Cubierta

ROBERTO H. ESPOSTO

RODOLFO KUSCH

Actualidad de un pensamiento americano
Lecturas y reflexiones

Editorial Biblos

A la memoria de Fernando Hugo Caamaño, poeta y amigo de Günther.

A mis padres y hermanos.

RODOLFO KUSCH

La crisis que vivimos nos pide retomar la lectura de la obra de Rodolfo Kusch, una de las figuras más emblemáticas y originales del pensamiento argentino y americano. El autor de América profunda se distingue por ser un pensador fronterizo, arraigado al suelo americano que al mismo tiempo brinda una particular apertura hacia el mundo que habitamos. Con una pormenorizada lectura, Roberto Esposto nos brinda una profunda y amplia reflexión sobre la obra kuscheana. El lector emprenderá con este libro un periplo desde el pensamiento de Kusch para ir descubriendo y contemplando las condiciones de nuestra modernidad actual.

Roberto Hernán Esposto. Docente e investigador australiano, nacido en Córdoba, Argentina. Doctorado en literatura latinoamericana por La Trobe University, fue docente en la University of Waikato, Nueva Zelanda. Es profesor en la cátedra de español y estudios latinoamericanos en la University of fiueensland (Brisbane), Australia. Es académico correspondiente de la Academia Argentina de Letras. Ha participado en las jornadas “El pensamiento de Rodolfo Kusch” organizadas por la Universidad Nacional Tres de Febrero. Es autor de libros y artículos publicados en revistas científicas internacionales sobre literatura argentina y pensamiento crítico latinoamericano.

No se permite la reproducción parcial o total, el almacenamiento, el alquiler, la transmisión o la transformación de este libro, en cualquier forma o por cualquier medio, sea electrónico o mecánico, mediante fotocopias, digitalización u otros métodos, sin el permiso previo y escrito del editor. Su infracción está penada por las leyes 11.723 y 25.446.

Prólogo
José “Pepe” A. Tasat

Vivir es saber, saber es pensar siendo.

G.R. Kusch.1

 

Prologar un libro es la antesala del sendero a recorrer, no solo es brindar señales claras del recorrido, sino también posicionarse en relación con el texto a presentar, un prólogo es antes y hacia la palabra y el discurso del autor. Roberto H. Esposto genera una nueva semilla que espera germinar para dar frutos. Aprovecho para agradecer su voluntad de que haga este prólogo para su publicación.

Nos convoca a Esposto y a mí, como a otros, la obra de Günther Rodolfo Kusch, la fascinación por el despliegue profundo de sistematizar, en los vientos hegemónicos del pensamiento universal, antropocéntrico y eurocéntrico, los antagonismos, los invisibilizados y el paisaje del ser y su espacialidad en el estar, que configuran un estar siendo en América.

Presentaré tres momentos: primero una aproximación a la condición de posibilidad de la escritura crítica de Esposto, en un segundo momento la dimensión del pensar de Rodolfo Kusch, y en un tercer momento un esbozo del libro.

Roberto H. Esposto, el otro y la condición de posibilidad

Este libro es un acto de valentía y de posicionamiento donde se evidencia que el rostro del otro nos interpela, que nos establece y que nos pone como condición de posibilidad ante la vida. Emmanuel Levinas enunció al otro en su máxima expresión, como el huérfano, la viuda o el extranjero; tres roles o condiciones que nos dan vínculo con el otro en las culturas. Y lo que hace Esposto con su libro es pensar desde esa condición que es anterior al ser, anterior al ser alguien, que es estar alojado en la vida para determinar sentidos.

El gran esfuerzo que hace él como extranjero en un territorio anglosajón, con una lengua diferente a su condición de sentido, es pensar las diferencias entre la investidura disfrazada, seducida por la modernidad y el paisaje generado en el tramo de su infancia-juventud en su tierra, que le permitió conservar en sus símbolos-lenguaje una distancia crítica ante la hegemonía de un imperio cultural establecido.

En definitiva, se anima a criticar en un lugar donde no se critica; se anima a posicionarse y desnudarse, más allá de la piel, para exponer y hacer visible nuestra única condición de vida: la cultura, las culturas. Y encuentra en Rodolfo Kusch un pensador preontológico –que al día de hoy se denomina decolonial– que se animó a describir los lazos existentes en el continente americano, mestizo, donde se juega en lo cotidiano toda la condición humana.

En definitiva, este libro aporta a una cultura anglosajona, pragmática, la posibilidad de pensarse, olvidar diferencias y reencontrarse en convivencias entre otros, busca la génesis de la génesis, y con Kusch propone la operación de la fagocitación y el estar siendo. Se trata de escuchar a quienes no son el imperio de la acción hegemónica, sino su acción simbolizada en la vida cotidiana.

