DONDE LOS HOMBRES ALCANZAN TODA GLORIA

 

 

 

Jon Krakauer

 

Introducción de Jacobo Ribero

Traducido por Enrique Maldonado

Título original: Where Men Win Glory: The Odyssey of Pat Tillman (2010)

© Del libro: Jon Krakauer

© De la introducción: Jacobo Rivero

© De la traducción: Enrique Maldonado

Edición en ebook: marzo de 2016

 

© De esta edición:

Capitán Swing Libros, S.L.

Rafael Finat 58, 2º4 - 28044 Madrid

Tlf: 630 022 531

www.capitanswinglibros.com

ISBN DIGITAL: 978-84-945311-1-8

© Diseño gráfico: Filo Estudio www.filoestudio.com

Corrección ortotipográfica: Carlos Vidania

Maquetación ebook: Caurina Diseño Gráfico www.caurina.com

 

 

 

 

 

«Dime quién eres tú entre

los hombres, valiente guerrero;

no te he visto en la lucha,

que es donde los hombres alcanzan

toda gloria; mas ahora eres tú

quien la alcanza entre todos.»

Homero,

Ilíada1

1 La traducción corresponde a la realizada en verso por Fernando Gutiérrez para Planeta. (N. del T.).

Jon Krakauer. Brookline

(EE.UU.), 1954.

Periodista, escritor y montañero estadounidense, Krakauer es especialmente reconocido por sus libros sobre alpinismo, aunque ha colaborado también con distintos medios como Playboy, National Geographic o Rolling Stone. Nació en Brookline (Massachusetts), pero creció en Corvallis (Oregón) desde los dos años. Krakauer, tercero de cinco hermanos, se graduó en 1972 y cuatro años después obtenía su título en estudios medioambientales en el Hampshire College (Massachusetts).

En 1974 formó parte de un grupo de siete amigos que escalaron el Arrigetch Peaks del Brooks Range (Alaska) y fue invitado por la American Alpine Journal para escribir acerca de sus experiencias en la montaña. En 1977, conoció a la escaladora Linda Mariam Moore, con quien se casaría tres años después. Ya en 1996, Krakauer partió hacia el Himalaya para escribir un reportaje sobre la creciente explotación comercial del Everest. Quería analizar los motivos por los que tanta gente está dispuesta a afrontar riesgos antes reservados a alpinistas profesionales, el resultado fue uno de sus libros más notables: Mal de altura (1997). Su bestseller Hacia rutas salvajes (1996) le creó una buena reputación como escritor de aventuras. Cuenta la historia de Christopher McCandless, un joven estadounidense que, tras graduarse en la universidad, donó su dinero a obras de caridad y se embarcó en un viaje por el oeste americano hasta que, dos años después, fue encontrado muerto en Alaska.

Contenido

Portadilla

Créditos

Cita

Autor

 

Dramatis Personae

INTRODUCCIÓN

DONDE LOS HOMBRES ALCANZAN TODA GLORIA

PREFACIO

PRÓLOGO

PRIMERA PARTE

01

02

03

04

05

06

07

08

09

10

11

12

13

14

15

16

17

SEGUNDA PARTE

18

19

20

21

22

23

24

25

26

TERCERA PARTE

27

28

29

30

31

CUARTA PARTE

32

33

34

35

QUINTA PARTE

EPÍLOGO

AGRADECIMIENTOS

FUENTES

PRÓLOGO

BIBLIOGRAFÍA

Dramatis Personae

22 de abril de 2004

Convoy de Magara a Mana, distrito de Spera,

provincia de Jost (Afganistán).

2.ª Sección, Compañía Alfa, 2.º Batallón,

75.º Regimiento Ranger.

GRUPO UNO

Vehículo 1: Humvee (GMV) con lanzagranadas Mk 19 montado en la torreta.

Teniente David Uthlaut, jefe de la sección, asiento delantero derecho.

Sargento Matt Weeks, jefe del 3er Pelotón, conductor.

Cabo primero Ryan Mansfield, lanzagranadas en la torreta.

Cabo primero Jade Lane, operador de radio, asiento central derecho.

Cabo primero Donald Lee, observador avanzado, asiento central izquierdo.

Cabo Bryan O’Neal, fusil de asalto M4, asiento trasero.

