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© 2013 Colegio de Estudios Superiores de Administración -CESA.

© 2013 Juan Daniel Correa Salazar. [creatividadyaccion@gmail.com]

© 2013 Pedro Javier López Cuéllar. [pedrolopezcue@gmail.com]

ISBN Digital: 978-958-8722-43-6

Comunicaciones y Marketing

Carrera 5 # 35 - 27 piso 3. - Casa Cr 5.

Comunicaciones@cesa.edu.co

www.cesa.edu.co - www.editorialcesa.com

Bogotá, D.C., noviembre de 2013

Coordinación editorial: Editorial CESA.

Todos los derechos reservados. Esta obra no puede ser reproducida sin el permiso previo escrito

ePub x Hipertexto / www.hipertexto.com.co

 

658.04/C824c 2013

Correa Salazar, Juan Daniel

Con título o sin título, historias de teoría y práctica / Juan Daniel Correa Salazar y Pedro Javier López. Colombia. Colegio de Estudios Superiores de Administración -CESA. Dirección de Comunicaciones y Marketing, 2013 286p.

DESCRIPTORES:

1. ADMINISTRACIÓN - REPORTAJES

2. EMPRESARIOS- REPORTAJES

3. EJECUTIVOS - REPORTAJES

Agradecimientos

Con título o sin título ha sido, para nosotros, un tremendo proceso de aprendizaje. Por eso estamos muy agradecidos con quienes de una u otra forma participaron en la construcción de este libro.

Suena a frase de cajón - y es de las más trilladas - pero no está de más aseverar que es imposible incluir a todas las personas y que aquí, simplemente, hacemos mención a algunos de nuestros más cercanos co-escritores, porque esta, definitivamente, ha sido una empresa conjunta.

Agradecemos especialmente a José Manuel Restrepo por su ejemplo de trabajo y, sobre todo, por apoyar la idea de esta obra desde el comienzo. Gracias también a Rafael Riveros, Juan Felipe Cordoba y María Isabel Rueda. A toda la gente del CESA, en particular a aquellos que tuvieron que lidiar directamente con nosotros: Juan Santiago, Javier y el equipo de investigación académica; Paula, con su equipo editorial y creativo, encabezado por Felipe; muy particularmente a nuestros dos colaboradores de cabecera: Mario Friedman y Jorge Duarte; y al maestro Marco Fidel Rocha por sus consejos, recomendaciones, y por darle nombre a esta historia.

Por supuesto, muchas gracias a todos los personajes que aparecen en estas líneas, por permitimos conocer un poco de sus vidas, sus aprendizajes y sus experiencias. Esta obra se debe a sus historias, palabras y enseñanzas.

Pedro agradece enormemente a Gloria y a Pedro, a Leo, a sus hermanas, Mónica y Nelcy, amigas y amigos y, claro, a Carolina y su familia.

Juan Daniel escribe, vive y sueña en equipo. Sus gracias especiales son para los más cercanos colaboradores: su Claudita, luz entre la luz; Pilarica, ejemplo y enseñanza toda la vida; Daniel Correa, el sensei, uno de nuestros personajes por excelencia; el doctor Sergio, sabiduría y cariño; Gloria Stella; María Magdalena y José Miguelito, incondicionales pilares de apoyo e inmejorables compañeros del camino; Pilar Parra, dulzura total; Jorge, gran espíritu; Andrés, filósofo, creativo y soñador; Camila; Laura y Carolina

¡Y gracias totales a nuestras lectoras y lectores!

 

Introducción

La pregunta

Eran las once de la mañana de un martes más bien gris, cuando nos encontramos en un café. Dos escritores iniciando en este mundo de las letras, cada uno con una publicación reciente y con las ganas de seguir pasando a palabras las ideas que teníamos en la cabeza.

Ahora nos damos cuenta de que fue una feliz coincidencia. En ese momento no sabíamos cómo iban a salir las cosas... y aún hoy no lo tenemos claro. No sabemos qué viene después de la curva; en la vida no siempre sirven los mapas ni los comodines.

—Juan ¿Cómo fue que empezamos?