En Australia, no será un best seller en forma inmediata, no será un éxito editorial, el éxito no es un punto de llegada, el éxito es un punto de partida, y este libro tiene claro desde dónde parte. Será un libro de la academia, pero estoy seguro de que traspasará la frontera de las universidades, para llegar no a cuestionar el estilo de vida, sino a aportar nuevos aires de epistemologías ausentes y negadas, que persisten y conviven al día de hoy en Australia.

La dimensión del pensar en Rodolfo Kusch

La filosofía es pensar. Y pensar es una cautela, es una precaución, es un encanto, es un momento al día; todo el resto del día estamos rumiando. Si pensar es olvidar diferencias y recordar semejanzas, ¿qué pasa con lo enajenado de este sistema político-económico que nos hace pensar de esta manera donde los que están dentro de la caverna universitaria miran una cosa y sistematizan la acción de una manera, mientras la vida sigue pasando por otro lado?

Y me parece que si pensamos las palabras que nos designan, lo latinoamericano no nos designa a nosotros, designa una forma de posesión imperial en el territorio de América. El imperio seguramente sabe constituir las astucias de la razón y por eso en América –que fue una invención como toda otra invención de homogenizar un ideal, como lo fue Europa– nos constituimos en partes. Y pensamos que desde una parte se piensa y ejerce un dominio, mientras que la otra tiene muchas otras sabidurías para poder compartir. De ahí vienen distintas corrientes: el panamericanismo, el latinoamericanismo o nuestra América. Es increíble que neguemos que José Martí, cuando publica “Nuestra América”, lo hace en Nueva York hace más de un siglo. Hay algo ahí que no queremos ver y que a la vez nos separa, América fue el nuevo mundo, que la humanidad europea designó a su hastío cotidiano.

¿Cómo puede ser que tengamos que designarnos con la palabra del otro? En todo caso, la designación de la palabra tenemos que hacerla nosotros y no desde la negación que queremos hacer de la palabra que nos dieron; es algo absurdo, por ejemplo “decolonial”: el imperio me designó colono, no es desde ese umbral de palabras desde donde nos identificamos, es desde nuestras palabras. Como tampoco “Occidente” nos designa: las palabras tienen todo, hay que saber escuchar. Lo popular tiene mucho sentido que la sabiduría académica releva, aparta, no puede comprender. Y en relación con esto, Occidente en su etimología tiene que ver con lo que dijo Martin Heidegger: “Occidente conlleva su destino: occiso, muerte”.

Y nosotros no somos Occidente, nosotros estamos al costado de Occidente pero nos hicieron creer que somos parte de él. Como sucede con las frases actuales que estamos escuchando en la lógica del imperio naturalizadas; hace muy poco un funcionario dijo: “les hicieron creer”, “todos sabemos que”, “ustedes piensan que”. Toda esa construcción lógica del lenguaje no es más que lógica de la imposición, que nos hacen creer que nos constituyen un modelo. Cuando hasta el mismo René Descartes dice: “Jamás quiero hacer un modelo de lo que yo constituyo, es un método que me sirve a mí”.2 ¿Qué hicieron con Descartes? Lo universalizaron.

Entonces, no son absurdos los lugares que nos tocan en la vida y las condiciones de posibilidad. Me parece fundamental la filosofía de la liberación como bandera que enarboló algo distinto desde la autenticidad del ser y del estar, una manera diferente al relato de sostenimiento de enajenación constante de producción de dominación que teníamos en el mundo. Ahora, lo cierto es que hubo anteojos para mirar la filosofía, para poder conceptualizar la filosofía de esa época. Y en eso hay muchas corrientes fundamentales, necesarias, concretas; una de ellas es el marxismo y me parece fundamental constituir desde ahí. Pero hubo otra corriente, que no fue desde el concepto a interpretar la acción de la sabiduría propia y de la fe, sino que fue a la palabra de quien la decía; desde ahí se posicionó Kusch.

La filosofía de la liberación fue un acierto –y no una certeza– en correrse de lo monádico, en donde un ente explica todo, y posicionarse en una relación con el otro, donde la negación que me hace me constituye a mí en una condición para poder de ahí emanciparme. Pero eso también fue criticado, porque después vinieron otras corrientes, porque convivimos en un continente que tiene distintas épocas, tenemos millones de logros pero también muchas derrotas.

La discusión entre la filosofía hegemónica nórdica y la filosofía de la liberación es una que discute la universalidad del pensamiento. Una se sostiene desde un ente que puede definir todas las cosas y puede constituir conceptos porque son esenciales. Y la otra filosofía se sostiene en visibilizar lo anterior al concepto, lo anterior que conmemora una forma de vida, porque la vida se da de otra manera a la hegemónica de consumo capitalista, porque siempre se da en lo ritual, se da en una cosmovisión, se da en un marco de relación. Nosotros creemos en la ciencia, nosotros nos constituimos de este vínculo, pero no es el único. Es este el aporte de Esposto, pensar-sentir la relación y no la explicación racional que cierra el vínculo.

