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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2000 Leanna Ellis

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Corazones de acero, n.º 1175 - agosto 2019

Título original: The Double Heart Ranch

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

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Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1328-414-9

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

 

 

 

 

Y VIVIERON felices para siempre Cole Dalton cerró el libro y trató de obviar la desagradable sensación que aquel final le provocaba en el estómago. Lo de «felices para siempre» era algo que no se daba en la realidad, –Léeme otro, papi.

–Hoy no. Mañana habrá más –le dijo a su hija de cinco años, mientras le acariciaba la cabeza–. Por la mañana tienes que levantarte para ir al colegio.

–Pero no tengo sueño –Haley hizo un puchero.

–Pues yo sí –Cole fingió un bostezo y se estiró.

–¿Y si tengo un mal sueño?

–Entonces podrás dormir conmigo –respondió él y le dio un cariñoso beso en el pelo. Se dirigió hacia la puerta y apagó la luz–. Sé una buena chica y duérmete.

–De acuerdo –dijo Haley y se acurrucó entre las sábanas–. Buenas noches, papi.

Cole se detuvo a escuchar el croar de las ranas. Se preguntó por qué su mujer había odiado tanto aquel sonido. A él le resultaba reconfortante. Pero nunca había resultado acogedor mientras su esposa había estado allí, pues siempre estaba protestando por todo: por el calor del verano, por el aislamiento del invierno.

Por fin las noches eran tranquilas en el rancho, con la única compañía de su pequeña hija.

–Buenas noches, cariño.

Pero antes de cerrar la puerta, la pequeña vocecita irrumpió en el silencio.

–¿De verdad que vivieron así?

Cole se quedó confuso y desorientado.

–¿A quién te refieres, cariño?

–Al cuento. ¿Vivieron felices para siempre? –Haley lo miraba con los ojos muy abiertos.

Cole sintió un nudo en la garganta. Las preguntas de Haley a veces lo ponían nervioso. No sabía si la respuesta que daba era la adecuada o, sencillamente, acabaría por dejar en la niña cicatrices imborrables. ¿Qué podía decir, cuando sabía que los finales de cuento no existían?

–Sí, supongo que vivieron felices para siempre. Eso es lo que el libro dice –se recostó sobre la jamba de la puerta y reprimió un pinchazo en el pecho. Era muy difícil ser padre y, aún más, ser padre solo, sin tener a nadie en quien confiar, nadie con quien hablar. Pero, después de todo, tampoco había tenido eso nunca con su ex mujer.

–Ahora, a dormir.

–Pero, papi…

Cole respiró expectante ante lo que venía a continuación.

–¿Dime, cariño?

–¿Por qué a nosotros no nos ha pasado lo de ser felices para siempre? –su pequeña voz fue como un puñal esta vez.

Cole agarró con fuerza el picaporte y respiró profundamente. Abrió la puerta lentamente y entró de nuevo en la habitación. El corazón le latía con fuerza, lleno de culpabilidad. Se sentó junto a la cama de su hija y buscó las palabras adecuadas.

–¿No eres feliz aquí conmigo?

–Sí, pero… –se detuvo.

La barbilla le temblaba.

Cole se estremeció conmovido por la reacción de la niña. Estaba confundido. ¿No había intentado darle lo mejor: ropa bonita, una casa, un hogar feliz y toda la atención que una niña de su edad requería?

–¿Pero qué? –preguntó él. Necesitaba una respuesta.

–No tenemos una mamá.

No, no la tenían.

Su ex mujer se había marchado muy lejos. Los había abandonado, a él y a su hija. Cole había intentado ser padre y madre para ella. Pero pronto se había dado cuenta de la imposibilidad de serlo todo, por lo que había contratado, sucesivamente, a una serie de niñeras, que siempre acababan yéndose para casarse con algún vaquero, dejándolos solos de nuevo.

Quizás la niña necesitaba cosas que él no le podía ofrecer. Quizás, Haley necesitaba, ante todo, una madre. Aquella hacía que se sintiera mal, muy mal.

Miró por la ventana, al oscuro horizonte que se dibujaba a lo lejos.

Aquel rancho de Doble Heart lo había construido su abuelo de la nada, a base de sudor y sangre. Pero no lo había hecho solo. Su esposa, a la que había conseguido por correo, había compartido con él una vida llena de sacrificios, tormentas, tornados, sequías y epidemias. Juntos habían construido aquella vida y su eterna felicidad.

¿Por qué él no podía hacer lo mismo? Había tratado de crear una familia a partir del amor, pero Paula odiaba el rancho. Peor aún, había odiado la maternidad más que cualquier otra cosa.

Quizás podría poner un anuncio y conseguir, así, una esposa que quisiera casarse por conveniencia, para siempre y en beneficio de su hija. Pero, ¿podría volver a confiar en alguna mujer?

Capítulo 1

 

 

 

 

 

TIENE problemas con esa carta que trata de escribir? –le preguntó Elise McConnell al vaquero que estaba sentado en una de las mesas. Llevaba la bandeja en una mano y trataba de alejársela lo más posible. No soportaba el grasiento olor a beicon.

