Cubierta

ESTEBAN BECCAR VARELA
NICOLÁS LAROCCA
MARIANO MURACCIOLE

PIENSO… LUEGO ELIJO

Testimonios, reflexiones y ejercicios para una buena elección

Editorial Biblos

Dedicamos este libro a los jóvenes inquietos y comprometidos con sus proyectos de vida y con la sociedad, a los padres que desean lo mejor para sus hijos y a todos aquellos profesionales que trabajan con y para los jóvenes.

PIENSO… LUEGO ELIJO

Este libro está pensado para acompañar a los jóvenes en su elección vocacional. Si bien el concepto “vocación” no es sencillo de precisar, los autores asumen el desafío de intentar posibles definiciones, siempre provisorias, siempre abiertas, partiendo de la base de que la vocación tiene que ver con una búsqueda que trasciende lo estrictamente laboral. Con este objetivo, reúnen aquí testimonios de jóvenes que describen cómo fueron su elección y su trayectoria una vez finalizada la escuela media, hasta alcanzar exitosamente el fin de una carrera terciaria o universitaria. Con el objetivo de que quienes hoy se enfrentan a esa decisión puedan realizar una elección auténtica, estos relatos son acompañados con reflexiones y ejercicios que abordan los distintos momentos de un proceso de elección vocacional.

Pienso… luego elijo es una herramienta imprescindible para los adolescentes que se encuentran pensando en su proyecto futuro, quienes encontrarán aquí elementos para apropiarse del proceso de elección. Asimismo, se brindan sugerencias y estrategias destinadas a profesionales interesados en la temática, educadores y padres.

Los autores son licenciados en Psicología por la Universidad de Buenos Aires. Desde 2003, cuando iniciaron el “Equipo de Orientación Vocacional Armando”, se dedican a la temática. Además, Esteban Beccar Varela se desempeña en los ámbitos clínico y educativo, Nicolás Larocca coordina grupos de meditación y organiza viajes espirituales a la India, y Mariano Muracciole trabaja como psicólogo educacional.

No se permite la reproducción parcial o total, el almacenamiento, el alquiler, la transmisión o la transformación de este libro, en cualquier forma o por cualquier medio, sea electrónico o mecánico, mediante fotocopias, digitalización u otros métodos, sin el permiso previo y escrito del editor. Su infracción está penada por las leyes 11.723 y 25.446.

Les agradecemos a nuestras familias por su permanente apoyo, a las personas que con gran entusiasmo compartieron sus testimonios, a Laura por orientarnos en la escritura sin alterar su sentido, a Marcos por el prólogo y por compartir con nosotros su experiencia y sus conocimientos, a los profesionales que nos acompañaron y que nos acompañan en nuestro crecimiento profesional, a Nik por su generosidad y por su compromiso con la educación, y a la Editorial Biblos por confiar en nosotros.

CAPÍTULO 10
Salida laboral

En este capítulo te proponemos más ejercicios y actividades para que continúes profundizando en aquellas áreas de interés que pudiste delimitar. Así como hasta el momento te hiciste un tiempo para pensar y para reflexionar acerca de vos mismo, puede ser de gran ayuda que ahora también les dediques tiempo a la investigación y a la búsqueda de información.

Imaginarse en el futuro realizando una actividad laboral no es muy sencillo; sobre todo teniendo en cuenta que, a través de los años, el mundo laboral va cambiando, se reorganizan áreas de trabajo o se crean nuevas. Se trata de poder conectar todo lo que hasta ahora percibiste acerca de vos mismo con el conocimiento de las salidas laborales, de los lugares de trabajo y de los quehaceres profesionales.

29. Laureano

Cuando empecé a pensar qué iba a estudiar, cursaba cuarto año del colegio secundario y no tenía ninguna vocación definida. Sabía que iba a tener que optar por una carrera que me diese flexibilidad para trabajar en algo que me gustase y, al mismo tiempo, que me ofreciera un nivel de vida similar al que me habían dado mis padres, lo cual no era fácil. Algo que siempre consideré importante, y que incidió en mi elección, era la familia, la seguridad económica y el bienestar.

