18919.png

ISBN: 978-607-524-307-8

18902.png
18894.png
18902.png
18909.png
18918.png

 

 

 

 

 

 

 

A la memoria de mis padres: Juana María Martínez Moreno y Antonio Ortega Rodríguez.

 

En reconocimiento de mi compañera
Angélica de la Peña;
de mis hijos: José María y Francisco Javier;
de mi nieta Leonora; mi nieto José María;
mi hermana Rosario; mis hermanos Antonio, Gerardo
Hugo, Ignacio.

 

A toda mi familia.

 

En aprecio de mis compañeras y compañeros de partido con quienes he transitado la vida.

 

Agradezco el apoyo y colaboración para la realización de este trabajo a:

Juventina Bahena

Julio Navarrete

Isidro H. Cisneros

Liliana Veloz

Adriana Plascencia

 

Introducción.

El ser de izquierda hoy

 

Éste es un libro autocrítico, pero que no renuncia, de ninguna manera, al ideal de construir una izquierda laica, democrática, pluralista y de carácter progresista para México. El término izquierda se refiere a un conjunto heterogéneo de actores, concepciones y proyectos políticos muy diferentes entre sí y que, en ocasiones, son portadores de estrategias, símbolos y estructuras organizativas de carácter heterogéneo e, incluso, antagónico.1 Cuando hablamos de izquierda, hacemos referencia a una categoría del juicio y de la acción política,2 a una concepción y a una modalidad de la política.3 La izquierda, por lo tanto, puede ser definida como una forma de acción y pensamiento, como un conjunto de prácticas y teorías que nacen en oposición al statu quo, es decir, a un orden establecido que es considerado injusto y opresivo. Por tal razón, es correcto hablar de izquierdas, en plural, dado que esta praxis política y concepción del mundo tiene muchos rostros e identidades. En este sentido, la definición del concepto izquierda es un terreno en disputa, donde las interpretaciones siempre tienden a excluir o a limitar el universo. La distinción entre izquierda y derecha no es sólo ontológica,4 tiene un origen topográfico y espacial, y se transforma en mutua relación con su antagonista. En consecuencia, es una noción relacional y conflictiva que varía según los contextos espacio-temporales. En ese sentido, también se puede entender que es una noción cultural, en la dirección de Raymond Williams,5 aunque históricamente se ha adherido a los valores de igualdad y libertad, y no siempre en la misma dosis.6 El término izquierda se sitúa en torno a coordenadas que implican un compromiso de aceptación. En ese sentido, algunos autores consideran que “ser de izquierda” es más una noción cultural y una estructura de sentimiento (“yo me siento de izquierda”, se dice comúnmente) que una precisión ideológica o siquiera una praxis política.7

No obstante, como quiera que se la defina, este concepto de izquierda implica dos temas cardinales: de un lado, la imagen de quienes se oponen a todo tipo de injusticias, y del otro, la inclusión en la lucha política de las categorías de igualdad, libertad, democracia, legalidad, progreso. Estos temas permiten la distinción entre izquierda y derecha. Norberto Bobbio buscó anclar la noción de izquierda a un mínimo concreto, argumentando que la sustancia de la izquierda es la igualdad, no la pregonada por los jesuitas o las utopías, sino una igualdad (sustantiva) de derechos, posibilidades y oportunidades entre los ciudadanos. El apabullante triunfo del capitalismo nos recuerda que ser de izquierda significa no perder de vista los derechos y las necesidades de las personas, entender los requerimientos del desarrollo de la ciencia y la técnica, pero no separar y menos soslayar las decisiones y los proyectos de sus previsibles efectos sobre los ciudadanos.8 Por otro lado, es necesario recordar que la izquierda no ha existido siempre y que es, sobre todo, un producto de la época moderna, concretamente de la Revolución Francesa y de sus banderas de igualdad, fraternidad y libertad entre los ciudadanos, quienes con su participación incorporan el sufragio universal a las decisiones políticas. Desde su nacimiento, la izquierda ha sido portadora de la idea de una sociedad abierta, libertaria e igualitaria, que es por necesidad, la tesis de una sociedad superior.

