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LA HABANA BOHEMIA

Rafael Lam

Edición y corrección: Jorge Fernández Era y Mylene González Rodríguez

Diseño e cubierta: Marcel Mazorra Martínez

Conversión e-book: Ricardo Quiza Suárez

© Rafael Lam, 2018

© Sobre la presente edición:

Ediciones Cubanas, 2018

ISBN 978-959-7245-90-2

Sin la autorización de la Editorial

queda prohibido todo tipo de reproducción

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Ediciones Cubanas, ARTEX

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A la gran Habana, a su quinto centenario en 2019,
y al inconmensurable Eusebio Leal,
artífice de la restauración ciclópea
del Centro Histórico de La Habana Vieja.
A mi familiares, a mi hermano Félix por su ayuda,
a Llamely, a mis hijos Zenia, Fania y Daniel.

La ciudad de nuestras vidas

La Habana, no importa que lo repita muchas veces, es una encrucijada planetaria. Ella estuvo presente y fue testigo privilegiado en todo el desarrollo del mundo moderno. Ese es el motivo por el cual dediqué casi medio siglo a escribir un libro por los quinientos años de vida de esta capital de la esperanza.

Ese sueño nació muy temprano en mi vida. Las inquietudes venían desde mi niñez, cuando recorría la ciudad con mi hermano Roberto, que siempre me ayuda con su memoria a recordar todos los lugares que transitábamos ritualmente, en los días de asueto.

Aquella Habana me sobrecogía. Para ello solamente empleaba el poder que nos da la intuición. Por medio de él podía percatarme que caminaba por una ciudad casi increíble, como hecha a mano.

Pertenezco a la estirpe de hombres felices que llegamos después de la Segunda Guerra Mundial, que vivimos y transitamos por hondas revoluciones sociales, disfrutamos la llamada «libertad sexual», las revoluciones culturales, artísticas y musicales. conocimos la era del mambo, el chachachá, el rock and roll de Elvis Presley, la pachanga, el pop de Los Beatles, el rock, el beat, el ye yé, el go go, los hippies, la salsa, la timba. Me introduje en el fabuloso mundo de Pérez Prado, Enrique Jorrín, Miguel Matamoros, Ignacio Piñeiro, Arsenio Rodríguez, Benny Moré, la Aragón, la Sensación, Pello el Afrokán, la Revé, Los Van Van, Chucho Valdés, Adalberto Álvarez, NG La Banda y el boom de la salsa cubana.

La Habana bohemia es un libro que abarca el mundo artístico habanero en los casi cinco siglos de fundación de la ciudad. Es como un panorama de la gran ciudad de América. Presenta la vida bohemia y alegre del pueblo cubano: los teatros, artistas, cines, bares, clubes, cabarets, academias y salones de baile, lugares especiales, fiestas, carnavales, sociedades de recreo, visitantes ilustres, comidas, costumbres, el calidoscopio de la vida habanera, que aportan a Cuba una magia, una leyenda, un glamour inolvidable.

Escribir una historia de La Habana artística, bohemia, cultural no es cosa fácil, cinco siglos no se pueden plasmar en cientos de páginas. He tratado de presentar lo más significativo de la ciudad, y ese es el problema más complicado de resolver. ¿Qué es lo más significativo? ¿Qué seleccionar como lo más destacado de la ciudad? ¿Cuántos fenómenos y acontecimientos sucedieron a través de los años? ¿Cómo plasmar toda esa información?

Mi trabajo consiste en fundir lo pasajero con lo eterno. Para ello acudo a la síntesis de mis ancestros chinos: decir muchas cosas en poco espacio, hacer sencillo un proceso altamente complejo.

Por eso tuve que poner el corazón y la mente. No basta todo el amor del mundo, no basta el corazón, hay que poner ese toque mágico del gusto y la experiencia personal. El que no vive no escribe.

Este libro es el compromiso, el desafío de mi vida, la plasmación de muchas horas de meditaciones, despúes de encontrar más preguntas que respuestas.

Recuerdo en la década de los setenta, cuando reunía veinte pesos e invitaba a un especialista de arte, conocedor de La Habana, Antonio Alejo, para que me evacuara tantas dudas.

Esta es la ciudad de nuestras vidas. La Habana que recuerdo son muchas Habanas. Yo me movía en una zona muy asiática —el Barrio Chino—, un área muy típica, con otro pragmatismo, con un hechizo que me tocó para toda la vida. Mi cultura es como la del arroz frito: una síntesis de sabores y de cultura.

El negro dio a la música y a las fiestas ese toque de gracia, de alegría y diversión. El chino dio la magia de las comidas, la sabiduría milenaria, lo industrioso de su trabajo.

La Habana bohemia, como todos mis libros, es hecho para los presidentes y los intelectuales, igualmente para la gente callejera, de a pie, los que limpian las calles y trabajan a diario para que nosotros podamos comer un pedazo de pan. En estas páginas encontrará los sitios de mayor glamour y los lugares más humildes y arrabaleros, de esa gente sin historia de las que nadie habla. Aquí está Tropicana y también los cabaretuchos de la Playa de Marianao. Hablo de La Bodeguita del Medio y de las fondas de chinos.

