Cubierta

JENNIFER L. ARMENTROUT

OPAL

SAGA LUX

Libro tres

Traducción de Aida Candelario Castro

Plataforma Editorial neo

Este libro está dedicado al equipo ganador de la «Invasión Daemon». ¡Sois la bomba, chicas!

Índice

    1. Capítulo 1
    2. Capítulo 2
    3. Capítulo 3
    4. Capítulo 4
    5. Capítulo 5
    6. Capítulo 6
    7. Capítulo 7
    8. Capítulo 8
    9. Capítulo 9
    10. Capítulo 10
    11. Capítulo 11
    12. Capítulo 12
    13. Capítulo 13
    14. Capítulo 14
    15. Capítulo 15
    16. Capítulo 16
    17. Capítulo 17
    18. Capítulo 18
    19. Capítulo 19
    20. Capítulo 20
    21. Capítulo 21
    22. Capítulo 22
    23. Capítulo 23
    24. Capítulo 24
    25. Capítulo 25
    26. Capítulo 26
    27. Capítulo 27
    28. Capítulo 28
    29. Capítulo 29
    30. Capítulo 30
    31. Capítulo 31
    32. Capítulo 32
    33. Capítulo 33
    34. Capítulo 34
    35. Capítulo 35
    36. Capítulo 36
    1. Agradecimientos

CAPÍTULO 1

No estaba segura de qué me había despertado. El viento huracanado de la primera tormenta de nieve fuerte del año se había calmado durante la noche y en mi habitación reinaba el silencio. Todo estaba en calma. Me puse de costado y parpadeé.

Unos ojos del color de las hojas cubiertas de rocío se encontraron con los míos. Unos ojos inquietantemente conocidos, pero apagados en comparación con aquellos que yo adoraba.

Dawson.

Me incorporé despacio, con la manta apretada contra el pecho, y me aparté el pelo enmarañado de la cara. Puede que siguiera dormida, porque no se me ocurría ningún motivo para que Dawson (el hermano gemelo del chico del que estaba perdida, profunda y puede que incluso locamente enamorada) estuviera sentado en el borde de mi cama.

–Esto… ¿Pasa algo?

Carraspeé, pero las palabras sonaron roncas, como si intentara sonar sexy y, a mi modo de ver, fracasara estrepitosamente. Había gritado de tal forma cuando el señor Michaels (el novio psicópata de mi madre) me encerró en una jaula en aquel almacén que los efectos todavía se reflejaban en mi voz una semana después.

El hermano de Daemon bajó la mirada. Las espesas pestañas negras le acariciaron los pómulos altos y marcados, que estaban más pálidos de lo que deberían. En mi opinión, Dawson había quedado algo tocado.

Le eché un vistazo al reloj. Eran casi las seis de la mañana.

–¿Cómo has entrado?

–Abrí sin más. Tu madre no está en casa.

Si se hubiera tratado de cualquier otra persona, me habría acojonado, pero no tenía miedo de Dawson.

–Se ha quedado atrapada por la nieve en Winchester.

Él asintió con la cabeza.

–No podía dormirme. Aún no he dormido.

–¿Nada de nada?

–No. Y eso está afectando a Dee y a Daemon.

Se quedó mirándome, como si me instara a que comprendiera lo que no podía expresar con palabras.

Los trillizos (y todo el mundo, maldita sea) estaban alerta, esperando a que el Departamento de Defensa se presentara en cualquier momento, mientras transcurrían los días desde que Dawson escapó de la prisión para Luxen. Dee seguía esforzándose por aceptar la muerte de Adam, su novio, y la reaparición de su querido hermano. Mientras, Daemon intentaba apoyar a su hermano y cuidar de ellos. Y, aunque las tropas de asalto todavía no habían irrumpido en nuestras casas, ninguno de nosotros se había relajado.

Todo había sido demasiado fácil, y eso era mala señal.

A veces… a veces me sentía como si nos hubieran tendido una trampa y hubiéramos caído directamente en ella.

–¿Qué has estado haciendo? –le pregunté.

–Caminar –contestó mirando por la ventana–. Jamás pensé que volvería aquí.

Las cosas por las que Dawson había pasado y las que lo habían obligado a hacer eran demasiado espantosas para siquiera imaginarlas. Noté un intenso dolor en el pecho. Intenté no pensar en ello, porque cuando lo hacía me imaginaba a Daemon en la misma situación y no podía soportarlo.

Pero Dawson… Dawson necesitaba a alguien. Levanté la mano y rodeé con los dedos el collar de obsidiana, del que nunca me desprendía.

–¿Quieres hablar de ello?

Él negó de nuevo con la cabeza y unos enmarañados mechones de pelo le ocultaron parcialmente los ojos. Tenía el pelo más largo que Daemon, más rizado, y probablemente le hiciera falta cortárselo. Dawson y Daemon eran idénticos, pero, en ese instante, no se parecían en nada, y no se trataba solo del pelo.

–Me recuerdas a ella: a Beth.

No tenía ni idea de qué responder a eso. Si la quería la mitad de lo que yo quería a Daemon…

–Sabes que está viva. La he visto.

Dawson me miró a los ojos. En ellos vislumbré un pozo infinito de tristeza y secretos.

–Sí, lo sé. Pero ya no es la misma. –Se quedó callado un momento mientras inclinaba la cabeza. La misma sección de pelo que siempre le caía a Daemon sobre la frente cubrió la suya–. ¿Quieres… quieres a mi hermano?

Noté una opresión en el pecho al oír la desolación que tiñó su voz; como si no esperase volver a amar de nuevo, como si ya no creyera en el amor.

–Sí.

–Lo siento.

Me sobresalté y se me escapó la manta de las manos.

–¿Por qué te disculpas?

Dawson levantó la cabeza y dejó escapar un suspiro de cansancio. Acto seguido, se movió más rápido de lo que hubiera podido imaginar y me pasó los dedos por la piel… sobre las tenues franjas rosadas que me rodeaban ambas muñecas tras forcejear con las esposas.

