LA HOMOSEXUALIDAD:
COMPASIÓN Y CLARIDAD EN EL DEBATE
Editorial CLIE
C/ Ferrocarril, 8
08232 VILADECAVALLS (Barcelona) ESPAÑA
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Internet: http://www.clie.es
LA HOMOSEXUALIDAD: COMPASIÓN Y CLARIDAD EN EL DEBATE
Thomas E. Schmidt
Publicado originalmente en inglés bajo el título STRAIGHT & NARROW?:
compassion and clarity in the homosexuality
Copyright © 1995 by Thomas E. Schmidt
InterVasity Press, Downer Grove, Illinois
Copyright © 2008 por CLIE para la edición en español.
Todos los derechos reservados
Director de la colección: Dr. Matt Williams
Traducción: Marga Llavador Martínez-Soria
Equipo editorial (revisión y corrección):
Anabel Fernández Ortiz
Diseño de cubiertas: Ismael López Medel
ISBN: 978-84-8267-543-5
eISBN: 978-84-8267-585-5
Clasifíquese:
0800 HOMOSEXUALIDAD
Referencia: 224673
Índice
Reconocimientos
Presentación de la Colección Teológica Contemporánea
Capítulo 1: Acerca de mí. Acerca de ti
Capítulo 2: ¿A qué viene tanto alboroto?
Capítulo 3: La sexualidad desde el principio
Capítulo 4: Romanos 1:26-27: El texto principal en contexto
Capítulo 5: De Sodoma a Sodoma
Capítulo 6: El precio del amor
Capítulo 7: El gran debate: naturaleza o entorno
Capítulo 8: Homosexualidad: compasión y claridad en el debate
Posdata: Carta a un amigo
Bibliografía de la edición original en inglés
Reconocimientos
En la portada de este libro deberían aparecer los nombres de muchas personas, como lo hacen en los créditos de una película al final. Como “productores” tenemos a David y Judy Neuneubel, sin quienes el libro hubiera tardado años en salir, en caso de hacerlo. El apoyo de David adoptó formas diversas; entre ellas, ambiciosos esfuerzos para recaudar fondos que suplieran la excedencia académica. Como “productores asociados” de los Neuneubel, hubo un grupo de unas 20 personas que pusieron todos los medios a su alcance para ver terminado el proyecto. Como “director”, el editor de InterVarsity Press Rodney Clapp, fue puntual y de ayuda en cada momento del proceso de publicación.
Los “actores secundarios” estuvieron soberbios, cada uno en su papel. El decano Bud Blankenbaker resultó de gran ayuda para conseguir mi excedencia. Walter Hansen tuvo la generosidad de dar clases en mi ausencia con pocas revisiones por parte de los estudiantes. A Connie Tappy hay que agradecerle que fuera la correctora de frases tan espantosas como ésta en los tres primeros capítulos antes de que naciera el bebé. Los ratones de biblioteca Kimi Moran, Steve Baker y Rosalee Velloso me ahorraron innumerables horas gracias al tedioso trabajo de buscar y hacer fotocopias. Ned Divelbiss fue raudo en conseguir material de préstamo entre bibliotecas. La iglesia presbiteriana El Montecito tuvo la gentileza de dejarme una oficina vacía para resguardarme de las distracciones de casa y de la Universidad. Lois Gundry me hizo cientos de favores para simplificar mi existencia transitoria vis-à-vis de la facultad. Jonathan Wilson hizo útiles comentarios sobre temas teológicos, al igual que varios médicos (cuyos nombres he decidido obviar) sobre temas de Medicina.
Todas estas personas y muchas otras me ofrecieron su ánimo y sus oraciones durante el intensivo periodo de escritura. Durante todo ese tiempo gocé de capacidad de concentración y pude trabajar durante muchas horas seguidas. Siento haber sido tan monotemático durante todo ese tiempo, aunque más deben de haberlo sentido las personas más allegadas que, sin duda, estaban ansiosas por encontrar algún otro tema del que hablar.
