BIBLIOGRAFÍA










INDICACIONES GENERALES PARA LA PRIMERA PARTE
(p. 413ss)


Como he indicado en el prólogo este libro presupone la exégesis histórico-crítica y utiliza sus resultados, pero pretende ir más allá de este método para llegar a una interpretación propiamente teológica. No desea entrar en la discusión específica de la exégesis histórico-crítica. Por este motivo, tampoco he pretendido ser exhaustivo en el uso de la bibliografía que, por otro lado, sería interminable. Las obras utilizadas son citadas en cada caso, entre paréntesis y de modo abreviado; los títulos completos se encuentran en la bibliografía que se indica a continuación*.
   Pero antes quisiera citar algunas de las obras más importantes y recientes sobre Jesús:

— Joachim Gnilka, Jesus von Nazareth. Botschaft und Geschichte [Herders theologischer Kommentar zum Neuen Testament, Suplemento, vol. 3], Herder, Friburgo 1990 (trad. esp. Jesús de Nazaret. Mensaje e historia, Herder, Barcelona 19932).
— Klaus Berger, Jesus, Pattloch, Múnich 2004 (trad. esp. Jesús, Sal Terrae, Santander 2009). El autor, con profundos conocimientos exegéticos, presenta esencialmente la figura de Jesús y su mensaje de cara a las cuestiones actuales.
— Heinz Schürmann, Jesus. Gestalt und Geheimnis. Gesammelte Beiträge, K. Scholtissek (ed.), Bonifatius, Paderborn 1994 (trad. esp. El destino de Jesús: su vida y su muerte, Sígueme, Salamanca 2003).
— John P. Meier, A Marginal Jew. Rethinking the Historical Jesus, Doubleday, Nueva York 1991ss (trad. esp. Un judío marginal: nueva visión del Jesús histórico, Verbo Divino, Estella 1998-2003). Esta obra en tres volúmenes de un exegeta americano representa desde muchos aspectos un modelo de exégesis histórico-crítica, en la que se ponen de manifiesto tanto la importancia como los límites de esta disciplina. Merece la pena leer la recensión de Jacob Neusner al primer volumen, «Who Needs the Historical Jesus?», en Chronicles, julio 1993, pp. 32-34.
— Thomas Söding, Der Gottessohn aus Nazareth. Das Menschsein Jesu im Neuen Testament, Herder, Friburgo 2006. El libro no trata de reconstruir la figura del Jesús histórico, sino que ilustra el testimonio de fe contenido en los distintos escritos del Nuevo Testamento.
— Rudolf Schnackenburg, Die Person Jesu Christi im Spiegel der vier Evangelien [Herders theologischer Kommentar zum Neuen Testament, Suplemento, vol. 4], Friburgo 1993 (trad. esp. La persona de Jesucristo reflejada en los cuatro Evangelios, Herder, Barcelona 1998). Después de este libro, citado en el prólogo de la primera parte de esta obra, Schnackenburg ha escrito otro librito muy personal: Freundschaft mit Jesus, Herder 1995 (trad. esp. Amistad con Jesús, Sígueme, Salamanca 1998), poniendo el acento, más que sobre lo que es reconocible, sobre el efecto que Jesús produce en el alma y el corazón de los hombres y, de este modo —como él dice—, busca un equilibrio entre razón y experiencia.
— En la interpretación de los Evangelios me baso predominantemente en los volúmenes del Herders theologischer Kommentar zum Neuen Testament (HThNT), que lamentablemente ha quedado incompleto.
— Se puede encontrar abundante material sobre la historia de Jesús también en la obra en seis volúmenes La historia de Jesús, Rizzoli, Milán 1983-1985, de varios autores (editado por Virgilio Quitado, con el asesoramiento científico de Martini, Rossano, Gilbert, Dupont).

Las abreviaturas corresponden a las de la tercera edición del Lexikon für Theologie und Kirche (LThK), Herder, Friburgo 1993ss.


INDICACIONES GENERALES PARA LA SEGUNDA PARTE


A las indicaciones generales referentes a la primera parte, que siguen siendo válidas también para esta segunda, hay que añadir aún algunos títulos que conciernen a la obra en su conjunto.

— La obra en 6 volúmenes de Ulrich Wilckens, Theologie des Neuen Testaments, vol. I, 1-4; II, 1-2, Neukirchener Verlag 2002-2009, ha sido concluida y ahora está disponible. Para esta segunda parte es especialmente importante el volumen I, 2: Jesu Tod und Auferstehung und die Entstehung der Kirche aus Juden und Heiden (2003).
— En su segunda edición, está disponible: Ferdinand Hahn, Theologie des Neuen Testaments, vol. I (Die Vielfalt des Neuen Testaments) y vol. II (Die Einheit des Neuen Testaments), Mohr Siebeck, Tubinga 2002; 20052.
— En 2007, Martin Hengel, junto con Anna Maria Schwemer, ha publicado una obra de relevante significado para este libro: Jesus und das Judentum, Mohr Siebeck, Tubinga. Es el primer tomo de una Geschichte des frühen Christentums, proyectada en cuatro volúmenes.
— Entre las varias obras de Franz Mußner que se refieren a la materia del presente libro quisiera mencionar aquí, en particular: Jesus von Nazareth im Umfeld Israels und der Urkirche. Gesammelte Aufsätze, Michael Theobald (ed.), Mohr Siebeck, Tubinga 1999.
— Quisiera remitir de manera particular a la obra de Joachim Ringleben, ya mencionada en el prólogo, Jesus. Ein Versuch zu begreifen, Mohr Siebeck, Tubinga 2008.
— He indicado ya igualmente en el prólogo el libro, esencial para la cuestión de la metodología, de Marius Reiser, Bibelkritik und Auslegung der Heiligen Schrift. Beiträge zur Geschichte der biblischen Exegese und Hermeneutik, Mohr Siebeck, Tubinga 2007.
— Es útil sobre el mismo tema: Geist im Buchstaben? Neue Ansätze en der Exegese (Quaestiones disputatae, vol. 225), Thomas Söding (ed.), Herder, Friburgo 2007.
— Es también instructivo: François Dreyfus, Exégèse en Sorbonne, exégèse en Église. Esquisse d'une théologie de la Parole de Dieu, Parole et Silence, Les-Plans-sur-Bex 2006.
— Del ámbito de la teología sistemática se han de mencionar ahora, junto con las grandes cristologías de Wolfhart Pannenberg, Walter Kasper y Christoph Schönborn, el volumen de Karl-Heinz Menke, Jesus ist Gott der Sohn. Denkformen und Brennpunkte der Christologie, Pustet, Ratisbona 2008.
— Angelo Amato, Gesù, identità del cristianesimo. Conoscenza ed esperienza, Libreria Editrice Vaticana, Roma 2008.


