GuíaBurros El arte de educar

Sobre el Autor

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Daniel Pérez nació en Yeste (Albacete). Es psicólogo por la Universidad Complutense de Madrid, y jefe de servicio y director de programas en la Comunidad Autónoma de Murcia.

Es autor y profesor de cursos sobre Técnicas de Investigación en Desarrollo Personal, y ejerce como psicoterapeuta individual y de grupos. Es asesor personal de directivos de empresa y formador en máster de Psicología Clínica, así como ponente a nivel nacional e internacional en temas relacionados con el desarrollo humano.

Fue cofundador de la primera comunidad “No-violencia activa” en España junto a Lanza del Vasto, discípulo de Gandhi.

Fue fundador y director del centro de Psicología aplicada “Espacio Humano” de Murcia.

Es autor de La vida se graba en el cuerpo publicado en esta misma editorial.

Agradecimientos

A mis nietos Álvaro, Pablo y Guillermo porque se merecen crecer en una sociedad con educadores referentes de vida y poder vivir ejerciendo en la plenitud que les pertenece

A Miguel Escrivá, cuya colaboración ha hecho posible este libro

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Capítulo I

Qué es educar

Conceptos básicos

Hemos de partir del hecho de que educar se refiere a sujetos que no son responsables de sus actos, es decir, a menores y/o a personas con alto grado de discapacidad, pues a los adultos no se les educa, se les instruye o informa para que cada uno se haga responsable de sus propias acciones.

Entendemos por educar la realización de una serie de intervenciones en el educando que le faciliten el máximo desarrollo de sus capacidades a fin de que, emergiendo su potencial, le prepare para la vida en sociedad, aportándole a su vez cuanto necesite para vivir hasta que pueda adquirirlo por sus propios medios.

Es un proceso de colaboración con el educando para lograr su madurez personal a través de múltiples estímulos y en situaciones diversas, mediante los cuales adquirir los conocimientos, hábitos y destrezas que le faciliten el dominio sobre sus propios actos. Un proceso que permite al hijo y/o alumno ejecutar su proyecto personal de vida y fortalecer su voluntad, de modo que sea capaz de llevarlo a término.

Inconcebiblemente hemos vivido tantas formas inadecuadas de educar que parece que lo que nos corresponde a los educadores es defendernos de lo no adecuado, distanciarnos de lo que no es correcto. Nos hemos hecho especialistas en detectar en qué consiste el mal trato para evitarlo. Parece, por tanto, que el buen educador ha de ser un experto en lo que no debe hacerse, cuando su principal tarea ha de consistir en hacer cumplir y facilitar lo que sí debe hacerse.

Educar tiene que ver con tratar bien, con motivar e incentivar, con despertar en lo físico, lo afectivo, lo intelectual y lo espiritual; en definitiva, con impulsar a vivir.

Acogida y orientación

Para el adecuado desarrollo de todo ser humano se han de tener en cuenta los niveles de su estructura de personalidad: físico, intelectual, afectivo y espiritual; niveles que, para cubrir sus necesidades, han de contar con los siguientes ingredientes: acogida y orientación.

La acogida, entendida como una aceptación incondicional sin juicio, es un ingrediente primario, tiene que ver con el maternaje, con aquellos cuidados básicos que, fundamentalmente, debe recibir el bebé a través de una figura maternal. En definitiva se relaciona con el cuidado y la atención del nivel físico y afectivo. La acogida significa: buena alimentación, descanso suficiente, entorno agradable, temperatura adecuada, contacto y caricias, arropamiento y mimos... y todo aquello que hace que los niveles físico/sensitivo y afectivo sean satisfactorios.

Al igual que el bebé bien acogido se desarrolla en salud, un adulto con las características de acogida cubiertas desarrolla un nivel físico-sensitivo y emocional que posibilita un bienestar personal.

La orientación, entendida como la focalización a objetivos de desarrollo, es otro ingrediente básico del ser humano que se asocia a las características del paternaje. Un buen paternaje orienta, guía, valora y sabe encauzar. Son conceptos, en definitiva, que definen principios de autoridad.

La orientación se dirige al nivel intelectual. Aquellos que poseen una buena orientación tienen ideas claras, capacidad para estructurar y conceptos precisos acerca de la propia valoración y de la forma adecuada de relacionarse con el medio.

Todo individuo necesita referentes de autoridad que lo valoren para poder sentirse valorado, que lo estructuren para aprender a estructurar, que le permitan introyectar la autoridad para que la propia fuerza se convierta en seguridad y de ahí la fuerza de voluntad.

