de los nueve años que habitó la casa, de los siete que estuvo en el Palau. Y la basura es muy delatora, más chivata que los cadáveres de homicidios. Seis páginas sobre la arquitectura de la trama de sociedades para exportar el dinero de las mordidas a Luxemburgo.

Un boceto en el que figuraba hasta el nombre «Sedesa», la empresa de los Cotino que supuestamente untó a Zaplana en pago por esas concesiones. En los documentos aparecían las palabras Imision International e Inversiones Imison, elegidas para catalizar el botín mediante traspaso de participaciones de ida y vuelta. El sobre del tesoro y de la ruina también contenía un mail para el director general de la policía Juan Cotino. Con el minuto y resultado de la cocina del negocio.

Es como si, en un homenaje onírico al surrealismo, hubiese soñado que el manifiesto de Breton aparecía más de 80 años después en su casa en un sobre junto a la caja fuerte.

Aquellos documentos llegaban a manos de un ciudadano sirio que se instaló como inquilino. Se llamaba Imad Ahmad al Naddaf Yalouk y tenía como casero a un notario. Un día cualquiera, Imad tropezó con los papeles.

La pesadilla seguía y Eduardo sudaba. Imad era amigo de Marcos Benavent, el yonqui del dinero del caso Taula. Y como eran amigos, muy amigos, en 2012 Imad le regaló ese sobre bomba. Luego, en un registro del despacho de abogados que defiende a Benavent, la UCO encontró esas páginas entre la documentación del cliente. Las hojas habrían sido así convalidadas como prueba.

No hay mejor guionista que una mente desbocada por la tragedia, cansada y en modo onírico. Las pequeñas lagunas de verosimilitud se compensan con la carga de intriga. Seguía la historia. Unos agentes interrogaron a Marquitos y al ciudadano sirio en marzo de 2017. Desde entonces, la Guardia Civil, la jueza y el fiscal perseguían a Zaplana sin descanso. Corrían tras él, lo acorralaban, le daban el alto al salir de un garaje… Y, justo en ese instante, Eduardo despertó en la cárcel de Picassent.

Su mente está en ebullición en busca del porqué. El porqué de su derrumbe. La fortaleza del ser humano se expresa en las respuestas; la fragilidad, en las preguntas. El quién soy, de dónde vengo y a dónde voy retratan la desnudez. Tres dimensiones existenciales del porqué. ¿Por qué ha acabado Zaplana en Picassent? Desde su detención, habrá escaneado unas cuantas docenas de crímenes en cuya escena al menos estuvo presente. Seguramente se ha autointerrogado sobre unas cuantas maniobras arriesgadas.

Es posible que Zaplana intente no pensar nada para no perder los papeles que supuestamente ya extravió una vez. Abstraerse de cualquier especulación, por seguridad. Mente en blanco, sin otro objetivo que el de evitar cualquier gesto o impostura delatora. Mirada perdida y obsesión permanente de que las sospechas jamás superen la barrera de las certezas para entrar en el terreno de las pruebas. «No podrán ustedes demostrar nada», desafió una mañana de junio de 2001 al entonces portavoz socialista en las Corts Ximo Puig durante un rifirrafe parlamentario a cuenta de los pagos clandestinos a Julio Iglesias, contratado por el Instituto Valenciano de la Exportación (IVEX), empresa pública autonómica. «Su señoría no podrá acreditar nunca en la vida nada, absolutamente nada.» Jamás pensó que un 26 de febrero de 2004 le publicaría el contrato B, el plan del atraco a la caja de la Generalitat.

¿Constará por escrito en esas seis páginas el entramado de las «comisioncitas» que ya confesaba anhelar en las cintas del caso Naseiro? ¿Así, tal cual? No quiere ni pensarlo, ni elucubrar ni estrujar la memoria. Es demasiado prosaico, demasiado humano para alguien que antes de hacerse hombre fue Dios. Para quien hace años protagonizaba cada viernes el auto de adoración del Consell en pleno a un ser sobrenatural que se sentaba presidiendo la mesa del Palau como anfitrión y dueño de la Generalitat. Hoy también es viernes. Pero las circunstancias han cambiado para él.

