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Di Lallo, Aldo

La concettina : una historia que no es cuento : una storia che non´e favola / Aldo Di Lallo. - 2a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2020.

Libro digital, EPUB


Archivo Digital: online

ISBN 978-987-87-0433-3


1. Relatos. 2. Narrativa Argentina Contemporánea. I. Título.

CDD A863



www.autoresdeargentina.com

Mail: info@autoresdeargentina.com


Diseño de portada: Justo Echeverría

Maquetado: Eleonora Silva



Queda hecho el depósito que establece la LEY 11.723

Impreso en Argentina – Printed in Argentina

INDICE

Agradecimientos

Introducción

Prólogo

Comienzo

I. “La Concettina”

II. El velorio

III. La enfermedad

IV. Los 80 de concettina

V. Circolo Abruzzese Molisano

VI. La familia

VII. El barrio

VIII. Las fiestas de fin de año

IX. Osvaldo (04/06/1955 – 23/03/2016)

X. Saavedra 630 la casa de Concettina

XI. Concettina personaje mundial

AGRADECIMIENTOS

No podría haber escrito este libro, sin la participación de algunas personas fundamentales en la vida de Concettina y en la mía propia, por lo tanto deseo agradecer especialmente a:

Marisa: compañera incondicional que creyó en este proyecto y ayudó con tan hermosa introducción y todas las correcciones para que sea ameno y entretenido de leer.

A mis hijos: Dana, Pitu y Azul “la chicharella” (mi nieta), Matías y Barby por el apoyo y cariño recibido.

A mis hermanos: Rosaria, José, Osvaldo y Enzo. Mis cuñadas Ana María, Silvana, Cecilia y mis cuñados Máximo y Dino (a la distancia) por su ansiedad e interés en verlo terminado.

A toda la gran familia: Mi suegra que también se llama Concepción, tías y tíos, primas y primos, sobrinas y sobrinos por aportar fotos e historias.

A mis amigos y amigas del alma por ser parte y acompañante en este hermoso tránsito que es la vida.

A José Vaimberg : por escribir el prólogo y estar siempre presente con sus más de 90 años.

También quiero agradecer profundamente y a la vez pedir perdón a mi hija Mariana, a mis nietos Natalia, Maxi y Walter por haberlos hecho entrar tarde a mí vida, a la familia y a nuestra historia.

INTRODUCCIÓN

Estos relatos son un homenaje a una bailarina de la vida, con sus giros en el aire, saltos, caídas y vueltas a levantarse.

Una mujer laboriosa, enérgica, fuerte, firme en sus convicciones. Expresiva en sus sentimientos, condensados en su metro y medio de estatura.

Se puso la vida al hombro y recorrió su camino dejando huella en las personas que conoció y amó, con su estilo propio.

Una gran mujer. La Concettina.

PRóLOGO

Cuando me puse a leer este libro pensé: ¿Es una historia o una historia novelada?

Sin duda es historia. Real. Es la vida de Concettina: sus ascendientes, sus descendientes, sus amistades, sus relaciones, su forma de vivir.

Y ella lo eligió así: amar, cocinar, viajar, VIVIR.

Cuando la conocí, un jueves en el Círculo Abruzzese (todos los jueves nos reuníamos a comer pastas, jugar al truco, etc.) estaba cocinando la salsa para la pasta, me arrimé y sentí un aroma que mataba. Le pregunté si podía probarla mojando un trozo de pan (tal como hacía siempre con mi madre) y mirándome muy seriamente a los ojos me contestó: NOOOOOO.!!!!!!!!!

Con el tiempo comencé a conocerla, me impresionó su personalidad: FUERTE. Mis nuevas amistades comenzaron a contarme anécdotas de Concettina, presentarme su familia, sobre todo Nicola Furente (su hermano), gritón como él solo.

Mi relación con ella fue progresando, hasta me invité a visitarla en su casa. Fui con mi esposa Yoli que rápidamente se enganchó con ella y siempre se sentaba a su lado en la mesa pues se “entendían”.