Cabo primero Mark, cañón de .84 mm Carl Gustav, asiento trasero izquierdo.

Cabo primero Jay Lamell, tirador auxiliar, asiento trasero derecho.

Vehículo 2: Toyota Hilux King Cab.

Cabo primero Brandon Farmer, mecánico, conductor.

Cabo primero Kilpatrick, fusil de asalto M4, asiento delantero derecho.

Cabo primero Pat Tillman, jefe en funciones de escuadra, ametralladora ligera M249, asiento trasero izquierdo.

Vehículo 3: Humvee blindado sin armas montadas en la torreta.

Cabo mayor Mel Ward, jefe de escuadra, conductor.

Cabo primero Will Aker, fusil de asalto M4, asiento delantero derecho.

Cabo primero John Tafoya, asiento trasero derecho.

Cabo primero Douglas Ping, asiento trasero izquierdo.

Vehículo 4: Toyota Hilux King Cab.

Cabo mayor Bradley Shepherd, jefe de escuadra, conductor.

Cabo primero Russell Baer, ametralladora ligera M249, asiento delantero derecho.

Cabo Josey Boatright, asiento trasero.

Cabo primero Jean-Claude Suhl, ametralladora 240 Bravo.

Cabo primero Alvin Fudge, observador avanzado.

Vehículo 5: Toyota Hilux King Cab.

Sayed Farhad, soldado de las Milicias Armadas Afganas.

Tres soldados de las Milicias Armadas Afganas

(nombres desconocidos).

Vehículo 6: Toyota Hilux King Cab.

Tres soldados de las Milicias Armadas Afganas

(nombres desconocidos).

GRUPO DOS

Vehículo 1: Camión afgano jinga que remolca un Humvee inoperativo.

Conductor afgano (nombre desconocido).

Jamal, intérprete afgano.

Sargento primero Jeffrey Jackson, jefe del 2.º Pelotón.

Sargento Jonathan Owens, jefe de pelotón fusilero.

Vehículo 2: Humvee (GMV) con ametralladora M2 del calibre .50 en la torreta y ametralladora M240B en el flanco derecho.

Sargento Greg Baker, jefe del 1er pelotón, asiento delantero derecho.

Cabo mayor Kellett Sayre, fusil de asalto M4, conductor.

Cabo primero Stephen Ashpole, ametralladora en torreta.

Cabo primero Chad Johnson, fusil de asalto y lanzagranadas M4/203, asiento central derecho.

Cabo primero Trevor Alders, ametralladora ligera M249, asiento central izquierdo.

Cabo primero Steve Elliott, ametralladora 240 Bravo, asiento trasero derecho.

Cabo James Roberts, fusil de asalto y lanzagranadas M4/203,

asiento trasero izquierdo.

Wallid, intérprete afgano, asiento trasero.

Vehículo 3: Humvee de carga.

Cabo primero Stephen McLendon, conductor.

Sargento primero Steven Walter, sargento de morteros de la sección, asiento delantero derecho.

Cabo primero Miltiades Harrison Houpis, francotirador, asiento trasero izquierdo.

Cabo primero Josh Reeves, francotirador, asiento trasero derecho.

Vehículo 4: Humvee de carga.

Cabo mayor Brad Jacobson, servidor de morteros, conductor.

Brigada John Horney, asiento delantero derecho.

Subteniente Alfred Birch, segundo al mando de la sección, asiento trasero derecho.

Cabo primero Dunabach, asiento trasero izquierdo.

Vehículo 5: Humvee (GMV) con lanzagranadas Mk 19 montado en la torreta.

Cabo mayor Jason Parsons, jefe de escuadra, conductor.

Sargento primero Eric Godec, sargento de sección, asiento delantero derecho.

Cabo primero Kevin Tillman, lanzagranadas en torreta.

Cabo primero Pedro Arreola, asiento central derecho.

Cabo Kyle Jones, asiento central izquierdo.

Cabo mayor Jason Bailey, asiento posterior.

Cabo Marc Denton, asiento posterior.

Cabo primero James Anderson, responsable médico,

asiento posterior.

