OTRAS OBRAS DE JOSÉ MARÍA ROA BÁRCENA (MÉXICO, 1827-1908)

Novela
La quinta modelo, 1857
Cuento
Noche al raso, 1865
Poesía
Obras poéticas, 1913
Historia
Recuerdos de la invasión norteamericana, 1883

Edición e introducción

Rafael Olea Franco

UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO

MÉXICO 2012

Notas

1 Para aligerar de notas este prólogo, se omitirán las referencias bibliográficas de las citas de la obra de Roa Bárcena, cuya identificación precisa se encontrará en la “nota de edición” con que cierran estas páginas. [regresar]

Para una descripción global de este punto en relación con la obra del autor, véase mi ensayo: “José María Roa Bárcena: literatura e ideología”, en La república de las letras. Asomos a la cultura escrita del México decimonónico, eds. Belem Clark de Lara y Elisa Speckman Guerra, México, Universidad Nacional Autónoma de México (Ida y Regreso al Siglo XIX), 2005, vol. III, pp. 259-276. [regresar]

3 Para un mayor desarrollo de este tema, véase el ensayo de Martha Elena Munguía Zatarain, "Cuentos del general y Noche al raso. La fundación de una poética de cuento mexicano", en Literatura mexicana del otro fin de siglo, ed. Rafael Olea Franco, México, El Colegio de México, 2001, pp. 145-155. [regresar]

4 Aclaro, al margen, que mi concepción del cuento moderno -que no es la única plausible- emana de las ideas preconizadas por Edgar Allan Poe en la cultura occidental del siglo XIX, las cuales fueron difundidas y afinadas la siguiente centuria en Hispanoamérica por autores como Horacio Quiroga y Julio Cortázar. Así, el cuento sería, grosso modo, un relato breve de escritura condensada y climática, que tiende a narrar en prosa una acción central, privilegiando la descripción del suceso sobre la caracterización de los personajes, y mediante un espacio y tiempo más o menos unitarios. [regresar]

5 Cynthia K. Duncan, "Roa Bárcena y la tradición fantástica mexicana", Escritura. Revista de Teoría y Crítica Literarias, 15 (1990), p. 109. [regresar]

6 Sobre este punto, véase el artículo de Rosalba Campra: “Los silencios del texto en la literatura fantástica”, en  El relato fantástico en España e Hispanoamérica, ed. Enriqueta Morillas Ventura, Madrid, Sociedad Estatal Quinto Centenario, 1991, pp. 49-73. [regresar]

7 Sigmund Freud, "Lo siniestro" (1919), en Obras completas, ordenación y revisión de Jacobo Numhauser Tognola, tr. Luis López-Ballesteros y de Torres, Madrid, Biblioteca Nueva, 1973, v. 3,p. 2498. [regresar]

8 Pedro Lasarte, "José María Roa Bárcena y la narración fantástica", Chasqui. Revista de Literatura Latinoamericana, 20.1 (1991), p. 14.  [regresar]

9 Una conclusión lógica e inmediata de esta propuesta sería desechar el sambenito de "antecedente" del relato fantástico en México con el que se ha calificado a 'Lanchitas' de Roa Bárcena y en El plano oblicuo de Reyes" (Luis Leal, Breve historia del cuento mexicano, México, Eds. De Andrea, 1956, p. 132).  [regresar]

10 Para un análisis de este punto, así como del concepto de literatura fantástica que he expuesto brevemente, véase mi libro En el reino fantástico de los aparecidos: ROA Bárcena, Fuentes y Pacheco, México, El Colegio de México-Conarte de Nuevo León, 2004.  [regresar]

11Agradezco con sinceridad la ingente colaboración de Pamela Vicenteño en el laborioso proceso de localizar y editar todos los textos (en especial su eficacia para encontrar las primeras fuentes). Asimismo, reconozco el auxilio de Alejandra Amatto en el cotejo de las diferentes versiones.  [regresar]

12 También merece mencionarse: José María Roa Bárcena, Novelas y cuentos, pról. Leticia Algaba, epílogo Jorge Ruffinelli, México, Ed. Factoría, 2000.  [regresar]

INTRODUCCIÓN

Para mi amiga RBV

ESTA ANTOLOGÍA REÚNE DIVERSOS TEXTOS DE JOSÉ MARÍA ROA BÁRCENA (1827-1908) QUE MUESTRAN SU PAULATINA incursión por el relato fantástico, tanto en formas versificadas como en prosa. La trayectoria del escritor veracruzano por este género podría sintetizarse en dos polos complementarios, los cuales representan parte sustancial del desarrollo de toda su obra: de su incipiente ejercicio de leyendas con motivos sobrenaturales, a la madurez de su escritura dentro del cuento moderno con una postulación fantástica plena.