A través de Yoli pude ir enterándome de su personalidad, su amabilidad, algo de su historia, su familia, su vida.

Pero claro, al leer su “otra” historia, la que tan bien describe Aldo (su primer hijo argentino) la cosa cambia. Veo en Rosaria (su primogénita y hoy gran amiga mía junto con Máximo) una imagen de su madre y en Enzo (su benjamín) su capacidad laboral.

Enseñó a toda su prole la base del amor a la vida y al trabajo.

Aldo describe con tanto detalle sus aventuras sociales como las de sus relaciones que es difícil comenzar el libro y dejarlo antes de terminarlo. Su lectura crea alegría, amor, amistad, aventuras, en fin la historia de Campana.

Concettina y su familia muestra la verdad de la inmigración italiana: sus aventuras y desventuras.

Cuando comience a leerlo no podrá detenerse.

Gracias Aldo

José (el tano) Vaimberg

COMIENZO

Hoy 15/10/2012 Quiero contar una historia y no sé por dónde empezar. Yo, que siempre me jactaba diciendo “Por el principio”.

En este caso voy a hacer todo lo contrario, voy a empezar por el final.

Esta historia pretende ser un homenaje a mi propia madre fallecida el 23/09/2012, que llegó a los 90 años de edad, en cuyos últimos tres de su larga vida, se le fue agravando un cuadro de demencia senil; esto le impedía retener los recuerdos más recientes, aunque sí se acordaba perfecto de los años de niñez y juventud.

En sus últimos años de vida debimos organizarnos entre nosotros (sus hijos) para asistir a nuestra madre, ya que Rosaria era la que se ocupaba de todas sus necesidades más urgentes y por efecto de su enfermedad, cargaba también con el mal humor de Concettina.

Al final de una reunión entre hermanos para tratar este tema que tanto le preocupaba a mi hermana, decidimos que nunca la enviaríamos a un geriátrico, pero sí que le daríamos una mano, haciendo turnos para cuidar a nuestra madre; además contrataríamos a alguna acompañante para que se ocupara durante el día toda la semana y así aliviábamos la tarea de todos nosotros porque teníamos obligaciones laborales que afrontar.


Es ineludible referirme a la vida de la Concettina sin antes resaltar la relación que tenían mis padres y mi visión personal de cómo se fueron dando algunos hechos y circunstancias que marcaron para siempre la vida de nuestra madre y la nuestra propia.

I.

“LA CONCETTINA”

“LA CONCETTINA”, una gigante de un metro y medio de estatura, viuda de “NICOLINO”, un roble de casi dos metros de alto, al que le decían “Il biondo” por su cabello color oro y unos ojos color celeste agua. Fueron padres de cinco hijos, Rosaria y José nacidos en Italia. Aldo, Osvaldo y Enzo, argentinos.

Yo soy Aldo, el primer hijo nacido en Argentina, quiere decir que tengo dos hermanos italianos y dos argentinos.

Cuando falleció mi padre, yo tenía 15 años; recibí la noticia cuando volvía de la escuela industrial de Zárate. Caminando por las calles de mi barrio en dirección a casa, me llamó la atención que mis vecinos me miraban al pasar con una expresión como de lástima y en la medida que me acercaba, noté un movimiento extraño, de idas y vueltas de gente conocida. Hasta que llegué a la puerta y alguien me acompañó al piso de arriba donde estaba mi madre llorando desconsoladamente, rodeada de mis tías y hermanos. Allí caí en la cuenta de lo que estaba pasando. Era que mi papá había muerto por un ACV (derrame cerebral se le decía en ese tiempo), sufrido por la emoción de volver a Italia (Año 1969) junto con mi hermano José y allí reencontrarse con sus hermanas y parientes que habían quedado en su pueblo natal y no los había vuelto a ver. Tan sólo un mes había pasado entre su regreso y este fatídico día.