En un principio, pensé en estudiar Administración de Empresas, ya que esta carrera ofrecía la posibilidad de trabajar en diversas áreas de una organización; sin embargo, consideraba que era demasiado generalista y que brindaba poca ventaja competitiva con relación a tantas otras carreras que se encuentran en el mercado educativo. Fue así como decidí a estudiar Ingeniería Industrial; sabía que no solo me permitiría trabajar como administrador, sino que, además, me daría una formación sólida que me proporcionaría mejores herramientas para desarrollarme profesionalmente. Después de hablar con mucha gente, confirmé que los ingenieros eran muy cotizados en el mercado y que se desempeñaban en todo tipo de áreas de trabajo, como marketing, finanzas, plantas de producción y hasta recursos humanos; esto me daría tiempo para decidir mientras estudiaba la carrera cuál sería el área en la que me desarrollaría profesionalmente.

Sin embargo, existía un inconveniente. No me gustaba la matemática y en el colegio no había sido un alumno sobresaliente. Ingresar a la Facultad de Ingeniería iba a ser algo difícil y, además, implicaba soportar tres años con muchas asignaturas vinculadas a la matemática. Más allá de estos obstáculos, mi objetivo era claro y realmente sabía que era la mejor opción para mi desarrollo profesional. Los primeros años fueron muy duros, pero con el tiempo fue una grata sorpresa darme cuenta de que la matemática no era tan desagradable y de que, aprendiendo a usar la cabeza, las ciencias duras eran más fáciles de lo que parecían. No obstante, el mayor aporte de ingeniería no son los conocimientos que se adquieren, sino que se aprende a pensar y a analizar los problemas de una forma diferente y estructurada.

Ya finalizando mis estudios, aún tenía claro que no quería trabajar como ingeniero técnico, sino en algo relacionado con el marketing o con la administración. Ingresé como joven profesional en Aguas Argentinas –como ejecutivo de cuentas– y, una vez recibido, partí a Europa, donde hice un máster en Administración de Empresas y trabajé en los más diversos puestos. Decidí cursar la maestría para especializarme en negocios, lo que le daría a mi perfil una mezcla que resultaría competitiva al combinar la solidez de la ingeniería con el conocimiento de los negocios.

Tuve la oportunidad de trabajar en las áreas de Compras, de Proyectos Informáticos, de Reestructuraciones Internas, como supervisor de obra y en proyectos para la construcción de nuevas plantas industriales. El haber estudiado ingeniería me permitió asimilar rápidamente cualquier tema nuevo y adaptarme, así, a cada nuevo puesto.

Sigo contento con la decisión de haber elegido Ingeniería Industrial, y volvería a tomar la misma decisión. Es una carrera en la que se estudia mucho, pero, una vez recibido, te permite trabajar en las más diversas áreas, aportando un valor agregado importante mediante el pensamiento sistémico y la capacidad de aprendizaje.

 

La identidad profesional no necesariamente está ligada a la carrera elegida. Una carrera universitaria abre un mundo de posibilidades que no solo se reduce al campo ocupacional que uno conoce.

30. Horacio

“No tengo la menor idea.” Eso fue lo que respondí la primera vez que mi tutor de secundaria me preguntó qué carrera iba a estudiar. Recién arrancaba el último año del colegio y ya teníamos cursos obligatorios de orientación universitaria en los que nos aproximábamos por primera vez al proceso de elección de carreras completando cuestionarios, visitando universidades, asistiendo a charlas con especialistas y perdiendo algunas horas de clase.

De a poco, me fui dando cuenta de que había materias que me atraían bastante más que otras. Me sentía más a gusto en el área de las ciencias sociales –leyendo sobre Descartes y el genio maligno, o sobre Bourdieu y el habitus– que en geografía, aprendiendo de memoria las características del suelo y de la roca basáltica. Dormía mucho durante las clases de Geografía ahora que lo pienso. Descubrí también que no entendía nada de lo que decía mi profesora de Química. Me tomó casi todo el primer trimestre, pero pude identificar lo que definitivamente no quería estudiar y logré tener una buena idea de lo que más me interesaba. “Vamos progresando”, me decía a mí mismo.