Siempre buscamos ser alguien en la vida y en esa diferenciación que él hace antepone la posibilidad geocultural, antepone la operación de la fagocitación. “Dos cholitas van en un tren y una le dice a la otra: el pollo está logrado”. ¿Qué significa? Cuando alguien habla, tiene toda su condición humana. Ahí hay una cultura y en esa cultura saben que las cosas se logran, no que crecen al infinito. Entonces, si nos animamos a escuchar, seguramente, hay muchas cosas para poder entender.

Un filósofo europeo presenta al ser como el ente que se explica a sí mismo como ente, y cuando escribió la palabra ser en una hoja, empezó a tachar esa hoja, dijo que el ser era fallido, era tan fallido que cuando rompe la hoja, dice que es el ser o la nada. Kusch le dice: no es el ser o la nada, debajo de la hoja está toda la cultura. Y la cultura es un horizonte simbólico compartido. Tiene que ver con el habitar, con el morar, con el lenguaje, con el habla, con los rituales que conmemoran los mitos. ¿Qué hizo la filosofía hasta ahora? Trabajar con los atributos de ese ente monádico que explicaba la cosa, que se va del punto de una esfera, a la esfera de una esfera: de un “yo sé que no sé nada” relatado por Platón sobre Sócrates, a “qué es lo que yo sé”, enunciado por Montaigne. Mientras que para Kusch, “se conoce para vivir y no por el puro hecho de conocer”. Pero más que nada tiene que ver desde dónde nos constituimos. ¿Cómo puede ser que un ser finito cree obras infinitas? Y tiene que ver con esta otra posibilidad de escuchar lo ritual, la cosmovisión, y eso me parece que trajo la filosofía de la liberación, donde se inscribe el trabajo de Kusch.

¿Cómo escuchar los sentidos compartidos en una sociedad? Hay tres principios elementales de la filosofía que siguen muy vigentes: el de identidad, el de no contradicción y el del tercero excluido. Con esa astucia de la razón nos constituimos como sociedad hace miles de años. Primero, no existe la identidad, “A no es igual A”; en todo caso lo que hay es identificación. En relación con el principio de no contradicción: “A no es B” es absurdo. Constantemente, en la lógica del tiempo que se olvidaron de anteponer, las cosas van cambiando, nos quieren hacer creer que las cosas son estáticas. Y el principio del tercero excluido, donde no se puede ser y no ser al mismo tiempo, la montaña es montaña o no es montaña, pero no puede ser otra cosa; pero para el campo andino es el abuelo, en este principio se perdió la posibilidad de imaginar otros mundos posibles. Con esos tres principios nosotros nos creímos que el funcionario no es empresario y el empresario no es funcionario, y las sociedades modernas se constituyeron desde estos tres principios. De esa manera se constituye la democracia en los lazos sociales de identidad, como si fuesen las cosas iguales, y lo único que tenemos de iguales es que somos diferentes y convivimos en esa diferencia.

El pensamiento americano se sostiene en el principio irreductible de la evidencia, y el pensamiento nórdico-europeo, en que las cosas son demostrables y válidas. Dos relatos de sostenimiento axiológico que no son opuestos, conviven en un tiempo y espacio, en un territorio que conlleva la esperanza de otro horizonte humano, superpuestos, entre la tierra y el cielo, entre lo divino y lo profano, donde juega la pulcritud, el hedor, la ira, la fe, la astucia del vivir, o la razón universal en los lazos del vivir.

No hay historia sin imperio, no hay historia sin posicionamiento colectivo, y nuestra posición es americana, con los lazos implícitos, que nos deja la colonialidad, en la cultura, la economía y la política. Es desde donde partimos, donde estamos parados, este es el sentido que aportó Kusch (no la causa) del pensamiento americano, que está en la ciudad, en el campo, en el pueblo andino, en la vida.

Kusch aporta, desde América, la filosofía del posicionamiento colectivo, anclada en los supuestos que nos rodean, más cercanos a nuestra vida, para cuestionar lo obvio, para ampliar los horizontes de lo fagocitado que nos inhibe generar otro relato, otra acción, sin alteridad vanguardista, pero en comunidad.

Lo profundo de trabajar a Rodolfo Kusch no es por lo que hizo, sino por lo que se puede generar desde su umbral aportado al pensamiento; una metodología que cambió la contemplación por la escucha, donde la palabra del otro recobra sentido en lo colectivo, cuestionando, interpelando al mundo académico y vislumbrando sentido en la sabiduría para el mero estar, la vida nomás.

Acerca del libro

Los capítulos que forman parte de este libro son profundos, intensos y de un recorrido exhaustivo de los conceptos kuscheanos. Transitan entre una génesis del ser, el ser argentino, el ser alguien, de ser ciudadano del mundo y asumir la valentía de estar siendo en comunidad, pero prefiero solo ofrecer párrafos seleccionados de cada uno, para que ustedes se deleiten, trabajen, profundicen en ellos.

