QUIÉN TE ESCRIBÍA, CERVANTES,
DIME QUIÉN ERA

 

 

 

 

 

QUIÉN TE ESCRIBÍA, CERVANTES, DIME QUIÉN ERA

Colección Medusa número 3

 

 

 

© del texto: los autores

© de la edición: Ediciones Azimut

© del prólogo: Loli Pérez

 

Diseño de cubierta, contracubierta: Ediciones Azimut

Maquetación eBook: ePubOnline

 

1a edición enero de 2017

ISBN: 978-84-946639-0-1

 

 

 

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Loli Pérez (coordinadora)

 

 

 

 

 

 

 

QUIÉN TE ESCRIBÍA, CERVANTES,
DIME QUIÉN ERA

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Ediciones Azimut
2016

 

 

 

PRÓLOGO

 

El 22 de abril de 1616, a la edad de sesenta y ocho años, fallecía en Madrid O. Miguel de Cervantes Saavedra, nuestro escritor más universal. Cuatrocientos años sin él, y su voz sigue presente entre nosotros, a través sus letras. Al leer El Quijote o cualquiera de sus obras, podemos sentir a ese autor implícito, que se frota las manos y ríe para sus adentros, con ese sentido del humor tan peculiar que supo imprimir a sus personajes. Un gran defensor de la libertad de la persona, ya fuera hombre o mujer.

En un principio, mi idea fue hacer una lectura colectiva como homenaje a nuestro insigne escritor. Los relatos fueron tomando forma, las letras se convirtieron en voz, y la fortuna ha querido que la voz quede impresa. Este libro homenaje nació con la consigna de escribir un relato corto, en el que se hiciera alusión a la vida u obra de Cervantes, donde atrevernos a jugar y experimentar con sus personajes, imaginarlos en esta época, con la libertad y la impronta que Cervantes dejara en cada uno de nosotros.

Encendimos el fuego, pusimos el caldero sobre la candela de la imaginación y se empezó a cocinar esta pócima de letras. Veintiún autores echamos nuestras historias al caldo de cocción. Hierven juntos títulos solidarios como Chalecos rojos a la deriva y Ceguera, personajes crecidos de una de las ejemplares que se convierten en amantes de una misma dama en Rinconete y Cortadillo Mix. No pueden faltar los Molinos de viento, que son diferentes, pero el loco los sigue viendo como gigantes, El despertar de una Dulcinea aturdida en otra época, la carta Loco de amor, o un Anuncio muy especial, que relata la voz de dos hermanas que ven por primera vez el mar, a la manera de Quijote y Sancho. En Quien busca, haya y Espejo, se descubre un preciado tesoro. En Consultorio y Sopa de pollo para el alma se parodia a los libros de autoayuda como si fueran de caballerías. Hay quien desde pequeño a fuerza de Hacerse el Quijote, lo consigue. De la vida de Cervantes se extraen unas hermosas Letras cautivas que producen el germen de la gran obra, y Silla vacía muestra a un escritor impaciente y temeroso de su rival literario. La falsedad tiene alas y vuela es un canto al amor, y en Disparate, brilla un Quijote que observa un programa de telerrealidad, como si estuviera siendo burlado en el palacio de los condes de Barcelona. Sueños, Don Alonso furioso y Aventuras de don Alonso y Pancho Lanza, protagonizados por personajes del ayer, trasladados al ahora, buscan un imposible, al igual que unos amigos que se lanzan a un viaje en autobús por La ruta del Quijote. No puede faltar Alonso enamorado y un poema, Dulcinea del Toboso, que cierran esta pócima de relatos y personajes que le escriben a Cervantes en esta efeméride.

LOLI PÉREZ

 

 

 

CHALECOS ROJOS A LA DERIVA

TRINI CARRERA

Cuando alguien con la moral de don Quijote se enfrenta a este mundo ingrato, dominado por el interés y el dinero, simplemente no sobrevive.

Alonso despertó sobresaltado envuelto en sudor. Por más tiempo que viviera, de vez en cuando abriría los ojos en mitad de la noche y escrutaría la oscuridad, con la tensa certidumbre de que todavía era un bombero voluntario, perdido en alguna costa de Grecia.