1. ENTRADA EN JERUSALÉN Y PURIFICACIÓN DEL TEMPLO


— A la entrada en Jerusalén está dedicado el fascículo I/2009 de la Revista Internacional de Teología y Cultura Communio (ed. alemana, año 38, pp. 1-43). Remito en particular a la contribución de Harald Buchinger, «Hosanna dem Sohne Davids!». Zur Liturgie des Palmsonntags, pp. 35-43. Pero en el momento de la publicación de este fascículo ya estaba redactado el primer capítulo de esta segunda parte.
— Rudolf Pesch, Das Markusevangelium, Zweiter Teil [Herders theologischer Kommentar zum Neuen Testament, vol. II, 2], Friburgo 1977.
— Eduard Lohse, art. «hōsanna», en: Theologisches Wörterbuch zum Neuen Testament, vol. IX, Gerhard Friedrich (ed.), Kohlhammer, Stuttgart 1973, pp. 682ss.
— Sobre la purificación del templo, además de los comentarios: Vittorio Messori, Patì sotto Ponzio Pilato?, SEI, Turín 1992, pp. 190-199 (trad. esp. ¿Padeció bajo Poncio Pilato?, Rialp, Madrid 19983).
— Martin Hengel, Die Zeloten. Untersuchungen zur jüdischen Freiheitsbewegung in der Zeit von Herodes I. bis 70 n. Chr., Brill, Leiden – Köln 19762.
— Id., War Jesus Revolutionär?, Calwer Hefte 110, Calwer Verlag, Stuttgart 19734. Con más indicaciones bibliográficas.
— Ulrich Wilckens, Theologie des Neuen Testaments, op. cit. (cf. bibliografía general), vol. I, 2, pp. 59-65.


2. DISCURSO ESCATOLÓGICO DE JESÚS


Con mi exposición sobre el discurso escatológico de Jesús trato de desarrollar, profundizar y —donde es necesario— corregir el análisis que he presentado antes en mi escatología de 1977 (nueva edición: Eschatologie – Tod und ewiges Leben, Pustet, Ratisbona 2007 (trad. esp. Escatología. La muerte y la vida eterna, Herder, Barcelona 2007).

— Flavio Josefo, De bello Judaico. Der Jüdische Krieg. Edición bilingüe en griego y alemán, editado por Otto Michel y Otto Bauernfeind, VI, 299s (cit. según: vol. II, 2), Múnich 1969, pp. 52s; notas pp. 179-190 (trad. esp. La guerra de los judíos, Gredos, Madrid 1997-1999).
— Alexander Mittelstaedt, Lukas als Historiker. Zur Datierung des lukanischen Doppel werkes, Francke, Tubinga 2006, pp. 49-164.
— Joachim Gnilka, Die Nazarener und der Koran. Eine Spurensuche, Herder, Friburgo 2007.
— Gregorio Nacianceno, Die fünf theologischen Reden, edición y comentario de Joseph Barbel, Patmos, Düsseldorf 1963 (cit.: Barbel).
— Sobre Rm 3,23: Ulrich Wilckens, Theologie des Neuen Testaments, op. cit. (cf. bibliografía general), vol. I,3 y II,1.
— Bernardo de Claraval, De consideratione ad Eugenium Papam, en: Sämtliche Werke, lateinisch/deutsch, Gerhard B. Winkler (ed.), Tyrolia, Innsbruck 1990-99; vol. I (1990), pp. 611-827; notas de Hildegard Brem pp. 829-841 (cit.: Winkler I) (trad. esp. Obras completas de San Bernardo, BAC, Madrid 1986).
— Para el significado del judaísmo post-bíblico: Franz Mußner, Dieses Geschlecht wird nicht vergehen. Judentum und Kirche, Herder, Friburgo 1991.


3. EL LAVATORIO DE LOS PIES


— Para el tema «pureza-purificación» remito al importante artículo «Reinheit/Reinigung» en: Historisches Wörterbuch der Philosophie, Joachim Ritter y Karlfried Gründer (eds.), vol. 8, Schwabe, Basilea 1992, coll. 531-553; en particular II, 1 Griechische Antike (Martin Arndt), II, 2, Judentum (Maren Niehoff), III, 1, Neues Testament (Martin Arndt), III, 2, Patristik (Rita Sturlese).
— Para Plotino remito a Giovanni Reale, Storia della filosofia greca e romana, vol. 8: Plotino e il neoplatonismo pagano, Bompiani, Milán 2004, pp. 19-186.
— Rudolf Schnackenburg, Das Johannesevangelium, Dritter Teil [Herders theologischer Kommentar zum Neuen Testament, vol. IV, 3], Herder, Friburgo 1975, pp. 6-53 (trad. esp. El Evangelio según San Juan, Herder, Barcelona 1980-1987).
— Charles K. Barrett, The Gospel According to St. John, Westminster, Philadelphia 1978; citado según la edición alemana: Das Evangelium nach Johannes [Kritisch-exegetischer Kommentar über das Neue Testament], Sonderband, Vandenhoeck & Ruprecht, Gotinga 1990.
— Franz Mußner, Der Jakobusbrief [Herders theologischer Kommentar zum Neuen Testament, vol. XIII, 1], Friburgo 1964, pp. 225-230.


