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Jürgen Habermas.
Una biografía

Stefan Müller-Doohm

Traducción de Alberto Ciria

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La traducción de esta obra ha recibido una ayuda de Goethe-Institut,
institución financiada por el Ministerio de Asuntos Exteriores de Alemania.

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TIEMPO RECOBRADO

Título original: Jürgen Habermas. Eine Biographie

© Editorial Trotta, S.A., 2020

Ferraz, 55. 28008 Madrid

Teléfono: 91 543 03 61

E-mail: editorial@trotta.es

http://www.trotta.es

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Suhrkamp Verlag Berlin

© Alberto Ciria Cosculluela, traducción, 2020

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ISBN (e-pub): 978-84-9879-838-8

Para mi esposa Heidlind

CONTENIDO

Preámbulo

Prólogo. El distinto entre sus semejantes

Primera Parte
CATÁSTROFE Y EMANCIPACIÓN

1. Años fatídicos vividos como normalidad. Infancia y juventud en Gummersbach

2. Estudios en Gotinga, Zúrich y Bonn

Segunda Parte
POLÍTICA Y CRÍTICA

3. Éducation intellectuelle en el Café Marx

4. Bajo la égida de personalidades opuestas: Abendroth y Gadamer

5. Otra vez Fráncfort. Prueba de resistencia entre ciencia académica y praxis política

6. En la torre de marfil de la investigación sociológica

Tercera Parte
CIENCIA Y COMPROMISO

7. Genius loci: Fráncfort por tercera vez

8. Nuevos proyectos

9. En la zona de combate de las controversias político-intelectuales

10. Contra el alemanismo y el nacionalismo

Cuarta Parte
SOCIEDAD COSMOPOLITA Y JUSTICIA

11. Crítica como profesión. Transición al tercer milenio

12. La domesticación del capitalismo y la democratización de Europa

13. Filosofía en la modernidad posmetafísica

14. Libros de una exposición

Epílogo. La brújula interior

Notas

APÉNDICES

Genealogía

Cronología

Cursos y seminarios

Estancias como profesor invitado a partir de 1967

Bibliografía

Relación de archivos

Procedencia de las imágenes

Agradecimientos

Índice onomástico

PREÁMBULO

«Nadie tiene derecho a comportarse conmigo como si me conociera».

Robert Walser1

A Jürgen Habermas le han colgado muchas etiquetas durante las pasadas décadas: «paladín de la modernidad» y «el maestro de la comunicación», «conciencia moral pública de la cultura política» y «el Hegel de la República Federal», «el poder del Meno», «el polemista de Fráncfort» y Praeceptor Germaniae, por mencionar solo algunas2. Esta serie de epítetos —que sin ser forzosamente aduladores tienen sin embargo una enorme repercusión mediática— se podría prolongar sin problemas, lo cual evidencia qué valor noticiable tan alto tiene Habermas, así como el hecho de que, si atendemos sobre todo a su repercusión como científico y como emisor de diagnósticos de la época, no es desde luego la falta de publicidad lo que impera. Pero entonces, ¿por qué escribir todavía una biografía sobre esta personalidad, y encima una biografía que no pone el foco en Jürgen Habermas como persona privada (y más bien desconocida) y que tampoco tiene por objetivo brindarle un monumento a un «pensador magistral» con motivo de su octogésimo quinto cumpleaños? Al fin y al cabo, vivimos en unos tiempos en los que, como dice el propio Habermas, los héroes hacen tan poca falta como los antihéroes. Lo que ha impulsado y motivado a un sociólogo a lanzarse en brazos de la investigación biográfica y a volver a hacer sus pinitos como biógrafo ha sido la convicción de que, en las huellas visibles de una biografía como la de Jürgen Habermas, se puede estudiar particularmente bien lo que, en cierta manera, fue desde sus comienzos la gracia de la observación sociológica: la dialéctica de individuo y sociedad. ¿Cómo una persona, en su contexto vital que ella comparte con otras, se constituye en un individuo que solo a lo largo de un proceso de confrontación con su época y dentro de su época es capaz de crear lo que su biografía tiene de particular y de singular?

Desde luego que justamente en el caso de esta biografía es grande la tentación de presentarla como una extraordinaria trayectoria de éxitos. Pero esto no solo equivaldría a andar retocando los tonos umbríos de tal biografía, que al fin y al cabo ya resultan conocidos, siquiera parcialmente, sino que también disuade de ello el propio decurso vital de Habermas, por mucho que a primera vista pueda resultar burgués y convencional. En las conversaciones que mantuvimos con él, insistió una y otra vez en que su trayectoria más o menos rectilínea no se salió del marco de la historia que le tocó vivir a su generación ni de aquello que a una persona particular le resultó posible para realizar sus ambiciones personales bajo las condiciones de una libertad recobrada. Si quisiéramos dar crédito a esta descripción que hace de sí mismo, en el caso de la biografía de Habermas llegaríamos quizá al resultado de que aquí se ha ido realizando un desarrollo gradual de una fase vital a otra, que es exactamente lo que sucede en cualquier biografía normal. Es cierto que su biografía se caracteriza por la continuidad de un estilo de vida basado en unas circunstancias vitales que en amplia medida aparecen garantizadas: infancia, escuela, estudios universitarios, matrimonio, hijos, carrera profesional, etc. Y como sucede con las vidas de otras personas, también en la suya hay rupturas, reveses y cesuras. ¿En qué consiste entonces lo inconfundible de este curso existencial, lo inusitado dentro de lo habitual?