Lo dedico a los coterráneos que vivieron en la gran ciudad ayer y hoy. Este es un libro en el que todo cubano se siente tocado como actor y espectador; para ello intento llegar a las raíces profundas de la sociedad: la economía, la educación, toda la cultura, incluido el sexo, la comida, la diversión, la alegría, el modo de vida en general.

Por las fiestas y diversiones de un pueblo se puede conocer su idiosincrasia. La cultura de la alegría no miente, porque es la celebración de la vida.

La Habana bohemia es un libro de celebración, para que el lector conozca lo que fuimos, lo que somos y lo que seremos. Buscamos la paz, la dicha y la alegría; nunca estaremos bastante lejos. Ahora descorremos el telón de la gran ciudad.

Dispóngase a encontrar un santuario arquitectónico, ecléctico y majestuoso. Asista a él como si se tratara de una peregrinación.

«A mí me gusta extraordinariamente La Habana nocturna» (Marlon Brando).

«La Habana es el lugar que más quiero en el mundo, después de mi patria. Soy un cubano sato» (Ernest Hemingway).

«Esta isla es un paraíso. Si yo me pierdo, que me busquen en Andalucía o en Cuba» (Federico García Lorca).

«Siempre me dio alegría saber de La Habana, que tiene tanta fama. Conocer su vida nocturna era uno de mis sueños, ahora que la conozco imagínense» (Nat King Cole).

«Mi nueva visión de La Habana, de la Cuba que he tocado, su existencia vista, quedan ya incorporadas a lo mejor de mi memoria» (Juan Ramón Jiménez).

«La Habana es hoy, física y humanamente, una ciudad atrapada entre su pasado y su futuro convertido en signo de interrogación» (Leonardo Padura Fuentes).

«La Habana persiste, nada ha podido destruirla, ni la desidia, ni el desamparo. Su fecundidad es endógena» (Miguel Barnet).

«Hay que rescatar la memoria de La Habana, ello pertenece al patrimonio inmaterial de la nación. No se puede ir al futuro sin conocer y visitar el pasado» (Eusebio Leal).

«A mí me gusta extraordinariamente La Habana nocturna» (Marlon Brando).

«La Habana es el lugar que más quiero en el mundo, después de mi patria. Soy un cubano sato» (Ernest Hemingway).

«Esta isla es un paraíso. Si yo me pierdo, que me busquen en Andalucía o en Cuba» (Federico García Lorca).

«Siempre me dio alegría saber de La Habana, que tiene tanta fama. Conocer su vida nocturna era uno de mis sueños, ahora que la conozco imagínense» (Nat King Cole).

«Mi nueva visión de La Habana, de la Cuba que he tocado, su existencia vista, quedan ya incorporadas a lo mejor de mi memoria» (Juan Ramón Jiménez).

«La Habana es hoy, física y humanamente, una ciudad atrapada entre su pasado y su futuro convertido en signo de interrogación» (Leonardo Padura Fuentes).

«La Habana persiste, nada ha podido destruirla, ni la desidia, ni el desamparo. Su fecundidad es endógena» (Miguel Barnet).

«Hay que rescatar la memoria de La Habana, ello pertenece al patrimonio inmaterial de la nación. No se puede ir al futuro sin conocer y visitar el pasado» (Eusebio Leal).

La Habana es La Habana

© Rubén Aja

Y mira que la paso bien en París,
y mira que la paso bien en Italia.
Pero La Habana, caballeros,
La Habana es La Habana.
Manolín, El Médico de la Salsa

Utilizando una definición del propio Eusebio Leal, La Habana antigua es un verdadero teatro artístico, vive su tradición y su leyenda que la hace inolvidable e insuperable. Posee un verdadero tesoro y una belleza característica que identifica la personalidad cubana en cada uno de los detalles de su arquitectura.

Es una de las ciudades más antiguas de América, cabecera de colonia y hoy parte esencial de la capital cubana, con sus fortalezas, casonas, palacios, iglesias, calles y plazas. El Centro Histórico de La Habana y el sistema de fortificaciones creado a lo largo de los siglos para su defensa fueron declarados Patrimonio Mundial de la Humanidad por la Unesco en 1982.

Según descripciones de Eusebio Leal, La Habana emprendió una andariega existencia de acuerdo con las vicisitudes de la historia de aquellos primeros años de la conquista hispánica.

Pasó por tres asentamientos entre 1514 y 1519. El primero —tal como lo señala el mapa de Paolo Forlano en 1564— fue en la desembocadura del río Onicaxinal, zona pantanosa de la costa sur, en lo que llamamos hoy Batabanó. Se dice que en esta zona se asentaron en una villa Pánfilo de Narváez y Fray Bartolomé de las Casas.

