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Akal / Básica de bolsillo/ Clásicos del pensamiento político / 304

Rosa Luxemburgo

Reforma o revolución

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Como respuesta a los artículos publicados por Eduard Bernstein en Neue Zeit entre 1897 y 1898, Rosa Luxemburgo escribió dos que más tarde reuniría bajo el título Reforma o revolución. En esta obra, Luxemburgo destapa el gran dilema que genera Bernstein al pedir el abandono del objetivo final de la socialdemocracia, esto es, la revolución social y, por lo tanto, la lucha de clases: «reforma o revolución»; o lo que es lo mismo: «ser o no ser» de la socialdemocracia. Así, la discusión que plantea no se centra tanto en la manera de luchar, sino en el cuestionamiento al que se somete la vida del movimiento socialdemócrata. No es extraño, pues, que Reforma o revolución constituya la primera gran obra política de Rosa Luxemburgo, la que le proporcionaría el reconocimiento político en el Partido Social Demócrata Alemán.

Rosa Luxemburgo (1870-1919) Revolucionaria y teórica del socialismo alemán, de origen judío polaco. Hija de un comerciante de Varsovia, su brillante inteligencia le permitió estudiar a pesar de los prejuicios de la época y de la discriminación que las autoridades zaristas imponían en Polonia contra los judíos. Su militancia socialista le obligó a exiliarse desde los 18 años, refugiándose en Suiza, donde terminó sus estudios de Derecho, trabó contacto con revolucionarios exiliados y se unió a la dirección del joven Partido Socialdemócrata Polaco. En 1898 se trasladó a Alemania para unirse al poderoso Partido Socialdemócrata de aquel país (SPD) y participar en los debates teóricos que lo agitaban desde la muerte de Marx y Engels. Asociada con Kautsky, defendió la «ortodoxia» marxista frente al «revisionismo» de Bernstein e hizo aportaciones teóricas originales en torno al imperialismo y al derrumbe del capitalismo, que creía inevitable (La acumulación del capital, 1913). Junto con Karl Liebknecht encabezó las protestas de los socialistas de izquierda contra la Primera Guerra Mundial y contra la renuncia del SPD al internacionalismo pacifista; fue detenida por ello en 1915, pero continuó escribiendo desde la cárcel. Fue ella quien puso las bases teóricas para la escisión de la Liga de los Espartaquistas (1918), transformada un año más tarde en Partido Comunista Alemán (KPD). Junto con Liebknecht, lanzó la Revolución espartaquista de 1919; y, como él, murió a manos de los militares encargados de su represión.

 

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RAG

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Título original

Socialreform oder Revolution

© Por cesión de Akal Editor, 1978

© Ediciones Akal, S. A., 2007

Sector Foresta, 1

28760 Tres Cantos

Madrid - España

Tel.: 918 061 996

Fax: 918 044 028

www.akal.com

ISBN: 978-84-460-4254-9

Introducción de la autora

Quizá el título de la presente obra sorprenda de primera intención. ¿Reforma o revolución? ¿Es que la socialdemocracia puede estar enfrente de una reforma social? ¿O puede oponer a la reforma social la revolución, la transformación del orden existente, aquello que constituye su último objetivo?

Desde luego, no. Para la socialdemocracia, la lucha práctica, cotidiana, que tiende a alcanzar una reforma social, a mejorar, aun dentro de lo existente, la situación del pueblo trabajador, a conseguir instituciones democráticas, esta lucha constituye, más bien, el único camino por donde el proletariado ha de llevar su lucha de clases, por donde ha de arribar a su último objetivo, a la conquista del poder político, a la abolición del sistema de salario. Para la socialdemocracia, la reforma social y la revolución social forman un todo inseparable, por cuanto, según su opinión, el camino ha de ser la lucha por la reforma, y la revolución social, el fin.

Solamente encontramos una oposición entre ambos momentos del movimiento, en la teoría de Eduard Bernstein, que queda expuesta en sus artículos «Problemas del socialismo», publicados en la Neue Zeit, en los años 1897 y 1898, y, muy especialmente, en su libro Las premisas del socialismo y las tareas de la socialdemocracia. Prácticamente, toda su teoría se reduce a aconsejar el abandono del objetivo final de la socialdemocracia, la revolución social, y convertir el movimiento de reforma, de un medio que es, en el fin de la lucha de clases. El mismo Bernstein ha concretado maravillosamente sus puntos de vista en la frase: «Para mí, el fin, sea cual sea, no es nada; el movimiento lo es todo».

Pero como quiera que el objetivo final es precisamente lo único concreto que establece diferencia entre el movimiento socialdemócrata, por un lado, y la democracia burguesa y el radicalismo burgués, por otro; y como ello es lo que hace que todo el movimiento obrero, de una cómoda tarea de remendón encaminada a la salvación del orden capitalista, se convierta en una lucha de clases contra este orden, buscando la anulación de este orden, tenemos, pues, que este dilema de «¿Reforma o revolución?», es, al mismo tiempo, para la socialdemocracia, el de «ser o no ser». Al discutir con Bernstein y sus partidarios, no se trata, en último extremo, de esta o de aquella manera de luchar, de esta o de aquella táctica, sino de la vida toda del movimiento socialdemócrata.

