image

Filosofía ciudadana

Miguel Á. Quintanilla

image

COLECCIÓN ESTRUCTURAS Y PROCESOS

Serie Filosofía

© Editorial Trotta, S.A., 2020

Ferraz, 55. 28008 Madrid

Teléfono: 91 543 03 61

E-mail: editorial@trotta.es

http://www.trotta.es

© Miguel Ángel Quintanilla Fisac, 2020

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

ISBN: 978-84-9879-809-8

ISBN (edición digital epub): 978-84-9879-830-2

Para Nora

Por alguna razón que se me escapa, no he sido capaz de escribir casi ninguno de los textos de este libro sin pensar, al mismo tiempo, en cómo Nora los leerá cuando pueda tener una perspectiva de tres o cuatro lustros y miles de recuerdos de su «abu». Creo que es así porque ella, su recuerdo, es lo más próximo a la eternidad que tengo a mi alcance.

ÍNDICE GENERAL

Prefacio

Parte I
FILOSOFÍA

1. Nuestro lugar en el universo y otras cuestiones filosóficas

2. El sentido de las cosas

3. El mensaje de los astros

4. Eclipse total

5. Posverdad

6. Materia y forma

7. Reivindicación del ateísmo

8. España y los toros

9. El derecho a la tolerancia

10. La incultura científica

11. Los errores del papa

12. La sabiduría de las multitudes

13. El principio de precaución y otros dilemas morales

14. Estudiar filosofía

15. Libros para siempre

16. Just in time/justo a tiempo

17. Las leyes de la robótica

18. Filosofía y política

19. Ventajas de la igualdad

20. Homo Deus

21. Realidad virtual

22. ¿De qué están hechos los números?

23. Para qué sirven los números

24. El misterio de los algoritmos

25. El nombre de la rosa

26. Palabras y cosas

27. La teoría del todo

28. Carlos Marx y Francisco de Vitoria

29. Teoría de colas

Parte II
INNOVACIÓN

30. Novatores

31. El imperativo de la innovación

32. Espasmos de innovación

33. Cultura de la innovación

34. Valor de mercado y valor real

35. El Acuerdo de París

36. Un largo verano azul

37. Manipulación genética de embriones humanos

38. Precaución con los transgénicos

39. El síndrome de Frankenstein

40. El fármaco más caro del mundo

41. La revolución digital

42. Las TIC contra las TIC

43. Wikipedia

44. Cajas negras

45. Más lecciones del Prestige

46. Los «peligros» de la impresión en tres dimensiones

47. La inteligencia de las máquinas

48. Arduino

49. Obsolescencia programada

50. Seguridad en la red

51. Centro de llamadas telefónicas de atención al cliente

52. Ordenadores para ser cultos

53. Juguetes tecnológicos

54. FabLab

55. Medios y fines en la red

56. Facebook y las calzadas romanas

57. Usar y arreglar

58. El derecho a mantener el control

59. Tecnologías entrañables

60. Una tesis sobre tecnologías entrañables

61. Big data

62. La robótica y la revolución

63. Mujeres y tecnología

Parte III
CULTURA CIENTÍFICA

64. La ciencia en la palestra

65. Ciencia para ciudadanos

66. Los ciudadanos apuestan por las tecnologías duras

67. Comunicación científica en situaciones de crisis

68. Tolerancia al riesgo

69. El efecto Matilda y el síndrome de Pigmalión

70. Fumar mata y la homeopatía no cura

71. Placebos

72. Vivir perjudica seriamente la salud

73. Ciencia con conciencia

74. La ciencia en Main Street

75. Ciencia y política en un país como este

76. La ciencia y la izquierda

77. Luz de sincrotrón

78. Las dos culturas

79. Ficción con ciencia

80. La limosna y el prestigio de la ciencia

81. Ciencia, la frontera sin fin

82. Cultura científica y políticas de la ciencia

83. La buena ciencia

84. Hipatia: mujer y ciencia

85. La mitad de los mejores: igualdad de género y discriminación positiva en la ciencia

86. Asociación Española para el Avance de la Ciencia

87. La madurez del sistema científico

Parte IV
POLÍTICA

88. El poder y la política

89. Vencer o convencer

90. Tecnocracia

91. El mundo va mejor de lo que creemos

92. Verdades y mentiras sobre la Universidad

93. La calidad de las universidades

94. Cuidemos la Universidad

95. El derecho de firma

96. A hombros de gigantes

97. Fuga de cerebros

98. El índice de Gini

99. Morir de frío

100. Refugiados

101. Democracia hooligan

102. El precio de la luz

103. La política como espectáculo

104. Pan y circo

105. Para qué sirven las primarias

106. No pienses en un elefante

107. El concepto de nación

108. Amar a Cataluña

109. El drama de Cataluña

110. Tiempos de revolución

111. El valor de lo intangible

112. Orgullo de Aquarius

113. Democracia radical

Referencias bibliográficas

Índice de nombres

PREFACIO

Tenemos los mejores instrumentos que nunca ha tenido la humanidad para entender el mundo y para transformarlo de acuerdo con nuestros deseos. Pero no tenemos tiempo para pensar en el mundo que tenemos y no somos capaces de formular deseos o planes de vida que nos parezcan plenamente satisfactorios durante un intervalo de tiempo significativamente mayor que el que necesitamos para formularlos. Por eso creo que una de las tareas más urgentes de nuestra época es la de recuperar la capacidad de pensar, una parte al menos de la más ambiciosa meta de la Ilustración: pensar para saber, saber para poder, poder para hacer lo que queremos.

