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El camino a Eleusis

Una solución al enigma de los misterios

R. Gordon Wasson
Albert Hofmann
Carl A. P. Ruck


Edición de ROBERT FORTE
Prefacio de HUSTON SMITH

Fondo de Cultura Económica

Primera edición en inglés, 1978
Primera edición en español, 1980
Edición 30 aniversario (inglés), 2008
Segunda edición en español, 2013
Primera edición electrónica, 2013

Título original: The Road to Eleusis: Unveiling the Secret of the Mysteries © 2008, The R. Gordon Wasson Estate

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Al doctor
RICHARD EVANS SCHULTES,
precursor en el conocimiento de las plantas
enteogénicas en el Nuevo Mundo, titular
de la cátedra Paul C. Mangelsdorf en ciencias
naturales, director y curador de botánica
económica del Museo Botánico
de la Universidad de Harvard

ÍNDICE

Prefacio a la edición del trigésimo aniversario, Robert Forte

Prefacio a la segunda edición, Huston Smith

Retrospectiva, Carl A. P. Ruck

Prefacio, R. Gordon Wasson

I. El camino de Wasson a Eleusis, R. Gordon Wasson

II. Una pregunta inquietante, y mi respuesta, Albert Hofmann

III. La solución del misterio eleusino, Carl A. P. Ruck

IV. Datos auxiliares

V. El himno homérico a Deméter

VI. Documentación, Carl A. P. Ruck

La visión de Eleusis

Los misterios menores

Triptólemo y los misterios mayores

El hijo de las dos diosas

Identificación

Sobre Dionisos

VII. Enteógenos, Carl A. P. Ruck, Jeremy Bigwood, Danny Staples, Jonathan Ott y R. Gordon Wasson

Epílogo. El mensaje de los misterios eleusinos para el mundo de hoy, Albert Hofmann

Apéndice. La química del kykeon, Peter Webster

Créditos de las imágenes

PREFACIO A LA EDICIÓN DEL TRIGÉSIMO ANIVERSARIO

La presente edición del trigésimo aniversario es la cuarta encarnación de El camino a Eleusis y la primera, desde 1978, disponible en edición rústica para el público de habla inglesa.

En vista de que yo fui el responsable de hacer llegar las últimas dos ediciones a la imprenta —la edición Hermes Press del vigésimo aniversario en 1998 y ésta—, tal vez sea prudente que explique el porqué de mi insistencia en violar el más antiguo voto de silencio en relación con los misterios; una regla que hace treinta años rompieran por primera vez los autores de este libro, los muy apreciados R. Gordon Wasson, Albert Hofmann, Carl Ruck y Blaise Staples, al desafiar el tabú y revelar el secreto.

Sin lugar a dudas es una paradoja, ya que cuando hablamos o escribimos sobre los misterios eleusinos damos a conocer algo tan sagrado que, de acuerdo con el Himno homérico a Deméter que describe su origen, “no es lícito descuidar ni escudriñar por curiosidad ni revelar, pues la gran reverencia debida a los dioses enmudece la voz”.

Esta prohibición fue tan bien observada que en los dos mil años que la peregrinación anual a Eleusis fue central en la vida de los ciudadanos de la Grecia antigua prácticamente nadie la transgredió. Ni un alma se atrevió a hablar de los acontecimientos acaecidos al interior de los muros del santuario durante aquellos funestos días de septiembre que cambiaron su cosmovisión, días en los que los ciudadanos experimentarían la visión trascendental que les mostraría que la muerte no es el estado último, sino el inicio de otra vida.

Hace 10 años tuve la intención legal de reeditar la edición del vigésimo aniversario, una publicación que sin duda dejó profunda huella en el volumen que ahora tiene usted en sus manos. En 1975 una corte norteamericana falló en contra de una asociación religiosa, la Iglesia del Despertar, prohibiéndoles el uso de psicodélicos o enteógenos como sacramentos, sin importar que hacía ya más de 15 años ellos realizaban esta práctica de forma segura. La corte argumentó que sólo los nativos americanos tenían derecho a usar “alucinógenos” como sacramentos ya que sólo en su cultura esas tradiciones se remontaban a la antigüedad, y que en las prácticas del hombre blanco dicha costumbre era inexistente.

