bian1192.jpg

 

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 1999 Sheila Danton

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Heridas del corazon, n.º 1192 - agosto 2019

Título original: Good Husband Material

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1328-411-8

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

SENTADA en una pared baja de ladrillo, Rebecca Groom observaba con sus grandes ojos azules a un labrador negro tirando de un hombre alto que cruzaba la calle. El perro estaba empeñado en alcanzar lo antes posible la sombra que proyectaba el edificio del consultorio.

Mientras se sentaba en el caldeado habitáculo de su Mini color amarillo, se compadeció del perro.

–¿Le ocurre algo, o acaso está planeando entrar a robar?

Al tiempo que se acomodaba detrás del volante se volvió a mirar las facciones bien marcadas de un hombre, que al momento reconoció como el director del consultorio.

–Vaya, pero si es nuestra nueva adquisición. No esperarías encontrar el consultorio abierto un domingo, ¿verdad?

–De ningún modo –se echó a reír–. He alquilado un piso en Begstone y he venido a ver cuánto tiempo voy a perder en recorrer el trayecto.

–¿Begstone? –arqueó las cejas, fingiendo estar horrorizado–. Te llevará mucho más tiempo que hoy. ¡Es el peor sitio desde donde venir durante la hora punta!

–Y ahora me lo dices –dijo divertida.

–Pero no todo es negativo –se retiró de la frente un mechón de cabello negro y liso–. Hay una leve posibilidad de que el consultorio se traslade mucho más cerca de Begstone.

–¿De verdad? ¿A dónde?

–En realidad la idea es todavía un secreto, pero si va a impedir que vuelvas y rompas tu contrato de arrendamiento, supongo que puedo decírtelo. Sobre todo porque no conoces la zona.

–Bueno, lo cierto es que… –Becky había estado a punto de confesar que conocía la zona mucho mejor de lo que él pensaba cuando Marc la interrumpió.

–Te estás cociendo dentro del coche. ¿Por qué no discutimos de manera mucho más civilizada mientras nos tomamos algo fresco?

La invitación era tentadora; extremadamente tentadora. En el coche hacía un calor insoportable.

–Me parece bien.

–Voy a casa de mi madre, que vive al final de la calle, a devolverle a Sally. Puedes dejar el coche aquí o aparcar a la puerta del número veintitrés.

–Creo que intentaré buscar un sitio a la sombra al otro lado de la calle.

Él asintió.

–Nosotros vamos muy despacio. Sally ya no está para trotes.

–¿Cuántos años tiene?

–Casi doce.

–Es bastante para un labrador.

–No es de raza pura, y seguramente se deberá a eso, pero ni siquiera Sally durará mucho si no hace más ejercicio del que mi madre le proporciona. Cuando sale conmigo se asusta. Te veré al final de la calle.

Al poner el coche en marcha recordó cómo en su entrevista lo único que la inescrutable expresión de Marc le había revelado había sido su obsesión por el ejercicio y una dieta sana. Su cuerpo esbelto y musculoso no tenía ni un gramo de grasa. En realidad, era digno de elogio. Pero Becky sospechaba que quizá no hubiera tenido en cuenta los factores hereditarios. Sin embargo, a pesar de las generosas curvas que había heredado de su madre, le había ofrecido el trabajo, así que quizá no debería preocuparse por lo demás.

Se había mostrado agradable con ella, tanto el día de la entrevista como momentos antes, y a Becky le había dado la sensación de ser alguien con quien podría trabajar en armonía. Y, además, decía mucho de él el hecho de que se preocupara por su madre.

Aparcó bajó las amplias ramas de un enorme castaño; cerró el coche y lo esperó.

–No puedo obligar a Sally a que corra con este calor –la sonrisa compasiva que se dibujó en sus labios suavizó sus facciones y Becky se dio cuenta de que era un hombre muy apuesto.

Sin embargo, tenía un aire reflexivo que Becky no podía concretar.

–Hace demasiado calor para ir corriendo.

Cuando llegaron a casa de la madre, Marc abrió la puerta y esperó a que Becky entrara en el jardín delantero.

–Mi madre estará atrás. Iremos por aquí.

Soltó a Sally y le indicó el camino cubierto de hojas que rodeaba la enorme casa de piedra.

