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El cuaderno secreto

Hortensia Moreno

Ilustraciones de Irla Granillo

Índice

Uno

Dos

Tres

Cuatro

Cinco

Seis

Siete

Ocho

Nueve

A Rafael Alejandro

Uno

¿A POCO no sería genial que los perros hablaran?

Dice mi mamá que los perros no pueden hablar. Pero debe haber alguna manera de entender lo que están pensando, ¿no creen? Yo me imagino algo así como un aparato que se pueda conectar en el perro. Mi mamá dice que no se puede saber lo que un perro piensa porque, según ella, los perros no piensan.

Yo siempre me he preguntado cómo es posible que las mamás sepan tantas cosas que los chicos no sabemos. Debe ser porque la gente grande ya acabó de ir a la escuela y allí le enseñaron todo. O porque han vivido muchísimos años y han ido aprendiéndolo todo con el tiempo.

Pero luego me he dado cuenta de que los grandes tampoco saben muchas cosas; bueno, no conozco a nadie que lo sepa todo. A veces se desesperan porque les hago demasiadas preguntas, o simplemente no tienen la menor idea de lo que les estoy preguntando. Entonces mi mamá me dice: “¿qué sé yo?” o “¿cómo quieres que yo sepa eso?” Y mi papá me dice: “pues eso, la mera verdad, no lo sé”.

Además, no todos los grandes saben las mismas cosas. Unos saben unas y otros saben otras, o sea que hay que fijarse muy bien a la hora de preguntarles, porque a los grandes no les gusta nada, pero naditita, que uno se dé cuenta de su ignorancia.

Por ejemplo, mi papá sabe muchísimas cosas sobre computadoras, pero no le vayan a preguntar nunca de los nuncas qué quiere decir adjetivo determinativo singular. Mi tía Licha sabe todo lo que se puede saber sobre la Nueva España en el siglo XVI, pero nunca ha sabido cómo se le pone gasolina al coche. Mi tío Eduardo se sabe los nombres de todas las calles de la ciudad, pero no sabe dónde están los cubiertos. Y entre todos saben muchas cosas que mi mamá no sabe; pero hay otras cosas que sólo ella sabe: por ejemplo, a qué hora se deben ir a dormir los niños, cuántas verduras se deben comer, cuál es mi talla y cuál es mi número de zapatos.

Los grandes saben mucho, pero de todos los adultos de mi familia no conozco a nadie que sepa de qué se trata todo lo que me están enseñando en la escuela. Cada vez que les pregunto, me dicen: “es que a mí no me lo enseñaron igual”. Eso no quiere decir que las maestras y los maestros sí sepan todo. Por ejemplo, el maestro de deportes no sabe cuál es la diferencia que existe entre un rombo y un romboide, y mi maestra Cecilia no entiende cómo un gol puede estar fuera de lugar.

Los grandes siempre están leyendo libros, revistas y periódicos, y yo creo que de ahí sacan muchas cosas. Pero todos, en algún momento, me han contestado: ¡pues quién sabe! O sea que todavía no conozco a nadie que sepa todo, pero todo todo todo lo que yo me pregunto.

La gente grande a veces se impacienta porque yo pregunto mucho. Pero díganme, la mera verdad, si no pregunto, ¿cómo voy a llegar a saber todo lo que quiero saber? Mi mamá dice que lo busque en la enciclopedia y la deje en paz por favor siquiera un minuto. Eso es porque viene muy cansada de trabajar y a veces de mal humor. Y también porque a veces le pregunto cosas que ella no sabe.

Mi papá me enseñó a buscar en una enciclopedia. En mi casa tenemos varias y hay otra en la casa de los abuelos. No sé si ustedes sepan, pero la mayoría de las enciclopedias vienen en orden alfabético, o sea que si alguien no entiende cómo se usa el orden alfabético, mejor que ni busque en la enciclopedia. Yo tuve que aprenderme el abecedario de memoria, porque si no, nunca me habría acordado si la hache va antes de la pe o después, y eso causa que se tarde uno mucho en encontrar lo que está buscando.

