portada

Traducción
LEAL REY

ALDOUS HUXLEY

MÁS ALLÁ
DEL
GOLFO DE MÉXICO

Antiprólogo
HERNÁN LARA ZAVALA

Fondo de Cultura Económica

Primera edición, 2015
Primera edición electrónica, 2015

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contraportada

ANTIPRÓLOGO

Y al fin me dormía pensando en Escocia
para despertar en México...
Marquesa CALDERÓN DE LA BARCA

I

Pocas veces me ha costado tanto trabajo escribir un prólogo. Tengo más dudas que certezas sobre el valor del presente libro. En México tendemos a rasgarnos las vestiduras cuando alguien osa hablar mal de nuestro país. La protesta que surge invariablemente es: “¿Tiene derecho un extranjero a erigirse en juez inapelable de un país al que no pertenece?” Considero, sin embargo, que esa actitud ha sido dañina en el pasado y nos ha impedido reconocer nuestra realidad. La experiencia nos indica que, a pesar de todo, un extranjero tiene el derecho a criticarnos pues la mirada ajena refleja una sana distancia de la cual siempre podemos aprender algo, lo cual no significa que tengamos que estar de acuerdo con todo lo que diga el autor, máxime si quien escribe carece de fundamentos objetivos.

Pero entremos en materia. México ha ejercido, desde tiempos inmemoriales, una rara fascinación en la mente anglosajona y, muy particularmente, entre los británicos. Desde las épocas de sir Walter Raleigh, pasando por los poetas Marvell, Dryden y Wordsworth, por el historiador norteamericano William H. Prescott, cuya ceguera le permitió vislumbrar la importancia de la Conquista de México, hasta la marquesa de Calderón de la Barca, escocesa casada con un diplomático español, y después la extraordinaria mancuerna formada por el viajero norteamericano John L. Stephens y el grabador, pintor y fotógrafo inglés Frederick Catherwood, quienes recorrieron la entonces ignota península de Yucatán, hasta llegar a los novelistas ingleses de principios del siglo XX. El primero en abrir brecha fue el novelista D. H. Lawrence, para que siguieran sus huellas Aldous Huxley, Graham Greene, Evelyn Waugh y Malcolm Lowry. Todos ellos se acercaron a nuestro país, no siempre en los mejores términos pero, eso sí, con una enorme curiosidad, no exenta, por qué negarlo, de cierta miopía y muchas veces de mala fe.

Para cada uno de los numerosos autores que se interesaron en nuestro país, México ha representado diferentes intereses. En el siglo XX la Revolución mexicana, la Guerra Cristera y la expropiación petrolera motivaron una serie de viajes por parte de diversos escritores ingleses, la mayoría de carácter venal, un tanto especulativo y exploratorio, a veces con tintes religiosos y generalmente de carácter punitivo, aunque hubo también un caso de comunión personal y la mayoría de reconocimiento, aun cuando fuera a contrapelo, con las tragedias y las glorias de un país tan diverso, tan complejo y tan antiguo como el nuestro.

En su extraordinario libro Historia de la conquista de México, el norteamericano William H. Prescott explicó en la introducción algunas de las ideas que lo motivaron a escribir sobre ese episodio de nuestro país:

De todo el extenso imperio que alguna vez perteneciera a la autoridad de España en el Nuevo Mundo, ninguno puede compararse, por su interés e importancia, con México, y ello no sólo por su clima y sus tierras sino por sus inagotables yacimientos de minerales, por sus escenarios y paisajes sin parangón y también por el carácter de sus antiguos pobladores, que no sólo superaron con mucho en inteligencia a las otras razas de Norteamérica sino porque recuerdan las primitivas civilizaciones de Egipto y del Indostán y, por último, por las particulares circunstancias de su Conquista, aventurera y romántica como cualquier leyenda surgida de las novelas caballerescas de Italia y Normandía.

Tal vez debido a ello durante el siglo XX se inició la serie de viajes de carácter literario que, a manera de crónicas, de novelas o de ambas, les permitió a algunos autores norteamericanos e ingleses ofrecernos sus muy diversas visiones acerca de nuestro país. Esta exploración se continuó después con Hart Crane, John Dos Passos, Archibald MacLeish, Katherine Anne Porter, James M. Cain, los poetas Beat, hasta llegar en nuestros días a John Ford y Cormac McCarthy.