Les dejo párrafos seleccionados para ir entrando en el libro:

 

Por un lado, enuncia un discurso de diversidad y proyección de apertura hacia el mundo, pero solo en sus términos y solo en inglés; en consecuencia, son titubeos que resultan ser, muchas veces, meros gestos de palabras bonitas y vacuas.

Esta es la profunda tensión que vive Australia, que abriga una explícita reticencia y recelo ante la ambigüedad. Dicha condición problematiza su lugar geopolítico y geocultural; pues pretender que su condición interna es la de un país pluricultural que acepta con generosidad su patrimonio aborigen implicaría tener que dejar de ser un país exclusivamente anglocéntrico que pertenece a la punta de lanza de un imperio angloamericano en declive, y por ende aceptar su sincretismo.

Al mismo tiempo, esto tiene un impacto en su incapacidad de desarrollar otra manera de ser y de estar. Es decir, una filosofía y un modo de pensar que absorba la sabiduría de sus pueblos ancestrales. Estamos ante la pulcritud de algo que se podría rotular de absolutismo o altanería cultural, un pensamiento único.

¿Y qué pasa con el inmigrante en Australia? El inmigrante vive del sueño de mejoría material, a condición de haber sufrido el rechazo que cada nuevo grupo étnico padece como primera oleada migratoria que entra al país, pues los inmigrantes, luego de una primera generación, tienden a absorber los prejuicios xenófobos a los que ellos mismos fueron sujetos.

Por ser un país de inmigrantes, paradójicamente, las brasas de la xenofobia siempre están vivas y se encienden ante una nueva ola migratoria, muchas veces avivadas por políticos oportunistas y afanosos de poder, así como por la estridente mass media, cuya mirada acusadora hoy cae sobre los musulmanes australianos; pero esencialmente, como en Argentina, el inmigrante se amolda a los valores mesocráticos, a las costumbres y modos de consumo imperantes que promueve el statu quo del sistema.

Con respecto a nuestra condición de inmigrante, deseamos subrayar que abordamos esta problemática desde una conciencia crítica de inmigrante, apoyándonos y siguiendo el hilo de pensamiento que despliega Walter Mignolo, quien también es un inmigrante argentino radicado en un país de habla inglesa, en la introducción a la versión en inglés de El pensamiento indígena y popular. […]

Si la experiencia imperial europea en el mundo más allá de Europa es la de la misión civilizadora, la de llevar la luz de la razón, como pensaba Nicolás de Condorcet, a los cuatro rincones oscuros del mundo; la experiencia del colonizado es la de repensar y deshacer los diseños de dominación del humanismo europeo, primero cristiano y luego secular moderno, para acercarse a un pensar descolonizado; es decir, para descolonizar la mente y para reivindicar a nuestros pueblos descalificados y ninguneados.

El proyecto intelectual que ha desarrollado Kusch es una visión revisionista y hasta herética, ya que su blanco es minar y cuestionar las categorizaciones epistemológicas eurocéntricas heredadas y canonizadas por las elites de la intelectualidad burguesa, sostenidas por la academia. Es decir que un pensar como el de nuestro autor no es complementario porque su función no es la de difundir críticamente el pensamiento europeo, aunque haya sido formado en él.

 

Y quizás sea como sostiene Kusch (1977: 209):

 

El estilo de vida actual en la ciudad sudamericana, el que se considera como propio del siglo XX, se reduce a un riguroso solucionismo, consistente este en un credo sobre la modificación de las partes, regido por un criterio analítico, cuantitativo y causal, respaldado a su vez por la urgencia de un quehacer constante […] Solo por una apertura hacia un mundo lúcido de causa, a nivel de pura conciencia, se entiende la eclosión de la evolución industrial occidental, eso mismo que se cristaliza en la Reforma y que luego es promovido por el mundo anglosajón, trasladado por el puritanismo a los Estados Unidos, desde donde dicho criterio se extiende a la ciudadanía sudamericana. Cuando Sarmiento y Mitre organizan a la Argentina, lo hacen con este criterio, imponiendo el quehacer e instaurando una educación basada en la exaltación de una inteligencia causalista.

 

Este modo de pensar y actuar, en consecuencia, genera una ciencia y una técnica que se ajustan a una manera particular de vivir culturalmente arraigada. Esto se debe, asegura Kusch (2008: 155), a que “la tecnología está entonces condicionada por el horizonte cultural en donde se produce […] La creación del utensilio tampoco es exclusivamente contingente y episódica, sino que es la consecuencia de una necesidad profunda que se instaura por un proceso de gestación cultural […] No podemos separar del lugar y del tiempo exacto a la tecnología. Diríamos que no hay tecnología sin ecología cultural perfectamente determinada”. Por tanto, la estructuración de valores que Europa (y luego Estados Unidos) define como humanistas y que se proyectarán por el mundo también está esculpida por un contexto situado. Otra vez asevera Kusch: “El humanismo no aparece como una manifestación de la universalidad del hombre, sino más bien como un estilo de pensar que estaba condicionado en Europa” (156).