INTRODUCCIÓN

Jacobo Rivero

El fútbol americano es una competición en la que juegan once contra once, la suerte decide cuál es el equipo que comienza el encuentro atacando y cuál defendiendo. La primera jugada de los atacantes se inicia con un kickoff: una patada al balón para alejarlo lo más posible de la zona de anotación del equipo ofensivo. El fútbol americano es un deporte de contacto que requiere de mucha preparación física y disciplina táctica. En Estados Unidos la liga profesional, la NFL (National Football League), es el deporte que más dinero mueve y más aficionados convoca frente a los televisores, según una encuesta que realizó el canal deportivo ESPN es la competición deportiva más popular del país.1 Pat Tillman, protagonista del libro, era un exitoso jugador profesional de fútbol americano. En cierto sentido respondía al estereotipo de deportista brillante que alcanza todas las metas que se propone con una fe en sí mismo alimentada por la egolatría y un espíritu de superación constante. Desde la escuela, Tillman era un chico introvertido y singular. No se tragaba lo que le decían si no iba acompañado de una explicación basada en argumentos y razones. En fútbol americano cada jugador tiene una posición en el campo. Tillman jugó en la línea defensiva de los linebackers durante su etapa en la Universidad, una especie de segunda línea de contención, y como strong safety en la NFL, una especie de verso suelto en la tercera línea de defensa, una posición que requiere de mucha agilidad mental, buena forma física y reflejos para adivinar los movimientos del equipo atacante. Básicamente su puesto consistía en bloquear las arremetidas de algún jugador contrario; una lógica que también aplicaba a sus asuntos personales y a su forma de ver el mundo. Tillman no creía en el más allá, sino únicamente en lo que ocurría a ras de suelo, si miraba al cielo era para reflexionar sobre sus propias circunstancias.

Del cielo vino un cambio importante en su vida. El 11 de septiembre de 2001 diecinueve miembros de la red Al Qaeda, según distintas informaciones, organizaron una serie de atentados aéreos consecutivos en Estados Unidos que prácticamente nadie preveía. Cuando el vuelo 11 de American Airlines se estrelló contra la Torre Norte de las Torres Gemelas, la cara de sorpresa y espanto de muchos ciudadanos de Nueva York fue mayúscula. Cuando pocos minutos después el vuelo 175 de United Airlines chocó contra la Torre Sur, la impresión de desolación y terror fue descomunal. Un tercer avión fue secuestrado para impactar contra el Pentágono en Virginia y un cuarto se estrelló en Pensilvania sin lograr su objetivo, presumiblemente el Capitolio en Washington D.C. En los atentados murieron cerca de 3.000 personas y alrededor de 6.000 resultaron heridas. La onda expansiva llegó a todos los rincones del planeta. La sensación de entrar en una nueva fase de la política internacional fue inmediata. Los ataques pillaron a pie cambiado al entonces presidente de Estados Unidos, George W. Bush, que andaba en el momento de los atentados de visita en una escuela infantil con alumnos afroamericanos. Este reaccionó ante las cámaras de manera parca y titubeante sin moverse de su silla frente al encerado. Pocas horas después comenzaría a prepararse la respuesta, la llamada «guerra contra el terrorismo», y el 80% de los estadounidenses apoyaron la acción de su presidente. La llamada a la batalla se extendió por todo el país, desde los cuarteles y los platós de televisión a los campos de fútbol americano. La primera parada de la siniestra sintonía bélica que comenzó a partir de entonces fue Afganistán, donde según el Gobierno estadounidense se encontraba Bin Laden, líder de Al Qaeda, protegido por el Gobierno de los talibanes e ideólogo de los ataques contra las Torres Gemelas.