Perplejo, yo escuchaba a la Concettina gritar que se quería ir con Nicolino, que sola no iba a poder con los tres hijos aún chicos y el negocio de mi padre, que ya había adquirido cierto prestigio (Casa Dima, ventas de artículos para el hogar). Porque mi padre, además de trabajar ocho horas en DALMINE SAFTA, atendía el negocio, repartía garrafas y colocaba antenas de TV con mi tío Juan y mi hermano José. Incluso tomaba alguna obra de albañilería cuando se presentaba la ocasión.


Todas las noches, escuchábamos a mamá llorar la injusta pérdida de su joven esposo, tan sólo 45 años, juró que nunca estaría con otro hombre, porque él había sido su único y gran amor.

Una noche soñó que Nicolino se le acercaba a la cama donde ella dormía y desesperada le pidió que la llevara a su lado, fue ahí donde él le dijo que no era el momento de partir, que tenía una larga y sacrificada vida por delante, para criar a sus hijos, nietos y bisnietos. Pero que, cuando llegara el día,” vendría él mismo a buscarla”, que no tuviera miedo porque en el momento de su muerte, aunque no tendría a ningún hijo cerca para sostenerle la mano, pero que él se encargaría de acompañarla al cielo.


Cosas de la vida o vaya a saber qué misterio, quiso que 45 años después de ese sueño, la Concettina se fuera de este mundo solita en la sala de Emergencias del Hospital San José.

Nosotros que la veníamos acompañando en la última etapa, día y noche, turnándonos para que nunca estuviera sola en el desenlace final, vimos cómo se la llevaban de urgencia al hospital. Los cinco hermanos estábamos, todos juntos en la sala de espera, hasta que apareció el médico y nos dio la noticia de su fallecimiento.

En ese momento sentí una sensación muy extraña, entre dolor y alegría, La mañana de golpe se tornó luminosa como una explosión de Energía se sintió en el aire. Todos sentimos lo mismo; fue algo mágico, nos invadieron sentimientos de paz, amor, orgullo y hasta bienestar porque estábamos seguros que era mi padre quien la había venido a buscar. .

Volvimos a casa y le comunicamos a Marta lo que había sucedido ( Marta y Rosa fueron sus ángeles guardianes hasta último momento).

Enseguida comenzamos la tarea de organizar el velatorio. Primero hablamos entre los hermanos y decidimos que mamá debía emprender el gran viaje vestida de Reina, con su mejor vestido azul, aquél que usó en varios desfiles de modelo organizados por la tía Miguelina y que le quedaba tan bien. Después de todo debía encontrarse con Nicolino y no olvidemos que hasta ese momento le llevaba 45 años a su esposo.

Ésa fue la principal recomendación que le hicimos a la encargada de la casa fúnebre. Aún recuerdo el gesto de ternura que mostró ante este requerimiento.


II.

EL VELORIO

El velorio comenzó a las 14 Hs del miércoles 26 de setiembre de 2012. Al llegar a la sala con mi hermano Osvaldo, vimos a mamá más linda que nunca, con su rostro sereno, el cabello peinado, ese vestido azul y su broche de piedras que se ponía solo para ocasiones especiales. Estaba allí la Concettina. ¡Una Reina!


Con Osvaldo, José y Enzo, fuimos al Cementerio de Campana, para llenar los formularios que se necesitan y organizar para la llegada del féretro a la bóveda que mi madre había hecho construir especialmente, unos cuantos años antes. Además de cumplir con el deseo de la Concettina, que siempre decía :”cuando yo me muera, quiero que Nicolino me esté esperando en nuestra casita”.

También debo decir que ella se fue acostumbrando a la viudez, que los años le fueron regalando nietos, bisnietos y viajes por todo el mundo. Y en cada acontecimiento de este tipo, le pedía “prórroga” a Nicolino, para que le permitiera vivir un poco más y así poder ayudar a quien lo necesitara, y fuimos muchos los que la necesitamos, yo fui uno de ellos.


La sala velatorio era un mundo de gente, parientes, amigos, vecinos, curiosos, algunos que me dio mucha alegría verlos, a otros los esperé en vano. Ver a los nietos contando historias de “La Nonna”, eran una banda de chicos y chicas de veintipico, riéndose de las travesuras que hacían enojar a su abuela.

