image

image

Image

Image

Manual de historia de las ideas políticas. Tomo III. El marxismo / Ana María Arango Domínguez [y otros] ; Héctor Rojas (compilador). - Bogotá: Universidad Externado de Colombia. 2019.

259 páginas ; 24 cm.

Incluye referencias bibliográficas.

ISBN: 9789587900699

1. Marxismo – Historia 2. Sistemas políticos – Historia 3. Socialismo – Historia 4. Formas de gobierno – Historia 5. Ciencia política -- Historia I. Rojas Jiménez, Héctor Heraldo, compilador II. Universidad Externado de Colombia III. Título

320.5SCDD 21

Catalogación en la fuente -- Universidad Externado de Colombia. Biblioteca. EAP.

Marzo de 2019

ISBN 978-958-790-069-9

©    2019, HÉCTOR ROJAS (COMP.)

©    2019, UNIVERSIDAD EXTERNADO DE COLOMBIA

Calle 12 n.º 1-17 este, Bogotá

Teléfono (57 1) 342 0288

publicaciones@uexternado.edu.co

www.uexternado.edu.co

Primera edición: marzo de 2019

Diseño de cubierta: Departamento de Publicaciones

Corrección de estilo: Luis Fernando García Núñez

Composición: Precolombi EU-David Reyes

Impresión y encuadernación: Imageprinting Ltda.

Tiraje de 1 a 1.000 ejemplares

Prohibida la reproducción o cita impresa o electrónica total o parcial de esta obra, sin autorización expresa y por escrito del Departamento de Publicaciones de la Universidad Externado de Colombia. Las opiniones expresadas en esta obra son responsabilidad de los autores.

Diseño epub:

Hipertexto – Netizen Digital Solutions

CONTENIDO

Presentación

Arnovy Fajardo Barragán

Hegel para no eruditos. La lucha histórica por conquistar la libertad

Ana María Arango Domínguez

Introducción

I. De cómo realizar la voluntad

A. La construcción del sujeto y su voluntad

B. El mundo en el que la voluntad se materializa

II. Del capricho a la libertad

A. La eticidad. Voluntad y espíritu

B. El Estado y la libertad

Conclusión

Bibliografía

Pierre-Joseph Proudhon. De la lucidez a la ambigüedad (Francia, 1809-1865)

Héctor Heraldo Rojas Jiménez

I. Desarrollo de sus críticas económicas

A. ¿Qué es la propiedad?

B. De la ocupación como fundamento de la propiedad

II. Dimensión socio política de Proudhon

A. La capacidad política de la clase obrera

B. Proudhon, el padre del anarquismo

Conclusiones

Bibliografía

Carlos Marx. 1818-1883

Ricardo García Duarte

I. El oficio de investigar, el arte de conocer

II. El materialismos histórico o la teoría sobre una forma nueva de sociedad

III. Reduccionismo en el examen de la historia

IV. El estudio crítico del capitalismo

V. El capitalismo y la plusvalía

VI. Ideología y doctrina en vez de teoría

VII. La crítica de la ideología y de la alienación

VIII. El caso: la acumulación y la desigualdad social en el siglo XXI

Bibliografía

Vladimir Ilich Uliánov – Lenin (Rusia, 1870-1924). El marxismo-leninismo: de la teoría a la práctica

Diego Jaramillo Mutis

Sobre el autor

Introducción

I. La lucha contra la opresión

A. El imperialismo: fase final del capitalismo, previa al socialismo

B. El nacionalismo y otras formas de opresión

II. La revolución marxista-leninista

A. La revolución marxista-leninista: de la teoría a la práctica

B. Los críticos de la revolución leninista

A modo de conclusión

Fuentes

Antonio Gramsci. Instrucciones para cambiar el mundo

Ana María Arango Domínguez

Introducción

I. El Estado: fuerza y manipulación

A. Las herramientas de la dominación y el pensamiento único

B. El consenso pasivo

II. La revolución. Un nuevo orden hegemónico

A. La revolución intelectual y moral y la construcción de la autoconsciencia

B. Organizar la voluntad popular para cambiar la realidad política

Conclusión

Bibliografía

Víctor Raúl Haya de la Torre (1895-1979): La lucha por una política latinoamericana

Magda Catalina Jiménez Jiménez

I. Víctor Raúl Haya de la Torre, testigo y actor de su tiempo

II. El aprismo, una teoría latinoamericana

III. Hacia un Estado y gobierno aprista

IV. Definiciones

Bibliografía

Habermas. El aliento emancipatorio del lenguaje

Ricardo García Duarte

Introducción

I. La razón y la sinrazón de la racionalidad moderna

II. El autor y su universalidad

III. Líneas y campos comunes en su construcción teórica

IV. Epistemologías críticas: el interés profundo y antropológico del conocimiento

V. La crítica de la modernidad

VI. Una crítica progresista a la modernidad

VII. La modernidad, sus insuficiencias y distorsiones

VIII. La construcción teórica de Habermas

IX. El lenguaje, los actos de habla y la comunicación

X. El lenguaje performativo o el “hacer con el decir”

XI El lenguaje y la pragmática social

XII. La acción comunicativa

XIII. Otras líneas de teorías sociales, la deliberación pública y el pensamiento habermasiano

XIV. El mundo de la vida que bulle y los sistemas que organizan

XV. Escapar de la jaula

Bibliografía

Claus Offe (Alemania, 1940)

Mario A. Gallego

Breve nota sobre el autor

Introducción

I. Funcionamiento político-administrativo de las estructuras estatales

A. Burocracia

B. Estado social

II. Estructuras de participación y cooperación en el Estado social

A. Partidos políticos

B. Corporativismo

C. Nuevos movimientos sociales

Conclusiones

Bibliografía

Chantal Mouffe: democracia radical y socialismo pluralista

Carolina Isaza

Introducción

I. Críticas a las aproximaciones dominantes de la democracia liberal

A. Críticas a las justificaciones racionalistas de la democracia

B. Críticas al liberalismo

II. Alternativas a la democracia liberal actual

A. La falsa alternativa

B. La democracia radical como alternativa

III. El socialismo pluralista

Conclusión

Bibliografía

Notas al pie

PRESENTACIÓN

La Facultad de Finanzas, Gobierno y Relaciones Internacionales de la Universidad Externado de Colombia, dándole continuidad a la iniciativa impulsada por el decano fundador Roberto Hinestrosa Rey, presenta el tercer volumen de la colección del Manual de historia de las ideas políticas. En esta ocasión se busca ofrecer a la comunidad académica y al público en general una perspectiva teórica e histórica acerca de una de las corrientes de pensamiento más prolíficas en los últimos dos siglos: el marxismo.