—Yo estaba envuelto en mil oficios, como siempre, y el rector del CESA me dijo que un investigador de la Universidad del Rosario me quería contactar para trabajar conmigo en una exploración sobre empresarios y academia. Al comienzo, si le soy sincero, no es que me muriera de las ganas. No tenía mucho interés, sobre todo porque estaba saliendo de la publicación de mi libro La fábrica de ideas y no quería saber nada de libros, ni de investigaciones, ni nada parecido.

Aun así nos sentamos a hablar y, a pesar de mis prejuicios, la conversación fluyó de manera inesperada sobre otros temas: café, música, champeta, África y, sobre todo, acerca de empresa, artistas y de los prejuicios sobre los títulos universitarios, asuntos sobre los que siempre he tenido interés.

¿Empresa?... Por mi parte, además de ser empleado de tiempo completo por un buen rato, siempre he hecho empresa: desde vender ropa en la universidad, hasta la creación de mi propia compañía de creatividad y, por supuesto, mi trabajo de mánager y productor de música champeta.

¿Títulos y prejuicios?... en algún momento me convertí en un experto en inducciones pues cinco o seis veces fui primíparo. Estudié ingeniería civil —varias veces y en distintas instituciones— para luego retirarme y dedicarme a la literatura. ah, ¡y claro!, a la economía. Así fue que conocí muchas de las creencias populares acerca de los títulos universitarios y por eso pude comprobar unas y desmentir otras.

—Pero ya estoy hablando mucho de mí. Yo quiero saber, más bien, ¿usted por qué me buscó?

— No fue una cosa clara desde el comienzo. Llegué por consejo del Rector Restrepo. Estaba interesado en averiguar de qué servían los títulos educativos para los empresarios, pero nunca había estado en ese mundo y fue por eso que me aconsejaron hablar con usted.

En un principio no entendía cómo se complementaban su empirismo y mi interés por la academia. Parecían cosas contradictorias, pero resultaron siendo complementarias.

—¿Cómo así que lo contradictorio se volvió complementario? Explíque

—La manera en la que nosotros trabajamos tiene ciertas diferencias: yo busco y rebusco hasta encontrar toda la información sobre un tema, pero esto no siempre garantiza que mis preguntas sean las más acertadas o las mejor informadas. Recuerdo muchas ocasiones en las que usted salía con preguntas o conclusiones buenísimas recurriendo más a sus vivencias y a lo que estaba sucediendo en ese momento que a la investigación previa.

Lo mismo pasó con la manera de escribir: yo estaba acostumbrado al estilo de las publicaciones académicas tradicionales y a veces me hacían falta los pies de página o las referencias. Trabajar con usted me mostró una nueva forma de escribir, más libre, menos cuadriculada, y que, muchas veces, aporta elementos nuevos y frescos a la academia.

—Juan ¿Y cómo fue su experiencia?

—Pues mi querido Pedro, si nuestra misión era aprender cómo se aprende desde la experiencia y la teoría, la verdad es que, en este proceso, el que más aprendí fui yo.

Arranqué con un claro prejuicio acerca de que los estudios universitarios, incuso los títulos más avanzados, así como la investigación demasiado formal, no eran los mejores compañeros del éxito. Ahora, después de estos meses de trabajo juntos, mi perspectiva ha cambiado un poco: veo que cierto rigor y estructura son convenientes. y mucho.

Usted me dice que a veces mis preguntas intuitivas fueron acertadas, pero tenemos que confesar que la embarré en repetidas ocasiones. Definitivamente, sin su investigación sesuda no hubiéramos llegado a ^ ninguna parte. ^

Esto no hace que yo cambie mi estilo, más bien —y como usted dijo— estoy de acuerdo en que encontramos un complemento.

—Igual, yo sí quiero saber, si ¿se cumplieron sus expectativas?

—Pues, Juan, me parece que la idea original se vio alimentada con el proceso. En esa medida las expectativas sí se cumplieron. Esto no significa que lo que yo pensaba en un comienzo haya resultado totalmente cierto: No. Yo pensaba que la educación universitaria, en el caso específico de los empresarios, en muchas ocasiones los frenaba, cosa que no resultó tan cierta. También pensaba que el aprendizaje a través de la experiencia era más que suficiente, pero en ese momento no era consciente de que algunos de los errores o golpes que se pegan los empíricos pueden ser evitados o aliviados con un toque de academia o de estudio formal.