4. LA ORACIÓN SACERDOTAL DE JESÚS


— André Feuillet, Le sacerdoce du Christ et de ses ministres d'après la prière sacerdotal du quatrième évangile et plusieurs données parallèles du Nouveau Testament, Éditions de Paris, 1972.
— El comentario Der Hebräerbrief, übersetzt und erklärt von Knut Backhaus (Regensburger Neues Testament), Pustet, Ratisbona 2009. Lamentablemente, este comentario no estaba disponible cuando se redactó este capítulo.
— Rudolf Bultmann, Das Evangelium des Johannes [Kritisch-exegetischer Kommentar über das Neue Testament, vol. 2], Vandenhoeck & Ruprecht, Gotinga, citado aquí según la 14a edición de 1956.
— Rudolf Schnackenburg, Das Johannesevangelium, Zweiter Teil und Dritter Teil [Herders Theologischer Kommentar zum Neuen Testament], Friburgo (vol. IV, 2, 1971; vol. IV, 3, 1975) (trad. esp. El Evangelio según San Juan, Herder, Barcelona 1980-1987).
— Para el tema del «Nombre» en el AT, cf. el artículo «šem» de Heinz-Josef Fabry y Friedrich V. Reiterer, en: Theologisches Wörterbuch zum Alten Testament, Heinz-Josef Fabry y Helmer Ringgren (eds.), vol. VIII, Kohlhammer, Stuttgart 1995, coll. 122-176; además, Hans Bietenhard, el artículo «ónoma», en Theologisches Wörterbuch zum Neuen Testament, vol. V, Gerhard Friedrich (ed.), Kohlhammer, Stuttgart 1954, pp. 242-283.
— Basil Studer, Gott und unsere Erlösung im Glauben der Alten Kirche, Patmos, Düsseldorf 1985.


5. LA ÚLTIMA CENA


— Annie Jaubert, «La date de la dernière Cène», en: Revue de l'histoire des religions 146 (1954), 140-173; id, La date de la Cène. Calendrier biblique et liturgie chrétienne, J. Gabalda & Cie, París 1957.
— Alberto Giglioli, «Il giorno dell'ultima Cena e l'anno della morte di Gesù», en: Rivista Biblica 10 (1962) 156-181.
— De la inmensa literatura sobre la fecha de la Última Cena y la muerte de Jesús quisiera mencionar solamente la exposición —excelente por la meticulosidad y precisión— que John P. Meier ha presentado en el primer volumen de su libro sobre Jesús, A Marginal Jew. Rethinking the Historical Jesus, I: The Roots of the Problem and the Person, Doubleday, Nueva York 1991, pp 372-433 (trad. esp.: Un judío marginal. Nueva visión del Jesús histórico, vol. I. Las raíces del problema y de la persona, Verbo Divino, Estella 19986).
— Respecto al contenido de la tradición acerca de la Última Cena me han sido particularmente valiosos los diversos estudios de Rudolf Pesch. Junto a su comentario Das Markus evangelium, Zweiter Teil, op. cit. (cf. bibliografía cap. 1), quisiera recordar: Das Abend mahl und Jesu Todesverständnis [Quaestiones disputatae, vol. 80], Herder, Friburgo 1978; Das Evangelium in Jerusalem, en: Das Evangelium und die Evangelien. Vorträge vom Tübinger Simposium 1982, Peter Stuhlmacher (ed.), Mohr Siebeck, Tubinga 1983, pp. 113-155.
— Es siempre importante: Joachim Jeremias, Die Abendmahlsworte Jesu, Vandenhoeck & Ruprecht, Gotinga 1935 (19674) (trad. esp. La Última Cena. Palabras de Jesús, Cristiandad, Madrid 1980).
— Erik Peterson, Die Kirche, en: Theologische Traktakte, Ausgewählte Schriften, vol. I, Barbara Nichtweiß (ed.), Echter, Würzburg 1994, pp. 245-257 (trad. esp. Tratados teológicos, Cristiandad, Madrid 1966).
— Louis Bouyer, Eucharistie. Théologie et spiritualité de la prière eucharistique, Desclée, París 1966; nueva edición: Cerf, París 2009 (trad. esp. Eucaristía, Herder, Barcelona 1969).
— Peter Fiedler, «Sünde und Vergebung im Christentum», en: Internationale Zeitschrift für Theologie Concilium 10 (1974) 568-571.
— Dietrich Bonhoeffer, Nachfolge, Kaiser, Múnich 1937; ahora en: Werke, vol. 4, Gütersloher Verlagshaus 2008, capítulo 1 (trad. esp. El precio de la Gracia, Sígueme, Salamanca 1968).
— Ulrich Wilckens, Theologie des Neuen Testaments, op. cit. (cf. bibliografía general), vol. I, 2, pp. 77-85.
— Norbert Baumert y Maria-Irma Seewann, «Eucharistie "für alle" oder "für viele"»?, en: Gregorianum 89 (2008), 501-532.
— Ferdinand Kattenbusch, «Der Quellort der Kirchenidee», en: Harnack-Ehrung. Beiträge zur Kirchengeschichte, ihrem Lehrer Adolf von Harnack zu seinem siebzigsten Geburtstage dargebracht von einer Reihe seiner Schüler, J. C. Hinrichs, Leipzig 1921, pp. 143-172.
— Willy Rordorf, Sabbat und Sonntag in der Alten Kirche, Theologischer Verlag, Zúrich 1972; id, Lex orandi-lex credendi. Gesammelte Aufsätze zum 60 Geburtstag, Editorial de la Universidad de Friburgo (Suiza) 1993, en particular pp. 1-51.
— Josef Andreas Jungmann SJ, Messe im Gottesvolk. Ein nachkonziliarer Durchblick durch Missarum Sollemnia, Herder, Friburgo 1970.
— Apenas concluida la redacción de este capítulo apareció el pequeño volumen, elaborado más profundamente, de Manfred Hauke: «Für viele vergossen». Studie zur sinngetreuen Wiedergabe des pro multis in den Wandlungsworten, Dominus-Verlag, Augsburgo 2008.