Esta situación no sólo no viene al caso —se supone que en los Estados Unidos somos libres de participar en la experiencia religiosa de todas y cada una de las razas de la humanidad—, sino que la idea de que los enteógenos carecen de un lugar en la historia religiosa occidental es absolutamente falsa. Los enteógenos son, como lo demuestra el presente volumen, autóctonos de la civilización occidental; sin embargo, en el pasado fuerzas sociopolíticas autoritarias se encargaron de promover una prohibición que persiste hasta el día de hoy y cuya influencia está más viva que nunca.

Si es que en los Estados Unidos alguna vez nos decidimos a ser razonables en cuanto a las políticas del uso de sustancias psicodélicas —situación opuesta a la actual—, debe quedar claro que para algunas de las mentes formativas de la civilización occidental, a saber, mentes que contribuyeron en la consolidación de la democracia, el pensamiento racional, las matemáticas, la ciencia, la filosofía y el teatro, el haber conocido los misterios eleusinos inspirados en enteógenos representó la experiencia más asombrosa de sus vidas.

Según Huston Smith en One Nation Under God (1996), la Iglesia Nativa Americana logró que se aprobara la Ley de la Restauración de la Libertad Religiosa, una ley aprobada por el Congreso que protege su derecho a profesar sus creencias en el peyote. Por lo tanto, podríamos esperar que después de esta situación la Ley de Sustancias Controladas —que hoy prohíbe a los occidentales experimentar libremente el origen de la filosofía y religión de su propia cultura— sufriera las reformas necesarias para permitir el uso religioso de enteógenos a todas las razas. Albert Hofmann concluyó su libro autobiográfico LSD, mein Sorgenkind (1979; traducido al inglés como My Problem Child) [La historia del LSD. Cómo descubrí el ácido y qué pasó después en el mundo] con el deseo de que un día pudiéramos ver centros como los de Eleusis donde la experimentación legal de los estados unitivos provocados por enteógenos fuera una realidad. Esperemos que su sueño se materialice.

Para esta edición del trigésimo aniversario me gustaría hacer notar otra razón imperante para reimprimir el libro, una característica de los misterios que si bien no es tema frecuente de discusión, está ahí, frente a nosotros: el mito del regreso de Perséfone a Deméter es una historia de la tierra al borde de la aniquilación total.

Al mismo tiempo que la presente edición llega a la imprenta, en las noticias internacionales podemos encontrar fácilmente incontables predicciones funestas sobre el destino de nuestro planeta. De acuerdo con James Lovelock en The Revenge of Gaia (2006), la tierra podría haber sobrepasado ya el punto sin regreso.

En el Himno homérico a Deméter el panorama era el mismo, hasta que ocurrió un suceso magnífico e imprevisto —el regresar de la muerte a la vida—, y la terrible historia terminó en final feliz.

Lo último que Mircea Eliade me dijo fue que El camino a Eleusis estaba en su lista de lecturas pendientes y que lo discutiríamos en la primavera cuando nos volviéramos a encontrar. Esperé ansioso esa conversación porque estos misterios, en especial el mito del regreso eterno, eran temas recurrentes en casi toda su obra. Para él la cultura occidental carecía, muy a nuestro propio pesar, de los rituales de muerte y renacimiento presentes en los misterios eleusinos.

Por desgracia esa conversación nunca llegó. El profesor Eliade murió la misma semana del desastre nuclear en Chernóbil y antes de que pudiéramos volver a encontrarnos. Queda en manos del lector considerar la relevancia de esta investigación en el marco de la crisis espiritual y ambiental moderna.

Tampoco Albert Hofmann pudo ver esta nueva edición ya que, después de 102 años y tan sólo ocho meses antes de que el libro entrara a la imprenta, abandonó nuestro plano. Él esperaba el día en que ceremonias inspiradas en los rituales eleusinos fueran una vez más la norma dentro del mundo civilizado. Los resultados positivos producto de investigaciones recientes desarrolladas en la Universidad Johns Hopkins corroboran una vez más los efectos curativos, lo inofensivo y la trascendencia religiosa de la psilocibina —también fruto de la colaboración entre Wasson y Hofmann—; a su vez dichos resultados estimulan otras investigaciones, como las llevadas a cabo en la Universidad de Nueva York y la Universidad de California, en Irvine. Todo este trabajo nos da la confianza de que un día podremos hacer realidad el deseo. Perséfone podría renacer una vez más.

Así, con profunda gratitud al R. Gordon Wasson Estate, a Lux of Erowid y a Kerry Colonna, presentamos una vez más esta obra a la comunidad académica y a todo aquel en busca de conocimiento.

Que se haga la luz.

