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Primera edición: octubre de 2016

 

 

© 2016 Daniel Wizenberg y Julián Varsavsky

© 2016 Clave Intelectual S.L.

Paseo de la Castellana 13, 5º D - 28046 Madrid - España

www.claveintelectual.com

editorial@claveintelectual.com

 

Derechos mundiales reservados. Clave Intelectual fomenta la actividad creadora, y reconoce el trabajo de todas las personas que intervienen en las distintas fases del proceso de edición. Agradece que se respeten los derechos de autor y ruega, por lo tanto, que no se reproduzca esta obra, parcial o totalmente, mediante cualquier procedimiento o medio, sin el permiso escrito de la editorial.

 

ISBN: 978-84-946343-2-1

IBIC: WTL Literatura de viajes

 

Diseño de cubierta: luciabajos@luciabajos.com

Fotografía de cubierta: Julián Varsavsky

Índice

 

 

 

Portadilla

Créditos

Índice

Prólogo

 

PRIMERA PARTE: Corea del Norte: comunismo surrealista

Capítulo 1. El viaje

Capítulo 2. A Cada cual según sus dificultades

Capítulo 3. Juche como respuesta a todo

Capítulo 4. Centro y periferia

Capítulo 5. Leyendas

Capítulo 6. Permitidos

Capítulo 7. El sol sale por el Norte

Capítulo 8. Mitología Koryo

Capítulo 9. Good bye, Kim

Capítulo 10. Ciencia aplicada

 

SEGUNDA PARTE: Corea del Sur: Capitalismo de alto rendimiento

Capítulo 1. Talibanes del estudio

Capítulo 2. La contracara budista

Capítulo 3. Showroom de un mundo perfecto

Capítulo 4. ¿Cómo se relajan los surcoreanos?

Capítulo 5. Intoxicación digital

Capítulo 6. La potencia del chaebol

 

TERCERA PARTE: Opuestos por el vértice

Capítulo 1. Disciplinados y cansados

Capítulo 2. El precio de los milagros

Capítulo 3. Transparencia versus opacidad

Capítulo 4. El escalón

 

Sesión gráfica

PRÓLOGO

 

 

 

Julián V.: Daniel, mucho gusto, acabo de leer tu crónica de Corea del Norte en revista Anfibia, donde contás que en el hotel de Pyongyang almorzabas con gorrito de lana.

 

Daniel W.: ¡Sí! No había calefacción.

 

Julián V.: En Corea del Sur entrevisté a un norteamericano que trabaja en el edificio central de Samsung como consultor: ¡Tenía que trabajar con un abrigo grueso porque no la prendían habiendo -10º bajo cero en la calle! Supongo que para ahorrar.

 

Daniel W.: Se ve que el capitalismo y el comunismo «a la coreana» se parecen más de lo que uno se imagina.

 

Julián V.: Che, ¿y si escribimos una crónica a cuatro manos?

 

Daniel W.: ¿Yo el norte y vos el sur?

 

Julián V.: Exacto, cien hojas cada uno. Vos sos el comunista y yo el capitalista. Conozcámonos mañana y arrancamos.

 

Daniel W.: ¡Trato hecho! Hay un detalle: estoy en el Nagorno Karabaj, zona de conflicto con Azerbaiyán.

Julián V.: No importa, nos reunimos por Skype. ¿Leíste El Imperio de Kapucinski? Hay una crónica brillante de Azerbaiyán.

 

Daniel W.: Si, Kapu está omnipresente en estos viajes.

 

Julián V.: Y podemos pasar las crónicas por el «tamiz» del coreano Byung Chul Han ¿Lo conocés?

 

Daniel W.: Si, lo conozco, es el filósofo de moda. Su mirada encaja perfecto para analizar las dos Coreas. Adelante.

 

Julián V.: Guardá este chat que ya tenemos el prólogo.

PRIMERA PARTE

COREA DEL NORTE: COMUNISMO SURREALISTA

 

 

DANIEL WIZENBERG

 

 

 

 

«El siglo pasado era una época inmunológica, mediada por una clara división entre el adentro y el afuera, el amigo y el enemigo o entre lo propio y lo extraño. También la guerra fría obedecía a este esquema inmunológico. Ciertamente, el paradigma inmunológico del siglo pasado estaba, a su vez, dominado por completo por el vocabulario de la Guerra Fría, es decir, se regía conforme a un verdadero dispositivo militar.»

BYUNG-CHUL HAN, La sociedad del cansancio

Capítulo 1

EL VIAJE

 

Quedará incomunicado el tiempo que dure el paseo.

