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Primera edición digital: diciembre 2015
Ilustraciones: Fran Carras
Diseño de la colección: Jorge Chamorro
Corrección: Juan Francisco Gordo
Revisión: María Zuil

Versión digital realizada por Libros.com

© 2015 Jaime Paz Burgos
© 2015 Libros.com

info@libros.com

ISBN digital: 978-84-16616-41-1

Jaime Paz Burgos

El colapso

La última crisis

A los defensores del capitalismo y a los que miden
la prosperidad humana tan sólo con números.

«Donde haya propiedad privada, donde todo se mide con el valor del dinero, no será nunca posible llevar a cabo una política justa con éxito».

Tomás Moro

 

«Dividamos las posesiones de un modo igualitario, y veremos inmediatamente cómo los distintos grados de arte, esmero, y aplicación de cada hombre rompen la igualdad. Y si se pone coto a esas virtudes, reduciremos la sociedad a la más extrema indigencia. En vez de impedir la carestía y la mendicidad de unos pocos, estas afectarán inevitablemente a todo el cuerpo social. También se precisa la inquisición más rigurosa para vigilar la desigualdad, tan pronto como aparezca por primera vez, no menos que la más severa jurisdicción para castigarla y enmendarla. Pero tanta autoridad habrá de degenerar pronto en una tiranía, ejercida con graves favoritismos».

David Hume

 

«La raíz del mal, la avaricia,
vicio tan condenable y degenerado,
tornose esclavo de la prodigalidad
ese noble pecado; mientras la lujuria
empleaba a un millón de pobres,
y el odioso orgullo a un millón más.
La propia envidia, y la vanidad,
embajadores de la industria fueron;
su amor por el inconstante desatino
en dieta, mobiliario y vestido,
ese vicio extrañamente ridículo, convirtiose
en la rueda misma que hace girar el comercio.
[…]
Así el vicio creó la inventiva,
que unida a tiempo e industria
sostuvo las conveniencias de la vida,
sus placeres reales, las comodidades, el desahogo.
Hasta una altura tal que los muy pobres
vivieron mejor que antes los ricos,
y nada se echó en falta».

Bernard de Mandeville

Índice

 

  1. Portada
  2. Créditos
  3. Título y autor
  4. Dedicatoria
  5. Cita
  6. Prólogo
  7. El colapso
  8. Epílogo
  9. Mecenas
  10. Contraportada

Prólogo

 

Estamos inmersos en un cambio de era. Como ya ha sucedido antes en la historia humana, alcanzar determinadas cotas de conocimiento ha dado lugar al desarrollo de tecnologías que han provocado una serie de modificaciones tan fundamentales que el mundo conocido deja de ser el que era para transformarse en otro completamente distinto.

Es en tal coyuntura de cambios críticos y profundos cuando sobrevienen las grandes crisis, periodos convulsos en los que las rutinas del mundo que nos era familiar pierden efectividad, dejan de servirnos como guía, empujándonos a las temibles arenas de la incertidumbre.

Desconcertados, desde el umbral de nuestras cuevas, asomamos temerosos lo único que tenemos, el asombro inquisitivo de nuestro entendimiento, forzados a aceptar y analizar la situación alterada, obligados a comprender el enunciado de una circunstancia nueva que se nos presenta como problema y que exige solución; pues el vivir humano es decisión permanente, optar por un camino y renunciar a otro, necesidad constante de un plan que oriente nuestros pasos.

La línea sinuosa de la evolución de la historia humana ondea y se dilata a lo largo de generaciones, donde nuestro dolorosamente escaso plazo vital apenas sí nos permite percibir más allá de las inmediatas sucesiones de acontecimientos que nos han precedido y nos habrán de suceder. Nuestro momento se sitúa en el último punto de inflexión alcanzado en la fabulosa gráfica de la historia, en el punto preciso donde una curva toca fondo y finaliza su progresiva decadencia, y otra inicia su ascenso, formando el lecho donde se mezclan los escombros de las experiencias del mundo pasado con la sangre y el aliento del imperativo de supervivencia del presente que palpita, decantando la substancia que alimentará a los tiempos venideros.

En ese caldo de cultivo se agita el combinado de pasado aprendido, presente vivido y futuro vislumbrado, burbujeando en un azaroso juego de permutación de ideas, expresadas en todas las formas de las que el ingenio humano es capaz, y que la circunstancia someterá a la implacable prueba de la adaptación. En esa tierra incierta y exigente se retuercen los brotes que logran superar el desafío evolutivo, pugnando por aflorar y dar sus frutos. Frutos como el que sostienes en tus manos, cuya cáscara de admonición y distopía amargas protege semillas capaces de hacer germinar en nosotros la pulpa sabrosa, estimulante y conductora de una utopía venidera.