La mayoría de las posiciones políticas invocan a la democracia como procedimiento para la toma de decisiones, sobre todo, porque es en el nombre de la democracia, y de sus valores constitutivos de libertad e igualdad, que muchos pueblos alrededor del mundo han decidido rebelarse contra la opresión, luchando contra los autoritarismos, los fundamentalismos, los mismos que ahora en las dos décadas primeras del siglo xxi se han reestablecido en no pocos países. La democracia resulta imprescindible para la izquierda, porque aunque no es infalible, hasta hoy ha sido el único horizonte de capacidad y legitimidad para evaluar el funcionamiento de las instituciones políticas y el quehacer de los políticos, en razón de los propósitos fundamentales que persigue. En las urnas se castiga o se da un voto de confianza a quien gobierna. Aunque históricamente la izquierda, en cuanto concepción y modalidad de la política, no ha tenido una relación estrecha con la democracia, en este tiempo debe hacerla propia, considerarla intrínseca con su razón de ser. La democracia, por su naturaleza, siempre se encuentra, como el cosmos, en expansión. Si no se amplía y consolida continuamente, es amenazada su esencia misma. Quizá por esta razón, una de las contradicciones más evidentes de nuestro tiempo es que frente a las profundas transformaciones que se observan en la política y la economía, existan fuerzas que se autodefinen progresistas y opten por soluciones conservadoras. Un proyecto alternativo de izquierda debe asentarse en la democracia y debe hacer referencia a su futuro y, de manera particular, al modo como ha evolucionado nuestro sistema representativo, la función de gobierno y el sentido de la acción pública en la vida social.9 La necesidad de incorporar una perspectiva crítica deriva del reconocimiento de que, actualmente, la izquierda se encuentra estancada dentro de anacrónicos conceptos e, incluso, mostrando síntomas de postración. Facciosa, excluyente, dogmática, marcada por un profundo sentimiento de derrota y angustiada por el complejo de haberlo perdido todo frente a sus adversarios históricos.10 Los viejos ideales socialistas y comunistas de la izquierda del siglo xix y xx han cedido el paso al individualismo in extremus, a una derechización de la política, y a un neoliberalismo financiero depredador, tres elementos que hegemonizan la mayoría de las sociedades alrededor del planeta.

Justamente en este contexto de cambio de época que estamos viviendo, y que ofrece la oportunidad histórica de proponer nuevos modos de concebir la acción política, la izquierda realmente existente se encuentra paralizada, se presenta anclada a su autorreferencialidad. Mientras que las generaciones más adultas vieron sus sueños revolucionarios ahogarse en el naufragio de un sistema político dictatorial, como lo fue el del socialismo realmente existente, las generaciones más jóvenes han encontrado al final del camino sólo un gran vacío ético y moral.11 Ese vacío ha pretendido ser llenado por proyectos que, autodefiniéndose de izquierda, en los hechos, promueven y alientan visiones no sólo conservadoras, sino profundamente atrasadas, primitivas, antiguas, en el sentido de anteriores a la Ilustración. Es el caso de esas concepciones místico-religiosas y populistas en personajes como Hugo Chávez, Nicolás Maduro, Andrés Manuel López Obrador, Donald Trump, Marine Le Pen, Daniel Ortega, entre otros.

Por eso, para entender la dimensión de la izquierda que interesa proponer, y que México necesita con urgencia, es necesario proceder a realizar una evaluación ética de la política, así como de la forma en que la izquierda tradicional se ha conducido, de los actores que la han representado y de los proyectos políticos que ha encarnado.12 Sobre la base de este ejercicio crítico crece la posibilidad de hacer avanzar a una nueva izquierda como proyección genuinamente representativa de la sociedad civil. Se trata, en suma, de “restituir el cetro al príncipe”, es decir, de recuperar el nexo que debiera existir y permanecer entre los ciudadanos y sus expresiones organizativas.

En este marco, ¿tiene sentido hablar de una izquierda democrática en México? ¿Se puede reivindicar a ésta como una bandera política que ofrece libertad, democracia e igualdad para el conjunto de la sociedad? ¿La izquierda en México es —como afirman algunos— solamente un estado de ánimo? ¿Representa una misteriosa mezcla de antiguas y anacrónicas ideologías o simplemente proyecta una suerte de afinidad electiva o dependencia al caudillismo? ¿De dónde proviene la inspiración política, las ideas de la izquierda mexicana? ¿Se identifica más con los programas de la democracia liberal estadounidense, con el socialismo estalinista, con la Revolución Cubana o con los postulados de la socialdemocracia europea, con el anarquismo de Regeneración, el socialismo de Cárdenas? Estas dudas están presentes debido a que se ha configurado a lo largo de décadas una crisis de identidad reflejada en un contexto en el que todos los partidos, sin importar sus trayectorias históricas o ideológicas, sus formas organizativas, sus programas y propuestas, se dicen democráticos, aunque en los hechos, algunos particularmente, se esfuercen por limitarla.

