La naturalización de las emociones: anotaciones a partir de Wittgenstein
Resumen
En la literatura sobre las emociones una de las teorías con mayor fuerza es la llamada “teoría James-Lange”. En esta obra se intenta hacer una crítica a dicha teoría a partir de algunas observaciones de Wittgenstein sobre el uso de conceptos psicológicos, sacando a la luz dos confusiones gramaticales que surgen en ella. Para ello, se construye primero la categoría de “programa de naturalización de las emociones” que recoge las teorías del Descartes, James y Prinz, siguiendo la metodología de Lakatos. Luego, se identifica como problema central el de la naturalización de la intencionalidad. Para luego exponer algunas herramientas de Wittgenstein para estudiar la gramática de la pregunta por el objeto y la intencionalidad las emociones, mostrando que las respuestas del programa de naturalización no son satisfactorias y no respetan las reglas de ciertos usos del lenguaje.
Palabras clave: Emociones y sentimientos, filosofía de la psicología, intencionalidad - filosofía, Ludwig Josef Johann Wittgenstein, 1889-1951, crítica e interpretación.
The naturalization of emotion: notes after Wittgenstein
Abstract
One of the most influential approaches in the literature on emotion is the James-Lange theory. This text suggests some criticisms of the theory through the use of certain observations made by Wittgenstein regarding grammatical confusions that it engenders. The author constructs the category of “naturalization of emotions research”, following the methodology of Lakatos to consider the theories of emotion proposed by Descartes, James, and Prinz. The naturalization of intentionality is identified as the central problem and some of Wittgenstein’s recommendations for studying the grammar of questions for objects and the intentionality of emotions are considered, demonstrating that the answers provided by naturalization of emotions research are unsatisfactory and do not respect the rules of certain uses of language.
Keywords: Emotion and Sentiment, Philosophy of Psychology, Intentionality - Philosophy, Ludwig Josef Johann Wittgenstein, 1889-1951, Criticism and Interpretation.
Para citar este libro
Loaiza Arias, Juan Raúl, La naturalización de las emociones: anotaciones a partir de Wittgenstein. Bogotá: Editorial Universidad del Rosario, 2016.
DOI: dx.doi.org/10.12804/op9789587387247
LA NATURALIZACIÓN
DE LAS EMOCIONES:
anotaciones a partir de Wittgenstein
JUAN RAÚL LOAIZA ARIAS
Loaiza Arias, Juan Raúl
La naturalización de las emociones: anotaciones a partir de Wittgenstein / Juan Raúl Loaiza Arias – Bogotá: Editorial Universidad del Rosario, Facultad de Ciencias Humanas, 2016.
174 páginas. (Colección Opera Prima)
Incluye referencias bibliográficas
ISBN: 978-958-738-723-0 (impreso)
ISBN: 978-958-738-724-7 (digital)
DOI: dx.doi.org/10.12804/op9789587387247
Emociones y sentimientos (Filosofía) / Filosofía de la psicología / Intencionalidad (Filosofía) / Wittgenstein, Ludwig Josef Johann, 1889-1951 - Crítica e interpretación, etc. / I. Universidad del Rosario. Facultad de Ciencias Humanas / II. Título / III. Serie.
128.37 SCDD 20
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Primera edición: Bogotá D.C., mayo de 2016
ISBN: 978-958-738-723-0 (impreso)
ISBN: 978-958-738-724-7 (digital)
DOI: dx.doi.org/10.12804/op9789587387247
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Fecha de evaluación: 13 de agosto de 2014
Fecha de aceptación: 29 de marzo de 2016
Todos los derechos reservados. Esta obra no puede ser reproducida sin el permiso previo por escrito de la Editorial Universidad del Rosario.
Primero que todo, quiero agradecer al profesor Carlos Cardona, quien ha leído y comentado cada palabra de este trabajo. A él no solo debo agradecerle su atención con este proyecto, sino todo el ánimo y todas las oportunidades que me ha dado a lo largo de mis años de estudio. De él aprendí lo que es leer, escribir y estudiar con paciencia y cuidado, a ir paso a paso, revisando siempre lo que se ha hecho y progresando poco a poco hasta lograr lo propuesto. Si algo de eso ha quedado, espero que esté reflejado en las páginas que vienen a continuación.