Son casi las nueve y comparte mesa con un puñado de presos, de soldados desertores de la infantería social en un comedor carcelario. La hora del desayuno. Cada cual sorbe su taza y rumia su historia, su pena y su tropiezo contra el muro de la prisión por culpa del azar o el fatalismo. Porque en Picassent todos son inocentes. Como Zaplana. Como la ex consellera de Turismo Milagrosa Martínez, que entró en prisión, en Villena, ayer, el mismo día que Eduardo. Para cumplir 9 años de condena por amañar los contratos de Fitur con la trama Gürtel. Inocentes como Jaume Matas, el ex presidente balear e íntimo amigo de Eduardo, compañero de noches de Pachá Ibiza. Amigas también las esposas de ambos. Matas regresará a prisión en unos días. 3 años y 8 meses por prevaricación, malversación, falsedad documental y fraude en los contratos con el Instituto Nóos, la fundación con la que Urdangarin cosechó tantos éxitos económicos. Condena sobre condena, porque ya le cayeron 6 años en la primera sentencia del caso Palma Arena. Los tres están en esa edad difícil, los sesenta (59 Milagrosa, 61 Matas y 62 Zaplana), a la que a menudo se llega con achaques carcelarios. Una edad en la que suelen manifestarse ya con toda crudeza los problemas con el colesterol o con la ley.

Nadie, ni Zaplana ni ninguno de sus nuevos compañeros, se siente socialmente nocivo. Cuestión de malas compañías, de zombis y de sombras. Cada cual se sienta a la mesa junto a la suya, que cobra de nuevo vida conforme el sol se levanta sobre los muros de la cárcel. Sombras de culpa, sombras que exhuman miedos, sombras que una mañana cualquiera celebran la muerte civil de su dueño pagando una ronda a las incertidumbres y las inseguridades… Sombras que incriminan exhibiendo huellas del pasado, sombras que asaltan al torcer las esquinas del tiempo y remueven los jirones de la desmemoria individual y del imaginario colectivo.

 

INTRODUCCIÓN

La autopsia

Mucho antes de que los de la banda Gürtel rellenaran sus hojas de Excel con apuntes de dinero B de Barcelona procedente de la Generalitat, con el PP y contratistas de obra pública como catalizadores, hubo otra B también dibujada con dinero público. El contrato estafa de Julio Iglesias, firmado, ejecutado y periodísticamente desenterrado a caballo entre aquel ya lejano siglo xx y este cibernético y líquido xxi, fue el paradigma de todas las impunidades en tiempos en los que la inmensa mayoría de la prensa y buena parte de los fiscales, jueces, notarios, interventores, técnicos de la Administración, secretarios de ayuntamiento y ciudadanos en general habían dimitido de sus funciones mientras contemplaban absortos cómo pastaban unas vacas tan gordas que acabaron muriendo por el colapso multiorgánico generado por su obesidad mórbida.

El caso IVEX-Julio Iglesias,Terra Mítica, la Ciudad de la Luz o el desfalco de Canal 9 acabaron conformando el gran paisaje lunar de la nada y la decadencia, sembrado de carteles de venta de pisos de banco y de megaproyectos que, como Terra Mítica o la Ciudad de la Luz, fueron saldados como chollos de mercadillo. A leuro, que dirían los vendedores ambulantes, se regalaron el Banco de Valencia y la CAM a Caixabank y al Sabadell. La volatilización del sistema bancario valenciano certificó la crisis financiera general en una economía infartada por exceso de grasa inmobiliaria. La tercera y cuarta cajas y el séptimo banco español murieron de intoxicación de vuelo (ladrillo), pero sobre todo de suelo. Fallecieron por tener una mala vida de excesos, de falta de profesionalidad en una gestión sometida al poder político, que expropió el timón de las entidades para utilizarlas como inmensos pesebres de colocaciones y mecenazgo de todas las pirámides de los faraones que moraron en el Palau. El control de los medios de comunicación y el de las cajas fueron dos de los pilares sobre los que descansaron el cuerpo y el alma del régimen popular que devastó el País Valenciano.

