1 Ver Eusebio Leal: «Palabras de un amigo», prólogo al catálogo Poemas y pinturas, de Ileana Mulet. Sevilla, España, 2000.

2 Ver Anne Roche: «Georges Perec et les faiseurs des villes», en Europe. Écrire l´Architecture, París, 95è année, #1055, marzo de 2017, pp. 85-92

3 Ver Alejo Carpentier: La ciudad de las columnas. Cap. III. Fotos de Paolo Gasparini. La Habana, Instituto Cubano del Libro, 1998. (Sin paginar.)

4 Stendhal. El rojo y el negro. Cap. LXX. Editorial Pueblo y Educación, La Habana, 1985, p. 260.

55 En el Diccionario de americanismos (2010) está registrada la voz «narra» como cubanismo, de registro popular, con la acepción de persona con rasgos de chino. En el Diccionario cubano de términos populares y vulgares de Carlos Paz (1994) aparece con la misma acepción, y aclara que proviene del ñáñigo, o sea, todo lo que pertenece o es relativo a la sociedad Abakuá de origen africano (Diccionario de la lengua española, 2001). (Dpto. de Lingüística, Instituto de Literatura y Lingüística.)

6 Basado en las vivencias de la escritora cuando fue invitada por Alicia Alonso, prima ballerina assoluta y fundadora del Ballet Nacional de Cuba, a diseñar la escena «Noche de brujas» para el ballet Cuadros de una exposición del compositor ruso Modest Petrovich Mussorgski.




Edición y corrección: Eliana Dávila Rodríguez

Ilustración de cubierta e interiores: Ileana Mulet Batista

Diseño y emplane versión impresa: Joyce Hidalgo-Gato Barreiro

Conversión e-book: Rafael Lago Sarichev


© Ileana Mulet Batista, 2018

© Sobre la presente edición:

Ediciones Cubanas, 2018


ISBN 978-959-7245-98-8


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ÍNDICE

Sobre el autor 

PALABRAS PRELIMINARES 

Al lector 

Noticia 

Intimidad 

Del jardín a la ventana 

Dulces finos 

Hornilla vieja 

Hombre 

El espíritu de Gabriel 

Cráter 

Había nacido de pie 

Los pájaros dejan el rastro de su olor 

Boca llena de pliegues 

La soledad no sabe de pócimas 

Tiempo 

Cuencas vacías 

El Chino 

Tírate 

Autos 

Manon 

La cadena de oro 

Libre 

Soledad compartida 

Escojo ese momento 

Rehén 

72.13 cualquier número en euros 

Noche de brujas 

Qué pena, Emilio… 

Pan 

Se me dio 

Ladrón de corazones 

Balada para un final con sombrero puesto 

A todos nos pican cangrejitos 

El bate 

De nuevo el calor como toros sueltos en la ciudad 

Hisssdiocrisacea Bell 

Marabú 

Entrevista de la poeta con el psicólogo

Forastera de paso por Macondo 

Reunión de soñadores 

Ileana Mulet Batista (Holguín, 1952). Pintora, poeta y narradora. Estudió artes plásticas en la Escuela de San Alejandro. Es graduada en diseño de Interiores y diseño de Vestuario, especialidades donde se ha desempeñado durante años. Posee más de treinta exposiciones personales de pinturas, dibujos e instalaciones, combinando, en algunas, el tema poético con el arte de la plástica, y más de sesenta exposiciones colectivas, dentro y fuera del país. En 2008 participó en el 9º Encuentro Internacional Literario aBrace, Casa de la Poesía, La Habana, Cuba. Fue incluida en la antología latinoamericana Juegos florales (2010), con poemas en portugués y español, Editorial aBrace, Montevideo, Uruguay. Su obra poética ha sido incluida en las revistas Cenesex y Universidad de La Habana. Ha publicado los poemarios ¿Quién golpea las puertas?, Ediciones Cubanas, 2013, y Del dolor a las mieles, Ediciones Extramuros, 2016. Es miembro de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba.