Esa temporada Pat Tillman jugaba en los Cardinals de Arizona. Era un deportista de prestigio y tenía por delante un prometedor futuro personal y profesional. El primer domingo de octubre de 2001, cuando su equipo iba a jugar contra los Eagles de Filadelfia en el Veterans Stadium, el encuentro se retrasó unos minutos para conectar por videomarcador con un mensaje del presidente Bush a la nación desde la Casa Blanca en el que se anunciaba el inicio de la ofensiva militar. Con tono solemne, Bush hizo una apelación al destino del país, para añadir en un momento de su comparecencia: «Defendemos no solo nuestras preciadas libertades, sino también la libertad de personas en todo el mundo para vivir y educar a sus hijos ajenos al miedo». Sin embargo, la bendición presidencial de entonces abría una etapa que todavía hoy mantiene un reguero interminable de sangre, pánico y desolación en buena parte del mundo, especialmente en Oriente Medio. Ese día, Tillman comenzó a plantearse su compromiso con el «sacrificio» que el presidente demandaba al país. La atmósfera general en Estados Unidos fue descrita de forma crítica por la escritora, ensayista y cineasta Susan Sontag en una columna publicada en el periódico francés Le Monde el 18 de septiembre de 2011: «Los responsables norteamericanos y quienes aspiran a serlo nos han demostrado que consideran su trabajo como una manipulación: consiste en dar confianza y administrar el dolor. La política, la política de una democracia —lo que conlleva desacuerdos y fomenta la sinceridad— fue remplazada por la psicoterapia. Suframos juntos, pero no seamos estúpidos juntos. Un poco de conciencia histórica puede ayudarnos a comprender qué fue exactamente lo que ocurrió, y qué puede seguir ocurriendo». En el mismo artículo Sontag señalaba «el abismo» entre «lo que pasó y lo que debemos comprender».

Precisamente, en Donde los hombres alcanzan toda gloria, el periodista Jon Krakauer relata ese «abismo» que se abrió al hilo de la historia de Pat Tillman y su decisión de abandonar la fama deportiva para unirse voluntariamente a los rangers del ejército de Estados Unidos y marchar a la primera línea de fuego del campo de batalla. En paralelo a la historia de un joven estadounidense que siente la llamada de la bandera, y sus peculiaridades personales, Krakauer cuenta la historia reciente de Afganistán y los prolegómenos de una guerra y unas circunstancias que, al contrario de la impresión que produjo para muchos ciudadanos el 11-S, sí era previsible por la política de Estados Unidos en ese país desde la década de los ochenta. Primero nutriendo de toneladas de armamento a los muyahidines que luchaban contra la invasión soviética del país, luego desatendiendo los avisos que anunciaban un previsible ataque terrorista contra el país por parte de elementos vinculados a la red de Bin Laden y otros antiguos socios de la CIA de la época de la Guerra Fría y el todo vale en la confrontación de bloques. Afganistán fue una de las víctimas desde la década de los setenta del juego de ajedrez de la política internacional decidida en salas de misiles, conexión por teléfonos rojos y mapas geopolíticos confeccionados en el Kremlin y la Casa Blanca. La cartografía, del Este hacia el Oeste, incluía paisajes con círculos especialmente marcados alrededor de América Latina o el sudeste asiático, pero el tablero donde se dilucidaba el enfrentamiento era global. De la resaca posterior a la etapa comunista del país pastún y la salida del Ejército soviético en 1989, quedó una suerte de Estado fallido, dividido entre distintos grupos de combatientes de corte mafioso y señores de la guerra con toneladas de munición que chantajeaban a los ciudadanos en pequeños reinos armados hasta los dientes enfrentados entre sí. En ese contexto, fue en el que los talibanes desembarcaron con notable éxito, aplicando el terror con voluntad unificadora y apelando a la unidad de destino teológico. Un movimiento que no fue mal visto en un primer momento por las democracias occidentales, ya que las huestes del mulá Omar parecían en un principio garantizar la inversión en un país con notables riquezas naturales y posibilidades de transporte del gas desde las repúblicas exsoviéticas hacia distintos destinos. Poco importaba que los talibanes tuvieran como credo un fervor religioso que incluía el enclaustramiento y la represión de las mujeres, la prohibición de películas o grabaciones musicales, la condena a todo tipo de expresión artística..., incluso la penalización de jugar a las canicas o volar cometas. Los talibanes aparecieron en un principio como una solución al caos para la administración de Bill Clinton, los hombres de negocios y los traficantes de opio, pero más tarde fue parte de un problema que habían alimentado los servicios de inteligencia estadounidenses con evidente desatino. El antiguo aliado derivó en feroz combatiente gracias a la implosión de un territorio antaño muy diferente al actual, como también se cuenta en el libro de Jon Krakauer sobre la vida y muerte de Pat Tillman.