La Ensenada de la Broa, en el entorno de Melena del Sur, es, según el parecer de Eusebio Leal, el lugar donde establecieron en 1514, hace cinco siglos, un campamento los conquistadores españoles.

El segundo asentamiento se ubica en La Chorrera, en el barrio de Puentes Grandes, en el curso del río llamado antes por los nativos Casiguaguas y bautizado por los españoles como Almendares. Los fundadores trataron de represar las aguas; todavía se conservan los muros de contención y las obras hidráulicas más antiguas del Caribe.

El auge de la conquista en el Golfo, y la presumible idea de la existencia de la Fuente de la Eterna Juventud, determinaron el futuro de San Cristóbal de La Habana.

Finalmente La Habana se muda para las márgenes de la bahía, junto al Puerto Carenas, llamado así por el marino Sebastián de Ocampo, quien en 1508 encontró reposo para las dañadas naves. El marino contempló la forma natural del puerto con su entrada protegida por un alto peñasco: un morro de piedra.

Muchos elementos influyeron en que la ciudad se asentara en el norte: la rápida corriente del Golfo, el auge de los descubrimientos, el surgimiento de la Nueva España sobre las ruinas del imperio azteca, las exploraciones en las costas y territorios de América del Norte.

Se adopta el nombre de San Cristóbal de La Habana en la fecha del 16 de noviembre de 1519, en el lugar conocido por Puerto Carenas.

«Fundose la villa hoy Ciudad de La Havana el año 1515 y al mudarse de su primitibo assento a la rivera de ese puerto el de 1519 (…) donde se halló una frondosa seiba baxo de la qual, se celebró la primera misa y cabildo (…)».

Ese día se celebró la primera reunión del cabildo de la villa de San Cristóbal, en el lugar donde se levanta El Templete.

«Detén el paso caminante, adorna este sitio un árbol de una ceiba frondosa, más bien diré signo memorable de la prudencia y antigua religión de la joven ciudad… Mira, pues, y no parezca en lo porvenir la fe habanera. Verás una imagen hecha hoy en la piedra, es decir el último de noviembre de 1754». (Lápida del Templete, con la inscripción situada en el lado de la columna conmemorativa de la fundación de la ciudad, erigida por el gobernador, mariscal de campo Francisco Cajigal de la Vega, en 1754).

El nombre de La Habana parece ser un enigma. Se dice que procede del hebreo o de la ciudad de Aba, con su río Abana en Damasco. Otros le atribuyen un origen árabe. Algunos creen que desciende de lo indoeuropeo: Havana, Avanan, Abana, Havanna (Habanne): puerto, fondeadero. Detrás de ese misterio se relaciona al jefe aborigen Habaguanex, señor de estas tierras, cuyo nombre es quizás la clave y origen de esa revelación de la ciudad. La Habana es aún joven, su gloria es el presente, su anhelo el porvenir.

La Habana se vio invadida, desde 1537, en más de una oportunidad, atacada por naves de corsarios y piratas franceses como Jacques de Sores y Francis Drake. Fue incendiada, bloqueada y asolada por ciclones y huracanes. Pero siempre ha sabido resistir y renacer sobre sus montañas de cenizas, como el ave fénix.

En 1550 La Habana recibe el título de Ciudad, a partir del 20 de diciembre de 1592 por Real Decreto a través de Felipe II. En 1553, el gobernador establece su residencia definitiva en La Habana, una ciudad que se convierte en la escala más importante de las Indias. Se le reconoce tácitamente como capital de la Isla al autorizar la Real Audiencia de Santo Domingo a residir en ella a los gobernadores.

En 1607 por Real Decreto se reconoce a La Habana como capital de la Isla.

El profesor E. Weis, en su libro La arquitectura colonial cubana, escribe: «Descontando a México y Perú, dos de los más extensos y ricos territorios de la América histórica, La Habana es probablemente la arquitectura más completa y mejor representada de la época colonial en nuestro continente. Su personalidad es clara y bien definida; sus soluciones, enteramente funcionales, reflejan el medio social en que se produce, la vida y costumbres del país y los materiales que el suelo y la industria brindaban a sus habitantes. La sobriedad y sencillez de sus soluciones no podían estar más a tono con los ideales modernos, al propio tiempo es pintoresca y de un gran colorido. La grandeza de sus escalas, sus amplios soportales, sus voladizos balcones, sus enormes rejas han sido admirados por viajeros de todos los tiempos, incluso por arquitectos de proyecciones enteramente modernas».

Puerto

La bahía de bolsa de La Habana es una de las más grandes y seguras de América, en una zona estratégica en medio del corredor del Golfo. Ciudad, bahía, poblados y campos hacen del puerto un área vivaz, bulliciosa, brillante, atractiva.

