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Los diálogos del Doctor Oxo y Mister Eskein

Keynes en el banquillo de los acusados…

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EDUARDO ANTONELLI

LOS DIÁLOGOS DEL DOCTOR OXO Y MISTER ESKEIN


KEYNES

EN EL BANQUILLO DE LOS ACUSADOS…

Antonelli, Eduardo

Los diálogos del Doctor Oxo y Mister Eskein : Keynes en el banquillo de los acusados... / Eduardo Antonelli. - 1a ed . - Salta : Universidad Católica de Salta. Eucasa, 2019.

Libro digital, PDF

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-950-623-170-5

1. Economía. I. Título.

CDD 330.09

Publicación con referato

Aceptado: enero de 2019 (Res. rectoral Nº 383/19)

Para citar este libro:

Antonelli, E. (2019). Los diálogos del Doctor Oxo y Mister Eskein. Keynes en el banquillo de los acusados... Salta: EUCASA (Ediciones Universidad Católica de Salta).

© 2019, por EUCASA (EDICIONES UNIVERSIDAD CATÓLICA DE SALTA)

Colección: EUCASA Base / Economía.

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ISBN: 978-950-623-170-5

Digitalización: Proyecto451

Este libro no puede ser reproducido total o parcialmente, sin autorización escrita del editor.

A mis seres queridos inmediatos,

Lizzi, Ailén, Araceli, Cipriano,

Delfina, Donato, Lisandro.

AGRADECIMIENTOS

Este libro ha sido revisado por tres economistas que generosamente aportaron comentarios y sugerencias muy valorados, los que han sido incorporados casi en su totalidad. Esto ha permitido sin dudas mejorar sustancial­mente tanto aspectos formales como de contenido de este texto, por lo que se agradece muy sinceramente estas colaboraciones, así como el tiempo que han dedicado a su lectura.

PRESENTACIÓN

Aunque en términos operativos los economistas tienen en general bastantes puntos en común respecto a los grandes temas de la Economía (1) (formación de precios en diferentes mercados, inflación, desempleo, déficit fiscal), existen, no obstante, diferencias —algunas más importantes que otras— entre quienes siguen la tradición clásica —que aquí también se llamará ortodoxa o correspondiente a la teoría neo­clásica (TNC)— y quienes adhieren al pensamiento prístino de Keynes.

Estas diferencias no son demasiado relevantes, como se decía, en muchas de las aplicaciones de política económica, a la vez que muchos economistas, justamente debido a estas grandes coincidencias, no prestan atención a las propuestas alternativas de las escuelas en Economía. Sin embargo, tales diferencias sí son importantes, en algunos casos en términos de lo que deberían constituir los cimientos de la Economía y la macroeconomía en particular, sobre todo en cuestiones tales como el crecimiento económico, la distribución del ingreso y otras muchas cuestiones de las que trata justamente este libro. Por otra parte, en algunas aplicaciones de política económica, como en los famosos ajustes, las propuestas de la ortodoxia económica suelen traer más problemas que los que deberían resolver, por lo que resulta pertinente promover un intercambio de ideas entre el pensamiento original de Keynes y la TNC.

Para poder abordar, al menos en parte, toda esta temática contro­versial, a veces en términos muy enfrentados y otras no tanto, como se decía, el autor propone a los lectores diversos diálogos entre el Dr. Oxo, un representante de la tradición clásica, y Mr. Eskein, quien defiende el pensamiento del propio Keynes, que, como se verá, no necesariamente es el pensamiento de algunos (o muchos) «keynesianos».

El libro es, de alguna manera, continuación de otro del autor denominado: Keynes, todo lo que Usted quería saber sobre la Teoría General, pero no le explicaron bien… (2015), y está escrito, como el anterior, sin el empleo de matemáticas, lo que probablemente lo haga accesible a un público amplio, para lo cual se ha conformado un Glosario de términos probablemente no muy conocidos entre los no familiarizados con la Economía, si bien, claramente, el libro está especialmente dedicado a los economistas en particular.

Naturalmente, el libro no pretende abarcar todos los aspectos de la macroeconomía, ni siquiera aquellos que pudieran mostrar aristas controversiales, y se focaliza, en cambio, en los que de alguna manera enfrentan el pensamiento de Keynes con el de los viejos y nuevos clásicos. Por otra parte, tampoco se ha buscado equilibrar los temas tratados, los que, con inocultable arbitrio del autor, se han desarrollado conforme este ha considerado que correspondía hacerlo, y tampoco se ha pretendido profundizar excesivamente en los enfoques, respetando el propósito de acceder al mayor número de lectores posibles y evitando por tanto demostraciones agotadoras.