Segundo, me gustaría agradecer al profesor Carlos Patarroyo por su dedicación y atención. Este trabajo, a veces directamente y a veces indirectamente, es producto de varias lecciones suyas. En especial, es un intento por tomar posición, por apropiarme de algunas ideas y exponerlas con algún sentido. Dicho de otra manera, este trabajo es la búsqueda —quizás torpe— de una voz. Esta fue la mejor lección que él pudo haberme dejado.
Finalmente, agradezco a quienes han tenido la paciencia y el estoicismo para leer y comentar este trabajo. En especial, gracias a Fabio Fang por todos sus comentarios, tanto fuera como dentro del texto. También agradezco a Alejandro González, Ernesto Navarro, Juliana Gutiérrez, Dimitri Coelho, Robin Löhr, Brad Scott y Dan Cook, quienes ayudaron a concretar, aclarar y sintetizar varias de las ideas aquí expuestas. Por último, agradezco a mis jurados, la Dra. Magdalena Holguín y el Dr. Miguel Ángel Pérez, por sus observaciones y críticas.
LPA Descartes, R. (1649/2010). Las pasiones del alma
PP James, W. (1890/1950). The principles of psychology
IF Wittgenstein, L. (1953/2003). Investigaciones filosóficas
CA Wittgenstein, L. (1958/2009). Cuaderno azul
OFP Wittgenstein, L. (1980/2007). Observaciones sobre la filosofía de la psicología
Sentimos que aun cuando todas las posibles cuestiones científicas hayan recibido respuesta, nuestros problemas vitales todavía no se han rozado en lo más mínimo. Por supuesto que entonces ya no queda pregunta alguna; y esto es precisamente la respuesta.
Wittgenstein, 1921/1999, §6.52
No son pocas las veces en las que nos topamos con ese aparentemente extraño fenómeno que son nuestras emociones. A menudo usamos expresiones como “las emociones no son racionales” o “esta persona es muy emocional, pero debería ser más racional”. Esto sugiere que las emociones, por un lado, están íntimamente ligadas a nuestras vidas y que hacen parte de nuestra cotidianidad, pero además, que ellas nos evocan preguntas que no parecen fáciles de responder y que incluso a veces pensaríamos que están por fuera del alcance de la razón.
Sin embargo, hay formas claras en las que, en esa cotidianidad, damos razones y aclaramos por qué sentimos emociones. Pensemos en un caso sencillo: imaginemos a una persona quien siente tristeza por la muerte de algún familiar, o que siente alegría por haber terminado de escribir un libro. Esta persona ciertamente diría que tiene una buena razón para sentir su emoción, esto es, que su tristeza o su alegría están bien fundadas. Si en cambio la persona sintiese alegría por la muerte de su familiar, o tristeza por haber terminado de escribir el libro, intentaríamos buscar una manera de justificarlo aduciendo a otras razones de la persona. Por ejemplo, podríamos decir que la persona entonces es egoísta y quiere quedarse con la herencia de su familiar fallecido o que se ha apegado mucho a la tarea de escribir el libro y entonces resulta comprensible que sienta tristeza al terminarla. Todo esto indica que nuestras razones, de algún modo, entran a jugar un papel importante en la manera en que hablamos y pensamos nuestras emociones. En un lenguaje más técnico, diríamos que creencias y deseos tienen alguna relación con nuestras emociones.
Esto, no obstante, nos lleva a un clásico problema filosófico. Supongamos por un momento que somos científicos intentando estudiar la manera en que las personas sienten emociones. ¿Qué buscaríamos? ¿Qué examinaríamos? En un famoso artículo publicado en 1884, William James sugería que nuestras emociones no eran más que la percepción de reacciones en nuestro cuerpo (James, 1884). Siguiendo a James, tendríamos que examinar entonces las respuestas cerebrales o los cambios de ritmo cardiaco de las personas, pero esto parece no tener relación con cosas como “la muerte de un familiar” o “terminar de escribir un libro”. Si llegase un paciente y yo examinara únicamente su cuerpo, sin hacerle ningún tipo de pregunta sobre sus emociones, a lo sumo podría decir que siente tristeza por algo, pero difícilmente sabría por qué.