Sin duda salta a la vista que Jürgen Habermas ha hecho una carrera notable. Con sus monografías y sus volúmenes recopilatorios de artículos, traducidos a más de cuarenta idiomas, se ha ganado como científico una enorme reputación nacional e internacional, y ha tenido como autor una enorme repercusión que ha rebasado el mundo académico. Visto así, parece obvia la conclusión de que la biografía de Habermas es, en el fondo, la biografía de su obra. Pero si esta vida resulta tan fascinante se debe precisamente a que es más que una pila de libros eruditos, a que este hombre abandonó una y otra vez el ámbito protegido de la universidad para meterse en el papel del polemista que participa en debates y para, de esta manera, influir en la historia de la mentalidad alemana. Y bien cabría añadir que, en efecto, ejerció tal influencia. En esta medida, la comprensión de los acontecimientos biográficos es, en cierto modo, el bajo continuo del verdadero objetivo principal de esta biografía: exponer el intrincado entrelazamiento entre el oficio principal y el oficio secundario, la relación recíproca entre los desarrollos especulativos del filósofo y las intervenciones del intelectual público teniendo de fondo los acontecimientos históricos de su época.

Al margen de cuáles sean los aspectos que el biógrafo acentúa, en todo caso comete un allanamiento del que tiene que confesarse culpable, pues de toda investigación y redacción biográficas necesariamente forma parte un factor de indiscreción. Es más, la investigación biográfica podría considerarse incluso un acto de hostilidad. Al biógrafo no le queda otro remedio que convertir una vida privada en objeto de su mirada curiosa. Es más: hurga en la vida del biografiado y tiene que seleccionar por sí mismo los acontecimientos que quiere considerar al detalle, aquellos otros que quiere limitarse a tratar por encima y los sucesos que cree que se pueden omitir del todo. Es decir, tiene que decidir qué momentos de la vida se pueden pasar por alto, qué complicaciones cabe dejar de lado y si debe rellenar huecos echando mano de la «fantasía exacta» (como la llamaba Theodor W. Adorno), y caso de que decida hacerlo así, dónde debe hacerlo.

En momentos así, el biógrafo no está tan lejos del novelista. Como hace el protagonista de la obra de Max Frisch Pongamos que me llamo Gantenbein, va tanteando a oscuras tratando de averiguar qué significan exactamente las escenas que ha presenciado al mirar retrospectivamente una vida: «¿Qué es lo que realmente ha sucedido?». Para hacerse con la historia de una vida, con sus fisuras y sus contradicciones, el biógrafo tiene que comportarse como el protagonista de la novela de Frisch, que finge estar ciego: «Me imagino»3. Y entonces comienza la búsqueda de la historia dentro de la historia, una búsqueda en la que, en comparación con el escritor, el biógrafo puede tener la ventaja de contar con un corpus de fuentes que le van guiando a la hora de narrar.

En consecuencia, en el mejor de los casos una biografía puede ofrecer credibilidad, pero nunca certeza. En mi opinión, el propósito de relatar en una biografía uno a uno los sucesos de una vida real, aunque sea a escala reducida, está de entrada condenado al fracaso. En tal medida, esta biografía no tiene semejante pretensión de verdad. En consecuencia, las expectativas que quizá algunos lectores tengan puestas en este género habrán de resultar defraudadas: que el biógrafo les permita a las lectoras y a los lectores una especie de trato de confianza con la persona que es objeto de la curiosidad biográfica, o que incluso les ofrezca sensacionales descubrimientos.

Este libro pretende arrojar luz sobre la vida y los movimientos destacados del pensamiento de Jürgen Habermas, deshaciendo así la ilusión de que es capaz de captar lo auténtico de la persona como si fuera un retrato. En lugar de ello, lo que queda en el centro de este estudio biográfico son textos de diverso cariz. Dicho más prosaicamente: lo que importa en primer lugar son los hechos, y en segundo lugar el autor de los hechos. Lo que hago sobre todo es ir leyendo las huellas que Habermas ha ido dejando como autor en el sentido más amplio, como filósofo pero también como una encarnación de ese tipo de intelectuales que, como si fueran los autores de los hechos, son impulsores de la política.

La sede institucional de estas huellas son, desde luego, los archivos. Entre ellos, mi propio archivo de Habermas, compuesto de una recopilación de fuentes que considero relevantes y que he ido elaborando sistemáticamente a lo largo de muchos años: las publicaciones de Habermas que son accesibles, parte de su correspondencia, entrevistas y fragmentos autobiográficos y la mayor parte de sus artículos publicados en diarios y semanarios así como en revistas culturales a partir de 1953. A eso se le suman fotografías y otras ilustraciones, así como numerosos protocolos de conversaciones con compañeros de destino y con testigos de la época4. A la hora de seleccionar, de componer sistemáticamente y de valorar después tanto las fuentes recopiladas en mi archivo personal como las que hemos aducido procedentes de otros archivos, nos guiamos por la pregunta específica que esta biografía plantea: ¿cómo llegó Habermas a ser, por un lado, el filósofo de la razón comunicativa y, por otro, el influyente intelectual público?

Por cuanto respecta a la praxis del discurso del intelectual, lo que queda en el centro de estas consideraciones no es la personalidad de Habermas, sino que mi atención se fija en sus intervenciones concretas en el ámbito público. Un aspecto esencial de eso lo representa la cuestión de cómo se crean unas polarizaciones que se van configurando en el curso de las disputas al objeto de acaparar tanto la atención como el monopolio intelectual de la interpretación: unas disputas en las que Habermas participó con frecuencia, es más, que en parte desencadenó él mismo. Además, planteo la pregunta de cuáles son los métodos del discurso y las estrategias de la política de ideas de los que Habermas echa mano cuando interviene como protagonista de controversias intelectuales. Y finalmente, ¿cómo se va concretando a lo largo de las intervenciones intelectuales la posición de Habermas, a quien se le atribuye la función de «líder de opinión» en las filas de la izquierda liberal —si es que se las quiere llamar así—?

Esa combinación de reflexión filosófica e intervención intelectual, que es tan típica de la actuación de Habermas, es la que estructura esta biografía, que renuncia casi por completo a la perspectiva de una biografía puramente individual, y que se abstiene de lanzar especulaciones acerca de qué pudo haber «pensado» o «sentido» Habermas en tal o cual ocasión. Más bien, pretende poner de manifiesto interdependencias entre biografía y evolución bibliográfica en el contexto de la historia de una época.

