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GARY TEJA

FORMACIÓN
ESPIRITUAL

Pautas para
el crecimiento cristiano

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Editorial CLIE

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08232 VILADECAVALLS (Barcelona) ESPAÑA

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Internet: http://www.clie.es

FORMACIÓN ESPIRITUAL

Gary Teja

© 2009 Universidad de FLET

FACULTAD LATINOAMERICANA DE ESTUDIOS TEOLÓGICOS

© 2009 Editorial CLIE para la presente edición en español

Todos los derechos reservados

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ISBN: 978-84-8267-551-0

eISBN: 978-84-8267-623-4

Clasifíquese:

585 NUEVOS CREYENTES:

Discipulado

CTC: 02-08-0585-41

CONTENIDO

Capítulo Uno

La formación espiritual

Capítulo Dos

Las bases bíblicas y teológicas de la formación espiritual

Capítulo Tres

Una introducción a las disciplinas espirituales

Capítulo Cuatro

Las disciplinas espirituales (primera parte)

Capítulo Cinco

Las disciplinas espirituales (segunda parte)

Capítulo Seis

La formación espiritual y los estilos de personalidad

Capítulo Siete

La mentoría en la formación espiritual

Capítulo Ocho

Obstáculos en la formación espiritual

Epílogo

Pecadores salvados por gracia

Bibliografía

Apéndice

Modelos de la santificación

Guía de estudio

CAPÍTULO 1:

LA FORMACIÓN ESPIRITUAL

Introducción

Vamos a emprender un viaje juntos, un viaje de fe en el que la meta final es “el crecimiento en Cristo” (2 Pedro 3.18). Vamos a aprender juntos lo que significa ser transformado por Dios a Su imagen, de modo que podamos hacer su voluntad con amor y alegría.

No se trata de una tarea fácil, ni de algo que podamos hacer sin que alguien nos guíe. Por otra parte, es un viaje que pueden emprender sólo aquellos que han sido regenerados por el Espíritu de Dios. No está pensado para los no creyentes. Es por esto que lo primero que asumo al escribir este libro, es que el lector, aprendiz o viajero que lo emprende, ha sido llamado por Dios a ser salvo, ha recibido la presencia de Su Espíritu, y tiene el deseo de aprender acerca de cómo seguir los pasos de Jesús, imitarle y tener pasión por conocer la voluntad de Su Padre.

Caminaremos hombro a hombro a lo largo de este curso, porque al escribirlo también yo estaré aprendiendo. El viaje del cristiano dura toda la vida. Éste no habrá terminado hasta que seamos glorificados en Cristo. Benner dice, “Para los cristianos, el peregrinaje espiritual es la esencia de su estadía en esta tierra. Creemos que nuestra condición humana alcanza su objetivo último en la unión con Dios a través de Cristo. Por tanto, nada hay más importante que descubrir y hacer real a aquel ser único en Cristo que constituye nuestro destino eterno. Esta es la esencia de la espiritualidad del cristiano”.1 Así es que concertémonos para aprender juntos y descubrir lo que Dios quiere enseñarnos acerca de lo que significa ser formados espiritualmente en Él, con miras a nuestro destino terrenal y eterno.

Los pasos previos

Cada viaje requiere pasos previos. Antes de salir de casa preparamos nuestro equipaje y planificamos el viaje. También en la formación espiritual existen pasos previos. Consideraremos estos pasos previos a través de las siguientes diversas metáforas e imágenes.

Un transatlántico planifica navegar desde Nueva York al Caribe, para luego cruzar el Canal de Panamá y subir por la costa oeste de Estados Unidos. El capitán tiene la responsabilidad de guiar este barco en esta travesía interoceánica. Por supuesto, no podrá hacerlo sin contar con los mapas que lo guíen. Ningún capitán en su sano juicio saldría sin el correspondiente conjunto de mapas, entre los cuales se incluyen mapas de las corrientes marinas. Estos cruceros están además conectados vía satélite a un sistema de posición global (GPS), el cual transmite la posición del barco en función de los mapas existentes, de modo que el capitán puede ver en cada momento en qué lugar de alta mar se encuentran. Antiguamente se usaba compás y sextante sobre un mapa, y se utilizaba las estrellas como referencia. Además el capitán debe informarse por medio de los mapas de la existencia de arrecifes u otros obstáculos en los que el barco pudiera encallar.