Ángel F. Bueno
Barcelona, abril de 2015

El pasado

0. Los nuevos algoritmos robotizados ultrarrápidos

El mercado financiero global ha experimentado una serie de problemas técnicos que ha llegado a cortar abruptamente las operaciones hasta el punto de paralizarlas por completo. Una de las razones de estas congelaciones súbitas es el repentino surgimiento de grupos de robots ultrarrápidos, que explotan el mercado global y que operan a velocidades más allá de la capacidad humana, lo que abruma, hasta el colapso, al mercado de valores.

En escalas de tiempo de menos de un segundo, el mundo financiero es capaz de llevar a cabo una transformación súbita hacia una ciberjungla habitada por agrupaciones de agresivos algoritmos de comercio. Esos algoritmos pueden operar tan rápido que los humanos son incapaces de participar en tiempo real y, en su lugar, surge un ecosistema de robots ultrarrápidos para tomar el control.

En este mundo de algoritmos robotizados ultrarrápidos, el mercado experimenta una transición abrupta y fundamental para convertirse en otro mundo donde las teorías del mercado convencional dejan de ser aplicables.

La presión de la sociedad para conseguir sistemas más rápidos que dejen atrás a los competidores ha conducido al desarrollo de algoritmos capaces de operar más rápido que cualquier ser humano. Si se quieren regular estos algoritmos ultrarrápidos, es preciso comprender primero su comportamiento colectivo. Y esa es una tarea de inmensas proporciones, aunque con la ventaja de que esos algoritmos superveloces suelen ser relativamente sencillos, ya que la simplicidad es, precisamente, lo que permite un procesamiento más rápido.

El número de cosas que un algoritmo ultrarrápido puede hacer es relativamente pequeño. Esto significa que es muy probable que adopten el mismo comportamiento y que, por tanto, generen una cibermultitud o un ciberagrupamiento que ataca una cierta parte del mercado. Esto es lo que da origen a sucesos extremos.

Esta nueva comprensión sobre la forma en que las máquinas están afectando a las operaciones financieras podría tener otras importantes aplicaciones fuera del mundo económico.

El presente

1. Essien y Clara

[Si lo que se va a relatar a continuación fuera ficción, se vería a través de una pantalla o en cualquier campo de visión una habitación en la que duermen un hombre y una mujer jóvenes de rasgos caucásicos. La habitación es un cuadrado perfecto de tres paredes totalmente opacas y la cuarta es una gran vidriera que compone el cuarto lado del cuadrado. En las paredes hay varias pantallas en las que se pueden visualizar obras pictóricas de arte abstracto, mayoritariamente correspondientes a la corriente pictórica conocida como cubismo. Está todo perfectamente ordenado. El suelo de la habitación es de madera tropical rojiza pulida y barnizada, lo que le da a la estancia una calidez que contrasta con el frío ambiente que parece que hay en el exterior.

Pero lo que se va a relatar a continuación no es ficción.

Es la realidad.]

Despierta.

Es ella, la mujer que está a su lado en la cama es su mujer. Hasta aquí todo está bien.

Se levanta, él está en su habitación, en su casa, en medio de la naturaleza, como él había querido siempre. Ahí deberían estar el bosque de robles, con todos sus colores otoñales, el lago, las cimas nevadas de las montañas, el cielo…; el cielo debería estar tomando ese color desde el blanco hasta el azul de las primeras horas de la mañana, debía ser el día perfecto.

Todo huele muy bien, incluido su aliento, todo es perfecto.

Entra en la cocina.

La cocina está en perfecto estado, ordenada, limpia, lista para el desayuno. Levanta la cortina con un mínimo gesto manual.

—Mierda.

Fuera todo está mojado, llueve copiosamente. La nieve en las cimas de las montañas ha desaparecido.

—¿Qué has dicho, cariño?

Su bella esposa acaba de despertar.

—Está lloviendo. Otra vez.

Él piensa que de vez en cuando no va mal que llueva un poco. Hace pensar. Hoy no tienen que ir a trabajar, ni ella ni él. Podría ser un buen día para charlar, últimamente les hace falta. Charlar, charlar, algo muy sencillo. Algo que no hacen últimamente.