Yo he tratado de buscar respuesta a mis dudas en la enciclopedia, y he encontrado muchas palabras, por ejemplo, si ustedes buscan samurai, pronto encontrarán que es un miembro de la antigua nobleza del Japón, que formaba parte de la guardia imperial, y luego se transformó en una casta caracterizada por la práctica de las artes marciales y un rígido código del honor guerrero.

Pero si no se trata de una palabra, sino de una pregunta, encontrar la respuesta no es nada fácil. Por ejemplo, si uno busca la pregunta: ¿No sería genial que los perros hablaran?, se tropieza con varios problemas. Pueden empezar buscando en la “P” de perro. En algunas enciclopedias viene un capítulo dedicado a los perros, y en el diccionario enciclopédico dice que un perro es un mamífero carnívoro de la familia de los cánidos cuya dentadura está formada por 42-44 piezas y varias cosas más. También dice que así se le nombra a una persona cuando es ruin o indigna o cuando es muy leal y fiel. Y no dice nada sobre el idioma de los perros o dónde aprenderlo.

Y luego se puede buscar hablar, o idioma. Pero en ninguno de esos dos lugares van a encontrar ustedes algo que pueda responder a mi pregunta. Y así es más o menos con todo. Tal vez no he buscado bien o no he buscado donde hay que buscar. A lo mejor es cosa de tener paciencia y poco a poco uno va aprendiendo todo sobre los pérridos y lo demás.

De todas formas, me encantaría poder hablar con los perros. Mi mamá dice que los perros sólo hablan en la televisión; también dice que yo veo demasiada televisión. Está preocupada: cree que me puedo confundir y no ver la diferencia entre un perro de caricatura y un perro de carne y hueso. Yo le digo: “Mamá, soy chico, pero no soy tonto”.

¿Y para qué quiero hablar con los perros? ¡Ah, ésa es una buena pregunta! Mi mamá me dice: “A ver, ¿qué cosas puede saber un perro como para que sea tan interesante hablar con él?” Yo estoy casi completamente seguro de que los perros saben muchas cosas.

Mi tío Eduardo dice que todos los perros descienden de los lobos, entonces todos los perros deben saber algo acerca de la vida salvaje. Por eso son tan buenos cazadores. Y no necesitan ir a la escuela para saber hacer muchas cosas, como seguir un rastro o cobrar una presa. También saben cuidar su territorio, proteger a su amo y atacar al enemigo. Según yo, ya con eso sería suficiente para hablar con ellos.

Un día leí un cuento que se trataba de un hombre que entendía el idioma de los pájaros. Un cuento, ya saben, de esos en que ocurren muchas cosas de las que no pueden pasar en la vida real. (A mi mamá le gusta que yo lea cuentos de hadas, pero no le gusta que vea tanta televisión. ¿Ustedes me pueden explicar por qué?)

Ya sé que en los cuentos ocurren cosas que son imposibles en la vida real, o sea, cosas imaginarias. Pero, ¿a poco no sería genial entender lo que dicen todos los animales? No nada más los perros o los pájaros. Para el hombre del cuento, entender el idioma de los pájaros resultó de lo más ventajoso, porque así se enteró de cosas que todos los demás personajes no sabían y pudo encontrar el tesoro y adivinar todos los enigmas y al final se casó con la princesa.

Si yo pudiera entender el idioma de los animales, me haría rico. Mi tía Licha dice que a lo mejor cada animal habla un idioma diferente: los perros hablan perrés, los gatos hablan gatés, las gallinas hablan gallinés, los elefantes hablan elefantés. Entonces habría que aprender muchos idiomas distintos para entenderlos a todos. Eso no me desanimaría. Pero yo me imagino algo diferente.

Yo me imagino un aparato que se conecte o en el perro o en la persona (todavía no estoy seguro) y que permita entender lo que el perro está diciendo, sin necesidad de aprender otro idioma.

Entonces, cuando me preguntan lo que voy a ser de grande, contesto que voy a inventar ese aparato traductor.

Dos

YO TENÍA un perro. Se llamaba Chispa. Vivíamos en una casa con jardín y todo. Pero ahora vivimos en un departamento que es muy chico y ya no podemos tener perro.