II

La indagación sobre México la inicia D. H. Lawrence, quien llega a nuestro país en 1923 para visitar el D. F., el lago de Chapala y Oaxaca. Lawrence buscaba inspirarse en lo primitivo, en la celebración de la vida instintiva, en torno a la cual ya había ido elaborando toda una teoría —conceptual y narrativa— que pensó encontraría viva aún en las civilizaciones de origen prehispánico y, muy particularmente, en el México contemporáneo, al que contemplaba como país maléfico, país mágico y país de sangre y muerte.

Las impresiones de Lawrence sobre estas tierras quedaron documentadas en su libro de viaje Mañanas en México, en sus cuentos “La mujer que se fue a caballo”, “St. Mawr” y “The Princess” y, por supuesto, en su delirante novela La serpiente emplumada, en la que Lawrence halló un escenario ideal donde insertar sus fantasías y obsesiones sexuales, sus ideas sobre la voluntad de poder y la rebelión que encabezó en contra de las fuerzas de la razón, de la civilización y del conformismo para crear una extraña mitología que poco tiene que ver con la cosmogonía prehispánica o con la parte antropológica, social o política de nuestro país. Para entonces Lawrence se había constituido ya en una suerte de profeta mesiánico y arrogante que pretendía, a toda costa, la justificación de sus demenciales ideas que cada vez se aproximaban más al puritanismo y al fascismo, con el pretexto de la “pureza del instinto”. A Lawrence le pareció que había descubierto la “senda perdida” de una civilización vital respaldada en la sangre como vía del sacrificio, en la entrega del cuerpo femenino al sexo, a la naturaleza, al sol y a la muerte bajo las sombras de los picos nevados de los volcanes. Lawrence ya había indagado en su obra previa las posibilidades que veía en el tema sexual, pero ahora lo quería relacionar con el aspecto místico y religioso de México y qué mejor que intentar revivir al dios Quetzalcóatl, blanco y barbado, ser imaginario concebido bajo la antitética figura de una “serpiente emplumada”, que se erigió como deidad principal de nuestros ancestros: “extraño símbolo que une la tierra y el aire en forma fálica”. También decidió revivir a Huitzilopochtli, dios de la guerra y la sangre, para transformar a ambos y en pleno siglo XX, en personajes de carne y hueso en su novela. ¡Temeraria empresa que ningún mexicano hubiera osado! D. Wayne Gunn cita que uno de los amigos de Lawrence comentó: “México —con todo su horror— guardaba para Lawrence, como hombre y como escritor, algo que él necesitaba”.1

III

Graham Greene visita nuestro país en la primavera de 1938 durante cinco semanas y, como Lawrence, escribe primero un acerbo libro de viajes, Caminos sin ley, que después llevará al campo de la ficción en su magnífica novela The Power and the Glory, donde México tampoco queda muy bien librado, sobre todo porque de algún modo expresa, como casi todos los viajeros ingleses, que el mayor mal de nuestro país proviene del mestizaje, lo cual implica ignorar la idiosincrasia y la parte esencial de esta nación. El viaje de Greene a México parte de un encargo para escribir contra la persecución religiosa propiciada por Garrido Canabal en el estado de Tabasco y denunciar los fanatismos de nuestros corruptos gobernantes capaces de lanzarse “por sus pistolas” contra la religión y el consumo de alcohol, en contra de las más acendradas creencias y las más arraigadas costumbres del pueblo. Pero la novela funciona gracias al proceso de redención que vive el padre José, el “Whisky Priest”, antihéroe, quien prefiere el martirologio antes que renunciar a su fe, a pesar de saberse un pecador irredento. El poder y la gloria le ocasionó varios problemas al autor —para entonces ya católico converso— tanto en el nivel personal como institucional, aunque le hayan pesado más los conflictos con el Vaticano que con México. Greene era consciente de que su novela representaba una especie de alegoría sobre el bien y el mal, tema que también toca en otros libros, pero que, al ubicarla en ese México persecutorio, cobra dimensiones realmente dramáticas:

¿Que por qué me expresé con tanta ira contra México? —se cuestionó el autor en una entrevista que le hiciera Raúl Ortiz y Ortiz—. Tal vez porque aquí encontré la verdadera fe... desde entonces nada volvió a ser igual... porque más incontenible hubiera sido mi ira si mejor me hubiese percatado de todo el horror de la injusticia de las arbitrariedades y de la corrupción que presencié.2

Greene, como Lawrence, consideraba que en nuestro país existía, desde la cultura prehispánica hasta nuestros días, un culto inveterado hacia la violencia, la crueldad, la corrupción, la injusticia y la muerte. Lawrence sentía cierta atracción hacia esa parte salvaje, pero Greene deploró esa actitud hasta el fin de sus días y así lo manifestó cuando volvió a pasar por México rumbo a Cuba.