¿Qué función desempeña aquí la actitud que el biógrafo adopta hacia su tema? Sin duda, el reto del texto biográfico consiste en saber cómo recorrer la arriesgada cresta entre la proximidad y la distancia, entre la perspectiva externa del análisis neutro y la perspectiva interior de la exploración hermenéutica y de una comprensión enfática que solo se puede alcanzar gracias a la buena predisposición y a una capacidad de sintonización. También yo tuve que encontrar mi propio camino entre el distanciamiento y la aproximación. A lo largo de este camino he tratado de entresacar ciertos hilos de la madeja de esta biografía, con la esperanza de hacer así visible cómo se tensan y cómo discurren las líneas de la vida. Procedo de forma predominantemente cronológica, pero de cuando en cuando hago retrospectivas o anticipaciones para hacer reconocibles unas conexiones que, en determinadas circunstancias, quedarían ocultas en la cronología. A esto se le suma otra cosa: aquellos temas de los que Habermas se ocupó durante toda su vida, por así decirlo, se entresacan y se amplifican para poder observarlos con mayor precisión. Esto sucede sobre todo cuando se trata de las continuidades y las discontinuidades en el desarrollo de la teoría de Habermas. En ello me he abstenido, en la medida de lo posible, de dar mis propias interpretaciones y he dejado que sea la voz original la que hable.

Por último, mencionemos que en esta biografía hay fijados unos límites reconocidos de lo que se puede y se debe decir. En ella se oculta todo lo puramente privado e íntimo, en la medida en que no aporte nada aclaratorio para la comprensión de la filosofía y de la praxis intelectual. Y como es natural, tiene un final abierto. Pues el tema de esta biografía es una life and work in progress.

Prólogo

EL DISTINTO ENTRE SUS SEMEJANTES

«Es cierto que no comparto el presupuesto fundamental de la ‘Teoría Crítica’ tal como se configuró a comienzos de los años cuarenta»1.

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IRÓNICA FELICITACIÓN DE CUMPLEAÑOS DE UN CARICATURISTA. En rigor, Jürgen Habermas no encaja en esta imagen de grupo que se ha popularizado y que hizo el dibujante, poeta y músico de jazz Volker Kriegel, quien en su época de estudiante durante los años sesenta tuvo contacto en Fráncfort con las personas dibujadas. En esta caricatura, que se publicó en 1969 en el semanario Publik, resulta llamativo un Max Horkheimer sobredimensionado que está reuniendo «bajo sí», con gesto patriarcal, a tres personalidades importantes pero que aquí están reducidas a una talla enana: Herbert Marcuse, Theodor W. Adorno y Jürgen Habermas. El mensaje de que el conjunto de los cuatro compone la cuadriga de la Teoría Crítica solo puede quedar sugerido irónicamente. Es verdad que Horkheimer, el Spiritus Rector de la Teoría Crítica proveniente de Fráncfort y que, según Adorno, tenía un «fino olfato para las situaciones de poder»2, ya en vida fue capaz de hacer historia de la ciencia. Es a él a quien hemos de agradecer la acuñación del término «Teoría Crítica». Pero él fue todo lo contrario de un mentor altruista de aquellos tres espíritus bastante opuestos que se juntaron bajo el techo del Instituto de Investigación Social de Fráncfort y que no siempre compartieron las mismas opiniones. Estos espíritus no fueron ninguna comunidad conjurada con una mentalidad común, ni mucho menos una comunidad agrupada en torno a un «líder» carismático, como sí fue por ejemplo el círculo de George en torno al poeta o los existencialistas parisinos en torno a Jean-Paul Sartre. En lugar de eso, eran representantes independientes y tenazmente voluntariosos de formas y estilos de pensamiento dispares. Había sin embargo un denominador común, aunque pequeño: una postura de crítica ilustrada a unos desarrollos sociales que, desde su punto de vista, habían sido erróneos.

Sin duda que sería exagerado designar llanamente a Habermas —quien no solo en este dibujo, sino también en la realidad superaba en estatura a Marcuse y a Adorno— como el disidente de esta alianza de cuatro filósofos y sociólogos masculinos. Sin embargo, bien mirado, viene a ser el distinto entre los semejantes. Habermas era unos treinta años más joven que los otros, los cuales desempeñaron para él, cada uno a su manera, la función de modelos intelectuales, de modo que él pertenecía ya a otra generación. Habermas no provenía de una familia judía, como los otros tres, sino de una familia de carácter protestante. Dado que su infancia y su primera juventud transcurrieron en la época del nacionalsocialismo, no tuvo que sufrir la experiencia de la persecución racial y política, ni tampoco el destino del exilio. Otra diferencia biográfica relevante entre los intelectuales judíos de izquierda y Habermas cabe verla en que este, a pesar de una discapacidad lingüística causada por una fisura palatina de nacimiento, y por tanto congénita, nunca se consideró un marginal. El desarrollo de Habermas hasta convertirse en un homo politicus enraíza más bien, en buena medida, en las experiencias que tuvo durante los primeros años tras la Segunda Guerra Mundial. En ello desempeñó un papel decisivo sobre todo el modo como la clase política dirigente de la joven República Federal manejó la herencia que había dejado el criminal régimen nacionalsocialista, así como las carencias que se fueron perfilando cuando hubo que construir formas de vida democráticas en Alemania. Pero a pesar de todo el distanciamiento crítico que Jürgen Habermas asumió —y sigue asumiendo— reiteradamente hacia las circunstancias sociales y políticas que le rodeaban, él siempre se vio sin embargo como un participante activo en los acontecimientos sociales y políticos. Así que en su caso no cabe hablar de un sentimiento fundamental de desarraigo o de marginación, de esa peculiar conciencia de marginado que acompañó toda su vida a Adorno o a Marcuse. En el curso de una conversación, dijo de sí mismo que su vida había transcurrido en suma de forma poco espectacular3. Y de hecho es una biografía sin cesuras ni discontinuidades graves, caracterizada sobre todo, por un lado, por un historial académico lleno de éxitos, y por otro lado, por un enérgico intervencionismo en los acontecimientos políticos.

