Zurdo visceral

Bien lo dijo Alcea de Mitilene: “Si vas a decir lo que quieres, también vas a oír lo que no quieres”. “Lo difícil no es morir”, me dijo un hombre cuando le conté que habían asesinado a mi padre. “Es nacer”, puntualizó. Todos los vivos cruzaremos esa puerta, hasta el más cobarde. Pero nacer es una suerte de prodigio, de triunfo inexplicable, de elección extraordinaria, de lotería incontable, de desafío imperioso que debemos afrontar. Hay excepciones, pero no abundan los suicidas.

Me impactó su capacidad de análisis, la claridad en su razón, la devoción en su corazón y tanta ironía. Es un lector voraz. Su lengua es un látigo y su voz una saeta. El binomio, una seda letal que envuelve y engulle. Y su mente, el filo de un cuchillo liberador. Su memoria es tan amplia como el conflicto con su espíritu, con su época, con el sistema, con todo.

Solo una mente tan beligerante pudo parir este poema:

Las palabras

son como las camisas

se ensucian

se lavan

se destiñen

se descosen

se rompen

se agrandan

se encogen

Las palabras

como las camisas

protegen

del ambiente

cubren las cicatrices

permiten a veces

que emanen malos olores

y hacen aparentar un pecho

más grande

del que realmente tiene uno

Poemas para aguar una fiesta (1987).

Es profesor jubilado de la Universidad Nacional. De sus juveniles e impetuosas ideas revolucionarias quedaron Tania y Raúl Zendic, sus hijos. Algunos amigos, algunas fotos y muchas heridas, gracias a su cobardía fisica, solo en el alma. Nunca creyó en tomar las armas e irse al monte. Abandonó la capital y vive en el cañón del Combeima, cerca de Ibagué. “Algo es algo”, asegura y sonríe.

Si algo le he entendido, es que el colombiano no ha podido vivir nunca en completa paz, no porque la guerra sea uno de sus pasatiempos favoritos, sino porque sus dirigentes han sido inferiores al pueblo, que, si bien manipulable, no ha sido del todo resignado; otra cosa es que los bastiones de nuestra democracia, la ignorancia y la pobreza, lo hayan vuelto flexible, condescendiente y alcahuete.

Su memoria va más allá del tamaño de sus recuerdos y su lengua, bífida y aguda, deja las palabras exprimidas, hasta cierto punto, inutilizables. Y a sus interlocutores, unas veces sorprendidos, otras ofendidos y, casi siempre, con ganas de debatir y combatir.

Raúl Salguero Martínez nació un 20 de junio. Esa fecha y su nombre, azuzaron mi asombro cuando lo conocí. Luego vino la admiración y el afecto. Raúl se llamaba mi padre y en esa fecha cumplía años.

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De vidas breves & bravas Historias de gente como uno

De vidas breves & bravas Historias de gente como uno Lizandro Penagos Cortés Santiago de Cali, 2016

Penagos Cortés, Lizandro

De vidas breves & bravas: historias de gente como uno / Lizandro Penagos Cortés.-- Cali: Universidad Autónoma de Occidente, 2016. 154 páginas.

ISBN: 978-958-8713-95-3

1.  1. Crónicas periodísticas - Colombia. 2. Periodismo literario. 3. Periodismo. I. Universidad Autónoma de Occidente.

079.861- dc23

De vidas breves & bravas. Historias de gente como uno

ISBN 978-958-8713-95-3

Primera Edición, 2016

Autor

© Lizandro Penagos Cortés

Gestión editorial

Dirección de Investigaciones y Desarrollo Tecnológico

Magdalena Urhán rojas

Jefe Programa Editorial

José Julián Serrano Q.

jjserrano@uao.edu.co

Coordinación Editorial

Claudia Lorena González González

clgonzalez@uao.edu.co

Asistente Editorial

Jorge Hemán Acero Portilla

jhacero@uao.edu.co

Editora

Tatiana Rodríguez

Diagramación

Sandra Tatiana Burgos Díaz

Imagen de portada: ‘Adiós sin despedida’

Autora: María Claudia Álvarez Sinisterra

Diseño de ePub:

Hipertexto

© Universidad Autónoma de Occidente

Km. 2 vía Cali-Jamundí, A.A. 2790, Cali, Valle del Cauca, Colombia

El contenido de esta publicación no compromete el pensamiento de la Institución, es responsabilidad absoluta de su autor.