En efecto, el interés primigenio del autor por temas afines a lo fantástico se reveló en su misceláneo libro de 1862 (nunca reimpreso) Leyendas mexicanas, cuentos y baladas del norte de Europa, donde aparecen algunos relatos versificados con argumentos divergentes de una concepción literaria realista. Entre las ocho leyendas de la primera sección del volumen (siete prehispánicas y una colonial), destaca “La princesa Papantzin”, cuya trama elabora los múltiples presagios de la llegada de los españoles a Tenochtitlan.

Según se anuncia en el primer canto, la joven y bondadosa princesa del título, hermana del rey Moctezuma, es resucitada por designio divino con el fin de que transmita a los suyos la buena nueva de la fe cristiana:

En medio de agüeros de gran desventura,
Dios quiso a la azteca gentil monarquía
con raro portento mostrar cierto día,
si bien entre sombras, la luz de la fe.

Sacó del sepulcro discreta princesa
que a reyes y plebe contó lo que ha visto;
con ello el apóstol primero de Cristo
en estas regiones de América fue.1

Paralizado por los augurios funestos, el rey Moctezuma es incapaz de pelear contra los invasores, tarea que sí asumen sus súbditos, aunque con fortuna adversa. Al final, la voz lírica pretende atenuar la fatalidad histórica del pueblo azteca enunciando la quimérica idea de que el cristianismo estableció un vínculo de amor entre los bandos antagónicos: “Sus lazos amorosos la Cruz luego / tendió entre vencedores y vencidos”. Como muchos escritores mexicanos de la segunda mitad del siglo XIX, Roa Bárcena participó de un afán nacionalista fundado en el romanticismo, al cual se sumaron su personal ideología conservadora y sus profundas creencias religiosas. Por ello se propuso la ilusoria empresa de conciliar el cristianismo español con el mundo prehispánico, cuya cosmovisión y prácticas religiosas desconocía.

Para los propósitos de esta antología, interesa notar que si bien la resurrección de la princesa Papantzin infringe las leyes causales del mundo familiares para los personajes, al inicio de la leyenda se adelanta que ese suceso sobrenatural emana de la voluntad divina, por lo que participa de una mentalidad católica que lo define como un milagro. Así, este insólito caso no es el principio estructural y dominante del relato, sino más bien una herramienta tanto para la eventual conversión religiosa de los personajes, como para construir un mensaje ideológico dirigido a los lectores, quienes se encontraban inmersos en un conflicto histórico —la fratricida y sangrienta lucha entre liberales y conservadores—donde la religión y la Iglesia desempeñaban una sustancial labor.2

Antes de analizar “La Cuesta del Muerto”, la otra leyenda con tema sobrenatural, conviene comentar brevemente, por sus semejanzas con el texto anterior, dos relatos en verso pertenecientes a la segunda sección del libro, donde Roa Bárcena tradujo, siempre a partir de las versiones francesas de X. Marmier, algunas obras europeas que englobó como “cuentos y baladas”. En “La vuelta de una madre”, desde su tumba una mujer logra que Dios le conceda regresar al mundo de los vivos por una sola noche, durante la cual ella vela por sus seis hijos, quienes sufren el descuido de su padre y de la nueva esposa de éste (por cierto que, como en la leyenda de Papantzin, en este relato la aparición sobrenatural es percibida primero por una niña, cuya inocencia atenúa su reacción frente al suceso extraordinario). En “La restitución”, el alma en pena de un hombre pide que su viuda devuelva a unas huérfanas la propiedad de la cual las despojó, porque así él podrá “Volver al sepulcro y en él descansar”. Como se ve, el acto increíble narrado en ambos textos —el regreso de los muertos al mundo de los vivos— no afecta gravemente la conducta de los personajes, ni deriva en las tramas de suspenso típicas del género fantástico; más bien sirve para plasmar una intención didáctica y moralizante.