Por último, y en la misma línea que el anterior libro Keynes…, este se esfuerza en rescatar el pensamiento genuino de Keynes, quien no era un «populista» y mucho menos marxista o enemigo de la economía de mercado, sino, todo lo contrario, un defensor de las libertades en sentido amplio, donde se incluyen naturalmente las económicas, asignándole al Estado el papel de resguardar la estabilidad económica con un grado aceptable de equidad.

1. Se emplearán mayúsculas cuando se haga referencia a la Economía como ciencia, y minúsculas cuando se emplee la palabra economía en el sentido (menos riguroso) de «país», o «nación».

GUÍA DEL LECTOR

Como forma de ambientar al lector, se proporciona aquí una breve y sumaria —a la vez que muy libre, sin duda— descripción de la evolución de la macroeconomía desde Keynes hasta la actualidad, enfatizando en algunas cuestiones que, en opinión del autor, deberían urgentemente pasar a formar parte de la nueva agenda en Economía.

Luego de la publicación de la General Theory, a comienzos de 1936, y de la dramática confirmación de sus principales hipótesis, como consecuencia de la Segunda Guerra Mundial que llevó a las economías beligerantes al pleno empleo, el prestigio intelectual de Keynes amplió su ya enorme gravitación, a la vez que sus ideas tuvieron una generalizada aceptación, respaldadas, además, por otra de sus importantes contribuciones, la creación de organismos internacionales como el Banco Mundial y el FMI, que hicieron posible la atenuación de las grandes crisis que habían caracterizado a las economías de mercado hasta entonces, no sin cuestionamientos y errores cometidos, a veces importantes, tanto por las economías como por estos organismos.

Desde la finalización de la Segunda Guerra Mundial, en 1945, y por largos años, las principales economías del mundo y otras nuevas que se sumaron, como los Tigres Asiáticos (Corea del Sur, Hong Kong, Taiwán, etc.), conocieron una excepcional etapa de crecimiento económico con bajas tasas de inflación y pleno empleo, que se prolongó hasta bien entrada la década de los sesenta del siglo XX. A partir de allí, primero la guerra de Vietnam, que demandó enormes recursos y le ocasionó un elevado déficit fiscal a los Estados Unidos; luego, en la década de los setenta, un fuerte incremento en el precio del petróleo, a lo que se sumó una creciente burocracia estatal creada al amparo de la «necesidad de proporcionar pleno empleo», contribuyeron a generar una fuerte y creciente inflación que la General Theory —aunque en ella Keynes señalaba claramente sus causas— se suponía que no contribuía a explicar, al menos por parte de los exegetas del keynesianismo acostumbrados a lidiar con oscilaciones en el PBI pero no con altas tasas de inflación.

A todo esto, la ortodoxia económica —a la que Keynes culpaba de no entender la naturaleza profunda de las economías del mercado y la necesidad de conformar nuevos marcos institucionales que le proporcionaran contención— si bien se había quedado agazapada, no estaba derrotada ni mucho menos. La aparición de la inflación en la economía mundial, junto con la esclerosis y la caída en la productividad laboral que el creciente gasto público y el welfare state habían generado o por lo menos contribuían a profundizar, proporcionó al ancien régime la oportunidad para su reivindicación, y en especial, una herramienta que no había sufrido tanto los embates de la revolución keynesiana (aunque Keynes la critica explícitamente): la teoría cuantitativa, ya que el tema de la inflación era, en la General Theory, equivalente a un capítulo sobre la obesidad en un tratado de desnutrición.

Como quiera que sea, la escuela de Chicago que fue, de la mano de su máximo exponente Milton Friedman, la vanguardia de la contrarrevolución monetarista, como se le llamó a los esfuerzos por desacreditar y destronar al keynesianismo, no conformó un corpus de ideas lo suficientemente contundente como para reemplazar la visión keynesiana —que en muchos aspectos, tal vez demasiados, no le era tampoco muy fiel a Keynes—, y esta contrarrevolución, unida a un desempeño mediocre en cuanto a diseños de política monetaria, quedó si no desacreditada, al menos fuertemente debilitada en la academia.

