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Literatura española

COLECCIÓN
CAPILLA ALFONSINA

Coordinada por
CARLOS FUENTES

Tecnológico de Monterrey
6

Literatura
española

Alfonso Reyes

Prólogo
VICENTE QUIRARTE

Fondo de Cultura Económica

Primera edición, 2010
Primera edición electrónica, 2015

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ÍNDICE

PRÓLOGO, por Vicente Quirarte

LITERATURA ESPAÑOLA

Nuestra lengua [1959]

El Arcipreste de Hita y su Libro de buen amor [1917]

Solís, el historiador de México [1938]

San Juan de la Cruz [1942]

Silueta de Lope de Vega [1919-1935]

Prólogo a Quevedo [1917]

Sabor de Góngora [1929]

Un diálogo en torno a Gracián [1916]

El Curioso Parlante [1917]

Galdós [1943]

Ejercicios de historia literaria española [1918-1931]

PRÓLOGO

ALFONSO REYES
Y LAS LETRAS ESPAÑOLAS
Vicente Quirarte

EL AÑO 1959, último de su fecunda y generosa existencia, Alfonso Reyes escribió para la Secretaría de Educación Pública un ensayo titulado, llanamente, Nuestra lengua. Impreso en los Talleres Gráficos de la Nación, la humildad de un papel que la justicia poética denomina Revolución se ve compensada por un elegante diseño tipográfico y el gran tiraje de la edición. En la cima de su autoridad ética y estética, admirado y reconocido por sus pares y lectores en México y el extranjero, director de la Academia Mexicana y presidente de la junta de gobierno de El Colegio de México, Reyes expone con claridad y cortesía el origen, evolución y estado actual del medio que utilizamos para comunicarnos, tanto en la vida cotidiana como en la expresión artística. No obstante que se trata de un texto de divulgación, debido a que es obra del polígrafo y virtuoso que nuestro autor fue en todo momento, en él fulguran al mismo tiempo el ingenio y la armonía, la originalidad y el descubrimiento. Además del valor intrínseco de este ensayo en la biobibliografía de nuestro escritor, puede ser leído como un homenaje personal a la herramienta que utilizó con tal devoción, lealtad y maestría, que llevó a Jorge Luis Borges a afirmar que nadie en su tiempo manejaba el español como Alfonso Reyes.

La literatura mexicana es toda aquella escrita por mexicanos, dijo varias veces quien, como parte del Ateneo de la Juventud, dedicó sus afanes a desentrañar los principios de nuestra identidad pero también a comprender su inserción en el mundo, su diálogo con otros ámbitos y sensibilidades. En español combatimos, amamos y soñamos, pero el español que utilizamos no es el que se utiliza del otro lado del océano. La generación de Reyes predicó con el ejemplo la manera de dialogar, transformar y enriquecer la lengua mediante la glosa, el homenaje y la intertextualidad con las letras de otras lenguas. En este sentido, se halla muy próximo a Julio Torri, su estricto contemporáneo, quien enseñó durante varios años en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de México, preparó un útil manual —La literatura española (1952)— y publicó un pequeño gran libro bajo el sugerente y provocador título Ensayos y poemas (1917), en el que demuestra una nueva forma de considerar ambos géneros y de leerse en los otros. Bajo el título, igualmente sobrio, de Cuestiones estéticas, un Alfonso Reyes de apenas 22 años de edad publica en 1911 ese su primer libro, unánime y nunca suficientemente celebrado. El volumen es un manifiesto de temas y obsesiones a los que se mantendrá leal el autor sus años posteriores. Para el objeto del que el lector tiene en sus manos, las letras españolas en la vida y la obra de Reyes, importa destacar que este libro inicial incluye, en el apartado “Opiniones”, un texto acerca de la Cárcel de amor de Diego de San Pedro y “Sobre la estética de Góngora”, primero de una serie de estudios que con el transcurso de los años Reyes dedicaría al poeta que había sufrido el olvido de lectores y críticos durante varios siglos. Igualmente notable resulta que este texto de Reyes haya sido originalmente una conferencia pronunciada el 26 de enero de 1910, es decir, 17 años antes de que los poetas españoles llevaran a cabo, de manera antioficial, pero convencida, emocionada y poética, una ceremonia en la iglesia de Santa Bárbara, para celebrar el tercer centenario de la muerte de don Luis de Góngora y Argote. Antes de que tuviera lugar ese acontecimiento que bautizó, de manera cronológica y espiritual, a la más brillante generación de poetas españoles del siglo XX, que leyeron y se leyeron en Góngora, un joven mexicano dedicaba su sensibilidad poética y su pasmosa penetración crítica para explicarse por qué un helenista y orientalista como Pedro de Valencia lo llamaba “primer poeta entre los modernos”, mientras otros de sus contemporáneos consideraban que el gongorismo se reducía a

una afectación y una artificialidad tan pasmosas que nada, a través de él, puede conservar siquiera su denominación corriente sino que ésta se cambia en perífrasis alambicada, donde los objetos desaparecen, al punto que apenas la exégesis del autor podría devolverlos a nuestro entendimiento.1