Mientras el presente le inundaba la consciencia, recordó que hacía varios años que había abandonado su voluntariado. Estrés, dijeron, pero lo que él sentía era rabia e impotencia de no hacer más por aquellas personas desarraigadas e indefensas. Aún hoy se hacía preguntas, para las que aún no tenía respuestas. ¿Qué habían hecho para merecer un castigo tan cruel? ¿Qué crimen habían cometido? Cerró la mente a la realidad porque las manecillas luminosas del reloj le indicaban que aún tenía dos horas, y durante aquella época lejana, había aprendido a aprovechar hasta el último instante de sueño.

Dos horas después, los primeros rayos de sol inundaron la habitación. El chorro de la ducha, golpeándole el cráneo casi dolorosamente, le resultaba tan reconfortante como una hora más de sueño. Se puso ropa de deporte, se dirigió al campo, y echó a correr por la senda agreste del bosque vetusto. A cada lado del camino crecían salvajes plantas de romero, la sutil esencia impregnaba el aire. El azul de sus pupilas se fue dilatando, y una sucesión de rutilantes imágenes, golpearon su retina.

Nos despertó el sonido estridente del teléfono, un aviso de emergencia de una barca que se había quedado a la deriva. El tiempo era primordial, si zozobraba, la hipotermia y las bajas temperaturas serian fatales. Al llegar a la costa los restos del naufragio cubrían las rocas, y decenas de cuerpos inertes yacían en la arena. Algunos compañeros intentaron reanimarlos, pero era demasiado tarde. Durante dos horas continuamos la búsqueda mar adentro, solo veíamos chalecos rojos a la deriva. Aquello estaba resultando peor de lo que nosotros habíamos imaginado. La emoción ante la perspectiva de la búsqueda se había convertido de súbito en un miedo glacial al mirar los rostros de los cadáveres. Mi compañero Sancho permanecía inmóvil observando el horizonte. Si no lo conociera, diría que su férrea voluntad se estaba resquebrajando. Noté que se le nublaba la vista y, enfadado, se enjugó las lágrimas con el dorso de la mano. Traté de concentrarme en llevar los cuerpos hacia la orilla; eran personas. Y estaban muertas. Intenté no pensar en ello y refugiarme en la rutina. Un sonido a mi espalda me dejó petrificado. Era el ruido de una cremallera, amplificado en aquel extraño silencio. Poco a poco levanté la cabeza para mirar a mi compañero, por encima de la bolsa en la que acababa de encerrar el cadáver de un niño.

El silencio se desvaneció. Solo podía oír era el golpeteo de mi pulso. “Era tan pequeño...”. Llegamos demasiado tarde; todo lo que pude hacer fue observar emocionado cómo se lo llevaban. Una intensa y repentina oleada de dolor me invadió. Y el dolor dio paso a la rabia; una rabia absoluta teñida de amargura. Probablemente ahora me considerarían emocionalmente inestable, o aún peor, un debilucho. Alcé la barbilla, erguí la espalda, y respondí a la fija atención de mi compañero con una mirada desafiante, sin embargo, Sancho no apartó la vista. Mantuvo su oscuridad sobre mí.

—Estoy bien, de verdad.

—No —susurró Sancho—. No estás bien. Ya has hecho bastante por hoy. Te acompañaré al campamento.

Alonso yacía en la cama, atento a los sonidos de la mañana. Sancho preparaba café en un viejo hornillo. Hacía días que no se afeitaba y su aspecto era lamentable. Se puso de pie y recorrió las tiendas que habían improvisado los refugiados. Los fue saludando uno a uno. Cerró los ojos y escuchó las risas de los chiquillos. Por un momento pensó que estaba en cualquier parque de alguna ciudad europea, aunque la realidad era muy distinta, aquellas caritas famélicas le sonreían. Al mirarlos, un pensamiento le vino a la mente: seguiría luchando por ellos, aunque se diera de bruces con los gigantes.

 

 

 

RINCONETE Y CORTADILLO MIX

ÁNGEL DOMíNGUEZ