A los que han hecho surgir en mí este ensayo:

 

compañeros de diálogo sobre lo humano, lo terreno y lo divino,

mis profesores de teología,

hijos del Corazón de María,

autores vivos y eternos,

mi familia,

la madre Tierra,

Silencio hablado.

 

 

 

Yo amo a quien trabaja e inventa

para construirle la casa al superhombre

y prepara para él la tierra, el animal y la planta:

pues quiere así su propio ocaso.

F. NIETZSCHE,

Así habló Zaratustra, Prólogo, § 4.

 

 

Bienaventurado quien sostiene la mirada del perfecto.

L. WITTGENSTEIN,

Diarios, 5 de marzo de 1937

 

 

La Luz lo inunda todo

el cielo y la tierra y los infiernos,

¡celebrad, oh criaturas, la resurrección del Cristo,

por la que sois restablecidas!

SAN JUAN DAMASCENO,

Pregón pascual de la liturgia ortodoxa

NOTA PRELIMINAR DE UN ESTUDIANTE DE TEOLOGÍA QUE ASPIRA A SER TEÓ-LOGO

 

La seriedad y la humildad propias del quehacer de la teología requieren en mi caso de este breve prefacio.

No voy a decir que mi trabajo esté invalidado por mi insuficiente vida teologal, pero me pregunto, siguiendo la distinción de Jean-Luc Marion y usando una aparente absurda redundancia, cuánto tienen las palabras que sucederán de teo-lógicas en vez de teo-lógicas 1. No es un juego tonto de palabras. El discurso de Dios solo puede ser religioso si es Dios quien habla por medio del ser humano (teo-logía). De lo contrario sería proferir palabras vacuas o caer en el peligro de ideologizar lo cristiano, manipulando lo divino (teo-logía). La teología consiste en dejar que Dios se diga a través del teólogo, no en que este diga algo sobre Dios, pues el Creador no es un objeto de estudio. Por ello, para la teología se necesita la fe, tener «experiencia» del Verbo divino, que nos hace instrumentos de su palabra de vida para el mundo (Jn 1,4). Lo único que puedo asegurar con certeza es mi profundo deseo de vivir lo que he escrito. Quiero creer, esperar y amar a Cristo. Quiero creer, esperar y amar en Cristo a cada ser humano y a la tierra. Amén.

 

En la cena ecológica del Reino,

de Maximino Cerezo Barredo

INTRODUCCIÓN

 

El teólogo es el hombre que, escindido y descuajado por dentro,

se debe a una doble fidelidad. Fidelidad al Dios

que se nos ha dicho en palabras humanas,

y fidelidad al hombre que amasa sus búsquedas

en palabras divinas 1.

 

J. SERAFÍN BÉJAR

 

 

Seguir a Jesucristo o ser fiel a la tierra. Son dos maneras de decir la misma realidad. Fidelidad a Cristo y fidelidad a la tierra no se contradicen, aunque así lo hayan pensado ayer y hoy cristianos y ateos. Es una fidelidad con dos caras. De hecho, la tesis transversal de mi ensayo es que el seguimiento existencial de Cristo implica la fidelidad a la tierra, y que quien se toma en serio la fidelidad a la tierra puede abrirse a Cristo con cierta naturalidad y desde la razón. Y que, incluso, en Cristo es llevado lo terreno y lo humano a su culmen. Dicho de otro modo: en Jesús de Nazaret, el Mesías e Hijo de Dios, encontramos la plenitud humana y la fidelidad a la tierra, y siguiéndole somos plenamente felices y servidores de la tierra.

En la expresión «fidelidad a la tierra» caben diferentes realidades, y todas ellas se harán patentes a lo largo del trabajo:

1) Fidelidad al más acá, a esta vida y a este mundo presente, en supuesta oposición al «mundo futuro» y a la «vida eterna» que confesamos en el Credo. Es decir, afirmación de la tierra como supuesta oposición al cielo.

2) Fidelidad a lo humano, en un hipotético enfrentamiento con lo divino. Aquí incluyo lo que el pensamiento humanista considera la realización de la humanidad: ensalzar al ser humano mismo y su corporalidad, gozar de la vida y trabajar por la salud y la fraternidad de los seres humanos. En esta clave entraré en diálogo con la postura que rechaza la religión cristiana por pensar que paraliza nuestras ansias de ser auténticamente humanos y libres. Nada humano le es ajeno a Dios ni al cristiano (cf. GS 1) 2. Para estos apartados 1) y 2) quiero asumir y superar las críticas de Feuerbach, Marx y Nietzsche.