Jon Krakauer no es un periodista cualquiera. Conocido por sus relatos sobre montañismo y sus colaboraciones en distintos medios estadounidenses desde mediados de la década de los setenta, es autor de varios best sellers. El libro Into the Wild (Hacia rutas salvajes en España), publicado en 1996, en el que narra la historia real de Christopher McCandless, un joven que tras graduarse en la universidad recorre el país hasta llegar a Alaska, donde murió de inanición, y cuya historia fue llevada al cine bajo la dirección de Sean Penn en 2007, lo catapultó a la fama; un éxito editorial que un año después repetiría con mayor fuerza al publicar Into Thin Air (Mal de altura en nuestro país), en el que narraba la experiencia de un grupo de alpinistas que suben el Everest, en la que él mismo participó, que terminó con la muerte de doce personas tras numerosos fallos de todo tipo. El libro es también una denuncia de la comercialización y falta de preparación de este tipo de viajes. Into Thin Air logró el primer puesto entre los best sellers de no ficción en The New York Times, estuvo entre las tres obras finalistas en la categoría de no ficción del Premio Pulitzer de 1998, y con él, Krakauer obtuvo el Premio de Literatura de 1999 de la Academia Norteamericana de Arte y Letras. También tuvo una versión en cine de la mano del director Robert Markowitz. Su tercer gran éxito en ventas fue Under the Banner of Heaven, publicado en 2003, en el que desarrollaba aspectos de los grupos religiosos «radicales», particularmente los mormones, un grupo con una fuerte presencia en la vida política y religiosa de Estados Unidos. Con Donde los hombres alcanzan toda gloria, publicado por primera vez en 2009, Jon Krakauer continuaba con las historias centradas en personajes de personalidad compleja, entornos agresivos y circunstancias vitales dramáticas.

Pat Tillman no es una excepción en la línea de Krakauer de mostrar protagonistas especiales. Tillman escribió un diario en el que fue describiendo desde muy joven una serie de reflexiones que mezclaban ingenuidad, cierto grado de soledad y un extraño sentimiento de reivindicación permanente. Elementos muy presentes cuando decide unirse al ejército tras el 11-S y vivir la vida en los cuarteles desde dentro. Cuando se alistó con su hermano Kevin en los rangers, la desconfianza no desapareció de su ideario, al contrario, se fue alimentando por una lógica militar que cada vez le parecía menos fundada y más endeble, especialmente por la poca confianza que le generaba el «comandante en jefe» George W. Bush: «Mi esperanza es que las decisiones se estén tomando con la misma buena fe que Kevin y yo esperamos mostrar […]. Espero que esta guerra sea más que petróleo, dinero y poder. […] Pero dudo que sea así», señalaba en uno de sus textos poco antes de partir hacia su primer destino en Iraq. Tillman renunció a un contrato millonario en la NFL para servir a su país, algo que aprovechó la propaganda gubernamental estadounidense para proyectar una imagen de superhéroe americano al servicio de los intereses patrióticos del momento, una suerte de producto de marketing de propaganda militar perfecto del que Pat Tillman se negó a participar buscando un anonimato imposible. Su decisión saltó a la prensa, acaparó titulares y se mostró en pantallas de televisión: Pat Tillman era la encarnación del ídolo americano comprometido con su país y la suerte que había decidido un presidente al que se le atragantaban las galletas. Era la encarnación de la lucha del bien contra el mal, del deportista que renuncia a un contrato millonario para atrapar al supervillano Bin Laden y vengarse en nombre de las barras y estrellas de lo que había hecho el líder yihadista. La combinación era perfecta como ejemplo de compromiso desde el que vender a la opinión pública la Operación Libertad Duradera, nombre con el que se conoció el inicio de la ofensiva militar en Afganistán el 7 de octubre de 2001. Atraído por el lema Rangers lead the way! («los Rangers abren camino»), Tillman se alistó en un cuerpo del ejército que, más allá de eslóganes, tenía una composición mayoritaria de chavales psicológicamente endebles, y el exjugador dudaba de que tuvieran suficiente preparación como para portar armas.