ROBERT FORTE
Ciudad de Nueva York
Equinoccio de otoño, 2008

[Traducción de Dennis Peña.]

PREFACIO A LA SEGUNDA EDICIÓN

Dos alegorías enmarcan a la civilización occidental cuales majestuosos sujetalibros: por un lado la alegoría platónica de la caverna, y por el otro el loco de Nietzsche que corre por las calles anunciando la muerte de Dios. No debemos ser optimistas en cuanto al sentido en el que apunta cada uno de los hitos anteriores, ya que la noción de lo que en realidad significa ser humano está mucho más abajo en la segunda alegoría de lo que está en la primera. Al recibir el Premio Nobel de Literatura, Saul Bellow dijo a su audiencia: “Tenemos una estima pobre de nosotros mismos”, y tenía razón. Platón nos dice que cuando su propia visión de la realidad lo recogió y pudo sentir sus repercusiones creadoras “al principio sentí un estremecimiento y después el antiguo asombro se arrastró sobre mí”. Hoy el informe del eminente físico Steven Weinberg afirma que “mientras más inteligible nos parezca el universo, menos sentido tiene”.

Atenas es, por supuesto, uno de los orígenes de la civilización occidental; otro es Jerusalén, cuyo entendimiento de las cosas iguala al de Atenas. Basta con pensar en un Moisés tembloroso y lleno de asombro en el monte Sinaí, o en Isaías mientras veía al Señor llenar la tierra con su gloria desde lo alto, o en Jesús, para quien los cielos se abrieron durante su bautismo. Una vez más, a manera de contraste con la modernidad, hace poco se supo (a través del reporte de Frau Oberbeck en Conversations with Nietzsche) que el propio Nietzsche estaba perturbado por la pérdida que su loco había anunciado; en realidad dudaba si la humanidad podría sobrevivir a la falta de un dios.

Las implicaciones de todo esto dentro del presente libro son directas. Al parecer algunas teofanías ocurren espontáneamente, mientras otras son posibles gracias a los métodos que aquellos dedicados a buscarlas han logrado descubrir; nos vienen a la mente el lugar del ayuno en la búsqueda de la visión, las danzas nocturnas que duran hasta el amanecer de los bosquimanos del Kalahari, la entonación prolongada de mantras sagrados y el sitio que ocupa el peyote dentro de las vigilias de la Iglesia Nativa Americana. En realidad desconocemos si, al menos del lado humano, fue algo más que una fe absoluta lo que unió la tierra con el cielo en el monte Sinaí, o cuando tres de los discípulos de Jesús lo vieron transfigurado en el monte Hermón con el rostro resplandeciente como el sol y ataviado con una túnica de blancura deslumbrante. Los griegos, por otro lado, crearon una institución sagrada, los misterios eleusinos, que con frecuencia parecen haber abierto un espacio para Dios dentro de la psique humana.

Junto con la identidad de la planta sagrada de la India, el soma, los misterios eleusinos constituyen uno de los dos secretos mejor guardados de la historia y, a mi parecer, el presente libro representa el intento más exitoso que ha habido por revelarlo. Triangular las fuentes de un eminente académico clasicista, el micólogo más creativo de nuestros tiempos, y del descubridor del LSD es un tour de force histórico y a la vez es mucho más que sólo eso, puesto que por efectos directos plantea interrogantes contemporáneas que nuestro sistema cultural considera en exceso delicadas como para intentar responderlas.

La primera de estas preguntas es la que citamos de Nietzsche antes: ¿puede la humanidad sobrevivir a la falta de un dios, es decir, a la ausencia de una imagen que ennoblezca y dé un panorama convincente y exaltado de la naturaleza de las cosas, así como del lugar que ocupa la vida misma dentro de éste?

La segunda pregunta es: ¿acaso el secularismo moderno, el cientificismo, el materialismo y el consumismo conspiraron para formar una coraza que hoy la trascendencia difícilmente puede perforar?

Si la respuesta a la segunda pregunta es afirmativa entonces aparece una tercera interrogante: ¿tenemos la necesidad —tal vez urgente— de concebir algo similar a los misterios eleusinos que nos pueda sacar de la caverna de Platón y así poder ver la luz?

Y finalmente, ¿existirá manera de legitimar —siguiendo el ejemplo de los griegos— el uso creativo y constructivo de las versátiles sustancias enteógenas sin agravar nuestro delicado problema con las drogas?

El presente libro no contesta estas importantes e incluso fatídicas interrogantes; lo que sí hace es plantearlas, elegante y responsablemente, tomando en cuenta cada una de sus consecuencias.