Mientras que Adorno y Marcuse en varias ocasiones tuvieron que competir entre sí para ganarse los favores de Horkheimer —quien con gran sentido estratégico supo sacar buen provecho de esa rivalidad—, Habermas, en su condición de colaborador temporal de un Instituto de Investigación Social de Fráncfort que había regresado a Alemania tras los años de la emigración, se granjeó desde el principio la resuelta antipatía del director del Instituto. Este veía con malos ojos tanto el proyecto teórico del nuevo ayudante —el cual aspiraba a hacer una adaptación del marxismo como filosofía de la historia para hacer con él aplicaciones prácticas— como también su compromiso político. En la restauradora Alemania de posguerra, y en plena desavenencia con la mayoría de los miembros del Instituto, Horkheimer practicaba, al menos hacia fuera, una política de ostensiva discreción que difícilmente podía ponerse en consonancia con el inconformismo y con los objetivos progresistas de la crítica social marxista, sobre todo después de haberse visto obligado a huir de la Alemania nazi.

Pero quizá el motivo más importante por el que Habermas fue en aquella época un distinto entre semejantes consistió en que él nunca vio como un programa rigurosamente definido eso que más tarde, a partir de mediados de los años sesenta, llegó a ser conocido en el mundo entero como «la Escuela de Fráncfort». «Para mí —confesaba en una entrevista— no existía ninguna Teoría Crítica, ninguna doctrina más o menos coherente»4. En aquella época no le quedó más remedio que buscar orientaciones en libros y artículos que, hasta finales de los años sesenta, eran muy escasos y estaban muy dispersos. Es más, los orientadores estudios del Instituto y de sus miembros que se habían publicado en los años de la República de Weimar y durante la fase de emigración a Estados Unidos «no estaban disponibles. Horkheimer tenía mucho miedo de que fuéramos a la caja» donde estaban embalados todos los anuarios de la Revista de investigación social publicados entre 1932 y 1941, que habrían de ser programáticos para la concepción original de la Teoría Crítica5. Pero Habermas no se dejó intimidar por ello, pues, quien quería, podía agenciarse aquella legendaria revista, «este continente sumergido»6 de la herencia revolucionaria, en el vecino Instituto de Ciencia Política, donde Carlo Schmid tenía su cátedra. Su ayudante, Wilhelm Hennis, había conseguido los anuarios comprándoselos a un anticuario de París y los había incorporado a la biblioteca del Instituto. Lo que Habermas llegó a leer en esos números, como él mismo dice, le «aguzó la mirada para la precaria cohesión entre democracia, Estado y economía»7.

Sin embargo, a comienzos de los años setenta, e influido entre otras cosas por la filosofía del lenguaje angloamericana, Habermas comenzó a desarrollar su propio paradigma de una razón comunicativa y de una acción orientada al entendimiento mutuo y a la comunicación, abandonando el sendero de la Teoría Crítica tal como lo habían seguido los representantes de la primera generación de la Escuela de Fráncfort. Desde entonces, su filosofía se centra en «aclarar las condiciones bajo las cuales los propios implicados pueden responder racionalmente tanto preguntas morales como preguntas éticas»8.

DIVERGENCIA E INCLUSIÓN. Cuando sale publicada por primera vez la caricatura de Volker Kriegel, Habermas acaba de cumplir cuarenta años. Ya en estos momentos tiene conciencia de las carencias de la Teoría Crítica clásica y está trabajando en la fundamentación de su propio programa filosófico. Por eso, la difundida afirmación de que hay una continuidad estricta en la Escuela de Fráncfort desde la primera generación hasta la tercera pasando por la segunda, bien examinada es incorrecta si la referimos a Habermas. Aunque se le ha considerado un representante de esa Escuela, sin embargo eso se debe a la circunstancia externa y casi banal de que, a finales de los años sesenta, Habermas llevaba ya trabajando desde hacía varios semestres en la facultad de filosofía de la Universidad Wolfgang Goethe de Fráncfort, como profesor titular de filosofía y sociología. Esa había sido la antigua cátedra de Max Horkheimer, y la ironía de la historia quiso que su sucesor hubiera de ser, precisamente, Habermas. En una entrevista que en junio de 1993 le hacen Wolfram Schütte y Thomas Assheuer, Habermas explica así cómo se toma que le asocien con una escuela teórica: «Las etiquetas que les cuelgan a las teorías más bien dicen algo acerca de la historia de la repercusión de los malentendidos que acerca de la teoría misma. Esto mismo se puede decir también de ciertas palabras sintomáticas como ‘discurso’ o ‘comunicación sin dominación’. Ya puestos a compendiar los resultados de una teoría para ponerlos de relieve, al menos hay que referirlos a los problemas de los que tal teoría procede. Yo partí de lo más sórdido de la antigua Teoría Crítica, que había tematizado las experiencias que se tuvieron con el fascismo y con el estalinismo. Aunque después de 1945 nuestra situación era distinta, esta mirada desilusionada a las fuerzas motrices de una dinámica autodestructiva de la sociedad fue lo primero que me llevó a buscar aquellas fuentes de la solidaridad recíproca que todavía no estaban completamente secas»9.