Quizás en la historia del pensamiento político no haya habido una corriente de pensamiento que haya sufrido tantos vaivenes entre la aceptación entusiasta y el repudio que casi raya en el abandono, al ser considerada por algunos como la perspectiva más adecuada para la comprensión y la búsqueda de la transformación de las relaciones políticas, sociales y económicas en nombre de la igualdad, la justicia y la libertad; por otra parte, otros la han visto con recelo –y hasta con pavor– al creer que detrás de sus postulados simplemente se encuentra uno de los sistemas más injustos y liberticidas jamás concebidos por los seres humanos. Sin embargo, lo que no se puede negar es que el marxismo, a más de enriquecer el vocabulario político con términos que ya son de uso familiar para nosotros –tales como lucha de clases, proletariado, imperialismo, socialismo, comunismo– ha sido uno de los motores que ha inspirado, en buena medida, muchos de los movimientos sociales y emancipatorios más importantes que han agitado al mundo desde la segunda mitad del siglo XIX hasta hoy; además, sirvió de marco para la interpretación o la implementación de sistemas políticos y sociales que han ido desde la Comuna de París de 1871 hasta la Unión Soviética, pasando por las experiencias de Corea del Norte, Cuba, el modelo socialista contemporáneo de China y el denominado “socialismo del siglo XXI” venezolano.

Por ello es un gran reto abordar las ideas marxistas y sus ramificaciones; el marxismo merece ser estudiado de tal manera que se puedan reconocer sus aportes, sus potencialidades y sus limitaciones, así como los diversos caminos que han orientado a aquellas personas que han encontrado su inspiración en los escritos de Carlos Marx.

En este volumen se propone una ruta de estudio que parte desde la raíz del pensamiento marxista, la cual se encuentra en la obra de Georg Wilhelm Friedrich Hegel (1770-1831); en su ensayo sobre el autor prusiano, Ana María Arango establece el puente que conecta a los autores clásicos vistos en el primer tomo de este Manual con la interpretación que Carlos Marx (1818-1883) hizo de la historia, la economía y la política, no solo para comprender las realidades de su tiempo, sino también para realizar sus proyecciones hacia el futuro. Ricardo García Duarte es el encargado de presentar las principales líneas que caracterizan la abundante obra de Marx. Como contrapunto, Héctor Rojas presenta al francés Pierre-Joseph Proudhon (1809-1865), contemporáneo y adversario intelectual de Marx, para mostrarnos que no todas las ideas socialistas necesariamente han sido marxistas.

Identificados los puntos de partida, Diego Jaramillo, Ana María Arango y Magda Catalina Jiménez, por medio de las vidas y obras de Vladimir Ilich Ulianov -Lenin- (1870-1924), Antonio Gramsci (1891-1937) y Víctor Raúl Haya de la Torre (1895-1979) respectivamente, mostrarán varias de las principales corrientes derivadas del pensamiento de Marx en las primeras décadas del siglo XX, destacando esencialmente su versatilidad y su capacidad de adaptación para la comprensión de las condiciones históricas que eran observadas en la Rusia de la revolución, la Italia que fue dominada por el fascismo, y América Latina sometida al poder del imperialismo extranjero, sobre todo el norteamericano.

Por último, Ricardo García Duarte, Mario A. Gallego y Carolina Isaza, por medio de sus trabajos acerca de Jürgen Habermas (1929), Claus Offe (1940) y Chantal Mouffe (1943), presentarán perspectivas contemporáneas inspiradas en el marxismo, las cuales entran en franco diálogo con los valores liberales y democráticos. Su valor radica en que muestran la vitalidad de esta forma de pensamiento después de la caída de la mayoría de los regímenes socialistas a finales de los años ochenta e inicios de los noventa del siglo XX. De hecho, la agenda presente en este tercer milenio, basada en el análisis y la crítica del sistema capitalista y de la democracia como paradigmas de organización económica, social y política, siempre tendrá al marxismo como uno de sus fundamentos.

Arnovy Fajardo Barragán

Profesor de la Facultad de Finanzas, Gobierno y Relaciones Internacionales
Universidad Externado de Colombia

ANA MARÍA ARANGO DOMÍNGUEZ*

Hegel para no eruditos. La lucha histórica por conquistar la libertad

El bárbaro es perezoso y se diferencia del civilizado en que se complace en su apatía, pues la cultura práctica consiste precisamente en el hábito y la necesidad de estar ocupado.

HEGEL. Principios de la filosofía del derecho. §197

INTRODUCCIÓN

Las teorías de Hegel han sido utilizadas por los radicalismos de derecha y también por los de izquierda para soportar sus ideologías. Fue señalado de ser el filósofo de la revolución francesa y también del prusianismo y del autoritarismo. Idealista, racionalista e inspirador del materialismo, Hegel logró sincretizar la filosofía que se había producido hasta su momento, analizó la realidad social en su totalidad y produjo un complejo sistema que, según la forma en que se interprete, podría soportar cualquier acción. De Hegel siempre se ha dicho algo. La intelectualidad posterior a su obra, se divide entre quienes lo admiran y quienes lo aborrecen, pero difícilmente se encuentra un filósofo, académico o erudito que simplemente lo ignore.