IV

Más cuestionable resulta la postura de Evelyn Waugh, que, como Greene, vino también a este país durante 1938, comisionado por la familia Pearson para escribir un libro contra Lázaro Cárdenas y la expropiación petrolera, el cual publicó con el título Robo auspiciado por la ley, que, afortunadamente, no tuvo mayor repercusión, primero porque no era una novela sino un reportaje y además porque el propio autor lo retiró de la circulación, consciente de que lo había escrito por razones meramente mercenarias.

De hecho, quien mejor entendió y más amó a México entre los escritores ingleses que nos visitaron durante la primera parte del siglo XX fue, sin lugar a duda, Malcolm Lowry, pues vivió más tiempo en nuestro país y lo entendió y conoció con mayor profundidad. Lowry llegó por primera vez a finales de 1936 en compañía de su esposa Jan Gabrial y se asentó en Cuernavaca hasta diciembre de 1937. Volvió con Margerie Bonner, su segunda esposa, en 1945 para afinar el borrador de su novela Bajo el volcán, en el que ya había trabajado durante años. Pero desde su primera estancia en suelo mexicano Lowry se sintió plenamente identificado con lo que Ronald G. Walker definiera como el “paraíso infernal”, donde encontró el lugar y la civilización que le permitieron comprender su propia tragedia personal de condenación y abandono gracias a los mitos y leyendas nacionales de los que paulatinamente se apropió. El primero de ellos fue el del volcán Popocatépetl, que le sirvió como imagen infernal de la novela y bajo cuya sombra ocurre la tragedia amorosa, mítica y metafísica de su protagonista, el Cónsul, abandonado por su esposa Yvonne a causa de su dipsomanía. A esto hay que añadirle que Lowry se sirve lo mismo de la idea de la expulsión del paraíso terrenal que de la condenación a los infiernos de Fausto y se identifica con Cortés y la Malinche, con Maximiliano y Carlota, con la República Española... y con la frase atribuida a fray Luis de León, que reza: “No se puede vivir sin amar”. En la novela, Lowry aclara: “el nombre de esta tierra es el infierno... por supuesto que no está en México sino en el corazón”.

V

El caso particular de Aldous Huxley es, sin duda, el más complejo, el más extraño y el que menos justifica su natural aversión hacia México. Ronald G. Walker en su libro Paraíso infernal, México y la novela inglesa moderna (FCE, 1984), define lo descrito por Huxley en su libro de viajes como “México, chivo expiatorio”. Huxley realizó un recorrido por el Caribe, Centroamérica y el sur de México en el barco H. M. S. Britannic en el año de 1933, es decir, diez años más tarde que Lawrence, tres antes que Lowry y cinco antes que Greene y que Waugh. Los otros autores tenían presuntas justificaciones o pretextos, ya fueran de carácter megalómano, religioso, político, económico o social para criticar a México, pero Huxley, novelista, ensayista, intelectual y presunto cronista de viajes, miembro de una familia de científicos de prosapia —y acaso por lo mismo empachado de Darwin, Mendel, Pavlov et al.—, muestra, como lo ha comentado el propio Ronald G. Walker, que realmente “no estaba capacitado para aceptar o comprender los afanes espirituales que empezaría a experimentar durante su viaje a Centroamérica y, especialmente, por México”.3

Huxley abre el ensayo en tono mesurado, condescendiente y se podría decir que hasta de suave ironía. Reacciona moderadamente ante Guatemala y refleja cierta empatía. Sin embargo, al acercarse a México su humor cambia y empieza a reflejar una total antipatía y franco desagrado por nuestro país. Huxley se convierte en el típico turista que observa las civilizaciones diferentes a la suya (que por supuesto considera inferiores) con olímpico desprecio, prepotencia, ignorancia y mala fe. Se burla y hace mofa de lo que no entiende con una óptica llena de prejuicios, deformada y de insostenibles sesgos imperialistas y racistas en torno a una cultura que, además de ignorar, no le despierta la más mínima atracción, simpatía, afecto, curiosidad y mucho menos respeto.