—Déjeme que lo interrumpa porque si no vamos a terminar contando el final de la historia. Más bien cuéntenos usted ¿qué es lo que pretende con esta búsqueda?

Por mi parte, una de las motivaciones centrales era mostrar que la universidad o los estudios formales no son el único camino. Además está el camino de la experiencia y los aprendizajes básicos ganados en la familia y el colegio. Estos, me parece, son elementos igual o hasta más importantes que el título que se tenga, cuando de vivir y crear empresa se trata.

También me interesa responder unas preguntas y, por encima de eso, dejar algunas inquietudes. Las preguntas son personales: por mucho tiempo me he cuestionado cómo sería mi vida si no hubiera estudiado en la universidad: ¿Sería igual?, ¿habría logrado lo que deseaba?, ¿qué habría hecho con ese tiempo?, ¿qué habría aprendido?... Estas preguntas son las que nosotros le formulamos a los personajes que aparecen en este libro, pero también son preguntas que me gustaría dejar en la mente y en el corazón de quienes nos lean.

—Su turno, maestro Juan: ¿qué es lo que quiere con este libro?

—Por mi cuenta, lo que más me interesa es, desde la propia academia, cuestionar a la academia. Y por qué no, también ratificar su valor.

Y, bueno, si lo que le llama la atención son mis intenciones, lo que le puedo decir es que me interesa conocer a los personajes con los que nos encontramos en el camino: su historia, su trayectoria; sus pasos en firme, sus pasos en falso; en una palabra, ¡sus experiencias! Eso es.

—Oiga, ¡¿y no va a decir nada más?!

—Por ahora no, mejor que quienes nos lean encuentren en los siguientes capítulos muchas preguntas. y, ¿por qué no? algunas respuestas.

Capítulo 1

“HAY QUE INCLUIRLOS A TODOS EN LA EMPRESA”

Jean Claude Bessudo, el conductor de una potente máquina llamada AVIATUR

La misión es averiguar cómo aprenden algunas personas y cómo esto les ha servido en sus vidas. y en sus empresas. En el camino, por nuestra parte, vamos aprendiendo de ellos. La metodología, a grandes rasgos, consiste en intentar entrar un poco en sus vidas cotidianas, sin tantos protocolos o formalismos, así sea sólo por unas cuantas horas. Para entenderlos quisiéramos hacer el esfuerzo de pensar como ellos. Lo que nos cuentan es tan importante como la manera en la cual lo cuentan y en el contexto en el que lo hacen.

Así pues, tras un par de negociaciones y la elaboración de una ruta tentativa (un puro esbozo a lápiz, mucho antes de los estudios para el gran lienzo), nos armamos de valor y comenzamos a picar por aquí y por allá. A tocar puertas. A llamar.

Sorpresivamente, pero de ninguna manera por coincidencia, empezamos a recibir respuestas. El primero que se le mide es, ¿cómo no? (ya veremos cómo esto ratifica que no se trata de casualidad alguna), Jean Claude Bessudo, presidente —y principal gestor— de AVIATUR, una de las empresas emblemáticas de Colombia.

Si le preguntamos en la calle a alguien —perteneciente o no al mundo empresarial—, ¿qué es AVIATUR?, nos contesta escuetamente, sin titubeos, que se trata de una agencia de viajes. La más grande del país, se aventuran a decir los osados. Nosotros, que pudimos compartir un espacio de una mañana con el personaje detrás de la empresa sabemos que es mucho más que eso. La agencia es solo la punta del iceberg.

Vamos en orden, al comienzo de esta historia. Efectivamente el señor Bessudo —empresario del año en repetidas ocasiones, premiado por la academia y el periodismo con electores como Portafolio o la Universidad del Rosario— nos responde, y accede a recibirnos en su casa para un desayuno de trabajo. Él invita. Eso sí es enfático en recomendar que lleguemos a las 6:55 a.m. en punto; no tiene tiempo para perder. Esto parece algo muy normal, sobre todo, tratándose de un empresario de su talante.