En las discusiones filosóficas este problema —o al menos una de sus versiones— es conocido como el problema de la intencionalidad. El término ‘intencionalidad’ se usa para referirse a un rasgo de nuestros estados mentales que es el de tener un objeto, por ejemplo, cuando veo un árbol, mi estado mental es el de “ver”, y el objeto de mi visión es el árbol. Esto parece también aplicar a las emociones: cuando una persona siente tristeza por la muerte de un familiar su estado mental es el de la tristeza y el objeto de su tristeza es la muerte del familiar. El problema de la intencionalidad surge cuando intentamos describir nuestra vida mental a partir de sus correlatos físicos. Cuando el científico estudia las activaciones cerebrales o el cambio de ritmo cardiaco, nada de eso parece decirle cuál es el objeto de la emoción de su paciente. Volviendo al ejemplo anterior, si el científico no hace pregunta alguna, parece difícil saber que el objeto de la tristeza de su paciente es la muerte de su familiar.
Dentro de los debates en filosofía sobre las emociones este problema no ha sido menor. Buena parte de las teorías de las emociones que pueden verse en el debate parten de una u otra manera de atacar esta dificultad. Como ya mencioné, el problema parece surgir al intentar dar una descripción de nuestros estados mentales en términos físicos, en el caso de las emociones, al intentar describirlas únicamente como la percepción de cambios en el cuerpo, siguiendo la idea de James. Algunos han optado por abandonar la tesis de James y elaborar teorías de las emociones como juicios de valor y así distinguir las emociones de las sensaciones (reacciones corporales) que las acompañan (Nussbaum, 2001; Solomon, 1973). A estas teorías se les llama en la literatura ‘teorías cognitivistas’. Otros han intentado hacer teorías híbridas que rescaten algunos de los aspectos fisiológicos a los que James apunta a la vez que incluyen algunas ideas de las teorías cognitivistas (Helm, 2009). También hay quienes sostienen que en realidad lo que llamamos ‘emociones’ son cosas diferentes en el mundo y que entonces no es posible hacer una teoría general sobre ellas (Griffiths, 1997).
Sin embargo, hay un movimiento interesante que queda disponible, que es el que me interesa examinar en este texto. Jesse Prinz (2004) ha elaborado una teoría naturalista de las emociones que rescate la teoría de James, pero que logra superar el problema de la intencionalidad. En otras palabas, Prinz desarrolla una teoría de las emociones que, manteniendo la idea de que ellas no son más que la percepción de reacciones corporales, explique cómo ellas refieren a cosas como la muerte de un familiar o terminar de escribir un libro. Esta maniobra exige, por supuesto, dar una teoría de cómo los correlatos físicos pueden decirnos algo sobre los objetos de nuestros estados mentales, cómo pasar de lo físico a lo intencional; en síntesis, esta maniobra exige naturalizar la intencionalidad. Con ello tendríamos a su vez una teoría naturalizada de las emociones.
No obstante, me gustaría poner en entredicho el alcance de este tipo de teoría como teoría filosófica. En este trabajo intentaré construir algunas críticas a las teorías de naturalización de las emociones. Para ello usaré algunas de las anotaciones que realizó Wittgenstein a lo largo de su obra sobre varios temas relativos a la psicología. Es mucho lo que se ha escrito sobre este tema y quizás aquí solo logremos cubrir una pequeña parte del abanico de posibilidades que ofrece este autor. Sin embargo, basta con dar algunas luces sobre cómo un proyecto que intente naturalizar las emociones enfrenta dificultades conceptuales.