Por este puerto pasó todo el oro, la plata, las piedras preciosas, la lana de la alpaca de los Andes, esmeraldas de Colombia, caobas de Cuba y Guatemala, cueros de la Guajira, especias, palo de tinte de Campeche, maíz, patatas, mandioca, cacao. Son las materias primas que llegan en los veleros al puerto mejor protegido de América, entre marzo y agosto, para formar los grandes convoyes que, custodiados por las naves militares, parten en días señalados rumbo a España.

La Habana es la Llave del Nuevo Mundo, y antemural de las Indias Occidentales. Así aparece por regia voluntad en la Real Cédula de 24 de mayo de 1634. Esta convicción contenida en las frases que el tiempo esculpiría con letras de oro, aceleró las medidas de defensa que permiten que, hacia 1646, La Habana sea una ciudad virtualmente inexpugnable.

Ya desde 1572 la Universidad de los Maestros Pilotos y Navíos de la Ciudad de Sevilla exponía al Rey Felipe II la importantísima misión que la geografía y la historia habían dado al puerto habanero, del que dijo:

«Porque es puerto de grande escala donde vienen a parar las naos y flotas de Nueva España y tierra firme y Honduras con todas las riquezas y es llave y puerta del embocamiento de la capital de Bahamas, por donde salen las naos para venir a España y ser reparo de los pueblos y fueras de la Florida».

Solo entre 1602 y 1622 el puerto registró la entrada de 817 buques. En esa época la ciudad contaba con dos mil habitantes, pero llegaban con los navíos unos cuatro mil marinos, una verdadera población flotante. La ciudad se convertía en un almacén de flotas que abastecían los barcos para su larga travesía hasta España, además de que se brindaba todo tipo de servicio a los marinos en tierra.

El 3 de enero de 1604 el gobernador de Cuba, Pedro Valdés, escribía al rey de España: «Y pues, a V.M. le consta que el enemigo siempre ha puesto la mira en si pudiese tomar este puerto y presidido por conocer que el de mayor importancia que tiene V.M. en estos sus reinos de las Indias y llave de todos ellos».

Francisco Dávila Orejón, gobernador y capitán general de la isla de Cuba, publicó en Madrid su libro Excelencias del arte militar y barones ilustres, donde exclamó en tono profético:

«¡Oh, Havana, puerto ilustre, erario seguro, reposo de los mayores tesoros que ha visto el universo! No solo conozco lo que eres, pero también lo mucho que intrínsecamente vales. Contémplate el fiel de los riquísimos Reinos, balanzas que remiten el precio que contiene el seguro de la rectitud, para ofrecerlo a su legítimo dueño. ¡Oh Havana!, la menor de América. Ante tu formal grandeza célebre serás en la posteridad de los siglos».

No caben dudas de que en aquellos tiempos La Habana fue el estratégico trampolín del cual partían las flotas de conquista para tomar por asalto el imperio de Moctezuma y la Florida. De este puerto salieron para fortalecer la columna de Francisco Pizarro, que tocó el imperio de los incas. En el siglo xix los ingleses fueron atacados desde La Habana, en Charleston, Nueva York y Boston.

Para 1757 La Habana era ya una suntuosa ciudad de iglesias, conventos, fortalezas, palacios y casas comerciales. Se consumían lo mismo sedas y porcelanas chinas que productos de Campeche, Burdeos, Bristol, Madrid, Barcelona. En 1800 llegó a La Habana el sabio alemán Alejandro de Humboldt. Al contemplar la ciudad desde la cubierta del buque alaba y describe detalles pintorescos:

«La vista de La Habana, a la entrada del puerto, es una de las más alegres y pintorescas de que puede gozarse en el litoral de la América equinoccial al norte del Ecuador».

El puerto de La Habana, por su situación geográfica y estratégica para el sistema militar español, fue de enorme eficacia para los objetivos coloniales. Por ese motivo construyeron el más poderoso sistema de fortificaciones militares de todo el Nuevo Mundo.La Habana fue la principal urbe del Nuevo Mundo, más poblada que Boston, Nueva York y Filadelfia. Los estuches de los cortesanos desde Luis xvi contenían rapé habanero y el azúcar endulzaba Europa. La independencia de Estados Unidos se inicia con apoyo económico desde Cuba y con soldados criollos que defendieron las trece colonias.

El puerto de La Habana se convierte en punto de reunión de todas las flotas del imperio español que entraban y salían con el fabuloso botín, con galeones repletos de oro, cofres de perlas, piedras preciosas de los virreinatos de México, Nueva Granada, Perú y Panamá.

Esta es la ciudad que cambió la historia, tal como ha dicho Eusebio Leal. «Por decisión de Felipe II todos los navíos debían reunirse en La Habana para llevar los tesoros a España. Con todos los tesoros y también las sedas y maderas aromáticas de China».

España se percata de que era más económico construir los buques en Cuba, donde había esclavos y excelentes maderas. En el puerto de La Habana se construían buques de diez toneladas. Se inventaron nuevos tipos de navíos. A inicios del siglo xviii Cuba contaba con uno de los astilleros más importantes del mundo: el Real Arsenal de La Habana. Cuando se mencionaba que un buque era de «construcción genuina de La Habana», el comprador sabía que era un buen buque. Las maderas cubanas duraban el doble que las europeas.