Al abordar un avión para hacer un viaje, sea que vayamos de un estado a otro, de un país a otro, o que crucemos el océano, sencillamente ponemos nuestro equipaje en los compartimientos dentro del avión, nos sentamos, nos ponemos el cinturón de seguridad y esperamos el momento del despegue. Sin embargo, ya antes de que llegáramos al aeropuerto, la aerolínea había hecho una extensa y detallada revisión de cada cosa. El avión tiene que pasar por una serie de revisiones y verificaciones antes de salir del hangar. Cada sistema debe estar funcionando en óptimas condiciones. Se revisa las ruedas, las alas, el nivel de combustible, y se verifica que funcionen correctamente las presiones de aceite de los sistemas hidráulicos. Se traslada a bordo la comida de los pasajeros y el equipaje debidamente chequeado. El piloto tiene un plan de vuelo informado al que debe ajustarse. Se consulta el informe del tiempo y los mapas correspondientes a la ruta a seguir. El piloto no puede salir del hangar hasta completar todos los preparativos y verificar que todos los sistemas funcionan correctamente. Por supuesto, debe también conocer con exactitud cuál es su lugar de destino.

Un constructor decide edificar una casa nueva para luego ponerla en venta. Para ello requerirá que un arquitecto diseñe los planos. Estos planos le indicarán donde poner las vigas, a qué distancia éstas deben ir, dónde instalar el sistema eléctrico, de agua potable, calefacción y aire acondicionado. Si la casa va a construirse en una zona de huracanes, deberá construirse de manera tal que ofrezca un buen grado de protección a sus futuros moradores. No debe ocurrir que se venga abajo con los primeros vientos huracanados.

Los inspectores deberán revisar todos los sistemas antes de que la casa se considere terminada y pueda ponerse el letrero “se vende”. Al construir una casa lo más importante es poner cimientos firmes sobre la que ésta descanse. Si esto no se hace bien, la casa tambaleará, las paredes se quebrarán, y quizás algunos sectores se hundan. Cada vez que salgo a caminar observo una casa que no se construyó sobre una base sólida. La mitad de la casa está inclinada y un tanto hundida.

Estos pasos previos son aun más cruciales si se trata de un edificio en altura o un rascacielos. Habrá que poner pilotes de acero sobre roca sólida, y se necesitará que las paredes sean edificadas de manera tal que resistan vientos fuertes y vibraciones. En el caso de que el edificio se construya en un área de terremotos, la base deberá ser antisísmica. Sea una casa o un rascacielos, el constructor deberá revisar los planos antes de comenzar el trabajo para no poner en riesgo el buen funcionamiento de la estructura.

Un aspirante a físico comienza un programa de largos años de preparación antes de ocupar su puesto como físico. Inicia sus estudios básicos en aritmética y la tabla numérica, sigue luego con los logaritmos, para después avanzar con cursos de física general, teoría de la relatividad y física cuántica. Sin la correspondiente preparación básica, no podría progresar y convertirse en un físico. Probablemente sería alguien como yo, un ignorante en materias de física.

Un nadador no llega a las olimpiadas permaneciendo sentado frente al televisor. Necesita entrenar diariamente durante horas y perfeccionar sus habilidades en diversas competencias deportivas. Tendrá que fortalecer sus músculos levantando pesas, corriendo y haciendo todo lo necesario para alcanzar la fuerza y la velocidad necesaria. Nadie llega a las olimpiadas sin haber tenido antes un plan de entrenamiento. Pablo escribe, “Todos los deportistas se entrenan con mucha disciplina” (1 Corintios 9.25). El nadador olímpico necesita comenzar bien si quiere terminar bien.

Si un soldado va a la batalla, tiene que revisar su arma, ponerse casco, chaleco antibalas y todo el equipo que se requiere para la supervivencia. En la actualidad, el soldado profesional necesita incluso lentes infrarrojos para actividad nocturna y un avanzado sistema de comunicaciones. Un soldado jamás pensaría en ir a la guerra sin el equipo apropiado. Esto es especialmente cierto tratándose de la vida cristiana. La Biblia incluso nos habla en términos de una batalla espiritual. Pablo escribe a los efesios, “Póngase toda la armadura de Dios para que puedan hacer frente a las artimañas del diablo” (Efesios 6.11). El cristiano no debe salir al mundo sin su armadura, “Porque nuestra lucha no es contra seres humanos, sino contra poderes, contra autoridades, contra potestades que dominan este mundo de tinieblas, contra fuerzas espirituales malignas en las regiones celestiales” (v. 12). El cristiano se equipa colocándose la armadura espiritual que necesita para sobrevivir a las batallas espirituales que le rodean. Él tiene que comenzar bien para salir vivo. La descripción de esta armadura espiritual continúa en los versículos 13-18.