Georg Wilhelm Friedrich Hegel nació en Stuttgart, antiguo imperio prusiano (hoy Alemania) en 1770, hijo de un funcionario del ducado, no sufría por falta de dinero, condición fundamental, en el siglo XVIII tanto como hoy, para dedicarse a las ciencias del conocimiento. Antes de doctorarse en filosofía, Hegel pasó por el seminario protestante, donde no solo nació su inquietud por el saber, sino que además cultivó los valores de esa religión que había aprendido en su casa y que permearían toda su vida y obra.

Los biógrafos lo describen como un ser extremadamente sencillo, amigable, simpático y carismático (Wilhelm, 2014, p. 7). Tanta era su sencillez, que su lenguaje nunca fue refinado ni correspondiente a un erudito de su talla, y eso, que a simple vista podría parecer una ventaja, ha sido uno de los grandes impedimentos para comprender cabalmente su obra y, con seguridad por ello, ha sido también posible que se haga de la misma una interpretación u otra y se le alabe por ser el filósofo de la libertad o se le condene por ser el precursor del autoritarismo.

No hay una forma fácil de entender a Hegel, aunque la razón indique que estaba en lo correcto y sus teorías sigan siendo utilizadas con frecuencia.

Hegel vivió una época de transición económica, social y política, que se materializó en el cambio del sistema feudal al Estado moderno. Las revoluciones burguesas, nombre que se le da al proceso revolucionario que vivió Europa y que marcó el paso hacia la modernidad no solo en términos económicos, con la revolución industrial, sino también en términos sociales, con la revolución francesa y el importante giro político que causaron las dos.

La burguesía, clase social que agrupa a los sujetos de clase media-alta de una sociedad, y que para la época de Hegel se situaba entre la aristocracia y la nobleza (Bobbio, Mateucci y Pasquino, 2011, p. 154), se convertía en la clase social dominante una vez derrotados los absolutismos. Con el nuevo ordenamiento político que respondía a las luchas económicas de la burguesía, la propiedad privada y su defensa se situaron en el pináculo de la discusión política y con ella la libertad de los individuos empezó a convertirse en el objetivo fundamental del estudio político. Surgen entonces las constituciones, propias de los Estados modernos, como textos fundacionales que definen el marco jurídico de una sociedad y que demarcarían el surgimiento del Estado de derecho.

Es necesario, para comprender la obra de Hegel, resaltar que Prusia, antes de las revoluciones burguesas ya había desarrollado un régimen de libertades y de estímulo a la cultura, mientras reestructuraba un sistema económico propio, pero que no lograba vincular a los otros estados alemanes (cerca de 400) que comercialmente se alejaban del centro prusiano. La región pruso-alemana, en una posición geoestratégica definitiva para el comercio europeo, se encontraba fragmentada y eso se debía, en parte, a una concentración excesiva en el fortalecimiento de su ejército y, en parte, a la falta de una burguesía capaz de impulsar el desarrollo técnico, científico, filosófico y político. Esa situación la resintieron los filósofos alemanes, que encontraban una debilidad estructural en su pueblo, que impedía que se fraguaran grandes cambios en su sistema social y político. Hegel describe esa problemática en su obra la Constitución alemana (1802) y Karl Marx sintetizó la frustración de la intelectualidad de su época, en su famosa frase: los alemanes piensan lo que los franceses hacen.

Esa situación, evidentemente de debilidad, hacía que las potencias extranjeras tuvieran cierto éxito en su pretensión de dominio sobre la región.

Hegel estaba en Jena, terminando la que sería su obra culmen, la Fenomenología del espíritu, cuando en el marco de las guerras napoleónicas tuvo lugar la batalla que lleva el nombre de esa ciudad y en la que Napoleón venció a Prusia, poniendo fin al Sacro Imperio Romano Germánico.

Era también la época de la ilustración, movimiento histórico que afirmaba que el conocimiento y la razón son las armas por excelencia para construir un mundo mejor.

No es de extrañar entonces que toda la obra de Hegel identifique como motores del desarrollo humano la libertad y la razón. Entendiendo razón como el proceso intelectual, el pensamiento consciente de los seres humanos, en otras palabras, la inteligencia; y libertad, como la capacidad efectiva de hacer realidad los deseos, lo que Hegel denominaba la voluntad.

Con Hegel la razón se lo ha tomado todo. Su sistema filosófico logra racionalizar todo el conocimiento. Lejos de centrarse en un único foco de estudio, el filósofo alemán lo estudia todo. En sus obras analiza desde el matrimonio y la familia hasta el comercio y el Estado. Todo, como parte de una realidad absoluta que enmarca la vida de los individuos y el desarrollo de la historia que son el sujeto y el objeto de su investigación.

Entre sus obras sobresalen, además de la Fenomenología del espíritu y la Constitución alemana, la Enciclopedia de las ciencias filosóficas (1812-1816) y Principios de la filosofía del derecho (1821). Póstumamente, el historiador Wilhelm Dilthey, logró rescatar y publicar algunos textos de la juventud de Hegel, entre los que sobresale el Espíritu del cristianismo y su destino (1798).

La totalidad de la obra del filósofo alemán conforma un sistema filosófico unitario, pero su obra de mayor importancia política es, sin duda, Principios de la filosofía del derecho, en tanto concentra el análisis político de la vida de los individuos, en particular de aquellos que como él vivían en un Estado disperso, frágil y limitado. Si bien esa consideración es necesaria para comprender las razones que impulsaron el sistema filosófico hegeliano, sus tesis han encontrado asidero permanente en la intelectualidad que lo sucedió, incluso, hasta nuestros días.

Hegel no divorcia, como tampoco lo hicieron los clásicos griegos, la política de la economía, la ética, la filosofía y el derecho, en tanto todas ellas constituyen elementos de la realidad humana que las construye y que, al mismo tiempo, son el producto de su evolución.