Alejo Carpentier dedica un espacio al puerto de La Habana, en una de sus conferencias: «Y el puerto de La Habana se hizo el lugar de escala, el lugar donde se calafateaban los buques que habían hecho una larga travesía, se carenaban, y andando el tiempo La Habana fue el astillero de España durante más de tres siglos. Así, aquí se construían por la parte de Tallapiedra, que era la parte del manglar, (…) los buques de la Armada española, los barcos, los veleros y todo. Y cuando venía el Tesoro de la Corona, ya después de descubierto el Pacífico y de haber bajado los españoles hasta Perú y Chile, la flota que recogía los diezmos del Rey, que le llamaban la Flota de los Galeones de Oro, iba hasta un lugar llamado Portobello, cruzaban los cofres con perlas, oro y joyas de toda índole, diademas, collares y todo, los cruzaban por el itsmo a lomo de mula o cargados en hombros, los volvían a cargar, y la Flota de Oro venía a descansar a La Habana y a prepararse para el gran brinco. Los piratas lo sabían y estaban constantemente cazando la Flota de Oro en los alrededores de Cuba».

Fortificaciones

La Habana se convierte en cabecera de colonia. Con el transcurso de los años, trascendió los marcos geográficos de nuestro archipiélago. Se convirtió en el punto clave para las comunicaciones entre el Nuevo y el Viejo Mundo. Fue convertida nada menos que en el área de reunión de todas las flotas del imperio español que salían y regresaban, tanto las armadas que partían repletas de oro, plata y piedras preciosas de los virreinatos de México y Nueva Granada, como de las flotas que transportaban desde el istmo de Panamá el fabuloso botín obtenido del antiguo incario.

Estuvo defendida por fuertes y quedó al fin convertida en bastión militar del imperio en el Mar Caribe. A ella llegaban los navíos de guerra españoles cargados de soldados y cañones.

Sobre 1577 se construye el Castillo de la Fuerza. Al terminar el siglo xvi, La Habana tenía sobre el extremo nororiental de su bahía el célebre castillo de los Tres Reyes del Morro y enfrente el Castillo de San Salvador de la Punta.

Después del ataque de los ingleses, en su retirada en 1763, se construye un inexpugnable sistema de fortificación que custodió la ciudad: las tres grandes fortalezas: La Cabaña —se concluye en 1774, con una extensión de setecientos metros, la más poderosa de España en América; desde el siglo xvi el ingeniero Bautista Antonelli había reconocido: «el que fuere dueño de esta loma, lo será de La Habana»—, el Castillo del Príncipe y el Castillo de Atarés, y un conjunto de baterías, cuarteles y almacenes.

Se aceleraron las medidas de defensa que posibilitan hacia 1646 construir los torreones, castillos, fortalezas de todo tipo.

Por la grandeza de la capital habanera, militar y marinera, se construyó el más poderoso sistema de fortificaciones del Nuevo Mundo: coronado por el complejo Morro-Cabaña, una fortaleza ciclópea, lo cual hizo que Carlos III desde el balcón de su palacio extendiera un catalejo para contemplar desde España los altos muros de La Cabaña que tanto costaron. Después seguirían las fortalezas de los Tres Reyes del Morro, La Punta, La Chorrera, Cojímar, Bacuranao, El Príncipe, Atarés. La ciudad se amuralló entre 1667 y 1680, como una franja alargada, segura. El sistema de fortificaciones resultó el más importante del hemisferio occidental. En su arsenal, el mayor del Nuevo Mundo, se construían barcos de todos los tonelajes y alta tecnología, y se fundían cañones y otras armas. Llegó a ser el puerto más protegido de la época: requería de una guarnición de cerca de siete mil hombres. Se ha dicho que tal conjunto es el más notable de su género en la línea defensiva en la América hispana.

La vida alegre del puerto

Carpentier también hace un análisis de la vida que se desenvolvía en esa zona del puerto, donde existía una población flotante de marineros, aventureros, jugadores, tenderetes, bailes públicos, piquetes musicales, fiestas de todo tipo, como fue el puerto de Sevilla en una etapa anterior.

Quien mejor describe esa atmósfera es Fernando Ortiz en su Clave xilofónica de la música cubana: «La Habana fue durante siglos la Sevilla de América y, como esta, pudo merecer el dictado de Babilonia y Finibus Terrae de la picardía. La Habana, capital marina de las Américas, y Sevilla, que lo fue de los pueblos de Iberia, cambiaron tres siglos sus naves, gentes, riquezas y costumbres, y con ellas sus pícaros y sus picardías y todos los placeres dadas al goce de vivir la belleza terrenal y humana que les cupo en suerte».