Dedico este libro a la memoria de Kenneth R. Hansen, quien murió justo después de que saliera a la imprenta. Ken respaldó este proyecto, como lo había hecho con otros cientos, con energía, generosidad y oración. Fue uno de los grandes guerreros.
Posdata: Carta a un amigo
Aunque jamás haya conocido a alguien llamado Nick, la carta siguiente no acaba de ser del todo ficción. “Nick” es una combinación de varias personas que he conocido, que son cristianas con deseos homosexuales. Por cierto, Mabel era bastante real.
Querido Nick,
No creo en el “problema del dolor” tal y como la gente lo trata en las clases de religión. A ese nivel, no hay problema, es jugar debartirlo. El problema del dolor se da en ese dolor que sufre una sola persona en un momento dado. El dolor es un problema mucho más serio cuando lo reducimos a su ajustado tamaño personal. Dios no envió un terremoto a Guatemala; más bien, Pedro, que vive allí, perdió a su mujer en un terremoto y busca la voluntad de Dios en dicha situación.
Para mí, entonces, unas inundaciones o un terremoto son simplemente fenómenos de interés al margen de su impacto sobre las personas, de una en una, que se han visto perjudicadas o que sufren por otros que lo han sido. Naturalmente, la vasta mayoría de fenómenos causantes de dolor son resultado de que unas cuantas personas con intereses egoístas crean un mundo que perjudica a otros. Me viene a la mente la guerra, la esclavitud y la pornografía. La última en toda su amplitud, incluyendo a cualquier representación de gente que sirva para inducir a la lujuria. Nuestra sociedad es muy incoherente cuando, por ejemplo, acusa de negligencia a un fabricante de juguetes por un producto que podría perjudicar a los niños, en caso de romperse o de tragárselo, y sin embargo, el más mugriento y vil mercader, cuyo producto ya está de entrada (espiritualmente) roto, solo debe rendir cuentas si se puede demostrar un perjuicio directo; una virtual imposibilidad legal. Claro está, este es el caso más obvio; huelga mencionar la legión de productores de cine, video y televisión, y sobre todo los publicistas, cuyos productos pueden ser legalmente inocuos, pero degradan a la mujer y manipulan las mentes de los hombres sistemáticamente.
Podría seguir abundando en el tema de la maldad sexual en la sociedad, pero sería algo demasiado parecido a quejarme sobre las inundaciones o los terremotos. La verdad es que no me afecta demasiado el que los publicistas ejerzan su privilegio diabólico de bombardearme con imágenes de mujeres espectaculares, que caerán en mis brazos si bebo esa determinada cerveza o me afeito con esa determinada cuchilla. Lo que realmente me molesta es, que parece que no pueda dejar de pensar en esas mujeres espectaculares. En mi caso, naturalmente, se considera algo “normal.” ¿No son así la mayoría de tíos? Y después de todo, tengo el tema más controlado que la mayoría.
Lo que me duele entonces no es la desaprobación de la gente; en eso nos diferenciamos tú y yo. Por otro lado, tú no estás sujeto a un constante asalto de imágenes idealizadas por los medios y que juegan con tus debilidades; eso quizás iguale un poco el terreno de juego de la tentación.
En cualquier caso, sospecho que nuestro terreno más común es la profunda naturaleza del dolor. El dolor, en pocas palabras, es no poder tener lo que quiero. El matrimonio no me lo proporciona, y no necesito un terapeuta para decirme que todas esas mujeres tampoco me lo proporcionarían, en el caso de que pudiera tenerlas. Tampoco necesito un terapeuta para que me diga lo que en realidad quiero, o cómo he llegado a quererlo, o hasta qué punto es más profundo que la sexualidad. Todo esto ya lo sé. Pero no se te pasa el hambre escuchando una conferencia sobre la fisiología de la digestión.
Soy testigo de primera mano de la gran resistencia a la gran tentación, pero de una manera muy distinta a la que yo experimento cada día. Conocí a una anciana que se estuvo muriendo durante veintiocho años; ciega, deformada por tumores cancerígenos, sin poder levantarse de la cama y sola en una institución estatal. Estuve visitando a Mabel durante tres años, sobrecogido por su espíritu generoso y agradecido, y llegué a saber cómo se sostenía. Oraba y cantaba himnos. Eso era todo; virtualmente y hasta dónde yo sé, sin parar.
