Eric Conde

La delirante familia Tosco

Ilustró
Rodmi Cordero

Solo los mentirosos hacen buenos cuentos.

El abuelo.

Nadie sabe lo bueno que es vivir en una casa que tenga el piso de tierra. Es una felicidad que se te caiga un vaso de cristal al suelo y que no se rompa.

La abuela.

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La primera vez que se murió Amal Tosco fue en 1801 y lo lloró toda la familia. Por ese entonces no había correos y la noticia la llevaron a caballo.

Vinieron parientes de Viñales, Bejucal y Madruga. De Cárdenas, de Talamanca y de Palmira, de Florencia, Guanacaste y Baracoa.

Las últimas en llegar fueron las tías de México y Santo Domingo, porque el tiempo estaba de ciclón, y los caballos se las vieron negras para atravesar el océano.

A las tías de México hubo que quitarles la ropa, toda mojada y llena de ostiones y calamares del golfo de Campeche, y ponerles vestidos blancos y limpios. Y a las tías de Santo Domingo hubo que peinarlas muchísimas veces porque tenían el pelo largo y se les había enredado cruzando el Paso de los Vientos.

Se juntaron tantos familiares en la casa, que para darles comida tuvieron que matar tres vacas.

Cuando el jarro del chocolate había pasado ciento cuatro veces frente a la caja del difunto, todavía Amal Tosco estaba más muerto que el más muerto.

Cuando repartieron el queso con dulce de guayaba, todo el mundo lo lloraba sin consuelo y sin esperanza alguna, y le cantaron un himno tristísimo y le dijeron: Amal, ¡Que Dios te perdone!

Pero cuando empezaron a colar el café criollo, el aroma subió hasta las ramas de palmera del caballete, dio cuatro vueltas en el techo, atravesó el comedor, el primer cuarto, el segundo, la saleta y llegó a la sala.

Finalmente se posó sobre la caja del muerto y le entró por la nariz, muy profundo, hasta el rinconcito de la memoria donde se guardan los vicios de los viejos.

Entonces el abuelo levantó la cabeza como un resorte y gritó:

—Rosa Maríaaa…, ¡cafeeéee!

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El trabajo más malo de una casa es el de cocinar. Con la cocina no hay domingos ni vacaciones ni nada.

Casi todas las desgracias del matrimonio vienen por la cocina. Por la cocina vienen las glotonerías, las discusiones, los insultos y los divorcios.

Si el arroz se cosechara cocinado y las gallinas pusieran los huevos fritos y las papas se sacaran cocidas, no hubiera tantos problemas en las familias.

Si tu le miras la cara a la abuela, te piensas que es libre, porque tiene los ojos muy alegres y la risa de oreja a oreja.

Si le miras el pecho, te crees que es más libre todavía, porque es flaquita y se mueve con mucha facilidad.

Si le miras a la cintura te piensas que es requetelibre, porque se mueve con mucha soltura y mucha gracia, a pesar de que tiene muchísimos años, pero si le miras a las piernas, te das cuenta de que el abuelo la tiene amarrada por un pie del fogón y que no puede separarse del fogón en todo el día.

Por la mañana, para que prepare el desayuno, por el mediodía, el almuerzo y por la noche, la cena.

La suerte de ella es que el diablo no duerme y que el muy, sinvergüenza está al tanto de todo lo que ocurre en esta casa para sembrar la discordia entre la abuela y el abuelo que son un matrimonio tan viejo y que se quiere tanto.

Entonces el diablo viene y le zafa el pie del fogón a la pobre abuela, y la pobre abuela se aprovecha y se da un brinquito por las tiendas o por el salón de belleza, y después viene y se amarra ella misma del fogón como si no hubiera pasado nada.

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El hijo de Amal Tosco se llamaba Heriberto y quería ser escritor.

Cuando uno quiere hacerse escritor, lo primero que tiene que hacer es dejarse la barba.

Lo segundo, es pasarse el día pensando en las musarañas. Las musarañas son unos bichitos prietos del tamaño de un mosquito, pero no pican, ni muerden, sino, que se pasan la vida flotando entre la Tierra y la Luna de Valencia.

Una vez el padre de Luis Tosco cruzó la calle pensando en las musarañas y casi lo mata un trailer de la Unión Distribuidora de Alcohol y Kerosene.

Y en otra ocasión un escritor muy famoso que era su vecino, su maestro y su amigo, un tal Eurípides, encendió el fogón pensando en las musarañas y metió la barba en la candela.

Entonces, el padre de Luis Tosco decidió poner sus barbas en remojo. Para poner las barbas en remojo hay que andar con algún recipiente con agua y de vez en cuando remojar la barba.

Lo primero que hizo Heriberto Tosco para poner sus barbas en remojo, fue buscar un cubo, llenarlo de agua y andar con él para arriba y para abajo.

Pero la gente es muy injusta y como no sabe los trabajos que tiene que pasar uno para hacerse escritor, empezaron a decir que el papá de Luis Tosco era un extravagante y terminaron diciendo que el papá de Luis Tosco era un vagante extra, es decir, un vago fuera de serie.

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