Los textos sobre Diego de San Pedro y Luis de Góngora aparecen en la que el propio Reyes denominará su primera etapa mexicana, antes de su salida a Europa, en agosto de 1913, es decir, cuando su vida y la de su patria cambian de manera radical, con la muerte violenta de Bernardo Reyes, el emblemático 9 de febrero, y la entrada del país en la anarquía, en medio de la cual los escritores pensaban, escribían y publicaban. En un texto que escribió con motivo de la aparición de Arquilla de marfil de Mariano Silva y Aceves, Reyes hace un brillante resumen del modo en que su generación enfrentó el discurso de las armas con el discurso de las letras:

A fines de 1913 y principios del siguiente año —es decir, en pleno desastre—, los jóvenes se reunían a dar conferencias públicas en las librerías. Acevedo disertaba sobre la arquitectura del virreinato; Ponce, sobre la música popular mexicana; Gamboa —hombre de otros tiempos—, sobre la novela nacional; Urbina —aliado a los jóvenes—, sobre aspectos generales de las letras patrias; sobre el mexicanismo de Ruiz de Alarcón, Pedro Henríquez Ureña, y Antonio Caso, sobre la filosofía intuicionista, amén de algunos otros que olvido. En los periódicos, Castro Leal escribía revistas teatrales “en pro de la Cándida de Bernard Shaw”, y no faltaba compañía que representara alguna comedia de Oscar Wilde. El marqués de San Francisco podía publicar noticias sobre la miniatura en México, y Julio Torri —intenso humorista— fingía fuegos de artificio con las llamas de la catástrofe. Al arreciar el huracán, cada cual, asido a su tabla, procura, como Eneas, salvar los dioses de la ciudad: unos, en Cuba o Nueva York; otros, en París o Madrid, Lima o Buenos Aires, y otros, dentro de la misma Ciudad de México. Recientemente, José Vasconcelos ha hecho en el Ateneo de Lima una presentación de esta nueva pléyade mexicana.2

LA SIGUIENTE DÉCADA de la existencia del joven pero ya experimentado Reyes estará dedicada a hundir aún más sus raíces en la sensibilidad española, pues en esas tierras vive de 1914 a 1924, en sus palabras “desde los comienzos de la guerra europea hasta los comienzos de la dictadura militar”. Reyes se descubre y descubre España pero sin olvidar nunca su esencia mexicana. No es casual que al tiempo que su pluma escribe en tierra extranjera otra de sus obras maestras, Visión de Anáhuac (la primera edición apareció en 1917, en Costa Rica), visión deslumbrante de la ciudad contemplada por los conquistadores, la dedique asimismo a descubrir para sí y para los otros a autores y obras españoles, en estudios, prólogos y ediciones dedicadas a ellos.

Ese libro, al que Valéry Larbaud, su traductor al francés, llamó “un verdadero poema nacional mexicano”, fue reconocido con entusiasmo y admiración por los escritores de la península, prueba del respeto que les imponía el joven autor mexicano. Para “Azorín”, en ese libro la prosa de Reyes “se desenvuelve precisa, limpia, vivamente coloreada. Algunos asistimos materialmente a una vida que no hemos vivido”. Para Antonio Espina, era “un cuadro, una proyección vivaz y lírica del legendario valle de Anáhuac… la obra está concebida y escrita con una sorprendente, diríamos, puntualización de estilo, exactitud verbal, dinamismo, equilibrio fonético, elasticidad”, mientras Corpus Barga descubría en él a “un trasmutador de emoción lírica en emoción geográfica”.3

El mismo año de la obra anterior publica Cartones de Madrid, producto de su encuentro con la ciudad. Una parte suya se lanza a la calle, a explorar los hábitos y los cafés, la gente y el habla española. Otra se recluye en el Centro de Estudios Históricos de Madrid, donde, bajo la dirección de Ramón Menéndez Pidal, se afina el erudito en ciernes que Reyes fue desde sus primeros años. Allí conoce y trata a quienes luego, como él, serán grandes maestros y divulgadores de la lengua, la literatura y la historia de España: Américo Castro, Tomás Navarro Tomás, Federico de Onís. De tal modo, el poeta y el académico desarrollan las armas que complementan y enriquecen ambas formas de traducción del mundo. Uno, entre varios ejemplos: en un texto titulado “Las tres hipóstasis”, incluido en Horas de Burgos, el escritor se pierde por la ciudad. En la Cámara de los Reyes de Castilla, ésta se le revela “enjoyada a veces como cortesana, a veces solemne como reina, fría como asceta, cálida como mujer: la vida de Santa María Egipciaca en un solo rapto de tiempo”. Procede entonces el poeta a modernizar y arreglar algunos pasajes de este poema anónimo del siglo XIII que “trajo a la poesía española el primer retrato de mujer”.