6. GETSEMANÍ


— Para las indicaciones sobre Getsemaní: Gerhard Kroll, Auf den Spuren Jesu, St. Benno, Leipzig 19755.
— Alois Stöger, Das Evangelium nach Lukas, 2. Teil, Geistliche Schriftlesung, vol. 3,2, Patmos, Düsseldorf 1966 (trad. esp. El Evangelio según San Lucas, Herder, Barcelona 1975).
— Rudolf Bultmann, Das Evangelium des Johannes, op. cit. (cf. bibliografía cap. 4).
— Para el Concilio de Calcedonia: Alois Grillmeier, Jesus der Christus im Glauben der Kirche, vol. I: Von der Apostolischen Zeit bis zum Konzil von Chalcedon (451), Herder, Friburgo 1979; para los desarrollos post-conciliares, vol. II, 1-4, 1986-2002, en particular vol. II, 1 (1986): Das Konzil von Chalcedon (451). Rezeption und Widerspruch (451-518) (trad. esp., vol. I, Cristo en la tradición cristiana: desde el tiempo apostólico hasta el Concilio de Calcedonia (451), Sígueme, Salamanca 1997).
— La compleja historia de la recepción del Concilio de Calcedonia ha sido presentada de manera sólida y precisa por Hans Georg Beck, «Die frühbyzantinische Kirche», en: Handbuch der Kirchengeschichte, Hubert Jedin (ed.), vol. II, 2, Herder, Friburgo 1975, pp. 1-92 (trad. esp. Manual de historia de la Iglesia, t. II, Herder, Barcelona 1980).
— Sobre Máximo el Confesor: Christoph Schönborn, Die Christus-Ikone. Eine theologische Hinführung, Novalis, CH-Quern-Neukirchen 1984, pp. 107-138 (trad. esp. El icono de Cristo, Encuentro Ediciones, Madrid 1999), y también François-Marie Léthel, Théologie de l'agonie du Christ. La liberté humaine du Fils de Dieu et son importance sotériologique mise en lumière par saint Maxime le Confesseur, Beauchesne, París 1979.
— Joachim Jeremias,Abba. Studien zur neutestamentlichen Theologie - und Zeitgeschichte, Vandenhoeck & Ruprecht, Gotinga 1966 (trad. esp. Abba y el mensaje central del Nuevo Testamento, Sígueme, Salamanca 2005).
— Para la teología del Monte de los Olivos es importante: François Dreyfus, Jésus savait-el qu'il était Dieu?, Cerf, París 1984 (trad. esp. ¿Sabía Jesús que era Dios?, Universidad Iberoamericana, México 1987).
— Albert Vanhoye, Accogliamo Cristo nostro sommo sacerdote. Esercizi Spirituali predicati in Vaticano 10-16 febbraio 2008, Libreria Editrice Vaticana, Città del Vaticano 2008 (trad. esp. Acojamos a Cristo, nuestro sumo sacerdote: ejercicios espirituales con Benedicto XVI, Ediciones San Pablo, Madrid 2010).
— Adolf von Harnack, «Zwei alte dogmatische Korrekturen im Hebräerbrief», en: Sitzungsberichte der Preußischen Akademie der Wissenschaften, Berlín 1929, pp. 69-73, en particular, p. 71; por otro lado, cf. la interpretación profunda del texto de Hb 5,7-10 en Knut Backhaus, Der Hebräerbrief, op. cit. (cf. bibliografía cap. 4), pp. 206-211.


7. EL PROCESO DE JESÚS


— La obra clásica sobre el proceso a Jesús sigue siendo: Josef Blinzler, Der Prozess Jesu, Pustet, Ratisbona 19694 (trad. esp. El proceso de Jesús, Editorial Litúrgica Española, Barcelona 1959).
— Por lo que se refiere a las cuestiones históricas, me atengo esencialmente a Martin Hengel y Anna Maria Schwemer, Jesus und das Judentum, op. cit. (cf. bibliografía general), pp. 587-611.
— Intuiciones importantes se encuentran en Franz Mußner, Die Kraft der Wurzel. Judentum-Jesus-Kirche, Herder, Friburgo 1987, especialmente pp. 125-136.
— Sobre la versión joánica del proceso y la cuestión acerca de la verdad, me ha servido de ayuda: Thomas Söding, «Die Macht der Wahrheit und das Reich der Freiheit. Zur johanneischen Deutung des Pilatus-Prozesses», en: Zeitschrift für Theologie und Kirche 93 (1996), 35-58.
— Gerhard von Rad, Theologie des Alten Testaments, vol. I: Die Theologie der geschichtlichen Überlieferungen Israels, Chr. Kaiser, Múnich 1957 (trad. esp. Teología del Antiguo Testamento, vol. I, Sígueme, Salamanca 2002).
— Charles K. Barrett, Das Evangelium nach Johannes, op. cit. (cf. bibliografía cap. 3).
— Rudolf Pesch, Das Markusevangelium, Zweiter Teil, op. cit. (cf. bibliografía cap. 1), pp. 461-467.
— Joachim Gnilka, Das Matthäusevangelium, Zweiter Teil [Herders theologischer Kommentar zum Neuen Testament, vol. I, 2], Friburgo 1988.
— Francis S. Collins, The Language of God. A Scientist Presents Evidence for Belief, Free Press, Nueva York 2006; citado según la edición alemana: Gott und die Gene. Ein Naturwissenschaftler begründet seinen Glauben, Gütersloher Verlagshaus 2007 (trad. esp. ¿Cómo habla Dios?, Ediciones Temas de Hoy, Madrid 2007).


8. CRUCIFIXIÓN Y SEPULTURA DE JESÚS


— Un análisis conmovedor de Is 53 en: Marius Reiser, Bibelkritik und Auslegung der Heiligen Schrift, op. cit. (cf. bibliografía general), pp. 337-346.
— También acerca de Platón y el Libro de la Sabiduría, cf. Reiser, pp. 347-353.
— Para la inscripción sobre la cruz: Ferdinand Hahn, Christologische Hoheitstitel. Ihre Geschichte im frühen Christentum, Vandenhoeck & Ruprecht, Gotinga 19663, pp. 195s.
— Para las teologías modernas sobre el dolor de Dios y el sufrimiento de Jesús a causa de la lejanía de Dios, remito a: Jürgen Moltmann, Der gekreuzigte Gott. Das Kreuz Christi als Grund und Kritik christlicher Theologie, Kaiser, Múnich 1972 (trad. esp. El Dios crucificado, Sígueme, Salamanca 2010), y a: Hans Urs von Balthasar, Theodramatik, vol. IV: Das Endspiel, Johannes Verlag, Einsiedeln 1983 (trad. esp. Teodramática, vol. V: El último acto, Encuentro, Madrid 1997).
— Rudolf Bultmann, Das Verhältnis der urchristlichen Christusbotschaft zum historischen Jesus, Winter, Heidelberg 1960.
— Rudolf Pesch, Das Markusevangelium, Zweiter Teil, op. cit. (cf. bibliografía cap. I, pp. 468-503).
— Rudolf Schnackenburg, Das Johannesevangelium, Dritter Teil, op. cit. (cf. bibliografía cap. 3), pp. 310-352.
— Para la cuestión mariana: Storia della mariologia, vol. 1: Dal modello biblico al modello letterario, Enrico dal Covolo y Arístides Serra (eds.), Città Nuova-Marianum, Roma 2009, pp. 105-127.
— Para la última parte: Joseph Ratzinger, Gesammelte Schriften, vol. 11: Theologie der Liturgie, Herder, Friburgo 2008 (trad. esp. La esencia de la liturgia: una introducción, Cristiandad, Madrid 2001).