No tardé mucho en darme cuenta de que la sociología incluía varías de las disciplinas teóricas que me interesaban (filosofía, historia, psicología, economía) y que verdaderamente me apasionaba. No tuve que pensarlo mucho más. “Sociología es una gran carrera”, me dijo mi padre cuando le comenté lo que había decidido y mi vieja estaba chocha.

Decidí anotarme en la UBA porque, principalmente, quería adentrarme en un mundo distinto al que había experimentado en el colegio (privado). Sabía, por amigos que habían cursado ahí, que la carrera de Sociología en la UBA tenía un programa amplio, y que había buenos profesores y materias interesantes, pero más me atraían las historias de aulas que rebalsaban de estudiantes, la falta de bancos, los paros, las clases públicas, los vericuetos burocráticos y toda esa “mística” que tienen las facultades estatales, algo a lo que definitivamente no estaba acostumbrado. Así, me anoté en el CBC no bien terminé el secundario.

Mi experiencia en la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA ha sido de lo más variada. Tuve materias nefastas, exámenes imposibles, esperas interminables, aplazos rotundos, profesores insoportables, ayudantes aburridos y cuatrimestres plagados de paros, de encrucijadas sindicales, de manifestaciones y de peleas políticas. Pero también he vivido cursos estimulantes y debates completamente reveladores que me han servido para entender mucho de lo que vivo día a día, profesores geniales, brillantes e inspiradores, amigos con ideas y pasados distintos al mío, que han modificado y enriquecido lo que pienso y lo que creo.

Hoy me encuentro contento de haber emprendido este camino, a pesar de las dudas que puedan surgir respecto de mi eventual desarrollo como profesional –“¡Los sociólogos se mueren de hambre!”, dice siempre mi abuela–. En cuanto al futuro, será cuestión de continuar buscando algún proyecto que contribuya de manera positiva a este mundo, en el que pueda aportar mi tiempo, esfuerzo y conocimiento (por mínimo que sea), y ver si puedo vivir siendo sociólogo.

 

 

 

Guía de trabajo

1) ¿Cuáles son las salidas laborales que ofrecen las carreras u ocupaciones que estás considerando?

 

 

 

 

2) Teniendo en cuenta las carreras u ocupaciones que venís considerando, reunite con personas que se dedican a profesiones asociadas y conversá con ellas acerca de su quehacer cotidiano. Podés aprovechar esta oportunidad para visitar y conocer su lugar de trabajo.

Te sugerimos algunas preguntas para hacerles a esas personas. De todas, podés seleccionar las que consideres más afines a tus inquietudes. También te dejamos un espacio para que agregues otras que se te ocurran:

Escribí tus impresiones acerca de la o las reuniones.

CAPÍTULO 8
Ocupaciones

Hasta aquí, el énfasis estuvo puesto en un trabajo personal de autoconocimiento. A partir de ahora, los capítulos y las actividades propuestas estarán centrados en la información vocacional y ocupacional. La idea es que puedas asumir un papel activo en relación con la búsqueda de información.

Sabemos que la oferta educativa una vez terminado el secundario es amplísima. Además, cada vez son más las opciones. Todo el trabajo previo de autoconocimiento que has realizado te servirá para orientar y focalizar tu búsqueda.

En muchos sectores de la sociedad, está muy instalado el mandato de tener que estudiar una carrera universitaria una vez terminado el secundario, lo que hace que muchos de los jóvenes que egresan de la escuela media, por distintas razones, no contemplen las ocupaciones que requieren de formación no universitaria. Con frecuencia, esto último no hace más que reducir el campo de opciones, restringiendo la libertad en el momento de elegir. Nuestro propósito es que te des la posibilidad de elegir de manera auténtica, analizando todas las alternativas de formación que están dentro de tu área de interés, y no como una obligación asociada al simple hecho de haber terminado el secundario.

A modo informativo, y para que conozcas las diferencias entre una carrera universitaria y otra no universitaria, resumimos cómo está organizado el sistema educativo argentino. Además, existen ocupaciones cuya formación se encuentra por fuera de este sistema oficial establecido por la Ley de Educación Nacional.

Por último, más allá de la clasificación, lo más importante a la hora de elegir es privilegiar aquello que te hará crecer y desarrollarte como persona.