HUSTON SMITH
Berkeley, California
Mayo de 1998

[Traducción de Dennis Peña.]

RETROSPECTIVA

Han pasado veinte años desde que la primera edición de El camino a Eleusis vio la luz, y si bien aún es posible encontrar traducciones al español, alemán y recientemente al italiano, la edición original en inglés fue retirada del mercado al poco tiempo de ser publicada. El único testimonio que queda de la importancia que tuvo para ciertos lectores es que a menudo los ejemplares bajo resguardo bibliotecario también desparecen. Incluso un ejemplar rústico y maltratado en librerías de viejo puede alcanzar hasta diez veces su precio original, eso sin mencionar ejemplares empastados que se han vendido en cientos de dólares.

El libro no produjo ningún interés entre mis colegas y prácticamente nadie me lo había mencionado, hasta ahora, con la nueva generación de académicos jóvenes. La gente de mi edad quiere olvidar todo el fenómeno de la década de 1960 por temor a que sus hijos puedan seguir sus insensatos pasos. En ese tiempo el libro recibió pocas críticas: dos. Uno de los críticos1 dudó de la validez de nuestra teoría porque para él la LSD era una experiencia “desagradable”; el otro,2 un poco más abierto a la idea, protestó por el escaso desarrollo del contexto simbólico dentro de la religión. Mi reciente colaboración con Danny Staples en The World of Classical Myth3 responde a esa exigencia; sin embargo, aquel crítico de ocasión, autor de ese fiasco, se limita a señalar que el mito generalmente no se estudia con tal acercamiento a la religión, psicología, antropología, arqueología, historia cultural o cualquier otra disciplina, en particular etnobotánica: todo se limita a relatar algunos cuentos. Antes de que el libro por fin encontrara editor, un lector anónimo se quejó porque si bien “el autor fue educado en las mejores escuelas” al final me había desviado. Totalmente ignorada por los clasicistas fue la discusión en torno a Dionisos y al vino griego, incluida la importancia simbólica del thyrsos; en estudios relacionados con la religión griega los temas eleusinos rara vez obtienen siquiera una despreciativa nota a pie de página. A últimas fechas, los estudios feministas expropiaron los misterios eleusinos para su propio currículo; sin embargo, aun dada la importancia de la diosa de la tierra, la etnobotánica no está en su agenda, y tampoco ellos me dirigen la palabra. Los estudiantes que trabajan conmigo ya fueron advertidos de que sus nombres figurarán en las listas negras. Como por contagio, mis libros de gramática también son considerados sospechosos por algunos, una amenaza a la normalidad.

A pesar del apoyo de Richard Evans Schultes, incluso Persephone’s Quest4 —mi último trabajo en conjunto con Wasson— tuvo problemas para encontrar editor, hasta que Yale Press lo aceptó. Desde entonces el libro ha pasado por varias reimpresiones. Era como si el mundo también le quisiera dar la espalda a Wasson. Recuerdo que él estaba de visita en mi casa cuando recibió la llamada del editor de Yale: me pidió que atendiera desde la otra línea para que juntos pudiéramos escuchar la noticia.

Si bien como clasicista he hecho otras cosas a través de los años, de forma recurrente vuelvo al trabajo que hice junto con Gordon y Albert. Hoy estoy más convencido, incluso más que en ese entonces, de que estamos en lo correcto. Wasson buscaba un elemento micológico en la religión griega que funcionara en paralelo y como confirmación a su teoría del soma. El más obvio estaba en la religión de Dionisos, dada la naturaleza micótica del vino que se usaba como sacramento para ese dios. No obstante, en ese tiempo sólo recurríamos al vino para establecer la apertura de la cultura griega a encontrar algo numinoso o sagrado en el éxtasis enteógeno: algo de valor cultural positivo e importancia fundamental en el bienestar mismo de la ciudad y su armonía metafísica con el salvaje entorno lleno de espíritus errantes y ancestros fantasmales. Sin embargo, eso no convencería a sus védicos críticos, aunque Eleusis tal vez sí.