En lugar de vivir de las rentas de la herencia de la Teoría Crítica, Jürgen Habermas transformó esa teoría haciéndole dar un giro desde la teoría social hasta la teoría de la comunicación. Su punto de arranque es el potencial racional de la praxis lingüística, y la perspectiva a la que él aspira es la idea de una intersubjetividad incólume como «anticipación de las relaciones simétricas que el reconocimiento recíproco y sin coacciones comporta. […] Con ello guarda conexión —tal como el propio Habermas lo formula— el sentido moderno de un humanismo que encontró hace ya tiempo su expresión en las ideas de una vida consciente de su propio valor, de un autodesarrollo auténtico y de una autonomía: un humanismo que no se obceca con afirmarse a sí mismo»10. Mientras que aquel factor crítico que sigue habiendo en su teoría social se manifiesta como un moral point of view, como un «punto de vista moral», como perseverancia en la «idea negativa de la eliminación de la discriminación y del sufrimiento»11, su modelo de pensamiento posmetafísico se distancia de aquella noción de una negatividad total de la existencia que es propia de la filosofía de la historia.

Pero que a Jürgen Habermas se le siga incluyendo en el círculo en torno a Horkheimer y Adorno sin duda tiene que ver con la intransigencia de sus intervenciones políticas públicas. Son ellas las que le han acarreado el calificativo de espíritu oponente. Que a Habermas se le asocie con aquellos movimientos especulativos radicalmente críticos que se identifican con la lectura que en Fráncfort se hacía de Hegel, de Marx y de Freud se debe a que, durante estas décadas que marcaron la dirección para la liberalización cultural y política de Alemania, él se presentó como acuñador de palabras emblemáticas y como uno de los intérpretes de los cambios que habrían de resultar decisivos. Es este papel de intelectual políticamente activo y público, de ciudadano comprometido en una comunidad constituida democráticamente y que —como él lo formuló una vez— se pronuncia públicamente sin mandato político, el que lo convierte en representante principal de la segunda generación de la Teoría Crítica. Por lo demás, esta actividad Habermas quiere verla tajantemente separada de aquella otra función que él asume en la enseñanza y en la investigación en su condición de científico. «Lo que me enoja terriblemente —así expresa su descontento en el curso de una entrevista—, lo que me afecta, son las agresiones por parte de gente que no ve en mí la diferenciación de estos papeles. […] Quiero desempeñar […] cada uno de estos papeles […] de modo que, al desempeñar uno de ellos, los otros sigan siendo visibles»12. Y de hecho, Habermas no solo razonó teóricamente sobre ese «imperativo del argumento mejor que se caracteriza por no someter a coerción», sino que él mismo hizo un abundante uso público de esa misma razón.

Primera Parte

CATÁSTROFE Y EMANCIPACIÓN

«El momento de la catástrofe es el de la emancipación»*.

*Habermas [1997], Fragmentos filosófico-teológicos. De la impresión sensible a la expresión simbólica, p. 129.

1

AÑOS FATÍDICOS VIVIDOS COMO NORMALIDAD. INFANCIA Y JUVENTUD EN GUMMERSBACH

«Nuestra forma de vida está vinculada con la forma de vida de nuestros padres y abuelos merced a un entramado difícilmente desenmarañable de tradiciones familiares, locales, políticas y también intelectuales, es decir, merced a un medio social que es en realidad lo que nos convierte en lo que somos y en quienes somos hoy»1.

MIL NOVECIENTOS VEINTINUEVE. Jürgen Habermas nace el 18 de junio de 1929 en Dusseldorf, la ciudad del Rin, siendo el segundo de tres hijos. El nacimiento durante un hermoso verano —es el año en el que Thomas Mann es galardonado con el Premio Nobel de Literatura y en el que la novela antibelicista de Erich Maria Remarque Sin novedad en el frente se convierte en éxito de ventas— tiene lugar en tiempos de una República de Weimar sacudida por las crisis económicas y amenazada por intentos desestabilizadores tanto por parte de la derecha como de la izquierda radicales, y cuyo final ya empieza a perfilarse. Desde la primavera resultaba claro que ya no iba a poder impedirse una quiebra coyuntural. 1929 entra en la historia como el año de la gran crisis financiera mundial. Después de que los tiempos heroicos del arte se hubieran disipado hacía ya mucho, los «dorados veinte» están expirando ya, mientras comienza a bajar el nivel comparativamente alto de los salarios reales. Todavía se baila el charlestón y las faldas de las mujeres son cada vez más cortas. En los cines se proyecta desde enero Beso su mano, señora, una de las últimas películas mudas, pero que ya tiene una pequeña pista sonora. Marlene Dietrich representa el papel principal femenino, y la canción de tango que canta Richard Tauber y que había sido publicada ya en 1928 se convierte en éxito de ventas, con medio millón de discos vendidos. En Múnich prohíben actuar a Josephine Baker, porque los círculos eclesiásticos temen una ofensa a la decencia pública. En Berlín los periódicos traen noticias de injerencias censoras por parte de las autoridades, que debían impedir los escándalos teatrales en el Muelle de los Astilleros. Lo que no se puede impedir son los tiroteos que en la capital del Imperio se producen entre nacionalsocialistas y comunistas. Estas refriegas callejeras son la punta del iceberg de las crecientes tensiones políticas y entre las distintas mentalidades. «Así es como luchan monárquicos contra republicanos, conservadores contra liberales y socialdemócratas, protestantes culturales contra católicos, partidarios del pueblo contra representantes de la sociedad estatal burguesa, antisemitas contra partidarios de una progresiva integración social de los judíos alemanes, enaltecedores de la guerra contra escépticos de la guerra, místicos del Imperio contra políticos realistas, defensores de la ‘vía especial’ contra pragmáticos autocríticos, socialistas religiosos contra luteranos ortodoxos, entusiastas proféticos contra seguidores de la rutina, dogmáticos geopolíticos contra sobrios defensores de intereses, simpatizantes del fascismo italiano contra defensores de la República, abogados del Estado total contra demócratas liberales: un verdadero hervidero de teorías y fobias políticas en el que siempre predominan oposiciones fundamentales, a menudo fundamentalistas»2.