Para responder a estas interrogantes, hay que insistir en la necesidad de un comportamiento crítico en el sentido kantiano, porque frecuentemente se cae más en la autoflagelación que resulta más de remordimientos y frustraciones que de convicciones, pero que se encuentran determinadas por necias nostalgias que marcan decisivamente a una cultura política que no logra caminar con los tiempos que corren. Haciendo un símil, se puede afirmar que la izquierda en este momento es como un moderno rascacielos pero que no tiene accesos, tampoco agua ni electricidad. Su ejército de electores se encuentra desconcertado y afectado por una profunda crisis de identidad. Muchos ciudadanos que se identifican como de izquierda, en el pasado proceso electoral de 2018, votaron por López Obrador, convencidos de que éste representa a la izquierda, a pesar de que durante su campaña electoral y durante los primeros días de su gobierno ha decidido someter a consulta derechos humanos; de que asume comportamientos claramente antidemocráticos tales como el de afirmar que “el movimiento soy yo”; que reconoce como parte de su programa de gobierno la reducción de los impuestos a la oligarquía económica; que desprecia a la sociedad civil; que afecta derechos de las mujeres, que se guía, para sus decisiones, en preceptos y dogmas básicamente religiosos, y que busca restaurar un viejo orden político, el del priismo, sostenido durante muchas décadas en el poder concentrado en un solo individuo. Pero también debe explicarse suficientemente, porque otros ciudadanos, hombres y mujeres, que también se identifican de izquierda, llevaron a cabo una alianza electoral con partidos que tradicionalmente han adoptado posiciones conservadoras en asuntos como la política impositiva, los derechos de las personas a la autodeterminación, la despenalización del aborto y otros. ¿Estas alianzas son justificables por el pragmatismo? ¿En qué circunstancias políticas pueden ser admitidas?

A la izquierda ideologizada, fantasiosa y autoritaria de los últimos decenios del siglo pasado, le siguió una izquierda populista, anodina y burocrática alejada cada vez más de los fines que la inspiraron en sus inicios. De aquí la urgencia de lo que Boaventura de Sousa Santos denomina una izquierda reflexiva.13 Una izquierda que observa anonadada las radicales transformaciones que caracterizan el orden mundial contemporáneo y las inciertas vías por las que transita nuestro peculiar modelo de cambio político. Las izquierdas mexicanas heredaron de la vieja izquierda comunista su pasión por un mundo dividido, en compartimentos políticos, sociales, culturales, y en bloques mentales, caracterizados por el dogmatismo, estableciendo una concepción política fundada en la contraposición permanente entre grupos y fuerzas irreconciliables.14 Las certidumbres abandonadas no fueron sustituidas por la duda cartesiana sino por el rencor, el resentimiento, el odio y las recriminaciones políticas.

Para entender qué distingue lo nuevo de lo viejo, es necesario recordar que la izquierda nace cuando en las reuniones de la Asamblea Nacional Francesa, epicentro de la Revolución de 1789, del lado derecho tomaban asiento quienes se manifestaban por el orden monárquico y el statu quo establecido, mientras que en el opuesto lado izquierdo se posicionaban aquellos quienes planteaban una transformación profundamente radical del orden político.15 Esta idea de izquierda llega hasta nuestros días con muchos problemas y dificultades, por lo que hablar en este momento de innovación y de conservación no es lo único que permite caracterizar los ámbitos de la izquierda y la derecha, por cuanto encontramos ejemplos de posiciones conservadoras dentro del universo autorreferenciado de la izquierda, y de posiciones afines al cambio por parte de la derecha.16 Por ejemplo, frente a la globalización, la reconversión tecnológica, la flexibilización del trabajo, la caída de las fronteras nacionales, la ruptura de las fronteras políticas y culturales que son características de los últimos tiempos, encontramos que se ha modificado todo el panorama conceptual, y, por lo tanto, aquello que en un momento parecía innovador o revolucionario, actualmente aparece como conservador y como defensor del orden social y político establecido, mientras que aquellas posiciones rígidas, conservadoras e inamovibles se presentan como proclives al cambio.

En algunos discursos de ciertas izquierdas latinoamericanas, por ejemplo, se olvida el espíritu transformador y el carácter revolucionario del cual originalmente eran portadoras, para asumir posiciones conservadoras dado que plantean la defensa a ultranza del viejo mundo.17 Por ejemplo: ¿Son todavía los sindicatos —si es que alguna vez lo fueron— instrumento para el cambio y mejora de las y los trabajadores? ¿Son un grupo de interés más? O cuando la izquierda se opone al mercado, pero es incapaz de proponer soluciones alternativas en aras de defender viejos valores e ideales.18 En muchos casos ha perdido su orientación de vanguardia, dado que, a lo largo de la historia, la izquierda ha sido, por lo menos en teoría, portadora del ideal político de una sociedad diferente.