En Eleusis los iniciados viajaban más allá de este mundo, a un lugar que cualquiera que no hubiera estado antes ahí llamaría mítico, y no la confirmación definitiva de la realidad. Si bien a los observadores externos les estaba prohibida la entrada, de haberlo hecho sólo hubiesen visto sus propios cuerpos acurrucados en el obscuro y gran Telesterion después de haber desfilado ceremonialmente a través de la estrecha entrada de la cueva de Plutón, descendido al laberinto subterráneo, cruzado el río —tal vez en la barca de Caronte— hasta reagruparse, igual que en el mito de Er, sobre las Llanuras Eliseanas. Su llegada coincidió con un suceso de importancia cósmica: Perséfone fue engañada para abdicar su trono olímpico, un lugar que, como hija de padres celestiales, era suyo por derecho. Al probar el fruto del árbol de la granada introdujo un bocado físico de comida a su cuerpo etéreo, provocando que en su ser quedaran unidos por siempre la materia y el espíritu, igual que en el resto de nosotros los mortales. Asimismo, durante su estadía en las profundidades de la tierra concibió al Hijo de los Misterios y para entonces su alumbramiento estaba ya muy cerca. Al mismo tiempo que ella salió de las profundidades de la tierra, los iniciados también regresaron al Telesterion para escuchar las maravillosas nuevas de boca del gran hierofante: la señora Brimo había dado a luz un hijo al que le dio su propio nombre, Brimos. La muerte, a través del nieto-sobrino del mismo Zeus, ahora era parte de la esfera olímpica. Por otro lado, los ritos del matrimonio habían traído estabilidad entre los mundos mortal y espiritual, lo que le permitió a Perséfone visitar a su padre en el Olimpo, y a su olímpica madre, Deméter, descender a la casa de su ctónico yerno Hades, quien, por cierto, era su hermano.

Algo en la farmacopea de la partera abrió a los iniciados la puerta a la experiencia, un veneno mortal que amenazaba recurrentemente tanto a los cereales como a los humanos que dependían de ellos para su sustento; pero también una sustancia de la que, con intervención experta como la de las tradiciones herbolarias de la bruja Hécate, podía extraerse una poción dadora de vida. La bebida ceremonial era emblemática de la polaridad entre el primitivismo y la cultura; además era apropiada, ya que el parto, al mismo tiempo que llevaba a la mujer al borde de la muerte, representaba también el inicio de la vida.

Las dos flores de Eleusis, la adormidera y la jara (tanto en las flores mismas como en sus frutos capsulares, ambos con forma de granadas en miniatura), eran igualmente simbólicas de la intervenida evolución hacia tiempos helénicos: el opio de la religión antigua que provocaba narcotismo y alucinaciones yacía escondido, dado el arribo de la cultura visionaria de la nueva religión, en el interior del escaramujo. Fue hasta que este último recibió el nombre de kistoi, es decir, “la cesta sagrada de los misterios”, que se pudieron mostrar abiertamente sobre las cabezas de las cariátides posadas en la puerta interna. De igual manera ya podían exhibirse con libertad los perai, o carteras hechas de piel que resguardaban el secreto de aquellas tradiciones remplazadas. Fue el mismo Perseo, el primero de los héroes, quien los guardó ahí, fuera del alcance pero sin desecharlos, cuando cosechó por primera vez el hongo enteógeno que inauguró la reinstauración de Micenas, su ciudad natal, y su transición a las costumbres olímpicas. Antes de tomar el ciceón, una bebida ceremonial a base de hierbas y otros ingredientes, los iniciados habían ya presenciado la apertura de cestas y carteras como recuerdo de los usos antiguos; después la hermandad de sacerdotisas, mientras bailaba por todo el salón de columnas, revelaría la planta sagrada del trigo, expuesta en el tazón central del ostensorio kernos como apoteosis de la evolución a la vida civilizada.

Gordon quería un hongo y Albert y yo se lo dimos. Recuerdo su alegría cuando vimos la fotografía que Albert nos envió de los brotes, claramente distinguibles sin necesidad de amplificación. No eran sólo pequeños brotes, sino verdaderos hongos.