—Oh, menudo problema…

Ella se está levantando de la cama, siempre es él quien lo hace antes, aunque sólo sea unos instantes. Esos instantes de estar sola en la cama, de estirar las piernas, de estirar los brazos y no tropezar con nada. Es lo que le queda de los días anteriores al…

—Princesa, hoy es diferente.

Él vuelve a la habitación. Vuelve a comprobar que efectivamente, la persona con la que habla es su esposa.

—Sabes que me gustan más los días soleados.

Ella ya no recuerda aquellos días. Hace ya mucho tiempo que los problemas climatológicos son culpa de él, y ella encuentra el reproche que anda buscando en la lluvia de fuera. Últimamente se han distanciado debido a las largas jornadas de trabajo de él. Reuniones, reuniones, reuniones… Ella le reprocha constatemente que casi no pasan tiempo juntos. Él no puede hacer demasiado. En la compañía las cosas empiezan a complicarse, algo relacionado con el cash flow que no acaba de entender, lo cual no deja de preocuparle, porque pronto van a empezar a pedirle explicaciones, y no las tiene, y en la búsqueda de esas explicaciones se está perdiendo hora tras hora, día tras día, informes, análisis, previsiones. Y en casa reproches, muchos reproches. Demasiados.

—Sabes que me gustas más con los ojos oscuros.

Cuando su mujer cambió el color de sus ojos, antes de ayer, se juró a sí mismo no utilizarlo nunca en una discusión; sólo ha tardado dos días. El color de los ojos de ella ha vuelto a ser un arma arrojadiza, una de las pocas que le quedan a él. Como hace unos meses. Es un tema recurrente. Recurrente porque los cambios en el color de los ojos de ella parece ser la forma que tiene de llamar su atención en respuesta a sus largas ausencias.

—¿Otra vez?

Él empieza a experimentar la sensación de que esa conversación ya ha tenido lugar en algún otro momento, de que vuelve a escuchar las mismas palabras, los mismos reproches, como una de esas películas de ficción que ha visto tantas veces. Y entonces él piensa que hace mucho que no ve ninguna nueva película, y no sabe muy bien por qué. Antes le encantaba ver películas. Pero ahora…

—¿Otra vez, qué?

Ahora ni siquiera recibe puntualmente la programación de ficciones. En realidad, hace bastante que no tiene noticias de ningún estreno. Pelis. No hay pelis. Y entonces se da cuenta de que la simple mención al color de los ojos de ella ha sido un error, ahora lo ve claro.

—Otra vez llueve y otra vez estamos discutiendo.

Ella no puede soportar los días de lluvia. A él de vez en cuando sí le gustan. Pero a ella le oprimen el pecho, le dan dolor de cabeza, le hacen entrar en un estado de abatimiento que no soporta. Pero a él le gustan. De vez en cuando. Ella está segura de que él utiliza los días de lluvia para fastidiarla. Lo del color de sus ojos es la razón, es la forma que él tiene de mostrar su desaprobación a su último cambio de aspecto.

—Estoy preocupado, el número de asistencia técnica no responde. Sé que no te gusta la lluvia, pero créeme, no he podido hacer nada para evitarlo. Hace días que estamos así.

La dura tarea que él tiene hoy consiste en convencerla a ella de que lo de la lluvia no es cosa suya. Han discutido muchas veces por culpa del clima. Incompatibilidad climática, lo llamaría un psicólogo o asesor matrimonial. Él encuentra cierta gracia en ese concepto. Cosas de las parejas modernas. Lo han inventado ellos. Y entonces casi se le escapa la risa.

—Lo sé, por eso ando algo susceptible, la lluvia me vuelve peor persona.

En cierto modo, cuando algo afecta al estado de ánimo de su mujer, no puede hacer nada para evitar sentirse culpable. Esta vez no era cosa suya, otras veces sí lo había sido, pero no ahora. El clima. El maldito clima está fallando desde hace bastantes días, y no recibe respuesta alguna de la compañía que da el servicio. Y como otras veces, se siente un poco culpable, culpable por no haberle dado a su mujer más días soleados, sobre todo en días no laborables, por eso decide tranquilizarla de alguna manera:

—Eres una persona maravillosa. Por eso vivimos juntos.