Y desde un principio:

 

Orden y caos se vinculan como si fueran amigos, dispuestos a luchar dentro de un drama, en cierto modo, sagrado. Como si los opuestos se dieran cita todas las noches para dar una función, la del equilibrio. (Kusch, 1962: 218)

 

En la lectura de cada capítulo me coreaba en la mente la poesía de la canción Entré a mi pago sin golpear, de Peteco Carbajal: “Fue mucho mi penar, andando lejos del pago, tanto correr, pa’ llegar a ningún lado, y estaba en donde nací, lo que buscaba por ahí”.

¿Quién enuncia? ¿Desde dónde? Quizás en eso está todo, saber enunciar la propia palabra que da la condición de posibilidad para asumir la vida, donde los puros y ciertos no se arriesgan a pensar. Este libro es lo contrario, porque piensa donde no se piensa. Como dice la canción: “cantor para cantar, si nada dicen tus versos / ¡Ay! para qué, vas a callar al silencio”. Roberto H. Esposto irrumpe el silencio cómplice y sus palabras dicen y dicen mucho; los invito a entrar en su libro, porque no se puede impedir que la vida se dé.

 

La vida es un equilibrio entre orden y caos, entre lo que es y lo que no es, porque no se puede impedir que el opuesto no exista. (Kusch, 1962: 217-218)

 

Y como acostumbro decir en cada presentación: “Ante todo… Un gusto”.

1. Es interesante cómo el nombre nos significa la vida, Kusch tenía dos nombres y los dos convocan a la batalla o guerrero, los dos son germanos, y el nombre Rodolfo unía aptitudes guerreras o de valentía atribuidas al lobo, con una sabiduría que hacía que triunfara. “Todos somos frutos para caer a la tierra en un momento, no en cualquier momento, cuando el peso gravita por su fuerza”.

2. “Mi designio, pues, no es enseñar aquí el método que cada cual debe seguir para dirigir su razón, sino ver de qué manera he procurado dirigir la mía […] mi designio no ha ido nunca más allá de tratar de reformar mis propios pensamientos y de construir sobre cimientos enteramente míos. Porque, aunque mi trabajo me haya complacido mucho, y por eso lo presento aquí como modelo, no lo hago pretendiendo aconsejar a nadie que lo imite” (Descartes, 2010).

1. Ser alguien y la modernidad occidental

La intuición como pensamiento crítico

El objetivo de este capítulo es discutir y desglosar la manera en que Kusch construye su visión crítica del desarrollo de la modernidad occidental. La importancia de su singular perspectiva descansa en la manera de su enunciación y sobre todo en las categorías conceptuales que él desarrolló. Su pensamiento situado está tejido de un lenguaje local que a veces trasluce una urdimbre literaria y poética.

El lugar desde el cual Kusch enuncia su discurso es cardinal, porque ello nos explica su particular enfoque, y la manera cómo lo enuncia muestra que su crítica de la modernidad y su razón están en gran medida esculpidas por la particularidad argentina y americana. Con esto no se quiere inferir que dicha crítica solo se ciña a la realidad desde donde se pronuncia, de ninguna manera; pero si todo pensar es pensamiento situado, entonces desde esa realidad particular se puede interpretar la modernidad globalizada que enfrentamos hoy.

Rodolfo Kusch comenzó por desarrollar y articular su discurso crítico de la modernidad occidental en América profunda (1962). Es allí donde se explaya sobre esa problemática con mayor contundencia, armando su pensamiento crítico por medio de un entramado conceptual construido a partir de las siguientes categorías: ser alguien (y el afán de ser alguien), pensamiento causal, los objetos y “el patio de los objetos”, utensilios, la ira del hombre y el mercader. Hay también observaciones e intuiciones pertinentes sobre la modernidad que aparecen esparcidas en algunos de sus ensayos, como por ejemplo De la mala vida porteña (1966) y El pensamiento indígena y popular en América (1970), de los cuales se pueden extraer y extrapolar valoraciones al respecto.

Cabe señalar, no obstante, que el enfoque, o mejor, la hermenéutica de la modernidad que va desarrollando nuestro autor es herética y si se quiere revisionista, pues no se ajusta, como él mismo dice en el exordio en América profunda, a “la manera de nuestros profesionales de la historia, la política, la filosofía, ni los novísimos de la sociología –quienes parecen esgrimir su ciencia a manera de exorcismo, antes bien para no ver a América, que para verla” (5). Marcada esta línea de división disciplinaria, Kusch va a optar por un acercamiento interpretativo “al margen de nuestra cultura oficial” (6); una cultura oficial que es sinónimo de cultura occidental (es decir, europea y norteamericana).