Odiaba aquellas marcas y estaba deseando que se desvanecieran por completo. Cada vez que las veía, recordaba el dolor que me había provocado el ónice al entrar en contacto con mi cuerpo. Ya me había resultado bastante difícil explicarle a mi madre por qué tenía la voz destrozada, por no mencionar la repentina reaparición de Dawson. La expresión de su cara al ver a Dawson con Daemon antes de la tormenta de nieve fue todo un poema, aunque parecía alegrarse de que el «hermano fugitivo» hubiera regresado a casa. Sin embargo, me veía obligada a ocultar esas cicatrices con camisas de manga larga. Eso serviría en los meses más fríos, pero no sabía cómo me las arreglaría para esconderlas en verano.

–Vi a Beth con ese tipo de marcas –dijo Dawson en voz baja, apartando la mano–. Acabó dándosele muy bien escapar, pero siempre la atrapaban y siempre tenía esas marcas. Aunque normalmente alrededor del cuello.

Sentí náuseas y tuve que tragar saliva. ¿Alrededor del cuello? Ni me…

–¿La… la veías a menudo?

Yo sabía que les habían permitido verse al menos una vez durante su encierro en las instalaciones del Departamento de Defensa.

–No lo sé. Perdí la noción del tiempo. Al principio, llevaba la cuenta, usando a los humanos que me traían. Los curaba y, normalmente, si… sobrevivían podía contar los días hasta que todo se iba a la mierda. Cuatro días.

Volvió a mirar por la ventana. A través de las cortinas abiertas, lo único que yo podía ver era el cielo nocturno y las ramas cubiertas de nieve.

–Odiaban que todo se fuera a la mierda.

Ya me lo suponía. El Departamento de Defensa (o, más bien, Dédalo, un grupo que supuestamente formaba parte de Defensa) se había propuesto usar a los Luxen para conseguir mutar humanos. A veces funcionaba.

Otras, no.

Observé a Dawson mientras intentaba recordar lo que Daemon y Dee me habían contado de él. Era simpático, divertido y encantador: el equivalente masculino de Dee y el polo opuesto de su hermano.

Pero ese Dawson era diferente: taciturno y distante. Además de no hablar con su hermano (que yo supiera), no le había contado nada a nadie de lo que le habían hecho. Matthew, su tutor extraoficial, opinaba que era mejor no presionarlo.

Dawson ni siquiera le había dicho a nadie cómo había escapado. Yo sospechaba que el doctor Michaels (aquel mentiroso de mierda) nos había hecho perder el tiempo buscando a Dawson en el lugar equivocado para así poder largarse y luego lo había «liberado». Era lo único que tenía sentido.

Mi otra teoría era muchísimo más siniestra e inquietante.

Dawson se miró las manos.

–¿Daemon… también te quiere?

Parpadeé y regresé al presente.

–Sí. Eso creo.

–¿Te lo ha dicho?

No con esas palabras.

–No exactamente. Pero creo que me quiere.

–Debería decírtelo. Todos los días. –Echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos–. Hacía muchísimo tiempo que no veía la nieve –comentó, con tono casi nostálgico.

Miré por la ventana, bostezando. La tormenta que todo el mundo había predicho había llegado a ese pequeño rincón del mundo y se había apoderado del condado de Grant durante todo el fin de semana. Habían cancelado las clases el lunes y hoy, y anoche en las noticias habían dicho que tardarían toda la semana en limpiar la nieve. La tormenta no podría haber llegado en mejor momento. Al menos, disponíamos de una semana entera para decidir qué diablos íbamos a hacer con Dawson.

No podía presentarse de nuevo en el instituto como si nada.

–Nunca había visto nevar así –dije.

Yo era del norte de Florida. Habíamos sufrido un par de tormentas de hielo, pero allí nunca caía nieve de verdad: blanca y esponjosa.

En sus labios se dibujó una sonrisa triste.

–Será precioso cuando salga el sol. Ya lo verás.

Sin duda. Todo estaría cubierto de blanco.

Dawson se levantó bruscamente y apareció de pronto en el otro extremo del cuarto. Un segundo después, noté un cálido hormigueo en el cuello y se me aceleró el corazón. Dawson apartó la mirada.

–Viene mi hermano.

Apenas diez segundos después, ahí estaba Daemon, de pie en la puerta de mi habitación. Se notaba que acababa de despertarse porque tenía el pelo revuelto y el pantalón del pijama de franela arrugado. No llevaba camiseta. Fuera había un metro de nieve y él seguía medio desnudo.

Casi pongo los ojos en blanco, pero eso habría requerido apartarlos de su pecho… y su estómago. Definitivamente, tenía que ponerse camisetas más a menudo.

La mirada de Daemon pasó de su hermano a mí y luego regresó a su hermano.

–¿Habéis montado una fiesta de pijamas y no me habéis invitado?

Su hermano pasó a su lado en silencio y desapareció por el pasillo. Unos segundos después, oí cerrarse la puerta principal.

–Vale –suspiró Daemon–. Así ha sido mi vida estos últimos días.

Sentí pena por él.

–Lo siento.

Se acercó despacio a la cama con la cabeza ladeada.

–Quiero saber qué hacía mi hermano en tu cuarto.

–No podía dormir. –Vi cómo se inclinaba y tiraba de las mantas. Había vuelto a agarrarlas sin darme cuenta. Tiró una vez más y las solté–. Me dijo que eso os molestaba.

Se metió bajo las mantas y se colocó de costado, mirándome.

–Dawson no nos molesta.

La cama era demasiado pequeña con él allí. Siete meses atrás (por Dios, cuatro meses atrás) me habría partido de risa si alguien me hubiera dicho que el chico más cañón y taciturno del instituto acabaría en mi cama. Pero habían cambiado muchas cosas. Y, siete meses atrás, yo no creía en extraterrestres.

–Ya lo sé –le aseguré mientras me colocaba también de lado.

