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La ficción, en todas sus formas, siempre intentó ser realista. Novelas anticuadas, que ahora parecen pomposas y artificiales hasta el punto de resultar un tanto ridículas, no lo parecían a quienes las leyeron por primera vez. Escritores como Fielding y Smollett podrían parecer realistas en el sentido moderno porque en general dibujaban personajes desinhibidos, muchos de ellos estaban dos pasos por delante de la policía, pero las crónicas de Jane Austen sobre personas muy inhibidas, contrapuestas a una aristocracia rural, parecen suficientemente reales en términos psicológicos. En la actualidad, abunda ese tipo de hipocresía moral y social. Agréguese una dosis generosa de arrogancia intelectual, y se obtendrá el tono de la página literaria de su periódico y el sincero y fatuo ambiente engendrado por los grupos de discusión de los pequeños clubes literarios. Éstas son las personas que hacen los best-sellers, trabajos de promoción basados en una especie de explotación indirecta del esnobismo, cuidadosamente escoltados por las focas adiestradas de la hermandad de los críticos, y amorosamente cuidados y regados por ciertos grupos de presión demasiado poderosos, cuyo negocio consiste en vender libros; aunque les gustaría que uno crea que están estimulando la cultura. Retrásese un poco en sus pagos y descubrirá lo idealistas que son.

Por varias razones, el relato policial rara vez se puede promocionar. Por lo general se refiere a un asesinato, y por lo tanto no tiene una temática edificante. El asesinato, que es una frustración del individuo y en consecuencia una frustración de la raza, puede poseer y de hecho posee, una buena cantidad de implicancias sociológicas. Pero existe desde hace demasiado tiempo para que sea una novedad. Si la novela de misterio es realista (casi nunca lo es), está escrita con cierto espíritu de distanciamiento; de lo contrario nadie —salvo un psicópata— querría escribirla o leerla. La novela de crímenes tiene también una forma deprimente de dedicarse a sus cosas, resolver sus problemas y contestar sus preguntas. Nada queda por debatir, más allá de si está bien escrita como para ser una buena ficción, y de todos modos la gente que compra medio millón de ejemplares nada sabe de eso. La calidad en la literatura es bastante difícil de detectar, sin prestar demasiada atención a las ventas anticipadas, incluso para quienes cumplen con aquella tarea profesionalmente.

El relato de detectives (quizá será mejor que lo llame así, ya que el término inglés sigue dominando el oficio) tiene que encontrar su público por medio de un lento proceso de destilación. Eso es lo que hace, y se aferra luego con gran tenacidad, de hecho; las razones de esto exigen un estudio de mentes más pacientes que la mía. Tampoco me propongo sostener que constituya una forma vital e importante del arte. No existen formas vitales e importantes del arte; sólo existe el arte… y en muy escasa proporción. El crecimiento de la población no aumentó en manera alguna esta proporción; sólo hizo que aumentara la destreza con que se producen y se empaquetan los productos.