Se trata de un puerto marino muy frecuentado, famoso por sus diversiones. En esa zona confluían todas las naves que venían de la zona de América y las que venían de España. Las diversiones y libertinajes estaban a la orden del día. En La Habana se reunía la gente marinera y advenediza de las flotas con los esclavos bullangueros y las mujeres del rumbo, en los bodegones de las negras mondongueras, en los garitos o tablajes puestos por generales y almirantes para la tahuería.

«En esas holgadísimas estadas habaneras —continúa escribiendo Ortiz— fueron parte principal de los regodeos con las negras y mulatas del rumbo, el aguardiente de caña, el tabaco habano, los envites al naipe y los bailes y canciones de tres mundos al son de la música más sensual, excitante y libre que las pasiones sin freno lograban arrancar a la entraña humana. Cantos, bailoteos y músicas fueron y vinieron de Andalucía, de América y de África, y La Habana fue el centro donde se fundían todas con mayor calor y más polícromas irisaciones».

Esa historia lejana y misteriosa de lo que fue La Habana alegre y disipada de los siglos xvi al xvii, es la historia de la gente sin historia, los desfavorecidos de la vida.

En 1570 funcionaban cincuenta tabernas de fondas, de mesones, de posadas y de casas de juego, según datos de la historiadora María del Carmen Barcia. Para 1592 ya la ciudad contaba con ochenta tabernas, y en el siglo xx, solamente en lo que hoy es La Habana Vieja, que abarca unos cuatro kilómetros cuadrados, existieron doscientos treinta y cuatro bares.

Ordenanzas

En 1574 fueron dictadas las Ordenanzas municipales para La Habana y las restantes villas de la isla de Cuba, que regularon el ordenamiemnto urbano y la vida en general en las nuevas ciudades.

Siguiendo la tradición hispánica, La Habana se desarrolló con una urbanización de tipo compacto en la que los edificios se asociaban entre sí por paredes mediaderas, por lo que el patio constituía su principal fuente de iluminación y ventilación. En las plazas se construían portales que constribuían significativamente a resaltar la importancia de la ciudad. Los habaneros se volvieron más sociables en los paseos, alamedas y teatros.

Economía

La capital fue la cuarta en el mundo en establecer el ferrocarril —antes que España—, y la tercera en disponer de alumbrado de gas. Morse no hace más que iniciar la campaña para difundir su sistema telegráfico y ya La Habana tiene tendida grandes líneas, a la par de Estados Unidos. El teléfono llega junto con su inventor. Es más, el sistema telefónico automático se instala antes que en ninguna parte del mundo, pues la ciudad había sido escogida como vitrina norteamericana. Marconi en persona inaugura en La Habana la primera planta. Seis meses después de exhibirse en París, se montan en la capital cubana los primeros aparatos de cine que llegaron a América. La radio, desde 1922, ya existe en La Habana. Y la televisión es la primera en el continente.

Desde que La Habana tenía cincuenta mil habitantes, ya era la tercera ciudad de la América española, solo superada por México y Lima, capitales de virreinatos. Ya desde la colonia era corriente decir en Londres: «Poderoso como un colono de las Antillas». Y utilizando palabras de Juan Pérez de la Riva: «La Habana vivía opulenta a la vera de la Corriente del Golfo, como un mesonero en el cruce de caminos».

En determinados momentos, en el siglo xx, la producción de azúcar es perjudicada profundamente por la producción del azúcar de remolacha en Europa, pero en las guerras disminuyen las reservas mundiales. Los precios del azúcar alcanzan cifras estratosféricas. El precio se dispara a 9,2 centavos en 1919, y continuó subiendo gradualmente, se dice que hasta 22 centavos. El valor de la zafra llega a más de mil millones en 1920, una cifra asombrosa para aquellos tiempos.

La Primera Guerra Mundial produce uno de los auges económicos más espectaculares de la historia de Cuba. Eran días de sorprendente prosperidad, fue lo que se llamó «La danza de los millones de Cuba».

Cuba se convierte en la azucarera del mundo, en el país más rico per cápita del planeta, y esa abundancia influye en el desarrollo futuro. Después vendría el periodo de las «vacas flacas», con el crack de 1920. La prosperidad no se mantuvo a niveles espectaculares, pero la influencia de esos años se hizo sentir muy fuertemente en décadas posteriores.

En la posguerra de 1945 se disparan los precios del azúcar, motivo por el cual se realizan muchas construcciones públicas. En 1948 las exportaciones superan la marca anterior de 1925. El trienio 1951-1953 es testigo de la mayor zafra de azúcar en la historia, con las máximas exportaciones: 7 millones de toneladas.

Cuba se sitúa a la cabeza de América Latina en los indicadores socioeconómicos de aquella época. En 1953 se mostraron en Cuba niveles de consumo por habitante comparables con los de Europa occidental, Japón y muchas ciudades del sur de Estados Unidos.