Sí, no es más que más de lo mismo: recuperar el programa de la Ilustración, aunque sea desde nuevas bases, más modestas y realistas, pero también más decisivas e irrenunciables, porque ya no tendremos muchas más oportunidades de plantearnos ese proyecto de humanidad responsable.

Por eso presento estas páginas ante el lector con humildad y atrevimiento. Me gustaría que las leyera como lo que son: una colección de pequeños ensayos de filosofía ciudadana. Pero no un libro de recetas para vivir bien ni un compendio de pensamientos definitivos y acabados. Son solo estímulos para pensar, inspirados en la tradición de la filosofía, en la experiencia política, en el respeto a la ciencia y en el afán de dominar la innovación tecnológica, la única palanca que tenemos para recuperar el control de nuestras vidas y del universo en el que nos ha tocado vivir. Son solo píldoras para pensar, como las que tomamos para alargar el disfrute de la vida a lo largo de los años, pero dedicadas tan solo a estimular la vida intelectual, el pensamiento.

Cada capítulo se puede leer en unos breves minutos y, por lo general, su contenido está relacionado con la actualidad del momento en el que se escribió, tanto en contextos globales como en un contexto nacional e incluso local. (En definitiva, es un libro escrito desde Salamanca, España, durante la segunda década del tercer milenio). Pero la organización del libro no responde a criterios temporales ni a una estructura temática rígida. Solamente he agrupado los más de cien breves capítulos en cuatro partes para facilitar su manejo. La Parte I contiene ensayos de carácter filosófico general y está dedicada a especular sobre nuestro lugar en el universo y nuestra capacidad para entenderlo y cuidar de él. La Parte II, dedicada a la innovación tecnológica, se inicia con un pequeño homenaje a los novatores, los innovadores de la época ilustrada, y recoge decenas de pensamientos dedicados a la tecnología y a la innovación responsable: cómo nos afecta la innovación tecnológica, cómo podemos comprender su dinámica y controlar su desarrollo. La Parte III está dedicada a pensar sobre la cultura científica como una herramienta esencial para afrontar los retos, recursos y respuestas políticas que nos plantea la ciencia, su desarrollo y sus aplicaciones, en la sociedad actual. La Parte IV se dedica a la reflexión sobre el poder y la política con un énfasis especial en la política educativa y científica y en algunos de los retos políticos más importantes que tenemos que afrontar por el auge de los populismos, el nacionalismo y la banalización del debate público.

Supongo que el lector será capaz de rastrear, a través de las páginas de este libro, las trazas que ha ido dejando en él la biografía del autor. Aunque los textos se han revisado uno por uno para la presente edición, la mayoría de ellos provienen o bien de textos publicados en el Consejo editorial del diario Público, en su edición en papel entre 2008 y 2012*, o bien de las pequeñas piezas radiofónicas que durante años he leído todos los martes en la emisora Onda Cero de Salamanca, muchas de las cuales se han publicado también en mi blog maquinta.wordpress.com. Este contacto con el mundo periodístico me ha enseñado muchas cosas que yo no sabía que tenía que aprender. Por ejemplo, que casi todo lo que decimos y pensamos se puede exponer con menos palabras y con más precisión, que uno no puede escribir lo que quiera, sino lo que quepa en el espacio disponible y que uno no puede escribir cuando le venga en gana o cuando se sienta inspirado, sino antes de que se cumpla el plazo que le han dado para la publicación o la salida en antena. Un mundo de sorpresas, para un académico más bien tradicional en sus costumbres y caprichos.

¡Ojalá los lectores de este pequeño libro disfruten leyéndolo tanto como yo he disfrutado escribiéndolo a lo largo de estos años!

AGRADECIMIENTOS

Este libro no se hubiera podido hacer sin el apoyo de Ana, mi compañera de toda la vida, y de Jorge y Eva, nuestros hijos. Tengo que agradecerles su colaboración valiosísima en la revisión de los textos, así como las sugerencias que me han hecho y que me han permitido mejorarlos.

A lo largo de estos años ha habido otras muchas personas, principalmente estudiantes, colaboradores y colegas del Instituto de Estudios de la Ciencia y la Tecnología (ECYT) de la Universidad de Salamanca, a los que seguramente debo mucho más de lo que puedo reconocer de manera explícita. Pero hay dos personas a las que quiero citar expresamente: Esther Palacios y Pilar López. Sin su ayuda desinteresada y eficaz no hubiera podido escribir este libro.