Lo que le da un color singular al asunto es que es sábado y, además, estamos en la tercera semana de diciembre. Ya han empezado las novenas de Navidad. El ritmo laboral es, de forma generalizada, bastante bajo. Son días de fiesta, de recogimiento, de reflexión, de pensar en lo que pasó en este año, y de hacer planes para el que viene. A menos que usted pertenezca al sector del turismo o, preferiblemente, sea el señor Bessudo.

El hecho es que, como nosotros tampoco tenemos tiempo que perder, allá llegamos a la hora señalada. Su casa comienza donde termina la ciudad, en los límites del barrio Chicó Alto y el cerro de La Calera. Es un complejo de estancias enclavadas en el frondoso verde de las montañas bogotanas. Si la ciudad se precia de estar 2600 metros más cerca de las estrellas, él y su familia están 2700 o 2800 más cerca.

Su morada, la principal del conjunto, está diseñada de adentro para afuera y de afuera para adentro, para mimetizarse con el entorno. No es de extrañar que el comedor donde nos concede la entrevista en la que se basa este escrito sea un gran recinto transparente que se hizo respetando el lugar en el que habían crecido los árboles, cosa que nos explica su creador. Nos encontramos literalmente rodeados de naturaleza. Dos de sus diecisiete perros —un gran gran danés y un pastor alemán de enorme factura— nos acompañan todo el tiempo y hasta comparten con nosotros el delicioso desayuno que nos ha servido.

Orgulloso de su obra, nos relata cómo él es el arquitecto y el ingeniero de su propio hogar. Y cómo su conductor de toda la vida es quien levantó la casa: “Así tiene que ser en las empresas; para sobresalir y tener éxito, hay que entrar, solo entrar por la puerta de la empresa, sea lo que uno sea: vigilante, secretaria, el señor de los tintos o el embolador, y una vez adentro, lo que tienes que hacer es volverte indispensable. así siempre ha sucedido en mis empresas”

Pasa a referirnos cómo él mismo comenzó su vida laboral como conductor; ni siquiera como conductor, sino como acompañante de un conductor —su jefe— quien le entregó la instrucción definitiva de accionar la palanca de frenos en caso de que él mismo muriese o le diera un ataque fulminante al corazón. “Es muy importante saber qué es lo que tienes que hacer, cuál es tu trabajo específico”, ríe con una carcajada contagiosa, “el mío era simplemente activar esa palanca”.

Por fortuna nunca tuvo que hacerlo. Más bien, como una esponja, fue absorbiendo todo lo que veía en el oficio de su patrón, un comerciante francés que recorría el país “haciendo negocios”. Pronto, el joven Jean Claude, pasó a entregar los pedidos, a hablar con los clientes e, incluso, a proponer ideas para obtener mejores ingresos a fin de hacer prosperar el negocio. Así fue aprendiendo, en la práctica, a moverse en el panorama empresarial.

Hoy conduce un barco con una eslora bastante más extensa, pero no deja de sentirse como aquel asistente: no le gustan los títulos, ni el “don” o “doctor”, ni nada de eso. De hecho, cuando llega a los diversos aeropuertos a los que viaja alrededor del mundo, y le preguntan por su profesión él contesta con tranquilidad: “telefonista”.

“Soy, sin exageraciones, el telefonista por excelencia de AVIATUR”. No es una apreciación banal. Para él todas las piezas de la organización tienen que funcionar correctamente; si hay alguna que es prescindible, es mejor deshacerse de ella. Está constantemente en la búsqueda del mejor proceso, del servicio óptimo, de la administración eficiente: “No se equivoquen, los detalles son importantísimos: una mancha en la alfombra es clave para entender cómo funciona una empresa”. Así como habla —pausado, concentrado, pensando en cada una de las palabras—, interviene en su organización desde lo macro hasta lo más micro de lo micro.