Las nietas mayores Marcela y Miriam, que por ser las primeras, siempre gozaron de un trato especial y también sufrieron la partida de una manera muy fuerte y dolorosa. Nunca voy a olvidar las palabras de Marcela cuando dijo que se sentía “Tan Orgullosa de los tíos que le tocó, porque habíamos cuidado tan bien a su Nonita”.

También a vos “flaca Miri”, que pudiste ver como se la llevaban en Ambulancia a “Cushtú” a su viaje sin retorno.

Recuerdo las caras de mis seres más queridos, todos estaban apenados, solidarios con nosotros, pero a la vez serenos, con energía positiva; reinaba, aunque parezca mentira, un espíritu sonriente porque a todos les pasó algo divertido con ella, cuántas historias y aventuras dignas de una película en la que los actores principales, serían los propios protagonistas. Pero de esas historias, rescataremos las mejores, más adelante, seguramente con la ayuda de mis hermanos.

Ya en la sala velatoria me sentí acompañado por mi esposa Marisa y mis hijos Mariana, Dana y Matías, también Pitu y Walter, hicieron que todo resultara más llevadero

Promediando la noche, se me acercaron mis amigos más íntimos, Enrique Balzano (Harry), Albina, Jorge Demarco, Beto y Laura Abella. Luis Sosa, un genio, recibido de Médico y tuvo el privilegio de acompañarla hasta lo último. Beto Eckert casi un hijo adoptivo, que no se cansaba de agradecer los hermosos momentos que pasamos cuando éramos vecinos. Norberto Caivano que se enteró porque vio muchos vehículos conocidos en la puerta de la sala velatorio y se bajó a preguntar sin saber de quién se trataba. Iván y Sergio Ciaponi, los más locos, mi mamá los adoraba También vinieron de Capital Lucho y Mari, a pesar de un corte en la Panamericana (tardaron como tres horas en llegar). Me sorprendió verlo al Cacha Fernández (me dio mucha alegría porque hacía un tiempo que no hablaba con él). Mis primos queridos, cuantas fiestas pasamos juntos en la casa de mis viejos. Mario Acquasanta (siempre fue mas hermano que primo) y Alicia, Marcelo y Sergio Furente, Mariano y Liliana Di Lallo. Para Franco tengo unas líneas aparte porque es un personaje especial. Mis primos Graciela, Teresa y Claudio con Georgina. Mis tíos más queridos Violeta, Nicola Furente y Damiana, Tomasso y Miguelina, las tías y primas de Marisa, Antonieta y Luciano Di Lallo. La lista sería interminable, pero no quiero perder el hilo de relato.

También vinieron todos mis empleados Miguel, Ramón y Oscar. El hijo de Miguel (Miguelito), habló conmigo y mis hermanos porque lo conocemos de cuando él era muy chico, más tarde lo vi., solo, sentado en un sillón de la entrada, con la vista y el pensamiento en otro lugar. Después de preguntarle qué le pasaba, caí en la cuenta que él había perdido a su joven mamá, hacía apenas dos años, lo entendí y lo acompañé.

Entrada la noche, se fueron yendo Cecilia, Marisa debía darle la medicación a mi suegra, Rosaria y Màximo, de a poco, también nuestros hijos y ahí decidimos con mis hermanos, quedarnos toda la noche, para estar juntos y conversar con los que decidieron hacernos el aguante.

Enrique (Harry), un fierro, estaba sin dormir y lo mismo se quedó hasta la madrugada del otro día. Valerio Fantini y Pía, vinieron de Rosario, él estaba en cama con gripe, de todas maneras, se levantó y se vino en auto de tan lejos, el estado calamitoso que presentaba, terminó haciéndonos reír por la manera que se quejaba, estornudaba, tosía y refunfuñaba, hasta que por fin, tomó un analgésico y durmió un poco.