Ya desde la página 73 Huxley empieza a elaborar comentarios adversos y, a veces, francamente dudosos. Dice que desconoce si la malaria es “autóctona de América o si la trajeron del Viejo Mundo los conquistadores como una pequeña retribución del obsequio de la sífilis realizado por los pieles rojas (si es que fue verdaderamente obsequio suyo [...])”. Algo semejante ocurre en cuanto al arte maya. Al visitar Quirigua consigna barbaridades como la siguiente: “los mayas ocupaban una posición más cercana a la de los esquimales que a la nuestra [...] El condicionamiento no era tan estricto como en el círculo polar, pero mucho más rígido que en la Europa moderna [...]”. Comparar la cultura maya con la esquimal resulta tan desproporcionado y absurdo como si nosotros decidiéramos comparar la cultura esquimal con la inglesa. De hecho, vale más evitar toda comparación entre dos sociedades tan obviamente disímbolas. No conforme, Huxley todavía se las da de gran observador del arte maya y de su cosmovisión cuando escribe:

Quizá la ausencia más sobresaliente en la escultura maya es la silueta femenina... et tout ce qui s’ensuit [...] El panteón maya carecía de diosa del amor. El personaje celestial que cuidaba de la fertilidad de los campos en América Central no tenía atributos femeninos —ésos demasiado femeninos— que se asignan generalmente a esa deidad, sino que, por el contrario, era un hombre blandiendo un hacha —pues era el dios del rayo tanto como de la lluvia— provisto del grotesco hocico de un tapir [...]

Contra lo que Huxley afirma, la cultura maya, de acuerdo con el Popol Vuh, se basa en la idea de que la deidad femenina se halla instalada en el centro del universo y es una suerte de útero cósmico que permite el nacimiento de las cosas, de los seres, y da a luz a los dioses primigenios. Y si bien es cierto que la lluvia está representada por el dios Chaac, la tierra que fertiliza es directamente femenina. Otra representación de una deidad femenina de gran relevancia es Ix Chel, diosa de la feminidad, del amor, de la fertilidad y la maternidad y cuyo santuario por excelencia fue la Isla de Cozumel o Cuzamil, “el lugar de las golondrinas”.

Huxley corona sus comentarios con la siguiente afirmación:

En el universo maya no había principio femenino activo y dado que la escultura maya era un arte religioso que se ocupaba precisamente de la divina naturaleza de las cosas, en las ruinas no aparece representación alguna de la forma femenina [...] los escultores mayas estaban condicionados de tal forma por su ambiente que, cualesquiera que fuesen sus gustos en la vida, en el arte para ellos el sexo era impensable [...] No hay sexo en el arte de los mayas pero, a modo de compensación, ¡qué cantidad de muerte!

¿Impensable cuando existen cientos de monumentos fálicos esparcidos por las ruinas mayas y proliferan las figurillas femeninas sentadas y dando a luz, además del mito de la Xtabay que recrea precisamente los misterios de la muerte, el placer y el dolor que involucra al sexo? En efecto, si abunda la muerte en los vestigios mayas se debe a la veneración que profesaban a sus antecesores y a sus dioses —múltiples y variados— pe ro, sobre todo, por la estrecha relación de su cosmogonía con los movimientos solares, de los planetas y las estrellas más que con los fenómenos cotidianos del sexo como una extensión de los misterios de lo desconocido, ya que hombre y mujer constituyen también una extensión del Universo.

Lo más grave del texto es la insistencia en el brutal racismo, como cuando afirma:

Algunos melanesios, por ejemplo, parecen ser, en promedio, más sensibles al dolor que nosotros; los indígenas australianos y quizá algunos de las razas negras son quizá algo menos brillantes mentalmente que los europeos y los asiáticos [...] En su clásico estudio sobre La vida sexual de los salvajes de la Melanesia noroccidental, el doctor Malinowski ha registrado el hecho de que “la excitabilidad nerviosa de los nativos es mucho menor que la nuestra y su imaginación sexual es, en términos relativos, muy pobre” [...]

Éstas son apenas algunas de las ideas que privan a lo largo de Más allá del Golfo de México. El mismo Walker cita al crítico George Woodcock, que comenta que el libro de viajes de Huxley es

[...] curiosamente como una máscara [...] Siempre se siente que el escritor no revela plenamente lo que ocurre en sus pensamientos, que los largos pasajes de reflexiones generalizadas sobre vistas y experiencias en realidad ocultan movimientos profundos e inarticulados de la mente, que uno atisba.

