ESPAÑA EN BICICLETA

Fanny Bullock Workman

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ESPAÑA EN BICICLETA

© Fanny Bullock Workman, 1897

© Ediciones Casiopea, 2019

 

ISBN:978-84-120504-9-3

 

Imagen de Cubierta: James Tissot

Diseño de Cubierta: Anuska Romero

 

Maquetación: Carlos Venegas

Traducido por: Isabel Martínez Reinares

Reservados todos los derechos

 

 

En memoria de las diversas experiencias vividas en los viajes que hicimos juntos. Dedico cariñosamente mi parte del libro a mi marido, sin cuyas habilidades para planear este largo viaje, su energía para conseguirlo y su atención en los detalles, nuestra aventura de recorrer toda España no hubiera sido posible.

Fanny Bullock Workman

 

 

A mi esposa, mi compañera en largos viajes en bicicleta por la mayoría de los países europeos, Sicilia y Norte América, y nuestros recorridos caminando en las montañas de Noruega, los Alpes, los Apeninos, los Pirineos y el Atlas; cuyo coraje, resistencia y entusiasmo, muchas veces bajo circunstancias difíciles y a veces peligrosas, nunca falló. Afectuosamente le dedico mi aportación en este libro.

William Hunter Workman

 

 

PRÓLOGO

Las siguientes páginas se basan en nuestras observaciones y experiencias durante el recorrido que hicimos por España en la primavera y el verano de 1895. El viaje se hizo en bicicleta, no para satisfacer nuestro espíritu aventurero, normalmente asociado a los americanos, aunque alguna aventura se espera en un país como España. Tampoco fue porque hubiera algo nuevo en esta forma de viajar, la novedad había desaparecido hacía tiempo; sino porque era el medio que mejor se adaptaba a nuestro objetivo: nos daba total independencia sobre los obstáculos que tiene el viajero, permitiéndonos recorrer el país placenteramente, parando cuando y donde quisiéramos.

La bicicleta era solo el medio y no se intentó cubrir largas distancias. La distancia media diaria de todo el viaje fue de unos setenta y cinco kilómetros, pero también se hicieron entre ciento diez y ciento veinticinco kilómetros en algunas ocasiones, para poder llegar al refugio y pasar la noche. Estas últimas distancias, e incluso otras más largas, llevando equipajes de unos cinco a nueve kilos, las realizamos sin cansancio y bajo circunstancias favorables. Pero a veces hubo que hacer un gran esfuerzo debido al mal estado de las carreteras y al viento de cara.

Una gran parte del recorrido se hizo entre montañas, donde en muchas rutas fue necesario caminar e ir empujando la bicicleta durante horas. Nuestro propósito con este libro no es dar cuenta del pesado itinerario de las distancias o las condiciones en que se encontraban las carreteras; ni relatar los pequeños accidentes que ocurrieron, ni querer parecer mártires por todas las dificultades que hallamos, y hubo varias. El propósito es contar nuestras impresiones sobre la naturaleza, la gente y el arte que vimos en España en una experiencia sin igual en la que experimentamos cosas que no se encuentran en otros modos de viajar. Del mismo modo, un ciclista experimentado podrá, a través de él, encontrar información de utilidad para realizar un viaje parecido.

El recorrido abarca cuatro mil quinientos kilómetros y va desde Port Bou y Figueras en el noreste español, pasando por Gerona, Barcelona, Monserrat, Manresa, Montblanc, Poblet, Tarragona, Tortosa, Castellón de la Plana, Sagunto, Valencia, Játiva, Alcoy, Alicante, Elche, Murcia, Albacete, Manzanares, Jaén, Granada, Loja, Málaga, Ronda, Gibraltar, Algeciras con excursiones a Tánger y Tetuán en Marruecos, Tarifa, Cádiz, Jerez, Sevilla, Mérida, Carmona, Córdoba, Toledo, Aranjuez, Trancón, Cuenca, Madrid, El Escorial, La Granja, Segovia, Ávila, Salamanca, Zamora, Valladolid, Burgos, Logroño, Tudela, Zaragoza, Pamplona, Tolosa, San Sebastián hasta Irún.

Muchos lugares, aparte de los mencionados anteriormente, resultaron interesantes, y lo visto y experimentado en el recorrido fue original a la par que instructivo, igual que lo visto en las ciudades.

Es imposible incluir en el libro todo el material recogido durante tan largo viaje por los caminos y carreteras de un país tan extenso como España. Aparte de lo que está disponible y es de interés para los escritores, es difícil seleccionar lo que pueda interesar a nuestros lectores, cuyo gusto puede ser tan variado como grande su número.