Ella empieza a darse cuenta de que algo está pasando. El rostro de él le recuerda a aquellos días en los que resignadamente le comunicaba a través de videoconferencia que debía estar reunido durante varias horas más y que no le esperara para cenar, y que no le esperara despierta. Resignación. Resignación en el rostro de él y resignación en el rostro de ella. Y esta vez él tiene la misma expresión en el rostro, la expresión de quien no controla la situación, la expresión de que si pudiera haría algo, pero resulta imposible. Lo del clima es una tontería, realmente, pero resulta ser la confirmación de que ninguno de los dos controla sus vidas.

—Pero no sale el sol. Quiero que salga el sol de una vez.

Ella no soporta esa sensación, su idea de conseguir la felicidad siempre había estado relacionada con poder controlar todos y cada uno de los pequeños detalles de su existencia en el día a día. Y eso ha dejado de ocurrir. E irremediablemente, a esa sensación le rodea un día de lluvia persistente, lluvia interminable, lluvia deprimente, lluvia que no cesa y que parece no tener ningún remedio.

—Espera un momento, acabo de comunicarme con ellos, y responderán en breve. Voy a mirar.

Él vuelve a la cocina, vuelve a mirar por la ventana. Sigue lloviendo. En la pantalla suspendida en el centro del salón puede ver cómo entra un mensaje del servicio de asistencia técnica del Servicio de Clima Personalizado ALP.

«Estimado Sr. Hoffman, el Servicio de Clima Personalizado ALP ha suspendido el servicio a todos sus clientes. La compañía se ha declarado en quiebra técnica y ha iniciado un proceso para ser reconocida en situación de suspensión de pagos. Rogamos disculpe las molestias que este contratiempo pueda ocasionarle».

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El presente

2. Trent y Ashley

[Si lo que se va a relatar a continuación fuera ficción, se vería a través de una pantalla o en cualquier campo de visión un parque en el que la gente disfruta de un día soleado. Un parque con muchos árboles y un lago en el centro. La luz del sol pasa a través de las hojas de los árboles con el mismo brillo que se refleja en el agua del lago. Parece uno de esos días de fiesta en los que todo es perfecto para disfrutar con los amigos, o con la pareja. La temperatura es perfecta, sopla una ligera brisa que acaricia la piel de las personas que están en el parque. La mayoría de las personas que están en él tienen rasgos caucásicos.

En el parque hay dos hombres jóvenes que parece que son ajenos a todo lo que ocurre alrededor. Ajenos a las risas de la gente, ajenos a los que practican deporte, ajenos a los que pasean bordeando el lago que hay en el centro del parque.

Pero lo que se va a relatar a continuación no es ficción.

Es la realidad.]

—¡Wow! ¡Esto sí es mierda de la buena!

Ashley se encuentra en el punto álgido de un viaje psicotrópico al que han decidido entregarse para pasarlo bien el fin de semana. Ashley es uno de los mejores clientes de Trent, además de un gran amigo, consumidor habitual, a su juicio demasiado habitual, del MLO.

—Deberás tener una «Z» buena para esto.

Trent lo tiene todo preparado. Ha traído la mejor «Z» del mercado. Ashley es su amigo y no le va a meter en un problema.

Desde que el Gobierno legalizó las drogas, todos los comerciantes de sustancias consideradas como drogas disponen de las tarjetas «Z», las cuales contienen códigos para detener los efectos de cualquier sustancia, por duras que puedan ser, así como aliviar las posibles secuelas que puedan dejar en el «cerebro».

—Aunque de momento la «Z» puede esperar. ¡Esto es alucinante!

Están tendidos en el suelo.

En el parque.

No recuerdan de qué ciudad.

La hierba se ha arremolinado bajo sus piernas, como si se estuviera escapando por un sumidero de un color verde fluorescente. El sol luce más que nunca. Aunque está anocheciendo, la sensación de desconexión es total. Entonces aparecen los fractales.

Se ha hecho de noche.

Hay estrellas en el cielo.

Y ahora las estrellas se convierten en unos fuegos artificiales de millones de colores, mientras el suelo sigue ablandándose, hasta convertirse en una especie de nube de color verde fluorescente. Las personas del parque ahora son espirales gelatinosas, como hechas de jabón, de un color rosa luminiscente.

Y de nuevo aparecen los fractales. Imágenes caleidoscópicas de millones de colores (de nuevo), imágenes geométricas regulares e irregulares, según la simulación bioquímica que el MLO les está inyectando en el «cerebro».