Como a la 1:00 hs de la madrugada, volvió mi primo Franco, se quedó charlando conmigo, habló de tantas cosas de la vida hasta las tres y media, después me dijo que se tenía que levantar a las seis de la mañana, porque tenía que trabajar (un capo el primo).

También se quedaron Osvaldo y Silvana, me dio mucha ternura verlos juntos, tratando de descansar un poco, porque al lado estaba Enzo que cuando pudo cerrar un ojo, desplegó todo su arsenal de sonidos y movimientos.

José fue uno de los últimos en recostarse sobre el sofá, pobre lo tenía a Enzo al lado de su cabeza y cuando parecía que todo se aquietaba, ¡paf! Enzo arrancaba con la sinfonía en RE Mayor.

En un momento de mucha quietud, aproveché para acercarme a mi madre y contemplarla largamente. Será verdad que los difuntos pueden observarnos antes de partir?.

Ella se iba seguramente tranquila porque dio y recibió mucho Amor, esa era su palabra preferida, todo lo hacía “con tanto Amor”.

Enseguida pensé en la hermosa familia que tengo, la que me tocó en suerte y la que formé con Marisa “el Amor de mi vida”, esos hijos excepcionales y hermosos, forjados con ese temple que a mí me llena de orgullo.


A las 7 de la mañana del Jueves 27 de setiembre, debíamos ir con mis hermanos al Cementerio para cumplir con el deseo de mi madre. Para ello fuimos a hablar con el encargado que estaba de turno y explicarle lo que queríamos hacer, o sea trasladar a mi padre desde el nicho hasta la casita o bóveda que había hecho construír especialmente la Concettina. Primero nos dijo que eso no era fácil, pero le pusimos tanto empeño que al final le pareció un acto de Amor muy grande y dio la orden a los sepultureros para que nos ayuden en la tarea para la cual habíamos ido.

Nos acompañaron dos peones y un encargado corpulento, enseguida trajeron herramientas y una carretilla, para poder extraer el cajón de Papá, del nicho donde estuvo por más de 40 años.

A Enzo se le ocurrió una “maravillosa idea”: comprar un Blem para pasarle al cajón por si estaba sucio, el encargado le respondió que no hacía falta porque el cajón seguramente estaría hecho polvo, cosa que nos pareció una burrada.

Al momento de quitar la tapa del nicho, lo cual resultó sumamente trabajoso, nos encontramos que también había una pared de canto; de esto ninguno de nosotros se acordaba. Por lo tanto, debieron seguir rompiendo y nuestra ansiedad aumentaba con los minutos, mientras tanto comentábamos entre nosotros que el propio Enzo, con apenas 10 años fue el último que introdujo en el nicho una serie de objetos personales de mi papá, como a los Faraones. Por ejemplo, unos botines de fábrica, ¡ropa de trabajo! y ofrendas florales. ¡Qué locura! Pareciera que lo habrían condenado a trabajar por toda la eternidad!!!

Una vez rota la pared, Enzo se abalanzó para ver como estaba todo y ¡oh! sorpresa, del cajón no había quedado nada, una montaña de polvo negro en el piso, las manijas tiradas al costado en el exacto lugar que habían ocupado cuando eran parte del féretro, de los botines solo quedaron las suelas, todas retorcidas y la bolsa de ropa era una masa amorfa, que ¡daba miedo tocarla!

Ese fue un momento de humor porque todos nos acordamos del “Blem” que quería comprar Enzo. Nadie quería tocar nada, entonces el encargado mandó a buscar guantes y un cajón usado, pero en buen estado, para colocar el cofre metálico (aún en perfecto estado) y así hacer más presentable la ceremonia de juntar a mis dos padres en su casita definitiva.

Lo que no calcularon los muchachos fue que mi papá medía casi dos metros y ese cajón parecía chico. Después de muchos minutos y un gran esfuerzo, pudieron sacar el cofre metálico del nicho y no contaban que era pesado, los venció y cayó arriba de la escalera que se usa para subir a reponer las flores; ¡menos mal que no cayó al piso!. Ahí se dieron cuenta que mi papá era muy grande y que a ese cajón le faltaba como 50 cm de largo y 20 cm de ancho para que él cupiera.