Recorrí con la mirada sus pómulos marcados, el carnoso labio inferior y aquellos ojos verdes sorprendentemente brillantes. Daemon era guapo, aunque tenía mal carácter, como un león. Nos había costado mucho llegar a ese punto: estar en la misma habitación y no sucumbir al impulso de matarnos mutuamente. Daemon había tenido que demostrar que sus sentimientos hacia mí eran reales, pero, al final, lo había logrado. Se había portado bastante mal conmigo cuando nos conocimos y había tenido que compensarme por ello. Después de todo, mi madre no había criado a una pusilánime.

–Me dijo que le recordaba a Beth. –El ceño de Daemon me hizo poner los ojos en blanco–. No de la forma que estás pensando.

–Sinceramente, aunque quiero mucho a mi hermano, no sé si me gusta que ande por tu cuarto.

Estiró un brazo musculoso, me apartó unos mechones de pelo de la mejilla con los dedos y me los colocó detrás de la oreja. Me estremecí y él sonrió.

–Siento como si tuviera que marcar mi territorio.

–Cierra el pico.

–Ah, me encanta cuando te pones mandona. Es sexy.

–Eres incorregible.

Daemon se acercó unos centímetros más y apretó su muslo contra el mío.

–Me alegro de que tu madre esté atrapada por la nieve en otro sitio.

–¿Y eso por qué? –pregunté enarcando una ceja.

Daemon encogió uno de sus anchos hombros.

–Dudo mucho que esto le pareciera bien.

–Eso seguro.

Otro ligero cambio de posición y nuestros cuerpos quedaron a apenas unos milímetros de distancia. El calor que siempre emanaba de su cuerpo me envolvió.

–¿Tu madre ha comentado algo de Will?

Se me heló la sangre y regresé de golpe a la realidad. Una aterradora e impredecible realidad donde nada era lo que parecía. Y, concretamente, el señor Michaels.

–Solo lo que contó la semana pasada: que le había dicho que se iba del pueblo para asistir a algún tipo de conferencia y visitar a la familia. Lo que sabemos que es mentira.

–Está claro que lo tenía todo planeado para que nadie sospechara de su ausencia.

Era necesario que Will desapareciera, porque, si la mutación forzosa funcionaba en cualquier sentido, necesitaría un tiempo para adaptarse.

–¿Crees que volverá?

Me pasó los nudillos por la mejilla y contestó:

–Tendría que estar chalado.

«En realidad, no», pensé cerrando los ojos. Daemon no había querido curar a Will, pero se había visto obligado. La curación no había sido de la importancia necesaria para cambiar a un humano a nivel celular y, además, la herida de Will no había sido mortal. Así que o la mutación permanecía o desaparecía. Y, si desaparecía, Will regresaría. Me apostaría cualquier cosa. Aunque había conspirado contra el Departamento de Defensa en beneficio propio, sabía que había sido Daemon quien me había mutado, y eso era una información valiosa para Defensa, por lo que no les quedaría más remedio que volver a aceptarlo en sus filas. Will era un problema… un problema enorme.

Así que estábamos esperando. Esperando a que todo saltara por los aires.

Abrí los ojos y descubrí que Daemon no me había quitado la vista de encima.

–En cuanto a Dawson…

–No sé qué hacer –admitió mientras me deslizaba los nudillos por el cuello y bajaba hacia el pecho. Se me cortó la respiración–. No quiere hablar conmigo y apenas le dirige la palabra a Dee. Se pasa la mayor parte del tiempo encerrado en su cuarto o caminando por el bosque. He estado siguiéndolo, y él lo sabe. –Su mano llegó a mi cadera y se detuvo allí–. Pero…

–Necesita tiempo, ¿vale? –Le besé la punta de la nariz y me aparté–. Lo ha pasado muy mal, Daemon.

Sus dedos se tensaron.

–Sí, lo sé. En fin… –Se movió tan rápido que no me di cuenta de lo que estaba haciendo hasta que me colocó de espaldas y se irguió sobre mí, apoyando las manos a ambos lados de mi cara–. He descuidado mis obligaciones.

Y, así sin más, todo lo que estaba pasando, todas nuestras preocupaciones, temores y preguntas sin respuestas se desvanecieron. Daemon tenía ese efecto sobre mí. Lo miré y me costó respirar. No estaba segura al cien por cien de cuáles eran esas «obligaciones», pero mi imaginación era muy productiva.

–No he pasado mucho tiempo contigo. –Presionó los labios contra mi sien derecha y luego la izquierda–. Pero eso no quiere decir que no haya estado pensando en ti.

El corazón me subió a la garganta.

–Sé que has estado ocupado.

–¿Ah, sí? –Sus labios se deslizaron por el arco de mi ceja. Cuando asentí con la cabeza, cambió de posición y aguantó la mayor parte de su peso sobre un codo. Me sostuvo el mentón con la mano libre y me hizo inclinar la cabeza hacia atrás. Me miró fijamente a los ojos–. ¿Cómo lo llevas?

Necesité todo el autocontrol del que disponía para concentrarme en lo que estaba diciéndome.

–Estoy bien. No hace falta que te preocupes por mí.

No parecía convencido.

–Tu voz…

Hice una mueca y volví a carraspear, aunque no sirvió de nada.

–Ya está mucho mejor.

Se le ensombreció la mirada mientras me pasaba el pulgar por la mandíbula.

–No lo bastante, pero está empezando a gustarme.

–¿En serio? –dije con una sonrisa.

Daemon asintió y me besó en los labios. Fue un beso dulce y suave, y lo sentí en todo mi ser.

–Resulta bastante sexy. –Volvió a pegar su boca a la mía, esta vez de forma más larga y profunda–. Ese tono ronco tiene su puntito, pero ojalá…

–Basta. –Sostuve sus suaves mejillas entre mis manos–. Estoy bien. Y ya tenemos bastantes cosas de las que preocuparnos sin incluir mis cuerdas vocales. Con la que está cayendo, no tienen ninguna importancia.