3) Fidelidad al planeta Tierra y a las criaturas, en contraposición a la explotación antropocéntrica de la creación. Esto es, amar a la creación y responder al desafío del desastre ecológico. Tengo la intención de mostrar al cristiano que la fe implica ineludiblemente el cuidado de la naturaleza. En la actualidad representa esta crítica, que asumo y pretendo superar, por ejemplo, el filósofo moral Peter Singer.

4) Fidelidad al logos, presente en cada persona y desplegado en el lenguaje y la reflexión humanas, como superación del fideísmo. Es decir, asumo el diálogo con la filosofía. Toda teología ha de poseer carácter logótico: una pretensión de ser inteligible y razonable para el no cristiano. Pero especialmente mi reflexión teológica aspira a ser cercana al indiferente en lo religioso, al que huye de dogmas, al que se dice ateo por afirmar lo humano y lo terreno, y a quienes rechazan a un dios que en poco se parece al Dios del Evangelio (cf. GS 19,2). Enfrente de esta posición podría mencionarse el fideísmo en el ámbito teológico y el neopositivismo lógico, y su herencia que alcanza nuestro hoy en el ámbito filosófico. En esta síntesis me comprometo enteramente con la convicción, que comparto con H. U. von Balthasar, de que no hay teología sin filosofía.

Dichas fidelidades a la tierra se encuentran, a causa de Cristo, con el cielo y con Dios. Cristo reconcilia lo finito con lo eterno, lo terreno con lo celestial, lo humano con lo divino.

Esto es lo que está plasmado en mi ensayo, quizá de una manera pretenciosa, y por eso necesitará de una mayor indagación ulterior. Mi trabajo queda abierto, consciente de las limitaciones de tocar tantos elementos sin una suficiente extensión. El motivo ha sido el de realizar una síntesis de los contenidos teológicos más importantes del cristianismo para fundamentar proporcionadamente que la fe cristiana es fiel a la tierra en las múltiples dimensiones que he presentado.

El método empleado es fundamentalmente dialógico, hermenéutico y descriptivo. Me inspiro en la Sagrada Escritura en todos los capítulos y remito a ella continuamente, aunque para cumplir mi objetivo he decidido no detenerme en exponer la fundamentación exegética. Con ello trato de poner en práctica una hermenéutica bíblica que lleve al texto más allá de su sentido literal sin contradecirlo. Parto de la Tradición y del Magisterio, y me refiero a ellos numerosas veces, sobre todo a los Padres de la Iglesia y a los documentos del Concilio Vaticano II. Pero, debido a las pretensiones arriba mencionadas, me he consagrado esencialmente a elaborar una reflexión actual sobre la revelación de Dios en Jesucristo en diálogo con la fidelidad a la tierra. Por tanto, presento los contenidos fundamentales de la teología interpretándolos con el enfoque indicado.

Los temas que entraña la teología son densos intelectualmente, por eso no desprecio el discurso especulativo. Ello no está reñido con la precisión, la claridad e incluso la belleza literaria, aunque a veces no las logre y la exposición aparezca un tanto enredada, debido al deseo de compaginar lo complejo y lo sintético. Es imaginable, por tanto, que el trabajo generalmente tenga un carácter mucho más argumentativo que narrativo.

Como última parte de la introducción paso a comentar la estructura y a justificar la extensión de los contenidos.

Todo el trabajo quiere ser una teología fundamental en la clave de la fidelidad a Cristo y a la tierra, en el sentido de que intenta dar razón de Cristo como esperanza última del ser humano y como sentido de la vida. No obstante, el primer capítulo es el que trata de fundamentar más claramente la fe y la teología cristianas. Para ello sale al paso de la crítica realizada al cristianismo por Nietzsche –el filósofo que exhorta a una fidelidad a la tierra– y hace un ejercicio filosófico que intenta reconciliar lo terreno y lo divino. Se trata de mostrar que la fe cristiana es razonable, porque el Dios de Jesús es fiel a la tierra.

En todas las páginas centro la atención en Jesucristo, el núcleo del cristianismo y el que hace posible hablar en cristiano de una fidelidad a la tierra. Por eso, el segundo capítulo, el de cristología, que desmenuza quién es Jesús de Nazaret, es el más largo. Se hace presente en ese capítulo que quiero ser fiel a Dios y al ser humano actual. Y es que presentar la fe al ser humano contemporáneo poco religioso supone dibujar ineludiblemente una cristología ascendente, que camine del Jesús histórico a la confesión de su divinidad a través de su plena realización de lo humano 3. En este capítulo se muestra que en Jesús se cumplen las ansias de llevar al máximo la humanidad, así como la significación teológica de Jesús como revelador definitivo de Dios.