En ese contexto de inseguridades hacia el mando y la tropa, Pat Tillman murió el 22 de abril de 2004 en la provincia de Jost en Afganistán. Como ocurrió con su incorporación al ejército, su fallecimiento se vendió como un ejemplo de entrega. Pero la versión oficial cocinada desde la Casa Blanca y el Pentágono no coincidía con la versión original de lo ocurrido en el terreno. La noticia de su muerte se vendió como una acción heroica en combate luchando contra el enemigo, pero no fue así. Salir de un vestuario para meterse de lleno en la guerra no es habitual, pero sí poner en conexión manipulación gubernamental con operaciones militares. Ocurre desde que existen las guerras. Al establishment le gustan las historias de los campeones que se abrazan con ellos delante de las cámaras, que posan con el trofeo de campeón y ofrecen la mejor de sus sonrisas al recibir las medallas. Cuando esto ocurre la ecuación es perfecta y la fotografía se enmarca. Por el contrario, cuando los deportistas expresan voces disonantes con el poder, el deportista pasa a ser molesto, incómodo y se le señala como un elemento extraño. Si la banda sonora va acompañada de himnos, banderas y condecoraciones, mejor que mejor. Fue el presidente Franklin Delano Roosevelt el que impuso que sonara el himno de Estados Unidos antes de todos y cada uno de los acontecimientos deportivos que se celebraran en el país, desde torneos escolares hasta competiciones profesionales. Ocurrió en el marco de la campaña patriótica interna que acompañó a la intervención estadounidense en la Segunda Guerra Mundial. Una decisión que, por cierto, algunos deportistas han puesto en conflicto en algunas ocasiones. La más famosa fue el saludo en el podio con el puño cerrado enfundado en un guante negro y con la cabeza baja de Tommie Smith y John Carlos en los Juegos Olímpicos de México 1968, como reivindicación del black power y las luchas por los derechos civiles.

El libro de Jon Krakauer no es un alegato antimilitarista, antibélico o pacifista —esa reflexión queda para el lector—, sino la historia de un muchacho blanco que nació en Fremont, en la orilla este de la bahía de San Francisco, lució larga cabellera, logró ser un jugador de prestigio en la NFL, estaba felizmente casado, y que marchó a la guerra henchido de voluntad pero nunca regresó. El problema fue que las causas de su muerte, como las causas de la guerra en la que participó, fueron tergiversadas y manipuladas. La «libertad de personas en todo el mundo para vivir y educar a sus hijos ajenos al miedo» de la que habló George W. Bush en su mensaje a la nación fue el principio de una catarata de mentiras y operaciones militares devastadoras, el efecto producido fue radicalmente contrario al expresado y precisamente el miedo se apoderó de miles de víctimas inocentes que vivían muy lejos de Nueva York o Fremont tras el 11 de septiembre de 2001. Ahora esa distancia no está tan clara, muchas ciudades están más cerca que antes, también en sufrimiento, y a las costas de Europa llegan en mareas miles de damnificados, y otros miles mueren en el intento. Parece lógico, en el terreno la realidad solo invita a huir: en el momento de escribir esta introducción, las víctimas civiles en Afganistán en el primer semestre de 2015 fueron 4.921, de las cuales 1.592 han perdido la vida y 3.329 han resultado heridas, un incremento del 60% respecto al mismo periodo del año anterior, según datos de la Misión de Asistencia de las Naciones Unidas en el país asiático. Hubo además un aumento del 23% de víctimas mujeres y un 13% de niños. Hace unos días, en una fotografía de un campo de inmigrantes acampados en Calais a la espera de poder cruzar el Canal de la Mancha para alcanzar las costas del Reino Unido, se veía una pintada de trazo infantil en la puerta de una tienda de campaña para familias de refugiados: Afganistan: No more war in my country. Acompañaba la frase un dibujo en forma de garabato de un avión lanzando bombas que parecían lágrimas. En algunos países llevan años en los que desde el cielo solo llega muerte y dolor.