Es lo que sabe hacer y es como lo sabe hacer; el trabajo esmerado, la filigrana, el concentrarse en los pormenores —como un artista cuidando con precaución hasta la más insignificante pincelada— lo ha llevado lejos y, sobre todo, lo ha mantenido vivo. Vigente, sería la palabra empresarial. Quizás esta “obsesión” bien manejada es la que hace que AVIATUR esté permanentemente a la vanguardia, no solo en cuanto a servicios turísticos, tecnología empresarial, seguros y transportes; sino también en administración. El organigrama del Grupo Aviatur (así como el de todas las compañías que lo conforman), es una muestra fehaciente de ello (figura 1):

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Estamos hablando de todo un conglomerado; una real industria. Jean Claude Bessudo lo tiene muy claro: por muy grande que sea la organización, su estructura ha de ser circular, interdependiente; de ninguna manera piramidal.

Cuando le preguntamos por la autoría del organigrama respondió como siempre, con seguridad: “.efectivamente es un invento. Estaba mamado de estar solito allá en la cumbre, así que lo cambié. y así quiero que sea. Para mí lo primordial es el equilibrio”.

Para los que nos movemos en este universo empresarial, el organigrama es más que un invento; es una innovación, una obra de arte. Tiene el poder de convertir algo aburrido —muy tedioso, y fuera de eso absolutista y excluyente— en algo divertido, atractivo, creativo. Con solo mirarlo comprendemos cómo es la cultura corporativa de AVIATUR. Y, por supuesto, yendo más allá, empezamos a entender cómo es que ha aprendido este empresario-artista: en forma circular, plural, incluyente.

No en vano ha establecido un particular —y muy liberal— sistema de creación de empresas en el que son sus propios empleados los que proponen las líneas de trabajo, investigan las oportunidades de mercado y llegan a gerenciar las firmas que ellos mismos constituyen, claro está, con el apoyo, el músculo y el incentivo del GRUPO AVIATUR.

“Es un modelo de empresas que te permite la creatividad, en el que se les da la posibilidad a los actuales empleados que tengan buenas ideas de conformar sus propios equipos y convertirse en accionistas en un esquema donde AVIATUR conserva entre el 60 y el 70% de la empresa, y les financia a sus gestores, dependiendo de su grado de compromiso y de riesgo, el restante 30 o 40% del negocio”. Tanto así que, asegura, “les damos dos años para que puedan decidir si pasan a su nueva empresa o si se quedan con el puesto que anteriormente ocupaban”.

El asunto está en proporcionar garantías, confianza, e impulsar a los colaboradores a que piensen y actúen en forma creativa, a que sean como él, visionarios. Pero más allá de eso, la finalidad quizás es instarlos a que aprovechen las oportunidades. Clave fundamental de este aprendizaje:

—Jean Claude —tomamos confianza y entendimos su cuento—, en un país donde estudiar en la universidad es un privilegio y se constituye en cuasi-imperativo para sobresalir en el mundo laboral, ¿qué le puede decir a ese 70% que no tiene los medios para optar por un título universitario?

—(Lo pensó con calma) No creo que sea el 70%... en realidad ni el 50%, ni el 40%, no lo sé, yo creo que acá sí hay posibilidades para la gran mayoría: está el SENA, las organizaciones que te prestan, los apoyos del gobierno… en fin; no estudiar es una disculpa.

El presidente del GRUPO AVIATUR, empresario entre empresarios, maestro en el arte de la administración, por su parte, no cuenta con un título universitario. Es un empírico a conciencia: un hombre que no desperdició las oportunidades que encontró en el camino, ni dejó, ni ha dejado nunca de estudiar. A su manera, pero sin detenerse.

Si bien no hay disculpa para no estudiar, hay que tomarse esto muy en serio. No para hacerlo “porque toca hacerlo”, no; para hacerlo por el gusto de aprender, para utilizar los estudios en forma práctica, a fin de hacer algo con el conocimiento, en definitiva, para trascender. En últimas, como dice un antiguo proverbio sufí, “el camino siempre es el mismo, sólo que existen infinitas maneras de recorrerlo”. Igual sucede en el camino del estudio:

No hay una sola fórmula válida. Desde el laizzes faire, hasta la educación más estricta, pasando por la mezcla, por los ejemplos del Dr. Spock, por el “Ay, es que al niño me lo traumatizan”, hasta llegar a la estimulación temprana. Todo es cuestión de moda.