Huxley mismo se refiere a una “frontera mental” que algunos escritores son incapaces de rebasar “pues representa una confrontación con sus propias barreras internas”.4 ¿Cuáles eran esas barreras para Huxley? Walker se encarga de responder a la pregunta: “la turbulencia emocional que [Huxley] experimentó en México se encontraba, como hemos visto, oculta por un intelectualismo sobrecompensante”.5

La inquina de Huxley en Más allá del golfo de México se acrecienta en la medida en que se adentra en nuestro territorio, para tornarse francamente “biliosa” al llegar a la capital: “Aun al nivel del mar el clima hubiera sido agotador; a dos mil metros de altura sus efectos sobre el carácter eran desastrosos. Nunca me sentí tan completamente de mal humor como durante las dos semanas que pasamos en la Ciudad de México”. Ese disgusto impide que aprecie la ciudad o los murales de Diego Rivera en la Secretaría de Educación (“son notables principalmente por su cantidad“), y aunque reconoce el talento de Orozco, comenta: “Para ver calidad hay que ir a la preparatoria y contemplar las pinturas de Orozco. Esos murales poseen una cualidad extraña aun cuando sean de lo más horrible; y algunos son tan horribles como sería la peor cosa”. Tampoco entiende ni cree en el arte popular:

[...] se han dicho muchas tonterías respecto a las artesanías indias [...] para afirmar que las pequeñas y agradables artesanías de los indios mexicanos sean obras de arte intrínsecamente significativas. El arte campesino no es casi nunca intrínsecamente significativo como arte: su valor es social y psicológico, no estético [...] Lo deplorable y lo vulgar del arte popular moderno son el resultado de un número de causas que se combinan entre sí [...]

Ya mucho antes Huxley había manifestado su rechazo sistemático primero contra los mexicanos, a quienes juzga con inusitado rencor:

Que este edén es menos paradisiaco de lo que parece temo que sea innecesario decirlo [.] En cuanto a la vida de los trabajadores. está envenenada por los bajos salarios [.] por enfermedades venéreas endémicas y por los interminables odios hereditarios y vendettas que hacen necesario que todo hombre vaya armado hasta los dientes, listo a cada instante para acribillar o ser acribillado. Para el turista se parece al edén; pero los habitantes lo sienten demasiado dolorosamente como México.

Por supuesto, no se salvan ni las mujeres, a quienes observa con misoginia, racismo y repulsión indigna ya no digamos de un intelectual, sino de un simple ser humano:

Seis reinas de belleza, seis Miss Etla 1933. Las contemplé incrédulo. Las seis estaban vestidas por igual de brillante seda artificial color rosa, el color de esas golosinas baratas que nuestras niñeras y padres nunca nos permitieron comer de pequeños. Sus rostros eran muy oscuros, pero estaban empolvados de malva. En cuanto a su silueta... Existe una cierta mezcla de sangre india y europea que da como resultado, por alguna oscura razón mendeliana, un producto humano enteramente nuevo. Las seis Miss Etla pertenecían a él. Su belleza les hubiera permitido ganar todos los premios en una exposición ganadera. ¡Qué carnes macizas! ¿Y han contemplado ustedes alguna vez los ojos de un buey campeón? [. ] Las bellezas eran monstruosas pero jóvenes; e incluso la juventud de un monstruo es, hasta cierto punto, encantadora. Los estigmas de la insensibilidad, de la estupidez, de la obstinación bovina aún no estaban marcados profundamente en esos rostros adolescentes. La edad no permite disfraces. Eripitur persona, manet res. Lo que quedaba en el caso de la madre era francamente aterrador. Una mirada dirigida a ella hubiera sido suficiente para curar de su gusto por la carne a cualquier pretendiente en perspectiva.

Existe una cierta mezcla de sangres y un cierto ambiente mexicano que producen, evidentemente, mujeres espantosamente horrendas, prostituidamente en apariencia, que yo haya podido ver en ninguna otra parte del mundo [.] Lo que sé es que, por comparación, los rostros que uno percibe en los quartiers réservés de Marsella o Kairouan o Singapur parecen exquisitamente refinados y espirituales.

A ciertas ciudades como Oaxaca o Puebla, Huxley les “perdona la vida” un tanto concesivamente, pero no así a Cholula o a Taxco, que suelen resultarle atractivas a toda clase de viajeros. Revisemos la opinión que Huxley externa sobre la iglesia de Santa Prisca, que tanto admiraba Malcolm Lowry:

En el siglo XVIII, Borda, el millonario dueño de minas, construyó para Taxco una de las más suntuosas iglesias de México... una de las más suntuosas y una de las más feas. Nunca vi un edificio donde hasta el más pequeño detalle estuviese tan mal proporcionado. La iglesia de Borda es una obra genial al revés [...] Por alguna extraña razón la arquitectura eclesiástica mexicana es, en conjunto, inferior a la de Guatemala. Demasiado alta para su ancho, la fachada de la típica iglesia mexicana tiene una apariencia jibosa.