Durante los años he regresado en numerosas ocasiones a Eleusis: físicamente al sitio del santuario y tal vez muchas veces más en mi imaginación —en memoria de Gordon— a la noche de la iniciación de los misterios. Incluso he visto a Triptólemo, el triple guerrero que al final resultó ser el hijo redentor secreto de las tres mujeres, reunidas de forma triunfal bajo la apariencia de la mujer voluntariosa. Mientras tanto, Ötzi, el hombre de hielo de los Alpes, fue descubierto. Era un chamán celta —justo como habíamos apuntado, perteneciente al tercer milenio a.C., durante lo último de la migración indoeuropea— a quien sorprendió una repentina tormenta mientras aún se encontraba en trance meditativo en lo alto de la montaña y que permaneció congelado hasta el día de hoy junto con su preciosa ración de hongos “medicinales”. También pudo establecerse un vínculo entre el muérdago de los druidas y la Amanita como vía alterna de la caída del rayo celestial que, según el mito griego y folclor posterior, propició la abertura en el camino junto al árbol cósmico que permitió que creaturas extrañas de otros reinos, como centauros y hombres lobo, entraran e invadieran nuestro mundo.5 Igual de interesante es mi profundo estudio sobre el uso profano y equivocado que se le ha dado al enteógeno eleusino como droga recreativa, conducta que llevó a Sócrates a juicio y le propició una condena por cargos de impiedad.6 Además, la etnobotánica (y etnofarmacología) de los mitos griegos comienza a ser considerada en su totalidad, lo que impide ver Eleusis como una anomalía. En fechas recientes un académico7 clasicista y de ciencias políticas pudo rastrear evidencia sobre la tecnología antigua usada en la viticultura y en la enología, y así confirmó mis afirmaciones en relación con el vino griego y con la etiqueta durante la ceremonia del simposio.

Sin embargo, ni yo ni Gordon pudimos llegar a Eleusis con nuestro enteógeno; Danny tampoco pudo, sin importar que zarpó con Odiseo justo detrás de nosotros —mientras lo esperábamos con silenciosa expectativa— en algo más confiable proveniente de los chamanes precolombinos. No obstante, Albert sí lo logró, y los demás confiamos en su testimonio. Esto ha representado un problema ya que un experimento científico debe poder repetirse, y si bien otros lo han intentado, no todos lo han conseguido (Gordon nunca experimentó ninguna reacción con la Amanita). Es posible que la entrada haya quedado cubierta por sedimentos, o que haya sido bloqueada por la basura de los irrespetuosos turistas que quisieron explorar su interior. Hoy el santuario yace profanado y en ruinas; bordeado sólo por refinerías de aceite, las fértiles llanuras que lo rodeaban ahora son tierra yerma. Incluso la Virgen, la misma virgen “nuestra Señora”, impuso por un tiempo su iglesia en el sitio del santuario. Los dioses perdieron su voz o, ya que el cristianismo adoptó gran parte de su simbolismo, no la necesitaron más. Todo esto era de esperarse ya que el culto semítico, el mismo que rechazaron los hebreos, llegó al mundo helénico como un mito griego.

O lo más probable es que sólo seamos demasiado inexpertos en aquel perdido arte de la herbolaria antigua. El enteógeno varía en función del huésped, y nosotros realizamos nuestro experimento con un químico sintetizado que quizá los dioses encontraron inhabitable. Por ejemplo, el tipo que crece en la grama (Paspalum distichum) produce el agente puro sin contaminantes venenosos y, según el Servicio de Agricultura de los Estados Unidos, es peligroso para el ganado que pasta en ellos sólo cuando se queda dormido en un charco. Basta con recordar la apacible muerte de Sócrates producida por la ingesta de koneion, y la total oposición que guarda con los terriblemente dolorosos síntomas que presentan hoy los casos de envenenamiento con cicuta. Su intención era derramar algunas gotas como libación, sin embargo, le advirtieron que la dosis que había recibido era exacta.

En retrospectiva, sin importar los problemas que causó, puedo afirmar que valió la pena hacer el trabajo y que estamos agradecidos de haber encontrado el medio para que volviera a tomar forma en esta nueva edición. Este libro es para aquellos que lo amaron y defendieron a lo largo de los años, y por el bien de la siguiente generación que podría detenerse a reflexionar imparcialmente en su mensaje.

CARL A. P. RUCK
Boston, Massachusetts
Junio de 1998

[Traducción de Dennis Peña.]

1 El camino a Eleusis fue publicado un año después de la edición original en alemán de Greek Religion, de W. Burkert, por lo tanto éste no tuvo oportunidad de hacer ningún comentario sino hasta 1987, cuando sus conferencias sobre antiguos cultos secretos (Ancient Mystery Cults, Cambridge, Massachusetts) clausuraron en definitiva el tema para los clasicistas. Así lo confirma Helene Foley en su comentario al Himno homérico a Deméter (The Homeric Hymn to Demeter, Princeton University Press, 1994). Burkert, por otro lado, no era tan negativo: él sí acepta la identificación que Wasson hace del soma como un hongo y considera la teoría sobre Eleusis una “hipótesis sofisticada”; no obstante, malinterpreta el argumento y confunde la experiencia con un “envenenamiento por ergot”, un “estado desagradable y en absoluto euforizante”.