Este libro no podrá ser reproducido por ningún medio impreso o de reproducción sin permiso escrito de las titulares del Copyright.

Píldoras

Preámbulo

Prólogo

Amalgamas

Antonio

Aurora

Azabache

Azucena

Bellapaz

Cachito

Capturas

Cerro San José

Chicuelinas

Colombia All Stars

Comandante Espumas

Cristiana sepultura

Di

Diluvio

Dos peinetas

El cristo soñado

El día señalado

El error

El Madroño

El milagro de Génova

El negro más viejo del mundo

El sembrador

Fénix

Gallinas y erudición

Golpe con golpe

Instantes

La furia de Zeus

La Hormiga en Coello

La hostia del diablo

La respuesta I

La respuesta II

Lágrimas virginales

Los Guaduales

Luces

Luzbella

Omar y Lisandro

Pilas con el bicho

Reloj

Sangre de indio

Sangrenegra

Socavón

Taxi

Te busco

Tragicomedia

Tres veces

Última hora

Veramon

Verídicas

Viernes de Dolores

Visita

Zurdo visceral

Preámbulo

Después de haber ejercido el periodismo en televisión por casi veinte años, ratifiqué, desde la academia, que la dinámica propia de este medio casi no deja hacer nada bien. Del todo, claro está, y en el exclusivo ámbito periodístico -subrayo-, pues siempre hay excepciones. Se confunde una virtud, la rapidez, con un vicio, la prisa. Se trabaja arrollado por la actualidad, la capa más superficial del periodismo, o de la realidad, comprobable no filosófica, y entonces lo urgente no deja tiempo para lo importante. En suma, en los telediarios se cuenta muy poco y se cuenta mal.

Muchas historias se quedan por fuera de los criterios de noticiabilidad. Asombrosas, aterradoras, impresionantes, y otro puñado de adjetivos, en las que coincidencias y casualidades de la vida cotidiana de seres anónimos, en términos mediáticos, le compiten con firmeza a la razón, llegan a inscribirse en la ficción e incluso parecieran superarla. Y, por supuesto, dichas historias no encajan como noticias.

Fui acumulándolas. Guardándolas en el escaparte de la memoria. En el anecdotario personal, algunas veces indiscreto y poco confesional. Fiel a la idea de que una buena memoria disimula una corta inteligencia, cada que podía las recitaba en alguna conversación, pero lo increíble se tornaba común. Aparecían historias más extraordinarias o fantásticas que las mías. Que no eran mías sino de otros, de esas personas desconocidas que me las confiaron y, de paso, azuzaron las propias.

Creo haber reunido algunas interesantes que comparto para que mentes más brillantes conciban mejores ideas con ellas. Espero funjan como punzadas que desaten una creatividad más elaborada. Que sean píldoras para concebir. Acaso puedan ser el argumento de una película o de buena literatura. Así el papel, no del autor sino del texto, está asegurado.

No he cambiado nombres. He obviado, sí, algunos apellidos, para proteger -retardar acaso- un poco la identidad de sus protagonistas y evitar el morboso fisgoneo virtual. Respeté lugares y fechas. Más en el periodismo que en la vida, creo que omitir es mentir. Una verdad a medias en un noticiero es una mentita incompleta. En una relación sentimental, demos por caso, no pasa de ser un acto piadoso y esperanzador.

Estas microhistorias1 son ante todo testimonios. Historias de la gente adobadas con un lenguaje y una lógica que muchas veces escapa de lo científico. Son inasibles cuando de todas las probabilidades escogieron la más inverosímil para ocurrir. No son asépticas y están profanadas por la subjetividad de quien las vive y cuenta, mas no de quien asume narrarlas. Dicho de otra forma, no tienen en el relato original esa supuesta limpieza objetiva que pregona el periodismo, y que debe atenderse, sí, en su escritura. Pero, ¿no son acaso verdaderos los sueños o las pesadillas, los espantos y las leyendas? Bien lo dijo Goethe: “¡Alma humana, como te asemejas al agua! ¡Destino humano, como te pareces al viento!”