Por último —y no en último lugar, desde luego— un libro no es solo lo que dice, sino también la forma como se plasma su contenido en un objeto material. El lector tiene ahora en sus manos el resultado final del cuidadoso trabajo de edición realizado por los profesionales de Editorial Trotta. Sin él no tendríamos libro, solo pensamientos. Muchas gracias.

*El primer artículo es de 17 de noviembre de 2008: https://blogs.publico.es/delconsejoeditorial/6/la-ciencia-en-main-street/ (ver más adelante: cap. 74).

Parte I

FILOSOFÍA

La filosofía no es una forma privilegiada de conocimiento, juicio moral o camino de salvación. Es solamente una forma de pensar, heredera de la cultura clásica, que empezó a forjarse hace dos mil quinientos años en la antigua Grecia. Lo que mejor define al pensamiento filosófico es su carácter generalista, su nivel de abstracción y su rigor metodológico. Pero no siempre las ideas filosóficas más fructíferas e interesantes se encuentran en los tratados y manuales escolares de filosofía. En realidad, nos topamos con ellas a cada paso que damos en nuestra vida diaria: cuando nos esforzamos por entender el mundo que nos rodea, su sentido, su valor y su interés para nosotros. O cuando nos enfrentamos al misterio de la existencia de nuestra propia capacidad de pensar, interpretar y cambiar el mundo que nos rodea. O cuando descubrimos razones para la duda y la crítica más allá de las apariencias y convicciones por las que nos guiamos en la vida diaria.

Hay muchas teorías e ideas filosóficas contradictorias entre sí. Pero el mayor valor del pensamiento filosófico no reside en que sea capaz de superar las contradicciones y la insuficiencia de nuestros conocimientos, sino en que nos ayuda a descubrir los límites de nuestra ignorancia y el lastre de nuestras imperfecciones y, en esa medida, es el mejor acicate de que disponemos para superarnos. No deberíamos perder la costumbre de afrontar los misterios de la vida y del universo desde esa perspectiva crítica que hemos heredado de los filósofos clásicos.

1. NUESTRO LUGAR EN EL UNIVERSO Y OTRAS CUESTIONES FILOSÓFICAS

Cuando miramos al firmamento, no sabemos ya qué admirar más, si la inmensidad y belleza de sus estrellas, o la capacidad de nuestra razón para entender y disfrutar del orden que subyace a las leyes de la física y que es la causa de esa belleza cósmica

Hace ya más de cien años que Einstein descubrió los secretos más recónditos del universo formulando lo que conocemos como teoría general de la relatividad. Se trata de una de las teorías más profundas y más asombrosas de la ciencia física actual. Gracias a ella sabemos que el espaciotiempo en el que se desenvuelven nuestras vidas tiene propiedades que hasta entonces era imposible imaginar y que explican fenómenos maravillosos, como que la luz se desvía por efecto de la gravedad, que la materia puede concentrarse hasta producir agujeros negros de los que no puede salir una brizna de energía, que el universo está expandiéndose… En fin, después de Einstein, cuando miramos al firmamento, no sabemos ya qué admirar más, si la inmensidad y belleza de sus estrellas, o la capacidad de nuestra razón para entender y disfrutar del orden que subyace a las leyes de la física y que es la causa de esa belleza cósmica. Al fin y al cabo, nosotros mismos no somos más que polvo de estrellas, diminutas partículas compuestas de la misma materia que forma la estructura del universo. Pero impresiona saber que esas pequeñas partículas hayan logrado avanzar tanto en la comprensión de la complejidad y la grandeza de su propia existencia.

Pensaba esto mientras viajaba desde Madrid, después de asistir a una reunión del consejo científico de la Fundación Española de la Ciencia y la Tecnología (FECYT) en la que habíamos estado hablando sobre la importancia de la cultura científica y de la educación científica. Al mismo tiempo, por la radio del coche, escuchaba la crónica de la cumbre del cambio climático que estaba empezando en París. Es curioso, pensaba yo. Gracias al genio de Einstein y a la potencia creativa del pensamiento científico, hemos dado pasos decisivos para comprender cómo funciona ese universo del que somos parte, pero también hemos desarrollado, al mismo tiempo, una civilización industrial que está amenazando la supervivencia de nuestro planeta por el cambio climático. Y, por último, parece que, también gracias al método científico, se va a lograr por fin un acuerdo que nos permita luchar contra ese cambio climático que nosotros mismos estamos provocando.

Así pues, la ciencia nos ha permitido comprender cómo es el universo y cómo funciona nuestro pequeño planeta Tierra en la inmensidad del cosmos. Ahora es preciso que aprendamos también a cuidar de él y a usar el conocimiento científico para cuidar de nosotros mismos. Se lo debemos a Einstein y a tantos científicos que a lo largo de los siglos nos han ayudado a descubrir nuestro lugar en el universo.