El propósito de darle un coup de grace definitivo al keynesianismo fue intentado por una escuela mucho más rigurosa en sus Fundamentals, que pasó a llamarse nueva escuela clásica (NEC), y que se apoyó en un concepto novedoso y muy atrayente, el de expectativas racionales (ER), según el cual los agentes económicos aprenden de sus equivocaciones, por lo que no cometen errores sistemáticos, a la vez que echan mano de toda la información disponible, la cual se ofrece a todos por igual, sin costos.

De resultas de este nuevo enfoque, al que se le añade el supuesto de que todas las variables en Economía se manifiestan como muchas de las que se visualizan en la vida cotidiana —como la existencia de accidentes de automóviles, con lo que los valores promedio y las dispersiones pueden ser conocidos—, la NEC creyó haber matado definitivamente a Keynes, pretendiendo demostrar que sus hipótesis, al no tener en cuenta ER, eran necesariamente falsas o cuanto menos ingenuas, y, de todas formas podrían tener una limitada y excepcional aplicación en el caso (¡justamente, el caso keynesiano!) de comportamientos irracionales o llevados a cabo por agentes sin la información suficiente, pero que iban a ser rápidamente corregidos tan pronto estos agentes advirtieran que se habían equivocado en su diagnóstico de situación.

El target principal de los economistas de la NEC era la política económica, que ellos consideran —coincidiendo con Friedman y sus Chicago boys y también con los viejos clásicos— inevitablemente perversa, más allá de las intenciones de sus ejecutantes. Por lo cual, al recuperarse las hipótesis de los clásicos a quienes Keynes cuestionaba —en el sentido de que el mejor de los mundos posibles es aquel en el que el gobierno es prescindente—, si a pesar de esto el Estado efectivamente interviene, resulta peor el remedio que la enfermedad, y el público, al advertir que cualquier cosa que intente el gobierno dará resultados insatisfactorios, anticipa sus decisiones y actúa preventivamente, en consecuencia, reforzando la mala performance de las medidas económicas. De esta forma, aunque haya desempleo, por ejemplo, este no debe interpretarse como una patología, sino como un fenómeno natural, y cualquiera sea la tasa de inflación existente, esta será la mínima que la economía puede consentir; por consiguiente, son inútiles los esfuerzos del gobierno para reducirla, esfuerzos que, si se intentan, solamente podrían conseguir empeorar las cosas, por ejemplo, exacerbando la inflación.

A todo esto, el keynesianismo se había aburguesado dedicándose, con mayor o menor pulimiento, a ofrecer más o menos la misma medicina a economías que probablemente ya no la necesitaban o a las que no les era útil, mientras el gasto público ganaba espacio dentro del PBI y las burocracias engordaban al mismo ritmo que la productividad del trabajo decaía. Esta situación les brindó a los Chicago boys, primero, y a los nuevos clásicos, luego, la oportunidad en bandeja para desalojar la vieja política económica intervencionista y reemplazarla por la de Estado mínimo, libre de regulaciones y de la ominosa «política económica» que solo lograba frenar las economías con inflación en aumento.

Todo anduvo bien, o al menos eso parecía, con Keynes aparentemente muerto y sepultado —esta vez, pretendidamente, en forma definitiva— hasta que estalló la crisis de las subprime de 2008 en los Estados Unidos, que, como la anterior de 1929, se trasladó a todo el mundo y de la que este no ha podido aún recuperarse completamente, pese a que rápidamente se resucitó nuevamente a Keynes, sin que se lo comprendiera cabalmente como cuando sus ideas se hicieron conocer.

Parece, entonces, que los nuevos clásicos no las tienen todas consigo, pero es cierto que los keynesianos tampoco, si se juzga por la esclerosis económica a la que condujo la política económica keynesiana, unida al insostenible gasto público y a las elevadas tasas de inflación que se le asociaron en algún momento

Estaría faltando, por lo tanto, un diagnóstico claro de cómo funcionan las economías y cuál es el correcto papel que los actores, Estado y mercado, deben tener, ya que el agigantamiento del gasto público crea más problemas de los que supuestamente corrige, a la vez que la prescindencia del Estado tampoco es la solución como lo advirtió el propio Keynes y se volvió a observar en los años previos y posteriores a la gran crisis de 2008.

Como se decía: algo no anda del todo bien en Economía. Claramente, si se pretende que esta mantenga su estatus de ciencia, no se puede, cada vez que un paradigma entra en crisis, volver al anterior, porque la ciencia consiste exactamente en todo lo contrario: se conforman nuevas teorías generalizadoras que contienen a las anteriores, como caso particular, y eso no está ocurriendo en Economía.