9. LA RESURRECCIÓN DE JESÚS DE ENTRE LOS MUERTOS


— Para las cuestiones exegéticas (tradición en forma de confesión, apariciones, etc.), es fundamental: Béda Rigaux, Dieu l'a ressuscité. Exégèse et théologie biblique, Duculot, Gembloux 1973.
— Es importante también: Franz Mußner, Die Auferstehung Jesu, Kösel, Múnich 1969 (trad. esp. La resurrección de Jesús, Sal Terrae, Santander 1971).
— Reflexiones útiles en: Thomas Söding, Der Tod ist tot, das Leben lebt. Ostern zwischen Skepsis und Hoffnung, Matthias Grünewald, Ostfildern 2008.
— Un primer análisis de 1 Co 15, que sigo esencialmente también aquí, lo he presentado en mi pequeño volumen Der Gott Jesu Christi. Betrachtungen über den Dreieinigen Gott, Kösel, Múnich 1976, pp. 76-84; nueva edición 2006 (trad. esp. El Dios de Jesucristo, Sígueme, Salamanca 1980).
— Josef Blank, Paulus und Jesus. Eine theologische Grundlegung [Studien zum Alten und Neuen Testament, vol. 18], Kösel, Múnich 1968.
— Rudolf Bultmann, Neues Testament und Mythologie. Das Problem der Entmythologisierung der neutestamentlichen Verkündigung, Kaiser, Múnich 1941 (reimpresión 1985).
— Hartmut Gese, «Die Frage des Weltbildes», en: id., Zur biblischen Theologie. Alttestamentliche Vorträge [Beiträge zur evangelischen Theologie, vol. 78], Kaiser, Múnich 1977, pp. 202-222.
— Hans Conzelmann, Zur Analyse der Bekenntnisformel I. Kor. 15,3-5, en: Evangelische Theologie 25 (1965) 1-11, particularmente pp. 7s; también en: id., Theologie als Schriftauslegung. Aufsätze zum Neuen Testament [Beiträge zur evangelischen Theologie, vol. 65], Kaiser, Múnich 1974, pp. 131-141, particularmente pp. 137s.
— Martin Hengel y Anna Maria Schwemer, Jesus und das Judentum, op. cit. (cf. bibliografía general).
— Friedrich Hauck, art. «alalázō», en: Theologisches Wörterbuch zum Neuen Testament, vol. I, Gerhard Kittel (ed.), Kohlhammer, Stuttgart 1933, pp. 228s.
— Quisiera remitir además a las obras de comentario, en particular a Ulrich Wilckens, Theologie des Neuen Testaments, op. cit. (cf. bibliografía general, vol. I, 2, pp. 107-160).





1


ENTRADA EN JERUSALÉN Y PURIFICACIÓN DEL TEMPLO








1. ENTRADA EN JERUSALÉN


El Evangelio de Juan refiere que Jesús celebró tres fiestas de Pascua durante el tiempo de su vida pública: una primera en relación con la purificación del templo (2,13-25); otra con ocasión de la multiplicación de los panes (6,4); y, finalmente, la Pascua de la muerte y resurrección (p. ej. 12,1; 13,1), que se ha convertido en «su» gran Pascua, en la cual se funda la fiesta cristiana, la Pascua de los cristianos. Los Sinópticos han transmitido información solamente de una Pascua: la de la cruz y la resurrección; para Lucas, el camino de Jesús se describe casi como un único subir en peregrinación desde Galilea hasta Jerusalén.
   Es ante todo una «subida» en sentido geográfico: el Mar de Galilea está aproximadamente a 200 metros bajo el nivel del mar, mientras que la altura media de Jerusalén es de 760 metros sobre el nivel del mar. Como peldaños de esta subida, cada uno de los Sinópticos nos ha transmitido tres profecías de Jesús sobre su Pasión, aludiendo con ello también a la subida interior, que se va desarrollando a lo largo del camino exterior: el ir caminando hacia el templo como el lugar donde Dios quiso «establecer» su nombre, como se describe en el Libro del Deuteronomio (12,11; 14,23).
   La última meta de esta «subida» de Jesús es la entrega de sí mismo en la cruz, una entrega que reemplaza los sacrificios antiguos; es la subida que la Carta a los Hebreos califica como un ascender, no ya a una tienda hecha por mano de hombre, sino al cielo mismo, es decir, a la presencia de Dios (9,24). Esta ascensión hasta la presencia de Dios pasa por la cruz, es la subida hacia el «amor hasta el extremo» (cf. Jn 13,1), que es el verdadero monte de Dios.
   Naturalmente, la meta inmediata de la peregrinación de Jesús es Jerusalén, la Ciudad Santa con su templo y la «Pascua de los judíos», como la llama Juan (2,13). Jesús se había puesto en camino junto con los Doce, pero poco a poco se fue uniendo a ellos un grupo creciente de peregrinos; Mateo y Marcos nos dicen que, ya al salir de Jericó, había una «gran muchedumbre» que seguía a Jesús (Mt 20,29; cf. Mc 10,46).
   En este último tramo del recorrido hay un episodio que aumenta la expectación por lo que está a punto de ocurrir, y que pone a Jesús de un modo nuevo en el centro de atención de quienes lo acompañan. Un mendigo ciego, llamado Bartimeo, está sentado junto al camino. Se entera de que entre los peregrinos está Jesús y entonces se pone a gritar sin cesar: «Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí» (Mc 10,47). En vano tratan de tranquilizarlo y, al final, Jesús le invita a que se acerque. A su súplica —«Rabbuní, ¡que pueda ver!»—, Jesús le contesta: «Anda, tu fe te ha curado».
   Bartimeo recobró la vista «y le seguía por el camino» (Mc 10,48-52). Una vez que ya podía ver, se unió a la peregrinación hacia Jerusalén. De repente, el tema «David», con su intrínseca esperanza mesiánica, se apoderó de la muchedumbre: este Jesús con el que iban de camino ¿no será acaso verdaderamente el nuevo David? Con su entrada en la Ciudad Santa, ¿no habrá llegado la hora en que Él restablezca el reino de David?