La muerte en octubre de 1929 de Gustav Stresemann, el político representante del liberalismo conservador, hubo de acarrear fatales consecuencias para la política exterior alemana: con él perdió a su representante más importante, cuyo objetivo era esforzarse por lograr el equilibrio de intereses y un entendimiento mutuo. Fue quien apoyó por parte alemana la inusitada iniciativa de Aristide Briand, quien en la Sociedad de Naciones en Ginebra había propuesto la creación de unos «Estados Unidos de Europa».

Durante ese año la cifra de parados crece un mes tras otro, hasta superar el límite de los ocho millones. El 24 de octubre de 1929 las cotizaciones se desmoronan en la bolsa de Nueva York, lo que desata una crisis financiera mundial: comienza la época de la Gran Depresión. Como consecuencia de ello, a lo largo del año 1929 los nacionalsocialistas ven elevarse claramente su porcentaje de votos, sobre todo en las elecciones parlamentarias regionales. En aquella época, su propaganda se dirigía sobre todo contra el modelo, negociado en junio, de los pagos de reparación tras el fin de la Primera Guerra Mundial, de la que Alemania salió derrotada, si bien gracias al llamado «plan Young» el gravamen anual se había reducido y Alemania volvía a ser capaz de comerciar desde la autogestión financiera.

A partir de la primavera de 1930, esta República sin republicanos, como cuyo presidente había sido elegido en 1925 un anciano mariscal general de campo enemigo de la República, pasa a ser gobernada por un gabinete de coalición compuesto por cinco partidos, bajo la dirección del socialdemócrata Heinrich Brüning. A causa de la manifiesta debilidad del gobierno, el partido que había ejercido la oposición fundamental contra la República de Weimar consigue eclosionar como movimiento de masas. La SA (Sturmabteilung, «Sección de Asalto») crece hasta convertirse en una contundente organización terrorista, y el Partido Nacionalsocialista Alemán de los Trabajadores (NSDAP), se dispone a crear de la nada su propio consorcio de medios de comunicación. Poco a poco los nazis van acaparando en el ámbito público todos los temas imaginables, van desarrollando nuevos programas de «autoayuda» contra el paro y comienzan a propagar con agresividad una imagen prácticamente mesiánica del «caudillo» (Führer)3.

También en Gummersbach, la pequeña ciudad renano-prusiana en la región de Oberberg, con sus aproximadamente dieciocho mil habitantes, que era la localidad donde residía la familia de Grete y Ernst Habermas, se habrá estado al tanto de aquella mezcla de acontecimientos políticamente fulminantes y económicamente catastróficos, así como de las grandes noticias culturales. Quizá más tarde relataran al adolescente los importantes acontecimientos que se produjeron el año de su nacimiento y que tuvieron más aspectos sombríos que luminosos. De lo que él podrá acordarse de adulto es de un Gummersbach tras el cambio de siglo, que en la época posterior a los «años de los fundadores»4 había asumido la forma de una «comunidad urbana» y de una «ciudad marcada por la industria». «El camino hasta la carnicería de Gries pasaba por la fonda Winter, por el café Garnefeld y por el establecimiento de los Wetzlar. Y de camino a las clases de piano en Winterbecke yo veía todas las semanas el hotel Koester y el antiguo juzgado local. […] A la juventud la marcó más el tranvía, […] la piscina cubierta, el ayuntamiento, el Castillo de los Cazadores, la casa consistorial, la tienda de juguetes Schramm»5. También se podría mencionar la alcaldía en el centro de la ciudad, llamada «el Palacio», luego la catedral de Oberberg, que fue construida en el siglo XI en estilo románico como una iglesia de tres naves de igual altura, pero asimismo los numerosos embalses en los valles de la zona del distrito de Oberberg, que era rica en bosques.

Durante los días de la infancia, el mundo de Karl May cautiva la fantasía del niño que va creciendo. Luego confesará que durante esta fase se comportó mucho tiempo de forma egocéntrica, ocupándose de sus propios problemas psíquicos6. En su época de colegial encuentra en la biblioteca familiar abundante literatura, por ejemplo las narraciones y novelas de Gottfried Keller y de Conrad Ferdinand Meyer. De Ernst Jünger lee más tarde El bosquecillo, así como el diario El corazón aventurero. La trilogía de novelas de Björndal, del escritor sueco Trygve Gulbranssen, forma parte de las lecturas del adolescente, así como las novelas y los dramas de Selma Lagerlöf y Knut Hamsun.

En la familia protestante en la que crece Jürgen Habermas se mezclan elementos propios de la pequeña burguesía por parte materna con la tradición del funcionariado, de la que procedía su padre, que había ascendido socialmente.

La primera vez que el apellido familiar queda documentado en certificados es en Turingia occidental durante la segunda mitad del siglo de la Reforma: en torno a 1570 Hanns Habermass obtiene la ciudadanía en Treffurt, al norte de Eisenach. En época posterior hubo varias generaciones de Habermas que vivieron en la ciudad residencial como reputados maestros zapateros.