Si lo que nos ocupa es un problema filosófico, entonces lo primero que hemos de hacer, parafraseando a Wittgenstein (IF, §123), es sumergirnos en el atolladero. Para ello, exploraremos en qué consiste la naturalización de las emociones. En el primer capítulo, reconstruiremos las teorías de René Descartes, William James, y Jesse Prinz. Estas se han considerado en el canon como las principales teorías naturalistas sobre las emociones, en especial las últimas dos.1 Todas ellas comparten la tesis general que mencioné anteriormente, según la cual las emociones son la percepción de reacciones corporales. Para ver de manera general la continuidad entre estas teorías, usaré la matriz historiográfica que ofrece Imre Lakatos a propósito de los programas de investigación científica. Ver en Descartes, James y Prinz un programa de investigación a la manera de Lakatos permitirá hablar en abstracto de un “programa de naturalización de las emociones”.
Ahora bien, una vez identificado el programa de naturalización de las emociones, procederemos a sumergirnos aún más en el atolladero y entraremos en un problema particular de este programa: la naturalización de la intencionalidad. Esto ocupará el segundo capítulo, donde examinaremos en qué consiste esta empresa y cómo el programa de naturalización de las emociones ha respondido a la exigencia de naturalizar la intención.2 Con ello intentaremos ver en la naturalización de la intencionalidad un paso importante en la naturalización de las emociones y cómo el programa progresó paulatinamente hasta alcanzar una teoría sobre la intencionalidad.
Luego de esto, estaremos en mejor posición de ofrecer las críticas mencionadas al programa de naturalización de las emociones. Para este propósito, haremos un despliegue de algunas herramientas que ofrece Wittgenstein para estudiar conceptos psicológicos. Sin embargo, antes de ello es menester hacer una breve digresión sobre la filosofía wittgensteiniana. Así las cosas, en el tercer capítulo pasaremos de una discusión científica sobre las emociones y la intencionalidad a una discusión gramatical. Una vez aclarada la naturaleza de la investigación conceptual de Wittgenstein, podemos desplegar las herramientas mencionadas y aplicarlas al programa de naturalización de las emociones. En particular, dirigiremos nuestras críticas al problema desarrollado en el segundo capítulo, i.e., la naturalización de la intencionalidad. Con esto pretendo mostrar que el programa de naturalización de las emociones, al contener en su núcleo el problema de la naturalización de la intencionalidad, encierra varias confusiones conceptuales.
Si bien son varias las observaciones positivas que Wittgenstein dedica a elucidar el concepto de emoción (tales como detectar en las emociones una duración genuina o que estas no estén localizadas), debo advertir de antemano que ellas no serán objeto de este trabajo. Las anotaciones a propósito de las emociones son muy variadas y su aclaración, por sí sola, sería motivo de un trabajo entero. Por lo pronto, nos centraremos en usar algunas herramientas para comenzar a disolver una ilusión filosófica que subyace al programa de naturalización de las emociones, a saber, la pretensión de que necesitamos una teoría naturalizada de la intencionalidad de las emociones.
Con ello es probable que todavía no salgamos del atolladero. Sin embargo, este trabajo es un pequeño paso en un proyecto todavía mayor, a saber, la elucidación del concepto de emoción. Lo que se busca no es dar una salida definitiva ni una terapia con la que podamos abandonar toda teoría naturalista de las emociones. Por lo pronto basta con sacar a la luz algunas confusiones conceptuales y entrever brevemente su origen. Así, tendremos presentes al menos algunas de las dificultades que atraviesan a estas teorías, y así tener más claridad sobre nuestras empresas científicas y filosóficas alrededor de nuestras emociones.
Filósofo de la Universidad del Rosario. Su tesis fue calificada con mención meritoria. Obtuvo la beca de Excelencia Académica por ICFES (100%) en la Universidad del Rosario y dos veces el “incentivo al mérito académico” por mejor promedio del programa. Ha participado, entre otros, en el III Congreso Colombiano de Lógica, Epistemología y Filosofía de la Ciencia y el V Congreso Colombiano de Filosofía. Actualmente es auxiliar de investigación en la misma universidad, donde se desempeña en las áreas de filosofía e historia de las ciencias y filosofía de las emociones.