Al igual que otros jóvenes que muy tempranamente descubren en intensidad y altura el uso de la lengua a través del amor instintivo por la tierra donde el castellano dejó de ser un “pequeño dialecto arrinconado”, según expresión de Antonio Alatorre, para convertirse en medio de comunicación de millones de hablantes, al pisar la península ibérica Reyes no conoció España: la reconoció porque ya había viajado por ella a través de sus lecturas. Sus excursiones a Toledo o Roncesvalles se transforman en diálogos con la herencia espiritual, en visiones que el escritor había anticipado en poemas, anales o en la rica historia española. Veces hay en que la balanza se inclina por el poeta deslumbrante y deslumbrado, que a través de una prosa flexible y certera, salpicada de epigramas o de construcciones cercanas al Ramón Gómez de la Serna de las greguerías, pinta ligeras acuarelas o elaborados aguafuertes donde están España y él, en coloquio constante y amoroso. Otras en que la emoción cede su sitio a la disciplina filológica y a la demostración científica. En España maduran la pluma y el carácter del joven y precoz ateneísta, como lo demuestra Héctor Perea en su magnífico estudio y edición de España en la obra de Alfonso Reyes.4

En la lectura que hace de la ciudad de Madrid, no oculta nuestro escritor la admiración que siente por un antecesor suyo en el descubrimiento y lectura de esa urbe, Ramón de Mesonero Romanos, el Curioso Parlante. Al igual que él, Reyes se da cuenta de que una ciudad se capta a través de los sentidos pero también de los autores que lo han antecedido en la exploración. En su elogio y defensa del flâneur que fue Mesonero Romanos, del callejero profesional que tiene que ser cualquier escritor moderno que se respete, Reyes hace un retrato de sí mismo, al menos del explorador insaciable que era en ese instante de su vida:

Cierto: hay una casta de hombres para quienes la ciudad en que viven no tiene existencia real, ni la calle donde está su casa, ni aun su casa misma. Han perdido los ojos. Se ocupan constantemente en devolver al caos todos los objetos que la energía espontánea de las retinas había logrado discernir […] El “Curioso Parlante”, en cambio, todo lo ve y todo lo cuenta, vagando por esas calles […] Andar callejeando como los perros y detenerse a hablar por las calles como los propios “Cipión” y “Berganza” ¿no es de españoles? Españolería andante le ha llamado a eso un cronista, al observar cómo Canalejas (“a quien acabó de matar un desdichado”) murió perpetuando la tradición castiza de callejear llanamente, sin otro fin que el de tomar sol.5

Con semejante espíritu de curiosidad y de aventura Alfonso Reyes lee el paisaje y la sensibilidad españoles, sus momentos actuales y el pasado en que se encuentran fundadas instituciones como la mendicidad o las expresiones urbanas, los clamores que vienen de siglos atrás. La anterior es una de las múltiples formas en que al examinar las vidas de los otros, Reyes se reconoce y reconoce tanto el espíritu de la lengua como la forma particular en que la utiliza cada uno de los autores. Lo que dice sobre Juan Ruiz de Alarcón le puede ser aplicado a él, tres siglos más tarde:

México por primera vez toma la palabra ante el mundo […] Es el primer mexicano universal, el primero que se sale de las fronteras, el primero que rompe las aduanas de la colonia para derramar sus acarreos en la gran corriente de la poesía europea.6

Igualmente, al referirse a Ramón María del Valle-Inclán, es imposible no ver un espejo del propio Reyes:

Este hombre platónico sabe siempre de antemano lo que va a decir y a escribir. Procede por arquetipos, por grandes ideas previas; y deja rodar las consecuencias hacia los hechos particulares, con esa seguridad y confianza del que ha dominado por completo las disciplinas.7

Góngora fue para nuestro autor una devoción y una obsesión. Muy joven ayudó a Raymond Foulché-Delbosc a editar las Obras poéticas de don Luis de Góngora, a partir del manuscrito Chacón custodiado por la Biblioteca Nacional de Madrid, las cuales aparecieron finalmente en 1921. Si, como antes se dijo, su preocupación por Góngora se había manifestado desde Cuestiones estéticas, culmina en 1927, con la publicación de Cuestiones gongorinas, en la Editorial Espasa-Calpe. Aun más adelante publicaría “Polifemo sin lágrimas”, en un esfuerzo por traer a la claridad al poeta que había sido considerado, por la mayor parte de sus contemporáneos, un “ángel de tinieblas”.