Sin perjuicio del rechazo a este corsi e ricorsi, el autor considera que el enfoque de Keynes es efectivamente un buen punto de partida para aspirar a una Economía que supere disputas que ya no deberían existir, para lo cual es imprescindible proponer una nueva interpretación de la General Theory tal cual ha sido escrita, pero analizando críticamente los puntos en los que corresponda un avance y contemplando a la Economía clásica como un caso particular.

Desde esta nueva posición, y adaptando la teoría keynesiana a las circunstancias de las economías modernas, se debería también analizar críticamente los nuevos aportes —por ejemplo, ER— y evaluar su pertinencia. Asimismo debe retomarse la agenda de investigación en temas olvidados o abandonados como el de la distribución del ingreso, que Ricardo consideraba nada menos que el principal tema de la Economía.

Disponiendo de este nuevo background—que en este libro se insinúa y se invita a desarrollar—, es posible proponer un papel para la política económica que no consista en hacerlo todo con un intervencionismo ominoso ni tampoco en desentenderse del funcionamiento de la economía.

Nuevamente, sin perjuicio de las grandes rectificaciones y las adaptaciones que corresponden a la evolución de las ideas y las sociedades, se considera que una parte sustancial de las ideas de Keynes es enteramente rescatable y pertinente para construir una nueva Economía que sea útil para dar respuestas a las preguntas básicas que se le formulan. Por otra parte, y más allá de las fuertes críticas que el propio Keynes les hiciera a los clásicos —que son enteramente endosables a los nuevos clásicos y a los Chicago boys—, no es menos cierto que, como el propio Keynes lo reconocía, no es en los grandes temas de la Economía donde corresponde efectuárseles los reproches —la formación de los precios, la asignación de los recursos—, sino en su negativa a considerar que, a veces, las cosas no funcionan bien y es necesario, en consecuencia, hacer algo al respecto, a la vez que se trata de evitar que vuelvan a funcionar mal.

La clave, entonces, es que la Economía debe señalar qué hacer y cómo, sin que las acciones preventivas y ocasionalmente correctivas, necesariamente a cargo de un Deus ex machina (el Estado), deban ser consideradas un anatema, ni tampoco pretexto para que las burocracias —y la corrupción y autoritarismo que por lo general le están asociados— tomen el lugar de las decisiones de los particulares.

SIGLAS EMPLEADAS

Se indican a continuación las siglas utilizadas a lo largo del texto:

AM: autoridad monetaria

AK: modelo de crecimiento que emplea solamente capital

ART: aseguradoras de riesgo del trabajo

AS: animal spirits

bys: bienes y servicios

CC: crítica de Cambridge

CD: centro-derecha

CI: centro-izquierda

CP: curva de Phillips

EA: enfoque alternativo

EMgK: la eficiencia marginal del capital

ER: expectativas racionales

DA: demanda agregada de la economía

FMI: Fondo Monetario Internacional

GT: General Theory; el principal libro de Keynes

ID: curva inflación-desempleo

I&D: inversión y desarrollo

IS: curva de equilibrio inversión-ahorro

LM: curva de equilibrio demanda-oferta de dinero

MS: modelo de crecimiento de Solow

NEC: nueva escuela clásica

OA: oferta agregada de la economía

PEA: población económicamente activa

PMgC: propensión marginal a consumir

PMgK: productividad marginal del capital

PMgN: productividad marginal del trabajo

RBC: Real Business Cycle; (teoría del) ciclo económico real

TNC: teoría neoclásica

LA LEY DE SAY

La Ley de Say propone que no puede haber una brecha entre la producción y las ventas porque el propio acto de producir entraña el pago a los recursos utilizados que lo hacen posible, y estos se volcarían en su totalidad a la compra de los bys producidos. Keynes rechaza esta idea porque, si bien la conexión entre la producción y los ingresos asociados es absoluta, no necesariamente quienes reciben ingresos están interesados en toda la producción elaborada, o bien, pueden decidir abstenerse de su compra por diversas razones.

Dr. Oxo: —No sé si usted está de acuerdo en que un buen punto de partida para plantear las diferencias y coincidencias entre el pensamiento económico clásico y el de Keynes podría ser el análisis de la Ley de Say…

Mr. Eskein: —Estoy totalmente de acuerdo en que abordemos este tema en primer lugar.

Dr. Oxo: —Me imagino que usted desaprueba completamente esta ley, por lo que, evidentemente, no la consideraría tal.

Mr. Eskein: —Efectivamente. La idea de que cualquier cosa que se produzca tiene automáticamente un mercado no tiene ninguna base intuitiva ni tampoco posee sustento empírico.