También debemos ser críticos cuando se observa que una característica persistente de algunas izquierdas es su fuerte deseo a proclamar la bondad y pureza —ambos conceptos entendidos en su sentido dogmático-religioso—, y esto explicaría, en parte, las continuas exclusiones, purgas y separaciones en su interior. Así, encontramos siempre una izquierda que se autoproclama verdaderamente popular y por ello genuinamente pura frente a otras posiciones progresistas que son descalificadas como si se tratara de herejes en el potro de la santa inquisición. Esta modalidad de izquierda, la siempre purificada y purificadora, pretende ser la única representativa de la lucha social, aunque pocas ocasiones ha podido lograr tal propósito y nunca coincida con los ideales de la democracia; es, en sentido diferente, una izquierda incapaz, pero además intolerante, antidemocrática.

Junto a esta versión de la izquierda tradicional, paradójicamente, encontramos posiciones que, consideradas conservadoras, promueven importantes innovaciones de la vida social, política y económica. Entonces la idea de izquierda/derecha, innovación/conservación, se difumina. Este declive de la izquierda no es nuevo, inició hace ya varias décadas.19

Aún más, para aquellos que consideran que la democracia es solamente un método para tomar decisiones basado en el voto de la mayoría, es necesario recordarles que los sínodos cardenalicios —que democráticos no son— toman decisiones cuando se elige a un papa a través del voto mayoritario.20

Para intentar ofrecer respuestas tentativas a la pregunta cardinal de ¿qué significa ser de izquierda hoy?, necesitamos identificar algunas de las causas que se encuentran en el origen del declive y consecuente crisis del denominado “socialismo realmente existente”, fundamento histórico e inspiración ideológico-conceptual de la vieja izquierda actual. Algunas de éstas podrían ser:

 

La naturaleza antidemocrática del régimen político que fundó

Es hora de reconocer que la encarnación material del socialismo realmente existente sólo produjo sistemas políticos autoritarios y en algunos casos totalitarios, muy alejados de los conceptos básicos del marxismo filosófico orientados a la búsqueda del ideal de la comunidad de personas igualmente libres.21 Como veremos más adelante, esta formulación postulaba la supresión de las clases sociales y en realidad aparecieron nuevas clases como la burocracia que se superponía a las demás, primordialmente los obreros y campesinos; también planteaba la desaparición del Estado y lo que resultó fue la creación de una de las máquinas burocráticas más desarrolladas e invasivas que haya conocido la historia. El socialismo prometió el reino de las libertades humanas y lo que ofreció, materialmente, fueron los campos de reeducación política y de concentración de disidentes. Fue entre los años 1927-1953 cuando la Unión Soviética adquirió sus más pronunciados rasgos totalitarios con el ascenso de Iósif Stalin al poder y la implantación de la Dictadura del Proletariado.22 Éste fue un periodo de represiones masivas, iniciadas contra los campesinos que se oponían a la expropiación de sus tierras denominados kulaks, los opositores políticos, las minorías nacionales, y que fue extendiéndose gradualmente a la totalidad del cuerpo social por medio de los denominados “enemigos del pueblo”, “traidores a la Patria” “saboteadores”, “espías del imperialismo” o incluso, “cosmopolitas sin raíces”, con el resultado de millones de víctimas.23

 

Incapacidad autocorrectiva del sistema

En estos sistemas sociales, económicos y políticos, la constante, además de la ausencia de una oposición real, era la enorme incapacidad autocorrectiva del sistema. El sistema reproducía la desigualdad política y económica. Además, nunca fue democrático, por el contrario, el adoctrinamiento, el monstruoso culto a la personalidad y el dogmatismo se fortalecieron. Se produjo la consolidación de un sistema de partido único de carácter hegemónico en donde no existía espacio para ninguna expresión de disenso. Por tanto, la definición de la democracia que debe adoptar una izquierda moderna es aquella que la concibe como un sistema que permite un equilibrio adecuado entre el consenso y el disenso, dado que sociedades caracterizadas por el consenso total —como lo fueron las del socialismo realmente existente— son irremediablemente sociedades no democráticas.

 

Violación sistemática de los derechos humanos y supresión de las libertades civiles y políticas

Una de las características del orden democrático y que es una herencia del pensamiento liberal es el reconocimiento de los derechos fundamentales de la persona.24 En cuanto tal, el individuo es un sujeto de la política, con sus derechos, aspiraciones y obligaciones, por lo que la democracia es esencialmente una concepción individual, de la persona y de sus derechos. De esta suerte, en las versiones conocidas del socialismo realmente existente no sólo no existían estos derechos y libertades, sino que, por el contrario, se violaban sistemáticamente. El politólogo Robert Dahl ha definido una escala de elementos que identifican a los derechos políticos, que van desde la libertad de prensa a la libertad de organización, pasando por la alternancia de un sistema de un gobierno.25 Todo esto no existió en el paradigma político que representó la Unión Soviética. La colectivización de las tierras y la industrialización forzosa obligaron a deportar a 400 mil familias a Siberia y se contabilizaron entre 4 y 5 millones de muertos.