 

Esquema de educación superior según el sistema educativo argentino

 

Como sabrás, el sistema educativo de nuestro país incluye los niveles inicial, primario, secundario y superior. Este último es impartido por las universidades (que pueden ser nacionales, provinciales o privadas) reconocidas por el Estado, los institutos universitarios (públicos o privados) y los institutos superiores no universitarios. Solo las instituciones ubicadas en alguna de estas tres categorías están legalmente autorizadas por el Ministerio de Educación de la Nación para otorgar títulos oficiales. Llamaremos al resto instituciones que ofrecen formación “no oficial”. No obstante, tené en cuenta que algunas de ellas se encuentran en proceso de oficialización.

Las universidades y los institutos universitarios que integran lo que se llama formalmente el Sistema Universitario Nacional otorgan títulos de grado (licenciaturas, ingenierías, etc.), posgrado (especializaciones, maestrías y doctorados) y, en algunos casos, de pregrado, como títulos intermedios para quienes cursan carreras de grado, o bien directamente como carreras enfocadas a una disciplina laboral (tecnicaturas). Los institutos universitarios articulan su propuesta de enseñanza en forma conjunta con una universidad y ofrecen carreras en un único campo de conocimiento (por ejemplo, el empresarial).

Los institutos no universitarios, por su parte, ofrecen carreras cortas (también denominadas tecnicaturas) de dos a cuatro años de duración, y títulos de pregrado que brindan las herramientas necesarias para insertarse en una actividad laboral específica. Muchos estudiantes que finalizan estas tecnicaturas luego deciden, a partir de la articulación del instituto con una universidad (convenio), continuar con estudios de grado. De esta forma, evitan cursar la carrera universitaria desde el comienzo.

Las instituciones que responden a la denominación “universidad”, por ley, deben desarrollar su actividad en una variedad de áreas disciplinarias no afines, organizadas en facultades, departamentos o unidades académicas. Asimismo, las instituciones cuya oferta académica se circunscribe a una sola área disciplinaria se denominan “institutos universitarios”.

Para terminar, también están las instituciones de educación superior no universitaria, que tienen la función de formar y capacitar para el ejercicio de la docencia en los niveles no universitarios del sistema educativo, y proporcionar formación superior de carácter instrumental en las áreas humanísticas, sociales, técnico-profesionales y artísticas.

19. Sebastián

Mientras terminaba quinto año de la secundaria, nos ofrecieron hacer un test de orientación con el fin de ayudarnos a decidir qué estudiar una vez finalizado el colegio. A mis diecisiete años, quería que alguna ecuación contemplara todos mis intereses y diera como resultado una carrera que me gustara. Eso era lo que buscaba: una profesión que abarcara todo, que me hiciera sentir completo y feliz.

Comencé a trabajar en cuarto año de la secundaria y, desde entonces, seguí haciéndolo en diferentes rubros. Medicina y Periodismo eran las dos carreras que más puntuaban en el mencionado test y, como las exactas o científicas me parecían más difíciles y desafiantes, opté por estudiar Medicina. Me había ido bien en el secundario y en las olimpíadas de matemática; esos índices me hacían creer que era inteligente.

Realmente pensaba que mi coeficiente era alto. Sin humildad, me volcaba a una decisión que apuntaba más a lo que creía que los demás iban a admirar que a otra cosa. Estaba convencido de que, si era inteligente, tenía que estudiar algo difícil. Sentía que, si tenía herramientas intelectuales, Medicina reunía la mayor cantidad de atributos de desafío, perseverancia, complejidad y, en el fondo, brillo. Miraba mis aptitudes y miraba la carrera.

Hice el CBC de la UBA en un año. Era el tiempo mínimo en que podía hacerse; eso también parecía confirmar que estaba en el camino acertado. Mientras algunos compañeros o compañeras recursaban Física o Química, yo las pasaba sin mayores dificultades. Cuando empecé el primer año de la carrera, me di cuenta de que había cosas que Medicina no incluía: teatro, escritura, música… Sí incluía estudiar todo el fin de semana (cuando digo “todo”, me refiero a arrancar el viernes a la noche, dormir cinco horas y seguir el sábado a la mañana, comer algo y leer toda la tarde, acostarme temprano y estudiar el domingo hasta las siete de la tarde). También significaba observar la vida del médico que daba clases en la universidad o imaginarse en un hospital.