2. EL SENTIDO DE LAS COSAS

Estamos solos en el universo y por eso somos los únicos responsables de lo que nos suceda. Las cosas no tienen sentido, pero nosotros podemos construir su sentido

De acuerdo con la filosofía conceptualista y materialista de mi maestro Mario Bunge, premio Príncipe de Asturias de humanidades y doctor honoris causa por la Universidad de Salamanca, no hay razón para buscar un sentido ni en cada una de las cosas concretas materiales que hay en el mundo, ni en el mundo o universo en sí mismo, constituido por el conjunto de todas las cosas materiales*. Nosotros mismos, los humanos, junto con otros millones de especies biológicas, somos parte de ese mundo y nuestras vidas en sí mismas no tienen una finalidad propia. Nos regimos por las mismas leyes de funcionamiento, evolución y pervivencia a las que obedecen las estrellas del firmamento o las criaturas que pueblan nuestros océanos. Están ahí y nos recuerdan lo grande que es nuestro mundo o lo pequeños que somos como puntitos insignificantes de ese mundo, pero dotados de curiosidad y capacidad para contemplar el universo, extasiarnos ante él, cambiarlo y amarlo porque somos parte de él.

Las vacaciones son una buena oportunidad para alejarnos un poco de las preocupaciones cotidianas y dedicar algunos minutos a dejar a nuestra imaginación vagar libremente, creando para nosotros fantasías sin límites. A quienes vivan en la ciudad les recomiendo que aprovechen alguna noche de verano para pasear por las estrellas. Verán fácilmente que el firmamento en la noche es luminoso, los puntos de luz se cuentan por millones y la luna, cuando está alta, parece una luminaria radiante que proyecta nuestra sombra sobre el campo para que no nos sintamos solos.

Tarde o temprano nos preguntaremos: ¿Qué sentido tiene todo esto? ¿De quién es? ¿Por qué está ahí? ¿Qué hago yo aquí? Son las preguntas profundas que acompañan al hombre desde que empezó a razonar y a especular con ideas abstractas. Muchas de estas preguntas han dado lugar a creencias y mitos religiosos. Otras se han convertido en profundas reflexiones filosóficas. Al final de todo siempre termina apareciendo una convicción: estamos solos en el universo y por eso somos los únicos responsables de lo que nos suceda. Las cosas no tienen sentido, pero nosotros podemos construir su sentido, dárselo, inventando teorías que nos ayuden a comprender el mundo, y diseñando aventuras que nos ayuden a recorrerlo y disfrutarlo y cambiarlo, inventando nuestra propia vida en ese mundo.

Ni las cosas tienen sentido por sí solas, ni el sentido es una cosa. El sentido de las cosas es lo que nosotros hagamos con ellas, es el sentido que nosotros les damos incorporándolas a nuestras vidas. No hay escapatoria.

*Mario Bunge, 1976 es una pequeña pieza maestra del conceptualismo y el realismo filosófico de Bunge. Puede descargarse en https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=2046485.

3. EL MENSAJE DE LOS ASTROS

Dada la inmensidad espacial y temporal del universo, no sería imposible que condiciones similares a las que han permitido el desarrollo de la humanidad en la Tierra se hayan dado en otros lugares

Hace cuatro siglos (1610) Galileo publicó el pequeño opúsculo Sidereus Nuncius (Galileo Galilei, 2011) que puede considerarse el acta de nacimiento de la ciencia moderna. Se trataba de un informe sobre las observaciones que había podido realizar utilizando un telescopio que él mismo había construido. Gracias a él pudo descubrir las montañas de la Luna, las fases de Venus y la existencia de satélites en Júpiter, y concluir que el cielo y la tierra eran partes homogéneas de un único mundo, arrumbando así, en treinta páginas, siglos de especulaciones metafísicas: los humanos no éramos el centro del universo, sino los habitantes de un pequeño trozo de este. Otro pensador de la época, Giordano Bruno, había muerto, un año antes, abrasado en la hoguera de la Inquisición, por haber especulado con la existencia de infinitos universos.

Las cosas han cambiado en estos cuatro siglos. La proeza de Galileo es ya patrimonio de la humanidad y su modesto telescopio está hoy al alcance de cualquier escolar. Llevamos tiempo embarcados en una odisea apasionante para saber cómo es el universo y tenemos ya constancia empírica de la existencia no solo de miles de millones de estrellas y galaxias, sino también de planetas externos. Lo último es que el Observatorio Europeo Austral (institución científica internacional a la que España pertenece) ha confirmado el descubrimiento de un nuevo sistema, formado seguramente por siete planetas, en torno a la estrella HD 10180, con algunas características parecidas a las del sistema solar, incluyendo el tamaño de uno de ellos, próximo al de la Tierra*.