La señora Johnson alzó la cabeza para saludar a su hijo y al ver a Becky se sorprendió.

–Hola…

–Mamá, esta es Rebecca Groom, nuestra nueva enfermera. Empieza mañana.

–Hola. Encantada de conocerte, Rebecca.

–Buenas tardes, señora Johnson. Qué jardín más bonito –Becky admiró el amplio jardín con entusiasmo.

–Es muy amable al decir eso, aunque últimamente necesito ayuda para mantenerlo así.

Parecía que vivía allí sola y, a juzgar por el leve cansancio que vio en su mirada al hablar, Becky adivinó que probablemente estaría viuda. Como no mencionó que Marc la ayudara, supuso que este tendría su propia casa.

–¿Dígame, le apetece una taza de té? ¿O mejor aún, un refresco?

–Algo fresco, mamá. Nos salvarás la vida porque estamos los dos a punto de deshidratarnos.

Cuando la señora Johnson entró en la casa, Marc acercó un par de elegantes sillas de mimbre a la mesa.

–Estabas contándome los planes secretos para el consultorio.

La risa de Marc era aterciopelada y contagiosa.

–No son los detalles del consultorio lo que son un secreto. Simplemente no queremos que el vecindario se entere de que pensamos abrir un consultorio en su barrio. Llevamos un par de años buscando un lugar apropiado, pero no resulta fácil en esta zona. Al menos no a un precio razonable.

Becky asintió.

–Espero que tengáis éxito con la búsqueda. ¿Está en Begstone?

–No, en un pueblo cercano. Parece el sitio ideal, pero yo no soy muy optimista. Podrían presentarse muchas dificultades que no conocemos. Es propiedad del ayuntamiento, con lo cual quizá no nos permitan un cambio de uso.

–¿Y para qué lo utilizan ahora?

–Es una vivienda privada. El hombre que la habita cultiva los campos que la rodean. Ha fusionado dos granjas y se ha ido a vivir a la otra casa, dejando Paddocks vacía.

–¿Paddocks? –repitió y de repente se puso pálida–. ¿Te refieres a Paddocks de la calle Ashford? No se puede tirar una casa como esa para construir un consultorio. ¿Es que no os da pena?

La estudió detenidamente con sus ojos oscuros.

–Se ve que conoces la zona mejor de lo que yo pensaba.

Becky se volvió a mirarlo.

–Esa casa fue en el pasado como un segundo hogar para mí. Es victoriana, pero construida en el estilo Reina Anna. Es preciosa y…

Al ver una sombra de irritación borrando de su rostro el entusiasmo por su proyecto, Becky fue consciente de que por culpa de su naturaleza impulsiva había quedado en ridículo otra vez.

Se arrepentía de haberse puesto a defender la casa así, pero ya no había remedio.

–Lo siento, Marc –añadió en tono de disculpa–. No ha sido mi intención ser grosera, solo es que ha sido tan inesperado. Supongo que los momentos felices que pasé en esa casa me empujaron a solicitar un puesto por esta zona cuando decidí escapar de la vorágine de Londres. Y también la razón de que buscara un apartamento no lejos de allí.

La expresión de Marc se suavizó.

–Sabes que contratando a las personas adecuadas es posible alterar estos edificios antiguos sin estropear demasiado la estructura original. ¿Eran tus abuelos los que vivían allí?

–No, los tíos de mi madre. Como no tenían hijos les encantaba que estuviéramos allí –hizo una pausa mientras los recuerdos fluían por su mente.

Eran recuerdos que no estaba dispuesta a revelar. Paddocks había sido un paraíso en el que refugiarse de los abusos que su padre cometía con su madre. Cuando estaba en Paddocks se había sentido segura, y no había tenido necesidad de taparse los oídos para no escuchar los golpes que seguían siempre a los gritos de su madre.

Al notar que Marc estaba preguntándole más cosas sobre la casa, Becky fingió estar considerando cuidadosamente lo que él le había dicho antes.

–En realidad, la casa no es tan grande como parece desde fuera. Necesitará ampliarse tanto que no creo que puedan conservar el carácter de la casa. Sin embargo, supongo que no es asunto mío.