Los sujetos construyen la historia y lo hacen a través de lo que Hegel denominó un proceso dialéctico, que consiste en la identificación de una verdad, que luego es negada y que da paso a un segundo momento que también será negado en el futuro, para dar paso a un tercer momento que sintetiza las dos negaciones que lo precedieron para encontrar una nueva verdad. La tesis es más simple de lo que parece a simple vista, pero puede ser entendida más fácilmente con un ejemplo: los niños, que son protegidos por sus padres, suelen ser alimentados con sopa de brócoli, ensalada de repollitas, avena tibia en las noches y, para garantizar una buena nutrición, se les restringen los dulces. Ese sería el primer momento, el momento de la nutrición para el crecimiento. Sin embargo, tan nutritiva alimentación anula todo el placer que podría generar la comida (se niega ese primer momento), así que tan pronto como llegan a la adolescencia, los individuos suelen eliminar de su dieta el brócoli, las repollitas y la avena, y cambiarlas por hamburguesas, pizza y tantos postres como les sea posible ingerir (segundo momento, el del gusto); ese tipo de alimentación más temprano que tarde muestra su inmensa debilidad. Genera todo el placer que la estricta alimentación materna negaba, pero también genera toda suerte de problemas de salud (segunda negación). Es por ello que en la temprana adultez, la gente suele buscar lo bueno de una y otra dieta, y procura así una dieta sana y agradable, de modo que sus papilas gustativas no mueran de frustración, pero que sus sistemas cardiaco, nervioso e inmune tampoco lo hagan (tercer momento, lo rico y saludable).

En tanto la historia humana es una evolución, ese tercer momento tampoco permanece como una realidad estática, es tan simple como encontrarle una negación para que se convierta, él mismo, en un primer momento de otro proceso dialéctico, y con ello, el ciclo vuelve a empezar.

En términos aún más simples la dialéctica incluye una tesis, una antítesis y una síntesis, y esta última gracias a la evolución y la razón humanas, se convierte en una nueva tesis.

Esa evolución de la historia, a partir de la dialéctica, hace que la realidad (y con ella la historia misma) sea un proceso en constante construcción. Los seres humanos van haciendo la historia a partir de lo que la historia misma les ha enseñado, a partir de otras realidades y de otros pensamientos más antiguos que él. Ningún inventor comienza de ceros. Steve Jobs utilizó otros inventos y procesos previos a él mismo para crear el Iphone: el plástico, los transistores, el vidrio, la música, incluso la rueda que llevó a otros a inventarse las llantas que alguien más decidió incluir en los carros que, finalmente, lo llevaban a la oficina todos los días.

Toda la historia es un proceso que han construido los seres humanos con su inteligencia. Lo que hoy es una realidad ha sido posible por más de 2 millones de años de evolución humana y cada uno de los individuos es el resultado de ese proceso. En ese sentido, afirma Hegel, la historia es una totalidad en tanto es el resultado de la razón humana que, a fuerza de ensayo y error, ha logrado crear lo que hoy es realidad.

Esa tesis de la totalidad de la historia le ha valido a Hegel muy duras críticas por parte de los colegas que lo sucedieron. Desde Foucault y Althusser hasta Lyotard y Vattimo, el estructuralismo y el posmodernismo1, afirman que la historia no tiene un desarrollo lineal, es decir, que los seres humanos no aprenden del pasado y que, por el contrario, van improvisando en la medida que van viviendo y que, adicionalmente, no existe tal cosa como la totalidad, porque la realidad se presenta atomizada como una sucesión de fragmentos desordenados.

Por el contrario, para Hegel la historia es una sola y tiene una finalidad y un sentido que está dado por la razón y por la lucha constante de los seres humanos por realizar su voluntad con los elementos que tienen disponible para ello. Tarea que pasa por conocer y asimilar la historia para transformarla en función esa búsqueda.

Hegel entiende que el interés subjetivo (de cada sujeto, sin tener en cuenta ningún elemento exterior) de las personas es una constante histórica que fundamenta todo el desarrollo político de los Estados. Pero ese primario interés, a simple vista, se encuentra con una barrera determinante para su realización: la sociedad. La vida en comunidad implica el choque de la voluntad propia con otras voluntades de otros sujetos; y más allá de los intereses individuales encontrados en un escenario colectivo, la gente se enfrenta con una realidad comunitaria que debe, según los preceptos políticos, defender también lo que se entiende como el bien común, es decir, el bien de la unidad política como un todo, distinta a la sumatoria de los bienes particulares de quienes la conforman.

La confluencia de los bienes individual y colectivo resulta ser un imperativo en tanto los individuos y sus intereses son el fundamento primero de la organización política; pero la libertad de aquellos encuentra su límite y su verdugo en ella ¿Es entonces posible compatibilizar el bien individual con el bien colectivo?

Una vez identificada la voluntad subjetiva, los seres humanos se encuentran con la necesidad imperante de realizar esa voluntad, pero se enfrentan a una sociedad hostil y fría donde impera el egoísmo. Es necesario, entonces, que mediante un proceso racional, los individuos se entiendan como parte activa de esa comunidad que, a pesar de lo anterior, les protege sus derechos personales mientras les ofrece el escenario en el que logran ser realmente libres.

I. DE CÓMO REALIZAR LA VOLUNTAD

Siempre que se habla de política, se habla de gente: de sus gustos, sus intereses, sus problemas y sus procesos colectivos. No es de extrañar que el punto de partida del análisis hegeliano sea el individuo, entendido como una unidad.

En un primer momento, unilateral, individual y personal, los sujetos a través de los sentidos se reconocen a sí mismos, se identifican como seres pensantes y se reconocen en el mundo, es decir, se auto reconocen. Ese primer, y fundamental paso del desarrollo humano, es lo que Hegel denomina el espíritu subjetivo y será, como ya se dijo, el punto de partida de la construcción de la historia, la realidad y el todo.