Ostras, qué madura había sonado. Daemon arqueó una ceja y solté una risita al ver su expresión, echando a perder mi recién descubierta madurez.

–Te he echado de menos –le dije.

–Ya lo sé. No puedes vivir sin mí.

–Yo no diría tanto.

–Vamos, admítelo.

–Ya estás otra vez. Ese ego tuyo siempre lo estropea –bromeé.

Sus labios se desplazaron hasta la parte inferior de mi mandíbula.

–¿El qué?

–El momento perfecto.

Daemon soltó un resoplido.

–Puedo asegurarte que soy capaz de darte muchos momentos muy…

–No seas bruto. –Aunque me recorrió un escalofrío porque, cuando me besó a la altura de la garganta, fue perfecto.

Nunca se lo confesaría, pero, obviando ese lado suyo con mal carácter que asomaba de vez en cuando, no había conocido a nadie que se acercara más a la definición de perfección.

Daemon soltó una risita de suficiencia que me puso de los nervios mientras me deslizaba la mano por el brazo, sobre la cintura… Cuando llegó al muslo, me cogió la pierna y me
la colocó sobre su cadera.

–Tienes una mente muy sucia. Iba a decir que soy perfecto en lo que de verdad importa.

Le rodeé el cuello con los brazos, riéndome.

–Ya, claro. Eres todo un angelito.

–Nunca he dicho que fuera un santo. –La parte inferior de su cuerpo se apretó contra la mía y contuve bruscamente la respiración–. Soy más bien…

–¿Malote? –Hundí la cara en su cuello e inhalé profundamente. Daemon siempre desprendía aquel olor a aire libre, como a hojas frescas y especias–. Sí, ya lo sé, pero eres bueno debajo de esa capa de malote. Por eso te quiero.

Se estremeció y luego se quedó inmóvil. Un instante después, se colocó de costado y me abrazó fuerte. Tan fuerte que tuve que retorcerme un poco para levantar la cabeza.

–¿Qué pasa?

–Nada –contestó con voz ronca, y me besó en la frente–. Estoy bien. Todavía es temprano. No hay clases y tu madre no va a volver a casa a soltar tu nombre completo a gritos. Podemos olvidarnos un ratito de la locura que nos rodea. Podemos dormir hasta tarde, como adolescentes normales.

Como adolescentes normales.

–Me gusta la idea.

–Y a mí.

–A mí más –murmuré.

Me acurruqué contra él hasta que prácticamente nos fundimos. Podía sentir su corazón latiendo al mismo compás que el mío. Perfecto. Eso era lo que necesitábamos: tranquilos momentos de normalidad. Donde solo estábamos Daemon y yo…

La ventana que daba al patio delantero se hizo añicos cuando algo grande y blanco la atravesó, desperdigando fragmentos de cristal y nieve por el suelo.

Mi grito de sorpresa se interrumpió cuando Daemon se volvió y se puso en pie de un salto. Adquirió su auténtico aspecto Luxen y se convirtió en una forma humanoide de luz que brillaba con tanta intensidad que solo pude mirarlo unos pocos segundos.

«¡Joder!», exclamó la voz de Daemon, filtrándose entre mis pensamientos.

Puesto que no se había lanzado al cuello de nadie, me puse de rodillas y eché un vistazo.

–Joder –dije en voz alta.

Nuestro ansiado momento de normalidad terminó con un cadáver tirado en el suelo de mi cuarto.

CAPÍTULO 2

Me quedé mirando al muerto, que iba vestido como si estuviera listo para unirse a la Alianza Rebelde en el sistema Hoth. A mi cerebro le costó concentrarse al principio, por eso tardé unos segundos en darme cuenta de que, así vestido, el hombre se camuflaría perfectamente en la nieve. Salvo por el líquido rojo que le brotaba de la cabeza…

Mi pulso, ya de por sí acelerado, se disparó.

–Daemon, ¿qué…?

Daemon dio media vuelta y recuperó su forma humana mientras me rodeaba la cintura con un brazo y me apartaba de aquella carnicería.

–Es un… un agente –balbuceé mientras intentaba que me soltara–. Trabaja para el…

Dawson apareció de pronto en la puerta, con los ojos tan relucientes como los de Daemon. Eran dos brillantes luces blancas, como diamantes pulidos.

–El tipo estaba merodeando fuera, junto al límite del bosque.

El brazo de Daemon se aflojó.

–¿Tú… tú has hecho esto?

La mirada de su hermano se posó en el cadáver. El cuerpo (no podía pensar en aquello como en un ser humano) yacía retorcido de una forma antinatural.

–Estaba vigilando la casa… sacando fotos. –Dawson levantó una cosa que parecía una cámara fundida–. Y lo he detenido.

Sí, lo había detenido contra la ventana de mi cuarto.

Daemon me soltó y se acercó al cuerpo. Se arrodilló y apartó el anorak blanco dejando al descubierto una humeante zona chamuscada en el pecho. Un olor a carne quemada se esparció por el aire.

Me bajé de la cama, cubriéndome la boca con una mano por si me daban arcadas. Yo ya había visto a Daemon atacar a un humano con la Fuente (el poder de los Luxen basado en la luz). En aquella ocasión, no había quedado nada salvo cenizas, pero ese hombre tenía un agujero en el pecho.

–Tu puntería deja mucho que desear, hermano. –Daemon soltó la chaqueta y los músculos de la espalda se le marcaron por la tensión–. ¿La ventana? ¿En serio?

Dawson miró hacia la ventana.

–Me falta práctica.

Me quedé boquiabierta. ¿Que le faltaba práctica? En lugar de incinerarlo, lo había levantado por los aires y lo había estrellado contra mi ventana. Por no mencionar que lo había matado. No, no iba a pensar en eso.

–Mamá va a matarme –dije, aturdida–. Me hará picadillo.

Una ventana rota… menuda nimiedad, pero prefería concentrarme en eso que en el cuerpo tendido en el suelo de mi habitación.