En su libro Conocimiento básico de la fe,2 los autores entregan su opinión de lo que es la formación espiritual haciendo una comparación entre el crecimiento espiritual y el crecimiento físico. Ellos nos recuerdan que existen cinco etapas por las cuales pasamos todos durante nuestro desarrollo: nacer, alimentarse, aprender a caminar, crecer, y alcanzar la madurez. Ellos comparan la vida natural con la vida espiritual, en donde el creyente necesita nacer de nuevo, alimentarse de la Palabra de Dios, aprender a caminar de un modo digno de Dios, crecer espiritualmente, y dar frutos tras alcanzar la madurez en el evangelio. Sea que se trate de un crecimiento físico o espiritual, si alguna de estas etapas falla, no nos desarrollaremos completamente, estaremos desnutridos, o faltará algo para alcanzar la madurez total. Mucho de lo que ocurre en nuestra formación espiritual definirá la fortaleza de nuestra fe frente al mundo y ante Dios.

Un buen comienzo

Los pasos previos de los ejemplos antes descritos, nos muestran cómo realmente “comenzar bien”. No obstante, frecuentemente el énfasis del desarrollo cristiano se pone en el “terminar bien”. Al igual que Pablo, decimos en nuestros corazones, “con tal de que termine mi carrera y lleve a cabo el servicio que me ha encomendado el Señor Jesús…” (Hechos 20.24). Junto con él decimos, “Así que yo no corro como quien no tiene meta; no lucho como quien da golpes al aire. Más bien, golpeo mi cuerpo y lo domino, no sea que, después de haber predicado a otros, yo mismo quede descalificado” (1 Corintios 9.26-27). Pablo mismo pudo decir después, “He peleado la buena batalla, he terminado la carrera, me he mantenido en la fe. Por lo demás me espera la corona de justicia que el Señor, el juez justo, me otorgará en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que con amor hayan esperado su venida…” (2 Timoteo 4.7-8). El autor de Hebreos lo resume de la siguiente manera, “Por tanto, también nosotros, que estamos rodeados de una multitud tan grande de testigos, despojémonos del lastre que nos estorba, en especial del pecado que nos asedia, y corramos con perseverancia la carrera que tenemos por delante. Fijemos la mirada en Jesús, el iniciador y perfeccionador de nuestra fe…” (Hebreos 12.1-2). Un corredor en esos tiempos, ceñía su vestimenta para no llevar peso innecesario, de manera que nada le perturbara en su carrera ni distrajera su vista de la meta. Nuestra meta final es Jesús, ser como él, reflejar su imagen en este mundo.

Existe una legítima preocupación por que los líderes terminen bien, por que sean emocional y moralmente exitosos. Existen tantas historias tristes de líderes cristianos que como estrellas fugaces cayeron en tierra después de haber tenido un ministerio brillante. Hay muchos líderes cristianos hoy en día que tienen ministerios “exitosos”, pero al final su reputación y credibilidad se ven empañadas por pecados y desatinos.

En los círculos cristianos existe preocupación por terminar bien, y esto es ciertamente importante, pero quizás el énfasis debiera estar puesto todavía más en el comenzar bien. Cada una de las ilustraciones que vimos anteriormente nos habla de la preparación, de comenzar bien. Es lógico pensar que para terminar bien haya que comenzar bien. Es por esto que en este curso, el énfasis estará en comenzar bien nuestra vida cristiana. De esto se trata la formación espiritual, de prepararnos para este viaje espiritual a través de la vida, de modo que un día podamos pararnos con gozo frente al Señor y oírle decir, “¡Hiciste bien, siervo bueno y fiel!” (Mateo 25.23).

Este “comenzar bien” es a lo que Pablo se refiere cuando nos insta a usar la armadura espiritual. Esto es lo que Jesús también nos dice en la parábola de los talentos cuando nos habla de fidelidad. Si tenemos un buen comienzo en nuestro caminar cristiano, desarrollaremos las disciplinas espirituales necesarias que nos guíen a través de la vida y aprenderemos a establecer los límites que nos ayuden a permanecer firmes a lo largo de nuestra vida.

En su libro Starting Well [Comenzar bien], Clinton y Leavenworth dicen, “Creemos que existen ciertos principios bíblicos, los cuales correctamente aplicados ayudarán a los cristianos a comenzar, permanecer y terminar bien en sus vidas y ministerios”.3 Mencionan las características de aquellos que terminan bien, los obstáculos que impiden que terminen bien, y destacan aquellas cosas que nos ayudan a terminar bien. Entre las cosas que ayudan están los momentos de renovación espiritual, el ejercicio de las disciplinas espirituales, el interés por aprender del Señor, y la disposición a establecer una relación de mentoría. Mucho de esto será desarrollado en este curso de formación espiritual. De más está decir que los citados autores están estableciendo las bases para un desarrollo del carácter. La formación espiritual podría bien llamarse el desarrollo del carácter. De hecho, la formación espiritual es el desarrollo del carácter bajo la dirección del Espíritu Santo. Esta es la única forma de desarrollar el carácter que ayudará al creyente a terminar bien. Comprendemos por qué Leavenworth dice, “El desarrollo de nuestro liderazgo gira en torno al problema del desarrollo del carácter. Como líderes en formación, necesitamos ser sensibles a la mano modeladora de Dios permitiéndole que transforme nuestro carácter.