El acercamiento que emplea Kusch (1962: 6) aboga por un “pensamiento como pura intuición”, ya que, como él subraya, ello implica “aquí en Sudamérica, una libertad que no estamos dispuestos a asumir [porque] cuidamos excesivamente la pulcritud de nuestro atuendo universitario y nos da vergüenza llevar a cabo una actividad que requiere forzosamente una verdad interior y una constante confesión”. Así, en esta última expresión es donde yace, a nuestro juicio, su estilo personal y literario; pues Kusch se quita el abrigo del buen burgués de clase media para, a medida que reflexiona sobre América, ir armando su crítica de la modernidad, cuestionarse y rumiar su particular hermenéutica, invitando al lector a participar de ella.

La manera en que nuestro autor aborda y utiliza sus categorizaciones conceptuales no se limita a cavilaciones abstractas, más bien su articulación está poblada de la experiencia de la vida misma, de la nuda vita. Kusch se dispone entonces a abrir un camino de pensamiento descolonial que comience un diálogo pensante guiado hacia una desconexión de la epistemología occidental de la que se han servido la modernidad eurocéntrica y sus elites periféricas en su proyecto colonial mundial. El conocimiento occidental (europeo y angloamericano) se ideó y fue encauzado desde el año 1500 de tal manera que sirviese a los intereses, propósitos y metas de los diseños imperiales y coloniales de Europa y Estados Unidos.

Ser alguien

La piedra angular sobre la cual Kusch construye su plataforma crítica de la modernidad occidental es el concepto de ser alguien. Las reflexiones que vamos a discutir aquí ya tienen un temprano bosquejo en La seducción de la barbarie, en el que nuestro autor comienza a desglosar la ficción (o discurso) de la modernidad. En el siguiente extracto se pueden ir perfilando los patrones de su crítica: “La inteligencia llegada al punto máximo de utilidad masifica al individuo […] El mundo se esquematiza y la vida se encajona en el reducto ciudadano, imposible de salvar. Se produce entonces una petición angustiosa de la ficción técnica y por ende del ser” (43). Esto nos viene a indicar que desde un principio su pensamiento giraba en torno a categorías que pudiesen otorgarle una manera singular de concebir los fundamentos de la modernidad europea.

Por tanto su problematización se centrará en la ontología metafísica del verbo ser. En su escrito El mero estar en la cultura quichua. Una interpretación filosófica y semántica plantea: “Todo lo occidental […] tiene todas las cualidades que se atribuyen al ser. Claro que habría que emplear este término en el sentido que le da [José] Ortega y Gasset, cuando expresa que el concepto de ser, desde los griegos hasta nosotros, ha adquirido el valor de verbo activo, de ejecución, de ejercicio” (Kusch, 2003: 267). Veamos con más detenimiento la paráfrasis que hace Kusch, yendo al texto original de Ortega y Gasset (1983: 278), en el cual expone una definición del concepto de ser de la siguiente manera:

 

El ser en los griegos, aun poseyendo esa fijeza y parálisis que del concepto le sobreviene […] consiste en estar haciendo su esencia, en estarla ejecutando. Este lado del Ser […] aparece oficialmente formulado de la idea aristotélica del Ser como actualidad […], el Ente como operante. “Ser” es la primordial y más auténtica operación. “Ser caballo” no es solo presentar al hombre la forma vivible “caballo”, sino estarla siendo desde dentro, estar haciendo o sosteniendo en el ámbito ontológico de su “caballidad”, en suma: ser caballo es “caballear”, como ser flor es “florear”, y ser color “colorear”. El Ser en Aristóteles tiene valencia de verbo activo.

 

Esta definición esclarece decididamente la acepción que le otorga al ser y que desarrolla Kusch (2003: 267) en varios de sus escritos, especialmente cuando despliega su concepto del afán de ser alguien para definir el sujeto de la modernidad occidental; ya que está incrustado en “el montaje de un mundo técnicamente armado”. Es decir que la acepción que nuestro autor le atribuye al ser es la de una esencialidad de valor como sinónimo de transformación que se sustenta por estamentos morales y éticos expresados en una praxis cultural. Consecuentemente, afirma: “El sujeto occidental implica un avance sobre el mundo y una modificación de este” (268). Todo ello es ilustrativo del hecho de una cultura, nos dice Kusch, “que construye el predicado como algo esencial, o sea subordinando al sujeto a un orden superior teórico como […] ocurre en la lógica occidental” (268).

Esta lógica de racionalidad está fundamentada según el esquema de un sujeto individualizado y autónomo enfrentado a un objeto, o a otros que se han cosificado, drenados de subjetividad y raciocinio. Esto se traduce creando un ámbito social tenso y conflictivo en la cohabitación urbana y moderna: “En occidente […] se procuran […] verdades que se regulan en la competencia interna del grupo humano como serían las del librecambismo, o por ejemplo, el cual se desempeña convenientemente en el mundo material urbano que sustituya a la naturaleza” (Kusch, 2003: 269).