Sus palabras son directas, simples; muy refrescantes, por cierto. La cuestión no está en atiborrarse de estudios sin sentido, en ser el más aplicado o “cepillero” de la clase, en obtener las mejores calificaciones, o la mayor cantidad de diplomas. En esto es franco y básico: “Me valen huevo los títulos, he visto a las peores huevas con los mejores títulos”.

Lo cual no quiere decir que hay que prescindir de ellos: “Si vas a montar una planta con un reactor nuclear es mejor que te la haga un ingeniero nuclear”, sin duda. Aunque lo mejor viene con el complemento: “Pero, además, es importante que el ingeniero nuclear sepa pensar”.

No es cuestión de tener un diploma (o muchos) colgando en la pared, y esto también lo aprendimos durante nuestro desayuno:

—En su experiencia como empresario, ¿presentarse como una persona a quien no le importan los títulos tiene algún impacto negativo?

—En la encuesta de Portafolio salí escogido como el mejor empresario del año por mil doscientos presidentes de no sé cuantas compañías, que simplemente oyeron decir o tuvieron algún contacto con la empresa o con el estilo que manejo y apoyaron la elección. Por cosas como esa podría atreverme a decir que no.

En el ámbito mundial, una persona humilde, más allá de sus títulos, puede terminar imponiéndose con un buen manejo de junta, un manejo del momento; una mezcla de populismo, oportunidad y conocimiento de mera lógica.

Con comprensión de la situación específica. Con conocimiento aplicado, mas no conocimiento acumulado. La educación real, la que sirve para la empresa, no puede tampoco basarse en dogmas, en verdades absolutas; ha de ser dinámica, propositiva, creativa:

Digamos que Colombia es extremadamente peripatética: tal cosa es así porque lo dijo tal, y de ahí no nos salimos. Yo fui una vez a una sesión de un colegio de monjas y la madre superiora le dijo a las niñas que debían seguir lo que decía un librito con los diez mandamientos y los comportamientos que hay que tener para la vida. A nosotros en el Liceo Francés nos dijeron: hipótesis, tesis, antítesis y conclusión, y hagan lo que les dé la gana; lleguen a su propia conclusión. Si quieres que te vaya bien debes haber recibido una educación que te permita crear; si no, terminas solamente aplicando la Biblia, y negando la Teoría de la Evolución.

En ese mismo sentido nuestro anfitrión nos deja claro que hay que hablar, estudiar, escribir y negociar, pero con un lenguaje al alcance de todos: “No con las palabrejas de los profesores universitarios en Colombia”. No con un idioma hermético, para expertos, cifrado. “El lenguaje técnico es una forma de exclusión”.

Y, por encima de todo, más que cualquier título, premio, reconocimiento o posición de poder, es fundamental ser un hombre de palabra: “La virginidad se recupera: hoy en día hay cirujanos plásticos que te hacen la imenoplastia; en cambio la palabra dada es una sola, y como tal, tienes que respetarla”.

Así seas el mensajero o el dueño de la empresa.

Capítulo 2

LAS LECCIONES DE PALENQUE

Charles King

En medio del Hay Festival de literatura dimos con uno de los grandes de la costa, uno cuya poesía ha puesto a delirar a ricos y pobres desde las polvorientas calles de los barrios marginales, hasta las pistas más presumidas de la heroica; Charles King, leyenda de la champeta. Era de noche, cerca de la catedral y dentro de la ciudad amurallada; en esas llegó Charles caminando con elegancia. La gente que pasaba lo reconocía y lo saludaba: “¡Charles!” le decían unos, y otros, al verlo, alzaban la mano: “Ahí viene el palenquero fino”. Él, con sus rastas, volteaba a mirar y devolvía el saludo con una sonrisa.

Nos encontramos y empezamos a hablar en la sala del apartamento en el que nos estábamos quedando. Juan y Pedro en el sofá, Charles en una silla: listos… ¡fuera!