El ministerio realmente efectivo surge de una vida firmemente fundada en un carácter piadoso”.4

Rick Warren escribe, “La meta final de Dios para tu vida no es tu comodidad, sino el desarrollo de tu carácter. Él quiere que crezcas espiritualmente y llegues a ser como Cristo. Llegar a ser como Cristo no significa perder la propia personalidad o convertirse en un clon. Dios nos creó únicos, y obviamente no quiere destruir aquello. Llegar a ser como Cristo tiene que ver con la transformación del carácter, no de la personalidad”.5

Es lógico pensar que para terminar bien hay que comenzar bien. Para nosotros, en este curso, el énfasis estará en comenzar bien nuestra vida cristiana. De esto se trata la formación espiritual.

En mis primeros años como misionero en Centroamérica, me rodeé de un grupo de líderes en formación, hombres con quienes pasé horas enseñando y practicando el arte del pastorado. Me aseguré de que tuvieran una base sólida en las doctrinas de la iglesia. Muchos podían incluso repetir de memoria largos pasajes bíblicos. Con el tiempo, muchos de estos líderes cayeron moralmente. Cuando pienso en aquellos tiempos, me doy cuenta de que me preocupé de sus cabezas (doctrina) y de sus manos (habilidades ministeriales), sin preocuparme demasiado de sus corazones (carácter / formación espiritual). Ahora veo con gran pesar, que les hice un muy mal servicio. Los preparé para fracasar al no ayudarles a “comenzar bien”. Ahora sé que los líderes en formación necesitan estar primero bien fundamentados en Dios, y que más tarde podemos añadirles las doctrinas y las habilidades.

Thomas explica muy bien esta situación cuando escribe, “A muchos cristianos nunca se les ha enseñado a ‘alimentarse’ espiritualmente. Mantienen una dieta que los tiene al borde de la inanición y luego se sorprenden de estar siempre con ‘hambre’”.6

La Santificación

La doctrina de la santificación se destaca entre las doctrinas de la iglesia. Esta doctrina tiene mucho que decirnos acerca de la formación espiritual. La santificación es el proceso de llegar a ser como Cristo, como Jesús. Al dirigirse al joven Timoteo, Pablo le habla de ser santificado. Él escribe, “Si alguien se mantiene limpio, llegará a ser un vaso noble, santificado, útil para el Señor y preparado para toda obra buena” (2 Timoteo 2.21). En otras palabras, Dios quiere transformarnos en vasos para causas nobles, hacernos santos a sus ojos. Este es el trabajo de la santificación, el proceso de llegar a ser santos y así servir al Maestro. Berkhof en su Teología Sistemática describe la santificación, sin dejar ninguna duda de que se trata de un trabajo sobrenatural de Dios, el cual resulta de morir a la vieja naturaleza y nacer a la nueva.7

Esto es lo que somos en Cristo, “santificados en Cristo Jesús y llamados a ser su santo pueblo” (1 Corintios 1.2). La palabra santificados tiene dos aspectos, uno se refiere a ser apartado, el otro, a un estado de santidad (véase Juan 10.36). Al responder a aquellos que lo acusaban de blasfemia, Jesús preguntó “¿Y qué de aquel que Dios separa para sí mismo y lo envía al mundo?” El ser apartado, normalmente es traducido como santificado. De acuerdo con Clinton y Leavenworth, “La palabra santificar en el Nuevo Testamento, tiene la misma raíz que las palabras puro y santo. En la Biblia, la santificación supone la separación…”.8 Hemos sido separados de este mundo, a través de nuestro compromiso con Cristo, y necesitamos vivir este compromiso en una forma real. La santificación es el proceso de llegar a ser santo, de llegar a ser como Cristo a través del Espíritu que opera en nuestras vidas. En Juan 15.5, Jesús dice, “Yo soy la vid y ustedes son las ramas. El que permanece en mí, como yo en él, dará mucho fruto; separados de mí no pueden ustedes hacer nada” ¡Imagínelo! Mientras estamos “en él” damos mucho fruto. Separados de él, no podemos hacer nada. La santificación es el proceso de vivir “en él” y llegar a ser más como él.