–Tienes razón, no es asunto tuyo, pero te entiendo –comparado con el tono afable de antes, le habló con frialdad.

En ese momento la señora Johnson salió con una bandeja y una jarra de limonada.

–Gracias. Está muy buena y muy fresca.

Su anfitriona aceptó el cumplido.

–¿Ha vivido siempre en esta zona?

Becky sacudió la cabeza.

–Soy del centro de Inglaterra, pero llevo un par de años trabajando en Londres. Claro que, también estuve viviendo en la granja de mi tío de la calle Ashford durante casi tres años, y regularmente pasaba las vacaciones con ellos allí cuando era pequeña. Mi ilusión siempre fue establecerme aquí.

Tras una breve discusión sobre una variedad de plantas y las dificultades en conservar los servicios de un jardinero, Becky se puso de pie.

–Ahora no me queda más remedio que volver a terminar de instalarme. Gracias por la limonada, señora Johnson.

Su hijo la acompañó al coche, pero al despedirse de ella la miró de modo inexpresivo.

–Entonces nos veremos mañana.

Rebecca se montó y se puso en marcha.

–¿Por qué seré tan impetuosa? –se dijo–. ¿Por qué no puedo mantener la boca cerrada? Desde luego has conseguido enojar al jefe incluso antes de empezar a trabajar. Dios sabe lo que pensará de mí, de mi falta de educación. Incluso si obtienen el permiso para cambiar el uso del edificio, seguramente decidirán que no es el adecuado para ello y habré armado un escándalo para nada.

Su optimismo anterior se había evaporado y por alguna razón se sintió totalmente desalentada al volver a su solitario piso y a la mudanza.

 

 

El lunes se levantó antes de que sonara el despertador y llegó al consultorio bastante antes de las ocho, hora en que empezaba a trabajar.

–Bienvenida a Sandley –Rose, la administradora del consultorio, estaba abriendo la puerta cuando Becky llegó–. ¿Ha encontrado vivienda sin problemas?

–Sí. Me mudé a un piso en Begstone ayer.

–Debes darme la dirección. ¿Es cómodo?

–Mucho, y como yo ocupo el ático de una casa de tres pisos, tiene una vistas maravillosas.

–Tiene buena pinta –comprobó la lista de turnos que había en la pared–. Esta mañana vas a trabajar con Jan. Luego verás cómo organizamos las tareas. Aquí está su lista para hoy. La mayoría son análisis de sangre y alguna que otra inoculación.

Becky se llevó el montón de notas a la mesa, después fue a la enfermería a ver lo que tenían allí.

Volvió a la mesa y se dispuso a examinar las notas escritas en la primera página.

El primer paciente, un tal señor Peck, tenía hora a las ocho y cuarto. Miró el reloj y vio que eran y veinte. Ya llevaban cinco minutos de retraso. Un análisis de sangre. Nada que no pudiera hacer ella sola. Decidió llamar al paciente.

–Bueno días, señor Peck. Veo que tiene usted un análisis de sangre.

–Eso es. Me hicieron una revisión en el trabajo y me encontraron que tenía azúcar, así que el doctor Johnson me ha mandado unos cuantos análisis. Los últimos análisis que me hice no salieron bien, así que el doctor me dijo que tenía que ayunar para hacerme este.

Becky asintió y fue a buscar lo que necesitaba. Cuando estaba terminando de sacar la muestra de sangre, se abrió la puerta de golpe y Jan, la enfermera jefe, entró a toda prisa.

–Lo siento, señor Peck. Me he retrasado por culpa del tráfico. Veo que la enfermera Groom ha hecho los honores. ¿Todo bien?

–Estupendo. Ya me ha sacado sangre. Me puedo marchar, ¿no?

Jan asintió y le echó un vistazo a las notas del paciente.

–Veo que está citado el viernes con el doctor Johnson. Creo que ya tendrá los resultados para entonces –abrió la puerta y casi lo empujó–. Lo siento –le dijo a Rebecca–. Llamaré al próximo paciente mientras tú pones al día las fichas.

–Alan, pasa –se volvió hacia Becky–. Al señor Brown hay que cambiarle la gasa de la pierna –sin decir más lo condujo hasta una silla en la enfermería y se dispuso a quitarle el apósito antiguo.