José Luis Martínez, amigo y estudioso de la obra del escritor regiomontano, publicó en 1992 el libro Guía para la navegación de Alfonso Reyes. Con su habitual disciplina y carácter sistematizador, hace una rigurosa anatomía del Reyes ensayista y clasifica su quehacer en este género en diez divisiones. Aplicado a la visión que tuvo de la literatura española, semejante esquema demuestra, tan sólo en los textos incluidos en este libro, que Reyes escribió textos de crítica literaria, eminentemente eruditos, como “Sabor de Góngora”; los hay de corte circunstancial o los nacidos a partir de un suceso que da pie al escritor para meditar en problemas literarios; otros, líricos, como el dedicado a san Juan de la Cruz y el que consagra a Baltasar Gracián a través del recurso del diálogo. En todos los casos, Reyes quiere enseñar al lector lo que él, a su vez, ha aprendido al estar en grata compañía. Él mismo confesó que sus páginas de las dos series de Capítulos de literatura española son “ajustadas unas al rigor filológico, otras ‘escritas en el tono de voz’ que conviene a los públicos generales, y algunas tocadas de imaginación”.8 El lector podrá apreciar en estas páginas a los tres Reyes. Sus textos sobre el Arcipreste de Hita, Quevedo o Lope de Vega fueron inicialmente prólogos a ediciones de esos autores clásicos, con fines de divulgación. Sin embargo, como el escritor nato que era, como auténtico estilista y generoso intérprete, Reyes sabía que un prólogo tiene la obligación de situar, conducir y sugerir. Afinar el gusto del lector, tanto del que va a entrar por primera vez en la obra como del que se asoma a un prólogo por el puro placer de escuchar la voz sabia y cultivada del que pone sus palabras en el umbral. Como ha observado José Emilio Pacheco, “Reyes se vincula con ‘Azorín’ en la tarea de despertar interés por los clásicos mediante un periodismo basado en procedimientos narrativos que acaso ahora podamos apreciar plenamente”.9 A una segunda categoría pertenecen sus estudios de discusión filológica o de discusión histórica en cuanto a influencias y orígenes de obras y autores. Aunque aquí se trató de elegir aquellos que tuvieran menor cantidad de notas, su inclusión da muestra del espíritu científico que en ningún momento abandonó a Reyes. Por último se encuentran aquellos textos donde, sin abandonar la erudición, el autor hace gala de su inventiva y de su capacidad para acercar las fronteras entre la realidad y la fantasía. En esa tesitura se encuentran el diálogo en torno a Gracián, escrito con base en opiniones de “Azorín” a propósito de ideas de Reyes sobre el autor de El discreto, o el titulado “El Curioso Parlante”, uno de los Cartones de Madrid donde, con motivo de la inauguración de una escultura al gran trotacalles de la capital española, Reyes logra un retrato inmejorable del autor. No se incluyó, por falta de espacio, un texto digno de la relectura, y próximo a “Pierre Menard, autor del Quijote” de Borges. Me refiero al titulado “Un precursor teórico de la aviación en el siglo XVII”,10 que sirvió como prólogo al tratado Si el hombre puede artificiosamente volar de Antonio de Fuente la Peña, publicado por primera vez en 1676, y parte de su libro El ente dilucidado. Discurso único, novísimo, que muestra hay en la naturaleza animales irracionales invisibles, y cuáles sean. En él, Reyes mezcla anécdota, fantasía y erudición para demostrar que los clásicos son siempre nuestros contemporáneos.