Un libro escrito solamente sobre aventuras y experiencias personales puede resultar pesado. centrarse en la historia puede resultar poco original y hacer de él una guía de viajes, aunque los hechos hayan sido recogidos de fuentes alejadas a las guías viajeras. Mientras que enfocarse en una descripción detallada pude convertirlo en una lectura árida. Sin embargo, estos temas unidos a los paisajes, las antigüedades y las vestimentas despertarán el interés de un recorrido por España, y un escritor debe escoger de todo unpoco si quiere presentar una imagen atractiva de lo que se puede ver en un país.

Para concluir, con este libro no se pretende hacer un análisis exhaustivo de lo mencionado anteriormente.

F.B.W.

W.H.W.

Múnich, 8 de octubre de 1896.

 

Índice

INTRODUCCIÓN

Carreteras españolas

Mientras nos preparábamos para el viaje, intentamos recaudar información acerca de un tema de vital importancia para que el recorrido saliera bien: el estado de las carreteras en España; pero no conseguimos ningún resultado satisfactorio. Tampoco sabíamos de nadie que hubiera hecho este viaje tan largo de la forma en que queríamos realizarlo. Las guías de viajes que consultamos solo tenían una parte de la información que necesitábamos, y después de haber hecho el recorrido se puede ver que no fueron de mucha ayuda. No se correspondían con las respuestas obtenidas de los habitantes en España, ya que no se podía decir mucho del estado de las carreteras y menos en primavera. La escasa información que obtuvimos no fue de mucha ayuda y fue entonces cuando nos decantamos por enfrentarnos al problema nosotros mismos.

En España, las carreteras se dividen en dos tipos: los caminos reales, que son construidos y cuidados por el estado, y los comunales, que se encuentran bajo la supervisión de las autoridades locales. Además de los mencionados, se encuentran las ocho grandes rutas que parten de Madrid, conectando con las ciudades más importantes del reino. Algunas de ellas se hicieron a una escala más libre con cierta anchura en la calzada y los puentes, de otras carreteras no se puede decir lo mismo.

En muchos países se considera que las carreteras que se encuentran bajo el control gubernamental, están en mejores condiciones que los comunales. Pero este no siempre es el caso, muchos caminos comunales se hallan en mejor estado que los reales y varias veces tuvimos que abandonar estos últimos para circular por los comunales. Ford, quizás basándose en la norma general, afirmó: «Cuando un viajero oye hablar de los caminos reales puede estar seguro de que van a estar en buenas condiciones». Si en 1895 Ford hubiera recorrido en bicicleta algunos tramos de los caminos reales, habría visto cómo están hechos y quizás, hubiera cambiado de opinión.

España es un país grande, y un tramo no describe el conjunto de sus carreteras. Algunas son están en buenas condiciones, se hallan bien construidas y pavimentadas. En cambio, otras son difíciles de circular y tienen un pobre mantenimiento. Incluso en algunas, resulta imposible circular, ya que apenas son caminos de tierra y suelo arcilloso.

Las peores se hallan en las provincias de Aragón, Cataluña, Castellón, Valencia, Murcia y en el sur de Madrid. Están en mejor condición en Extremadura y Andalucía, especialmente en los lugares del sur y del oeste de las provincias. Y las mejores se concentran en Castilla La Mancha, el norte y este de Madrid, Castilla y León y Navarra. En estas dos últimas provincias no encontramos ninguna carretera en mal estado, y en comparación con otras vistas en distintos países del continente, como por ejemplo, las del sur de Francia, son claramente superiores. Lo mismo se dice de las carreteras de Galicia y Asturias, provincias que no llegamos a visitar.

En las primeras provincias mencionadas, nuestro recorrido transcurrió por amplios caminos de tierra y arcilla, exentos de cualquier pavimentación. Por el centro de estos caminos hay una vía única formada por tres surcos de unos 15 centímetros de ancho y 30 centímetros de profundidad, los surcos laterales estaban hechos por las estrechas ruedas de los vehículos utilizados en ese camino, y por el central van los carruajes con animales. Los laterales de la carretera se ocupan con pilas de piedras colocadas en pequeños intervalos, para evitar que se usen otros espacios aparte del centro de la calzada. El único espacio disponible para nosotros era el central, el cual resultaba estrecho y no muy cómodo de transitar, por lo que requería un gran esfuerzo y mucha atención.