El tercer capítulo sigue tratando la cuestión de lo humano. Parte de que la clave de lo cristiano está en lo humano, porque Jesucristo es el corazón del cristianismo, y contempla al ser humano a la luz del Verbo encarnado. En esta línea trazo cuál es el camino de plenitud del ser humano concreto en la óptica del ser humano pleno: Jesús de Nazaret. Se esboza así una antropología cristológica que completa la cristología del capítulo segundo y anticipa la reflexión del capítulo cuarto.

La teología de la creación en su perspectiva global –una teología de la naturaleza, si se quiere– se desarrolla en el cuarto capítulo. Se ofrece así una visión de lo que es la creación y las criaturas desde la fe cristiana. Es una eco-teología incipiente que conecta con la antropología, puesto que el ser humano tiene en la creación la misión especial del cuidado, y con la cristología, porque en Cristo y en el Dios revelado en él descubrimos el sentido de la creación y cómo consigue esta su armonía.

Para concluir mi reflexión teológica dedico el quinto capítulo a la Iglesia, la cual no es un añadido a la intención de ser fiel a Cristo y a la tierra, sino una concreción de su despliegue. Hago ver que la plenitud humana no se puede alcanzar sin los otros y la comunidad con ellos, así como la necesidad de la eclesialidad para ser leales a Jesucristo. Igual que Jesucristo nos lleva a la Iglesia, la Iglesia es llevada por su Señor a la fidelidad a la tierra, es decir, a trabajar por la fraterno-sororidad en este mundo, a dejarse interpelar por cada rostro sufriente y a cultivar la comunión con la naturaleza.

El último epígrafe del quinto capítulo versa sobre la eucaristía, lugar y momento donde se actualiza vitalmente que, por Cristo, el ser humano, el cosmos y Dios entran en comunión. En el mural En la cena ecológica del Reino, de Maximino Cerezo Barredo 4 (p. 9), se ve una comida que Jesús resucitado comparte con distintas personas en medio de un bosque, y que remite al acontecimiento eucarístico. Esta imagen sirve para terminar de explicar la estructura y unidad interna de la presente síntesis.

La pintura entera puede evocarnos al Cristo total, cuyas dimensiones, que se van auscultando a lo largo de los cinco capítulos de la síntesis, están simbolizadas en las diferentes partes de la pintura. El primer capítulo trataría de razonar la consonancia sinfónica entre los diferentes participantes de la cena ecológica: la naturaleza, los seres humanos y el Resucitado (Dios). El segundo capítulo se concentra en el rostro de Jesús de Nazaret, crucificado y resucitado –el centro de la pintura–, quien aporta la normatividad del Cristo total y es la referencia definitiva para profundizar en las demás dimensiones. El tercer capítulo atiende al ser humano –a cada ser humano que aparece en la pintura y al espectador–, en quien Cristo se hace presente de una manera especialísima; todos aparecen orientados hacia Cristo, porque él es el espejo de lo humano. El cuarto capítulo habla de la creación –la vida natural en la pintura–, que está transida de la presencia de Cristo. El capítulo quinto, que diserta sobre la Iglesia, está representado en la hermandad de los que están en torno a Cristo en la mesa, con toda su pluralidad: reuniéndose todos en el nombre del Señor lo hacen presente. Por último estás tú, que lees y contemplas la pintura; invitado a tomar asiento junto a Cristo, el fiel a la tierra. Estoy seguro de que con él te sentirás a gusto, como en casa, y quién sabe si querrás formar parte de su aventura cósmica, humana y divina.

Al final, en el epílogo, hago una breve evaluación de lo conseguido durante el cuerpo de la obra, tal como la proponen unas líneas práxicas y espirituales para ser fieles a Cristo, para ser fieles a la tierra. Quiero puntualizar que mi reflexión no agota lo que se puede decir filosófica y teológicamente sobre la fidelidad a la tierra. Mucho menos pretendo mostrar la palabra y perspectiva teológicas definitivas. De hecho, confieso que son necesarios otros enfoques complementarios para que la panorámica teológica sea suficientemente completa. Por lo que a mi aportación personal de profundización teológica respecta, quedo contento con haber contribuido con una gota de agua al mar que es toda la teología.

Sin más dilación, paso a plantear la pregunta sobre la conciliación entre lo terreno, lo humano y lo divino, que estará latente a lo largo de toda esta ruta.