Dr. Oxo: —Obviamente, no comparto lo que usted dice. Cuando se producen bienes y servicios (bys), el gasto del productor es recibido como ingreso por los factores productivos, lo que les proporciona demanda. En cuanto al peso de la evidencia, ahí están los bys que se producen en las economías, los que es claro que se venden.

Mr. Eskein: —De acuerdo, pero el punto es que los gastos que harán los factores producidos no necesariamente coincidirán con la producción de esos bys. Que un autor escriba un libro no significa que los factores productivos que lo hacen posible lo compren, de la misma manera que el hecho de comprar el periódico y tomar un café buscando oportunidades de empleo no hace que el dueño de la confitería, o del diario, nos contrate.

Dr. Oxo: —Pero su rechazo a la Ley de Say es válido para cuestiones puntuales, lo que efectivamente se verifica en muchos casos, pero usted no tiene en cuenta que esta ley rige a escala macroeconómica. En la economía, en su conjunto, es imposible lo que usted plantea porque alguien, aunque no sea quien lo produce, compra lo que la economía genera.

Mr. Eskein: —¿Y qué pasaría si en toda la economía se produjera una colección de bys «inútiles»?

Dr. Oxo: Eso sería imposible teóricamente y, desde luego, lo es en las economías reales. En ellas se producen bys perfectamente útiles.

Mr. Eskein: Sin embargo, en las economías planificadas se producían muchos bys «inútiles» que fueron descubiertos luego de sus caídas, cuando se encontraron enterrados precisamente muchos que, evidentemente, nadie quería.

Dr. Oxo: La analogía no es legítima, porque esos bienes eran decididos por los planificadores, que, evidentemente, planificaban mal.

Mr. Eskein: — ¿Y cómo deberían haber planificado?

Dr. Oxo: En primer lugar, no tendrían que haber existido esos tipos de economías, que finalmente colapsaron. En segundo lugar, es claro que los planificadores decidían sin tener en cuenta qué es lo que a las personas realmente les interesaba, lo que provocaba un enorme desperdicio de recursos, porque esas personas que desechaban los bys que se habían producido sin contemplar sus necesidades, luego debían emplear nuevamente su trabajo para obtener lo que sí deseaban.

Mr. Eskein: —¡Ahí está!… Entonces la demanda sí cuenta… Usted mismo está sosteniendo que el error de los planificadores era obrar por su cuenta, pero, entonces, ¿por qué no actuaba en su favor la Ley de Say?

Dr. Oxo: Es obvio que la cuestión no es producir cualquier cosa…

Mr. Eskein: —Pero, entonces, no estamos siendo intelectualmente rigurosos. Si usted me dice que, obviamente, ningún productor elaboraría bys en los que nadie esté interesado, ¡implícitamente está sosteniendo que tienen en cuenta la demanda…!

Dr. Oxo: —Lo que pasa es que, en general, los productores repiten producción que, evidentemente, ha tenido absorción anteriormente.

Mr. Eskein: —O sea, la que se demanda. No están introduciendo nada que suponga riesgos de no ser comprado.

Dr. Oxo: —Y también elaboran productos nuevos. Permanentemente se suman bys anteriormente no existentes e incluso, inimaginados...

Mr. Eskein: —Sin duda. Pero estos nuevos bys han sido creados porque se presume que tendrán demanda, y, efectivamente, así ocurre. Por otra parte, los que no la tienen son retirados y no vuelven al mercado porque nadie insistiría en producir algo que no se vende, aunque Say sostenga que lo logrará por el solo hecho de ser fabricado.

Dr. Oxo: —Usted se olvida de algo que es básico y fundamental en macroeconomía, que es la igualdad entre el valor del producto y el de los ingresos de los factores que han hecho posible esa producción. Por lo tanto, los propietarios de los ingresos necesariamente tienen que comprar los bys que ellos mismos han producido. ¿Quién los compraría si no?

Mr. Eskein: —Existe un error en lo que usted plantea. Efectivamente, hay una coincidencia entre el valor del producto y los ingresos generados por ellos, y, análogamente, los ingresos generados necesariamente coinciden con el valor del producto. Esta coincidencia, además, es doble, porque los empresarios no podrían producir bys si no es pagándoles a los factores, ni estos recibirían ingresos, si no retribuyeran con los bys producidos por ese mismo valor. Sin embargo, esto representa una identidad y no una igualdad, por lo que la correspondencia debe cumplirse a fortiori. En cambio, esta identidad no es lo mismo que sostener que la producción se venderá, o, en forma equivalente, que los propietarios de ingresos comprarán necesariamente esa producción. En otras palabras, la doble identidad no dice nada de la demanda, la cual no necesariamente coincidirá con el valor de la producción, y si lo hace, ello será porque hay una variable de ajuste que son los precios de los bys.