En este capítulo agruparé las teorías naturalistas de la emoción de Descartes, James y Prinz bajo la noción de “programa de investigación científica”. La construcción de tal categoría se ajustará a la metodología propuesta por Lakatos para la reconstrucción racional de algunos episodios de la historia de la ciencia. En consecuencia, propondré un núcleo firme que atraviese las tres teorías y mostraré uno de los movimientos del cinturón protector que resultará importante para el desarrollo de la naturalización de la intencionalidad que trataré en el capítulo siguiente. Ver las tres teorías como un solo programa constituye el primer paso en mi argumentación, pues permite juntarlas bajo una misma categoría y permite evaluar con mayor claridad cómo las críticas de Wittgenstein se aplicarían al corazón del programa en su conjunto.
La metodología de Lakatos. La metodología de los programas de investigación científica propuesta por Lakatos (1978/2010a, 1978/2010b) ofrece una herramienta interesante de reconstrucción racional de la historia de la ciencia. Esta metodología historiográfica combina elementos del falsacionismo metodológico de Popper y del convencionalismo de Kuhn, siendo una alternativa intermedia entre ambas propuestas en filosofía de la ciencia. De allí que Lakatos llame a su posición falsacionismo metodológico sofisticado: falsacionismo, al aceptar las críticas de Popper al verificacionismo, y sofisticado, pues evita las ingenuidades que le atribuye Kuhn a Popper.3
Para Lakatos, lo que ha de evaluarse en la reconstrucción de la historia de la ciencia no es una teoría, sino una serie de teorías con cierta continuidad. A esta serie continua de teorías Lakatos las llama un “programa de investigación”. Así las cosas, la metodología propuesta buscaría principalmente sacar a la luz la continuidad entre distintas teorías. Esta continuidad es capturada en la metodología bajo la categoría del “núcleo firme” del programa de investigación. Esta categoría recoge el conjunto de presuposiciones metodológicas y metafísicas, definiciones y demás ideas fundamentales del programa. El núcleo firme guía la investigación que se hace en el marco del programa, señalando los problemas, preguntas y métodos de solución válidos para el programa (lo que Lakatos llama la “heurística positiva”).4
Ahora bien, como puede notarse, el núcleo firme es el corazón del programa. Esto implica, según Lakatos, que él no es sometido nunca a escrutinio por parte de los científicos; al contrario, el núcleo firme ha de defenderse de toda evidencia y descubrimiento que pueda haber en su contra.5 Esto garantiza que el programa de investigación acomode las anomalías y amplíe el espectro de las explicaciones que ofrece. Para lograr esta acomodación, un programa de investigación cuenta con un conjunto de hipótesis auxiliares que pueden adoptarse, modificarse o eliminarse con el fin de proteger el núcleo firme. A estas hipótesis Lakatos las llama “cinturón protector”. Ellas son aquellas que el científico podrá falsear mediante experimentos y rechazar o moldear en caso de que una anomalía lo exija, a condición de mantener el núcleo firme incólume ante las instancias falsadoras.
La metodología de los programas de investigación permite también ver los cambios entre las teorías en el interior de un programa como cambios progresivos o regresivos. Cuando una teoría explica más hechos que su predecesora, esto es, cuando contiene bajo sus expectativas un exceso de hechos (exceso empírico), hay progreso teórico; cuando este exceso empírico es confirmado, hay progreso empírico. La conjunción de progreso teórico y progreso empírico es lo que Lakatos llama un “cambio de problemática progresivo”. Cuando, por el contrario, un programa ya no explica hechos nuevos, cuando sus explicaciones solo son posteriores a los hechos y no hay ya capacidad de predicción, hay un cambio regresivo.