Daemon se levantó despacio, con los ojos entrecerrados y la mandíbula apretada. No apartó la mirada de su hermano, aunque su rostro no transmitía expresión alguna. Me volví hacia Dawson, nuestras miradas se encontraron y, por primera vez, tuve miedo de él.


Después de cambiarme rápido de ropa y pasar por el cuarto de baño, me encontré en la sala de estar, rodeada de extraterrestres por primera vez en días. Supuse que esa era una de las ventajas de estar hecho de luz: podías ir a cualquier parte en un abrir y cerrar de ojos.

Desde la muerte de Adam, todo el mundo había estado evitándome, así que no sabía qué esperar. Un linchamiento, probablemente. Eso es lo que yo querría que le hicieran al responsable de la muerte de un ser querido.

Dawson permanecía de espaldas a la habitación, con las manos metidas en los bolsillos y la frente pegada a la ventana junto al sitio donde había estado el árbol de Navidad. No había dicho nada desde que se envió la «bat-señal» para que los alienígenas llegaran en un santiamén.

Dee estaba sentada muy recta en el sofá, con la mirada clavada en la espalda de su hermano. Parecía agitada y tenía las mejillas rojas de enfado. Supuse que le molestaba estar en esa casa. O, simplemente, estar cerca de mí. No habíamos podido hablar de verdad después de… todo lo que había pasado.

Observé a los otros ocupantes de la sala. La versión malvada de los gemelos fantásticos, Ash y Andrew, estaban sentados al lado de Dee y miraban fijamente el lugar donde su hermano Adam había caído… y muerto.

Una parte de mí detestaba estar en esa habitación, puesto que me recordaba lo que había ocurrido cuando Blake confesó al fin sus auténticas intenciones. Cuando tenía que entrar allí (lo que no ocurría a menudo ya que había sacado todos mis libros del salón), mi mirada se dirigía directamente a un punto a la izquierda de la alfombra, debajo de la mesa de centro. Ahora el suelo de madera estaba reluciente y al descubierto, pero yo aún podía ver el charco de líquido azulado que había limpiado con la ayuda de Matthew en Nochevieja.

Me rodeé la cintura con los brazos para intentar contener un escalofrío.

Dos grupos de pisadas bajaron por la escalera y, al volverme, vi a Daemon y a su tutor, Matthew. Se habían deshecho del… cuerpo un rato antes. Lo habían incinerado fuera, en medio del bosque, después de llevar a cabo una inspección rápida de la zona.

Daemon se colocó a mi lado y me tiró del borde de la sudadera.

–Ya nos hemos ocupado de todo.

Matthew y Daemon habían ido al piso de arriba hacía menos de diez minutos con una lona, un martillo y un puñado de clavos.

–Gracias.

Él asintió con la cabeza mientras dirigía la mirada hacia su hermano.

–¿Alguien ha encontrado un vehículo?

–Había un todoterreno cerca del camino de acceso –contestó Andrew, saliendo de su ensimismamiento–. Le prendí fuego.

Matthew se sentó en el borde del sillón reclinable. Tenía pinta de necesitar una copa.

–Eso está bien, dentro de lo que cabe –dijo.

–¿En serio? ¿Tú crees? –espetó Ash con tono irónico. Ahora que me fijaba, hoy no lucía su inmaculado aspecto de princesa de hielo. El pelo le colgaba lacio alrededor de la cara y llevaba un chándal. Creo que nunca la había visto en chándal–. Ahora tenemos otro agente de Defensa muerto. ¿Cuántos van ya? ¿Dos?

Bueno, en realidad era el cuarto; pero no tenían por qué saberlo.

Ash se apartó el pelo de la cara y se apretó las mejillas con las uñas, que llevaba medio despintadas.

–Van a preguntarse dónde están, ¿sabéis? La gente no desaparece así sin más.

–Desaparece gente constantemente –repuso Dawson en voz baja sin volverse, y fue como si sus palabras absorbieran todo el oxígeno del aire.

Los brillantes ojos color zafiro de Ash se posaron en él. Bueno, todo el mundo lo miró, ya que era la primera vez que hablaba desde que nos habíamos reunido. Ash negó con la cabeza, pero fue prudente y no dijo nada.

–¿Y qué hay de la cámara? –preguntó Matthew.

Cogí el objeto fundido y le di vueltas en las manos. Todavía desprendía calor.

–Si había fotografías, ya no están.

Dawson se volvió.

–Estaba vigilando esta casa.

–Ya lo sabemos –dijo Daemon, acercándose más a mí.

Su hermano ladeó la cabeza y, cuando habló, su voz sonó hueca.

–¿Qué importa qué hubiera en la cámara? Nos estaban vigilando. A ti, a ella, a todos nosotros.

Me recorrió otro escalofrío. Lo que más me afectó fue el tono de su voz.

–Vale, pero la próxima vez deberíamos… no sé, hablar primero y lanzar gente contra las ventanas después. –Daemon se cruzó de brazos–. ¿Qué te parece? ¿Podemos intentarlo?

–¿Y también vamos a dejar escapar a los asesinos? –intervino Dee con voz temblorosa mientras los ojos se le ensombrecían y le destellaban de rabia–. Porque parece que eso es lo que sugieres. Ese agente podría haber matado a uno de nosotros y tú lo habrías dejado marchar.

Dios, no. Se me hizo un nudo en el estómago.

–Dee –dijo Daemon dando un paso hacia ella–. Ya sé que…

–No me vengas con esas. –Le tembló el labio inferior–. Dejaste escapar a Blake. –Me miró y fue como si me hubieran dado una patada en el estómago–. Los dos lo dejasteis escapar.

Daemon negó con la cabeza mientras descruzaba los brazos.

–Dee, ya se había derramado demasiada sangre esa noche. Ya había habido demasiadas muertes.

Dee reaccionó como si Daemon la hubiera golpeado con aquellas palabras y se rodeó la cintura con los brazos para protegerse.

–Adam no lo habría querido –dijo Ash en voz baja, recostándose contra el sofá–. No habría querido más muertes. Era un pacifista.