Una vez le pregunté en qué estaba pensando durante todo el día. Hace ya más de veinte años, pero lo recuerdo como si fuera ahora; el hedor de la habitación, el gemido de su compañera de habitación al fondo y la larga pausa previa a que salieran de su torcida boca unas palabras lentas y deformadas, pero deliberadas: “Pienso en mi Jesús. Pienso en lo bueno que ha sido conmigo.” Y entonces empezó a cantar: “Jesús es todo mi mundo, mi vida, mi alma, mi todo; Él es mi fuerza día a día; sin Él me caería.” Diez mil días seguidos, Nick. Diez millones de minutos. No cayó.
Bien, si mi única fuente de información sobre Mabel fuera otra persona, me hubiera emocionado, pero no estoy seguro de que fuera a creerme la historia. En gran parte, por esa misma razón casi nunca hablo de ella. Otra razón es que casi siempre me pongo a llorar cuando hablo de ella, o tan solo con pensar en ella. Pero tú sabes que no lloro por Mabel. En lo que se refiere a ella, no tengo ningún “problema con el dolor”, porque sé que ella tuvo la respuesta al dolor durante cada uno de aquellos diez millones de minutos; lo ví con mis propios ojos, durante tres años. No. Lloro por mí. No espero que haya muchas Mabels en mi vida; lo que sí voy a tener son muchos millones de minutos para aplicar lo aprendido. Lloro porque esos minutos pasan tan rápido y desperdicio tantos de ellos…Lloro porque temo pagar el precio con un dolor y una resistencia que me hagan ser más parecido a Mabel.
Te preguntarás a dónde quiero ir a parar. ¿Esperas que pretenda comparar lo que Mabel soportó con lo que yo te pueda pedir que soportes tú, y que esté revelando parte de mi propio dolor para asegurarme de que comunico el nivel de empatía necesario para rematar el argumento?
No, Nick. Resulta que en aquella institución estatal, cada semana, antes de visitar a Mabel, visitaba a otra persona; a Frank. Se estaba muriendo debido a un enfisema y estaba irritable, a veces lleno de amargura, a veces se compadecía de sí mismo; solía ser un difícil compañero de conversación y se parecía más a mí que a Mabel. Era simplemente un amigo a quien iba a visitar. Durante nuestro primer encuentro, pensaba en que desconocía lo que debe representar que la familia te abandone en una institución a los ochenta años, mientras la tos te consume los pulmones. No tenía respuestas a una situación así. Había respuestas lo suficiente verdaderas, pero no era apropiado que yo las diera; aunque Frank me lo hubiera pedido. Solíamos hablar de otras cosas.
Entonces, ¿por qué te estoy escribiendo de esta manera, ante todo el mundo, al final de un libro como éste? No sé si te lo has leído todo hasta aquí o simplemente has mirado el índice de contenidos y has saltado directamente a esta carta. Ni siquiera estoy seguro de querer que te leas el libro. Lo escribí, básicamente, para fomentar un pensamiento más profundo y elaborado entre algunas personas de ambas partes del debate moral. Pero una persona como tú, cuyo corazón está implicado, necesita algo más que argumentos. Necesitas saber que la gente se preocupa de ti, no tan solo que evalúan tu conducta dentro de un marco ético coherente.
Para mí, parte del problema es, naturalmente, que una vez el libro pasa a manos de la editorial, pierdo el control sobre el momento y el contexto de su recepción individual. Tragárselo tal cual puede ser como una píldora amarga. Por eso pido a Dios que, por cada persona homosexual dispuesta a oir, ponga a una persona con un corazón dispuesto a atenderla.
Yo puedo ofrecerme a unos pocos, como a ti. Que sepas que puedes contar con mi amor y mis oraciones, hagas lo que hagas con tu sexo y desees lo que desees. Que sepas que puedo empatizar aunque sea solo un poco; quizás más de lo que la gente pueda sospechar, dado lo diferentes que somos en la superficie. El dolor puede ser un gran ecualizador; sobre todo si ponemos un poco de nuestra imaginación y confiamos en destacar lo que tenemos en común sobre aquello que nos divide.