Terra Mítica, la Ciudad de la Luz o la Fórmula 1 son sólo algunos de los proyectos megalómanos de cartón piedra financiados con dinero público o de las cajas forzadas a costear los caprichos del emperador de turno. Postales como la Ciudad de las Artes y de las Ciencias (Cacsa) generaron sobrecostes de más 600 millones de euros. Inmensas necrópolis para las cuentas públicas. Dentro de la amplia y variada producción megalómana del Consell podrían establecerse tres categorías básicas: grandes proyectos (de hormigón), eventos (con luces, flashes y decibelios) y una tercera modalidad que habría que denominar castillos en el aire, proyectos fantasma que nunca se consumaron. Tanto de cemento (las Torres de Calatrava, el Centro de Convenciones de Castelló, la Ciudad de las Lenguas o Mundo Ilusión) como de los que no dejan rastro (los Juegos Europeos). Unos y otros resultaron ser los más rentables para llenar sacas privadas. Porque el sobrecoste empezaba en el primer euro invertido en humo, en vacío, en la nada con comisiones del todo.

Una quiebra socializada. Pero tierras de promisión, auténticos paraísos para la corrupción, para esa nueva economía de terciario avanzado cuyo PIB se nutría de comisiones, a menudo camufladas como sobrecostes. Macroproyectos. Ya lo diagnosticó el ex concejal de Valencia Salvador Palop en una de las conversaciones grabadas del caso Naseiro: «En Valencia lo que funciona son las animaladas. Es lo que hay…». Las «animaladas» que se justificaron como motor de dinamización económica, pero también como impulsoras de la autoestima de los valencianos, en estado depresivo. El trauma del 92 (los valencianos vieron por la tele la carrera entre el AVE en dirección a Sevilla y la flecha de Antonio Rebollo hacia el pebetero del Estadio Olímpico de Montjuic), la crónica marginación en inversiones del Estado, con una Nacional III que chocó contra las Hoces del Cabriel y contra José Bono, la «tristeza» lermista, según la derecha, y la corrupción del tardofelipismo aplatanaron el estado de ánimo general. Vista la cuenta de resultados de aquel proyecto presuntamente reconstituyente de la autoestima edificado por el PP, habría salido más económico pagar un tratamiento a base de Prozac a los cinco millones de valencianos.

Cuando la clientela comenzó a practicar el ayuno forzado a partir de la caída de Lehman Brothers, las noticias sobre corrupción pasaron a ser la banda sonora de la actualidad. Lo de la economía fue una dieta milagro. Nada más adelgazar, aquel paisaje valenciano tapizado de margaritas y amapolas flower power amaneció sembrado de gordos maletines atiborrados de mordidas.

Empezando por los medios de comunicación (RTVV y buena parte de los privados) que habían coadyuvado a enmarcar y constreñir la realidad entre los márgenes de una agenda oficial en estado de euforia. La corrupción, como el pulpo, se digiere mejor con el estómago lleno. Una banda sonora con más percusión que cuerda. Antes de la crisis, en contados altavoces mediáticos se oía esa música intrigante, y todavía eran menos quienes la escuchaban. Como esos hilos musicales de acompañamiento. Piezas de ascensor.