–Qué pena que no podamos preguntarle qué opina, ¿verdad? –Dee se puso tensa, como si se obligara a pronunciar las siguientes palabras–. Porque está muerto.

Un torrente de disculpas se me agolpó en la garganta, pero Andrew habló antes de que lograran salir.

–No solo dejasteis escapar a Blake: nos mentisteis. ¿De ella? –Me señaló–. No espero lealtad. Pero ¿tú, Daemon? Nos ocultaste lo que estaba pasando, y Adam murió.

Me volví bruscamente.

–La muerte de Adam no es culpa suya. No puedes echárselo en cara –dije.

–Kat…

–¿Y de quién es la culpa entonces? –Dee me miró a los ojos–. ¿Tuya?

Contuve el aliento de golpe.

–Sí.

Daemon se puso rígido a mi lado y, en ese momento, Matthew intervino para mediar, como siempre.

–Vale, chicos, ya basta. Pelear y buscar culpables no sirve de nada.

–Nos hace sentir mejor –musitó Ash cerrando los ojos.

Parpadeé para intentar contener las lágrimas y me senté en el filo de la mesa. Me frustraba estar a punto de echarme a llorar porque no tenía derecho a hacerlo. No como ellos. Me apreté las rodillas hasta clavarme los dedos a través de la fina tela y dejé escapar un suspiro.

–Ahora tenemos que llevarnos bien –prosiguió Matthew–. Todos. Porque ya hemos perdido demasiado.

Se produjo un momento de silencio y a continuación:

–Voy a ir a buscar a Beth.

Todos los presentes se volvieron de nuevo hacia Dawson. Su expresión no había cambiado ni un ápice. No reflejaba ninguna emoción. Nada. Y, entonces, todo el mundo se puso a hablar al mismo tiempo.

La voz de Daemon resonó por encima del caos.

–Desde luego que no, Dawson. Ni hablar.

–Es demasiado peligroso. –Dee se puso en pie, apretándose las manos–. Te capturarán, y no podría soportarlo. Otra vez, no.

El rostro de Dawson se mantuvo inexpresivo, como si nada de lo que sus amigos y familia decían le importara lo más mínimo.

–Tengo que liberarla. Lo siento.

Ash se había quedado pasmada. Probablemente, yo tuviera la misma cara.

–Está loco –susurró–. Como una cabra.

Dawson se encogió de hombros a modo de respuesta.

Matthew se inclinó hacia delante y dijo:

–Lo entiendo, Dawson. Todos entendemos que Beth significa mucho para ti, pero es imposible que la rescates. Por lo menos, hasta que sepamos a qué nos enfrentamos.

Un destello de emoción apareció en los ojos de Dawson, volviéndolos verde oscuro. Me di cuenta de que era ira. La primera emoción que le había visto mostrar a Dawson era ira.

–Yo ya sé a qué me enfrento. Y sé lo que le están haciendo a Beth.

Daemon avanzó con aire amenazador y se detuvo delante de su hermano, con las piernas separadas y los brazos cruzados de nuevo, listo para presentar batalla. Verlos allí juntos resultaba casi surrealista. Eran idénticos, salvo porque Dawson estaba más delgado y tenía el pelo más enmarañado.

–No puedo dejarte hacer eso –dijo Daemon en voz tan baja que apenas pude oírlo–. Sé que no es lo que quieres oír, pero es lo que hay.

Dawson no cedió.

–Tú no tienes ni voz ni voto en esto. Ni ahora ni nunca.

Por lo menos estaban hablando. Eso era algo bueno, ¿no? Por extraño que pareciera, yo sabía que el hecho de que los dos hermanos tuvieran un cara a cara era reconfortante a la par que angustiante. Algo que Daemon y Dee pensaban que nunca volverían a experimentar.

Por el rabillo del ojo, vi a Dee acercarse a ellos; pero Andrew la cogió de la mano y la detuvo.

–No intento controlarte, Dawson. Nunca se ha tratado de eso, pero acabas de regresar del infierno. Acabamos de recuperarte.

–Sigo en el infierno –contestó Dawson–. Y si te interpones en mi camino, te arrastraré conmigo.

Una expresión de dolor apareció en el rostro de Daemon.

–Dawson…

Me puse en pie de un salto, reaccionando de manera instintiva a la respuesta de Daemon. Un impulso desconocido me empujaba a hacerlo. Supongo que ese impulso era amor, porque no me gustaba el dolor que se reflejaba en su cara. Ahora entendía por qué mi madre se ponía a veces en plan «mamá osa» cuando creía que yo corría peligro o estaba disgustada.

Una ráfaga de viento recorrió la sala de estar, agitando las cortinas y pasando las páginas de las revistas de mamá. Noté que las chicas me miraban, sorprendidas, pero yo estaba concentrada.

–Muy bien, ahora mismo hay demasiada testosterona alienígena aquí, y no quiero tener una pelea de extraterrestres en mi casa además de la ventana rota y el cadáver que la atravesó. –Respiré hondo–. Pero, si no lo dejáis de una vez, os voy a dar una buena tunda a los dos.

Ahora todo el mundo estaba mirándome.

–¿Qué pasa? –solté, colorada como un tomate.

Una sonrisa irónica se dibujó despacio en los labios de Daemon.

–Cálmate, gatita, o tendré que buscarte un ovillo para que juegues.

Aquello me hizo cabrear.

–Déjame en paz, cretino –le solté.

Daemon me dedicó una sonrisita burlona antes de volverse hacia su hermano.

A su lado, Dawson parecía un tanto… divertido. O puede que le doliera algo. Una de las dos, porque en realidad no sonreía ni fruncía el ceño. Pero entonces, sin mediar palabra, salió de la habitación con paso decidido y la puerta principal se cerró de golpe detrás de él.

Daemon me miró, y yo asentí con la cabeza. Exhaló un profundo suspiro y siguió a su hermano, porque cualquiera sabía qué podría darle a Dawson por hacer o adónde podría ir.