Manuel Moreno Fraginals explica que «en Cuba, a diferencia de las colonias francesas o inglesas de las Indias Occidentales, los ingenios de azúcar eran financiados por inversiones nativas y, con muy pocas excepciones, nunca pertenecieron a propietarios absentistas. Al contrario sus dueños vivían en Cuba y, por regla general, al empezar cada recolección se instalaban en sus ingenios para vigilar y administrar sus intereses directamente. Cual empresarios modernos, se mantuvieron al corriente de los avances de la tecnología mundial y adoptaban sin demora las máquinas y las técnicas que podían mejorar la capacidad o la rentabilidad de la industria azucarera cubana». Ya en 1796 estos hombres de negocios nativos habían llevado a cabo los primeros experimentos para adaptar la máquina de vapor al ingenio de caña de azúcar. En 1837 inauguraron el primer ferrocarril del mundo dedicado al transporte de azúcar y melaza, primero en América Latina.

Desde luego, Fraginals reconoce que la esclavitud y la pobreza crearon una estructura social bipolar donde las contradicciones clasistas se expresan en su forma más simple: una enorme masa desposeída obligada a entregar su trabajo por vida, y un mínimo grupo dominante con poderes omnímodos.

Fernando Ortiz explica este hecho de la siguiente manera: «En Cuba tuvimos ferrocarriles antes que España y otras naciones de Europa. La máquina de vapor nos trajo el gran capitalismo industrial, cuando todavía el régimen de trabajo era la esclavitud. Esclavos, máquina, tierra virgen y capitales. ¡Todo en grande a una, todo actuando en conjunto! Fue la opulencia más sibarita, unida a la miseria más abyecta».

Sabemos que en la primera etapa republicana existieron dos Habanas: la del esplendor y la de la pobreza, como han reconocido muchos hombres de la cultura. El periodista Oscar Pino Santos, con fotos de Raúl Corrales, publica un libro titulado Los años 50 (Instituto Cubano del Libro, 2001), con una selección de trabajos aparecidos en la revista Carteles, una visión calidoscopio de la Cuba dramática y pobre, con su secuela de deformaciones.

El Premio Nobel de Literatura Gabriel García Márquez, siempre tan lúcido, tenía noticias de La Habana antes de enero de 1959. En París conoció de Cuba a través del poeta Nicolás Guillén, en tiempos de exilio en el que vivían de queso rancio y coliflores hervidas. «Antes de la Revolución no tuve nunca la curiosidad de conocer a Cuba. Los latinoamericanos de mi generación concebíamos a La Habana como un escandaloso burdel de gringos donde la pornografía había alcanzado su más alta categoría de espectáculo público mucho antes de que se pusiera de moda en el resto del mundo cristiano: por el precio de un dólar era posible ver a una mujer y un hombre de carne y hueso haciendo el amor de veras con una cama de teatro. Aquel paraíso de pachanga exhalaba una música diabólica, un lenguaje secreto de la vida dulce, un modo de caminar y de vestir, toda una cultura del relajo que ejercía una influencia de júbilo en la vida cotidiana del ámbito del Caribe. Sin embargo, los mejor informados sabían que Cuba había sido la colonia más culta de España, la única culta de verdad y que una tradición de tertulias literarias y los juegos florales permanecían incorruptibles».

El primer viaje de García Márquez a La Habana fue dos semanas más tarde del 1ro. de Enero de 1959, justo el 18. Llegó sin pasaporte, solamente con un recibo de lavandería acuñado. Dos años después García Márquez regresa a La Habana, a principios de 1961, en condición de corresponsal de Prensa Latina. «La impresión de pachanga fenomenal que suscitaba la Cuba de aquella época entre los visitantes extranjeros tenía un fundamento verídico en la realidad y en el espíritu de los cubanos, pero era una embriaguez inocente al borde del desastre… En La Habana, la fiesta estaba en su apogeo. Había mujeres espléndidas que cantaban en los balcones, pájaros luminosos en el mar, música por todas partes, pero en el fondo del júbilo se sentía el conflicto creado de un modo de vivir ya condenado para siempre, que pugnaba por prevalecer contra otro modo de vivir distinto, todavía ingenuo, pero inspirado y demoledor».

En la primera etapa del triunfo de la Revolución, con los hoteles y las playas, antes privados, nacionalizados, se celebraban bailes públicos cuyos títulos constituyen un testimonio de la atmósfera que Cuba respiraba. En 1961 el Init (Instituto Nacional de la Industria Turística) convocó a un gigantesco bailable en la playa de Varadero con el nombre de «Malanga sí, chicle no». En la playa del Mégano se daría el baile «Al Mégano le tocó». Al Hotel Habana Libre (antiguo Hilton) le correspondía la fiesta «Ya los majases no tienen cueva», al Sevilla «Guarapo bailable». En Tropicana y otros cabarets, antes exclusivos, anunciaban espectáculos y bailes a mitad de precio con agrupaciones que nunca soñaron tocar en tan distinguidos lugares.