El propio Huxley reconoce que su viaje a México no le produjo placer sino dolor; fue un “Vía Crucis”, y tal vez de ahí parta su incapacidad de ver el aspecto gratificante de este país, y hasta la quema de los judas en Semana Santa lo llevó a elaborar extrañas conjeturas:

Los mexicanos actuales tienen que contentarse con los meros símbolos del sacrificio humano. Pero aun un sacrificio simbólico es mejor que nada. Encender un cohete siempre es divertido. El placer se multiplica cuando la explosión puede realizarse para destruir la imagen de un hombre en tamaño natural.

Huxley, comenta Walker:

observa el paisaje y la gente morena de México y percibe algo innombrable porque es inarticulado, pero algo repetidamente sentido o imaginado como totalmente violento y subhumano provoca en Huxley lo que sólo puede denominarse una reacción prejuiciada, irracionalmente vituperativa.6

Incluso las observaciones en torno a la obra de Lawrence, a quien Huxley tanto admiraba, le parecieron equivocadas:

Lawrence escribió elocuentemente sobre Oaxaca y el lago de Chapala, con pasión, a veces con demasiado énfasis sobre los méritos de la dura vida que como mala hierba lleva el hombre natural [.] El intento de retornar a lo primitivo es a la vez impracticable y, según creo, erróneo [...] Si Miahuatlán fuese la única alternativa para Middlesbrough [ciudad industrial inglesa] entonces sí debería uno suicidarse de inmediato [...]

Así planteado, ¿por qué vale la pena publicar un libro como Más allá del Gofo de México, tan lleno de denuestos, tan injusto y tan agresivo con nuestro país? Eraclio Zepeda suele citar un proverbio chino que dice que un hombre visita China durante un mes y escribe un libro. Otro la visita durante un año y escribe un ensayo y otro más vive en China durante varios años y no escribe nada. En parte, eso le sucedió a Huxley. En el escaso mes que dedicó a viajar por el Caribe, Centroamérica y México imaginó que podía escribir un libro sin calcular que resultaría uno de los más desafortunados, no sólo por sus ideas, sino incluso por el descuido con el que lo escribió. La presente versión al español es el producto de una cuidadosa corrección del original escrito a vuela pluma. Y sus principales fallas no surgen necesariamente por el estilo o por hablar mal de nuestro país —que también lo hacen los otros escritores británicos aludidos y acaso con cierta razón, incluyendo, por momentos, al propio Lowry—, sino porque su aversión provenía más de sus propios prejuicios y debilidades que de su imagen de México.

Huxley estuvo en nuestro país un poco menos que Graham Greene (que estuvo cinco semanas); Lawrence, en sus tres visitas, estuvo casi un año (diez meses), y Malcolm Lowry, más de dos años. Pero todos, con la excepción de Evelyn Waugh, lograron sacar un enorme provecho de lo que en principio habían emprendido como un “encargo” al que consideraron una piedra de toque para lograr una “transustanciación” y convertir sus experiencias de viaje en un descubrimiento literario. Graham Greene lo expresó así: “Yo no tenía más propósito que el de escribir ese libro [Caminos sin ley], por encargo de un editor sobre la persecución religiosa. No tenía ni idea de que de esas experiencias emergería una novela, El poder y la gloria”.7 Lo mismo sucedió con los otros escritores británicos (con la excepción de Evelyn Waugh) que llegaron a nuestro país por causas ajenas a sus intereses personales, pero de cuya experiencia sacaron un enorme filón literario que aprovecharon en su obra creativa. México resultó, pues, en primera y en última instancia, un país abominable para el espíritu inglés. Odiaron a nuestros gobernantes, a sus “monumentos de asesinato”, a la violencia, a la corrupción y venalidad, pero el brutal encuentro entre su civilización y nuestra barbarie les permitió vivir en carne propia el proceso catártico para encontrarse a sí mismos. La vida ascética de los ingleses, su confianza en las instituciones, en su imperio, en su flema, en su aparente objetividad, su sentimiento de superioridad, su perenne aburrimiento y su vida ordenada, morigerada y abúlica se vieron de repente violentados y sacudidos por el desorden y la intensidad de vida de México, por ese “paraíso infernal” al que alude Walker.