El tema de las ánimas en pena, como se le llama en México, adquiere su mayor extensión en la única leyenda colonial: “La Cuesta del Muerto”, obra de patente y a veces rudo aprendizaje poético, constituida por once desiguales cantos, en versos donde alternan diferentes formas métricas: desde octosílabos asonantados, dispuestos en cuartetas o en largas tiradas, hasta endecasílabos consonantes en octavas, pasando incluso por una especie de silva (como sus casi cien páginas impiden su reproducción completa, en esta compilación sólo se ofrecen sus dos primeros cantos y el último). Después de un retrato lírico de las bellezas campiranas entre Jalapa y Coatepec, en el segundo canto el narrador principal o “cronista” (como él se identifica) se sorprende de que su guía en la caza, un hombre valiente pero supersticioso, de pronto sea presa de un irracional pavor. Para justificar su miedo, el guía refiere que el nombre del lugar donde se encuentran, la Cuesta del Muerto, se debe a que, apenas cae la tarde, muchos testigos han percibido ahí la visión de una casa incendiada, así como de un fantasma que carga un pesado costal:

El muerto, cual si pujase
al peso de lo que lleva
y que debe de quemarle.
Ala orilla del abismo,
do ser más profundo sabe,
se para; los pies afirma;
mece en infernal balance,
siempre en las espaldas puesto,
el costal para lanzarle,
y a poco desaparecen
muerto y costal, y unos ayes
resuenan, que con oírlos
para morirse hay bastante.

El escéptico cronista decide aguardar la llegada de la tarde para cerciorarse de la autenticidad de este asombroso relato. Durante la espera, que abarca del tercer al décimo canto (no incluidos en esta antología), el guía cuenta la historia que supuestamente originó la imagen espantosa. Caído de la gracia del rey español Carlos III(1759-1788) y exiliado en México, don Lope de Aranda lleva ya cinco años de matrimonio con la bella e infeliz doña Inés, la cual es cortejada por Román, sobrino de don Lope, y por Francisco, hijo del mayordomo de la hacienda. En un ataque de celos, don Lope intenta en vano asesinar a Francisco, por lo que doña Inés urde un maligno plan: para quedar libre y poderse casar con Román, a quien ama sin que éste lo sepa, ella finge inclinarse por Francisco y lo incita a matar a su esposo. Una vez cometido el crimen, ambos meten el cadáver en un costal y ella incendia la casa; mientras doña Inés ayuda a Francisco a transportar la pesada carga, aprovecha el contacto físico para atar la ropa de éste al costal; así, cuando él arroja su carga a un precipicio, es jalado por el peso y también muere. Al final, Román, inocente y mudo testigo de todo, prefiere huir antes que concretar un amor manchado por la sangre, y doña Inés es sentenciada a morir por el garrote. Esta truculenta y poco convincente trama explicaría la terrible visión de una casa incendiada y de un hombre que parece arrojarse a un barranco junto con su pesada carga.

La dilatada historia que presuntamente provoca la imagen fantasmal resulta excesiva, pues si acaso la primera aparición suscita un relativo suspenso, éste se disuelve de manera paulatina. Esta deficiencia es de tal magnitud, que en el último canto el autor no encuentra la fórmula verbal apropiada para que sus personajes vuelvan al presente de la enunciación después de la crónica retrospectiva del guía. Así, para simular que el relato de éste ha quedado trunco por la terrible visión que dice percibir, el narrador principal repite con monotonía la frase “Iba a contarme el guía”, con la cual inicia varias estrofas, entre ellas una donde expone las reacciones totalmente opuestas de los dos en relación con el aterrador espectro:

el buen Andrade que temblaba como
débil hoja al embate de la brisa,
“es el muerto”, me dijo con espanto,
emprendiendo la fuga a toda prisa.
En vano yo seguirle pretendiera,
que a la del ciervo iguala su carrera
en rapidez, e insólito deseo
tengo de ver la aparición terrible;
los ojos abro hasta donde es posible,
lector, y, sin embargo, nada veo.