–¿Le molesta menos? –le preguntó Becky al terminar.

–El dolor ha disminuido mucho desde la semana pasada.

El resto de la mañana fue de una actividad febril y Becky empezó a sentir pena por los pacientes. Cuando terminaron de atender a todos los de la lista, descansaron un rato para tomar café. Becky volvió a mirar la lista de la enfermería.

–Se les da menos tiempo con nosotros que con los médicos. ¿Te parece eso bien?

Jan se encogió de hombros.

–En realidad no. Pero como solo somos dos enfermeras, no podemos hacer mucho más. Quizá ahora que estás tú aquí podamos repartir un poco el trabajo, pero de todos modos sigue habiendo nada más que una sala de enfermería. Será estupendo si por fin construyen ese centro de salud nuevo que tantas veces nos han prometido.

–Vaya, he oído que quizá lo hagan cerca de Begstone. El doctor Johnson dice que están pensando en utilizar algún edificio en esa zona.

Jan soltó una risa crispada.

–Una de tantas. Estoy empezando a pensar que solo están mirando casas viejas porque siempre hay alguna razón por la cual el lugar no resulta útil.

Becky se avergonzó para sus adentros por haber armado un jaleo por nada la tarde anterior.

–Supongo que los tres médicos no pasarán consulta al mismo tiempo. ¿No podríamos utilizar alguna de sus salas de vez en cuando?

–Supongo que quizá podamos convencer a Steve Howard, pero no veo a Marc o a Pete Robson accediendo a ello.

–¿Y pasáis consulta de enfermería por las tardes?

–Solo las consultas médicas para embarazadas para los cuidados después del parto; las consultas para bebés… Ah, y las de medicina preventiva.

–¿Entonces, podríamos hacer algunas curas y revisiones en las tardes que no pasen consulta?

A Jan pareció asombrarle su sugerencia.

–Supongo que sí, pero significaría que uno de los médicos tendría que estar también. No les gusta que veamos a los pacientes cuando ellos no están. Tal vez podamos sugerirlo en la reunión que tendremos mañana.

Como el lunes por la tarde no había ninguna consulta, Jan le enseñó a Becky los distintos departamentos de la clínica. Después de presentarle a los empleados, procedió a hablarle de ellos una vez que hubieron cerrado la puerta de la enfermería.

–Conociste a los médicos en la entrevista, aparte de Patsy, nuestra médico en prácticas, ¿verdad? Empezó con nosotros la semana pasada.

Becky asintió.

–Se va a casar en navidad. El doctor Johnson es el único que no está casado. Irene dice que tiene algo con Rose, de administración, pero si es así son muy discretos.

–Me encontré ayer con él y me presentó a su madre. ¿Vive con ella?

–No. Él tiene su propia casa, y en una zona de mucha categoría. Estuvo prometido, pero su novia se ahogó en un accidente de barco.

–¡Qué horror!

–Eso no fue lo peor de todo. Marc estaba trabajando, y por eso ella se fue a navegar con el padre de Marc. Él también se ahogó.

Becky estaba horrorizada.

–¿Hace cuánto que ocurrió eso?

Jan se encogió de hombros.

–Fue antes de que yo viniera aquí, así que debió de pasar hace unos cinco años ya. Nunca habla de ella, ni del accidente, así que nosotros tampoco. Creo que todavía no ha encontrado el modo de aceptarlo.

Becky se compadecería de cualquier persona que hubiera sufrido algo parecido, pero tratándose de Marc Johnson y de su madre sintió un extraño dolor en el corazón y deseó haberlo sabido el día anterior. Desde luego ello explicaba la pena que había visto en la mirada de la señora Johnson y también la expresión distante que se ocultaba bajo la amabilidad superficial de Marc.

Jan continuó enumerándole las flaquezas de las distintas recepcionistas y secretarias, y después le habló de la otra enfermera.

–Conociste a Irene, ¿no? Debe de estar al llegar.

Becky tuvo que hacer un esfuerzo para concentrarse en lo que le estaba diciendo Jan y dejar de pensar en la tragedia de los Johnson.

–¿Irene? Sí… Sí que me la presentaron.

–Hoy le toca el turno de tarde. Si quieres quedarte un rato o no es cosa tuya.