Me atreví la inclusión de algunas experiencias propias. Espero me dispensen tal arbitrariedad. Soy apenas otro ser humano. Un periodista que quiere con estas microhistorias, dejar oír su voz en el silencio de la eternidad, para que quien la escuche, no olvide lanzar también sus cenizas al viento.

Prólogo

Según lo estipula la tradición -o la doxa-, un prólogo tiene la función de dar algunas claves sobre lo que el lector se dispone a disfrutar. Y precisamente, como de lo que se trata es de disfrutar, algunos lectores podrían considerar -con toda razón- que un prólogo, en consecuencia, sobra, pues no hace más que retardar el disfrute. Espero poder sugerir unas claves para acentuar el gusto y no retrasar tanto el goce.

Las historias que ustedes, apreciados lectores, se aprestan a conocer -y a disfrutar, que es lo mejor, insisto-, no son obra de la ficción, de la imaginación, esa loca de la casa, como solía decir Santa Teresa Jesús.

No lo son y a la vez lo son, pues todo suceso que ha quedado fijo a través de la palabra, ya disfruta de algún modo de la ficción, tanto más si tenemos en cuenta que lo que fija la palabra no es la realidad -qué palabra tan esquiva, ¿no?-, sino un simulacro de ella.

El lenguaje -como cualquier otro sistema de signos- es la materia prima y el soporte que sirve para mentir (hagamos eco de Eco) y, en esa medida, todo aquello que caiga bajo su imperio es susceptible de volverse literatura. En consecuencia, podemos decir que estos textos de Lizandro Penagos son obra, en parte, de la literatura.

Y decimos “en parte”, porque el universo de eventos, sucesos, hechos que ustedes conocerán, provienen (y aquí estamos inclinados a usar una de esas frases de cajón de sastre, que tienen la virtud de servir siempre, pues caen como anillo al dedo), de la más “rampante realidad”.

Aunque, nos apresuramos a aclararlo, en el caso de la obra de Lizandro Penagos, la “rampante realidad” no es la fuente de la serie de eventos relatados (que son más bien extraordinarios, envueltos la mayoría en una atmósfera fantástica o al menos extraña, o en todo caso, fuera de lo común), ni de las personas que -gozándolos o padeciéndolos- llevan a cabo estos sucesos.

Nótese que hemos dicho personas y no personajes. A las personas las asociamos a aquellos sujetos que existen en esa esfera que, por comodidad ontológica, hemos convenido en llamar realidad. Con la palabra personaje suele nominarse a aquellos sujetos que existen en la dimensión de la ficción. Los sujetos en los relatos de Lizandro Penagos no son de su inventiva. Todos son personas, sujetos pragmáticos, que existen o han existido en su momento, sujetos de carne, hueso, sangre, saliva (y otros fluidos que no nombraré), y de los que se puede datar su existencia. La historia los ha registrado en sus anales, al menos con un par de líneas: la de la partida de nacimiento y la de la partida, en la partida de defunción.

Permítanme aquí una ampliación que no tiene un propósito erudito pero tampoco anecdótico, y que considero pertinente para develar algunas de las claves a que este prólogo se ha comprometido. En la etimologia de la palabra persona, los especialistas dicen que proviene del vocablo griego prósopon, (πϱòσωπον, pros: delante de y opos: faz). Otros la derivan de la raíz etrusca ersuna, la cual en ambos casos significa máscara. Bien, el caso es que el uso teatral de la máscara (que era lo que configuraba en el teatro griego a un actor como personaje) sacó a flote, como es fácil colegir, el concepto de persona. Dicho concepto está en el centro del humanismo y es preponderante en la concepción trascendente del hombre como ser humano. La corriente filosófica, el personalismo de Mounier, pretende desde tal perspectiva, precisamente, reconocer en el sujeto actual, que sobrevive en medio de la angustia existencial y del pesimismo propio de la posmodernidad, aquellos valores irrenunciables a la condición humana: la libertad, la individualidad, la comunicación, el compromiso, la interioridad, entre otros, que propugnan por una ética y la posibilidad del diálogo entre el “yo” y “el otro”, la alteridad. El otro en cuanto otro le interesa a Penagos. De ahí sus relatos.