Tenemos un gran ejemplo de ello en una de las epístolas de Pablo. Los cristianos de Corinto cayeron en ciertas herejías y le desairaron, pero más tarde respondieron al emisario que había enviado de la provincia de Ásia y volvieron a él. Bien, pues Pablo, en lugar de sermonearles, en lugar de mostrarse condescendiente, empieza su carta a los corintios asemejando el dolor de éstos (la vergüenza de haberle hecho daño) con el suyo (el desear lo mejor para ellos). Le cito en toda su amplitud porque su contenido es muy relevante:
Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación, el cual nos consuela en toda tribulación nuestra, para que nosotros podamos consolar a los que están en cualquier aflicción con el consuelo con que nosotros mismos somos consolados por Dios. Porque así como los sufrimientos de Cristo son nuestros en abundancia, así también abunda nuestro consuelo por medio de Cristo. Pero si somos atribulados, es para vuestro consuelo y salvación; o si somos consolados, es para vuestro consuelo, que obra al soportar las mismas aflicciones que nosotros también sufrimos. Y nuestra esperanza respecto de vosotros está firmemente establecida, sabiendo que como sois copartícipes de los sufrimientos, así también lo sois de la consolación. Porque no queremos que ignoréis, hermanos, acerca de nuestra aflicción sufrida en Asia, porque fuimos abrumados sobremanera, más allá de nuestras fuerzas, de modo que hasta perdimos la esperanza de salir con vida. De hecho, dentro de nosotros mismos ya teníamos la sentencia de muerte, a fin de que no confiáramos en nosotros mismos, sino en Dios que resucita a los muertos, el cual nos libró de tan gran peligro de muerte y nos librará, y en quien hemos puesto nuestra esperanza de que El aún nos ha de librar, cooperando también vosotros con nosotros con la oración, para que por muchas personas sean dadas gracias a favor nuestro por el don que nos ha sido impartido por medio de las oraciones de muchos.
No deja de sorprenderme que éste hombre, Pablo, con toda su reputación de provisor de teología creativa y de moralidad estricta, tuviera tal capacidad de poner el amor por la gente en acción. Sólo puedo atribuír esto a Dios, que usó el dolor para enseñar a Pablo la humildad, para pulir esos cantos tan duros sin debilitar la esencia de su creencia y moralidad. Lo que más me toca de este pasaje es su expresión de dependencia de los corintios, la afirmación de que están dando respaldo a su trabajo a través de sus oraciones.
Sabes lo que deseo para ti, Nick, y no voy a insistir en ello ahora. Lo que quizás no sepas es, que junto al mensaje de convicción, poder y esperanza, también te ofrezco necesidad. Nick, somos nosotros, no tú, quienes necesitamos el perdón y la ayuda de Dios para transformar nuestra sexualidad. ¿Podemos ayudarnos mutuamente? “Cooperando también vosotros con nosotros con la oración, para que por muchas personas sean dadas gracias a favor nuestro por el don que nos ha sido impartido por medio de las oraciones de muchos.”
Escríbeme, por favor. Este tipo de carta siempre deja en ascuas (¿en Ásia?) a quien la escribe hasta que sabe cómo ha sido acogida.
Con amor,
Tom.
BIBLIOGRAFÍA DE LA EDICIÓN ORIGINAL EN INGLÉS
Para facilitar la consulta, la bibliografía aparece ordenada por temas. La sección 1, “Teología y Ética,” cubre los capítulos del dos al cinco. La sección 2, “Prevalencia y salud,” cubre el capítulo seis. La sección 3, “Causalidad y cambio,” cubre el capítulo siete. “Para leer más” da una lista de fuentes no técnicas con una perspectiva similar a la de este libro.
En la bibliografía, el asterisco (*) indicará que se trata de una fuente particularmente importante, bien por ser representativa de una postura influyente, o bien por contener amplia información sobre el tema.
Sección 1, “Teología y Ética”
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