Así pues, los astros siguen enviándonos mensajes. Y casi todos van en la misma dirección: no somos nada especial en el universo, nuestra estrella es como otros miles de millones, nuestra galaxia es una más, puede haber planetas parecidos al nuestro distribuidos por todo el mundo. Y eso hace que cada vez sea más apremiante la última pregunta: ¿estamos solos? Dada la inmensidad espacial y temporal del universo, no sería imposible que condiciones similares a las que han permitido el desarrollo de la humanidad en la Tierra se hayan dado en otros lugares. Pero al mismo tiempo ¡es tan improbable que suceda lo que sucedió aquí…! Como decía Arthur C. Clarke: «Podemos estar solos o no. Cualquiera de estos pensamientos es aterrador» (Clarke, 1977). Mientras tanto nos queda una alternativa: seguir escuchando el mensaje de los astros y aumentando nuestro conocimiento científico del universo.

*https://www.eso.org/public/science/exoplanets/.

4. ECLIPSE TOTAL

La distancia entre lo que ven nuestros ojos en un eclipse de luna y lo que ocurre de verdad es tan enorme que en medio caben todo tipo de especulaciones, creencias y teorías científicas, pero también patrañas mitológicas

En los últimos años hemos tenido varias ocasiones de presenciar un eclipse total de luna. Por feliz coincidencia en las trayectorias de los astros, este tipo de eclipses se produce cuando la luna atraviesa una zona del firmamento sobre la que la luz del sol proyecta la sombra de la tierra. La blanca luz de la luna llena va adquiriendo un tono rojizo a medida que la sombra de la tierra va cubriéndola, hasta taparla por completo, durante el tiempo que dura el eclipse total. Cuando se produce, suele haber millones de ciudadanos de todo el mundo que pueden disfrutar del espectáculo en casi todos los rincones del planeta tierra. En mi opinión, lo más interesante de este tipo de espectáculos que nos brinda de vez en cuando la naturaleza reside en que son un testimonio vivo del valor de nuestro conocimiento científico.

Imaginemos un habitante humano de nuestro pasado prehistórico contemplando el fenómeno e inventando mil historias para poder entender cómo los astros jugaban al escondite. Seguramente en ocasiones como estas se fraguaron muchos de los pensamientos más descabellados que han habitado en el cerebro humano y que han dado contenido a tantas ideologías religiosas irracionales y a tantas creaciones de la literatura fantástica. Pero también fueron acontecimientos como este los que animaron a muchos de nuestros antepasados a construir modelos del universo para entender su mecanismo de funcionamiento en términos racionales, hasta construir el corpus fundamental de la física y, en general, de la ciencia moderna. La distancia entre lo que ven nuestros ojos en un eclipse de luna y lo que ocurre de verdad es tan enorme que en medio caben todo tipo de especulaciones, creencias y teorías científicas, pero también patrañas mitológicas.

Algo así debería haber en la mente de un famoso futbolista español, que trabaja en el Oporto Club de Fútbol, cuando lanzó en julio de 2018 un tuit en el que sometía a debate público la famosa cuestión de si el primer viaje del hombre a la luna, hace casi medio siglo, fue una simple patraña o fue real. El futbolista piensa que todo fue un montaje y ha puesto así de actualidad un viejo mito paranoide que afirma que toda la operación del Apolo Lunar fue una operación propagandística.

Deberíamos distinguir entre supersticiones sencillas y patrañas paranoides. Las primeras son creencias falsas, contrarias al conocimiento científico y motivadas seguramente por la incapacidad de algunas personas para entender el mundo en el que viven, incluidos los eclipses de luna. Las patrañas paranoides son falsas, como las supersticiones, pero son inventadas a propósito para engañar a la gente y solo tienen una utilidad: suscitar la duda acerca de hechos y datos que deberíamos dejar fuera de toda polémica.

Hay personas incapaces de aceptar que hace ya bastantes años que la humanidad ha podido contemplarse a sí misma desde el espacio, que hemos podido ver la tierra desde la luna, y que hemos tenido así la ocasión de pensar desde fuera, desde los límites de nuestra experiencia, en la fragilidad de nuestra existencia. Un eclipse de luna es una buena ocasión para pensar en todo esto. No dejemos que la irresponsable broma de un famoso nos prive del placer de saber que hace medio siglo la humanidad dio un gran paso adelante al pisar el suelo de la luna, el mismo que durante el eclipse veíamos pasar por la sombra de la tierra proyectada por el sol en el firmamento.

5. POSVERDAD

La noción de la verdad como correspondencia con los hechos es la más próxima al sentido común, al concepto de verdad que utilizamos en la vida cotidiana

El diccionario Oxford de la lengua inglesa declaró la palabra POSVERDAD como palabra del año 2016, el nuevo término que triunfó en las noticias, conversaciones, ensayos y cotilleos de ese año.

Pero ¿qué es la posverdad?