Aquí la locución clave es “cultura”, entendida como sistema de valores (moral y ético), manera y estilo de vida, modo de ver y de relacionarse con el mundo y el otro (u otros); lo que concuerda con un modo de pensar. Como corolario a ello, Kusch (2012: 18) explica: “El concepto de cultura comprende ante todo una totalidad. Todo es cultura en el sentido de que el individuo no termina en su piel sino que se prolonga en sus utensilios”. Por tanto, la supremacía de la racionalidad del sujeto autónomo imbuido de voluntarismo cuya idea fuerza es imponerse ante el mundo; y a esto lo ejecuta actuando u operando hacia afuera para manipular el mundo (como entes) para sus fines propios que a su vez son exteriorizantes.

Ser alguien es una categoría epistemológica que define al hombre occidental asentado en la ciudad y define cómo este encara el mundo. Es la concepción de un sujeto activo: un ego con voluntad histórica. La característica fundante del sujeto de esta cultura es que no se integra al mundo como parte suya sino que lo cosifica como exterioridad:

 

Todo lo europeo […] es dinámico, lo cual nos aventura a calificarlo como una cultura del ser, en el sentido de ser alguien, como individuo o persona […] La cultura occidental […] es la del sujeto que afecta al mundo y lo modifica y es la enajenación a través de la acción […] o sea que es una solución que crea hacia afuera, como pura exterioridad, como invasión del mundo o como agresión del mismo y, ante todo, como creación de un nuevo mundo. (Kusch, 1962: 98-100)

 

El hombre occidental, apoyado en su conocimiento de la realidad que interpreta como obstáculo y objetos, se dispone a manipular su entorno creando cosas que pueda controlar; la ansiedad y el miedo que le despierta el mundo lo enfrentan con acciones exteriores que dan forma a objetos creando así otra realidad, como la del mundo virtual de la tecnología cibernética.

La manera como la cultura del sujeto occidental se relaciona con la naturaleza es una buena indicación de su actitud hacia el mundo (y la otredad radical): “El mundo del ser, o sea occidental, aparentemente ha resuelto el problema de la hostilidad del mundo, mediante la teoría y la técnica. Pero si consideramos que esa solución consiste solamente en la creación de una segunda realidad, advertimos la precariedad de esta” (Kusch, 1962: 103). Es decir que el individuo de la ciudad, imbuido del afán de ser alguien, expresa su voluntarismo y el poder que ello conlleva sirviéndose de la teoría y la técnica para salvaguardarse de los poderes de la naturaleza y al mismo tiempo doblegándola para manipular sus recursos. En ello consiste el discurso o retórica occidental a partir del año 1500, concebido para sojuzgar y transformar a pueblos y al mundo natural al servicio de una narrativa redencionista civilizadora, primero religiosa y luego secular.

Ahora bien, si el ser alguien fundamenta la modernidad occidental como matriz de su esencialidad, como corolario podemos deducir que, apoyados en lo expuesto por Aníbal Quijano (1992: 59) en “Colonialidad y modernidad-racionalidad”, su manera de pensar estriba en la noción del “conocimiento como producto de una relación sujeto-objeto”; un paradigma epistémico de conocimiento racional que Kusch designa y articula como “pensamiento causal”.

Pensamiento causal

Aunque sin duda puede parecer interesante e intelectualmente desafiante articular una crítica situada de la modernidad occidental, cabe preguntar por qué Kusch emprende este camino de indagación: ¿cuál es su propósito? Sobre ello ya hemos hecho algunas especulaciones: nuestro autor va tras un pensar auténtico americano que interprete nuestra realidad. Y es precisamente en este transitar que se topa con el hecho de que en América el pensar vive una descolocación y un desajuste. Manifiesta estas preocupaciones en el escrito “El pensamiento popular desde el punto de vista filosófico”, en el cual recalca: “Una historia del pensamiento argentino, por ejemplo, pone en evidencia la parcelación de un corpus filosófico que es ajeno […] Se piensa hacia el corpus pero no se asume lo que debe ser pensado” (231).

El filosofar en la academia argentina es un eco del pensar europeo o norteamericano, como bien demuestran los divulgadores de la filosofía, con la que se interpretan y diagnostican las realidades argentina y americana. Es más, se escamotea cuáles pueden o deben ser las preguntas de un pensar situado, como lo es el europeo, porque no se ha definido la localización de un pensar americano, e incluso se asocia automáticamente el pensar europeo con una filosofía universal, sin más. En palabras de Enrique Dussel (2007: 15): “Localización indica la acción hermenéutica por la que el observador se sitúa (comprometidamente) en algún lugar sociohistórico, como sujeto de enunciación de un discurso, y por ello es el lugar desde donde se hacen las preguntas problemáticas (de las que se tiene autoconciencia o no) que constituyen los supuestos de una episteme epocal […] Enunciamos inevitablemente el discurso desde algún lugar”.