Saludos cordiales

Young Pyonners Tours.

 

 

 

Nieva sin cesar mientras anochece en todo el noreste de China cuando llego a Dandong para pasar la noche previa al tour. Antes de irme a dormir busco desde la ventana de mi habitación la República Popular y Democrática de Corea —más conocida como Corea del Norte— y la encuentro sin verla: está del otro lado del río Taedong sumida en la oscuridad. Alrededor de mi hotel se celebra el año nuevo del Mono con cataratas de fuego artificiales que estallan sin pausa, pero en la otra orilla —en la ciudad de Sinoju— no brilla una sola luz.

Después de ver el mail de la agencia de viajes decido hacer dos maletas: una para la travesía y otra para guardar en un hotel de Dandong en donde dejo el móvil, el ordenador y una lente fotográfica de 55 milímetros que excede el máximo permitido: el régimen no se lleva bien con el zoom.

Es una de las pocas fechas especiales en las que se puede visitar Corea del Norte y veinte turistas provenientes de ocho países distintos pagamos algunos cientos de dólares para hacerlo. La mayoría somos periodistas que hemos mentido en el formulario migratorio sobre nuestra profesión: con sólo buscarnos en Google se descubriría el engaño pero en el país más hermético del mundo no hay Google.

Al amanecer camino rumbo al monumento a Mao Tse Tung frente a la moderna estación de tren de Dandong: las pantallas anuncian la inminente salida de un tren a Pyongyang, la capital norcoreana. Esto no significa que uno pueda ir a la taquilla, sacar un ticket y subirse al tren. Sólo se puede ir contratando un tour con anticipación. Entre miles de chinos que van y vienen se me acerca una muchacha de unos 30 años con acento inglés, rubia, pálida y muy delgada. Es Charlotte, delegada de la empresa que organiza el viaje. Luego de presentarse busca en una pila de papeles uno en particular y me lo entrega:

—No la pierdas: es tu visa de entrada a Corea.

La visa norcoreana es un documento aparte para que no quede ningún sello problemático en el pasaporte del viajero que pasó por aquí. Además hay que devolverla al salir. Mi visa es por el tiempo exacto que dura el tour y advierto que no me habilita para el año 2016 sino para el 105 de la Era Juche: un calendario sin año cero que comenzó en 1912 al nacer Kim Il Sung.

Kim Il Sung fue el primer líder supremo de Corea de Norte y al morir en 1994 lo sucedió su hijo Kim Jong Il. Este último falleció en 2011 y el poder lo heredó su hijo Kim Jong Un. Aunque nadie los nombre así, los llamaremos Kim I, Kim II y Kim III para facilitar la lectura.

Pasamos por el departamento de migraciones y me sellan la salida de China. Es la hora de subir al viejo tren chino. Charlotte cuenta hasta veinte y se señala a sí misma, «veintiuno»: estamos todos.

Vuelve a contar. Y otra vez más. Y una última vez. Se obsesiona.

Del último viaje Charlotte volvió con un turista menos porque Otto Frederick Warmbier —un estudiante norteamericano de comercio de la Universidad de Virginia— quedó arrestado.

—¿Por qué fue arrestado, Charlotte?

—No puedo decirlo

—¿Pero tan grave es lo que hizo?

—Sólo voy a decir que violó algunas normas.

La versión norcoreana tipifica el delito que habría cometido Warmbier como un «acto hostil contra el Estado». Pero la familia de Otto informó que sólo robó un poster de Kim II. Toda imagen de los líderes es considerada emblema nacional y no se puede doblar, maltratar ni fotografiar cortándoles alguna parte de su rostro. Mucho menos podría uno llevarse su imagen del país, so pena de un castigo incierto. Otto fue sometido a un juicio televisado en el que acusó a su iglesia en Virginia —la Metodista Unida de las Amistad— de querer el poster como «trofeo de guerra». En el video del juicio publicado en YouTube se puede ver a Warmbier rogando su liberación mientras llora desconsolado durante varios minutos y califica el incidente como el peor error de su vida:

—Le pido perdón al pueblo coreano, el trato humanitario que estoy recibiendo es ejemplar, entiendo la gravedad del crimen que cometí —ampliaba en su declaración.