LA FAMILIA. Ernst Habermas (1891-1972), hijo de un párroco que más tarde llegó a ser director del seminario, y de la hija de una familia de grandes propietarios campesinos, estuvo empleado primero en el servicio escolar superior, en la escuela de ciclo superior de formación profesional en Gummersbach7. Para mejorar sus ingresos, en 1923, poco antes de contraer matrimonio, renunció a su actividad profesional original para ocupar en adelante el puesto de asesor jurídico del departamento local de la Cámara de Industria y Comercio de Berg. Trabajando así ya en la política corporativa, paralelamente al desempeño de su oficio estudió en la Universidad de Colonia, obteniendo en 1925 el título de doctor en ciencias estatales económicas con un trabajo sobre El desarrollo en Oberberg de la industria de la minería a cielo abierto. Después de haber finalizado su período escolar en la escuela de ciclo superior de formación profesional en Gummersbach, estudió primero en Bonn y en Gotinga las especialidades de filosofía y filología, pero luego, en julio de 1914, solo aprobó el examen para ser profesor de alemán, inglés y francés en escuelas superiores. Fue miembro activo de la asociación de estudiantes de Bonn Alemannia, una fraternidad cuyos miembros se batían en duelos de esgrima y cuyo lema era «Dios, honor, libertad, patria». En total, el doctor Ernst Habermas estuvo en activo durante treinta y cinco años como gerente de la Cámara de Industria y Comercio. La familia vivía en una casa alquilada en la calle Körner 33. Cuando después de la guerra el asesor jurídico retomó su actividad, la familia se mudó a un edificio de nueva construcción en la calle Thal 23, donde también tenía su sede la Cámara de Industria y Comercio. Desde 1956 Ernst Habermas desempeñó su puesto en la Cámara de Industria y Comercio hasta que en 1962 le sucedió en el cargo su hijo mayor, el jurista doctor Hans-Joachim Habermas. Con sus publicaciones especializadas, ambos adquirieron reputación como conocedores de la vida económica regional.

Que el segundo hijo, Jürgen, recibiera como nombres adicionales tanto el del abuelo y el del tío que le apadrinó (un hermano menor del padre), Friedrich, como también el del padre, Ernst, obedecía a las convenciones de aquella época. Pero quizá esto sea también una indicación de aquello que la línea familiar paterna aguardaba de este descendiente: seguir con la tradición de una burguesía formada y con la tradición del funcionariado con el espíritu del estilo de vida protestante.

En los recuerdos de este hijo menor, el abuelo paterno, Johann August Friedrich Habermas (1860-1911), asume una especie de función modélica, pues en la saga familiar se le rendían honores de forma peculiar8. En su condición de pastor era un hombre orientado hacia las virtudes prusianas de la ética del trabajo, pero al mismo tiempo era un hombre muy testarudo, que no se arredró a la hora de discutir varias veces con la Iglesia regional para fundar una comunidad evangélica libre. En su condición de director en activo del recién fundado seminario prusiano de profesores, una posición que ocupó de 1904 a 1911, era un reputado ciudadano de Gummersbach, y además había hecho méritos como autor de un manual de ciencias bíblicas. En 1911, el director del seminario real Johann August Friedrich Habermas, de quien se dice que tenía una mentalidad alemana nacionalista, falleció a los cincuenta y un años a causa de una cardiopatía, dejando esposa, Katharina, de apellido de soltera Unterhössel (1872-1955), y seis hijos. A la viuda de treinta y ocho años solo le quedó una pensión muy escasa, por lo que las tres niñas y los tres niños tuvieron que crecer en medio de una situación económica muy estrecha. La madre de Jürgen Habermas, Anna Amalie Margarete Habermas, de apellido de soltera Köttgen (1894-1983), había asistido a la escuela de enseñanza media y a una escuela femenina de enseñanza superior, donde obtuvo el título de bachiller. Durante la Primera Guerra Mundial trabajó como enfermera y en verano de 1923 se casó con Ernst Habermas, a quien había conocido hacía ya dos años. Ernst esperó a fundar una familia hasta que hubo conseguido un puesto profesional seguro y, a la edad de treinta y dos años, se vio en situación de crear las condiciones materiales para el matrimonio y los hijos. Al igual que su esposo, Margarete Habermas había estudiado piano y tenía inquietudes literarias y artísticas. Pero según era usual en aquella época, se consagró por entero a la educación de los tres hijos, dos niños y una niña, y a desempeñar las labores domésticas primero en la calle Körner y más tarde en la calle Thal. El restaurante de la cervecería Gambrinus, que sus padres —el maestro cervecero y bodeguero Julius Köttgen (1858-1936) y su segunda esposa Anna, de apellido de soltera Theissen (1870-1947)— regentaban en Dusseldorf en la calle Düsseltaler, era para sus dos hijos Hans-Joachim y Jürgen un lugar de encuentro sumamente atractivo donde acudir cuando estaban de visita en la ciudad. Hans-Joachim Habermas es cuatro años mayor que su hermano. La hermana Anja nace en 1937, cuando Jürgen ya va a la escuela de enseñanza básica. A finales de los años cincuenta emprendió estudios de psicología, filología alemana, historia del arte y pedagogía, y tras haber aprobado el examen final de magisterio se dedicó temporalmente a la enseñanza. Desde que contrajo matrimonio en 1964, la que ahora es madre de tres hijos ya crecidos vive en Neuss.

A comienzos de la crisis económica mundial que se produjo el año en que nació Jürgen Habermas, también Gummersbach se resentía del receso coyuntural y del crecimiento de las cifras de parados. Y también aquí el NSDAP registró en abril de 1932 un éxito electoral en las elecciones parlamentarias regionales de Oberberg, obteniendo en Gummersbach un tercio de todos los votos, aunque eso quedaba todavía por debajo de la media del Imperio, lo cual también tenía que ver con que la burguesía nacionalista liberal simpatizaba más con los nacionalistas alemanes. En las elecciones parlamentarias imperiales del 31 de julio de 1932 el NSDAP obtuvo casi 13,8 millones de votos, consolidándose como el grupo parlamentario más fuerte. El 31 de octubre de 1932 Adolf Hitler celebró un acto de presentación en Gummersbach, que vino acompañado de actos festivos, desfiles de antorchas y misas: la asamblea política más importante que se había celebrado hasta entonces en la ciudad. Hitler y los nazis siguieron ganando terreno gracias a la impresión que había causado la propaganda nacionalsocialista, organizada especialmente por Robert Ley —quien más tarde fue director del Deutsche Arbeitsfront [Frente de Trabajo Alemán]—, y con apoyo del Oberbergischer Bote, el diario regional más importante, que estaba controlado por el NSDAP9. El 5 de marzo de 1933 casi la mitad de los electores de Gummbersbach votaron a favor de los nacionalsocialistas10. En el año siguiente a la llamada «toma del poder» (Machtergreifung) —Gummersbach se había convertido en sede de la dirección de distrito del NSDAP—, también en la comunidad de Oberberg se produjeron actos antisemitas y detenciones de adversarios políticos. Había comenzado el terror nacionalsocialista, que vino acompañando a la «homologación» (Gleichschaltung). Desde los pogromos de noviembre de 1938 se recrudeció en la localidad la persecución de los judíos11, lo cual no debió de pasarle inadvertido a la población, así como tampoco el hecho de que obligaran a los judíos a malvender sus posesiones por debajo de su precio. También en Gummersbach, que más tarde hubo de ser punto de ubicación de un puesto periférico de la Gestapo, la comunidad popular nacionalsocialista se puso en escena con desfiles, asambleas y fiestas de solsticios.