Hoy, cuando por el uso de las máscaras se está perdiendo la noción de persona, nos parece sumamente importante que Lizandro Penagos haya focalizado su interés en las personas: don Heliodoro, Raúl Rojas, Azucena Ramírez, Tiberio Carmona, Manuel Beltrán y medio centenar de personas más, la mayoría sujetos del común, ciudadanos de a pie. Todos reales.

Quizá el único personaje de ficción sea el narrador y, aunque a veces el autor se empeñe en identificarlo consigo mismo, habrá que advertir que no lo es, pues todos sabemos, al menos desde los postulados de la semiótica narrativa, que el narrador es una invención, una estrategia retórica para vehicular la historia. Lo que configura al parecer una paradoja: un sujeto de ficción hablando de sujetos de verdad.

Allí no terminan las paradojas provocadas por la lectura del libro de Lizandro Penagos. Hay otras que dejo al lector hallar por su cuenta, pues deseo encargarme de otro asunto, de otra clave que creo entrever.

Los relatos de Lizandro Penagos se inscriben dentro de los cánones de la posmodernidad en al menos un par de características que le son propias. Ya hemos señalado una: ocuparse de un sector marginal de la sociedad, el cual podríamos identificar como el “don nadie”. En esencia, estos relatos se refieren a personas del populacho, puro pueblo, salpicados con algunas excepciones de sujetos que han adquirido cierta notoriedad.

Líneas arriba hemos insinuado que las historias aquí contadas son y no son obra de la ficción. Pues bien, por esta fisura se desliza una de las características más visibles de la posmodernidad que Kenneth Gergen llama “la pérdida de lo identificable”. En efecto, los textos que usted, apreciado lector, va a leer, adoptan formas genéricas tanto del periodismo como de la literatura y establecen relaciones intertextuales tanto con ella como con formas de escritura no literarias, aunque sí periodísticas, tales como la crónica (o mejor, la minicrónica), el perfil, el comentario, incluso la columna de opinión, pero manteniendo como eje organizador el discurso narrativo.

Dicha ambigüedad genérica, este relativismo textual, es importante tenerlo en cuenta, porque usted, querido lector, llegará a un momento en el que quizá se le preguntará si es periodismo o literatura lo que está leyendo. Y aquí será importante lo que el poeta Campoamor nos ha dicho: «En este mundo traidor / nada es verdad ni mentira / todo es según el color / del cristal con que se mira». “Ahora, lo que sí podemos asegurar es que en la posmodernidad, según Italo Calvino, uno de sus claros representantes, “el gran desafío de la literatura es poder entretejer los diversos saberes y los diversos códigos en una visión plural, facetada del mundo”.

Se encuentra usted, pues, ante un género híbrido, hermafrodita, centáurico, camaleónico, derivado de una mezcla del género periodístico (las historias son introducidas por un rápido bosquejo, por medio de frases breves, cortantes, con las que se hila una pequeña trama que responde al qué, cómo, cuándo, dónde...) y del género literario, el relato breve o minicuento (tienen un misterio, un algo que las distancia, ahora sí, de la “rampante realidad”); mezcla de realidad, mezcla de ficción.

Pero no olvidemos, y así el mismo Lizandro nos lo advierte, que la relación entre el periodismo y la literatura es estrecha y conflictiva: se puede vadear por las corrientes de la ficción sin llegar a las profundidades de la literatura; se puede uno mover por la técnica periodística pretendiendo el amparo de la estética literaria, con el riesgo siempre galopante de quedar debiéndole a ambas.