La asamblea alienígena se dio por terminada después de aquello. Los acompañé a la puerta, con la atención puesta en Dee. Necesitábamos hablar sin demora. Primero, tenía que disculparme por un montón de cosas y, luego, tenía que intentar explicarme. No esperaba que me perdonase, pero necesitaba hablar de ello.

Apreté el pomo de la puerta hasta que los nudillos se me quedaron blancos.

–Dee…

Ella se detuvo en el porche, con la espalda muy recta. No se volvió hacia mí.

–No estoy preparada.

Y, sin más, la puerta principal escapó de mi mano y se cerró.

CAPÍTULO 3

Ya estaba tentando a la suerte en lo que concernía a mi madre, así que decidí no mencionar el asunto de la ventana cuando llamó por la tarde para comprobar cómo me iba. Deseaba con todas mis fuerzas que las carreteras se despejaran lo suficiente para que pudiera venir alguien a arreglar la ventana antes de que mamá volviera a casa.

Odiaba tener que mentirle. Últimamente era lo único que hacía, aunque sabía que debía contárselo todo, especialmente lo de su supuesto novio, Will. Pero ¿cómo sería esa conversación? «Oye, mamá, nuestros vecinos son extraterrestres. Uno de ellos me mutó por accidente, y Will es un psicópata. ¿Alguna pregunta?»

Ya, ni de coña.

Justo antes de colgar, volvió a insistir en que debíamos ir a ver a un médico por lo de mi voz. Asegurarle que solo se trataba de un resfriado había funcionado por ahora, pero ¿qué iba a decirle dentro de una semana o dos? Dios, ojalá se me hubiera curado la voz para entonces, aunque una parte de mí sabía que podría ser permanente. Otro recordatorio de… todo.

Tenía que contarle la verdad a mamá.

Cogí un paquete de macarrones con queso precocinados y, cuando iba a meterlo en el microondas, me quedé mirando mis manos con el ceño fruncido. ¿Tendrían habilidades caloríficas como las de Dee y Daemon? Me encogí de hombros y metí la comida en el microondas. Tenía demasiada hambre para arriesgarme.

No se me daba bien lo de generar calor. Cuando Blake me entrenaba para que aprendiera a manejar la Fuente e intentó enseñarme a crear calor (es decir, fuego), acabé prendiéndole fuego a mis propias manos en lugar de a la vela.

Mientras esperaba a que los macarrones estuvieran listos, me entretuve mirando por la ventana situada encima del fregadero. Dawson había estado en lo cierto. Todo estaba precioso cuando salió el sol. La nieve cubría el suelo y envolvía las ramas de los árboles. De los olmos colgaban carámbanos. Incluso ahora, después de que se pusiera el sol, fuera se extendía un hermoso mundo blanco. Me dieron ganas de salir a jugar.

El microondas pitó y me comí mi poco saludable cena de pie, calculando que así al menos quemaría algunas calorías. Desde que Daemon me había transformado en ese extraño híbrido mutante de humano y alienígena, mi apetito se había descontrolado. Casi no quedaba nada de comer en la casa.

Cuando terminé, cogí rápidamente mi portátil y me senté a la mesa de la cocina. Esa última semana había tenido la cabeza en las nubes y quería buscar algo antes de que se me volviera a olvidar.

Abrí Google, escribí «Dédalo» y le di a enter. El primer enlace era de la Wikipedia, pero, como no esperaba encontrar una página llamada «Bienvenido a Dédalo: organización gubernamental secreta», pinché en él.

Y me empapé de los mitos griegos.

A Dédalo se lo consideraba un innovador. Entre otras cosas, había creado el laberinto en el que vivía el Minotauro. Y también era el padre de Ícaro, el chico que voló demasiado cerca del sol con unas alas fabricadas por Dédalo, y luego se ahogó. Ícaro se dejó llevar por la emoción de volar, lo que, conociendo a los dioses, probablemente fuera una forma de castigo pasivo que lo condenó a perder sus alas; además de suponer un castigo para Dédalo, que había equipado a Ícaro con el artilugio que le había proporcionado al chico la habilidad divina de volar.

Interesante lección de historia, pero ¿dónde estaba la relación? ¿Por qué iba el Departamento de Defensa a ponerle a una organización que supervisaba la mutación humana el nombre de un tipo…?

Entonces lo entendí.

Dédalo creaba toda clase de cosas que beneficiaban al hombre, y todo eso de las habilidades divinas se parecía al asunto de los humanos a los que mutaban los Luxen. Era mucho suponer; pero, vamos, los tipos del gobierno eran tan creídos que no dudarían en ponerle a su organización el nombre de una leyenda griega.

Cerré el portátil, me levanté y, antes de darme cuenta, había agarrado la chaqueta y me dirigía afuera. No sabía por qué. ¿Y si había más agentes merodeando por allí? Mi hiperactiva mente creó la imagen de un francotirador escondido entre los árboles y un punto rojo reflejado en mi frente. Qué tranquilizador.

Saqué unos guantes de los bolsillos de la chaqueta con un suspiro y me abrí paso a duras penas por los montículos de nieve. Necesitaba realizar algún tipo de ejercicio físico para despejar la mente, así que empecé a hacer rodar una bola de nieve por el jardín.

Todo había cambiado en cuestión de meses y, de nuevo, en cuestión de segundos. Había pasado de ser la tímida Katy que solo pensaba en libros a algo imposible, alguien que no solo había cambiado a nivel celular. Ya no veía el mundo en blanco y negro y, en el fondo, sabía que ya no me regía por las normas sociales básicas.

Como «no matarás», por ejemplo.

No había matado a Brian Vaughn (el agente al que Will había untado para que me entregara a él en lugar de a Dédalo, ya que así podría usarme de rehén para asegurarse de que Daemon lo mutaba en lugar de matarlo directamente), pero había querido hacerlo y lo habría hecho si Daemon no se me hubiera adelantado.

No había tenido ningún problema con la idea de matar a alguien.