En la presente selección de textos que Reyes dedicó a autores y obras de la literatura española, se ha procurado no sólo elegir algunas de sus páginas más representativas sino aquellas que proporcionen un espectro lo más amplio posible de sus formas de aproximación.11 Igualmente, se ha tratado de que los textos aquí incluidos estén ordenados no conforme a las fechas de publicación por parte de su autor, sino de acuerdo con la cronología de obras y autores tratados. Al hacerlo así, mi intención es formar una breve aunque heterodoxa historia de la literatura española escrita por Alfonso Reyes. De ahí que cierren este libro sus muy útiles “Ejercicios de historia literaria española”, concebidos por el autor para contribuir a la formación de profesores, pero que constituyen igualmente una bitácora inmejorable para todo aquel interesado en aproximarse al vasto corpus de la literatura española. El constante interés de Reyes en ésta, particularmente en la clásica, se percibe también en las distintas fechas de publicación de sus trabajos. El texto anteriormente citado tuvo una primera versión en 1918 y otra en 1931. Otros estudios sufrieron modificaciones y adiciones a lo largo del tiempo. Resulta por demás elocuente que sus Capítulos de literatura española hayan aparecido el año de su retorno a México, en 1939, mismo de la terminación de la guerra civil, y que la editorial que lo sacó a la luz haya sido La Casa de España, germen de la institución que fundaría Reyes, prueba de su labor como lazo de unión entre los dos países.

En una de las numerosas entrevistas que se le hicieron, Alfonso Reyes confesó: “Escribo porque vivo”.12 La solidez y sinceridad de casi todas sus páginas provienen de su lealtad a semejante declaración de principios. Las dedicadas a presentar ante nuestros ojos los trabajos y los días de autores que manejaron el español con la misma habilidad y nobleza con que el Cid Campeador manejó su espada, están escritas no con erudición vacía, sino con la experiencia de quien hizo de su vida una forma de crear; de su escritura, una forma de respirar. Por eso sus autores españoles —los que hizo suyos y por lo tanto nuestros— están en sus páginas tan vivos.


1 “Sobre la estética de Góngora”, en Obras completas de Alfonso Reyes, I. Cuestiones estéticas. Capítulos de literatura mexicana. Varia, México, Fondo de Cultura Económica, 1958, cit., p. 63 [LETRAS MEXICANAS].

2 “La ˛Arquilla‚ de Mariano”, publicada originalmente en Cultura hispanoamericana, Madrid, 15 de noviembre de 1916, y recogido en Obras completas de Alfonso Reyes, VII. Cuestiones gongorinas. Tres alcances a Góngora. Varia. Entre libros. Páginas adicionales, México, Fondo de Cultura Económica, 1958, cit., p. 465 [LETRAS MEXICANAS].

3 Cit. por José Luis Martínez en Guía para la navegación de Alfonso Reyes, México, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional Autónoma de México, 1992, p. 42.

4 Héctor Perea, España en la obra de Alfonso Reyes, México, Fondo de Cultura Económica, 1991 [TEZONTLE].

5 “El Curioso Parlante”, en Obras completas de Alfonso Reyes, II. Visión de Anáhuac. Las vísperas de España, Calendario, México, Fondo de Cultura Económica, 1956, cit., pp. 81-82 [LETRAS MEXICANAS].

6 “Tercer centenario de Alarcón”, en Obras completas de Alfonso Reyes, VI. Capítulos de literatura española. Primera y segunda series. De un autor censurado en el “Quijote”. Páginas adicionales, México, Fondo de Cultura Económica, 1957, cit., p. 318 [LETRAS MEXICANAS].

7 “Apuntes sobre Valle-Inclán”, en Obras completas de Alfonso Reyes, IV. Simpatías y diferencias. Los dos caminos. Reloj de sol. Páginas adicionales, México, Fondo de Cultura Económica, 1956, cit., p. 278 [LETRAS MEXICANAS].

8 Obras completas de Alfonso Reyes, VI. Capítulos de literatura española. Primera y segunda series. De un autor censurado en el “Quijote”. Páginas adicionales, México, Fondo de Cultura Económica, 1956, cit., p. 181 [LETRAS MEXICANAS].

9 José Emilio Pacheco, “Alfonso Reyes en Madrid”, en el volumen Alfonso Rangel Guerra (ed.), Alfonso Reyes en Madrid. Testimonios y homenaje, Monterrey, Nuevo León, Fondo Editorial de Nuevo León, 1991, p. 23.

10 Obras completas de Alfonso Reyes, VI. Capítulos de literatura española. Primera y segunda series. De un autor censurado en el “Quijote”. Páginas adicionales, pp. 283-317.

11 En su vasta y cuidadosa antología de 855 páginas sobre Alfonso Reyes, preparada por Alberto Enríquez Perea para la colección LOS IMPRESCINDIBLES (México, Ediciones Cal y Arena, 2007), éste incluye en el apartado “Clásicos españoles” los siguientes textos: “El peregrino en su patria de Lope de Vega”, “Prólogo a Quevedo”, “Gracián” y “Sabor de Góngora”.

12 Cit. por José Luis Martínez en Guía para la navegación de Alfonso Reyes, México, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional Autónoma de México, 1992, p. 185.

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