Muchas veces era imposible ir pedaleando así que teníamos que empujar la bicicleta junto con el equipaje por aquellos inestables y arcillosos caminos, mientras que íbamos caminando por el bordillo. Cuando nos encontrábamos con grupos, que nunca se movían para dejarnos pasar, se puede imaginar lo inconveniente que era tener que salir del camino y luego volver a incorporarse. Aunque era peor cuando había que sobrepasarlos y teníamos que acercarnos al borde de la calzada que estaba obstruido para volver a nuestro camino.

Otro tipo de carreteras que nos causaron problemas y retrasos durante el viaje fueron las que se encontraban en obras. A menudo nos topamos con caminos que durante varios kilómetros estaban cubiertos por piedras que se consolidarían con el tiempo. En estas situaciones solo quedaba empujar y caminar hasta que se acabara el camino.

Otros senderos tenían hoyos cubiertos de polvo, y una profundidad de siete o más centímetros, sembrada de piedras de varios tamaños que dificultaban el ir en bicicleta y hacían que resultara toda una hazaña. Dejando fuera otros factores y haciendo referencia únicamente al estado de las carreteras, aconsejamos que solo los ciclistas experimentados intenten recorrer el este, sur y algunos lugares del centro de España. Mientras que las carreteras se pueden recorrer fácilmente desde el norte del país hasta Madrid.

 

Capítulo I

Cruzando la frontera

Intentamos entrar en España a través de la autopista que va desde Perpiñán por los Pirineos hasta Figueras. Pero al saber que el equipaje enviado en tren desde Francia a España, sin acompañante, era probable que fuera retenido en aduanas, algo que entorpecería nuestros planes, decidimos enviar nuestro equipaje con provisiones y ropa extra a la aduana de Port Bou y recogerlo allí.

En la mayoría de los países europeos, España incluida, las bicicletas tienen que pagar un impuesto al entrar y el turista está obligado a hacer un depósito que será devuelto si sale del país con el mismo vehículo y en la fecha prevista. Para facilitar los trámites en Port Bou, enviamos por adelantado una carta al Jefe de la aduana, escrita en nuestro mejor español, donde le explicábamos que llegaríamos en un tren concreto y preparados para hacer el depósito. Todo ello rezando para que nuestro equipaje estuviera listo para ser examinado y con todos los papeles necesarios, para salir sin retraso en ese mismo tren. La carta finalizaba con las cordiales abreviaturas que son costumbre en España.

Recorrimos el sur de Francia y la tarde del sábado del 31 de marzo llegamos a la costa de Banylus, donde acababa la autopista, y al siguiente día cogimos el tren hasta Port Bou. Cuando llevaron el equipaje de los pasajeros a la sala de aduanas para su revisión, le notificamos a uno de los oficiales que estábamos allí y él pasó el mensaje a una oficina. Unos momentos después, un hombre con pelo y barba oscura, rasgos comunes y bonitos ojos con rasgos árabes, vestido con traje negro, la viva imagen de un caballero, salió con nuestra carta en las manos, con la que nos saludó y cabeceó con una sonrisa amistosa, instándonos a apartarnos de la multitud y tener paciencia, pues él se encargaría de los trámites pertinentes.

Anunciaron que el tren saldría en una hora determinada. Sorprendidos con la amabilidad en la recepción, nos retiramos a un lado y esperamos durante media hora, tiempo en el cual los asuntos de otros pasajeros fueron resueltos. No sabíamos nada de nuestro equipaje y no había pruebas de las formalidades requeridas para hacer el depósito de las bicicletas, así que contactamos otra vez con el Jefe. Con los mismos modales que antes, admirable e incomparable, esta vez dejó evidente su ignorancia acerca de los procedimientos necesarios para los permisos, así como del paradero de nuestro equipaje. Se quejó a un oficial de trenes franceses y gracias a su ayuda nos aclararon que nuestros bultos se hallaban en el almacén de la compañía ferroviaria, pero como era domingo, se hallaba cerrado y no se podía recuperar nada hasta el día siguiente. ¡Así se esfumaron nuestras esperanzas en los oficiales de la aduana española! En cuanto al tema del equipaje, habían fracasado.

El Jefe y el trabajador francés prometieron enviar al día siguiente el equipaje a Barcelona. Decidimos no centrar nuestra atención en ello y les preguntamos acerca del depósito. Un halo de misterio parecía envolver también este tema. Tras consultar a otros oficiales, el Jefe declaró:

—Si deseaban hacer un depósito para las bicicletas y que fuera devuelto, deberían haber obtenido un permiso antes de salir de Francia.