PALABRAS PRELIMINARES



Eusebio Leal, visionario como pocos, atrapó la sensibilidad de la artista Ileana Mulet mediante una frase inolvidable: «Como en puntas de pies, ha ingresado en el escenario de las bellas artes quien lleva la ciudad en su corazón más que en la retina de los ojos.»1

Así es, así ha sido la experiencia de una creadora que, a lo largo de los años, ha sido visitada por la inspiración y, a la vez, por la necesidad de arte junto a esa carga enorme del esfuerzo personal y la dedicación a toda prueba.

De modo tal que Ileana ha ido transcurriendo —en su fiel escritura— de las luces y sombras proverbiales de nuestra ciudad, traspasándolas, hacia el mismísimo corazón de sus habitantes —no siempre ejemplares—, y en eso radica la fuerza de estas páginas que leemos como quien las vence a través de un pincel cubanísimo que se ha transformado en una pluma al viento. Toda frase, todo modismo, se reflejan aquí con enorme propiedad y, sobre todo, con un oído envidiable entrenado para captar el espíritu de cada carácter, de cada personalidad, como quien va del pincel al testimonio, es decir, de las imágenes a las palabras, y viceversa.

Su talento nos sorprende ahora con una mirada única hacia La Habana y hacia esa dinámica suya, de ambas, inexplicable, aunque descrita en estas originales viñetas con una eficacia y un estilo que nos la devuelve como un todo indivisible, con sus penas y glorias, nuestras, antes de haberse podido apropiar, como autora, de las esencias más puras de todo lo que respira por sus calles, atravesándolas, porque le devuelve su historia y ese misterio innombrable que ronda en cada esquina y en cada suspiro de sus habitantes, los más complejos, los más sencillos. Con una mirada de antropóloga, Ileana nos sumerge en las cavernas de la existencia urbana que hubieran sido las delicias del escritor francés Georges Perec,2 aficionado impenitente del culto a las ciudades. O como el cubano Alejo Carpentier, quien dedicó páginas memorables a ese urbanismo al que debemos regresar de tiempo en tiempo.

Así describió Alejo esa Habana revisitada en nuestros días por Ileana Mulet:


En todos los tiempos fue la calle cubana bulliciosa y parlera, con sus responsos de pregones, sus buhoneros entrometidos […], sus carros de frutas […], tan atractivos ayer en los escenarios de bufos, como más tarde, en la vasta imaginería —mitología— de mulatas barrocas en genio y figura, negras ocurrentes y comadres presumidas, pintiparadas, culiparadas, trabadas en regateos de lucimiento con el viandero de las cestas, el carbonero de carros entoldados a la manera goyesca, el heladero…3 digamos hoy que ambulantes.


Porque una ciudad no es solo sus edificaciones y monumentos, sino el ánimo de los seres que la habitan para trabajar, amarse y, mientras tanto, cabalgar por los mismos rincones y compartir la plenitud de una vida tangible.

Lo cierto es que solo el ojo zahorí de esta mujer nos adentra en personajes populares que deambulan, como hormiguitas incansables que, en su rumbo diario, van cambiando la vida que está a su alcance y que pueden tocar con la mano, como quien está seguro de que un mundo mejor es posible. Ese es el acto de fe que entrega a los lectores Ileana Mulet en sus Cuentos sobre la tierra húmeda.


Nancy Morejón

La Habana, 14 de junio, 2017

AL LECTOR



Algunos poetas, como Sully-Prudhomme, encarnan con maestría amores complejos y sus consecuencias. El escritor Fiodor Dostoievski no pudo comulgar con el amor sin matizar las emociones y los hechos con atmósferas raras y posturas dramáticas.

Mi obra literaria y de pintura transita furtiva y desempolva ambientes que no por cotidianos dejan de tener abismos turbios. No puedo nombrar el amor y su caída: «Caricias pasajeras / palmas sin penachos / que inútilmente lloran por su fusión.»