Finalmente decidimos limpiar el cofre y llevarlo así porque se estaba haciendo un poco tarde y la gente comenzaba a llegar al Cementerio eran casi las 7,00 hs de la mañana.

Lo cargamos en el carrito y fuimos en procesión hasta la entrada, era una mañana preciosa y fresca, me salió del corazón hablarle a mi papá y decirle que aprovechara el hermoso Sol, ya que habían pasado 43 años sin verlo.

Cuando llegamos a la entrada, nos dimos cuenta que no había manera de trasladarlo por los pasillos internos, así que lo hicimos por la calle lateral (donde están los estacionamientos y los puestos de ventas de flores) sabiendo que era un sacrilegio, pero no teníamos otra opción, así que por la calle fuimos.

Recuerdo la cara de las personas que estaban ingresando temprano al campo santo, seguramente habrán pensado que éramos unos profanadores de tumba o una especie de científicos locos en busca de cuerpos.

Éramos siete personas con herramientas, palas y cortafierros, empujando un carrito con un cofre medio oxidado haciendo zigzag por la calle para que no se nos cayera el cajón. Yo los seguía de cerca con el auto porque la bóveda queda al final del Cementerio casi 300 metros por calle de ripio. Me adelanté un poco para esperarlos en la entrada y ayudar con el traslado. Mirando desde ese punto, no podía creer esa escena bizarra, digna de Almodóvar o de algún otro director de películas tragicómicas. Ver la escena a través de la bruma de la mañana, esas rueditas del carro girar y tambalear de un lado a otro, con mis hermanos a cada lado del carrito para que no se les caiga el cajón y los peones con sus herramientas al hombro, realmente me provocaron una sonrisa, me hubiera encantado poder filmarlos para que quedara documentado lo que ahora estoy escribiendo.

Cuando llegamos al nicho (9° A), introdujimos el cofre de papá en el centro de la segunda fila y dejamos el espacio derecho libre para la llegada de mamá.

En un momento, mi hermano Enzo, hizo algo inesperado que nos conmovió a todos: no sé de donde sacó una tiza y escribió su nombre en el lugar izquierdo de la misma fila, porque ahí quiere estar cuando él muera. ¡Un tierno!

De allí volvimos al velorio y esperamos la hora del traslado, programado para las 11:00 hs.

La misa se había realizado la noche anterior, así que la procesión fue directamente al Cementerio acompañados de un gran número de amigos y parientes.

Cuando finalmente ubicamos a nuestra madre al lado de Nicolino, sentimos una gran sensación de Amor infinito que fue postergado por un montón de años. Nos miramos con mis hermanos y exclamamos “TAREA CUMPLIDA VIEJA”.

Lo único que atiné a pedir fue “¡Un aplauso para la Concettina!”

El aplauso se transformó en ovación.




Aquí agregaré una vieja poesía anónima que siempre recitaba mi mamá desde que era muy pequeña y que seguramente aprendió en sus primeros años de escuela elemental.



LA CASUCCIA MIA

Píccola come un dado
Nítida come un fiore
É la casuccia mía
Il nido del amore.
Ci stá babbo e mamma
É il riso de un bel sole.
Ci stá la pace e il bene
Quando il mio cuore vuole.
Ha per 100 anni ancora
Sembra piú grata al cuore
La casuccia mia.
Il nido del amore.


III.

LA ENFERMEDAD

La etapa final de la vida de Concettina, que tal vez fue la más dura, también fue la más enriquecedora.

No pretendo hacer de este relato algo denso, sino que por el contrario, que sirva como guìa y ayuda, para los que les toque pasar por lo mismo.

En sus últimos tres años, mi hermana comenzaba a notar ciertas actitudes extrañas en el comportamiento de nuestra madre. Tenía episodios de olvido, sobre todo con el tema del dinero, no alcanzaba a cobrar la jubilación, que inmediatamente la escondía en algún lugar de la casa, al otro día le iba a reclamar a Rosaria que le habían robado la plata o que en el almacén se quedaron con el vuelto.