 

La disputa entre la economía planificada y la economía de mercado

La ineficiencia económica de la centralización planificada fue evidente desde sus primeros años y fue un elemento que incluso el mismo Vladimir Ilich Lenin identificó como un problema cuando propuso la estrategia de la Nueva Política Económica.26 La colectivización forzosa, que rechazaba por principio el mercado y la propiedad privada, es un tema que hay que tomar mucho en consideración.

Ésta es una problemática con la cual la izquierda de nuestros días no ha hecho aún las cuentas. No ha generado una autocrítica que en este momento es urgente. La izquierda tradicional siempre ha tenido una relación muy problemática con el mercado. Hay una corriente de la izquierda que lo rechaza, que encuentra en él un mal, una aberración y, por tanto, plantean la supresión del mercado. Pero en la realidad de nuestro tiempo no existe una alternativa al mercado, y hemos visto que todos los regímenes democráticos sin excepción se caracterizan por una presencia activa del mercado.27 El problema no se resuelve eliminándolo, sino haciendo que la democracia establezca un Estado Social Democrático de Derecho, que fije límites muy precisos a su actuar bajo consideraciones de solidaridad, equidad, responsabilidad, justicia, igualdad y cooperación social.

 

El carácter totalizante y autorreferencial del populismo

Si en el socialismo realmente existente la ideología lo era todo, en el populismo el todo es el caudillo. La ideología pretendía tener una explicación para todos los fenómenos sociales, para la vida toda; la ideología era la política, y al mismo tiempo la cultura, y formaba parte indisoluble de la vida cotidiana. En el populismo todo lo puede explicar el caudillo que sienta su pensamiento en la moral religiosa. En el socialismo realmente existente, el Estado fue una formidable maquinaria burocrática-militar que aplastaba todo esfuerzo particular, individual; en el populismo el Estado es el caudillo omnipresente. En la teoría del socialismo realmente existente, el sujeto revolucionario era la clase obrera; en el populismo el único sujeto en la política, la economía, la cultura es el caudillo. En México hay un sector de la izquierda que se olvidó de la teoría del socialismo y ha adoptado, como nueva guía, al evangelio que proclama un mesías.

 

En el declive de la izquierda tradicional también aparece la rigidez de las jerarquías en la esfera social y política

El socialismo era una sociedad que aspiraba a eliminar al Estado, pero creó un Estado que asfixiaba al conjunto de la sociedad. Una presión sofocante del Estado sobre la vida social que además pretendía representar un proyecto global del individuo y de la sociedad, dirigido por una minoría que se autodefinía como vanguardia revolucionaria y siempre con un líder incuestionable a la cabeza. Dentro del pensamiento socialista existen muchas interpretaciones, pero ésta de inspiración leninista es una interpretación que hegemoniza las primeras décadas del siglo xx dado que busca, de alguna manera, cambiar la perspectiva de la lucha por el poder.28

Las revoluciones de 1848 hacen suponer a Karl Marx que es posible crear formas de gobierno directo, formas de gobierno local, formas de gobierno en donde los individuos participen libremente y decidan sobre sus necesidades. La famosa aseveración de Marx, que después retoma Lenin, de que el Estado en vías de extinción debía ser tan simple que incluso una cocinera pudiera tener en sus manos las riendas del poder, se expresa en esas revoluciones europeas como un fracaso.29 Es la idea según la cual los individuos reunidos en asamblea pueden nombrar a sus autoridades, a sus jefes de policía, a los representantes que tienen la capacidad de decidir políticamente, y que la misma asamblea los puede remover libremente en cualquier momento. Ésa es una tradición esencialmente inspirada por Juan Jacobo Rousseau, según la cual todos deben participar de todas las decisiones. Es necesario, sostiene, obligar a las personas a ser libres aun en contra de su voluntad.