Imagínese una fogata en la que hay varios leños ardiendo. Tome uno de ellos y déjelo a un lado, verá como se enfría hasta apagarse completamente. Mientras se mantiene con los demás en el fuego este leño arde estupendamente. Al sacarlo de la fogata todo este fulgor desaparece. Considere otra figura: Mire esta noche la luna antes de acostarse, repare en su luminosidad. Sin embargo, la luna es sólo el reflejo de la luz que proviene del sol. Ponga la tierra entre ambos (un eclipse lunar) y la luz desaparecerá. Podemos reflejar la luz de Dios sólo estando con él, sólo siendo santificados.

Hemos sido llamados “a ser transformados según la imagen de su Hijo” (Romanos 8.29), para que “de este modo, todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a una humanidad perfecta que se conforme a la plena estatura de Cristo” (Efesios 4.13). ¡Imagínese llegando a ser un “adulto en Cristo”! Esto es lo que significa llegar a la madurez espiritual. Frases como: “alcanzar la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios”, “madurez”, “alcanzar la plena estatura”; hablan del desarrollo espiritual del creyente, del suyo y del mío; de proseguir tras el Señor, de tener pasión por ser como él, de alcanzar la “plena estatura de Cristo”. ¿Se imagina llegando a un punto en su caminar espiritual en el que haya logrado la plena estatura de Cristo? Esto es algo por lo que vale la pena vivir, algo por lo que vale la pena esforzarse; es a través del proceso de santificación que llegamos a ser espiritualmente formados más como Cristo. Ser formado espiritualmente, o santificado, significa entonces, “no ser más niños, zarandeados por las olas y llevados de aquí para allá por todo viento de enseñanza y por la astucia y los artificios de quienes emplean artimañas engañosas” (v. 14). Si usted se para en donde rompen las olas a la orilla de la playa, notará que hay bastante basura: hojas, ramas y envases vacíos que van y vienen en la orilla. Una ola viene y arrastra todo lo que encuentra repitiendo el proceso una y otra vez. De la misma manera una lancha que no tiene su motor marcha, será arrastrada por el oleaje. Un velero sin timón irá a la deriva en la dirección del viento. En la medida en que somos formados espiritualmente, podemos superar todo esto y llegar a ser más a la imagen y semejanza de Cristo.

Warren sugiere que un estudio de las bienaventuranzas (Mt. 5.1-12), del fruto del Espíritu (Gá. 5.22-23), de 1 Corintios 13, y de 2 de Pedro 1.5-8, nos daría una buena descripción del carácter que Dios desea ver en nosotros.9

De modo que esta es la aventura que tenemos por delante. Esperamos que este viaje afecte mucho más que su intelecto; mi oración es que la comprensión del significado de ser formado espiritualmente en Cristo, influya en su corazón y en sus manos. ¿Está listo para iniciar el viaje?

PREGUNTAS DE REPASO

1. ¿Por qué es tan importante en la vida cristiana “comenzar bien”?

2. ¿Cómo describiría usted la formación espiritual? ¿Cuáles son los elementos que considera usted más importantes?

EJERCICIOS

1. Evalúe su pasión por ser formado espiritualmente en una escala del 1 a 5, en donde 5 indica la mayor intensidad. Reflexione respecto de dónde se encuentra espiritualmente. Con toda honestidad, ¿dónde desearía estar en esta escala?

En un diario personal escriba uno o dos párrafos respecto de dónde está usted espiritualmente y dónde desearía estar. Piense en las formas a través de las que podría llegar allí.

2. Lea los siguientes pasajes y anote lo que le enseñan a usted acerca del desarrollar de su carácter para el ministerio.

Mateo 5.1-12

Gálatas 5.23-23

1 Corintios 13

2 Pedro 1.5-8

Efesios 4.13

Romanos 15.5-6

1 Pedro 4.11

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1 D. Benner, Sacred Companions: The Gift of Spiritual Friendship and Direction [Compañeros sagrados: El don de la amistad y la dirección espiritual] (Downers Grove: InterVarsity Press, 2002), p. 16.

2 W. Gritter y A. Marcos, Conocimiento básico de la fe (Grand Rapids: Libros Desafio, 1989).

3 R. Clinton y P. Leavenworth, Starting Well: Building a Strong Foundation for a Lifetime of Ministry [Comenzar bien: La edificación de un fundamento firme para un ministerio de toda la vida] (Altadena, CA: Barnabas Publishers, 1994). p. ii.

4 Clinton y Leavenworth, p. 59

5 Rick Warren, Una vida con propósito (Miami: Editorial Vida, 2003), p. 173.

6 G. Thomas, Sacred Pathways: Discover Your Soul’s Path to God [Huellas Sagradas: Descubra el camino de su alma hacia Dios] Grand Rapids, Zondervan, 1996), p. 15.