En 2014 alguien acusó a otro turista estadounidense —Jeffrey Fowle proveniente de Ohio— de tener una Biblia. Unos oficiales le requisaron toda la habitación y tras encontrar el libro prohibido escondido en el baño lo arrestaron. Luego de un breve juicio de una semana fue absuelto y extraditado a su país. Mientras tanto lo tuvieron recluido en una habitación de la planta 36 del hotel Yanggakdo —el mismo donde Otto robó el poster— y nunca fue esposado. Además tenía una televisión encendida y un oficial uniformado al lado suyo que le elegía el canal.

En el año 2009 las periodistas Euna Lee y Laura Ling fueron detenidas en la frontera con China mientras grababan un documental para un canal de San Francisco sobre los desertores norcoreanos. Su juicio también duró una semana y recibieron una sentencia de doce años de prisión. Pero tras seis meses de arresto el gobierno de Barack Obama envió a Pyongyang al expresidente Bill Clinton para gestionar personalmente la situación de las reporteras y estas fueron liberadas: volvieron a Washington en el avión oficial. Lee escribió un libro llamado El mundo es más grande ahora. Allí cuenta que las condiciones de su detención fueron menos duras de lo que la prensa norteamericana presumía: «recibí comida coreana tres veces al día compuesta por platos de arroz con verduras» escribió. Cada vez que un turista es arrestado se inicia un proceso judicial pero sobre todo un proceso mediático.

 

En septiembre de 2015 fui a Damasco —la capital de Siria— a cubrir una «Conferencia Internacional de Jóvenes» organizada por Bashar Al Assad con representantes de una decena de países entre los que estaban Corea del Norte, Irán, Venezuela y Cuba: parecía una convención juvenil del «Eje del mal». Cinco de los seis norcoreanos que conformaban la delegación eran dos mujeres y tres varones de unos veinte años que no interactuaban con nadie. El sexto integrante los coordinaba y se llamaba Om Yum, era el único que sabía inglés. Tenía unos cuarenta años, vestía un impecable traje gris con el pin de los líderes en la solapa del abrigo. Me contó que era la primera vez que salían de su país: nada menos que para visitar Siria en guerra. A eso se reducía todo lo que conocieron del mundo exterior. Me intrigó tanto aquel grupo que apenas volví a Argentina comencé a investigar qué maneras había de llegar a Corea del Norte.

Al planificar el viaje me topé en la web de la aerolínea de bandera Air Koryo con una promoción anunciando «vuelos baratos a Pyongyang». La oferta convertía en una oportunidad «única» de 631 dólares los supuestamente habituales 635 dólares «para volar desde cualquier lugar». Más abajo un banner explicaba que ante cada búsqueda se analizaban 728 aerolíneas del mundo entero para dar con la combinación más barata. Pero tarde o temprano el proceso llevaba al mismo lugar: la web de la compañía estatal que agrupa las cuatro agencias de viaje paraestatal que comercializan el destino Corea del Norte, la Korea International Travel Company. La única visita posible es la visita guiada.

La más económica de las agencias se llama Young Pyonners Tours y tiene un lema: «Te llevamos a donde tu madre no quiere que vayas». Organiza recorridos por Chernóbyl, Turkmenistán, Uzbekistán, Afganistán y países autoproclamados independientes pero no reconocidos por la comunidad internacional, como Transnistria, Abkhazia, Nagorno Karabaj y Ossetia del sur.

Podría haber escogido «avión desde Beijing» o «avión desde Vladivostok» pero cliqueé la opción «tren desde Dandong». Confirmé la compra a través del sistema de pago en línea «Pay Pal» y de inmediato me llegó un correo electrónico con un pedido muy especial: «no le diga al operador de su tarjeta de crédito que piensa ir a Corea del Norte, si informa del viaje diga que va a China». Esa mentira deja al turista fuera del alcance de cualquier póliza de asistencia: será un viaje sin seguro.

Mi contingente lo conforman otro argentino, un español, un mexicano, un colombiano, una rusa, cinco canadienses que vienen desde Moscú en el transiberiano, dos franceses, dos alemanes, cuatro ingleses y un norteamericano. Al subir al tren, Charlotte nos pide los pasaportes que nos devolvería a la vuelta, en el mismo tren.

A las 9 de la mañana en punto comenzamos a rodar. Al salir de Dandong el ferrocarril supera el Puente de la Amistad Chino-Coreana sobre el río Yalu y alcanza vías norcoreanas en Sinoju. Han pasado sólo quince minutos pero son las 9.45 am. En agosto de 2015, Kim III retrasó 30 minutos el huso horario para evitar la hora de Tokio, como parte de los festejos por el 70 aniversario de la liberación del Japón. «Los retorcidos imperialistas japoneses privaron a Corea de su hora estándar» había dicho en su comunicado oficial la agencia estatal KCNA.