El siguiente objetivo de la campaña militar estadounidense tras el 11-S fue Iraq. Lo ocurrido allí fue el paradigma de los despropósitos que se produjeron con el inicio del siglo xxi a nivel mundial. El 20 de marzo de 2003 comenzaría la segunda etapa de lo que algunos movimientos sociales contrarios a la política de la administración estadounidense y sus aliados llamaron en su momento «guerra global permanente», un escenario en el todavía hoy, quince años después de los atentados en Nueva York, habitamos. La guerra de Iraq fue producto de una serie de mentiras, con las fantasmagóricas armas de destrucción masiva que decían estaban en poder de Sadam Husein y que nunca aparecieron. Con la excusa de una urgente intervención militar que ocultaba intereses económicos, se inició una etapa de éxodos y catástrofes humanitarias que llega hasta nuestros días en forma de domino en la región: Iraq, Siria, Libia... Los desmanes y las torturas por parte de los soldados estadounidenses en la prisión de Abu Ghraib o la vergonzosa existencia de la cárcel militar de Guantánamo, donde los presos no tienen los mínimos derechos humanos, son un ejemplo de hasta dónde llegó la ignominia de la lógica aplicada por la administración Bush y más tarde, con otra forma pero parecido fondo, por la administración de Barack Obama.

En el libro de Krakauer se ponen nombres y apellidos a los causantes de un error mayúsculo e intencionado que ha dinamitado la convivencia en muchos países. Se muestra también, con conocimiento de causa, la chapuza de una estrategia militar que aunque sofisticada en tecnología se demuestra tremendamente inoperante en territorios hostiles. Producto de esa ineficacia y falta de preparación fue la muerte por «fuego amigo» de Pat Tillman. Los responsables de la mentira global y particular fueron George W. Bush, el vicepresidente Dick Cheney, el que fuera secretario de Defensa Donald Rumsfeld y los generales John Abizaid y Stanley A. McChrystal. Este último fue comandante en jefe de la Fuerza Internacional de Asistencia para la Seguridad (ISAF) en Afganistán, así como comandante en jefe del contingente militar propio de Estados Unidos en Afganistán. Todavía hoy el caso Tillman es un asunto controvertido en Estados Unidos. En abril de 2014, uno de los periodistas deportivos estadounidenses más interesantes, Dave Zirin, escribía desde las páginas de la revista The Nation un artículo sobre las circunstancias de la muerte del exjugador de fútbol americano que resumía con acierto la sensación que quedó tras su muerte y la posterior manipulación de los hechos: «Esto no es solo una tragedia para la familia Tillman; es una tragedia para cualquier persona que piensa que el Gobierno no debe estar por encima de la ley».2 De eso trata el libro de Jon Krakauer, con independencia de lo ocurrido al exjugador de fútbol americano, de sus circunstancias personales e incluso de su muerte. Lo que se pone encima de la mesa es cómo un Gobierno se cree por encima de la ley y escribe la narrativa de los muertos por culpa de sus decisiones. También Elliot Ackerman recordaba a Tillman y lo que suponía el «fuego amigo» en un artículo publicado en The New Yorker en mayo de 2014, tras la muerte de cinco soldados estadounidenses en la provincia de Zabul, también en Afganistán.3