7 Rick Warren, Una vida con propósito (Miami: Editorial Vi Luis Berkhof , Teología Sistemática (Grand Rapids: Libros Desafío, 2002), pp. 638, 639.

8 Clinton y Leavenworth, p. 28.

9 Warren, Una vida con propósito.

CAPÍTULO 2

LAS BASES BÍBLICAS Y TEOLÓGICAS DE LA FORMACIÓN ESPIRITUAL

Introducción

Sería un descuido de nuestra parte hablar de este tema sin antes considerar las bases bíblicas y teológicas de la formación espiritual. Puesto que creemos en la Biblia, nos dirigimos a ella para descubrir lo que necesitamos aprender acerca de la formación espiritual. Desarrollaremos nuestra teología de la formación espiritual después de haber establecido que efectivamente la Biblia nos habla de la formación espiritual.

Las Bases Bíblicas

Romanos 12.2, ya mencionado en el capítulo anterior, constituye un texto clave de aquello que llamaremos la formación espiritual. El versículo dice “sean transformados mediante la renovación de su mente”. A través de esta formación, somos espiritualmente transformados, y nuestra actitud hacia Dios es renovada. Gálatas 4.19 dice, “Queridos hijos, por quienes vuelvo a sufrir dolores de parto hasta que Cristo sea formado en ustedes...” Nuestras vidas tienen que reflejar a Cristo. No somos solamente formados y transformados, sino que también conformados a la imagen de Cristo. Romanos 8.29 dice, “ser transformados según la imagen de su Hijo”.

Colosenses 2.6-7 dice, “Por eso, de la manera que recibieron a Cristo Jesús como Señor, vivan ahora en él, arraigados y edificados en él, confirmados en la fe como se les enseñó, y llenos de gratitud”. Existe una serie de conceptos clave que reflejan esta percepción bíblica de la formación espiritual: viviendo en él, arraigados en él, edificados en él, reforzados en la fe, llenos de gratitud. ¿Expresamos diariamente gratitud a Dios? ¿Están nuestras vidas llenas de agradecimiento? ¿Sentimos que vivimos en él, que estamos arraigados en él? ¿Edificados en él? ¿Fortalecidos en la fe? Si no es así, quizás no hemos iniciado este viaje espiritual, o tal vez nos hemos estancado en el camino.

Salmo 42.1-2 sugiere la pasión que deberíamos sentir en lo más profundo de nuestro ser: “Cual ciervo jadeante en busca del agua, así te busca, oh Dios, todo mi ser. Tengo sed de Dios, del Dios de la vida ¿cuándo podré presentarme ante Dios?” El salmista expresa un deseo profundo de estar en la presencia de Dios. Su alma jadea, su alma está sedienta. La primera pregunta que viene a su mente es “¿cuándo?, ¿cuándo podré ir y reunirme con Dios?”

“Sean transformados mediante la renovación de su mente”.

“Ser transformados según la imagen de su Hijo”.

“Arraigados y edificados”.

“Viviendo en él, arraigados en él, edificados en él, reforzados en la fe”.

“Hasta que Cristo sea formado en ustedes”.

En el libro devocional de Abraham Kuyper, Near Unto God [Cerca de Dios], encontramos una hermosa exposición de este Salmo. En la meditación final que hace sobre el Salmo 42, y que bien vale la pena leer, Kuyper escribe, “Lo que surge de este corazón proviene solo del llamado de su instinto espiritual, y de su profunda necesidad de Dios... ¿Qué tan a menudo estamos nosotros realmente sedientos de Dios?”10

En su primera carta a los Tesalonicenses, Pablo dice, “Saben también que a cada uno de ustedes los hemos tratado como trata un padre a sus propios hijos. Los hemos animado, consolado y exhortado a llevar una vida digna de Dios, que los llama a su reino y a su gloria” (1 Tesalonicenses 2.11-12). En el proceso de la formación espiritual, somos animados, confortados e instados a “vivir vidas dignas de Dios”.

¿Pero dónde comienza este proceso? Salmo 139.13-16 nos da una pista. El pasaje dice,

Tú creaste mis entrañas: me formaste en el vientre de mi madre. ¡Te alabo porque soy una creación admirable! ¡Tus obras son maravillosas, y esto lo sé muy bien! Mis huesos no te fueron desconocidos cuando en lo más recóndito era yo formado, cuando en lo más profundo de la tierra era yo entretejido. Tus ojos vieron mi cuerpo en gestación: todo estaba ya escrito en tu libro: todos mis días se estaban diseñando, aunque no existía uno solo de ellos.