Más que reflexionar acerca de qué quería o deseaba realmente, me obnubilaba la idea de estudiar una carrera que demandara sacrificio, método y capacidad intelectual. Una carrera que, a los ojos de los otros, fuera reconocida y valorada. Me había equivocado, pero ya había empezado. No quería defraudar a nadie ni dar marcha atrás.

Seguí un año más y, a mitad de la cursada, percibí que ya no me sentía identificado con la medicina, a excepción de la entrevista médico-paciente. Le pedí a un amigo más grande, psicólogo y orientador del colegio secundario en el que había estudiado, que me ayudara a ver qué quería hacer en vez de focalizarme en la carrera y en mis habilidades.

Encontrar Ciencias de la Comunicación me llevó medio año. En la misma universidad, pero en otra facultad, la de Ciencias Sociales. Mientras estudiaba esta nueva carrera también hice el Profesorado de Catequesis y otros cursos. Además, seguí trabajando.

Hace poco, revisé la encuesta que me habían hecho en la secundaria y encontré esas dos opciones. Entonces, hizo falta dejar de mirar las aptitudes con las que contaba y escuchar qué quería hacer realmente. Hoy parece sencillo, pero me llevó su tiempo. No estuvo mal, pero, si pudiese volver atrás y elegir de nuevo una manera de pensar la carrera, me tomaría más tiempo para conocerme antes de inscribirme en lo más desafiante.

 

Esta persona hizo un descubrimiento importante: se dio cuenta de que había elegido de acuerdo con lo que sus aptitudes le permitían en lugar de considerar aquello que verdaderamente deseaba. Su primera elección tuvo más que ver con sus posibilidades intelectuales, y con la necesidad de brillar y de ser admirado, más que con sus intereses. Es cierto que todos, en alguna medida, queremos ser reconocidos por lo que hacemos, pero si aquello que hacemos no está conectado con el propio deseo ese reconocimiento resultará parcial.

20. Lisandro

Soy salteño y hace poco terminé la carrera de contador en la UBA. Una carrera que elegí hace más de nueve años. ¿Por qué esa y no otra? Como a todos nos pasa, las preguntas más usuales en el último año de secundaria son: “¿Qué vas a hacer cuando termines el secundario?, ¿qué vas a estudiar?”. Cada dos por tres escuchábamos esas preguntas y, si no las escuchábamos, éramos nosotros los que se la hacíamos a otro.

A mí me “quemaba” un poco la cabeza, porque no tenía la más pálida idea de lo que quería hacer y los tiempos apremiaban; había un tiempo para inscribirse y un tiempo para realizar los trámites relacionados.

Lo único que pude hacer fue ir descartando qué profesiones no quería ejercer cuando fuera grande. De esa manera, iba acotando mi espectro de posibilidades. Por ejemplo: no quería ser abogado por todas las idas y vueltas que tiene ese tipo de trabajo y el exceso de burocracia que conlleva. Hoy veo que, como contador, también hay un poco de eso (sobre todo en el tema impuestos y en las relaciones de los contribuyentes con el Estado), aunque no es para tanto. Además, en mi familia había muchos abogados y los veía muy “chamulleros”.

Me llamaba la atención la ingeniería (mi padre es ingeniero), pero sabía reconocer mis limitaciones y tenía muchas dificultades con materias en las que necesitaba dominar cuestiones asociadas a una carrera como esa. También la descarté.

Tenía inclinaciones hacia el periodismo deportivo, pero no me veía viviendo de eso desde el punto de vista económico. Esa profesión no me iba a dar de comer bien. Por mi forma de ser, en ese entonces no iba a basar mi elección únicamente en mis intereses, también iba a analizar cuidadosamente otros aspectos. La carrera que eligiese me tenía que “cerrar” por todos lados (ya llevaba al contador adentro).

Entonces, realicé un test de orientación y, al finalizarlo, me quedé con la idea de que podía estudiar la carrera que quisiera y, entre otras, alguna relacionada con las ciencias económicas. Sin embargo, descreí de los resultados del test.