Hay más pasajeros a bordo: unos treinta orientales que sacan de su bolsillo pines con la imagen de los tres líderes de la «dinastía» Kim y se los prenden en su pecho. Viven en China y vuelven temporalmente a visitar a su familia: llevan jeans —otrora prohibidos en Corea del Norte por ser un símbolo imperialista— y cada uno de ellos trae consigo varias bultos de mercadería con televisores LCD, aspiradoras inalámbricas, computadoras, frutas del sudeste asiático, whisky escocés, vino francés y cigarrillos norteamericanos. Ni a la salida de China ni a la entrada de Corea pasan por Aduana: son parte de una casta privilegiada de la sociedad norcoreana, aparentemente exenta de esos trámites.

Suben oficiales y piden las cámaras fotográficas con sus tarjetas de memoria, las computadoras, los móviles y los «buku, buku».

—¿Los qué? —pregunto.

—Los «books», muéstrales qué libros traes porque hay algunos que están prohibidos —aclara Charlotte.

Se llevan las tarjetas de memoria a un sector donde un oficial con un ordenador las chequea y nos dan para firmar una declaración jurada diciendo cuántas tiene cada uno. Cumplo mi plan de llevar seis pero declarar cuatro y exploto de taquicardia.

¿Por qué revisan con tanto ahínco las fotografías? ¿Qué buscan? ¿No tiene más sentido revisarlas al final del viaje?

Un oficial se acerca y me requisa los bolsillos de la chaqueta, luego zambulle su mano por cada rincón de mi pequeña maleta. Pero nunca pide que me saque los zapatos, y las dos memorias que escondí debajo de una plantilla quedan a salvo: podré sacar las fotos que quiera porque a la vuelta sólo me revisaran las declaradas.

El otro argentino del grupo, Mauricio, tiene una cámara de su exnovia. El oficial la chequea y exclama:

—¡América!

El argentino empalidece.

—Iunaited esteits —completa el guardia.

Mauricio ha olvidado borrar las fotos de Estados Unidos, el país enemigo número uno de Kim III.

La tensión se desmorona de repente: el oficial comienza a sonreír. Por primera vez en su vida está viendo imágenes de la Quinta Avenida, Times Square y la Torre de la Libertad. El oficial norcoreano y el viajero argentino comienzan a conversar en lenguaje de señas sobre el viaje de la ex de Mauricio a Nueva York.

Después de un par de horas de requisa, el tren retoma su marcha. No hay indicaciones precisas sobre si está permitido fotografiar el paisaje o no. Algunas crónicas testimonian que está prohibido pero la tentación es inevitable. Al parecer el régimen habría flexibilizado las restricciones: no hay sanciones por sacar fotos.

Por la ventanilla el paisaje se reproduce en modo random: vemos hectáreas de tierra labrada, salpicadas por manchones de nieve joven durante toda la primera mitad del viaje. De repente, la repetición monótona se interrumpe: pasamos frente a un pequeño poblado y vemos una docena de hombres en cuclillas sobre una laguna congelada. Han hecho pequeños huecos en el hielo y pescan con una caña.

Más adelante una mujer pasea a un grupo de patos con una correa como si fueran perros; cerca de ella un toro arrastra una carreta con paja recibiendo azotes de un campesino.

Durante las siguientes tres horas aparecen otra vez los campos sin gente interrumpidos de vez en cuando por la misma secuencia: como si alguien hubiera copiado y pegado el paisaje, aparecen hombres en cuclillas pescando en la laguna congelada, patos domésticos y toros-caballo. Cerca de Pyongyang empieza a verse gente trabajando en el campo aisladamente, labran la tierra en turnos de a uno. A medida que nos acercamos a la capital hay grupos de peones rurales vestidos con uniforme militar y las manos en la cosecha. Un camión que lleva paja echa muchísimo humo negro mientras espera que pase el tren para cruzar la vía. Es el único vehículo en todo el recorrido:

—Al escasear la gasolina combustionan a carbón —comenta Charlotte.

Pero ningún camión tiene el motor de una locomotora del siglo xix. Joel, el canadiense ingeniero, lo explica mejor:

—Lo más probable es que al escasear la gasolina se la diluya con combustibles de menor calidad y la combustión imperfecta genere residuos sólidos de carbón.

El tren no es muy veloz que digamos. A la salida de Sinoju un ciclista común pedaleó fuerte y nos superó. A pesar de que entre Sinoju y Pyongyang hay 223 kilómetros, tardamos siete horas. El ritmo de viaje da tiempo para sacar fotos del paisaje sin que salgan movidas y conocer un poco el resto del contingente.