Para empezar a entender lo que significa, deberíamos aclarar primero qué entendemos por verdad. Aunque todo el mundo sabe qué significa mentir y qué es decir la verdad, los filósofos llevan siglos discutiendo cómo definir con precisión el concepto de verdad. Hay varias teorías estándar. La más común es la que se conoce como teoría de la verdad como correspondencia con los hechos. Es la teoría que defendió Aristóteles y que Tarski, un gran lógico y matemático polaco del siglo XX, definió en un famoso artículo: «El enunciado que afirma que la nieve es blanca es un enunciado verdadero si y solamente si la nieve es blanca». Más que una definición, parece una perogrullada, pero tiene una virtud que no vamos a discutir aquí: establece las condiciones para poder hablar de que un enunciado es verdadero, sin temor a enredarnos en paradojas como aquella del mentiroso (Epiménides, el cretense, afirma que todos los cretenses mienten). Esta noción de la verdad como correspondencia es la más próxima al sentido común, al concepto de verdad que utilizamos en la vida cotidiana. Pero no es la única. Por ejemplo, hay filósofos que defienden que la verdad de un enunciado no depende de cómo sea realmente el mundo al que tal enunciado se refiere, sino de otros enunciados que contribuyen a determinar su significado. Que la nieve sea blanca depende de lo que entendamos por blanco, por nieve y de la hora del día a la que hagamos la afirmación, etc. Es lo que se llama teoría convencionalista de la verdad. Y hay más. Por ejemplo, la concepción pragmatista, para la que la verdad no es algo que dependa de cómo es la realidad y lo que afirmamos de ella, sino del éxito o utilidad de nuestro conocimiento para hacer cosas, como cuando establecemos que algo es verdad porque lo hemos decidido así y porque tenemos el poder para decidirlo.

En fin, todas estas teorías de la verdad tienen algo en común: todas suponen que hay una separación tajante entre lo que es verdad y lo que no, entre la verdad y la mentira, el conocimiento y la ignorancia. Todas saben, por ejemplo, que, aunque puedes intentar hacer pasar por verdadero algo que es falso y es posible que lo consigas, con suerte y habilidad, lo que no es posible es que tú mismo, si estás en tu sano juicio, te creas que no has mentido. (Como aquella niña de cinco años a la que su papá pilló contando una mentirijilla y, ante la evidencia, solo supo reaccionar diciendo «Es que… se me había olvidado que no era verdad»).

Así ha sido siempre, hasta ahora. Pero ahora ya tenemos una visión alternativa: la posverdad. Es decir, la mentira disfrazada de verdad alternativa, la patraña de toda la vida disfrazada de neologismo y trending topic. Créanme, no hay nada de valor en la posverdad, no hay verdad alternativa, la posverdad es solamente la mentira posmoderna.

6. MATERIA Y FORMA

Durante siglos en nuestra cultura occidental y cristiana nos hemos acostumbrado a pensar que la materia informe es algo malo, mientras que las formas puras, angelicales, son los habitantes del mundo mágico de las ilusiones

Aristóteles decía que todas las cosas están compuestas por dos principios, la materia y la forma. Materia es aquello de lo que están hechas las cosas. Forma es lo que hace que las cosas compuestas de materia sean lo que son. La materia de una mesa es la madera de la que está hecha, si es que es una mesa de madera. La forma es lo que hace que esos trozos de madera sean una mesa y no, por ejemplo, un árbol o una silla. Esta teoría aristotélica se denomina hilemorfismo (hylé significa materia en griego, y morfé forma).

Podríamos recuperar la vieja teoría aristotélica para entender algunas de las cosas que vivimos en nuestros días. Por ejemplo, cada cierto tiempo se celebra en Barcelona el foro mundial de la telefonía móvil (MWC) y se producen un montón de noticias sobre las maravillas tecnológicas del momento. Igualmente, cada cierto tiempo también se celebraba en Madrid la feria internacional de arte ARCO. ¿En qué se parecen los dos acontecimientos? Con una perspectiva tradicional diríamos que ARCO es el imperio de las formas, del arte puro, del gusto desmaterializado. Mientras que la feria de los móviles debería verse como un evento tecnológico, dedicado a la materia bruta, la técnica, la industria y las máquinas.

Pero si nos fijamos un poco más, veremos fácilmente que lo que nos están ofreciendo en Barcelona es casi todo inmaterial. Sí, son nuevos terminales telefónicos, pero ¿para qué sirven? Son máquinas de procesar y transmitir información. Todo su valor está en la información que procesan y en la forma como lo hacen, no en la materia de la que están hechos. Y valen lo que valen porque sus prestaciones triunfan como parte de las formas que configuran nuestras vidas: las redes sociales, los datos masivos, la computación en la nube…

Es la tecnología más inmaterial que ha disfrutado la humanidad desde que existe. En cambio, el arte, que representa el imperio de las formas, es inseparable de los soportes físicos. A veces es solo eso, soporte físico, materia bruta casi informe.