El mundo, dice Hegel, se divide en lo subjetivo, propio exclusivamente de los sujetos, y lo objetivo, que envuelve la realidad externa a ellos. El subjetivo es el reino de los sentimientos, de la sensibilidad, del pensamiento individual, y lo objetivo es el reino de la realidad, de la razón, de la existencia.

A. LA CONSTRUCCIÓN DEL SUJETO Y SU VOLUNTAD

En algún punto entre la niñez y la juventud, cada persona se construye como un sujeto particular, es decir, define sus gustos y disgustos, sus objetivos en la vida, construye su particular escala de valores con la que define cuál es el bien y cuál el mal.

Subjetivo entonces, es aquello que está referenciado al sujeto y espíritu es autodeterminación o conciencia, así que el espíritu subjetivo es la conciencia del yo (Hegel, 1997, p. 16).

Aristóteles, quien fuera inspirador de la filosofía hegeliana, había afirmado que el objetivo fundamental de cualquier ciudadano es buscar su felicidad, y la felicidad es la confluencia de la voluntad y la suerte que permita que esa voluntad se realice. Hegel rechaza la afirmación aristotélica porque es, por decir lo menos, tonto, que el objetivo fundamental de la vida de los individuos dependa de la suerte. En tal sentido, Hegel afirma que, partiendo de la voluntad, los individuos deben actuar (hacer algo, moverse) para hacerla efectiva y, en tanto el objetivo humano primordial es la libertad, en palabras del filósofo alemán, la voluntad tiene como sustancia y objeto, la libertad (Hegel, 2005, p. 244).

La libertad, en tanto voluntad más acción, es la capacidad de autodeterminación de los individuos que deciden qué quieren y actúan racionalmente para que eso que quieren se haga realidad.

La libertad es un atributo de todos los seres humanos, pero cada uno debe actuar para hacerla efectiva y eso se logra a partir de la razón. La realidad en la que la gente vive, es producto de la razón humana, de la inteligencia y el pensamiento de miles de personas que se han puesto en la tarea de construir el mundo. Entonces, cuando los individuos quieren actuar en la realidad que les tocó vivir, para lograr lo que quieren (su voluntad), se da el paso entre el espíritu subjetivo y el espíritu objetivo, y el medio que utilizan para hacerlo es la razón.

En otras palabras, los individuos, con su comportamiento, pueden afectar positiva o negativamente su entorno y tanto ellos como lo que hacen, está afectado y determinado por él (por todo su entorno: personas, cosas, naturaleza, en fin, todo).

Es racional entonces, que la gente tenga en cuenta los factores externos para lograr sus objetivos: ya no es suficiente con que definan lo que quieren y se dispongan a conseguirlo, ahora deben analizar las condiciones del contexto en que se desenvuelven en tanto ellas les permiten o les impiden hacer tal o cual cosa.

El espíritu objetivo, entonces, es la conciencia de la realidad exterior y se desarrolla en diferentes escenarios: la moral, el derecho y, por último, el Estado.

La moral es auto referida, es decir, no tiene en cuenta factores externos a ella misma, se concentra en lo que cada sujeto considera como bueno o malo y es un atributo individual. Una acción que se rige por la moral de quien la ejerce, podría tener efectos buenos o malos en la sociedad y la historia está plagada de hechos que así lo corroboran. En 1978 Jim Jones, por ejemplo, era el líder del Templo del Pueblo, una secta religiosa que estableció una comuna agrícola conocida como Jonestown, donde más de 900 personas murieron (no es claro si se suicidaron o fueron asesinadas) en lo que para Jones era un acto revolucionario. Lo que pasó por la cabeza de Jones es un misterio (y se queda en el plano de su moral), pero lo que le dejó al mundo no podría calificarse como un bien, aunque él opinara lo contrario. Las motivaciones del sujeto (Jim Jones en el ejemplo) no son objeto de análisis o preocupación social o política, porque nacen y son de un individuo, pero sus efectos sí, porque ellos son objetivos, verificables y afectan para bien o para mal a otros.

La moral no es suficiente más que para el sujeto y exclusivamente en su círculo más cercano, porque pretender hacer de un valor individual un principio universal, pasa necesariamente por lo que otros consideren qué está bien o mal. En otras palabras, si un fulano cree que el negro es un color feo y que solo representa la muerte, puede no usarlo, pero mal haría intentando prohibir el negro a todos y a todo lo demás, porque no solo chocará con otros a quienes si les guste ese color, sino que también chocaría con la noche misma y con ella no hay argumentación ni fuerza que valga.

La voluntad, que nace al interior de cada individuo con fundamento en la moralidad, es un atributo propio de la familia que es la primera asociación de personas que conoce un ser humano.

Las familias son por definición irreflexivas en tanto están fundadas en los sentimientos, no en la razón, y son por naturaleza asociaciones de carácter autoritario: los padres mandan y los hijos obedecen, no cuestionan (de ahí que tantas veces los padres colombianos comiencen sus frases con “mientras usted viva bajo este techo…”). De otra parte, las familias son limitadas en el número de personas que las componen y con el tiempo se transforman: ganan algunos miembros y pierden otros, y además se escinden en otras familias (los hijos se alejan de los padres y montan su propio hogar).

La especial estructura de la familia favorece la identificación de la voluntad subjetiva y el auto reconocimiento del individuo, pero no permite la realización de esa voluntad porque los procesos de relacionamiento, entre quienes la conforman, son mediados por el sentimiento, no por la razón y en tal sentido la reflexión crítica de la realidad es restringida.

La familia entonces es una estructura limitada (en el número de miembros y en el tiempo), que a la vez limita la libertad de los sujetos que, en su seno, se ven obligados a aceptar la realidad que si bien es anterior a ellos y les brinda protección, es también impuesta y podría, en algunos casos, chocar con sus intereses individuales y con su concepción del bien.

Como la familia, la moral es el punto de partida para la realización de la libertad en tanto le permite a cada individuo definir su voluntad subjetiva, que es entonces la búsqueda del bien definido moralmente, pero esa voluntad no es realizable si el sujeto no tiene en cuenta su entorno y la posibilidad de utilizar la razón para compatibilizar su voluntad moral con el orden externo y así hacerla posible.