Dr. Oxo: —Pero, le repito, a escala macroeconómica la Ley de Say no puede dejar de cumplirse, porque, en tal caso, toda o al menos una gran parte de la producción quedaría sin vender y, como le señalaba recientemente, ¿qué comprarían entonces las personas?

Mr. Eskein: —Por supuesto, un escenario así no sería sostenible, porque en el período siguiente, aun cuando algunos empresarios insistieran llevando al mercado producción que no se vende, otros, al advertir ese fracaso, se apresurarían a producir lo que sospecharían que tiene más chance de ser vendido.

Dr. Oxo: —Pero entonces usted me está dando la razón: los empresarios no producirían (excepto por un error circunstancial) aquello que no se vende, y entonces la Ley de Say se cumple.

Mr. Eskein: —Usted observará que una y otra vez la demanda se cuela en esta discusión. No es la oferta la que crea la demanda, sino al revés. Es insostenible que los empresarios, por error de cálculo o capricho, produzcan lo que no tiene mercado.

Dr. Oxo: —Me sorprende. Recientemente usted aceptaba que permanentemente está ingresando al mercado nueva producción. Por otra parte, los empresarios están también incorporando nuevas tecnologías y métodos de producción para los que, por definición, aún no existe demanda.

Mr. Eskein: —Desde luego. No obstante, es evidente que, aunque no existe demanda efectiva, sí está presente una demanda esperada, que es la base de la conducta de los empresarios que se apoya en sus AS (animal spirits). Por otra parte, es también evidente que muchos de los nuevos proyectos no prosperan y pasan desapercibidos porque claramente no se reiteran: los empresarios no producen bys que no venden. Adicional­mente, en las antiguas economías planificadas se producían cosas que no tenían mercado, de manera recurrente, y, como lo analizamos, la falta de demanda hacía que debieran acumularse (y esconderse).

Dr. Oxo: —Pero esa es una comparación ilegítima. En esas economías no había un mercado y sí, en cambio, un poder discrecional para que los planificadores decidieran por su cuenta el qué producir sin consultar con los compradores. Evidentemente, no es el caso de las economías de mercado.

Mr. Eskein: — ¿Y para qué se necesita, entonces, el mercado si la Ley de Say es válida? ¿No es que la oferta crea su propia demanda? Obviamente, el mercado es irrelevante, entonces…

Dr. Oxo: —Usted es demasiado rígido en sus planteos. La Ley de Say propone una conceptualización que apunta a que se da una equivalencia entre los bys que se producen y la respuesta de los ingresos a esa producción. Más allá de que haya filtraciones o excepciones, el planteo estilizado es indudablemente correcto, y una prueba de ello es la corriente circular de la renta que muestra cómo el proceso productivo se conecta con la compra de los bys elaborados en condiciones justamente estilizadas, donde no interviene el gobierno ni el sector externo y no se diferencia el consumo de la inversión, lo que no quita que puedan incorporarse estos sectores sin pérdida de generalidad en el análisis.

Mr. Eskein: —Lo lamento, pero no estoy de acuerdo. En el pensamiento ortodoxo es frecuente presentar temas como la Ley de Say, la ecuación cuantitativa y otros, que más allá de esforzarse en encontrar un contacto con las economías reales, presentan serias fisuras de razonamiento a la vez que se muestran inconsistentes con otros planteamientos. Por otra parte, el esquema de la corriente circular de la renta incluye el mercado, porque de otra forma no se entiende por qué equivaldrían los bys producidos (oferta) a las compras de las familias (demanda). La ley de Say, claramente, de forma explícita rechaza la demanda o, cuanto menos, le asigna un papel pasivo.

Dr. Oxo: —No veo las inconsistencias de la Ley de Say y la teoría cuantitativa, y no sé cuáles son las otras que, según usted, existirían…

Mr. Eskein: —Justamente, hemos estado hablando de la primera, y en cuanto a la segunda, si le parece le dedicamos un análisis especial, a la vez que le propondré una inconsistencia adicional de la Ley de Say en el momento de hablar del ahorro y de la inversión.

Dr. Oxo: —De acuerdo; seguiremos conversando.