Creo que Aristóteles y sus intérpretes se equivocaban. Porque lo que da entidad a las cosas es su composición material no su forma etérea. Lo que ocurre es que durante siglos en nuestra cultura occidental y cristiana nos hemos acostumbrado a pensar que la materia informe es algo malo, mientras que las formas puras, angelicales, son los habitantes del mundo mágico de las ilusiones. Y ahora por fin tenemos acceso a unas tecnologías que parecen hechas por manos de ángel: es el triunfo de la información sobre la materia, es decir, de las formas.

Materia y forma, arte y tecnología, redes e información, demonios y ángeles: seguimos atrapados en el hilemorfismo aristotélico.

7. REIVINDICACIÓN DEL ATEÍSMO

Sinceramente, tener a media asta las banderas de los cuarteles del Ejército español porque se celebra el aniversario de la muerte de Jesús de Nazaret me parece un despropósito y una ofensa a los sentimientos privados de quienes no creen en Dios

El ateísmo es una doctrina filosófica que afirma que Dios no existe. Es decir, que no existe una entidad sobrenatural, todopoderosa, infinita, responsable del universo y creador de todas las cosas. Para el ateísmo, una entidad así es una quimera y la doctrina que afirma que tal entidad es real es simplemente una doctrina errónea e irracional. Según la teoría ateísta, no hay ni evidencia empírica ni argumentos racionales que se puedan esgrimir en favor de la afirmación de que Dios es una entidad real.

A pesar de que el ateísmo es la postura racional más evidente y fácil de admitir, existen muchos prejuicios en la cultura popular en contra del ateísmo como doctrina filosófica. El más extendido es el que afirma que, si bien puede admitirse que no hay argumentos convincentes en favor de la existencia de Dios, es igualmente difícil de admitir que haya argumentos convincentes en contra de su existencia. A lo más que podemos aspirar racionalmente no es a demostrar la existencia o inexistencia de Dios, sino a suspender el juicio sobre este tema (esta es la esencia del agnosticismo) y dejar que la decisión sobre creer o no creer en una entidad trascendente sea algo que no depende del juicio racional, sino de otras instancias afectivas que mueven nuestro pensamiento y nuestros sentimientos.

Los ateos racionalistas no estamos de acuerdo con este diagnóstico y reivindicamos la aplicación, en este caso, de las mismas pautas de pensamiento racional que aplicamos en la vida cotidiana. Si no tenemos razones para creer que algo existe, no nos abstenemos de creer, sino que asumimos la creencia de que no existe. Si no hay razones para creer que el monstruo del lago Ness es real, decía Hanson, un famoso filósofo de mediados del siglo XX, lo lógico no es suspender nuestra creencia acerca de su existencia, sino asumir simplemente que no existe tal monstruo (Hanson, Nelson y Feyerabend, 1976). Para el ateo, la existencia de Dios no es una opción posible, sino una falsedad empírica y racional: no hay razones para pensar que Dios exista y por lo tanto lo lógico es creer que no existe, es decir, lo lógico es ser ateo.

Vista así la situación, es fácil imaginar la desazón que deben experimentar los ateos españoles en la mayoría de las celebraciones de fiestas populares como las de Semana Santa y otras parecidas. Son días y días de fiestas de carácter religioso en las que ni siquiera se da la oportunidad de la duda: hay entusiasmo total en torno a unas creencias y sentimientos que para un ateo son simplemente irracionales.

Personalmente yo soy partidario de respetar a todas las personas independientemente de sus creencias y sentimientos. Así que me parece bien que la gente tenga creencias que yo considero absurdas. Pero me gustaría un poco de reciprocidad: la religión y las creencias que conlleva deberían mantenerse en ámbitos un poco más restringidos de la vida privada de las personas y no dar por supuesto que quienes consideran que las creencias religiosas son absurdas no puedan apenas manifestarlo públicamente sin exponerse al escarnio y a la crítica feroz. Sinceramente, tener a media asta las banderas de los cuarteles del Ejército español porque se conmemora el aniversario de la muerte de Jesús de Nazaret me parece un despropósito y una ofensa a los sentimientos privados de quienes no creen en Dios. Deberíamos evitar espectáculos así. Los ateos patriotas lo agradecerían y seguro que muchos devotos creyentes también.

8. ESPAÑA Y LOS TOROS

El nuevo argumento de los antitaurinos es muy simple y por eso mismo, incontestable: no hay que maltratar a los toros porque eso los hace sufrir

A lo largo de siglos las corridas de toros, en sus diversas modalidades y estadios de desarrollo, han sido objeto de polémicas intermitentes con distintos niveles de acritud. Larra, en su célebre artículo contra la fiesta (accesible en Larra, 2002), nos recuerda cómo ha evolucionado la tauromaquia en España, a partir, parece ser, de tradiciones «moras» y siempre vinculada a los avatares de la política. En un tiempo fueron divertimento de caballeros ociosos, después festín indigno para el populacho. Hubo reyes, tan poco sospechosos de antiespañolismo como Felipe II, que prohibieron las corridas y otros que las practicaron. Hubo papas que las condenaron con penas de excomunión y otros que las toleraron siempre que no se celebraran en domingo y que permitieran recaudar fondos para fines piadosos. Y por lo que el propio Larra cuenta, la evolución de la fiesta, hasta el momento en que él escribía (1828), no parece haber sido un ejemplo de refinamiento de la sensibilidad estética ni de la moral cívica.