Los preparativos que Jesús dispone con sus discípulos hacen crecer esta expectativa. Jesús llega al Monte de los Olivos desde Betfagé y Betania, por donde se esperaba la entrada del Mesías. Manda por delante a dos discípulos, diciéndoles que encontrarían un borrico atado, un pollino, que nadie había montado. Tienen que desatarlo y llevárselo; si alguien les pregunta el porqué, han de responder: «El Señor lo necesita» (Mc 11,3; Lc 19,31). Los discípulos encuentran el borrico, se les pregunta —como estaba previsto— por el derecho que tienen para llevárselo, responden como se les había ordenado y cumplen con el encargo recibido. Así, Jesús entra en la ciudad montado en un borrico prestado, que inmediatamente después devolverá a su dueño.
   Todo esto puede parecer más bien irrelevante para el lector de hoy, pero para los judíos contemporáneos de Jesús está cargado de referencias misteriosas. En cada uno de los detalles está presente el tema de la realeza y sus promesas. Jesús reivindica el derecho del rey a requisar medios de transporte, un derecho conocido en toda la antigüedad (cf. Pesch, Markusevangelium, II, p. 180). El hecho de que se trate de un animal sobre el que nadie ha montado todavía remite también a un derecho real. Y, sobre todo, se hace alusión a ciertas palabras del Antiguo Testamento que dan a todo el episodio un sentido más profundo.
   En primer lugar, las palabras de Génesis 49,10s, la bendición de Jacob, en las que se asigna a Judá el cetro, el bastón de mando, que no le será quitado de sus rodillas «hasta que llegue aquel a quien le pertenece y a quien los pueblos deben obediencia». Se dice de Él que ata su borriquillo a la vid (49,11). Por tanto, el borrico atado hace referencia al que tiene que venir, al cual «los pueblos deben obediencia».
   Más importante aún es Zacarías 9,9, el texto que Mateo y Juan citan explícitamente para hacer comprender el «Domingo de Ramos»: «Decid a la hija de Sión: mira a tu rey, que viene a ti humilde, montado en un asno, en un pollino, hijo de acémila» (Mt 21,5; cf. Za 9,9; Jn 12,15). Ya hemos reflexionado ampliamente sobre el sentido de estas palabras del profeta para comprender la figura de Jesús al comentar la bienaventuranza de los humildes, de los mansos (cf. primera parte, pp. 108-112). Él es un rey que rompe los arcos de guerra, un rey de la paz y un rey de la sencillez, un rey de los pobres. Y hemos visto, en fin, que gobierna un reino que se extiende de mar a mar y abarca toda la tierra (cf. ibíd., p. 109); esto nos ha recordado el nuevo reino universal de Jesús que, en las comunidades de la fracción del pan, es decir, en la comunión con Jesucristo, se extiende de mar a mar como reino de su paz (cf. ibíd., p. 112). Todo esto no podía verse entonces, pero lo que, oculto en la visión profética, había sido apenas vislumbrado desde lejos, resulta evidente en retrospectiva.
   Por ahora retengamos esto: Jesús reivindica, de hecho, un derecho regio. Quiere que se entienda su camino y su actuación sobre la base de las promesas del Antiguo Testamento, que se hacen realidad en Él. El Antiguo Testamento habla de Él, y viceversa: Él actúa y vive de la Palabra de Dios, no según sus propios programas y deseos. Su exigencia se funda en la obediencia a los mandatos del Padre. Sus pasos son un caminar por la senda de la Palabra de Dios. Al mismo tiempo, la referencia a Zacarías 9,9 excluye una interpretación «zelote» de la realeza: Jesús no se apoya en la violencia, no emprende una insurrección militar contra Roma. Su poder es de carácter diferente: reside en la pobreza de Dios, en la paz de Dios, que Él considera el único poder salvador.

Volvamos al desarrollo de la narración. Cuando se lleva el borrico a Jesús, ocurre algo inesperado: los discípulos echan sus mantos encima del borrico; mientras Mateo (21,7) y Marcos (11,7) dicen simplemente que «Jesús se montó», Lucas escribe: «Y le ayudaron a montar» (19,35). Ésta es la expresión usada en el Primer Libro de los Reyes cuando narra el acceso de Salomón al trono de David, su padre. Allí se lee que el rey David ordena al sacerdote Zadoc, al profeta Natán y a Benaías: «Tomad con vosotros los veteranos de vuestro señor, montad a mi hijo Salomón sobre mi propia mula y bajadle a Guijón. El sacerdote Zadoc y el profeta Natán lo ungirán allí como rey de Israel…» (1,33s).
   También el echar los mantos tiene su sentido en la realeza de Israel (cf. 2 R 9,13). Lo que hacen los discípulos es un gesto de entronización en la tradición de la realeza davídica y, así, también en la esperanza mesiánica que se ha desarrollado a partir de ella. Los peregrinos que han venido con Jesús a Jerusalén se dejan contagiar por el entusiasmo de los discípulos; ahora alfombran con sus mantos el camino por donde pasa. Cortan ramas de los árboles y gritan palabras del Salmo 118, palabras de oración de la liturgia de los peregrinos de Israel que en sus labios se convierten en una proclamación mesiánica: «¡Hosanna, bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Bendito el Reino que llega, el de nuestro padre David! ¡Hosanna en las alturas!» (Mc 11,9s; cf. Sal 118,25s).
   Esta aclamación la han transmitido los cuatro evangelistas, aunque con sus variantes específicas. Estas diferencias no son irrelevantes para la historia de la transmisión y la visión teológica de cada uno de los evangelistas, pero no es necesario que nos ocupemos aquí de ellas. Tratamos solamente de comprender las líneas esenciales de fondo, teniendo en cuenta, además, que la liturgia cristiana ha acogido este saludo, interpretándolo a la luz de la fe pascual de la Iglesia.
   Ante todo, aparece la exclamación: «¡Hosanna!». Originalmente, ésta era una expresión de súplica, como: «¡Ayúdanos!». En el séptimo día de la fiesta de las Tiendas, los sacerdotes, dando siete vueltas en torno al altar del incienso, la repetían monótonamente para implorar la lluvia. Pero, así como la fiesta de las Tiendas se transformó de fiesta de súplica en una fiesta de alegría, la súplica se convirtió cada vez más en una exclamación de júbilo (cf. Lohse, ThWNT, IX, p. 682).
   La palabra había probablemente asumido también un sentido mesiánico ya en los tiempos de Jesús. Así, podemos reconocer en la exclamación «¡Hosanna!» una expresión de múltiples sentimientos, tanto de los peregrinos que venían con Jesús como de sus discípulos: una alabanza jubilosa a Dios en el momento de aquella entrada; la esperanza de que hubiera llegado la hora del Mesías, y al mismo tiempo la petición de que fuera instaurado de nuevo el reino de David y, con ello, el reinado de Dios sobre Israel.