2 M. Jameson, “Review of Wasson et al.”, Classical World 73, 1978.

3 The World of Classical Myth: Gods and Goddesses, Heroines and Heroes, Carolina Academic Press, 1994.

4 Persephone’s Quest: Entheogens and the Origins of Religion, Yale University Press, 1986.

5 Carl A. P. Ruck y Danny Staples, “Mistletoe, Centaurs and Datura”, revista Eleusis (nueva serie, núm. 2).

6 “Mushrooms and Philosophers”, en Persephone’s Quest, cap. 6; publicado previamente en Journal of Ethnopharmacology, 1981; una version distinta del argumento apareció en “Mushrooms and Mysteries: on Aristophanes and the Necromancy of Socrates”, Helios, 1981.

7 Michael A. Rinella, “Plato, the Greeks, and the Ethics of the Symposion”, artículo presentado en la reunión de Midwest Political Science Association, Society for Greek Political Thought (abril de 1998), Chicago, Illinois, y “Profaning the Mysteries: Recovering the Deep Context Behind the Execution of Socrates”, presentado en New York State Political Science Association (mayo de 1998).

PREFACIO

Se ha escrito tanto sobre los misterios eleusinos y desde hace tanto tiempo, que hacen falta unas palabras que justifiquen la presentación de estos tres estudios dedicados a ellos. Durante casi dos milenios los misterios fueron celebrados cada año (excepto en uno) en beneficio de iniciados cuidadosamente elegidos, en el tiempo correspondiente a nuestro mes de septiembre. Cualquiera que hablase griego tenía la libertad de asistir por su propia cuenta, con la excepción de aquellos cuyas manos estuviesen manchadas por la sangre no expiada de un asesinato. Los iniciados pernoctaban en el telesterion de Eleusis, bajo la dirección de las dos familias de hierofantes, los Eumólpidas y los Kerykes, y partían atónitos por la experiencia que habían vivido: según algunos de ellos, jamás volverían a ser los mismos. Los testimonios acerca de esa noche de vivencias sublimes son unánimes, y Sófocles habla por los iniciados cuando dice: “Tres veces felices son aquellos de los mortales que habiendo visto tales ritos parten al Hades; pues solamente para ellos hay la seguridad de llevar allí una vida verdadera. Para el resto todo allí es maligno”.

Sin embargo, hasta ahora nadie ha sabido qué es lo que acredita tal clase de declaraciones, y hay muchas por el estilo. Para nosotros tres ahí reside el misterio de los misterios eleusinos. A tal enigma nos hemos aplicado y creemos haber encontrado la solución, cerca de dos mil años después de que el rito fue celebrado por última vez y a unos cuatro mil de que se inició.

Los tres primeros capítulos de este libro fueron leídos por sus respectivos autores como ponencias ante la Segunda Conferencia Internacional sobre Hongos Alucinógenos, celebrada en la Olympic Peninsula, Washington, el viernes 28 de octubre de 1977.

R. G. W.

I. EL CAMINO DE WASSON A ELEUSIS

CON ESTE librito inauguramos un nuevo capítulo en la historia semicentenaria de la etnomicología; un capítulo que por primera vez incluye dentro de la esfera de acción de dicha disciplina, y en forma importante, nuestro propio pasado cultural, el legado que recibimos de la antigua Grecia. La etnomicología es simplemente el estudio del papel de los hongos, en el más amplio sentido, en el pasado de la raza humana; es una rama de la etnobotánica.

El lenguaje inglés carece de una palabra que designe a los fungi superiores. Toadstool es un epíteto, un término peyorativo que abarca todos aquellos productos fungoideos de los que el consumidor desconfía, con razón o sin ella. Mushroom es una designación ambigua que para diversas personas cubre diferentes terrenos del mundo fungiforme. En este librito utilizaremos la palabra mushroom [hongo] para todos los fungi superiores. Ahora que finalmente el mundo está comenzando a conocer estas formaciones fungoideas con todas sus miríadas de formas y colores, aromas y texturas, es posible que esta nueva usanza responda a una necesidad y llegue a ser aceptada generalmente.

Somos tres quienes participamos en esta obra. Albert Hofmann es el químico suizo célebre por su descubrimiento, en 1943, de la LSD; su conocimiento de los alcaloides vegetales es enciclopédico y él se encargará de llamar nuestra atención hacia ciertos atributos de algunos de ellos que son pertinentes a los misterios eleusinos.