Conviene recordar todo esto a quienes reclaman para los toros las credenciales de una respetable tradición milenaria, o los que la asocian con la identidad nacional de España (o de la parte no catalana de este país). En España (en toda o en parte) siempre ha habido críticos de la fiesta, lo mismo que ha habido entusiastas.

Si algo nuevo hay en el movimiento antitaurino actual, es que las razones y argumentos en los que se basa tienen más que ver con una nueva sensibilidad acerca de la naturaleza de los animales y del respeto que les debemos que con posiciones meramente políticas o ideológicas sobre la identidad de España, la naturaleza del progreso o las virtudes de la civilización cristiana. El nuevo argumento de los antitaurinos es muy simple y por eso mismo, incontestable: no hay que maltratar a los toros porque eso los hace sufrir.

Es posible que alguien piense todavía que el sufrimiento es una categoría moral, solo aplicable a animales dotados de autoconciencia. Pero esto es un error científico, disculpable quizá hace un siglo, pero no hoy (véase, si no, Vivan los animales, de Jesús Mosterín, 1998). Superado el error, ¿qué argumento se puede dar para justificar la tortura de un animal? Lástima que este asunto tan delicado e importante se haya visto eclipsado por la torpe e hipócrita utilización del tema de los toros en la política nacionalista catalana y española.

9. EL DERECHO A LA TOLERANCIA

Los asesinos islamistas de París son también de los nuestros, nacidos en Europa, criados aquí, educados en nuestros colegios y desquiciados en nuestros templos por ideologías absurdas y dañinas

Leyendo el Tratado sobre la tolerancia de Voltaire (Voltaire, 2006) he encontrado una frase que, si no fuera por el evidente anacronismo que supone, podríamos leer como si se refiriera a los atentados islamistas de París de 2015. Voltaire, el filósofo ilustrado del siglo XVIII, racionalista y laico, empezaba su tratado contando el episodio de una familia calvinista cuyos miembros habían sido perseguidos por las autoridades y el populacho católico de Toulouse, con el resultado de que el padre de la familia había sido condenado y torturado hasta morir. Dos años más tarde, la madre logra reponerse y acude a la justicia del rey en París. Y allí obtiene reparación y justicia efectiva. Y es entonces cuando Voltaire escribe esta frase gloriosa: «En París la razón puede más que el fanatismo, por grande que este pueda ser».

No podemos hablar de París, la razón y la tolerancia y no pensar en lo pasado allí en 2015. Una cuadrilla de fanáticos, blandiendo consignas político-religiosas y utilizando armas del diablo han irrumpido en la ciudad de la luz y de la razón, y han perpetrado una serie absurda de atentados en nombre de no sé qué religión.

Los europeos deberíamos estar ya vacunados de guerras de religión. Al fin y al cabo, han sido muchos siglos de persecuciones y delirios, muchos miles de herejes inmolados, muchas palabras usadas como incentivo para destruirnos entre nosotros en nombre de supuestas creencias religiosas. Los atentados islamistas son el último episodio de una triste historia de guerras de religión. La única diferencia es que ahora los fanáticos, que son conciudadanos nuestros, no se alimentan de doctrinas y sectarismos de origen cristiano, sino que enlazan con otra de nuestras tradiciones religiosas, la del islam. Pero, no nos engañemos, los asesinos islamistas de París son también de los nuestros, nacidos en Europa, criados aquí, educados en nuestros colegios y desquiciados en nuestros templos por ideologías absurdas y dañinas.

La tolerancia religiosa es una virtud inseparable de la racionalidad y de la civilización laica que finalmente reina entre nosotros, después de siglos de locura. Y es un valor que debemos reivindicar como un derecho natural de los hombres, basado en el principio universal de que no debes hacer a nadie lo que no quieres que te hagan a ti.

Pero como ya advertía Voltaire en su alegato en favor de la tolerancia: «Para que un gobierno no tenga derecho a castigar los errores de los hombres, es necesario que tales errores no sean crímenes: solo son crímenes cuando perturban la sociedad: perturban la sociedad si inspiran fanatismo; es preciso, por lo tanto, que los hombres empiecen por no ser fanáticos para merecer la tolerancia» (Voltaire, 2006, cap. XVIII, cursiva en el original). Digámoslo claramente y de una vez: debemos ser tolerantes con el islam como lo somos con el cristianismo o con el laicismo. Pero no debemos ser tolerantes con los fanáticos asesinos que siembran el terror a las órdenes del llamado Estado Islámico. Con el fanatismo, tolerancia cero.

10. LA INCULTURA CIENTÍFICA

«A mi hijo lo ha matado la incultura científica», decía el titular de la noticia