Una orientación no adecuada provoca que las personas se estructuren de acuerdo a su subjetividad y no en función de la verdad (de lo que es evidente).

Por tanto, una acogida adecuada, es decir, un nivel sensitivo y afectivo cubiertos y una buena orientación, o lo que es lo mismo un nivel intelectual adecuadamente nutrido, son garantía de relaciones humanas saludables.

La percepción: evidencia (verdad) y opinión (realidad)

Educar consiste asimismo en facilitar a los educandos que vean y perciban la vida en los objetos, los acontecimientos, las relaciones, etc. como evidentemente son, mas allá del velo de la percepción subjetiva.

La percepción es un acto por el que los sentidos captan lo que nos rodea y se graba en nuestro cerebro. Esta captación puede ser una captación verdadera, es decir, captamos lo que evidentemente es, o puede ser una captación condicionada, lo que hace que percibamos en función de nuestra subjetividad o realidad personal.

Los seres humanos percibimos la vida de una forma subjetiva y a partir de esta visión personal emitimos nuestros juicios y opiniones comparando lo vivido en cada momento con nuestra experiencia anterior.

De la visión subjetiva de lo que nos rodea puede surgir la dificultad para comprender la forma de percibir de otros, lo que puede propiciar la falta de entendimiento. Las distintas interpretaciones que hacemos nos llevarán a reflexionar sobre el propio punto de vista y el de los demás.

Esto ocurre porque necesitamos la seguridad de que lo que vemos es tal y como es y responde a la evidencia, de que estamos en lo cierto, pues las formas de percibir son múltiples. Por tanto, la forma diferente que tenemos de percibir un objeto o situación, con sus características peculiares, es lo que entendemos como realidad.

Es posible que exista algo que supere nuestra forma de percibir como diferente y que nos convenza de que es siempre lo mismo para todos; esto sería lo que entendemos por verdad y, para acceder a ella, hemos de observar sin juicio.

Para acercarnos a la verdad, habrá que atenerse a los principios de: universalidad, evidencia, demostrabilidad y atemporalidad.

Por ejemplo, si decimos que un ser humano necesita alimentarse, estamos ante un concepto de verdad universal, pues es evidentemente válido para cualquier cultura y en cualquier época, pero la mayor o menor cantidad o el tipo de alimentos es opinable, depende de la cultura, características del individuo, etc., pertenecería a la realidad de cada grupo, dando lugar a opiniones diferentes. No todas las situaciones encierran una verdad universal. Las modas, los gustos, las aficiones… pertenecen a la propia singularidad de cada individuo o de cada grupo y lo conforman como diferente a los demás.

En conclusión:

De ahí lo interesante de saber que nuestra vida, aunque se parezca a otras e incluso unos momentos se parezcan a otros, nada es lo mismo que lo anterior, todo es nuevo, cada acción es de nueva creación, cada acontecimiento es irrepetible. Somos arquitectos y creadores de cada momento de nuestra vida, todo lo que nos queda por vivir está por hacer y somos sus artífices.

Si la educación se basa en obligar a ejecutar lo necesario, para distinguir lo necesario (verdad) deberemos saber discriminarlo de lo conveniente (más susceptible de opinión). Conveniente puede ser aquello que, según la realidad de cada uno, puede mejorar la calidad de vida; en cambio, necesario es aquello sin lo cual la persona no puede vivir adecuadamente o estar completa.

Ejemplo

Cuando observamos el siguiente dibujo nos da la impresión de que es un objeto en tres dimensiones. Sin embargo es evidente que es un dibujo que solamente tiene dos dimensiones: alto y ancho (doce líneas en un plano). La profundidad, en este caso, pertenece a una visión subjetiva que no corresponde a la verdad de lo observado.

Lo deseable sería que nuestra percepción subjetiva pudiera también coincidir con la verdad o evidencia de lo percibido.

A modo de conclusión podríamos indicar que nuestra percepción y, por tanto, la realidad de nuestras observaciones, está condicionada por nuestras propias capacidades tanto a nivel físico como intelectual y afectivo, así como por las experiencias vividas hasta el momento y teniendo también en cuenta la instrucción recibida.

Podemos señalar que la realidad con que percibimos, responde a la siguiente fórmula:

Capacidades + Experiencias + Instrucción = Realidad

Capítulo II

A quién se educa

El sujeto susceptible de educación

Si entendemos que educar es facilitar el máximo desarrollo de capacidades a los educandos, hay que tener en cuenta que el educando es un ser humano, por lo cual reúne una serie de características que lo configuran como tal: ser y humano.