El sueño gelatinoso que siempre quisieron disfrutar. Los fractales repentinamente se transforman en imágenes de su vida real. Como si realmente estuvieran a punto de morir y sus vidas pasaran delante de sus ojos justo antes de divisar la luz al final del túnel. El túnel es una bóveda compuesta de imágenes de sus vidas. Como si alguien hubiera pegado esas imágenes en la superficie abovedada del túnel. Infancia, adolescencia, sus padres, su primer beso, su primer «viaje», su graduación. Incluso el futuro. La vejez. ¿La vejez?

Después del Volcado no hay vejez. Siempre jóvenes, como en aquella canción. ¿De verdad quieres vivir para siempre? Después del Volcado la palabra vejez desapareció del vocabulario de millones de personas. De los millones de personas que compraron el Volcado. Pero en el «viaje» de Trent y Ashley sí aparecen ellos reflejados en millones de espejos, y son viejos. No tienen cabello y en sus rostros, aunque reconstruidos, sí parecen atisbarse las arrugas que el tiempo ha ido esculpiendo. Lo que son ligeras marcas en la piel se van convirtiendo progresivamente en surcos gigantes, que son el rastro que un barco que navega abriéndose paseo por el hielo polar deja tras de sí, un barco que se dirige hacia el fin del mundo. Montañas heladas. Más montañas heladas. Más montañas heladas. Hasta que finalmente el barco se detiene. Pero el hielo sigue rompiéndose por debajo. El mundo se abre y el barco en el que Trent y Ashley navegan cae.

Cae.

Cae.

Cae.

Y entonces las imágenes del fin del mundo vuelven a ser fractales. Millones de aristas multicolores y posiblemente microscópicas, que forman figuras poliédricas moviéndose en espiral. Pulsos de sangre en el cerebro a ciento veinte pulsaciones por minuto. La simulación es perfecta. El Volcado. Todo lo bueno y todo lo malo del Volcado. Drogas sin daños colaterales, sin efectos secundarios: tan sólo viajar.

Viajar.

Caer.

El túnel.

—Wow…

Ahora están volando…

Las espirales que años atrás habían sido personas —cuando su viaje de hoy comenzaba—, les acompañan en el vuelo; pueden divisar todo el parque desde la altura, y pueden verse a sí mismos, convirtiéndose en espirales de un color blanco brillante, nacarado.

Están arriba.

Muy arriba.

Muy arriba.

Ingravidez.

Trent piensa que por hoy ya está bien y saca de su bolsillo dos «Z». Una píldora de color naranja con una «Z» en tinta negra, con el símbolo de marca registrada. Le da una a Ashley.

—Ashley, suficiente, tío, cómetela.

Ashley se introduce la «Z» en la boca y se la traga. Trent hace lo propio con la suya, esperando el efecto de los nuevos códigos, que deberían hacerles descender poco a poco hacia el suelo del parque para fundirse consigo mismos, al tiempo que dejan de ser espirales. Los fractales desaparecerán y la imagen del parque que se suele tener cuando se está sentado sobre la hierba volverá a sus respectivos campos visuales.

Pero no ocurre.

Siguen ahí arriba.

Muy arriba.

Ingravidez.

—Algo va mal, tío.

Trent no nota el efecto. Ashely le mira con ojos de incredulidad, aunque en realidad sus ojos siguen siendo imágenes fractales con movimiento espiral alterno. Abajo, muy abajo, ellos siguen siendo dos espirales de color rosa fluorescente, y no descienden. Los fractales no se han esfumado del todo, de hecho, puede que sigan ahí durante mucho, mucho tiempo, al menos es lo que sienten ahora.

—Trent, ¿qué broma es esta? Dame la «Z» de una puta vez.

Trent está asustado, el viaje está durando más de la cuenta.

—No tengo más, ¡joder! La mía tampoco funciona, no sé qué pasa, tío, de verdad. Estoy asustado.

Ashley nota cómo sus ojos se llenan de lágrimas que parecen «reales». El viaje está durando más de la cuenta y ha dejado de ser placentero. El paraíso artificial que ha adquirido tiene un defecto de fabricación. Además, lo realmente placentero ha acabado antes de tiempo.

—Pues conéctate donde quiera que te tengas que conectar y carga otra «Z».

Tras varios intentos, Trent se da cuenta de que ha perdido la conexión con el proveedor de códigos Z. Los malditos códigos Z. Hace tiempo que teme algo así. Nunca había fallado su conexión, pero en algún lugar de su conciencia siempre ha habido un pequeño reducto de intranquilidad en lo que tiene que ver con los códigos Z para efectos inversos de estados alterados. Hasta hoy se ha ganado bien la vida con estas mierdas y siempre ha actuado con profesionalidad y honestidad. Cero incidencias.