Preguntamos qué tenía que ver un permiso francés con un depósito en la aduana española. Tampoco pudo ayudarnos con este tema. Minutos después nos explicó que el importe del impuesto sobre las bicicletas se basa en su peso, y como un favor, declararía respecto a las nuestras un peso inferior al real, de modo que pagaríamos un importe inferior.

Aunque no era lo que nos esperábamos, y hubiéramos preferido hacer el depósito normal, le agradecimos al Jefe la ayuda prestada y le dimos un billete, el cual se metió en el bolsillo sin darnos el cambio. Después, nos dio un recibo que indicaba que habíamos pagado las tasas. Se nos abrieron los ojos ante una de las peculiaridades de la administración española.

Con gestos de agradecimiento y respeto nos despedimos del funcionario y tomamos el tren a Figueras.

 

Capítulo II

Recibimiento. Cena con los caballeros en Fonda, Gerona. La Catedral. Una ciudad moderna española

Al fin estábamos en España y en cuarenta minutos llegaríamos a Figueras donde continuaríamos hasta Gerona. Para nosotros el tren resultaba demasiado lento, estábamos ansiosos por comenzar nuestros quijotescos días en la carretera. Esperábamos que algunas de las antiguas costumbres aún pudieran persistir, y con esta ilusión, siguiendo el consejo de Ford, habíamos incluido en nuestras mochilas de viaje, entre otras cosas, pequeños espejos. Antes de que terminara nuestro viaje, se hizo evidente que España no estaba tan avanzada y se podían encontrar aventuras sin necesidad de buscarlas.

Uno busca en vano cualquier cosa distintiva, ya sea en las personas o en las ciudades entre Port Bou y Figueras. Estos últimos lugares dan simplemente la misma impresión semifrancesa-semiespañola que es característica de todas las ciudades entre este punto y Perpiñán. Al acercarse a España, una cierta expectativa de ingenuidad con respecto al tipismo se activa en la mente del viajero, lo que lo lleva a pensar que encontrará personas, costumbres y arquitectura típicamente españolas tan pronto cruce la frontera. Dicha expectativa no parece cumplirse al principio, pero sí una vez se comienza a descubrir el país. La paciencia y el tiempo son factores decisivos en los viajes españoles.

Al llegar a Figueras, cuando estábamos colocando el equipaje en las bicicletas, percibimos a dos guardias civiles entre la multitud; Eran miembros del famoso cuerpo de la Guardia Civil, e iban vestidos con el uniforme azul oscuro y los sombreros de lona negros. Lo más novedoso en ellos eran sus guantes verdes.

Les preguntamos el camino a seguir, nos hicieron un saludo militar y se prestaron a acompañarnos. Respondimos negando su ofrecimiento para no causarles molestias, pero su idea de servicio les instaba a comprobar que tomábamos el camino correcto, así que no dijimos más y cada uno de nosotros, asistido por un guardia, con mosquete en el hombro, marchando solemnemente al lado, comenzamos nuestro viaje por España bajo escolta militar.

El paseo por el pueblo fue largo y tedioso. De haber seguido nuestras propias indicaciones habríamos subido alguna montaña. Figueras no es un lugar especialmente complicado, pero no queríamos ofender a nuestros amables protectores alejándonos de ellos antes de tiempo. Al llegar a la carretera general, levantaron sus manos y, mientras montábamos nuestras bicicletas, nos dirigieron las musicales palabras de los viejos días de diligencia española: «Adiós, vayan ustedes con Dios». Esta forma de despedida estaba destinada a convertirse en una especie de late motiv en nuestro viaje, aunque con diverso acento ya fuera pronunciada por un catalán, un sevillano o por el rico y gutural sonido del castellano. En cualquier caso, siempre sonaron como una dulce música en nuestros oídos.

El paisaje entre Figueras y Gerona es ondulado, se halla escasamente habitado y no es especialmente interesante. En dos de los pueblos que atravesamos, los niños resultaron molestos, corriendo tras nosotros, gritando y tirando piedras.

Cruzamos dos ríos carentes de puentes, pero dotados de grandes escalones que permitían cruzarlos. Este novedoso medio de pasar un río, que resulta fácil en circunstancias normales, fue incómodo con las bicicletas cargadas. A continuación cruzamos y bordeamos otros ríos pequeños algunos de los cuales carecían de puentes o escalones.