Esta es la manera en que fuimos creados. “Fuimos hechos en forma admirable y maravillosa” para alabar a nuestro Creador. Sin embargo, tras la entrada del pecado en el mundo esta comunión perfecta con Dios se rompió. Y no solamente se rompió esta comunión, sino que además, como consecuencia del pecado nos adjudicamos la ira de Dios y la muerte. En nuestro estado de pecaminosidad nada hay que podamos hacer para agradar a Dios. Pablo nos da una descripción de cuán lejos estamos de glorificar a Dios. Es una descripción extrema, con la que podemos identificarnos parcial, si no totalmente.

No hay nadie que entienda, nadie que busque a Dios. Todos se han descarriado, a una se han corrompido. No hay nadie que haga lo bueno; ¡no hay uno solo! ... No hay temor de Dios delante de sus ojos. (Romanos 3.11-18).

Consecuentemente, Dios envió a morir a su único hijo para que nosotros podamos nuevamente vivir. Jesús dijo que había venido para darnos vida en abundancia. Pero para esto se requiere nuestra conversión, nuestra regeneración y nuestra santificación. Esto último es el proceso de ser espiritualmente formados en Cristo a través de toda la vida. Tratándose de la formación espiritual, somos aprendices toda la vida. Es así como Anderson y Reese a la formación espiritual la llaman “la educación del corazón”.11

El Fundamento Teológico

Teológicamente, tratamos la formación espiritual en el contexto de la pneumatología, o doctrina del Espíritu Santo. La formación espiritual en nuestras vidas no puede ocurrir sin el quehacer del Espíritu Santo. Esta formación no sería espiritual si la tercera persona de la Trinidad quedara fuera de esta ecuación. ¿De qué manera se manifiesta el Espíritu Santo en este proceso? Lightner dice, “La formación espiritual describe el trabajo permanente del Espíritu Santo en la vida del creyente transformando al hijo de Dios más y más a la imagen de Cristo” (2 Corintios 3.18).12 Leavenworth cita a Elwell, quien enumera 25 formas a través de las que el Espíritu Santo ministra en la vida del creyente.13

  1. Apoya en la adoración—Filipenses 3.3
  2. Asegura la salvación—Romanos 8.16
  3. Bautiza en el cuerpo de Cristo— 1 Corintios 12.13
  4. Es una bendición para los creyentes—Gálatas 6.8
  5. Anima a hacer la voluntad de Dios—Hechos 20.22
  6. Controla la mente—Romanos 8.5
  7. Habita en el creyente—1 Corintios 3.16
  8. Da poder—Hechos 1.8
  9. Equipa para servir—1 Corintios 12.7
  10. Tiene comunión con los creyentes—Filipenses 2.1
  11. Lucha contra la naturaleza pecaminosa—Gálatas 5.17
  12. Satisface a los creyentes—Efesios 5.18
  13. Libera a los creyentes—Romanos 8.2
  14. Es un regalo para los creyentes—1 Juan 4.13
  15. Da acceso al Padre—Efesios 2.18
  16. Glorifica a Cristo en el creyente—Juan 16.13-14
  17. Garantiza bendiciones futuras para el creyente—2 Corintios 5.5
  18. Guía a los creyentes—Gálatas 5.18, 25
  19. Ayuda a los creyentes—Filipenses 1.19
  20. Ora por y con los creyentes—Romanos 8.26-27
  21. Regenera a los creyentes—Tito 3.5
  22. Sella a los creyentes—Efesios 1.13
  23. Habla a través de los creyentes—Marcos 13.11
  24. Enseña a los creyentes—Juan 14.26
  25. Transforma a los creyentes—2 Corintios 3.18

A partir de estos pasajes vemos claramente que el creyente no puede alcanzar la formación espiritual por sí mismo. Depende completamente de la obra del Espíritu Santo en su vida. Sin embargo, paradójicamente el trabajo del Espíritu Santo solo es posible en tanto cooperamos con Dios caminando “en la luz, así como él está en la luz” (1 Juan 1.7); poniendo nuestro corazón “en las cosas de arriba” (Colosenses 3.1); alejándonos de las obras de la carne (Colosenses 3.8); y colocando nuestro corazón en la “compasión, gentileza, humildad, bondad y paciencia” (Colosenses 3.12). El ejercicio de la disciplina espiritual es “el esfuerzo por crear en mi vida un espacio en el que Dios pueda actuar. Ser disciplinado supone evitar intencionalmente que se llene cada área de mi vida. La vigilancia diligente defiende mi alma de los intrusos que alejan a Dios”.14