El vaquero alzó la vista. Tenía unos bonitos ojos azules de mirada intensa que la hicieron sentirse vulnerable. Tenía el pelo oscuro y una barba muy corta. Había esparcido varias hojas de papel por encima de la mesa.

Elise pensó que no iba a responder, de modo que dejó el plato con los huevos revueltos y el beicon encima de la mesa.

Ya había cometido un grave error con un vaquero y no estaba dispuesta a cometer otro.

–¿Más café?

Él asintió y empujó la taza hacia el borde de la mesa.

–¿Es usted nueva en Desert Spring?

Su voz profunda y varonil hizo que le empezaran a temblar las rodillas, pero prefirió achacar los síntomas al olor a grasa. Tampoco había tenido tiempo de desayunar antes de llegar a las seis menos cuartos a trabajar. Seguramente, por eso sentía que las piernas iban a ceder de un momento a otro.

–Sí –respondió ella a la pregunta que le acababa de formular–. Llevo aquí un mes. Es una ciudad encantadora. Muy tranquila.

No le dijo que, directamente, la habían soltado allí contra su voluntad, sin dinero, sin nada. No importaba. Estaba acostumbrada a salir adelante por sí misma. Después de haber dejado el orfanato a los diecisiete años, había viajado de ciudad en ciudad, trabajando aquí y allá, asistiendo a algunas clases que le interesaban y, sobre todo, buscando un lugar al que poder llamar su hogar. Pensó que había encontrado una familia con aquel vaquero. Pero se había equivocado.

La verdad era que le había empezado a gustar aquella ciudad del oeste de Texas y que estaba considerando la posibilidad de quedarse a vivir allí. Además, tampoco tenía ningún otro lugar al que ir.

El vaquero sonrió.

–Sí, es muy tranquila. A las nueve parece que quitan las calles. No se oye nada.

Elise se rio.

–No me preocupa. A esa hora yo ya estoy durmiendo –alguien le hizo una seña de que lo atendiera–. Bueno, que le aproveche el desayuno. Si necesita algo, me llamo Elise.

Inmediatamente, dejó al sexy vaquero y su ceño constreñido a un lado y continuó con su trabajo. Ya tenía bastantes problemas como para preocuparse de los asuntos de otros.

 

 

Cole observó a la simpática camarera mientras se dirigía a otra mesa. No pudo evitar reparar en el balanceo de sus caderas, el modo en que el lazo del delantal se movía de un lado a otro. Llevaba una larga cola de caballo que le caía sobre la espalda.

Seguramente, no se quedaría demasiado tiempo en la ciudad. Acabaría aburrida de aquel lugar sin alicientes, sobre todo en cuanto se diera cuenta de que no había ningún soltero que cazar.

Cole centró su atención de nuevo en el desayuno. Comió huevo revuelto y revisó lo que había escrito. Negó con la cabeza y arrugó el papel. No encontraba las palabras adecuadas. Quizás su idea era descabellada. No le había contado a nadie su plan. ¿Alguien entendería lo que hacía? ¡Pero si ni siquiera él estaba seguro! Sus amigos seguramente se habrían reído de él.

Durante la siguiente hora, no paró de pasar la mirada de la hoja a la camarera.

Era agradable, con una hermosa sonrisa y ojos vivaces y ribeteados por un montón de pestañas espesas.

Saludó a algunos rancheros, que se habían acercado hasta allí, antes de llegar a sus trabajos, tal y como él debía de hacer.

Después de cuatro tazas de café, se hundió los dedos en el pelo con frustración. Se sentía como un toro encerrado. Tal vez, era el efecto de la cafeína. O, quizás, era la hermosa camarera la que lo había alterado.

Cuando se acercó a servirle otra taza de café, él alzó la mano y le dijo que no.

–¿Es usted un estudiante? –preguntó ella–. ¿Se trata de algún trabajo?

Cole frunció el ceño.

–Estoy intentando escribir un anuncio para un periódico.

–¿Sí? –preguntó ella interesada–. Ya no quedan clientes. Quizás lo pueda ayudar. Una vez tomé clases de publicidad, cuando vivía en Dallas. ¿Qué quiere vender? ¿Vacas, caballos, algún tractor?

Cole sintió que la garganta se le secaba. La mujer lo miraba, esperando su respuesta. Tenía esa mirada segura de quien ha visto demasiadas cosas y ya no se puede asustar de nada, como mucha otra gente de aquella ciudad. Pero, de pronto, la lengua se le trabó, incapaz de decir ni una sola palabra, como un joven adolescente ante la chica más guapa del cole.

–¿Es un secreto? –preguntó ella.

Sí, de algún modo lo era. Pero no lo sería durante mucho tiempo si alguien descubría su plan. Y, no quería que aquello pudiera afectar a Haley. Jugó con la cucharilla del café, dándole vueltas y vueltas. Finalmente, se decidió a responder.

–Yo.