Las ciudades del mundo se yerguen pobladas o solitarias entre nubes de diversos valores que bajan en cuajarones y promueven un gran temporal; en la ciudad de mis cuentos estruendos de lluvias continuas estremecen todo a su paso. Luego las ventanas se abren con misterio y comienzan historias que salen a la luz después de permanecer encerradas por horas; presidiarias caricias entre el familiar vaho que emparenta con el diablo cruel. Un cuento más en la ciudad espectacular y a la vez burlesca. Ella coquetea al amor con su pelambre verde y engendra casi todas las historias de este libro: carne de Venus que recoge su enagua y se pierde siempre en el horizonte maltusiano. Entre telas de arañas nacen rumores, engaños. Los habitantes comentan:

¿Cuándo será que vendrá el Armagedón? Gocemos esta vida porque no sabemos lo que vendrá después…

—Chis, so penco —dice un poblador ebrio—: ¡Se murió el Chino, se acaba de joder el último chino!

¡Qué calor!, tengo que deshacerme de los abrigos, pues de solo verlos me sofoco… Aflojan infortunios como flores perfumadas con alcohol donde se pudren las esperanzas. ¿Se esfuman las esperanzas para algunos mortales? ¡Ciudad, ármate de valor y aplica sentencia! Hoy morirán las penas en nombre del rey, no, en nombre de los parlantes que agonizan.

En los campos todo parece cambiar, pero oímos decir que «el mal tiempo llegó, corrieron a la guajira con plan de machete..., azotaron a los perros». Es llevadero si no se me ocurre preguntar qué está pasando por ahí, con sus bailes dramáticos que acaban como noches de carnavales en ciudades tumultuosas, mortales en un hospital sin reconocerse por la borrachera, y otras atrocidades que no se cuentan porque escasea la prensa amarillista. El verde tiene colchones para el descanso, un sabor delicioso que sumerge a los pobladores en pasiones profundas.

En un barrio añejo, desde el mirador de la Loma del Ángel, la luz se pierde sobre sortilegios de la ciudad, menguan preocupaciones, o se apilan sigilosas en un rincón; zozobra en la siesta. No puedo arrancarle a mi corazón un pétalo más, o una pluma gris de mis alas añejas. Observo con pasión esa mole de viviendas modernas o viejas. Ellas y los seres vivos que las habitan cuentan historias a veces prohibidas a su publicación, y lo digo, que guardo en mi memoria cientos de ellas. ¡Qué bueno que los europeos llegan aquí viendo nuestra pobreza con cierta dignidad ingenua! No tenemos tiempo para pensar en el suicidio porque estamos libres aún de bancarrotas y desalojos. ¿Fango he dicho? ¡Ahora que lo pienso bien, siento miedo de bajar escaleras envejecidas! Bajar escaleras, planes desbaratados y fango.

Me conformo por ahora con situar un polvillo de curiosidad ante sus ojos. Son verdades que de imaginadas tienen muy poco. Escribo para ustedes un trozo de poema titulado «Sombre oblicua.» «Surca el fondo y pasa por el añejo postigo / por portales en sombras / y avanza abigarrado pueblo con sus colores / avalancha humana / semeja un rombo / la variedad de razas bloquea los espacios / el lirio asoma sobre balcón desconchado / y mi gusto hostil se pone a prueba. / El sol llega con hedor / la llama se instala en el alma en las calles y portales / temores ante una puerta. / Sombra en mi almohada.»

Escritores como Guy Demaupasant, Baudelaire, Gabriel García Márquez, que fueron capaces de escribir historias asombrosas de amores inconclusos, estarán alertas con un dedo en el colimador. «Era inevitable: el olor de las almendras amargas / le recordaban siempre / el destino de los amores contrariados.»


Ileana Mulet

La Habana, octubre de 2014