La palabra siguiente del Salmo 118, «bendito el que viene en el nombre del Señor», perteneció en un primer tiempo, como se ha dicho, a la liturgia de Israel para los peregrinos y con ella se los saludaba a la entrada de la ciudad o del templo. Lo demuestra también la segunda parte del versículo: «Os bendecimos desde la casa del Señor». Era una bendición que los sacerdotes dirigían y casi imponían sobre los peregrinos a su llegada. Pero con el tiempo la expresión «que viene en el nombre del Señor» había adquirido un sentido mesiánico. Más aún, se había convertido incluso en la denominación de Aquel que había sido prometido por Dios. De este modo, de una bendición para los peregrinos la expresión se transformó en una alabanza a Jesús, al que se saluda como al que viene en nombre de Dios, como el Esperado y el Anunciado por todas las promesas.
   La referencia específicamente davídica, que se encuentra solamente en el texto de Marcos, nos presenta tal vez en su modo más originario la expectativa de los peregrinos en aquellos momentos. Lucas, que escribe para los cristianos procedentes del paganismo, ha omitido completamente el «Hosanna» y la referencia a David, reemplazándola con una exclamación que alude a la Navidad: «¡Paz en el cielo y gloria en las alturas!» (19,38; cf. 2,14). De los tres Evangelios sinópticos, pero también de Juan, se deduce claramente que la escena del homenaje mesiánico a Jesús tuvo lugar al entrar en la ciudad, y que sus protagonistas no fueron los habitantes de Jerusalén, sino los que acompañaban a Jesús entrando con Él en la Ciudad Santa.
   Mateo lo da a entender de la manera más explícita, añadiendo después de la narración del Hosanna dirigido a Jesús, hijo de David, el comentario: «Al entrar en Jerusalén, toda la ciudad preguntaba alborotada: "¿Quién es éste?". La gente que venía con él decía: "Es Jesús, el profeta de Nazaret de Galilea"» (21,10s). El paralelismo con el relato de los Magos de Oriente es evidente. Tampoco entonces se sabía nada en la ciudad de Jerusalén sobre el rey de los judíos que acababa de nacer; esta noticia había dejado a Jerusalén «trastornada» (Mt 2,3). Ahora se «alborota»: Mateo usa la palabra eseísthe (seíō), que expresa el estremecimiento causado por un terremoto.
   Algo se había oído hablar del profeta que venía de Nazaret, pero no parecía tener ninguna relevancia para Jerusalén, no era conocido. La multitud que homenajeaba a Jesús en la periferia de la ciudad no es la misma que pediría después su crucifixión. En esta doble noticia sobre el no reconocimiento de Jesús —una actitud de indiferencia y de inquietud a la vez—, hay ya una cierta alusión a la tragedia de la ciudad, que Jesús había anunciado repetidamente, y de modo más explícito en su discurso escatológico.
   Pero en Mateo hay también otro texto importante, exclusivamente suyo, sobre la acogida de Jesús en la Ciudad Santa. Después de la purificación del templo, algunos niños repiten en el templo las palabras del homenaje a Jesús: «¡Hosanna al hijo de David!» (21,15). Jesús defiende la aclamación de los niños ante los «sumos sacerdotes y los escribas» haciendo referencia al Salmo 8,3: «De la boca de los niños y de los que aún maman has sacado una alabanza». Volveremos de nuevo sobre esta escena en la reflexión sobre la purificación del templo. Tratemos aquí de comprender lo que Jesús ha querido decir con la referencia al Salmo 8, una alusión con la cual ha abierto una vasta perspectiva histórico-salvífica.
   Lo que quería decir resulta muy claro si recordamos el episodio sobre los niños presentados a Jesús «para que los tocara», descrito por todos los evangelistas sinópticos. Contra la resistencia de los discípulos, que quieren defenderlo frente a esta intromisión, Jesús llama a los niños, les impone las manos y los bendice. Y explica luego este gesto diciendo: «Dejad que los niños se acerquen a mí: no se lo impidáis; de los que son como ellos es el Reino de Dios. Os aseguro que el que no acepte el Reino de Dios como un niño, no entrará en él» (Mc 10,13-15). Los niños son para Jesús el ejemplo por excelencia de ese ser pequeño ante Dios que es necesario para poder pasar por el «ojo de una aguja», a lo que hace referencia el relato del joven rico en el pasaje que sigue inmediatamente después (Mc 10,17-27).
   Poco antes había ocurrido el episodio en el que Jesús reaccionó a la discusión sobre quién era el más importante entre los discípulos poniendo en medio a un niño, y abrazándole dijo: «El que acoge a un niño como éste en mi nombre, me acoge a mí» (Mc 9,33-37). Jesús se identifica con el niño, Él mismo se ha hecho pequeño. Como Hijo, no hace nada por sí mismo, sino que actúa totalmente a partir del Padre y de cara a Él.
   Si se tiene en cuenta esto, se entiende también la perícopa siguiente, en la cual ya no se habla de niños, sino de los «pequeños»; y la expresión «los pequeños» se convierte incluso en la denominación de los creyentes, de la comunidad de los discípulos de Jesús (cf. Mc 9,42). Han encontrado este auténtico ser pequeño en la fe, que reconduce al hombre a su verdad.
   Volvemos con esto al «Hosanna» de los niños. A la luz del Salmo 8, la alabanza de los niños aparece como una anticipación de la alabanza que sus «pequeños» entonarán en su honor mucho más allá de esta hora.

En este sentido, con buenas razones, la Iglesia naciente pudo ver en dicha escena la representación anticipada de lo que ella misma hace en la liturgia. Ya en el texto litúrgico post-pascual más antiguo que conocemos —en la Didaché, en torno al año 100—, antes de la distribución de los sagrados dones aparece el «Hosanna» junto con el «Maranatha»: «¡Venga la gracia y pase este mundo! ¡Hosanna al Dios de David! ¡Si alguno es santo, venga!; el que no lo es, se convierta. ¡Maranatha! Amén» (10,6).
   También el Benedictus fue incluido muy pronto en la liturgia: para la Iglesia naciente el «Domingo de Ramos» no era una cosa del pasado. Así como entonces el Señor entró en la Ciudad Santa a lomos del asno, así también la Iglesia lo veía llegar siempre nuevamente bajo la humilde apariencia del pan y el vino.
   La Iglesia saluda al Señor en la Sagrada Eucaristía como el que ahora viene, el que ha hecho su entrada en ella. Y lo saluda al mismo tiempo como Aquel que sigue siendo el que ha de venir y nos prepara para su venida. Como peregrinos, vamos hacia Él; como peregrino, Él sale a nuestro encuentro y nos incorpora a su «subida» hacia la cruz y la resurrección, hacia la Jerusalén definitiva que, en la comunión con su Cuerpo, ya se está desarrollando en medio de este mundo.