Esa contradicción entre voluntades subjetivas y realidad externa que en principio podría parecer irreconciliable, en la práctica no es tan difícil de lograr porque, como una extrapolación de la familia, los individuos son el producto de la sociedad en la que se desenvuelven, sociedad que ellos mismos construyeron.

La tesis es la siguiente: la gente con su accionar va poco a poco construyendo la historia, es decir, la historia es el resultado de la razón de los seres que con sus acciones han ido construyendo el devenir de la humanidad. Ni la rueda se inventó sola, ni la revolución francesa fue pura suerte, ni las hamburguesas fueron un regalo del cielo, todo eso y todo lo demás, ha sido el resultado del accionar de los seres humanos. Los sujetos construyen la historia.

De otra parte, la historia le da forma a los individuos por que determina sus gustos, sus valores y su razón; hoy es difícil encontrar a alguien que no conozca el fuego y todos sus usos, y eso es porque la historia le ha enseñado a la humanidad (incluido el sujeto de este ejemplo) para qué sirve y cuáles son sus efectos. La historia construye a los sujetos.

En una esfera más íntima, cada sociedad es definida por sus habitantes y define también a sus habitantes. Colombia (y todo lo que ella implica) es el resultado de quienes han habitado en este país y que con el transcurso de los siglos se han inventado la cuajada con melado, el Carnaval de Barranquilla, la Procuraduría General de la Nación y las ciclorrutas, además de todo lo demás. De igual forma, la sociedad colombiana imprime su sello en todos sus habitantes y los hace especiales y diferentes, por ejemplo, de los japoneses o los ruandeses. A diferencia de China, por ejemplo, en Colombia está muy mal visto matar a la mascota para hacer sopa de perro.

Como el sujeto hace la historia y la historia hace al sujeto, para los seres racionales no suelen ser tan diferentes los valores individuales de los colectivos, en tanto la historia, la convivencia de unos con otros y la razón, llevan a los individuos a entender que lo que quieren solo es posible en la realidad objetiva que tiene lugar en la colectividad.

Es probable, sin embargo, que un individuo se encuentre con que sus valores morales chocan con un orden externo contrario, y encuentre allí un impedimento para su autorrealización, es decir, para el ejercicio efectivo de su libertad. Napoleón Bonaparte, por ejemplo, seguramente se creyó libre de ser el emperador del mundo entero, pero la realidad se lo impidió (aunque él se empeñó en modificarla).

Es precisamente la pretensión de modificar la realidad, lo que diferencia a los bárbaros de los civilizados, a los siervos de los seres libres. Como afirmó Hegel (1999, p. 49):

“El comportamiento simple del alma ingenua consiste en atenerse, con un convencimiento confiado, a la verdad públicamente reconocida, y edificar a partir de esos sólidos cimientos un modo de actuar y una posición firme en la vida”.

B. EL MUNDO EN EL QUE LA VOLUNTAD SE MATERIALIZA

Es natural, entonces, que los individuos transiten de su escenario original, la familia, a un segundo momento de su vida colectiva en el que pueden hacer coincidir su subjetiva visión del bien con las condiciones objetivas que encuentran para su realización: la sociedad.

En la sociedad ya no imperan los lazos de afecto, es un escenario gobernado por la razón, lo que facilita que, de encontrar condiciones adversas a su voluntad, la gente, utilizando su inteligencia, pueda actuar para cambiar la realidad exterior y ajustarla a sus intereses.

Los intereses subjetivos (realizar la voluntad y satisfacer las necesidades) se logran a partir del dominio sobre las cosas (Hegel, 1999, p. 129), desde la comida y el agua hasta un carro o un reloj.

Los individuos se relacionan con la naturaleza y con otros seres humanos a partir del dominio y su condición de propietarios o no propietarios. De una parte, las cosas permiten satisfacer necesidades básicas humanas como la alimentación y la vestimenta, y deseos como tener una casa, un tiquete aéreo que permita ir a Budapest o un buen libro para leer; pero la propiedad representa también una manifestación del sujeto, que, a través de ella, hace pública su voluntad y, en última instancia, se manifiesta el mismo hacia el exterior. Cuando alguien dice `esto es mío´, está afirmando que existe, y reclama un reconocimiento de su existencia por parte de los demás.

El reconocimiento es así un determinante de la vida en colectivo y pasa por la reafirmación pública de la propiedad. De nada sirve declararse dueño de la Luna si nadie lo reconoce a uno como su propietario.

De otra parte, las cosas en sí mismas no tienen valor, pero lo adquieren cuando los sujetos se lo asignan, una piedra, es un objeto que no tiene ni libertad ni derechos ni valor alguno, pero si un fulano le pone nombre, diamante por ejemplo, entonces la piedra adquiere valor y seguramente más de uno querrá ejercer propiedad sobre ella. En ese sentido, el dominio sobre las cosas se vuelve efectivo en tanto se les asigna un valor y su propiedad es reconocida por los demás, lo que posee uno es una realidad, en tanto los demás reconocen que tiene propietario y no lo pueden poseer.

Para regular las relaciones de dominación sobre las cosas, relaciones propias de la sociedad civil, surgen los contratos que simbolizan no solo la propiedad de alguien sobre un bien, sino el reconocimiento de esa propiedad y de ese sujeto por parte de los demás.

En esa línea de análisis, la propiedad y su efectividad a través de un contrato, implica la confluencia de la voluntad de todos los sujetos de una comunidad: uno que toma posición de la cosa y los demás que renuncian a poseer esa misma cosa, mientras le reconocen esa propiedad al primero. En ese sentido, la propiedad es el proceso mediante el cual una voluntad subjetiva se exterioriza y se vuelve universal permitiendo su realización.

Como efecto racional de la aparición de los contratos, surge el derecho que regula todas las relaciones que tienen lugar en la sociedad civil y que permite universalizar esas reglas que impone la realidad en los procesos de toma de posesión de las cosas.