Ya que nos encontrábamos ocupados con un tema central de la civilización griega en la antigüedad, era obvio que necesitábamos la cooperación de un estudioso de Grecia. En el momento apropiado supe de la existencia del profesor Carl A. P. Ruck, de la Universidad de Boston, quien a lo largo de algunos años ha venido realizando notables descubrimientos en el indócil terreno de la etnobotánica griega. Durante muchos meses los tres hemos estado estudiando la tesis que ahora proponemos; la contribución de Ruck será la tercera y última. El himno homérico a Deméter es la fuente para el mito que subyace en Eleusis; lo ofrecemos en traducción de Luis Segalá Estalella y de Rafael Ramírez Torres (véase la nota de la página 123).

En ésta, la primera de las tres ponencias, mi cargo consiste en destacar ciertas propiedades del culto de los hongos enteogénicos en México.

En el segundo milenio antes de Cristo, los griegos primitivos fundaron los misterios de Eleusis, que mantuvieron embelesados a los iniciados que cada año participaban en el rito. Era obligatorio guardar silencio respecto a lo que allí acontecía: las leyes de Atenas eran rigurosas en cuanto a los castigos que se imponían a todo el que violase el secreto. Pero a lo largo y a lo ancho del mundo griego, por encima del alcance de las leyes áticas, el secreto fue conservado de manera espontánea durante toda la Antigüedad, y a partir de la suspensión de los misterios en el siglo iv d.C. el secreto se ha convertido en un elemento que forma parte de la leyenda de la Grecia antigua. No me sorprendería que algunos estudiosos del mundo clásico llegaran a sentir incluso que estamos cometiendo un atentado sacrílego al forzarlo ahora. El 15 de noviembre de 1956 leí un breve trabajo ante la American Philosophical Society en el que describía el culto a los hongos en México; en la sesión de preguntas subsecuente apunté que dicho culto podría llevarnos a la solución de los misterios eleusinos. Un célebre arqueólogo inglés especializado en Grecia, con quien había llevado relaciones muy amistosas durante unos treinta y cinco años, me escribió poco después, en una carta, lo siguiente:

No creo que Micenas tenga nada que ver con los hongos divinos ni con los misterios eleusinos. ¿Puedo darte un consejo? No te apartes de tu culto a los hongos mexicanos, y cuídate de estar viendo hongos por todas partes. Nos gustó mucho tu ponencia de Filadelfia y te recomendaríamos que te mantuvieses tan dentro de tu tema como te sea posible. Disculpa la franqueza de un viejo amigo.

Lamento que ahora mi amigo se encuentre ya sumergido en las sombras del Hades; aunque tal vez debiera alegrarme de que no podrá ofenderlo mi insolencia al menospreciar su bien intencionada admonición.

Mi difunta esposa Valentina Pavlovna y yo fuimos los primeros en utilizar el término etnomicología, y seguimos de cerca los avances en esta disciplina durante los últimos cincuenta años. Con el propósito de que el lector pueda apreciar el dramatismo de nuestro último hallazgo, debo comenzar por relatar de nuevo la historia de nuestra aventura con los hongos. Comprende precisamente los últimos cincuenta años. En buena medida constituye la autobiografía de la familia Wasson y ahora nos ha llevado directamente a Eleusis.

A finales de agosto de 1927 Valentina y yo, entonces recién desposados, pasamos nuestra demorada luna de miel en una cabaña que nos prestó el editor Adam Ding-wall en Big Indian, en las montañas Catskills. Valentina era rusa, nacida en Moscú en el seno de una familia de intelectuales; había huido de Rusia con su familia en el verano de 1918, cuando tenía diecisiete años. Tina se recibió como médica en la Universidad de Londres y había estado trabajando arduamente para establecerse como pediatra en Nueva York. Yo era periodista y trabajaba en el departamento de finanzas del Herald Tribune. En aquel hermoso primer atardecer de nuestras vacaciones en las Catskills salimos a deambular por un sendero, paseando asidos de la mano, felices como alondras, disfrutando la plenitud de la vida. A nuestra derecha había un calvero y a la izquierda el bosque.

De pronto Tina se desprendió de mi mano y se precipitó en la floresta. Había visto hongos; una multitud de hongos, hongos de muchas clases, que poblaban el suelo del bosque. Gritó encantada con su belleza. Los llamaba a cada uno con un afectuoso nombre ruso. No había visto tal profusión de hongos desde que dejó la dacha