Configuración del ser humano

Como todo educando es un ser humano, ya sea menor o legalmente incapacitado, pasamos a describir lo que entendemos por ser y humano.Plantear qué es un ser humano a estas alturas de evolución social y cultural, suena casi a broma. Sin embargo, muchas veces nos preguntamos por qué somos tan diferentes unos de otros, como si todavía lo ignorásemos. Asimismo en otras ocasiones, afirmamos que todos los seres humanos somos iguales, sin reparar en lo que decimos, pues no siempre estamos convencidos de ello.

El ser nos vincula a una energía universal de la que participan todos los seres que configuran tal universo. El ser por tanto se encuentra en la vida mineral, en la vida vegetal, en la vida animal, en la vida humana y en la vida transcendente.

Características de esencia del Ser Humano

Todos los seres humanos tenemos en común algo que estará en relación con lo que no cambie a través del tiempo, que siempre permanecerá inmutable. Se mantiene en todo tipo de personas sea cual sea su edad, su nivel cultural o su identificación sexual; atraviesa culturas y épocas sin inmutarse. Es el núcleo esencial de la persona, lo que Antonio Blay denomina el “yo central”. Este Ser se manifiesta, en los seres humanos, a través de sus características de esencia (Libertad, Integridad, Solidaridad y Amor), características que denominaremos en un apartado posterior como valores esenciales y que nos igualan a todos los seres humanos, pues se trata de características universales. Como ejemplo podríamos decir que todos somos de una “misma especie”.

LIBERTAD

En primer lugar emerge la convicción de que somos libres por naturaleza. La libertad, por tanto, no puede ser algo que haya que ganarse con esfuerzo, ni que se adquiera por concesión de alguien.

La libertad es congénita, pertenece a nuestra esencia. Cualquiera puede afirmar con rotundidad y con justicia que es libre.

La libertad está relacionada con la ausencia de carencias.

Hemos crecido en un contexto donde se nos enseñaba que la libertad hay que ganársela y que debemos estar agradecidos a quien nos la ofrece, como si la libertad tuviera dueño y como si nosotros dependiéramos de un amo que nos la concediera en función de méritos adquiridos. Por tanto, la libertad es entendida como el derecho que tiene todo ser humano a ser el único responsable de sus actos.

La libertad nace con nosotros y tenemos el derecho de exigir que se nos permita ejercerla. Solo es patrimonio de nosotros mismos. Y si la libertad es, por tanto, una de las grandezas de ser humanos, podemos reivindicar vivir como tales. No sentir lo que corresponde por naturaleza, es dejar de ser quienes somos.

No es suficiente con sabernos libres, hay que experimentarlo asimismo en el corazón y en la piel. No nacimos para conseguir la libertad sino que exigimos vivir en la libertad con que nacimos.

La Libertad es el derecho de los pueblos a vivir sin sometimientos ni ordenamientos dictatoriales, de ahí que las Constituciones de muchos países comienzan, en su artículo I, promulgando que todo ser humano nace libre y tiene derecho a ejercer en la libertad que forma parte de sí mismo.

INTEGRIDAD

Una segunda característica de esencia del ser humano es la integridad, palabra procedente de la raíz latina: entero; entendida como que cada persona es considerada como tal por el hecho mismo de haber nacido. Nacemos enteros; no carecemos de nada para ser personas, pues en la consideración de estar completos, no existe comparación con otros. Así como podemos hablar de un número entero, también podemos hablar de una persona entera, no dividida o seccionada.

Cada persona podrá tener más o menos capacidad en algún aspecto, pero aunque eso le lleve a realizar algunas tareas con menor potencia que otros o incluso a no poder ejecutar algunas, de ello no se desprende que sea menos persona que otro ser humano. Las capacidades que cada uno tiene son su medio de expresión, pero nunca para ser considerado como sujeto de diferente categoría.

Esta característica de esencia es la reivindicación de las personas con algún grado de discapacidad, pues se entiende por discapacidad una capacidad diferente, no una señal de categoría inferior en cuanto a persona. Un ser humano es persona completa desde que nace hasta que muere, por el mero hecho de ser persona al margen de su altura, su peso, su color, su raza, cultura, creencias u orientación sexual. Ningún ser humano necesita ningún aditamento, ninguna complementariedad que le haga suponer que es menos completo por tener diferente capacidad.

Tan persona es el que mide un metro setenta como el que mide un metro cincuenta y nueve. Igualmente es persona el que nació con ojos azules como el que los tiene pardos. Y el que alcanza un cociente intelectual de ciento treinta puntos no es más persona que el que alcanza ciento cinco.