Ese es sin duda el escollo de partir del rol de periodista, y trabajar en procura de transformar este rol en el de escritor. Conversión que conlleva, a su vez, a transmutar la realidad en ficción (y quizá convertir esta ficción como la realidad que se debe creer: es más verdadera la versión de Gabo en Cien años de soledad de la matanza de las bananeras que la registrada en los periódicos de la época).

Así, pues, el escritor se configura en una especie de algebrista que traslada los términos de la ecuación (realidad = ficción), haciendo posible la tesis de este aforismo paradójico: la literatura fue hecha para que la verdad -que nunca miente- también tuviera su oportunidad de mentir. Y hay más: también el escritor deviene en alquimista, pues transmuta el plomo de la realidad -muchas de las historias de nuestra Historia están esculpidas en plomo-, en oro.

Terminemos con una última caracteristica ya aludida por ahí entre líneas (y en el título mismo de la presente obra): la brevedad. Usted entrará en cada narración, y en el momento menos pensado, se le acabará. En la mente solo le quedarán resonancias, sugerencias, ampliaciones potenciales de ese mundo posible. El ya citado Italo Calvino tiene por virtud de la literatura posmoderna, la brevedad: “Quisiera aquí romper una lanza a favor de la riqueza de las formas breves, con lo que ellas presuponen como estilo y como densidad de contenidos”.

En efecto, el italiano defensor de las formas breves nos dice que “la longitud y la brevedad del texto son, desde luego, criterios exteriores, pero yo hablo de una densidad particular que, aunque pueda alcanzarse también en narraciones largas, encuentran su medida en la página única (...) La concisión es sólo un aspecto del tema que quería tratar, y me limitaré a deciros que sueño con inmensas cosmogonías, sagas y epopeyas encerradas en las dimensiones de un epigrama. En los tiempos cada vez más congestionados que nos aguardan, la necesidad de literatura deberá apuntar a la máxima concentración de la poesía y el pensamiento”.

Personajes marginales, carácter híbrido, brevedad (no lograda quizá en este prólogo), resumen el propósito escritural, estético y filosófico de estas narraciones de Lizandro Penagos Cortés, y con esto creo haber terminado. Pasen al disfrute.

Humberto Jarrín B.

Premio Nacional de Literatura Ministerio de Cultura

Profesor e investigador del Departamento de Lenguaje, UAO.

Cali, junio de 2014

Amalgamas

Manuel Carrillo Torres murió el 11 de noviembre de 1982 en su casa, ubicada al frente de la playa en Coveñas (Sucre), caserío que veinte años después sería elevado a la categoría de municipio. Tenía 84 años y había nacido en medio de los hervores y pugnas que desencadenaron el más nefasto y neurálgico conflicto civil de Colombia: la guerra de los Mil Días, la cual en realidad duró 1130.

Se levantaba a las 5:00 a. m., iba al mercado y compraba la carne. El resto del día hacía pequeños negocios que, eventualmente, paraban sus 1.90 metros de la mecedora que estaba al lado de la puerta de la casa que él mismo levantó para sus siete hijos. Era un negro creído con ínfulas de blanco -decían todos los lugareños-, a quien en su juventud la política se le salía por las hendijas de su dentadura frontal, larga y separada. Luego, por todos los poros. Conservador hasta los tuétanos, ante las demostradas simpatías de Rojas Pinilla por los azules lo admiró y siguió en lontananza.

Hubiera considerado justo mérito a su firmeza morir 171 años después de la Independencia de Cartagena, primer territorio en Colombia que declaró su emancipación absoluta de España, que -debe contarse- fundó la ciudad sobre los terrenos indígenas de Calamarí, un poblado que ya llevaba trescientos años allí.

Había sido carpintero, carpintero naval, aclaraba cuando alguien le restaba valía a su oficio. Lo de la carne le venía de haber trabajado con la Packing House, la primera planta frigorífica instalada en Colombia para el procesamiento y exportación de carne refrigerada. En dicho complejo industrial, construido entre 1919 y 1923 en Coveñas, y destruido por implosión en enero de 2011 a manos de la Armada Nacional de Colombia que había sido encargada de su cuidado y conservación, aprendió a mezclar el inglés con el trópico.