La Habana es una de las ciudades más importantes del mundo. El Historiador de la Ciudad, Eusebio Leal, la cataloga entre las cinco más hermosas del planeta. «He viajado bastante y pude comparar ciudades. García Márquez ha expresado que acaso La Habana es una de las ciudades más bellas del mundo. Hemingway decía que solo Venecia y París eran superiores. A mí me fascina París, me gusta mucho Venecia. Pero no cambiaría ninguna de las dos por La Habana. La Habana es una ciudad que hala mucho, tiene sus propios misterios, su propia maravilla, su propio encanto, sus propios secretos. A través de una sola avenida, desde el Castillo de la Fuerza hasta los confines de Miramar, por el Malecón y la Quinta Avenida, se puede ver toda la historia de su asentamiento, su desarrollo. Es una ciudad que sobrevolándola o caminándola, se ve una ciudad pensada. Como si esto hubiera sido una coincidencia de deseos a lo largo del tiempo. No es un caos reunido, sino que tiene la gracia de las grandes ciudades. La Habana tiene muchas cosas».

Bahía

La Bahía de La Habana es de una belleza fascinante. Ya desde los primeros tiempos fue muy elogiada por los visitantes y cronistas.En 1800 el sabio alemán Alejandro de Humboldt, al contemplar la ciudad desde la cubierta del buque, escribe: «La vista de La Habana, a la entrada del puerto, se entra en una concha en forma de trébol, es una de las más alegres y pintorescas de que pueda gozarse en el litoral de la América equinoccial, al norte del Ecuador. Al entrar al puerto se pasa por entre castillos».

No caben dudas de que La Habana es una ciudad hecha a mano: «Quien no la ve no la ama». Pero yo creo que hay mucha gente que no ha visto La Habana y la ama, la tiene como meta, como decimos en Cuba: «La tienen como tarea», como objetivo, como el peregrino que viaja a la Meca.

La Habana es La Habana

Fueron muchos los viajeros que transitaron por La Habana. Los cronistas de la colonia, desde lejanos tiempos elogiaban la gran ciudad predestinada por los dioses y los hombres. Desde 1622, el fraile Antonio Vázquez de Espinosa, en una escala describe la ciudad como algo paradisiaco, un ambiente propicio para las inquietudes superiores del espíritu.

La Habana es muchas cosas a la vez: es historia, cultura y sangre, es castillos, fortalezas, resistencia, lucha, hospitalidad, altruismo, gente amable. Es alegría, vida bohemia, disfrute social. Es una ciudad que resguarda en sus predios múltiples tesoros que pueden por sí mismos contar buena parte de la capital cubana.

La vida bohemia habanera fue proverbial durante siglos, llegó a contar con más bares, cabarets, cines, teatros, centros nocturnos, academias de baile, sociedades y salones por kilómetro cuadrado que cualquier otro lugar en el mundo. El cantante Luis García decía en sus entrevistas y presentaciones por la TV de Miami: «En el área de La Rampa, en El Vedado, en solo tres manzanas, existían más restaurantes, bares, clubes, cabarets, cines, teatros que en toda la Florida».

Cuba contaba con más de cien cines en la capital, y tres cabarets de alto nivel mundial: Sans Souci, Tropicana y Montmartre. Otros llamados de segunda no eran menos populares como el Ali Bar, donde cantaba Benny Moré y los boleristas del momento: Fernando Álvarez, Roberto Faz, Orlando Contreras, Blanca Rosa Gil y Orlando Vallejo.

Poseía una zona de cabaretuchos del bajo mundo lleno de posadas, que eran muy visitados por los turistas que buscan emociones fuertes y una música y espectáculos auténticos. Las verdaderas rumberas y piquetes soneros comenzaban en esta zona, en busca de un lugar en la ciudad. Es lo que se llamaba la Playa de Marianao, donde tocaba el percusionista El Chori, visitado por Marlon Brando en 1956. A esta zona le llamaban «La música de Fritas», porque en los portales se colocaban puestecitos de fritas, especie de hamburguesa a lo cubano. Entre los cabaretuchos estaban el Pensilvania, el Rumba Palace, El Niche, La Choricera, La Taberna de Pedro y El Pompiliu, que era también academia de baile.

Dijo Guillermo Cabrera Infante: «Yo nunca pensé que me iba a ir de La Habana. Para mí ese fue el gran descubrimiento de mi vida. La Habana fue la gran ciudad, fue el sortilegio urbano, y yo nunca he experimentado esa sensación en ninguna de las ciudades que yo he visitado, y he visitado muchas —Nueva York, Ciudad México, Buenos Aires, Madrid, Barcelona, París, Roma, inclusive Moscú— y vivo en Londres. A mí todas me han parecido un pálido reflejo de lo que era La Habana. Lo que me atraía de La Habana era que el día no acababa con la noche, sino que después que oscurecía había otro día, que era el eléctrico, eran las luces de neón, eran los anuncios lumínicos, era un verdadero fuego artificial con la luz artificial también. La Habana para mí era la ciudad encontrada. Yo uso la nostalgia, sí, yo la he llamado la puta del recuerdo».