Dicen que cuando se busca la capacidad creativa en los niños antes de entrar al colegio todos están en un nivel de genialidad, y que en la medida en la que van pasando los años en la escuela esa posibilidad de crear se va disminuyendo.

Y acá estamos, hablando de música, y de la vida, con alguien que ha compuesto e interpretado cientos de canciones, toca tambor, canta, y mientras camina sigue componiendo. Hablando con él nos interesa saber si esa habilidad, la posibilidad de crear canciones, y de pegarlas, es aprendida.

—Usted se la pasa jugando con las palabras, dándoles la vuelta, ¿desde cuando hace eso? ¿Lo aprendió de alguien?

—Eso es muy difícil de aprender, y es muy difícil de enseñar. Tú mismo tienes que empezar a crear, a crearlo. Empiezas a imaginarte cosas...Yo soy un hombre que habla solo, voy por la calle hablando de un tema, me pregunto y me voy respondiendo. Es ahí donde he aprendido a jugar con las palabras.

Es justamente en las largas caminatas que hace desde niño, en las que ha creado —o encontrado— muchas de las letras de sus canciones. Pero no es algo espontáneo. Hace parte de un proceso de aprendizaje con el que Charles se ha vinculado desde siempre:

Cuando era pequeño caminaba las calles de Palenque, por ahí entre las cinco y media y las seis de la tarde, hablando solo, pensando... veía la naturaleza, oía a la gente.

También de pelao me iba a oír los tambores sonar en el barrio Chopacho que es el epicentro de los tamboreros palenqueros. La mayoría de los que tocan tambor tocan en ese sector, y casualmente, ese lugar queda por la misma calle en la que yo vivía. Me iba a escuchar las tamboras hasta altas horas de la noche, cosa que era peligrosa para un niño.

Empezaba a las siete de la noche y terminaba a las once, doce o una, pero yo no me daba cuenta del tiempo. Después, cuando llegaba a la casa no sabía qué hora era, y claro, ¡tremenda regañada!

Así, de los tambores vecinos aprendía, de las lecciones de su tío Siquito aprendía, y también de los consejos y la sabiduría de su abuelo:

—Mi abuelo era un sabio a pesar de no haber estudiado. Las personas que iban a Palenque se sorprendían al hablar con él porque tenía muchos conocimientos y hablaba con un léxico muy amplio.

—Pónganos un ejemplo.

—Pues la canción La verdad del Papa:

Compadre Rafa vengo a contarle

Lo que me decía mi viejo cuando yo era adolescente

Ay Charles, tenga cuidado con esa gente.

Que cuando uno está sin plata nadie a usted le pela el diente.

Son como los zopilotes que desde el aire están pendientes

Esperando a ver la presa, pa aterrizar y meterle el diente.

La verdad la decía Papa: al puerco no lo capan dos veces.

Sus abuelos, quienes en definitiva fueron los que lo criaron, no lo llevaron al colegio. Él, testarudo, no se aguantaba las ganas y se sentaba en un arbolito contiguo a la escuela a oír las lecciones y tratar de aprender. A veces se cansaba y daba una vuelta por su pueblo; pero siempre regresaba para sentarse en la misma rama.

Solo hasta los trece años, cuando llegó a Cartagena, empezó su educación formal. Una amiga de su tía le insistió para que se inscribiera en la jornada nocturna a la que asistía después de trabajar duro, vendiendo frutas, gafas y souvenires a turistas.

Aún después de todas las tareas del día el joven Charles llegaba con ganas:

Me dieron diez pesos y fui a matricularme para estudiar por las noches. Por ahí después de unas semanas ya sabía leer, tan rápido porque tenía fiebre de aprender.

Las clases empezaban a las seis de la tarde pero yo llegaba a las cinco y en ese momento empezaba a estudiar, y a repasar las tablas, y todas esas cuestiones. Quería saberlo todo.

Después de unos años, el plan de ir a la escuela no pudo seguir, pero no por eso dejó de estudiar. Empieza la época del grupo Son Palenque, un grupo de música negra que algunos llaman “La universidad de la champeta”. Literalmente, se trató del ingreso de King a la “U”.