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BREVIARIOS
del

FONDO DE CULTURA ECONÓMICA

100

Alfonso Reyes

Trayectoria de
Goethe

Fondo de Cultura Económica

Primera edición, 1954
     Cuarta reimpresión, 2014
Primera edición electrónica, 2014

Acuérdate de vivir                              
Wilhelm Meister, VIII, 5.

INTRODUCCIÓN

El año de 1932 se conmemoraba el centenario de la muerte de Goethe. Respondí entonces al llamado de la revista Sur (Buenos Aires), y envié unas páginas algo improvisadas, en mi afán de no faltar a la cita. Como entonces lo declaré, “por una vez, acudí al toque de asamblea con el dormán todavía desabrochado y el lazo suelto”. En 1949, se ofreció la celebración del segundo centenario natalicio del poeta, y quise entonces ordenar aquellas viejas cuartillas. Han vuelto al telar, en efecto, pero aún no he logrado darles estabilidad y coherencia; antes han crecido por todas partes, verdadera rosa de los vientos. Algún día se publicarán como una colección de estudios goethianos. Entre tanto, no quisiera verlas nunca reproducidas bajo la misma forma en que aparecieron, aun-que en ellas conste mucho de lo que pienso y siento sobre el autor del Fausto.

Mientras veía crecer mi ensayo original, y cre­cer en libro abultado, sentí la necesidad de trazar un derrotero a fin de no perderme en el bosque. De mis apuntes fue saliendo el presente breviario: instrumento para trabajos venideros o de futura aparición, que tal vez preste por sí mismo alguna utilidad a quien no pueda despojar todos los documentos que he manejado, los libros mismos de Goethe, sus numerosas “correspondencias” y “conversaciones”, los abundantes co­mentarios sobre su obra y su vida, cuya referencia bibliográfica resultaría aquí embarazosa y desvirtuaría mi intención.

No presento, pues, una obra de crítica literaria, ni tampoco una biografía más de Goethe, sino que recorro la frontera entre las dos zonas, recogiendo los principales hechos de aquella vida, hasta donde ayudan a apreciar la evolución. de aquella mente, y alterno la narración de los episodios esenciales con breves reflexiones que marquen las sucesivas etapas. En esta tortuosa jornada hacia la sabiduría, nos interesan las circunstancias externas que se ofrecieron a Goethe y que él supo aprovechar —incorporándolas y dándoles sentido moral— así como las conquistas voluntarias de su conducta que él impuso a su medio.

Los intérpretes extremos nos dan un Goethe abstracto y, a veces, estático. Los biógrafos extremos, un ser vivo, sí, pero que lo mismo pudo no ser Goethe. La verdad está en el medio aristotélico. Hay que conciliar los dos métodos para mejor apreciar la sensibilidad de Goethe y su contemplación del mundo, siempre en desarrollo, tendidas sobre los sucesos de su existencia. Pero sin rigor ni sistema, que sería absurdo; pues no sin razón Groethuysen hace decir a Goethe: “Yo soy el que cambia”.*

Es tan íntima la relación entre la vida de Goethe, su pensamiento y su obra, que no se lo puede entender sin recordar los principales accidentes de su viaje terrestre. Algunos han fingido —como hipótesis o, mejor, metáfora explicativa— que Goethe, antes de nacer, se hubiera trazado un programa; han fingido un Goethe por dentro, que luego había de volcarse afuera, un jinete anterior a la cabalgadura. El peligro de este supuesto es que fácilmente para en condenar a Goethe, por falla ante el destino, en vista de un plan hechizo y seguramente arbitrario. La objeción que de aquí resulta se reduce a inculpar a Goethe, por ejemplo, porque no siguió escribiendo el Werther, sino el Fausto, a lo largo de su dilatado existir; en suma, porque superó el subjetivismo en­fermizo de la adolescencia, y se fue aliviando y serenando gradualmente en una concepción mucho más objetiva y generosa del mundo, donde ya su poesía, a la vez que se encamina a la cumbre clásica, abarca los intereses sociales, la acción y la ciencia. Ya nada humano le es ajeno, como en la palabra de Menandro que repitió Terencio. De aquí esa aceptación panteísta que conmovía y admiraba a Nietzsche, aunque era hombre de naturaleza tan distinta.