Elegí la carrera de Contador Público por varias razones: tenía que ver con la manera en que me manejo en la vida, la carrera y yo teníamos algo en común; el plan de estudios ofrecía una variedad de materias que me resultaban interesantes, y también tenía la impresión de que significaba muchas opciones en cuanto a la salida laboral.

Luego tuve que decidir dónde iba a estudiar, si en mi ciudad de origen o en otra, y si lo iba a hacer en una universidad pública o en una privada. Finalmente, decidí hacerlo en Buenos Aires y en la UBA. Nunca dudé de la carrera, pero sí la pasé mal en la UBA por su sistema lento, y en Buenos Aires, porque a mi corta edad me resultaba una ciudad-jungla y un cuadrilátero de todos contra todos. Sin embargo, reconozco que tanto una como la otra me enseñaron cosas muy valiosas.

A pesar de que todavía no encontré un trabajo con el que pueda sentirme realizado, no me arrepiento de la carrera que elegí. Ya llegará ese trabajo algún día, es cuestión de esperar. Tal vez muchas carreras están orientadas a un laburo de oficina, rutinario, y eso me satura. Sobre todo, trabajar en relación de dependencia. Ese estar frente a la PC nueve horas diarias no es lo que más me gusta. Trabajé en una ONG con la idea de formar parte de una iniciativa de mejora y de igualdad social, pero mi sueldo era muy bajo como para mantenerme.

Con relación a mi futuro, planeo algún día volver a mi ciudad de origen y encarar un proyecto independiente que me permita disfrutar más de mi profesión y realizar otras actividades que me “llenen” y con las que pueda contribuir en la construcción de una sociedad más justa e igual para todos.

Algo importante a la hora de elegir una carrera es conocer el campo ocupacional y hablar con personas que eligieron esa carrera. En mi caso, intenté tomarme las cosas en serio y no asumir la necesidad de elegir como una obligación o simplemente para responder a la pregunta que tanto nos hacen cuando estamos en el último año del secundario. Es difícil asumir esta posición, porque, a esa edad, uno es inmaduro en muchos aspectos y todo te da lo mismo. Dejarse ayudar por profesionales y entendidos en el tema es una buena postura.

21. María

No recuerdo momentos de mi infancia en los cuales haya soñado con ser astronauta o con construir puentes. Tampoco recuerdo haber planeado un futuro rodeada de hijos y sin trabajar. Sí recuerdo que la primera profesión que se cruzó por la cabeza fue la de abogada. La idea habrá rondado algún tiempo durante la escuela primaria, el necesario para saber que a mi padre le hubiese gustado ser abogado –y también que yo lo fuera–.

En los primeros años de mi adolescencia, me hice fanática de los libros de medicina-terror, al estilo Coma, de Robin Cook, o simplemente de historias de médicos en gigantescos hospitales, como Médicos y traficantes, de Gerald Green. El fanatismo disparó una inquietud: ¿Quiero ser patóloga…? No doctora ni traumatóloga, ¡patóloga! Por suerte, esa pregunta duró poco tiempo. La respuesta era obvia: ¡no!

Con quince años, tenía que seguir con la búsqueda. Y volví a un fanatismo más antiguo: la escritura, las letras y la crítica literaria. La carrera, ¿era Letras? Se cursaba en la otra punta del mapa y lejos de mi Quilmes natal, en Parque Chacabuco, Caballito, por ahí… y eso de la distancia me hacía dudar.

También podía hacer el profesorado en Lengua y Literatura, mucho más cerca de mi casa. Entonces surgieron nuevas preguntas: ¿Me gustaría enseñar? Sí. ¿Me gustaría enseñar lengua y literatura? Sí. ¿Me gustaría enseñar análisis sintáctico? Mmm…, no sé.

Muchas veces, las preguntas no encuentran respuestas, pero sí disparan nuevos interrogantes y abren caminos alternativos. Creo que ese fue mi caso. Estos últimos cuestionamientos despertaron una inquietud muy fuerte que aparecía en cada profesión que se me cruzaba por la cabeza: enseñar, aprender y educar.