ÍNDICE

Una compañía siempre reformable, conferencia del cardenal Joseph Ratzinger como conclusión de la XI edición del Meeting para la amistad entre los pueblos, con el título: «El Admirador, Einstein, Tomás Becket» (25 agosto - 1 septiembre 1990)

Libros de bolsillo
71

Joseph Ratzinger

La belleza
La Iglesia

Prólogo
Etsuro Sotoo

ISBN DIGITAL: 978-84-9920-767-4

Título original
La bellezza. La Chiesa

© 2005
Itacalibri, Castel Bolognese, Italia

© 2006
Ediciones Encuentro, S. A., Madrid

Traducción
Carmen Salgado

Diseño de cubierta: o3, s. l. - www.o3com.com

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PRÓLOGO

«En el principio era el Verbo». Así comienza el Evangelio según San Juan. El Verbo es la Palabra. Nosotros, los hombres y mujeres de todos los tiempos, nos enriquecemos por la Palabra. Sobre esta idea he tratado de estudiar la obra de Gaudí, en la que me he integrado con mi trabajo profesional como escultor en el Templo Expiatorio de la Sagrada Familia de Barcelona desde el año 1978.

Antoni Gaudí ideó, para esta obra arquitectónica, la ventanal de la nave central que en su parte exterior presenta frutos, en la zona superior del edificio, y hojas, en la zona inferior. Habría que pensar qué llevó al genio a actuar de esta forma para saber qué buscaba expresar. En su profundo estudio de la naturaleza, en su observación de la Creación, una vez más, había encontrado en los frutos y en las hojas una vía de catequesis y a la vez de expresión estética para hablarnos del valor de la Palabra de Dios y de cómo ésta acompaña la Historia de los hombres. Los frutos reciben el alimento gracias a la luz del sol que llega a las hojas de cada planta. Sin las hojas y su función, nunca una planta llegaría a producir sus frutos. Todas las plantas necesitan la luz para alcanzar el fruto maduro. Así ocurre con nosotros, los hombres. Necesitamos la Palabra de Dios para madurar. Para nuestro desarrollo auténtico como personas, nos es imprescindible el alimento de la Palabra.

El simbolismo de Gaudí, a la hora de colocar los frutos en la parte superior de la nave, y las hojas en la parte inferior, creo que da para una reflexión más. Nuestro mundo tiene frutos y hojas. Cuando el alma humana madura, sube, asciende hacia Dios y ya no necesita las hojas. Por eso los frutos ocupan el nivel superior. Las hojas, los instrumentos que le han servido en la tierra para alimentarse en lo espiritual, quedan en el suelo, en la parte inferior del edificio, porque una vez que se está en contemplación del Dios Creador, del Sol que alimenta, ya no es necesaria la mediación de la palabra por la que se nos ha transmitido el mensaje. La variedad de plantas con la que Gaudí quería adornar la Sagrada Familia es, asimismo, reflejo del trabajo de Dios en la creación. Un Dios que en su amor infinito por sus criaturas se complace en la diversidad de formas. De ahí que también en este trabajo escultórico, cada pieza esté compuesta de frutos y hojas de especies diferentes. Me ayudó a hacer esta reflexión el hecho de que en japonés, mi lengua materna, «palabra» (kotoba) se escribe con dos símbolos que son «decir» y «hoja». Un detalle más de cómo actúa Dios a través de nosotros, instrumentos e hijos suyos, que escogió a un escultor japonés para que todos pudiéramos gozar con el trabajo amoroso e inteligente de Gaudí.

A este propósito me gustaría añadir una reflexión final. Siempre se considera la belleza de la obra gaudiniana en tanto que perfeccionamiento de las cosas materiales a través del trabajo humano, en este caso del arquitecto. Quisiera añadir a esto que no sólo se trata de un perfeccionamiento que va en una dirección. No sólo Gaudí hizo obras bellas, sino que en el acto de hacerlas fue creciendo también él en belleza de espíritu. Su trabajo, santificado y santificador, ofrecido para la gloria de Dios, se convirtió en alabanza al Creador, en oración. Al mismo tiempo, generó en el artista un crecimiento en las virtudes tanto cardinales como teologales, lo que sin duda nos hace creer hoy, en pleno siglo XXI, que nos encontramos ante un hombre santo, ejemplo para tantas personas que viven su vocación cristiana en medio del mundo. Dios hizo partícipe de su Belleza infinita a cada obra gaudiniana, pero al mismo tiempo su gracia perfeccionó a Antoni Gaudí, lo hizo bello a los ojos del Cielo y de toda la Humanidad. Es esa belleza propia de los santos la que nos llama a seguir su camino, ya que todo hombre, en su naturaleza, contiene esa llamada a la perfección, de la que la belleza es inherente. Encontramos hoy bella la obra de Gaudí y encontramos bella la biografía de este hombre, cuya trayectoria vital da muestras de mejoramiento a lo largo del tiempo, conforme se adentraba más en su trabajo.