–No tengo nada que hacer en casa, así que creo que me quedaré un poco más. ¿Es otra lista de rutina?

Jan asintió.

–El servicio es para la gente que trabaja durante el día, pero viene de todo. Aquí está Irene. Podéis mirar la lista juntas.

Jan se había marchado e Irene estaba charlando con la administradora cuando Marc asomó la cabeza por la puerta.

–Hola. ¿Qué tal va todo?

Al ver por su forma de saludarla que la había perdonado por lo del día anterior, Becky sonrió.

–Bien, gracias.

Pero se le fue el alma a los pies cuando él continuó hablando.

–Pensé que te gustaría saber que hemos estado hoy en Paddocks y pensamos que tiene posibilidades.

¿Esa era la razón por la que la había buscado? ¿Para hablarle de la visita antes de que se lo contara otra persona?

–¿Qué te ha parecido la casa en sí?

–Debo decir que estoy de acuerdo contigo. Desde luego tiene mucho carácter y el lugar es perfecto. Como dijiste, necesitará muchos cambios para adecuarse a nuestras necesidades pero, como llevamos tanto tiempo buscando, no veo que eso sea un impedimento.

–Claro, lo entiendo. Espero que todo salga como deseas –dijo en tono desenfadado, empeñada en no repetir el error del día anterior.

–Creo que estamos de suerte. Hay sitio suficiente para un aparcamiento, y haremos una entrada por la calleja lateral, lo cual es otra ventaja. Ahora solo depende de que nos pongamos de acuerdo con el ayuntamiento.

Becky sintió una mezcla de emoción al escuchar lo que decía. Marc al menos apreciaba el carácter y belleza del viejo edificio. Tal vez eso previniera los peores excesos que Becky se temía.

–¿Y qué alteraciones serían necesarias?

Intentó por todos los medios hablar sin que le temblara la voz. Lo último que quería era molestarlo de nuevo.

–Creo que eso se lo dejaré a los arquitectos. Pero puedes estar tranquila porque su cometido será conservar todo lo intacta posible la estructura original de la casa y de los jardines –abandonó el tema de la casa como si no tuviera mayor importancia–. ¿Te desenvuelves bien con el trabajo?

–Sí. He estado esta mañana con Jan y voy a hacer lo mismo esta tarde con Irene.

–¿Tenías la tarde libre?

Becky asintió.

–Jan me presentó a todos los empleados y me enseñó cómo funciona el sistema de administración.

La observó de una manera que resultó extrañamente agradable.

–No hace falta que trabajes demasiado el primer día.

Becky se echó a reír.

–Lo de hoy ha sido como una cura de descanso después de trabajar para el ministerio. Estaba empezando a pensar que la orientación era algo del pasado.

–Aquí no. Queremos que todo el mundo se sienta parte del equipo. Y eso me recuerda a que una de mis pacientes, Carol Dent, tiene hora con Jan esta tarde. Me interesaría escuchar tu opinión sobre ella.

–¿Quieres decir hacer un diagnóstico?

–En realidad no… Me refiero más a cómo lo está llevando. Se queja porque no puede respirar bien y de vértigos, pero una serie de análisis exhaustivos no han revelado nada anormal. Pensé que una charla con alguien de fuera de su círculo familiar y de amistades le vendría bien. Me enteré de que su hija ha venido a hacerles una visita relámpago, así que me pareció la oportunidad ideal. Así no podrá intentar marcharse con la excusa de que no puede dejar a su esposo solo mucho rato.

–¿Está inválido?

Marc asintió, pero al mismo tiempo movió la mano de un lado para otro.

–Más o menos. Simon Dent sufre esclerosis múltiple, pero está en remisión. Ella cree que si lo tiene en palmitas no tendrá una recaída.

–Difícil…

–Mucho, para los dos, y creo que esa dificultad es probablemente la causa de sus síntomas. Pero mira a ver qué te parece a ti.

Becky estuvo tentada de comentar que si las consultas eran tan apresuradas como las de la mañana sería casi imposible, pero decidió que no era el momento adecuado.

Cuando llevaban ya bastantes pacientes, Becky se alegró de no haber dicho nada. Irene parecía darle a cada uno de sus pacientes el tiempo necesario.