Ante la imposibilidad de que participen todos en todo, y dado que la clase obrera era el sujeto emergente de la revolución mundial, pero era un sujeto que tenía todavía que adquirir su conciencia de clase, era importante dar la tarea de la transformación revolucionaria a la parte más avanzada de la sociedad, a los individuos que representaban a estas clases sociales y que se organizaban en un partido político. Por eso el modelo de la revolución soviética es el modelo de la revolución sostenida en una pequeña élite decidida y audaz que convencida de sus propósitos es capaz de un “Asalto al Palacio de Invierno”,30 y que es un modelo contrario al que propone Antonio Gramsci que podríamos calificar como social y democrático.31 Éste plantea la necesidad de construir un consenso social extendido construyendo un nuevo bloque histórico en la sociedad, el cual debe reflejarse en un poder político democratizado. La idea leninista representa exactamente lo contrario, pues era necesario tomar el poder político por parte de esa vanguardia consciente y organizada. El asalto al palacio sede de los gobiernos presuponía iniciar una transformación general de la vida y de la sociedad desde el poder, desde las élites políticas. Por ello es que la idea de Gramsci es muy interesante en términos de la formulación de una izquierda democrática, porque reconoce la participación de distintos sectores de la sociedad y reconoce que la confrontación política ideológica no solamente se da en el ámbito del poder, sino también dentro de la sociedad civil, y en esos ámbitos es donde se construye el consenso. La idea del nuevo bloque histórico o, mejor dicho, de la recomposición de la hegemonía, tenía por fundamento tomar el poder social antes que el poder político. Una vez conquistada la hegemonía en la sociedad, el poder político vendría por añadidura. Lenin y Gramsci representan dos caras de una misma moneda: una orientada hacia la democracia y otra de carácter no democrático. Son los rostros de la vieja y la nueva izquierda.

 

El fracaso de la izquierda tradicional es también el declive de un intento por realizar un sistema económico alternativo al capitalismo, fundado en un sistema político autoritario32

La democracia es un sistema político, es un conjunto de instituciones y de reglas del juego para tomar decisiones de carácter vinculante que involucran al conjunto de la sociedad, pero es al mismo tiempo un sistema de valores, de principios y acciones que tienen que ver con la libertad, la igualdad, la justicia, la tolerancia, la fraternidad, y la predisposición a la solución pacífica, pactada, concertada de las controversias.33 Y pese a todas las deficiencias y críticas que se puedan formular al modelo democrático, debemos constatar que es el único que ha mostrado capacidad para abrir caminos e instancias a través de las cuales los grupos, los individuos y las asociaciones que existen en las sociedades complejas pueden, de alguna manera, participar en la toma de decisiones.34 Por su parte, el socialismo realmente existente representó una idea que actualmente resulta inviable. Ese sistema encarna el símbolo clave de la realización política de un tipo específico de izquierda. El paradigma central de su proyecto social y político se caracteriza por sus fuertes convicciones ideológicas, casi religiosas, y además por la idea del pueblo, de la masa —que no del ciudadano— como sujeto esencialmente revolucionario.35 Se colocaba en el centro del espectro a un grupo social, el grupo que desde la perspectiva marxista-leninista era el portador de las grandes transformaciones radicales y frente al cual otros grupos sociales, como los campesinos o las clases medias, se encontraban subordinados y podrían, eventualmente, ser aliados.

Por si fuera poco, el fantasma que desde hace tiempo ha obsesionado y paralizado a la izquierda tradicional se llama Unidad. Esta obsesión es tan intensa que representa, a la vez, su mito constitutivo. Ha llegado el momento de liberarse de esta obsesión poniendo en discusión este mito originario. Históricamente, el discurso unitario ha aparecido puntualmente después de cada escisión que ha sufrido esta expresión política e ideológica. La unidad elevada a prejuicio ha sido fuente de parálisis, de prácticas inadecuadas y de pragmatismos extremos basados sólo en el cálculo electoral. El lema de que “la izquierda unida jamás será vencida” ha demostrado reiteradamente su fracaso. La unidad ha sido sólo instrumental y a ella se han subordinado sus proyectos y programas. El mito de la unidad por encima de todo ha impedido el desarrollo de la diversidad y de la pluralidad en su interior. Una izquierda democrática es muy importante, sobre todo en nuestros días, porque es la expresión organizativa y la representación político-electoral de millones de ciudadanos. Sin embargo, también es urgente su renovación democrática, por lo que es necesario reflexionar sobre los componentes que han dado vida a la cultura política de la izquierda en nuestro país. Esta cultura, en los últimos 40 años se ha caracterizado por la convergencia de identidades y experiencias que han sido, al mismo tiempo, complementarias y antagónicas.

Los cambios de identidad tienen que ver con el nuevo proyecto político de la izquierda, con la democracia, con la tolerancia, con un proyecto económico y social alternativo, y sobre todo con los desafíos hasta el siglo xxi. Son temas que debemos discutir al amparo de las siguientes preguntas:

¿Qué es hoy la izquierda? ¿Está representada por la figura adusta del presidente ruso Vladimir Putin? ¿O por Daniel Ortega? ¿Qué representa hoy la izquierda? ¿El rostro pétreo del presidente de Francia, Emmanuel Macron? o la cara juvenil del primer ministro de Canadá, Justin Trudeau? ¿Y en América Latina, quien representa la izquierda? ¿El régimen cubano, Nicolás Maduro, Evo Morales? En México ¿quién la representa? ¿Andrés Manuel López Obrador, Manuel Bartlett, Ricardo Monreal o, en su antípoda, Roger Bartra? ¿Qué ha pasado con otras fuerzas políticas que han tratado de construir una opción de izquierda para México?