Al principio no sabíamos si era cierto o no. Pero con el correr del tiempo fueron apareciendo otros problemas: se olvidaba de la hornalla de la cocina prendida, mezclaba la comida con lo que tenía a mano y muchas otras cosas que agotaron a mi hermana. De tal forma que una tarde, ella nos pidió a todos los hermanos, que por favor le diéramos una mano para el cuidado de mamá. Hasta ese momento mi madre vivía sola en semejante caserón. Se cocinaba, lavaba toda la ropa de ella y la de Enzo que vivía en el departamento de arriba.


Todas las mañanas regaba las plantas, hacía la quinta y visitaba a sus mejores amigas. Eva, Luisa, Olga, Cesarina, Doña Juana, la mamá de Graciela Ferraro, las peluqueras y tantas otras.

Todo transcurría casi bien. Siempre que podía, ayudaba en el Círculo Abruzzese, haciendo la salsa, riendo y cantando con todo el grupo, esto era todos los Jueves y los fines de semana que hubiera fiesta. Enzo la llevaba y la traía a la hora que fuera.

Hasta que una noche muy lluviosa, me llama por teléfono una vecina de mamá para decirme que alguien le gritaba a Concettina, para que le abriera porque estaba lloviendo mucho. A mi vecina le pareció que alguien había querido entrar para robarle porque estaba sola, entonces salió con su marido, pero no había nadie en la puerta de entrada, así que llamó a Rosaria que vive a cincuenta metros y le explicó lo acontecido. Fueron a la casa, entraron con la llave de mi hermana y encontraron todo en orden. Después supimos que era mi propia madre que gritaba para salir, porque se despertó en medio de la noche y no reconoció su propia casa.


En esta etapa buscamos ayuda profesional y nos recomendaron un médico gerontólogo, el Dr Bellomo, quien la atendió hasta el final y a quien estamos profundamente agradecidos, por su profesionalismo y entrega.

Por consejo del médico, comenzamos con una serie de estudios, tomografías y centellogra-mas, de los cuales se pudo diagnosticar un importante cuadro de demencia senil, que si bien estaba ya avanzado, con la ayuda de medicamentos y mucha comprensión, lo podríamos manejar nosotros mismos.

Como todos teníamos nuestra propia familia, decidimos buscar una acompañante para que la cuidara al menos durante el día; Isabel fue la primera. De las noches nos ocuparíamos los hijos varones, turnándonos para no sobrecargar a ninguno.

Pasado un tiempo, agregamos otra acompañante que se quedara algunas noches. Tita fue la elegida y muy querida por Concettina porque la sacaba a pasear por el barrio, visitando a los vecinos o ir de compras las dos juntas. Los fines de semana seguíamos turnándonos los hijos para acompañarla y cocinarle, darle los medicamentos y acostarla.

No fue fácil para ninguno de nosotros, porque cada uno tenía su propia vida y gracias a la comprensión de nuestras parejas, pudimos sobrellevar esa situación.

Al principio, cometíamos muchos errores con el tema de la medicación, porque todos confiábamos que cada uno le daba los remedios a la hora indicada.

Pero a veces notábamos que estaba muy decaída y otras veces muy acelerada. Ahí nos dimos cuenta que, en ocasiones le dábamos el doble de dosis y en otras ninguna.

Ahí se le ocurrió a Marisa armar un diagrama diario, con los horarios de medicación, qué remedio le tocaba y a qué hora. También tenía un casillero para poner la inicial del responsable de darle esa medicación. No había posibilidad de error.

Este cuaderno se fue perfeccionando, hasta que ¡llegamos a armar las vacaciones de las acompañantes y las de nosotros también! Lo utilizamos hasta el final de sus días.