¿Por qué tanta corrupción en el País Valenciano? ¿Es la corrupción y no la lengua la principal seña de identidad valenciana? No lo es ni la corrupción, ni siquiera su tolerancia, que la ha habido. Y es lo peor. Sí, lo peor de la corrupción es tolerarla. Y lo peor de lo peor es votarla. Mira que lo había advertido Zaplana en el libro-entrevista hagiográfica Eduardo Zaplana, un liberal para el cambio (Ediciones B, 1995), de Rafa Marí, que fue la puesta de largo del político como candidato a la Generalitat. «Ninguna victoria en las urnas puede interpretarse como un cheque en blanco que imparte el electorado al partido ganador.» Ni Eduardo ni Camps escucharon el consejo de Zaplana.

Pero el déficit de cultura democrática no es ni mayor ni menor al de otras latitudes. Aquí se alinearon un cúmulo de factores («la tormenta perfecta», en palabras del profesor Josep Vicent Boira) que propiciaron la proliferación de casos mediáticos, pero, sobre todo, de lo que podríamos denominar corrupción de baja intensidad. La que tiene que ver con comportamientos y actitudes poco edificantes e incívicas, que conciernen al umbral de tolerancia a los desmanes y que, como la lluvia fina, calan más aunque hagan menos ruido mediático.

Determinados privilegios de los políticos, sostenidos y prolongados, generan a la larga tanto malestar de fondo y ateísmo sobre la política y descrédito del sistema como una chorizada con cartel mediático. El tejido socioeconómico; la economía especulativa ligada a la burbuja inmobiliaria y la reclasificación de suelo; el marco legislativo y de control; una oposición política en estado anémico y en permanente hibernación cainita; un potente intervencionismo y control de los medios de comunicación públicos y privados o una holgadísima mayoría absoluta fueron condicionantes que acabaron hilvanando un relato hegemónico y excluyente con diversos elementos que conformaron un escenario propicio para la corruptela.

Todo ello en concurrencia con la circunstancia clave de que hay instituciones con presupuestos apetecibles. Lo cual resulta determinante. Porque los carteristas son más de frecuentar aglomeraciones en estaciones de tren y campos de fútbol que de aguardar sentados en mitad del desierto a que se acerque una víctima potencial a lomos de un dromedario. El vector urbanismo-financiación de partido ha vertebrado buena parte de la industria de las corruptelas, con suculentas aportaciones de la política de contratación pública y adjudicaciones a menudo vinculadas a la obra civil o hasta a la sotana del papa Benedicto XVI. Ese escenario tan proclive provocó incluso un efecto llamada a los emprendedores de la corrupción. El célebre Álvaro Pérez, el Bigotes, fue enviado por Francisco Correa a Valencia a montar Orange Market, la franquicia valenciana de la red Gürtel, porque allí había negocio y con la llegada de Rajoy a Génova su estatus de empresa de cabecera del PP quedaba finiquitado por las malas relaciones de Pablo Crespo, el número dos de la trama, con el nuevo presidente nacional del partido. Trasladaron así la capital Gürtel a Valencia del mismo modo que, con perdón por el paralelismo, el 7 de noviembre de 1936 se trasladó la capital de la II República. Por necesidad y debido a las circunstancias proclives del destino.

Fallaron los mecanismos de control. Por imperfectos o porque dimitieron de sus funciones. Falló la política, la Justicia, la prensa y la ciudadanía, como en tantos otros sitios. Pero en el caso valenciano los climas propicios para el cultivo tenían trazos particulares que hicieron germinar la semilla de la corrupción.

Aquel régimen que levantó una falla y que acabó, como todas, reducida a cenizas, tuvo directores de obra que incluso reiventaron el cemento como evento. Es el caso de Francisco Camps. Al siguiente en la lista, Alberto Fabra, le tocó, por orden de la crisis económica, empezar a podar el sector público valenciano, la Generalitat paralela, y vender a precio de saldo el patrimonio público desguazado y teñido de rojo.