Casi todos los turistas son hombres viajando solos. Las únicas dos mujeres van en pareja. La rusa Olga es la pareja del colombiano Carlos: viven en China y son traductores a sus lenguas maternas en una señal internacional de noticias. La otra es una pareja de ingleses: «Queríamos que la luna de miel fuese original».

Britney y John se acaban de casar en Londres. Ambos vienen de familias acomodadas y trabajan en la empresa del padre de John. Él es fanático de 1984 —escrito por George Orwell— y ella de Los Juegos del hambre de Suzanne Collins: les pareció más divertido poner en tres dimensiones ambas obras, antes que echarse en una playa de arenas blancas.

¿Y si entre nosotros hay un soplón? Aquí podría haber un agente de inteligencia como el que delató el robo de Otto Warmbier en el contingente anterior. Se dice que siempre hay un turista simulado. Podría ser un par de Alejandro Cao, un español que hace años, tras un vacío existencial, se enamoró del régimen de Kim II y se transformó en el único occidental en sus líneas: se fue a vivir a Pyongyang, le dieron rango militar y gira por el mundo haciéndole propaganda al régimen. En 2016 volvió a España para abrir un bar en Tarragona a modo de «oficina cultural de Corea del Norte».

Al llegar a la estación central de Pyongyang, Charlotte fue quedando relegada a la función de chequear que nadie haya sido arrestado. Nos esperan la señorita Song y el señor Jong, los guías que se harán cargo del grupo. Tienen en el pecho el mismo pin con la efigie de los tres líderes «eternos». Ella se cubre con una chaqueta negra hasta los pies y tiene una sonrisa nerviosa enmarcada por un acné adolescente sin maquillar. Él luce un traje perfecto con camisa blanca y corbata azul. No nos dejarán solos ni un momento por el resto del viaje y se dividirán los roles: ella guía el recorrido y él responde las preguntas. En su primera intervención los nervios le juegan en contra a Song al referirse a la Avenida de los Científicos:

—Fue construida hace pocas horas, perdón, hace pocos años.

Una tarde cualquiera de 2011 Charlotte conoció a Gareth Johnson en un bar de Londres, y a la tercera copa Gareth la contrató. Ella dejó su cargo en una compañía de seguros y viajó a Pekín, donde tiene sus oficinas Young Pyonners Tours.

Durante la cena Charlotte me cuenta cómo comenzó su jefe en este negocio.

En 2008, durante una de las tantas noches en las que Gareth Johnson se emborrachaba hasta perder la conciencia en los bares de Hong Kong, se puso a conversar con un norcoreano que estaba sentado a su lado y que se presentó como alguien «a cargo de cosas». Este le propuso asociarse con la estatal Korean International Travel Company. Gareth aceptó y fundó Young Pioneers inspirándose para el nombre en la juventud del Partido Comunista soviético: los «pioneros». Hoy su empresa es una de las fuentes de turistas más importantes del país.

Gareth nació en Wapping, un barrio obrero al este de Londres y desde adolescente se interesó por los viajes y los comunismos raros: de pequeño era fanático de Pol Pot, el líder de los Jemeres Rojos camboyanos que asesinó a cerca de dos millones de personas.

Al cumplir 15 años ahorró y se fue con su primo a Bangladesh para pasarse los días en la playa fumando, bebiendo y mirando mujeres sin la supervisión de los padres. A los veinte dejó Londres para siempre. Primero fue barman en las Islas Caimán y cuando se aburrió viajó a Cuba, pero no consiguió trabajo. Antes de volver derrotado a Inglaterra decidió intentarlo una vez más: tomó un vuelo a China donde trabajó varios años como profesor de inglés.

Haciendo base allí no dejó de viajar: lleva visitados 111 países. En algunos Estados no reconocidos como Transnistria —entre Moldavia y Ucrania— utilizó como visa de entrada 20 dólares y un whisky escocés. Hoy organiza viajes a Transnistria también pero no son tan exitosos como los de Corea del Norte:

—Los norcoreanos son muy conservadores pero algunos dólares y el alcohol abren cualquier puerta —le dijo al periodista del sitio web Vice, Royce Kurmelovs.

Royce le preguntó si tenía dilemas morales por ayudar a financiar el régimen de Kim III y Gareth respondió que su contribución no es negativa, porque está ayudando al intercambio cultural entre los pueblos.