Jürgen Habermas tiene nueve años cuando en el gimnasio de la escuela de ciclo superior de formación profesional de su ciudad natal se celebra una exposición con el título Razas, pueblo, familia en Oberberg, organizada por maestros locales12. El adolescente, que iba creciendo en aquella atmósfera de ciudad provinciana, seguramente vivió el Estado partidista totalitario y a su dictador Adolf Hitler como una circunstancia más entre otras. Uno se hacía a la idea de eso, sin más. Sin embargo, a Ernst Habermas su orientación nacionalista y conservadora no le impidió hacerse miembro del NSDAP ya en la primavera de 1933. Como la mayoría de los miembros de la «élite profesional», también él nadaba en la corriente de la «autohomologación» (Selbstgleichschaltung). A los nuevos señores que ocupaban el poder se les rendía una lealtad que obedecía por completo a ese pensamiento tradicional propio de un Estado autoritario, que imperaba sobre todo entre los funcionarios. Ernst Habermas era consejero de economía del NSDAP en el distrito. En condición de tal, «poco antes del comienzo de la guerra, en el año 1939, consideraba que una de las tareas más importantes para el futuro era atenuar la falta de trabajadores haciendo que la mano de obra que se había mudado a la región se estableciera en ella gracias a un programa de construcción de viviendas. […] Además exigía una nueva racionalización de los procesos laborales y un mayor empleo de máquinas, para realizar con un contingente limitado de trabajadores los incrementos de rendimiento que Hermann Göring exigía para el plan trimestral»13. Ernst Habermas, igual que ya había participado como voluntario de guerra en la Primera Guerra Mundial en octubre de 1914 y hubo combatido en el frente occidental de Verdún, también ahora, con cuarenta y ocho años, se alistó por propia iniciativa en la milicia del ejército, en un momento en el que los ejércitos de Hitler estaban empezando a hacer los preparativos para una guerra de exterminio. Ya anteriormente, entre 1933 y 1937, había participado en ejercicios de defensa. En el ejército le asignaron inicialmente el rango de capitán. En la primavera de 1941 le adjudicaron la comandancia local o comandancia del emplazamiento de la ciudad portuaria francesa de Lorient, luego la de Brest —también en la costa bretona—, que en 1940 fue ampliada para convertirla en el mayor punto de apoyo alemán para sus submarinos en el Atlántico, y que por eso, más tarde, estuvo expuesta a bombardeos pesados por parte de los aliados. A Ernst Habermas le asignaron el rango militar de capitán de la comandancia local o comandancia del emplazamiento, y en su calidad de director de la administración civil tenía la tarea de requisar viviendas de la ciudad para los miembros del ejército14. Más tarde, con el rango de comandante, le concedieron la «cruz del mérito de guerra de primera clase». De junio a agosto de 1944, cuando los aliados ya habían desembarcado en Normandía, participó en la defensa de la ciudad, que habría de acarrear muy cuantiosas pérdidas a ambos bandos15.

En Brest conoció también al filólogo Benno Georg von Wiese und Kaiserswaldau, que era más de diez años menor y que, aunque se había doctorado en 1927 con Karl Jaspers, según el testimonio de Hannah Arendt no había objetado nada a la homologación de las universidades en 193316. Ernst Habermas había pedido a von Wiese que le diera su dictamen sobre una comedia que él mismo había escrito, y a partir de ahí se entabló una relación de amistad. Más tarde, von Wiese escribió de Ernst Habermas que era «un gentleman, es más, un caballero distinguido» que «rebosaba ingenio y calidez humana. […] Jamás olvidaré —dice von Wiese— su libre estilo de vida renano, su magnanimidad, su urbanidad, su temperamento jovial e intelectualmente abierto, su calidez personal y sus brillantes agudezas, que siempre eran atinadas. No se atenía a convenciones y, sin embargo, se mantuvo vinculado a tradiciones conservadoras. […] Ernst Habermas percibió lo que el mundo militar tenía de apariencia falsa, y sin embargo siguió siendo un soldado convencido, aunque también en consonancia con una humanidad conmovedora»17.

AÑOS DE INFANCIA Y JUVENTUD. Volvamos al hijo menor de este soldado convencido pero de una «humanidad conmovedora». El niño Jürgen era objeto de especial dedicación por parte de los padres, pues ya durante sus primeros años de vida fueron necesarias intervenciones médicas. La fisura palatina con la que el bebé había nacido obligó a sucesivas operaciones. Sin embargo, no se logró eliminar del todo la nasalización. Según Habermas, las intervenciones médicas que tuvo que sufrir con cinco años y el defecto lingüístico permanente influyeron de forma no insignificante en los caminos de su pensamiento. Por una parte, esto afecta a la comprensión de que, existencialmente, los hombres se necesitan unos a otros, y por otra parte, experimentó en sus propias carnes el significado que tiene «el medio de la comunicación lingüística como estrato de algo en común sin el que no podríamos subsistir ni siquiera como individuos»18. En una retrospectiva autobiográfica de 2005, Habermas confiesa que esta experiencia particular despertó en él «el sentimiento de dependencia y el sentido de la relevancia del trato con los otros»19.