Ella frunció el ceño.

–¿Cómo que yo?

–Sí. Soy yo el que está en venta.

Ella abrió los ojos y no parpadeó durante unos segundos, hasta que, al fin, reaccionó.

–¡Esta sí que es buena! –dijo ella y se dispuso a alejarse–. Perdón por entrometerme.

Antes de que se pudiera alejar, la agarró de la muñeca. No sabía por qué, pero de pronto necesitaba explicar sus problemas. Pero, ¿por qué a aquella extraña? Tal vez era su sonrisa, o su dulzura, o quizás, sencillamente, que era una desconocida.

–No me he explicado bien. Déjeme que aclare lo que quería decir.

Elise dudó unos segundos. Pero, por fin, se relajó y él la soltó. Había dejado marcados los dedos sobre su carne.

–Lo siento –dijo él.

Ella no respondió, se limitó a esperar a que él continuara.

Cole se removió inquieto, hasta que por fin reposó la mano junto a su Stetson que estaba sobre el asiento. ¡Ojalá se hubiera quedado callado! Pero no lo había hecho. Desde hacía tres semanas, cuando Haley le había hecho aquellas comprometidas preguntas, sentía que se le hubiera partido el corazón. Se pasó la mano por los pantalones. Tenía que darle a aquella mujer una explicación.

–Elise…

Ella asintió.

–Soy Cole Dalton. Tengo un rancho a las afueras de la ciudad –quería que entendiera que no estaba loco, que era de allí y que sus ancestros ya habían echado raíces en el aquel lugar. No tenía por qué tener miedo de él. Pero ella lo miraba con desconfianza.

Asintió de nuevo.

–Bueno, puede parecer absurdo… No creo que la palabra sea que quisiera venderme a mí mismo.

Miró de un lado a otro, como preocupada de que pudieran oírlo.

–No se preocupe –dijo ella con una sonrisa–. No voy a comentar nada a nadie.

Cole respiró profundamente.

–En realidad, lo que pido en el anuncio es una esposa.

 

 

Elise pensó que no había oído bien. ¿De verdad que aquel vaquero tan sexy , con los ojos del mismo color que el cielo, no podía encontrar una esposa por sí mismo? ¿Qué tipo de ciudad era aquella?

De pronto, se paró a recapacitar. Ya había perdido la cabeza por un par de ojos bonitos con anterioridad. Quizás, solo trataba de ligar con ella, tal y como había hecho Rusty. Quizás las mujeres de la ciudad ya lo conocían.

Pero se había ruborizado y eso quería decir que no estaba orgulloso de lo que acababa de confesarle.

Elise sentía curiosidad.

–¿Qué ocurre con las mujeres de la ciudad?

Se encogió de hombros.

–La mayoría están casadas, tienen más de sesenta años y son viudas o tan jóvenes que me llevarían a la cárcel solo por mirarlas.

–Ya –dijo ella, en un tono poco convencido. Sin duda, los hombres hacían cosas incomprensibles y ella era un experta en el tema. A pesar de todo, sentía curiosidad por Cole–. Pero Amarillo está a solo unas horas de aquí. ¿No puede buscar una esposa de un modo convencional?

–Lo intenté una vez y fracasé.

Su voz sonaba intensa y triste, y ella se sintió identificada. Tampoco había tenido mucha suerte en el terreno amoroso. Había pretendido que le dieran amor, una familia, cuando el vaquero no quería nada de aquello.

–Sí, esas cosas ocurren –dijo ella, reconociendo el dolor que sentía él–. Pero un matrimonio fracasado no significa que no se pueda volver a intentar.

–Yo no busco amor –dijo él–. Solo quiero una esposa.

–¿Por qué? –preguntó ella–. Bueno, tal vez no sea asunto mío pero, ¿no es más fácil contratar a alguien para lo que necesite que haga?

Cole apretó la taza con tanta fuerza que los nudillos se le pusieron blancos.

–Quiero una madre para mi hija.

Su respuesta la dejó atónita. Elise se dejó caer sobre una de las sillas. De pronto entendió cuál era realmente el problema. Seguramente era un padre solo, agobiado por el peso de la responsabilidad.

–Contrate a una niñera.

–Ya lo he hecho. Necesito algo más permanente que alguien contratado.

Posiblemente, estaba pensando en la niña más que en él mismo.

–¿Cuántos años tiene su niña?

–Haley tiene cinco camino de seis.

Al hablar de su hija, algo se le había iluminado en el rostro. Sin saber por qué, Elise sintió un nudo en el estómago. Nunca había oído a su padre hablar con tanto orgullo de ella. Lo único que había hecho había sido llevarla al orfanato cuando tenía doce años y asegurarse de que nunca pudiera encontrarlo ni a él ni a su madre.

Pero aquel hombre, Cole, sonreía cuando hablaba de su hija.

Elise trató de evitar el cosquilleo que sentía a ver su sonrisa. Cole continuó.

–Haley necesita una madre, no una niñera. Necesita más de lo que yo le puedo dar.