2. LA PURIFICACIÓN DEL TEMPLO


Marcos nos dice que Jesús, después de este recibimiento, fue al templo, lo estuvo observando todo y, siendo ya tarde, se fue a Betania, donde se alojaba aquella semana. Al día siguiente volvió al templo y empezó a echar fuera a los que vendían y compraban, «volcó las mesas de los cambistas y los puestos de los que vendían palomas» (11,15).
   Justifica su modo de obrar con una palabra del profeta Isaías, que Él integra con otra de Jeremías: «Mi casa se llama casa de oración para todos los pueblos. Vosotros, en cambio, la habéis convertido en cueva de bandidos» (Mc 11,17; cf. Is 56,7; Jr 7,11). ¿Qué es lo que hizo Jesús? ¿Qué quiso dar a entender con ello?

En la literatura exegética se pueden reconocer tres grandes líneas de interpretación que hemos de considerar brevemente.
   En primer lugar, la tesis según la cual la purificación del templo no significaba un ataque contra el templo como tal, sino que se refería sólo a los abusos. Ciertamente, los mercaderes tenían permiso de la autoridad judía, que sacaba de eso pingües beneficios. En este sentido, la actividad de los cambistas y de los comerciantes de ganado era legítima según las normas vigentes; también es comprensible que estuviera previsto el cambio de las monedas romanas en uso por la moneda del templo, precisamente en el patio de los gentiles, dado que las primeras debían considerarse idolátricas por llevar la imagen del emperador; y también que allí se vendieran los animales para el sacrificio. Pero esta mezcla entre templo y negocios no se correspondía con el planteamiento arquitectónico del templo, con el destino propio del patio de los gentiles.
   Con su intervención Jesús atacaba la normativa en vigor dispuesta por la aristocracia del templo, pero no violaba la Ley y los Profetas; al revés: contra una praxis profundamente corrupta que se había convertido en «derecho», reivindicaba el derecho esencial y verdadero, el derecho divino de Israel. Sólo así se explica por qué no intervino la policía del templo ni la cohorte romana que había en la fortaleza Antonia. Las autoridades del templo se limitaron a preguntar a Jesús qué autorización tenía para hacer lo que hizo.
   En este sentido, es justa la tesis, argumentada minuciosamente sobre todo por Vittorio Messori, según la cual Jesús actuó conforme a la ley en la purificación del templo, impidiendo un abuso respecto al templo. Pero, si de eso se quisiera sacar la conclusión de que Jesús «aparece como un simple reformador que defiende los preceptos judíos de santidad» (así Eduard Schweizer; cit. según Pesch, Markusevangelium, II, p. 200), no se valoraría bien el verdadero sentido del acontecimiento. Las palabras de Jesús demuestran que su reivindicación iba más al fondo, precisamente porque con su actuación pretendía dar cumplimiento a la Ley y los Profetas.

Llegamos así a una segunda explicación, que contrasta con la primera: la interpretación político-revolucionaria del acontecimiento. Ya en la Ilustración se habían producido intentos de interpretar a Jesús como un revolucionario político. Pero sólo la obra de Robert Eisler, Iesous Basileus ou Basileusas, publicada en dos volúmenes (Heidelberg 1929-1930), trató de demostrar coherentemente, basándose en el conjunto de los datos neotestamentarios, que «Jesús habría sido un revolucionario político de carácter apocalíptico: habría sido arrestado y ejecutado por los romanos por haber provocado una insurrección en Jerusalén» (Hengel, War Jesus Revolutionär?, p. 7). El libro causó una enorme sensación, pero, dada la situación particular de los años treinta no obtuvo en aquel tiempo un efecto duradero.
   Sólo en los años sesenta se formó el clima espiritual y político en el que una visión como ésta pudo desarrollar una fuerza explosiva. Entonces fue Samuel George Frederick Brandon, en su obra Jesus and the Zealots (Nueva York 1967), quien dio a la interpretación de Jesús como revolucionario político una aparente legitimación científica. Con eso, Jesús fue colocado en la línea del movimiento de los zelotes, que veía su fundamento bíblico en el sacerdote Pinjás, un nieto de Aarón: Pinjás traspasó con la lanza a un judío que se había juntado con una mujer idólatra. En aquel momento fue considerado como modelo de los «celantes» de la Ley, del culto ofrecido únicamente a Dios (cf. Nm 25).
   El movimiento zelote reconocía su origen concreto en la iniciativa del padre de los hermanos macabeos, Matatías, que, frente al intento de uniformar a Israel totalmente según el modelo de la cultura unitaria helenística, privándolo con eso también de su identidad religiosa, había afirmado: «No obedeceremos las órdenes del rey, desviándonos de nuestra religión a derecha ni a izquierda» (1 M 2,22). Esta palabra inició la insurrección contra la dictadura helenística. Matatías llevó a la práctica su palabra: mató al hombre que, siguiendo los decretos de las autoridades helenísticas, quería ofrecer públicamente sacrificios a los ídolos. «Al verlo, Matatías se indignó..., corrió a degollar a aquel hombre sobre el ara... en su celo por la Ley» (1 M 2, 24ss). De allí en adelante, la palabra «celo» (zēlos, en griego) fue el término clave para expresar la disponibilidad a comprometerse con la fuerza en favor de la fe de Israel, a defender el derecho y la libertad de Israel mediante la violencia.
   Según la tesis de Eisler y Brandon habría que colocar a Jesús en esta línea del «zēlos», de los zelotes, una tesis que en los años sesenta suscitó una oleada de teologías políticas y teologías de la revolución. Como prueba central de esta teoría se aducía entonces la purificación del templo, que habría sido evidentemente un acto de violencia, porque sin violencia ni siquiera habría podido ocurrir, aunque los evangelistas hayan tratado de ocultarlo. También el saludo a Jesús como hijo de David y fundador del reino davídico habría sido un acto político, y la crucifixión de Jesús por los romanos bajo la acusación de «rey de los judíos» demostraría plenamente que Él había sido un revolucionario —un zelote—, y como tal habría sido ajusticiado.