Hasta hoy.

Entonces desaparecen los fractales y una aire-pantalla se despliega delante de sus ojos, con un único mensaje:

ERROR DEL SISTEMA

El presente

3. Miyako y Akira

[Si lo que se va a relatar a continuación fuera ficción, se vería a través de una pantalla o en cualquier campo de visión a una pareja joven con rasgos orientales caminando en un entorno natural que se parece demasiado a lo que era el paraje de las montañas Asahi-dake en otoño. El camino por el que discurre la joven pareja serpentea en dirección a montañas más altas cubiertas por vegetación de altura variada y de colores que van desde el ocre apagado de las hojas de los árboles ya caídas al suelo, hasta el rojo vivo de las especies vegetales que todavía conservan su follaje, a pesar de la época del año que parece que es.

Aunque casi todo lleva a pensar que la estación es otoño, a los lados del camino que serpentea hacia las montañas hay flores de colores muy diversos que antes tan sólo se daban en la estación primaveral, algo que da al paisaje un aire tan irreal como idílico.

Pero lo que se va a relatar a continuación no es ficción.

Es la realidad.]

Siempre habían querido ir a Asahi-dake. Su viaje soñado, a las montañas más altas de Hokaido. Ver los colores del otoño, mezclándose con el blanco de las primeras nieves, para ellos es lo más bello del planeta. El maldito trabajo no les permite más que unos pocos días de vacaciones al año, y ya que para este viaje necesitaban una larga estancia, han preferido ir posponiéndolo hasta poder disponer de más tiempo.

El maldito trabajo. Siempre el maldito trabajo. En la compañía cada vez les exigen más. La industria del ocio es la única que funciona desde hace años, la única que sobrevivió después del Volcado, todo lo demás es solamente política. Y para un programador siempre hay demasiado trabajo. Ganan mucho dinero, dinero que nunca ven y que nunca pueden utilizar porque están siempre trabajando.

Pero esta vez, incomprensiblemente, la compañía les ha dado una semana de vacaciones. Todavía no lo entienden del todo, casi les han obligado a tomar estas vacaciones, precisamente en el momento en que más trabajo tienen. Asahi-dake se va a convertir en una realidad para ellos, por fin.

—Miyako, ¿has mirado bien el mapa?

Debe quedar poco para llegar. Saben que están muy cerca.

—¿Qué mapa? No hemos traído mapa, sé que siempre has sido un romántico, pero para estas cosas, la conexión GPS es mucho mejor.

Miyako prefiere la conexión GPS, los sistemas hoy permiten que sólo haya que pensar en ello para estar conectado, y Miyako ya ha «pensado» en ello.

—Disculpa, siempre piensas más rápido que yo, pero ya me conoces.

Miyako hace un gesto de asentimiento sin mirar a Akira a los ojos. Llevan años juntos y todavía tiene ese amago de timidez que aparece cada vez que sus miradas se van a encontrar. Cada vez que Akira ve ese gesto en Miyako se da cuenta de que en ambos casos, el Volcado fue perfecto. Todos los gestos, las miradas, los actos reflejos, el tacto, el olfato, el gusto, funcionan a la perfección. Y el hecho de que un programador tenga esa opinión, quiere decir que el Volcado realmente se finalizó a la perfección.

Desde el Volcado, los programadores son los nuevos médicos, los nuevos psicólogos, los nuevos directores de calidad, los nuevos críticos del sistema, los que pueden crear o destruir, los que pueden analizar y entonces proceder. La nueva clase media de después del Volcado. No saben muy bien si alguien contaba con que después del Volcado apareciera una nueva clase media y con tanto poder. El poder de decidir si la montaña ha de estar nevada en esta época del año o no. El poder de decidir si ha de hacer buen tiempo o mal tiempo. El poder de decidir los colores y las texturas de todo. El poder de diseñar la realidad.

—Akira, algo no va bien, no encuentro la montaña.

Miyako trabaja en los sistemas GPS cada día. Y sabe que los sistemas GPS no fallan. Están protegidos contra posibles errores algorítmicos. Las dichosas series. Su especialidad.

—¿Cómo?

Akira ya conoce ese cuento, o ese chiste; su novia, a pesar de que domina a la perfección las series de control, nunca se ha entendido demasiado bien con los sistemas GPS, a pesar de su manejo diario. Existe un considerable porcentaje de ocasiones en los que Miyako no entiende demasiado bien las indicaciones.