Tal vez ahí se encuentre parte del problema de Huxley con México, pues la relación con Lawrence era, como suele suceder entre escritores, compleja y contradictoria: simultáneamente de veneración, competencia y recelo. En una de sus cartas, Huxley se refiere a Lawrence como “el novelista levemente loco” que parece haber perdido “junto con su leve manía sexual, todo su talento como escritor”.8 Aun así se decía su admirador, leyó La serpiente emplumada y el libro de Mañanas en México y lo utilizó como personaje en dos de sus novelas; por lo mismo no es descabellado pensar que su viaje obedeciera a constatar con sus propios ojos y rebatir lo descrito por Lawrence con el anhelo secreto de deslindarse de una vez por todas de él y de la fascinación que ejercía sobre su persona. “Lo que ahora es necesario, creo yo —escribió Huxley doce semanas antes de que se embarcara hacia Centroamérica y México—, es un sistema filosófico aceptable que permita a los seres humanos ordinarios dar valor tanto al aspecto de la realidad de Lawrence como a ese otro aspecto —cuya validez se negaba él a admitir—: el aspecto científico racional”.9

Al final de Más allá del Golfo de México, ya en el barco de vuelta a casa, Huxley relee La serpiente emplumada, de Lawrence, y termina por considerarla una novela fracasada. Apunta Ronald Walker:

[...] la ruptura era una necesidad fundamental. Tan preocupado se hallaba con esa ruptura Huxley que no advirtió en ese tiempo que las aparentes negaciones asociadas con México a la larga representarían algo de un alcance mucho mayor y de una significación para él como el éxito o el fracaso del credo de Lawrence.10

No obstante, si algún sentido tiene leer el presente libro es por la luz que puede arrojar sobre la novela que Huxley escribió en 1936, tres años después de su viaje a México, titulada Ciego en Gaza. En esta obra Huxley intenta recuperar en términos literarios sus desconcertantes experiencias mexicanas. Su novela no es tan temeraria ni tan imaginativa como la de Lawrence, ni tan catártica y redentora como la de Greene, ni tan dramática y profunda como la de Lowry. La experiencia mexicana de Huxley trasladada a Ciego en Gaza ocupa sólo la última parte de la novela centrada en otra idea un tanto descabellada, en la que el personaje principal y álter ego de Huxley, Anthony Beavis, se enfrasca en una aventura revolucionaria en Oaxaca con su amigo Mark Staithes para participar en un presunto golpe de Estado contra el gobernador, organizado por un tal Jorge Fuentes, cafetalero mexicano que busca redimir a los terratenientes e indígenas del estado contra la injusticia, la corrupción y las arbitrariedades del gobernador en turno. A lo largo de la novela, Beavis deja sentir el vacío de su vida en Inglaterra a pesar de haber participado de joven en la Gran Guerra y resultar herido, lo cual le impidió llegar a las trincheras. Así que acepta el reto que le plantea su amigo como una manera de reivindicarse a sí mismo, aunque reconoce que “es la más descabellada y estúpida de las ideas”.

A pesar de lo presuntamente romántico de la aventura de lanzarse a México para hacer una pequeña revolución, el desarrollo de la historia es más bien anodino y los prejuicios de Huxley contra México no se disipan, sino que vuelven a surgir en el cuerpo de la novela.

Al llegar a Tepatlán el personaje principal siente la enorme fatiga de estar vivo y consciente e identifica a México directamente con el infierno. Anthony se siente “poseído” por el espectro de la muerte. Pasan la noche en un hotelucho y Anthony amanece lleno de piquetes de chinches y con un ataque de disentería; los ojos de los indígenas le parecen reptilescos, la comida repugnante y el ambiente absolutamente hostil. Para colmo, un incidente tragicómico le ocurre cuando un joven ranchero lo invita a tomar un tequila. Anthony lo rechaza por tener diarrea y el joven se siente ofendido y saca su revólver amenazándolo. Anthony se muere de pavor y se refugia tras una columna hasta que interviene su amigo Mark y logran desarmar al joven.

Humillado y acobardado, Beavis sale en compañía de su amigo Staithes a lomo de mula rumbo a la finca de don Jorge, en las montañas de Tepatlán, con el objeto de apoyar la revuelta. En el camino Staithes sufre un accidente al caer de la mula sobre unas rocas y se hiere gravemente una pierna, accidente que le recuerda a Anthony la herida que sufriera durante la guerra y que ahora él percibe como si fuera propia. La pierna de Mark se infecta y se gangrena y Anthony decide lanzarse en busca de un médico en el pueblo más cercano.