Ahora bien, este inmenso y heroico ensanche ¿puede significar una quiebra de la vocación, aun cuando sacrifique de paso algunas graciosas blanduras juveniles? Y, además, ¿con qué imagen irreal, con qué misterioso espejo estamos enfrentando a Goethe? ¿No se nos ha dicho por ahí, y aun adelantándose, si he leído bien, a ciertos autores alemanes hoy muy recibidos, que el hombre no tiene naturaleza sino historia? Tal vez el propio Goethe haya provocado estos desvíos: hay en él su poco de desafío a los dioses y “fabulación a posteriori”, hybris que se paga siempre, tarde o temprano. Tal vez no sea posible dar cuentas tan estrechas de la conducta humana, ni menos pedirlas. Goethe era un poeta de la experiencia inmediata —Leben-sdichter—, y en la experiencia inmediata hay que buscarlo, dejando que la armonía final se recomponga sola. Si pecó por algo fue por querer apreciarlo todo al alcance de los sentidos, negándose a la mano oscura de la matemática o a las abstracciones filosóficas; pues, caso único de alemán, y poeta al fin, nunca quiso pensar en el pensamiento, sino sólo en las cosas. Para estimar con justicia a Goethe no hay más medio que ver acontecer a Goethe, aplicando aquí la regla que él mismo daba sobre el encaminamiento de los estudios naturales, regla inspirada en una sentencia de Turpin, botánico normando: “Ver acontecer las cosas es el mejor modo de explicárselas”.

La vida de Goethe puede reducirse en cuatro etapas:

I. La primera va desde su nacimiento hasta sus veinticinco años: infancia, estudios, Universidad, experiencias sentimentales. Su escenario general es Fráncfort, cortado por las residencias en Leipzig, Estrasburgo, Darmstadt, Wetzlar, un primer viaje a Suiza, etc. Domina el “estado mercurial”, cuya expresión suma es el Werther.

II. La segunda etapa ocupa de los veintiséis a los treinta y seis años: los diez años de Weimar, cortados por pequeñas excursiones a Ilmenau, Berka, el Harz y, sobre todo, el segundo viaje a Suiza. Aquella juventud tenaz se encamina trabajosamente a la madurez, sometida al afinamiento de tres influencias:

a) El servicio público o deber social;

b) el estudio metódico de la ciencia: interés por la naturaleza de un orden ya no puramente sentimental;

c) finalmente, la lenta educación o remodelación bajo el amoroso cuidado de Carlota de Stein.

De todo lo cual resulta un gradual corregimiento del romanticismo desorbitado. (Pues ya es propio llamarle desde entonces “romanticismo”. Otros dicen “prerromanticismo”, por mero escrúpulo académico.)

III. La tercera etapa es el viaje a Italia, de los treinta y siete a los treinta y nueve años. Se acelera la maduración de Goethe y se definen sus ideales clásicos.

IV. La cuarta etapa se extiende hasta su muerte, a los ochenta y tres años, y es el Weimar definitivo; permanencia interrumpida por las experiencias guerreras de la expedición a Francia, el sitio de Maguncia, etc., y más tarde, por las frecuentes vacaciones en los balnearios a la moda. Cuando se dice “Weimar”, debe entenderse “Weimar-Jena”, verdadero campo de operaciones de Goethe. Esta cuarta etapa se desarrolla en tres capítulos sucesivos:

a) El primero, a raíz del retorno de Italia a Weimar, es el momentáneo retraimiento de Goethe, su nido de amor con Cristiana Vulpius, y corre de los treinta y nueve a los cuarenta y cinco.

b) El segundo capítulo es la plena conjunción con Schiller, en que éste aprende y Goethe se rejuvenece, y abraza de los cuarenta y cinco a los cincuenta y seis; es decir, hasta la muerte de Schiller en 1805.

c) El tercer capítulo es la soledad definitiva —por cuya penumbra pasa, como raudo temblor de luz, la imagen de ese “Euforión” que fue Byron—, de los cincuenta y seis años hasta la muerte de Goethe: soledad de monumento público, visitado por la admiración y la curiosidad universales, en su alto mirador de Weimar.

A. R.        

México, 12-IV-1954.


* La Nouvelle Revue Française, 1-III-1932.