—La montaña. La montaña no está.

Miyako cierra los ojos. Está absolutamente confundida, parece que le va a doler la cabeza, aunque eso es totalmente imposible. Hace mucho tiempo que no tiene dolor de cabeza. Dolor de cabeza. Menuda estupidez.

—¿Qué quiere decir «no está»?.

Akira está intentando conectarse al sistema GPS que su novia trata de dominar. Pero no encuentra el protocolo de conexión. No da con él. Y Asahi-dake no aparece por ningún sitio.

—Pues que no está, que debería estar aquí, pero no está.

Desde el Volcado todo está al alcance de la mano, por decirlo así. Al alcance de la mente. Desde el Volcado uno puede ir a cualquier lugar. Previo pago, por supuesto. El Volcado acabó con las distancias, con las fronteras, con los límites del mundo. Quien puede pagarlo, va donde quiere cuando lo desea; es quien quiere ser. Y quien pudo contratar el Volcado puede hacer todo eso.

Ah, y también puede hacerlo incluso un «trabajador», como Akira.

Akira fue uno de los elegidos. Exámenes, pruebas de todo tipo y unos cuantos años dando el doscientos por cien para el bien de la compañía. Siempre estuvo convencido de que entrar en la industria del software le daría buenos beneficios y una aceptable calidad de vida. Y el Volcado le dio todo eso. Como caído del cielo.

Y el Volcado también le trajo a Miyako. Se habían conocido y se habían enamorado antes del Volcado, pero ellos están desde el principio. Cuando todo era demasiado nuevo, demasiado fácil. Y descubrieron que después del Volcado las personas podían seguir enamoradas.

—Venga, no puede ser, repasa la ruta, nos habremos equivocado en algo.

Miyako sabe que no se ha equivocado. Estudió ingeniería en programación avanzada con la idea de contribuir a la producción de realidades sintéticas ambientadas en la literatura fantástica que leyó de pequeña. Bosques mágicos, océanos poblados de seres mitológicos, cielos ocupados por aves fantásticas. Antes del Volcado llamaban a todo aquello «videojuegos» o «películas», según el grado de participación del consumidor. Detrás de la inocente apariencia de juguete y conectados a la pantalla del televisor, los videojuegos habían sido en su momento la primera tecnología informática a la cual un gran número de personas tuvo un acceso directo y personal. Desde muy pronto, los contenidos de los videojuegos se integraron en el universo mediático. Los personajes estrella de los juegos informáticos más populares, al igual que los de muchas películas y dibujos animados, formaban parte de un supersistema que abarca una larga sucesión de los más variados productos, desde una colección de figuritas a un juguete, un libro o una película, lo cual facilitaba su éxito. Un supersistema era una red de intertextualidad construida alrededor de un personaje o un grupo de personajes imaginarios o reales. Para ser un supersistema, aquellas redes atravesaban varios modos de producción de la imagen y gustaban a diferentes subculturas de edad, de sexo o etnia, convirtiéndose en grandes éxitos comerciales.

Llegó un momento en que los productores cinematográficos estuvieron cada vez más implicados en la producción de videojuegos, lo que permitió integrar en los juegos secuencias digitalizadas de una película. Algunos editores de videojuegos tenían incluso estudios cinematográficos creados especialmente para la filmación de imágenes concebidas exclusivamente para ser utilizadas en sus videojuegos. La progresiva utilización de imágenes reales digitalizadas modificó la naturaleza de los juegos, acercándolos, de cierta manera, a lo que se conocía como «cine», o lo que era lo mismo, la producción de películas. Así, gente relevante de la industria del cine se empezó a implicar más en producir videojuegos, y viceversa, alcanzando así, progresivamente y mediante grupos interdisciplinares, una fusión de ambos tipos de entretenimiento. Así se llegó a lo de las ficciones interactivas, generando una gran fuente de crecimiento económico gracias al gran éxito comercial cosechado por la hibridación de los dos universos. Algo que no pasó desapercibido a los fundadores de la compañía.

Ahora, los términos «libro», «videojuego», «película» o «cine» le resultan a Miyako términos sumamente arcaicos. Todo aquello ahora se engloba en el concepto «ficción». Con diferentes niveles de participación, o niveles de ficción. Antiguamente, los libros alcanzaban un nivel, las películas otro superior y los videojuegos otro aún mayor, en ese orden preciso. Ahora, a esos diferentes niveles de ficción se les llama «puertas de realidad».