Aunque desde distintos lugares y circunstancias, el caso de Pat Tillman recuerda en cierto sentido a la pregunta que hacía el veterano de la guerra del Vietnam Ron Kovic cuando se manifestaba contra la guerra junto a un grupo de excombatientes que renegaban de su sacrificio bélico ante la Casa Blanca tras regresar del sudeste asiático: «¿Para qué colección de trofeos es todo esto, señor presidente?». Kovic nació un 4 de julio, también fue voluntario a una guerra lejana, de contexto ajeno y circunstancias extrañas. El aullido de dolor en la noche que murió Pat Tillman en Afganistán tampoco es muy diferente al aullido del poeta Allen Ginsberg, claro que el suyo era a finales de la década de los cincuenta, estaba producido por los efectos del peyote y apelaba a una sinergia generacional de liberación. Pero el eco de los gritos tiene un lugar común en distintas generaciones y tiempos: ¿por qué?, ¿para qué?, ¿en beneficio de quién? En la película de Oliver Stone Un domingo cualquiera (Any Given Sunday, 1999), el actor Al Pacino interpreta al entrenador de fútbol americano Tony D’Amato. El equipo que se presenta en el filme, los Miami Sharks, y el propio D’Amato pasan numerosos apuros deportivos y personales. Una vez que logran clasificarse para los playoffs, reunidos en el vestuario el staff técnico y los jugadores, Tony D’Amato suelta una arenga habitualmente utilizada en muchos grupos deportivos como exaltación de la unidad de destino antes de un partido. El tono del entrenador va envolviendo la atmósfera de un vestuario donde se mastica la tensión cuando un brillante Pacino señala: «La vida es cuestión de pulgadas. Así es el fútbol, porque, en cada juego, la vida o el fútbol, el margen de error es muy pequeño. Medio segundo más lento o más rápido y no llegas a pasarla. Medio segundo más lento o más rápido y no llegas a cogerla. Las pulgadas que necesitamos están a nuestro alrededor. Están en cada momento del juego, en cada minuto, en cada segundo. En este equipo luchamos por este terreno. En este equipo nos dejamos nosotros, y cada uno de los demás, por esa pulgada que se gana. Porque cuando sumamos una tras otra…, porque sabemos que si sumamos esas pulgadas, eso es lo que va a marcar la puta diferencia entre ganar o perder, entre vivir o morir». A Pat Tillman le dispararon sin que esperara ser derribado por sus propios compañeros. Igual que a otros les cayeron bombas lanzadas por sus propios vecinos mientras atravesaban Nasiriya en Iraq con ojos como platos y sonrisa inerme ante paisajes, pueblos y gentes distintas. Lo que no quisieron entender la administración estadounidense y los militares que dirigieron las invasiones de Iraq o Afganistán es que la pulgada por la que pelea la madre de Pat Tillman desde la muerte de su hijo es por la justicia y la verdad. Jon Krakauer nos sirve a los lectores una historia americana basada en hechos reales al cien por ciento. Un relato periodístico con un estilo narrativo propio, donde hay paja y trigo. Los dos elementos son interesantes para entender la fotografía del desequilibrio que vivimos en estos tiempos, donde millones de personas en todo el mundo han perdido el horizonte de justicia, mucho más cuando parece que del cielo solo llegan oscuras profecías. Un asunto, la justicia, que no debería depender de dónde está situado el campo de juego ni de la suerte de ver quién hace el kickoff. Veremos en qué termina todo esto, por lo pronto el «fuego amigo» y el «fuego enemigo» siguen marcando el tiempo del partido y Pat Tillman fue una de sus víctimas.

1 http://espndeportes.espn.go.com/news/story?id=1892328&s=ame&type=story

2 http://www.thenation.com/article/ten-years-later-questions-still-surroundpat-tillmans-death/

3 http://www.newyorker.com/news/news-desk/the-wounds-caused-by-friendlyfire

PREFACIO

A la edición de Anchor Books

Esta edición sustancialmente revisada de Donde los hombres alcanzan toda gloria incluye nuevo material que muestra la tragedia de Pat Tillman con mayor precisión y admite pocas dudas sobre quién dirigió la campaña de encubrimiento de su muerte por fuego amigo.

Para dotar de perspectiva a estos nuevos datos puede ser de utilidad cierto contexto. Entregué el manuscrito de la primera edición del libro en febrero de 2009, cuando apenas habían transcurrido algunas semanas desde que Barack Obama accediera a la presidencia. Poco después se envió el texto a imprenta y, demasiado tarde para realizar cambios, supe de nuevos detalles de relevancia sobre la campaña del Ejército para ocultar la causa de la muerte de Tillman a su familia y a la ciudadanía estadounidense. Tras la publicación de la primera edición, en septiembre de 2009, descubrí pruebas adicionales de las falsedades defendidas por oficiales de alto rango del Ejército de Tierra. Algunos de estos datos no presentados con antelación salieron a la luz a través de varias solicitudes por medio de la Freedom of Information Act (Ley de Acceso a la Información); otras piezas del rompecabezas se divulgaron involuntariamente cuando el general Stanley McChrystal se vio obligado a testificar en el Senado ante la Comisión de las Fuerzas Armadas en junio de 2009, debido a su nombramiento por parte de Barack Obama para dirigir los ejércitos de la OTAN y de Estados Unidos en Afganistán.

Consideradas en su conjunto, la inmoralidad de las actuaciones descritas en las siguientes páginas es profundamente perturbadora, en gran medida porque uno de los principales responsables resulta ser un celebrado líder militar a quien se ha protegido de toda responsabilidad durante los últimos seis años.

Jon Krakauer, abril de 2010.