Pero un día, Tita enfermó del corazón y volvimos a los turnos anteriores. Isabel se ofreció a quedarse algunas noches y todos los días de la semana. Para esto seguimos buscando una segunda acompañante, cuestión de no sobrecargar al resto. Fue la misma Isabel que trajo a una vecina de su barrio, Marta, y de esta manera siguió por dos años y medio. Hasta el último día con mamá.

Por razones que me reservo, no voy a mencionar porque cambiamos a Isabel e incorporamos a Rosa para el último tramo de vida de la Concettina.

Rosa también fue una mujer muy cariñosa y comprensiva, solo tengo que agregar que crió a doce hijos y Marta a diez. Creo que títulos para acompañar a mi madre les sobra NO?

Contrariamente a lo que muchos piensan, la demencia senil, no siempre significa que la persona afectada no entiende la mayoría de las cosas, o que es un ser insensible. Con mis hermanos hemos comprobado que no pueden armar las frases hilvanadas correctamente porque cambian el significado de las palabras, pero no la idea. Cuántas veces se enojaba porque no le entendíamos lo que quería decir, pero seguía insistiendo hasta que la interpretábamos y ahí se ponía contenta.

Por eso cuando alguien decía, “pobre no entiende”, yo pensaba “pobre de vos si te escucha”.

En la medida que iba olvidando el nombre de sus hijos. Enzo se lo hacía recordar con el sobrenombre o la característica de cada uno de nosotros. Por ejemplo, Rosaria es la “Bella” de la familia, José es “Peppino”, Osvaldo es “Lungordo”, Enzo es el “Fabuloso”, que le hizo creer a mi mamá que tenía un hijo medio “estúpido”, el que era justamente “YO”!!

Pero ella contestaba que si era verdad que tenía un hijo estúpido “no hay que decirle nada, para que no se sienta mal”. ¡Qué tierna que era mi madre! Lo cómico es que lo decía delante mío.

Cuando la enfermedad comenzó a agravarse, no recordaba las caras de nosotros porque ella tenía en su mente, a sus hijos pequeños. Entonces a Enzo se le ocurrió otra idea genial. Un domingo que estuvimos todos juntos, para un asado en familia, él fue sacando una fotografía de cada uno de los cinco hermanos, las amplió y las pegó en la puerta del comedor con nuestros nombres arriba de cada foto. Obviamente la de él decía “El Fabuloso”; entonces la Concettina estaba siempre acompañada de sus hijos.

Aunque no recordaba ni nombres, ni caras, le encantaba recibir visitas y enseguida comenzaba a decir chistes, que muchas veces no podíamos creer el buen humor que tenía. Siempre que le preguntaban: ¿Cómo va Concettina?, ella respondía con mucha fuerza ¡¡¡Fenómeno!!!

La etapa más tragicómica, fue cuando empezó a desconocer la casa; no había manera de convencerla que ésa era su casa de toda la vida.

Al llegar la noche y se hacía la hora de la cena, comenzaba a preguntar a qué hora la llevaríamos a su casa de Saavedra 630 (la dirección la recordaba perfecto).

–Vieja, ya estamos en casa, le decíamos.

– Pero ¡No! Y los chicos, quien les va a dar de comer?

–¡¡¡Vieja, los chicos ya tienen más de 50 años !!!

–¡¡¡Ma andààà!!!


El colmo fue, cuando le tocó a Enzo cuidarla un domingo a la tarde, junto a su hija Sabina, que acostumbraba acompañarlo, para peinarla y conversarle. Mientras estuvieron en la vereda, disfrutaron de la compañía de vecinos y amigos hasta que cayó el sol y entraron a la casa por el patio trasero. Ni bien pisaron el interior de la casa, mi madre empezó a decirle que la llevara a la casa de Saavedra 630, porque tenía que darle de comer a los chicos. Enzo no sabía qué hacer; entonces, se le ocurrió que, llevándola nuevamente a la entrada y viera el cartel con la dirección se iba a convencer. Craso error; en cuanto retornaron al interior de la casa, comenzó nuevamente:

–¿Por qué no me llevas a mi casa, que están los chicos solos?