Así es ahora el mundo. Ficción y realidad se confunden incluso semánticamente.

E hizo un buen trabajo, tanto es así, que fue seleccionada para un puesto en el departamento de programación justo antes del Volcado. Así que conoce a la perfección la realidad. Y sabe que esta vez no se ha equivocado de ruta. Y sabe que Asahi-dake debería estar ahí mismo, pero no está. Aunque la orientación con los sistemas GPS nunca fue una de sus habilidades.

—No, Akira, la montaña no está. Las coordenadas son correctas, deberíamos tener el pico nevado de Asahi-dake justo delante nuestro, en nuestro campo de visión, y no está.

Y entonces Miyako observa en Akira una de esas expresiones faciales producto de la sorpresa. Una de esas expresiones que aparecen cuando algo no debería estar ahí, cuando algo ocupa un lugar que no le corresponde, cuando algo deshace el orden. Algo a lo que Miyako no está acostumbrada, sobre todo, si esa expresión está en el rostro de Akira. Cree haber visto ese dibujo de la cara de Akira en dos o tres ocasiones en toda su vida.

Miyako gira sobre sí misma para mirar hacia donde Akira dirige sus ojos para ver qué es lo que tanto le sorprende. El cielo azul se está transformando en una tela metálica de un color difícil de describir, y el camino está desapareciendo. A ambos les viene a la memoria aquella ficción en la que una especie de «nada» se comía el universo. Por primera vez en mucho tiempo, de hecho, por primera vez desde el Volcado, Miyako y Akira están viendo algo que efectivamente no debería estar ahí, algo que deshace el orden, algo que empieza a ocupar todo el espacio. Están viendo píxeles.

La percepción visual de ambos se está bloqueando. La sensación que tienen es la misma que debía sentir antiguamente alguien que se estuviera quedando ciego en pocos segundos. La textura de todo se está pixelando. La textura del cielo, del suelo, de todo. Todo se está convirtiendo en una trama irregular de píxeles de un color grisáceo y se empieza a oír una vibración sorda que invade el entorno.

La intensidad de la vibración va en aumento. Se parece a la vibración que produce el tinnitus en los oídos, el tinnitus causado por un exceso de mucosidad en el oído interno, el tinnitus causado por una exposición prolongada a niveles de ruido demasiado altos, el tinnitus causado por el estrés, el tinnitus causado por un tumor.

—Tenemos que irnos de aquí.

Akira entiende perfectamente que su viaje ha finalizado. El lugar al que se dirigen no existe. El servicio que han contratado ha fallado por alguna razón. Y si no regresan a casa rápido, ellos mismos pueden tener algún tipo de problema.

Miyako no entiende nada, no ve nada, no oye lo que Akira le acaba de decir. El tinnitus causado por la vibración no le deja oír nada en absoluto. No puede ver nada, tan sólo ve con claridad a Akira.

El suelo pixelado comienza a temblar en la misma frecuencia de la vibración sorda que les causa la sordera.

Akira toma su mano.

—Vámonos de aquí. Ahora mismo.

Y ante una lluvia de píxeles que va desde el suelo hacia arriba, y que podría ser causada por una extraña fuerza gravitatoria opuesta, aparece una pantalla gigantesca suspendida en lo que debería ser el cielo de Asahi-dake, con un único mensaje:

ERROR DEL SISTEMA

El pasado

4. Akira

Lo último que recordaba era estar tumbado dentro una especie de cápsula con un montón de cables conectados a su cabeza.

Lo penúltimo que recordaba era que estaba muy asustado. El Volcado todavía no había resultado ser un éxito completamente demostrado. Mil preguntas sobre lo que ocurriría al despertar. Si es que iba a haber un despertar. Las transferencias habían sido un éxito según la compañía, pero la falta de noticias acerca de las personas que ya habían hecho el viaje le inquietaba y le había llenado de temores los días previos a su transferencia. Ahora se trataba de él. Iba en serio.

Esos eran sus penúltimos pensamientos dentro de aquella especie de cápsula en la que había que entrar para ser volcado y enviado al nuevo mundo, a la vida eterna. Todo había sido como muy del pasado, como muy retro. Una cápsula hermética, cables por todos lados, luces rojas, luces blancas, chisporroteos de electricidad estática. Como en ficciones retrofuturistas de hacía décadas.

Y ahora, ya dentro, muchas dudas.