Contribuir a definir qué cosa representa hoy a la izquierda es relevante para un sector importante del electorado. México requiere de una izquierda que no se encierre en la autorreferencialidad de tipo partidocrático, sino que se abra al conjunto de la sociedad. Paradójicamente, con los resultados en las elecciones del día 1 de julio de 2018, con la abrumadora victoria del populismo lopezobradorista, es decir, con ese proceso de restauración del viejo régimen presidencialista que se ofertó como de izquierda, es que se abre una oportunidad para confrontar políticamente al nuevo gobierno y así continuar con el permanente esfuerzo para modernizar a la izquierda, sus partidos, organizaciones; esfuerzo que se exprese desde sus pensamientos, concepciones, acciones para luchar y trabajar contra cualquier forma de clientelismo, corporativismo, asistencialismo, y de esa manera contribuir a perfilar una sociedad de mayor igualdad y libertad.

Antes era más sencillo colocar de un lado a la izquierda y del otro, a la derecha; sabíamos con cierta precisión a qué se hacía referencia para definir un pensamiento de derecha y otro de izquierda. Putin diría, por supuesto, que él representa una fuerza de izquierda; en el otro extremo Barak Obama afirmaría que la izquierda la representan sus programas liberal-democráticos; Macron dirá que está haciendo una reforma fundamental del Estado social, y también podría decir que la verdadera izquierda la encarna él. Muchos líderes latinoamericanos podrían decir que son ellos quienes la representan con sus modelos autoritarios o de democracia plebiscitaria.36

Pero ¿de verdad no existe nada que se pueda hacer en el caso de la izquierda tradicional? En la cabecera del lecho en donde yace el enfermo, los médicos equivocan diagnósticos, terapias y medicamentos. Olvidan declarar que el verdadero virus que afecta al paciente se esconde en un mecanismo profundo de su psicología política que hace poco veraz su relación con el mundo, con la historia y con la vida cotidiana de la gente. En un escenario dominado por la política-espectáculo, la simulación, el abandono de los principios y el pragmatismo extremo de algunos de los políticos, los partidos requieren urgentemente establecer entre sí puntos de distinción estratégica frente al creciente desencanto ciudadano. La falsa dualidad que enfrenta a la izquierda en sí misma, entre el palacio y la plaza, entre el gobierno y los ciudadanos, proyecta un vicio mental que condiciona, idéntico y obsesivo, tanto el tiempo de las certidumbres como el de las herejías. Sin embargo, la suya es una enfermedad de la cual se puede sanar a condición de realizar una profunda autocrítica de sus prácticas y estrategias, y del pensamiento que las determina. Se ilusiona quien piense que sólo basta con proclamar una refundación organizativa, o una regresión a los programas que le dieron origen. Es necesario hacer un apelo a los valores y formular una evaluación ética de la política.37 En realidad, la izquierda mexicana debe emprender el camino de trascenderse a sí misma, en todas sus tradiciones y en todas sus vertientes, tal y como dice Eduardo Galeano: “Somos lo que hacemos para cambiar lo que somos”, y por lo tanto debe ir más allá de las categorías que han marcado toda su historia, la de su origen hasta aquella contemporánea. El siglo xxi no la está esperando, existen una infinidad de temáticas que inciden en la vida pública de nuestro país y que exigen respuestas concretas, frente a las cuales las izquierdas se encuentran pasmadas y, en el mejor de los casos, en grave retraso en la elaboración de estrategias y políticas públicas alternativas. ¿Cuál es la fórmula de López Obrador para combatir la pobreza y la desigualdad?, ¿cuál es la del prd? ¡En realidad ambas continúan insistiendo en el asistencialismo que se viste de colores diferentes!

Por ello, o la izquierda resulta capaz de reinventar su pensamiento y acción políticas, superando los costumbrismos que le han atrapado, o se encontrará muy pronto formando parte del viejo mundo. Esto, paradójicamente, en un momento en donde el futuro de México proyecta nuevos desafíos a las libertades y al progreso social.