Los intereses que persiguen los sujetos en el marco de la sociedad civil son exclusivamente privados, pero su realización exige, de una parte, que el sujeto tenga el reconocimiento por parte de los otros individuos que conforman la comunidad, y de otra, que la realidad exterior y objetiva permita que esa voluntad sea realizada. En la Colombia de hoy, por ejemplo, nadie puede apoderarse de la muralla de Cartagena por mucho que lo quiera. Si la realidad externa impide la realización de la voluntad de un sujeto, este está llamado o bien a adaptar su voluntad a la realidad (conformarse con visitar la muralla de vez en cuando) o bien a modificar esa realidad para que su voluntad sea realizable (presionando un cambio en la ley que le permita comprar la muralla).

En tanto ejercer la propiedad sobre cualquier bien es un acto colectivo que pasa por la aceptación y reconocimiento de los demás; y las voluntades y necesidades de los diferentes sujetos de una colectividad suelen ser similares; la sociedad civil es un escenario de lucha por la propiedad y el arma para dar la lucha es el trabajo.

El trabajo de los individuos es el medio por el que se relacionan con los demás (su entorno) en tanto les permite satisfacer sus necesidades y deseos, intercambiando lo que tienen por lo que quieren o necesitan.

A través del trabajo, mientras un sujeto materializa su voluntad y satisface sus necesidades, está también contribuyendo a la satisfacción de las necesidades de otros y así, la voluntad individual de uno, está íntimamente relacionada con la voluntad de otros, de forma que lo particular deviene social. Por ejemplo, un panadero hace y vende pan para comprar otros alimentos, para pagar su ropa, su casa y sus gustos (para satisfacer sus necesidades y realizar su voluntad), pero al vender el pan, está satisfaciendo las necesidades de otros individuos que tienen hambre o quieren pan.

El egoísmo subjetivo, que busca la realización de la voluntad individual, se convierte en una contribución a lo que Hegel denomina el patrimonio general, es decir, a la base material que permite la satisfacción de las necesidades de la comunidad. Ahora bien, la posibilidad de participar en esa construcción colectiva, depende del patrimonio individual que está compuesto por capital y las habilidades que tenga cada sujeto para desarrollar un trabajo que le sirva a él mismo y a los demás. En tanto existe una desigualdad natural entre los individuos, que además se incrementa por condiciones externas2, no todas las personas tienen las mismas habilidades o el mismo capital y ese es el origen de la diferencia de clases sociales (unos tienen mucho, otros poco y otros casi nada, por lo que a cambio, obtienen mucho, poco o casi nada).

En este escenario, donde todos los individuos buscan satisfacer su voluntad a partir de la propiedad, dice Hegel, aparece la acumulación y con ella la riqueza y la miseria de quienes tienen poco capital y pocas habilidades para satisfacer sus necesidades primarias. En tanto el escenario ya no es la solidaria familia, los individuos se encuentran a merced de sus capacidades y las relaciones económicas que logren establecer, pero quienes no tienen ni habilidades ni capital (los desposeídos) terminan dependiendo de la caridad social para sobrevivir, que con el tiempo, termina siendo institucionalizada en entidades públicas encargadas de facilitarle la vida a quienes no pueden proveerse por sí mismos los bienes que les permitan satisfacer sus necesidades primarias3.

En tanto en la sociedad civil se establecen las relaciones humanas que permiten poseer bienes para satisfacer necesidades y realizar la voluntad; lo que impera en ese segundo momento de la vida colectiva de los individuos, son las relaciones comerciales, que, como ya se dijo antes, son reguladas por el derecho y fundamentadas en criterios económicos.

Existe un primer momento subjetivo y familiar y uno segundo, objetivo y colectivo; en el primero rige la moral y en el segundo el derecho; el primero es el reino de los sentimientos y el segundo el de la razón. Esos dos momentos aparentemente antagónicos, evolucionan como proceso dialéctico dando origen a un tercer momento que toma elementos del primero y del segundo, y hace una síntesis de ellos construyendo una nueva realidad, el Estado.

II. DEL CAPRICHO A LA LIBERTAD

En el primer momento (la familia), los seres humanos encuentran el cobijo y la protección que proveen los lazos de amor; y en el segundo momento (la sociedad), encuentran la posibilidad de realizar su voluntad, pero en la fría e individualista versión que ofrece la sociedad civil determinada por simples transacciones de mercado.

Aparece un tercer momento en que se reconcilia el sujeto con sus determinaciones y su voluntad, con el colectivo de la economía y el derecho, en una nueva figura, el Estado.

La subjetiva voluntad de los individuos ha chocado con la objetiva realidad de la sociedad civil, impersonal, agresiva e incluso, en muchas ocasiones, excluyente. Las normas morales con su carga subjetiva y reguladora del bien y del mal, encuentran una barrera en el derecho que, si bien es una herramienta racional, deja por fuera todas las valoraciones no regladas del deber ser y termina fácticamente anulando las versiones individuales del mismo.

El proceso dialéctico que explica Hegel es, entonces, el siguiente: en un primer momento, familiar y amoroso, los seres humanos se reconocen a sí mismos e identifican su voluntad, pero no pueden realizarla; aparece entonces un segundo momento, la sociedad civil, objetiva y racional, en la que los seres humanos logran hacer lo que quieren, pero su individualidad se desdibuja; la síntesis de esos dos momentos es el Estado, donde la voluntad se realiza en la sociedad, donde el individuo convive con el colectivo sin desaparecer (el tercer momento de la evolución dialéctica descrita por Hegel).

A. LA ETICIDAD. VOLUNTAD Y ESPÍRITU

Así como la familia está regida por la moral y la sociedad civil por el derecho, el Estado es el reino de la eticidad. El desarrollo dialéctico descrito antes podría entonces definirse así: en un primer momento la moral permite la identificación de la voluntad, pero impide realización; en el segundo momento, el derecho regula la realización de la voluntad, pero anula lo subjetivo; y la síntesis de esos dos momentos, la ética, deviene como principio regulador de la vida política.