Y es aquí donde ocurre el giro de la acción, cuando Huxley introduce en la novela al personaje del doctor escocés James Miller, que de algún modo va a actuar como conciencia moral tanto de Anthony (álter ego de Huxley) como de Mark. Miller es médico y va al rescate de Mark, a quien tiene que amputarle la pierna. Eso impide que los dos ingleses participen en la revuelta organizada por Jorge Fuentes, pero con ello salvan sus vidas, pues la rebelión fue sofocada, y los levantados, fusilados. Pero el encuentro de los dos amigos con Miller va a representar el punto de inflexión que permitirá a Huxley salir de la frontera en la que él mismo se había encerrado. A lo largo de toda la novela Anthony ha estado obsesionado con la presencia de la muerte. Tan pronto Miller ve a Anthony lo diagnostica a simple vista como constipado, macilento, casposo, rígido y con lumbago. En otras palabras, un ser totalmente reprimido. Miller le dice:

Sí, color macilento. y la ironía, el escepticismo, la actitud de “todo me importa un comino”. Todo es negativo. Todo lo que usted piensa es en términos negativos... No crea que lo estoy criticando... Somos lo que somos y cuando llega el momento de tratar de ser como debíamos ser, no resulta fácil, no, no es fácil, Anthony Beavis.

Ni Anthony ni Mark ni el propio Huxley reconsideran explícitamente su posición respecto a México. Lo que el doctor Miller les inculca es una conciencia de sí mismos frente a los demás, como cuando dice:

Las sociedades salvajes son en realidad sociedades civilizadas simples en pequeña escala y con la tapa abierta. Podemos aprender a entenderlas relativamente fácil. Y cuando aprendemos a entender a los salvajes, aprendemos también, y así lo descubrimos, a entender a los civilizados [...]

El título Ciego en Gaza corresponde a una cita de Milton, “Ciego en Gaza en el molino con los esclavos”, proveniente de la tragedia Samson Agonistes, que habla de Sansón ciego y prisionero en Gaza, obra que le sirvió a Huxley para llegar a la siguiente conclusión, que pone en boca del doctor Miller: “Es la indiferencia y el odio lo que causa la ceguera, no el amor”.

De acuerdo con Sybille Bedford, Ciego en Gaza fue “la expresión de una etapa en el curso vital de su desarrollo [...] Una fase pero crucial, un punto sin retorno. Aldous nunca regresó a las convicciones a las que había llegado”.11 Y Walker concluye:

En el alambique de la imaginación el viaje a México que le había parecido a Huxley un callejón sin salida en el momento de la visita, se reveló como una estación en el camino hacia la trascendencia. Es cierto que en la novela se exhibe poca comprensión verdadera (o lo que es peor, interés) en el México contemporáneo, y que se bosqueja la tierra en términos oblicuos y generalizados. Además es verdad que en comparación con Lawrence, Greene y Lowry... Huxley marcadamente está menos armonizado con las posibilidades paradisiacas de México. Para su sensibilidad el país es casi irremediablemente infernal. No obstante, para Huxley como para Anthony Beavis, el pasar por la región representó finalmente el reconocimiento de una profunda oscuridad interna.12

Resulta complicado entender la postura de Huxley frente a México y las civilizaciones indígenas. Pero lo cierto es que a la larga la experiencia resultó catártica y le permitió, como a los otros autores ingleses, descubrir algo importante de sí mismo.

HERNÁN LARA ZAVALA

BIBLIOGRAFÍA

Bowker, Gordon, Perseguido por los demonios, Vida de Malcolm Lowry, trad. María Aída Espinosa Meléndez, Fondo de Cultura Económica, México, 2008, 712 pp.

Day, Douglas, Malcolm Lowry. Una biografía, trad. Héctor Aguilar Camín, Manuel Fernández Perera y Juan Antonio Santiesteban, Fondo de Cultura Económica, México, 2001, 529 pp.

Greene, Graham, The Lawless Roads, Penguin Books, Londres, 1987, 224 pp. [Edición en español: Caminos sin ley, trad. J. R. Wilcock, pról. Raúl Ortiz, Conaculta, México, 1996.]

——, The Power and the Glory, William Heinemann, Londres, 1955, 288 pp. [Edición en español: El poder y la gloria, trad. J. R. Wilcock, pról. John Updike, Alianza, Madrid, 1991.]

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Gunn, D. Wayne, Escritores norteamericanos y británicos en México (Selección), trad. Ernestina de Champourcín, Fondo de Cultura Económica, México, 1977, 205 pp.

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Lawrence, D. H., Mornings in Mexico, William Heinemann, Londres, 1956, 82 pp. [Edición en español: Mañanas en México, trad. Octavio G. Barreda, UAM, México, 1987.]

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Ortiz y Ortiz, Raúl, El imperio de la armonía, Instituto de Cultura de Morelos, Cuernavaca, 2012, 123 pp.

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