Y ese régimen clientelar, cuyo motor acabó gripando por la crisis con corrupción (que es como las lágrimas sin pan), tuvo un arquitecto megalómano, un ideólogo que lo puso en marcha. El liberal más intervencionista de la historia tocó todas las teclas y tiró de chequera pública para que nada ni nadie lastraran la construcción de una mayoría política, que evolucionó a hegemonía social y desembocó en la consolidación de un régimen edificado sobre la anulación por compra o inanición de la disidencia y la patrimonialización de una asociación identitaria metonímica entre las partes y el todo. Una calculada construcción identitaria imposible sin el concurso de un control absoluto del ecosistema mediático, intervenido y modelado para macerar un discurso preponderante. Único de pensamiento, obra y omisión. Un dispositivo propicio en el que Canal 9 era solamente uno de los agentes del orden. Del nuevo orden.

El PP era lo valenciano, como Pujol fue Cataluña. El resto, traidores. Así sucedió tanto en el discurso hídrico como en los grandes eventos y proyectos señeros, que vienen de señera. En los albores de ese régimen (a partir de 1996) se datan los primeros trazos de comportamientos pautados que luego darían fructíferas cosechas. Por ejemplo, la primera foto icónica de familia pagada con dinero público e instrumentada por el Consell no fue la de Camps y la alcaldesa de Valencia, Rita Barberá, con Iñaki Urdangarin, yerno del rey Juan Carlos. Por supuesto que tampoco fue la de Camps y Barberá con Bernie Ecclestone. Fue el retrato de Julio Iglesias con el primer presidente del PP en la Generalitat.

El primer condenado, en sentencia firme, por corrupción y como cargo público en la etapa del Partido Popular se llama José María Tabares Domínguez y se remonta a la época en la que el arquitecto del régimen aún era el inquilino del Palau. Por aquel entonces, el Consell hizo transferencias de dinero público sin justificar a favor de sociedades radicadas en Islas Vírgenes Británicas y en cuentas numeradas y secretas de Bahamas. Por ejemplo, en la número WA356115.000 en Union Bank of Switzerland (UBS) en Nasáu. La cuenta de la vergüenza, la del dinero B por un contrato B firmado por el Consell en B mucho antes de que la B de Bárcenas triunfara en los medios. Efectivamente, el caso IVEX-Julio Iglesias es el paradigma de todas las impunidades posibles. De las primeras y más visibles banderas piratas izadas por el PP cuando conquistó el Gobierno autonómico y comenzó a construir un mundo Disney en el que finalmente ondeaban más trapos con tibias cruzadas que banderas azules en las playas. La prueba de que el dinero no tiene patria y el dinero opaco no tiene ni fronteras. Ese escándalo, en su gestación y desarrollo, representa un auténtico manual de zaplanología. De cómo proyectaba y dirigía la obra el arquitecto del régimen. Cómo sellaba casi siempre las bocas y las grietas con billetes.

El autor que empezó a escribir el relato del nuevo poder, que vino a llamar «poder valenciano». El hombre que supo domesticar a sus sombras y convertir en mudos a los testigos silentes de sus crímenes políticos.

Cuando atracó en el Palau de Presidencia, el fantasma de Maruja Sánchez (la tránsfuga que le había dado la alcaldía de Benidorm sólo cuatro años antes), el espectro de Voro Palop, su amigo e interlocutor para negocios bajo mano, y el ectoplasma de Vicente Sanz, ex presidente provincial del PP, se mudaron con él. El caso Marujazo, el caso Naseiro, el caso Sanz… en realidad todos fueron un poco o un mucho el caso Zaplana. Porque Zaplana siempre ha sido un caso en sí mismo. Un empedernido coleccionista de escándalos.

Del mantenimiento de los muertos en el armario se encargó el patrimonio público. Nunca fueron una carga para el eficiente Eduardo. Un ciudadano Kane que siempre actúa con la convicción de que el fin justifica los medios. Empezando por los de comunicación. Un tipo llamado Eduardo Andrés Julio Zaplana Hernández-Soro.