Estamos viviendo hoy un cambio de época y eso es muy importante tenerlo presente. Se está cerrando un círculo histórico que inició con la Revolución Francesa de 1789 —una revolución que significó una transformación política en todos los órdenes y, sobre todo, el reconocimiento de un nuevo sujeto que es el individuo con sus derechos ciudadanos—38 y que terminó en 1989, con la caída del Muro de Berlín representativo de esa visión del mundo en donde todo o era blanco o negro; o bueno o malo, o fieles o infieles, o leales o traidores. Este ciclo histórico que se cierra plantea una serie de interrogantes: ¿cómo es posible que generaciones de hombres de gran valor ético, de gran estatura intelectual, de convicciones políticas muy grandes, hayan aceptado sufrir persecuciones, campos de concentración, exilio, tortura; que hayan ofrendado su vida por el ideal de la emancipación humana, y de repente, todo se viene abajo, todo se desvanece?39 Se habla de crisis de la izquierda tradicional. En realidad, es un evento histórico que marca todo. Por ello, la pregunta que guiará nuestra reflexión es: ¿Con cuáles valores, instrumentos, instituciones, ideas, proyectos y concepciones, una nueva izquierda –y con ella la democracia– va a enfrentar los problemas de diferenciación social, de injusticia, violencia y ausencia de libertad que el socialismo realmente existente no pudo resolver y que el capitalismo, tal y como lo conocemos, perpetúa? Este modelo político de izquierda ha muerto, pero los problemas económicos y sociales por los cuales nació siguen vigentes más que nunca.40 Inicia un nuevo ciclo y nuestra obligación es imaginarnos una posible izquierda progresista, innovadora, transformadora, moderna para el siglo xxi, que pueda reconstruir este proyecto que hoy se encuentra en grave parálisis.

La política no es todo y no puede ser todo. Hay una concepción de la izquierda que sostiene que la política es la esencia y el corazón de cualquier acción humana. De alguna manera se recupera esa vieja idea de Aristóteles, de que el hombre es un zoon politikon, es decir, un animal político que aspira a vivir en colectividad y que ha construido la ciudadanía societaria.41 Frente a ella está la posición de que la izquierda democrática va más allá de la política, por lo tanto, se proyecta la idea de que izquierda no se debe concretar solamente al ámbito de la política, sino que debe aspirar siempre, en la lógica de expandir la democracia, a alcanzar espacios extrapolíticos, sobre todo de tipo social y cultural.42 ¿Qué críticas entonces le podemos hacer a la izquierda, a esa vieja izquierda que está feneciendo?

Para hacer política de izquierda democrática resulta urgente y es necesidad vital hacer una revisión del cuerpo de la izquierda que vaya desde la superficie hasta las profundidades de lo que actualmente representa ser de izquierda.43 Hoy que el socialismo como modelo general está en crisis y no existe más, la izquierda, si quiere desempeñar un papel en la democracia, tiene que formular una autocrítica de los postulados culturales, políticos, filosóficos a partir de los cuales ejerció su acción durante decenios.

Las ideas que caracterizan a la izquierda tradicional permiten hacer conciencia de que mientras el mundo gira a gran velocidad despojándose de sus viejas vestimentas, la izquierda más dogmática se presenta aferrada, con todas sus fuerzas, a sus viejos ropajes políticos esperando no ser arrastrada por la dinámica de la rotación. El resultado es que hoy en México, cuando se pronuncia la palabra izquierda, no se sabe bien a qué cosa se está haciendo referencia. En años recientes se llegó incluso a considerar que después de la caída del Muro de Berlín la distinción entre derecha e izquierda carecía de sentido y fundamento.44 Quizá sin desearlo, la dinámica de nuestra transición política llevó a que en nuestro país desaparecieran las diferencias de fondo entre gobiernos conservadores y gobiernos progresistas.

Es claro que, en el lenguaje político, democracia es una de las palabras de las que más se ha abusado.45 Se ha utilizado para justificar la revolución, la contrarrevolución, el terror e incluso el autoritarismo. Se ha aplicado a instituciones representativas, economías de libre empresa, economías dirigidas por el Estado, al gobierno del partido leninista y a las dictaduras plebiscitarias, populistas. Democracia solía ser una palabra crítica, revolucionaria, para el uso de la razón. Unos la han robado y han intentado convertirla en patrimonio privado, de grupo; otros la han olvidado y la tienen en el rincón de los desechos, sólo para utilizarla durante las campañas electorales. Quizá ha llegado la hora de recuperarla, de devolverle su poder crítico y radical.46 La discusión sobre una democracia radical, exigente y deliberativa gira en torno de tres conceptos: el papel que desempeña la soberanía popular; el proyecto político que representan la igualdad y la libertad, y, por último, su relación con la legalidad. La distinción entre conservación y progreso, como bien enseña Norberto Bobbio, siempre acompañará la vida de las civilizaciones humanas formando parte del ciclo biológico de las ideas y, en este caso, de la izquierda.47 A la reconstrucción del itinerario político y teórico que debe recorrer una nueva izquierda, y los demócratas que la acompañan, es que dedico las reflexiones que integran esta obra.

 

 

Primera parte

Perspectiva histórica