Al atardecer entramos en Gerona y, con la ayuda de un amistoso vecino, nos dirigimos a la Fonda de los italianos. Exteriormente, su aspecto nos recordaba a las posadas en las que habíamos parado en la Italia rural, pero la oscuridad estaba llegando y un viento frío barría la calle, por lo que entramos, preparados para lo que podríamos encontrar. Sin embargo, vimos que era un lugar cómodo, mantenido por un viejo italiano que se mostraba orgulloso de no ser español.

Las habitaciones eran grandes, limpias y estaban bien amuebladas, y la comida era abundante y estaba bien cocinada. Naturalmente, cuanto más pequeña es la ciudad, más sencilla y con menos platos es la cocina. El menú aquel día consistían en sopa y carne guisada con patatas, col y garbanzos. Este último producto está descrito por Gautier como un guisante que, en su ambición de convertirse en una judía, no ha tenido demasiado éxito. Su sabor no puede describirse, ya que no tiene ninguno. También es típico el pescado frito. Excepto en algunos de los hoteles más grandes, el pescado rara vez sigue a la sopa. Otro típico plato es el cordero asado, servido con espárragos y ensalada. El cordero a menudo es reemplazado por volatería u otro asado. De postre suelen ofrecer galletas, macarons, deliciosas almendras tostadas y queso. A veces también se añade mermelada. El vino, tinto y servido en grandes garrafas, posee mejor calidad en el sur que en el norte.

La compañía en la cena era típicamente española, todos caballeros, todos los viajeros y todos muy alegre, que nos saludaron cortésmente. Casi todos llevaban sus sombreros y algunos una capa. Una pareja nos interesó especialmente, un señor con su sirviente. El maestro, un hombre apuesto y de tez oscura, era un Velázquez, con capa negra forrada de felpa de rubí, que caía con gracia de sus hombros, mientras comía su cocido con garbanzos. El hombre no llevaba puesto su sombrero. El sirviente conversaba con su amo de forma familiar pero respetuosa, y aceptó los restos de cada plato cuando el señor se los entregaba. Todos fumaban cigarrillos en la comida.

Dejamos la mesa satisfechos con nuestra primera comida en España, convencidos de que habíamos presenciado una escena de la vida quijotesca, aunque fuera en el comedor de Gerona y no alrededor del brasero de la Venta de Cárdenas.

El viejo y gentil anfitrión nos preguntó cuando llegamos qué deseábamos para desayunar. Al informarle, asintió con la cabeza y aceptó servirnos un café a las seis y media,

—Pero no mantequilla —dijo, preparándose con la dignidad de un noble italiano caído. — Mantequilla española no puedo ofrecer a mis invitados, si fuera mantequilla de mi ciudad, cerca de Milán, estaría orgulloso de que lo probarais.

Aceptamos sus reservas, recordando lo que habíamos leído y oído acerca de la mantequilla española.

A pesar de la seguridad del propietario de que el café con leche se serviría a las seis y media de la mañana, cuando nos acercamos al comedor poco antes de las siete, encontramos todo muy tranquilo. Incluso el hombre que estaba de guardia se despertó al vernos. Dijo que el café estaría listo rápidamente. Tras esperar un cuarto de hora, le comentamos sarcásticamente:

—Nos vamos a la catedral. Por favor, tenga el café listo a nuestro regreso.

—Por supuesto, ustedes deben ver la catedral. —Esa fue su respuesta. — Cuando vuelvan tendrán el café listo.

Reflexionando sobre el dicho de que un español deja todo para mañana, comenzamos a buscar la iglesia. Era una mañana fría, y en las oscuras calles, los hombres llevaban sombreros y capas pesadas. Pasando un escaparate con productos de chocolate, entramos para comprar algo con que desayunar. El amable comerciante nos regaló unas deliciosas galletas, que los españoles comen con chocolate. Cuando preguntamos por el camino a la catedral, tomó su capa e insistió en mostrárnoslo él mismo. Nos acompañó por las calles y subió la colina hasta la entrada de la iglesia, donde nos dejó, deseándonos un viaje agradable. Esta fue solo una muestra de la caballería innata española.

La catedral es notable por su arquitectura gótica, cuya nave es la más ancha de cualquier iglesia en Europa. Resulta sorprendente que la modesta ciudad de Gerona posea una iglesia con una nave de veintitrés metros de ancho, casi nueve metros más de ancho que las catedrales de Colonia y Canterbury, mientras que la de Toulouse, que fue considerada una maravilla en este sentido, posee un ancho de tan solo diecinueve metros.