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ÍNDICE

LA EUROPA RENACENTISTA

ECONOMÍA RENACENTISTA

EVOLUCIÓN DEL DERECHO

LA CULTURA DEL RENACIMIENTO

OTRAS PUBLICACIONES

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Ya hemos visto en temas anteriores que el hombre europeo sufre un cambio radical a partir del año 1000. La Alta Edad Media y el feudalismo dejan paso a la Baja Edad Media y la burguesía capita-lista, que dirige los destinos de Europa hasta el siglo XV. La fecha que suele señalarse como tránsito entre la Edad Media y la Moderna es el siglo XV y el nombre que se da a este período crítico en la vida occidental es el de Renacimiento.

No hay que pensar que el Renacimiento fue un fenómeno brusco, un cambio repentino, sino un momento espectacular de la gran crisis que había conmovido Europa muchos siglos atrás. Tampoco hay que pensar que el Renacimiento fue un fenómeno único, ni siquiera parecido o similar en toda Europa. Lo que se entiende habitualmente por Renacimiento, es decir, las manifes-taciones artísticas y culturales que brotaron en este siglo, son patrimonio de dos pueblos espléndidamente dotados: Italia y Flandes. Es cierto que los demás pueblos de Europa atraviesan períodos parecidos, pero en época bien diferente. El Renacimiento artístico fue un modo de ser italiano y como tal lo estudiaremos en temas sucesivos.

Pero no puede limitarse esta palabra a su carga artística y cultural, porque en el siglo XV sucedieron en Europa muchos y grandes cambios que alteraron por completo los modos de vida del europeo más conservador. Estos cambios, experimentados en todos los órdenes de la vida, son los que vamos a tratar de describir en el presente tema.

Si tuviéramos que definir con una sola nota el cambio, la transición más espectacular, del hombre europeo en el siglo XV, no dudaríamos en hablar del INDlVlDUALISMO. En el siglo XV triunfa la concepción individualista en todos los planos de la vida.

Al hundirse el Imperio Romano desaparecieron del paisaje europeo las últimas individualidades que habían brotado en el mundo antiguo. La Alta Edad Media, con sus sistemas económi-cos cerrados y su predominio agrario con sujeción del colono a la gleba, había reducido el ímpetu individualista del europeo. Los pocos ciudadanos que quedaban se hundieron cuando el Islam cerró el comercio mediterráneo. El colono no es individualista, porque vive de la tierra, de hacer siempre las mismas operaciones y esperar las mismas cosechas. No gana su pan con arrojo o con imaginación -virtudes individuales- sino que lo gana con el esfuerzo común y cotidiano, haciendo lo que le enseñaron sus padres y sus abuelos, cumpliendo normas inmemoriales, que destilan ricos caudales de experiencia. Ello le hace ser cauto, comedido, conservador, poco amigo de variaciones, poco audaz.

Desde el siglo VII, con la invasión musulmana y el cierre del Mediterráneo, el mundo europeo, como ha demostrado Dawson, tomó el aspecto de un mosaico de compartimentos estancos, aislados entre si, fuera de los cuales el individuo no podía vivir, pues no encontraba un mínimo de seguridad. Estos grupos que albergaban y protegían al individuo eran de estirpe germánica: la familia, la aldea, el feudo. La escasa comunicación comercial, monetaria y de todo tipo entre estos grupos sociales, determinó un aislamiento cultural que impidió todo florecimiento humanístico o artístico. Al no existir inter-cambio de ideas, al no haber posibilidad de comparar invenciones y puntos de vista distintos, el europeo quedó sumergido en la oscuridad intelectual. Al mismo tiempo que decaía el comercio, y casi por las mismas causas, iban decayendo la civilización y la cultura europeas, conservadas a duras penas en los manuscritos conventuales, guardados con extraordinario celo por los benedictinos.

Pero el individualismo sobrevivió latente y subterráneo en la moral cristiana, que descansa en la conciencia individual. El europeo siguió alimentando su individualidad porque se creía obligado a cuidar su alma con la religión. La práctica de la religión cristiana y de las reglas morales que el cristianismo difundió por Occidente fue el último reducto del individualismo antiguo. El ejemplo de Cristo fue increíblemente eficaz. Su poderosa individualidad se transmitió en dosis moderadas a todos los europeos medievales y les impidió sumirse en la arcaica conciencia de tribu germánica.Hacia el siglo XI, concretamente a partir del año 1000 como hemos dicho antes, el europeo comienza a sentir arrebatos místicos. Los místicos son chispazos refulgentes de la religión y de la ética. Los místicos son los mejores introductores y propagadores del individualismo. Esta convulsión mística produjo la reforma cluniacense y la renovación de la vida monacal, como hemos señalado en el tema correspondiente. Al mismo tiempo que la religión sufría un movimiento depurador, el arte siente nuevos vientos y se expresa con nuevas formas.

Desde este siglo transcurre lo que hemos denominado Baja Edad Media, caracterizada por el ímpetu económico de los ciudadanos de los burgos y por sus intensos esfuerzos de emancipación social y política. Recordemos los constantes enfrentamientos de las ciudades del norte de Italia contra el Emperador alemán, las del centro contra el Papa, las flamencas contra el rey de Francia, las españolas contra Enrique IV y Juan II, etc.

Las ciudades bajomedie-vales fueron la cuna del individualismo. Aunque lo vemos brotar deslumbrante en el siglo XV, llevaba tres siglos de formación tenaz.

Tres siglos de lucha entre los burgueses individualistas y comerciantes, contra los nobles que defendían sus territorios, sus siervos y su espíritu de clase.