La ética está conformada por los valores, las creencias, las costumbres, los procesos y las instituciones colectivas. Es, superando a la moral, un atributo de la sociedad y superando al derecho, una permanente construcción colectiva. De hecho, la ética como la historia, es el resultado (siempre parcial en tanto evoluciona con el paso del tiempo) de la vida de los seres humanos en sociedad. Por ejemplo, racionalizar el uso del agua es un comportamiento ético que corresponde a este momento y a este lugar, y es el resultado de la razón de millones de seres humanos a través de los años. Hace algunas décadas, era normal y de hecho bien visto que la gente lavara el carro si no todos los días, al menos una vez a la semana, pocas cosas daban tan mala imagen como ir en un carro de color indeterminado por la suciedad. Hoy en cambio, ante fenómenos naturales como “El niño”, con información sobre las sequías que han costado la vida de miles de personas y con la conciencia que nos ha dado la historia de la necesidad de proteger un recurso necesario para la vida y que se agota, los colombianos lavamos cada vez menos el carro, cerramos la llave al lavarnos los dientes y nos bañamos más rápido.

Contrario al derecho objetivo que apareció como un ente externo al individuo, la ética lo vincula, de hecho, existe porque él le permite existir en tanto la alimenta con su subjetividad. Dice Hegel que la ética es el testimonio del espíritu de los seres humanos (Hegel, 1999, p. 267).

En tanto, todos los individuos contribuyen en la construcción de la ética, sus normas y dictámenes son percibidos como naturales y necesarias para la gente; no hay que decirle a nadie que espere el cambio del semáforo para atravesar la autopista, eso nos sale naturalmente (al menos a la mayoría).

Entendiendo este momento de compenetración comunitaria entre individuos que comparten una ética y con ella una idea clara del deber, el derecho aparece efectivamente como una barrera a la realización de la libertad, en tanto mientras cada uno es el guardián de la ética y sabe qué hacer y qué no, el derecho es externo y desde afuera impone normas y obligaciones, decreta qué hay que hacer y qué no se puede hacer y poco o nada importa lo que la gente piense al respecto (pagar impuestos, por ejemplo, es un sistema de leyes y por tal, es vinculante, todos estamos obligados a pagar impuestos aunque tengamos razones personales muy poderosas para no hacerlo).

El gran valor agregado de la ética, es que al vincular lo subjetivo de la moral y lo objetivo del derecho, hace realmente posible la libertad; y es que además de las restricciones a la libertad que impone el derecho, en el marco de la sociedad civil, la individualidad de los sujetos era ignorada, con lo que su libertad no podía ser completa, en ella la gente puede comprar cosas y satisfacer sus necesidades o sus antojos, pero sus ideas, sus visiones, sus costumbres, su forma de ver la vida, simplemente no importan, así que una parte fundamental de cada ser humano, no importa en ese escenario regido por principios económicos como se explicó antes. La ética es una realidad absoluta y sólida que permite la vida en comunidad, por lo que de los criterios económicos que subyacen a la sociedad civil, se transita hacia criterios políticos, propios de la ética y del Estado.

Afirmar que tanto la ética como el Estado son realidades absolutas no es cualquier cosa. Para Hegel, lo absoluto es la totalidad, así como lo es el infinito. No es racional pensar que el infinito es algo y que existen otras cosas, distintas a él, que son finitas. Si existe algo por fuera del infinito, entonces el infinito no sería infinito, tendría un límite dado precisamente por lo que está fuera de él, lo finito entonces debe hacer parte del infinito y el infinito, necesariamente incluye todo lo finito4.

La ética como realidad absoluta, vincula el derecho y la moral que serían manifestaciones de ella y sus momentos previos. De hecho, ese popular refrán de las abuelas colombianas según el cual “la costumbre hace ley”, pareciera tener su fundamento en la filosofía hegeliana, según la cual, en tanto parte de la misma esencia, la ética de una sociedad termina por institucionalizarse en el derecho (leyes, decretos y todo tipo de normas jurídicas) y el derecho termina creando costumbres. No es gratuito que se decreten días de fiesta oficial en Barranquilla durante los días de Carnaval, ¡de cualquier forma muy pocos iban a trabajar!, y en sentido inverso, en Bogotá, fue necesario que un alcalde que se hiciera famoso por bajarse los pantalones en público, nos enseñara cultura ciudadana imponiendo sanciones legales (derecho) a todo aquel que no usara el cinturón de seguridad en los carros. Al principio fue traumático, en Colombia nadie usaba semejante adminículo tan incómodo, de hecho, algunos carros venían de fábrica sin cinturones de seguridad y para evitar la multa, muchos conductores se vieron obligados a utilizar su imaginación (y recursos) para instalar esa medida de seguridad. Hoy en día, es extremadamente raro encontrar a alguien que no se ajuste el cinturón tan pronto se sube a un vehículo, ya no por la multa, hoy eso sucede naturalmente (por eticidad).

En el Estado como momento ético, los deberes se establecen tomando como punto de referencia la colectividad (ponerse el cinturón de seguridad sería menos irresponsable si no existieran otros carros, construcciones o peatones con quienes accidentarse) y la voluntad subjetiva se adapta a la realidad social y evidentemente a la ética, por lo que la voluntad de uno, se realiza con la sociedad (ya se describió antes como, además, la voluntad solo se puede realizar en la sociedad). La visión del deber, de la voluntad y, en consecuencia, de la libertad, se enmarca en una realidad comunitaria que es construida por los individuos y que los define a ellos mismos: sus gustos, sus valores, su visión del mundo y su voluntad, ponerse el cinturón de seguridad es entendido como un deber que hace parte de la voluntad, y solo un desadaptado social reclamaría su libertad de no usarlo.

B. EL ESTADO Y LA LIBERTAD

Hegel, 1999