El lugar de enunciación americano está esculpido por la experiencia de la conquista, la colonización, la voluntad independentista del pueblo y, especialmente, de las elites criollas, quienes consolidan su poder y privilegios en la época poscolonial; mientras que hoy nos hallamos en una modernidad globalizada donde la matriz del poder (Europa, Estados Unidos y sus aliados satelitales) evidencian su lado oscuro, es decir, la colonialidad. Por lo tanto, nuestro locus enunciationis no es Londres y su realidad de capital imperial; es la de una periferia que busca articular su voz.

Kusch (2003: 31) expresa esta problemática con suma claridad en su escrito “Aportes a una filosofía nacional”, donde subraya: “Estamos en el mismo proyecto de Hegel cuando quería encontrar un pensar adecuado a la vida, o cuando Heidegger se exilia en la Selva Negra para palpar lo campesino, o cuando Descartes acompaña a las huestes que recorren Alemania y descubre el suelo, y sobre este la estufa o junto a la estufa el estilo de pensar de su época”. Nuestro autor propone que el pensamiento europeo emerge de un lugar y un contexto concretos; es decir de su locus enunciationis. Y que por lo tanto también debe hacer lo mismo el americano en lugar de simplemente hacer eco de aquel. Este es el arduo camino que se dispone emprender, y para abrir ese espacio debe deconstruir el relato occidental y hurgar en los fundamentos de su epistemología.

Cabe entonces preguntarnos aquí por el pensamiento europeo occidental, es decir, por el sujeto que se formula una problemática a la cual desea encarar, contestar y solucionar con una serie de interrogantes situados en el siglo XV. Seguramente una de ellas es qué papel puede tener un sujeto pensante y actuante en relación con el mundo y la naturaleza: ¿cómo puede interactuar con su entorno para poder comprenderlo y sacar provecho de él? Ese sujeto encuentra su apogeo en los comienzos de la modernidad, protagonizada por las potencias ibéricas, y más tarde por los reinos del norte de Europa, que se catapultarán como agentes históricos imperiales desde el siglo XVII hasta mediados del siglo XX.

El pragmatismo del que hace gala este sujeto moderno enciende la posibilidad de un universo humanista donde se pueda desplegar un voluntarismo racional que libere a la filosofía de la esclerosis de la escolástica y abrir un pensamiento tras las causas del mundo real, exterior, con el objetivo de transformarlo según los patrones de su lógica y praxis. Ejemplo de ello son las reflexiones que René Descartes acuña como “filosofía práctica”, mediante la que podremos conocer las leyes que regentan las fuerzas del reino de la naturaleza y así convertirnos en sus señores y amos (Cottingham, 1988). A medida que va entrelazando relaciones con otros pueblos radicalmente alternos, sojuzgándolos, y clasificándolos como inferiores, Europa se autodefine como la humanidad y la civilización universal pionera de la racionalidad científica técnica, epicentro del capitalismo emergente.

A la hora de categorizar e ilustrar cómo las elites urbanas y la clase media ciudadana en América hacen suyo este pensar racionalista occidental desde el proceso independentista, Kusch comienza por clasificarlo de “pensar causal” y lo articula con particular atención en El pensamiento indígena y popular en América. El “pensar causal” es la lógica constituyente del conocimiento como se lo entiende y practica en Occidente: el “conocimiento, según nuestro punto de vista occidental, pareciera tener cuatro etapas. Primero, una realidad que se da afuera. Segundo, un conocimiento de esa realidad. Tercero, un saber que resulta de la administración de los conocimientos o ciencia, y cuarto, una acción que vuelva sobre la realidad para modificarla” (Kusch, 1977: 28).

Estos elementos son constituyentes de la epistemología occidental (y del sentir) que promoverá Europa alrededor del mundo desde el siglo XVI, “y es también el sentir de los Estados Unidos en estos momentos, así como en idearios de cualquier clase media situada en el borde del Atlántico de Sudamérica. Se trata de cuatro elementos que encierran el ideal de que afuera se da todo y nosotros debemos recurrir al mundo exterior para resolver nuestros problemas” (Kusch, 1977: 28).

Al enfrentar los problemas como exterioridad, nuestra energía y empeño intelectual están dirigidos en esta dirección: “Para nosotros la realidad está poblada de objetos. Este término, por su etimología, pareciera vincularse con echar delante, ob-jacio, lo cual implica la colocación en cierto modo voluntaria de una realidad delante del sujeto” (Kusch, 1977: 28). Esto es sinónimo de la premisa cimentada en la lógica del conocimiento occidental moderno de sujeto-objeto.