En segundo lugar, la formación espiritual requiere el abandono de la vieja naturaleza de modo que vivamos para Cristo. En Gálatas 2.20 Pablo escribe, “He sido crucificado con Cristo, y ya no vivo yo sino que Cristo vive en mí”. Morimos para ser nuevas criaturas en Cristo. En Romanos 6.2 Pablo pregunta, “Nosotros que hemos muerto al pecado ¿cómo podemos seguir viviendo en él?” Jesús es nuestro ejemplo. “En cuanto a su muerte, murió al pecado una vez para siempre; en cuanto a su vida, vive para Dios. De la misma manera, también ustedes considérense muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús” (vv. 10-11). En otras palabras, aquellos que hemos sido regenerados, tenemos que morir para tener vida en Jesús. Ser continuamente formados es algo que hacemos diariamente por medio de la fe. Pablo habló de esto en más de una ocasión. En una forma más o menos similar se dirige a los Colosenses diciendo, “pues ustedes han muerto y su vida está escondida con Cristo en Dios” (Colosenses 3.3). En Efesios 4.22-24, Pablo les recuerda a los creyentes “Con respecto a la vida que antes llevaban, se les enseñó que debían quitarse el ropaje de la vieja naturaleza la cual está corrompida por los deseos engañosos; ser renovados en la actitud de su mente; y ponerse el ropaje de la nueva naturaleza, creada a imagen de Dios, en verdadera justicia y santidad”. Loyola escribe, “No se permitan desear ni buscar nada que no sea la alabanza y la gloria de Dios nuestro Señor como razón de todo lo que se hace. Puesto que todos deben tener presente que en lo que concierne a la vida espiritual, el progreso será proporcional a la entrega de sí mismo, y de la voluntad e intereses propios”.15

El propósito de morir a sí mismo es vivir para Dios. “He sido crucificado con Cristo, y ya no vivo yo sino que Cristo vive en mí. Lo que ahora vivo en el cuerpo, lo vivo por la fe en el Hijo de Dios, quien me amó y dio su vida por mí” (Gálatas 2.20). Una antigua enseñanza de la confesión de la iglesia, el Catecismo de Heidelberg, nos ayuda a entender esta verdad bíblica. El catecismo está dividido en tres partes y se expone en forma sencilla en términos de 1) pecado 2) salvación y 3) servicio. Como cristianos que somos, reconocemos la pecaminosidad de nuestros corazones y la necesidad de salvación. Encontramos la salvación solamente en Cristo, el único nombre dado a los hombres en el que podemos ser salvos (Hechos 4.12; 1 Timoteo 2.5). Pero esto no termina ahí. Cristo no vino a morir únicamente para salvarnos, sino además para que tengamos una vida que glorifique a Dios. Esta es la parte de servicio a la que se refiere el catecismo, la cual también tiene su base en la Biblia. En la pregunta y respuesta 86, correspondiente al Día del Señor 32, leemos:

Pregunta 86: Si somos librados por Cristo de todos nuestros pecados y miserias sin merecimiento alguno de nuestra parte, sino sólo por la misericordia de Dios ¿Por qué hemos de hacer buenas obras?

Respuesta: Porque después de que Cristo nos ha redimido con su sangre, nos renueva también con su Espíritu Santo a su imagen; a fin de que en toda nuestra vida nos mostremos agradecidos a Dios por tantos beneficios y que Él sea glorificado por nosotros. Además de esto para que cada uno de nosotros sea asegurado de su fe por los frutos. Y finalmente para que, también por la piedad e integridad de nuestra vida, ganemos a nuestro prójimo para Cristo. (Brink, 1987).

En el Día del Señor 33, pregunta y respuesta 91, el Catecismo continúa preguntando:

Pregunta 91. ¿Qué son buenas obras?

Respuesta: Únicamente aquellas que se realizan con fe verdadera conforme a la ley de Dios, y se aplican solamente a su gloria; y no aquellas que están fundadas en nuestras buenas intenciones o sobre instituciones humanas.

Como redimidos en Cristo, somos llamados a vivir en servicio y gratitud a Él. En Romanos 12.1 Pablo dice, “Por lo tanto, hermanos, tomando en cuenta la misericordia de Dios, les ruego que cada uno de ustedes, en adoración espiritual, ofrezca su cuerpo como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios”. Otra versión dice, “que es vuestro culto racional”. Lo cual representa el morir a sí mismo y vivir para Cristo, es decir, para servirle en cada aspecto de la vida.

En la misma línea, un antiguo místico español del siglo 16 escribe acerca de la actitud que se requiere del cristiano para ser formado espiritualmente: “Lo primero es conocer la grandeza de Dios..., lo segundo es conocerse a sí mismo, y reconocer con humildad el hecho de que el alma, tan vil al compararla con Aquel que creó tanta grandeza, ha sido capaz de ofender a Dios, y aun así, se atreve a alzar los ojos hacia Él”.16