Por algún motivo, matar a aquellos dos extraterrestres malvados, los Arum, no me había afectado tanto como la idea de no tener ningún reparo en matar a un humano. No estaba segura de qué decía eso de mí, porque, como había dicho Daemon una vez, una vida era una vida; pero no sabía qué ocurriría si añadiese las palabras «no me preocupa matar» a la sección de información personal de mi blog sobre libros.

Tenía los guantes de algodón empapados cuando terminé con la primera bola y me puse a hacer rodar el segundo montón de nieve. Todo eso del ejercicio físico solo estaba consiguiendo que me ardieran las mejillas a causa del gélido aire con olor a nieve. Un fracaso total, vamos.

Cuando terminé, mi muñeco de nieve tenía tres secciones, pero carecía de brazos y cara. En cierto sentido, era un reflejo de cómo me sentía por dentro. Contaba con la mayoría de las partes de mi cuerpo, pero me faltaban piezas esenciales para ser real.

Ya no sabía quién era.

Di un paso atrás, me pasé la manga por la frente y dejé escapar un suspiro entrecortado. Me ardían los músculos y me dolía la piel, pero me quedé allí parada hasta que la luna asomó detrás de las densas nubes y proyectó un rayo de luz plateada sobre mi creación incompleta.

Esa mañana había un cadáver en mi cuarto.

Me senté en medio del jardín, justo sobre un montón de nieve fría. Un cadáver… otro cadáver. Como el cadáver de Vaughn, que se había desplomado cerca del camino de entrada a mi casa; como el cadáver de Adam, que había yacido en la sala de estar. Otro pensamiento que había intentado ignorar se abrió paso entre mis defensas. Adam había muerto intentando protegerme.

El aire húmedo y frío me hizo escocer los ojos.

Si hubiera sido sincera con Dee, si le hubiera contado desde el principio lo que ocurrió de verdad en el claro la noche que nos enfrentamos a Baruck y todo lo que vino después, ella y Adam habrían actuado con más cautela en lugar de irrumpir a lo loco en mi casa. Habrían sabido lo de Blake: que era como yo y podía defenderse con superhabilidades alienígenas.

Blake.

Debería haberle hecho caso a Daemon. Pero preferí demostrar mi valía. Preferí creer que Blake tenía buenas intenciones cuando Daemon había presentido que había algo raro en aquel chico. Debería haber sabido que le faltaba un tornillo cuando me lanzó un cuchillo a la cabeza y me dejó sola con un Arum.

Aunque ¿de verdad estaba loco? Yo no estaba tan segura. Lo que sí estaba era desesperado. Intentaba mantener vivo a su amigo Chris con todas sus fuerzas y se había visto atrapado por aquello en lo que se había convertido. Blake habría hecho cualquier cosa para proteger a Chris. No porque su vida estuviera ligada a la del Luxen, sino porque le importaba su amigo. Tal vez por eso no lo maté cuando tuve la oportunidad: porque, incluso en esos momentos de puro caos, veía una parte de mí misma en Blake.

No me había molestado la idea de matar a su tío para proteger a mis amigos. Y Blake había matado a mi amigo para proteger al suyo.

¿Quién tenía razón? ¿Acaso la tenía alguien?

Estaba tan absorta en mis pensamientos que no le presté mucha atención a la calidez que se me extendió por el cuello. Di un respingo al oír la voz de Daemon.

–¿Qué haces, gatita?

Me volví y levanté la cabeza. Daemon estaba detrás de mí, vestido con un jersey fino y unos vaqueros. Sus ojos relucían bajo las espesas pestañas.

–Estaba haciendo un muñeco de nieve.

Su mirada se desplazó más allá de mí.

–Ya veo. Le faltan algunas partes.

–Sí –contesté, taciturna.

Daemon frunció el entrecejo.

–Eso no explica por qué estás sentada en la nieve. Tienes que tener los vaqueros empapados. –Se quedó callado un momento, y entonces empezó a fruncir el ceño. No podía creérmelo–. Un momento, preferiría que hicieras eso con el trasero.

Solté una carcajada. Daemon siempre sabía cómo relajar la tensión.

Avanzó con fluidez, como si la nieve se apartara de su camino, y se sentó a mi lado con las piernas cruzadas. Ninguno de los dos dijo nada durante un rato; luego, se inclinó y me empujó con el hombro.

–¿Qué estás haciendo de verdad aquí fuera? –me preguntó.

Nunca había conseguido ocultarle nada, pero todavía no estaba preparada para hablar del tema con él.

–¿Qué pasa con Dawson? ¿Ya ha huido?

Durante un instante, dio la impresión de que Daemon iba a insistir, pero entonces simplemente asintió.

–Todavía no, porque he estado siguiéndolo todo el día como si fuera su niñera. Me estoy planteando ponerle un cascabel.

Me reí por lo bajo.

–Tengo la impresión de que no le gustaría.

–Me da igual. –En su voz se reflejó un atisbo de enfado–. Ir a por Beth no va a terminar bien. Todos lo sabemos.

Desde luego.

–¿Crees que…?

–¿Qué?

Me costaba expresar con palabras lo que pensaba porque, en cuanto lo dijera, sería real.

–¿Por qué no han venido a por Dawson? Seguro que saben que está aquí. Sería el primer lugar al que vendría si hubiera escapado. Y está claro que han estado vigilándonos. –Hice un gesto hacia mi casa, a nuestras espaldas–. ¿Por qué no han venido a llevárselo? ¿O a nosotros?

Daemon se quedó mirando el muñeco de nieve, en silencio, un momento.

–No lo sé. Bueno, tengo mis sospechas.

Tragué saliva con dificultad, pues el miedo estaba formándome un nudo en la garganta.

–¿Qué piensas?

–¿De verdad quieres oírlo? –Cuando asentí, volvió a clavar la mirada en el muñeco de nieve–. Creo que en el Departamento de Defensa estaban al tanto de los planes de Will, que sabían que iba a hacer que liberasen a Dawson. Y dejaron que pasara.