En síntesis, la metodología de los programas de investigación científica nos invita a ver la historia de la ciencia como la historia de teorías con una continuidad metodológica que llamamos “núcleo firme”. Este núcleo contiene aquellas bases del programa que no es sometido nunca a falsación, y que delimita los problemas y preguntas de las que se ocupará la investigación científica (“heurística positiva”). Para salvar el núcleo firme se hacen modificaciones al conjunto de hipótesis auxiliares, al “cinturón protector”. Cuando estos movimientos logran anticipar hechos nuevos, acomodar anomalías y predecir novedades, hay progreso teórico; cuando esto se confirma, hay progreso empírico. Finalmente, cuando hay predicción y confirmación de hechos novedosos, cuando hay progreso teórico y empírico, hay un “cambio de problemática progresivo”.
Entre las ventajas de usar esta metodología, además de permitir ver progreso en la historia de la ciencia, Lakatos señala la inclusión de tesis metafísicas como parte de la ciencia y la posibilidad de incluir en la racionalidad científica la defensa constante de ciertas tesis incluso a pesar de las anomalías (1978/2010a, p. 59). Para nuestro caso, la metodología de los programas de investigación científica permite sacar a la luz la continuidad que hay entre Descartes, James y Prinz, y ver en las diferencias entre ellos el progreso de un programa. Dado que la metodología permite incluir en el trabajo científico tesis metafísicas, ella tiene la virtud de permitirnos incluir en un programa de investigación la discusión filosófica que existe entre estos tres autores, incluso si ella no es directamente una investigación empírica. Además, la metodología nos permitirá ver en el problema de la intencionalidad uno de los problemas que debe atacarse dentro de este programa. Con esto en mente, pasemos a la reconstrucción de estas teorías y la construcción del “programa de naturalización de las emociones”.
En muchos sentidos, Descartes es considerado el padre de la modernidad. Sus investigaciones en filosofía influenciaron más de un siglo de pensamiento, lo que lo hace uno de los filósofos más importantes de la historia. No obstante sus grandes logros en filosofía, Descartes también fue un reconocido hombre de ciencia. Más aún, su obra filosófica cubre una parte pasajera de su obra completa. En una carta a la princesa Isabel de Bohemia reconoce que las querellas metafísicas solo han de ocupar una parte de la vida de una persona. Para él, si bien es importante dedicarse en algún momento a la metafísica y la filosofía, es vital dedicarse también a lo que nos otorgan nuestros sentidos y el mundo (AT III 695).6 En resumen, además de hacer filosofía, hay que hacer ciencia.
La teoría de las emociones de Descartes, extraída de su texto Las pasiones del alma (1649), hace parte de este programa científico. Allí Descartes nos ofrece una teoría mecánica sobre el funcionamiento de las emociones. Esto significa, entre otras cosas, una teoría sobre cómo el cuerpo provoca pasiones y emociones en el alma, cuál es la función de estas y cómo podemos identificarlas como parte del mundo natural. De ahí que para aproximarnos a la postura cartesiana sobre las emociones, debemos aclarar primero cómo concibe el autor el cuerpo humano y su lugar en la naturaleza, su anatomía, fisiología y cómo esto se aplica al caso de nuestro interés.
El cuerpo como máquina. Lo primero que diremos sobre la ciencia de Descartes es que el autor concibe el mundo natural como una gran máquina. El mundo cuenta con leyes que han sido impuestas por Dios desde su creación, y que permanecen inmutables como él. Este es uno de los pilares de lo que llama la fábula del mundo (AT X, 37).7 Esta fábula cuenta, primero, con el desarrollo de una física y una cosmología que explica la naturaleza del espacio, la creación y evolución del universo y las leyes que gobiernan el mundo. Luego Descartes pasa a ocuparse de la manera cómo funciona el hombre, esto es, cómo funciona el cuerpo humano, cuál es su naturaleza y cómo este encaja en el mundo físico. La primera parte está desarrollada en el Tratado de la luz (1664), la segunda, en el Tratado del hombre (1666).8
Ahora bien, hemos dicho que en esta fábula el universo es una máquina que cuenta con leyes universales e inmutables, impuestas por Dios desde su creación. Cabe aclarar que la noción de ‘máquina’mecanicista‘’‘’