Y reconocerlo así es doblemente importante para los trabajadores, porque se trata justamente de ellos mismos y de su influencia en el movimiento en general; porque son sus barbas las que se van a pelar. La corriente oportunista, teóricamente formulada por Bernstein, no es otra cosa que una oculta tendencia a asegurar en el partido la supremacía de los advenedizos elementos pequeñoburgueses, pretendiendo amoldar a sus espíritus la práctica y los fines del partido. La cuestión de reforma social o revolución, de movimiento y de objetivo final, es, por otra parte, la conservación del carácter pequeñoburgués o proletario en el movimiento obrero.

Rosa Luxemburgo

Primera parte[*]

[*] N. del T.: El presente folleto lo constituyen dos series de artículos que Rosa Luxemburgo escribió combatiendo las teorías revisionistas expuestas por Bernstein en la revista socialista Die Neue Zeit [La Nueva Era], en los años 1896, 1897 y 1898, bajo el título general de «Problemas del socialismo», y en su libro Las premisas del socialismo y la misión de la socialdemocracia. Los artículos de Rosa Luxemburgo, que constituyen esta primera parte, son la refutación de los periodísticos de Bernstein antes citados. En ellos, Bernstein combatía una delimitación demasiado rigurosa entre las clases sociales y una diferenciación absoluta entre la sociedad capitalista y la socialista, creyendo en la posibilidad de un Estado por encima de las clases. Luego, negó las ventajas de una lucha política por parte de la clase obrera, creyendo que la simple escaramuza cotidiana por mejoras económicas habla de traer automáticamente la anhelada socialización; es decir, propugnaba el abandono del objetivo final socialista, la conquista del poder político por el proletariado, ya que lo consideraba sin objeto. De ahí su afirmación de que para él el fin no importaba nada y el movimiento lo era todo.

I. El método oportunista

Si en el humano cerebro las teorías son reflejos de los fenómenos del mundo exterior, debemos también añadir, en vista de las expuestas por Eduard Bernstein, que estos reflejos dan, a veces, las imágenes invertidas. ¡Una teoría de la implantación del socialismo por medio de reformas sociales! ¡Y esto después del último sueño de la socialreforma alemana; de los sindicatos controlando el proceso de producción; después del fracaso de los metalúrgicos ingleses; del de una mayoría parlamentaria socialdemócrata; después de la revisión constitucional sajona y de los atentados al sufragio universal! Pero el centro de gravedad de las lucubraciones bernsteinianas no está, a nuestro modo de ver, en sus opiniones sobre los cometidos prácticos de la socialdemocracia, sino en aquello que dice sobre el curso del movimiento objetivo de la sociedad capitalista, con lo cual están, desde luego, sus opiniones en la relación más estrecha.

Según Bernstein, un derrumbamiento general del capitalismo será cada vez más imposible, dado su desenvolvimiento; porque el sistema capitalista va mostrando, por un lado, una mayor facultad de adaptación, y por el otro, la producción se va diferenciando más y más. También Bernstein afirma que esta virtud de adaptación capitalista se manifiesta, primero, en la desaparición de las crisis generales; debido al desenvolvimiento del sistema de crédito, al de las asociaciones de empresas y al del tráfico, así como a un mejor servicio de información; luego, en una mayor consistencia, en la clase media, como consecuencia de esa continua diferenciación en las ramas de producción, así como en el acceso, a esta clase, de amplias capas proletarias, y, por último, en una mayor elevación política y económica de la situación del proletariado, como consecuencia de su lucha en todo el mundo.

De ello resulta, para la lucha práctica de la socialdemocracia, la advertencia general de que su actividad no ha de encaminarse hacia la toma del poder político del Estado, sino a elevar la situación de la clase trabajadora y a implantar el socialismo, y ello, no por una crisis política y social, sino por una ampliación progresiva del control social y por un gradual cumplimiento del principio cooperativista.

Poca novedad ve Bernstein en sus propias afirmaciones, y hasta piensa que se hallan conformes, tanto con ciertas manifestaciones de Marx y Engels como con la general tendencia que hasta ahora primó en la socialdemocracia. A nuestro juicio, fácil será demostrar que la concepción de Bernstein está realmente en fundamental contradicción con el modo de discurrir del socialismo científico.

Si la revisión bernsteiniana se limitara a decir que el curso del desenvolvimiento capitalista es mucho más lento de lo que se acostumbra a suponer, ello implicaría únicamente una demora, por parte del proletariado, en la hasta ahora supuesta conquista del poder y, a lo más, en la práctica, un compás más lento de lucha. Pero no se trata de eso. Lo que Bernstein pone en duda no es la rapidez en el luchar, sino el propio curso evolutivo de la sociedad capitalista, y, por tanto, el paso a un orden socialista.

Si la teoría socialista existente consideró siempre que el punto de arranque de la revolución socialista sería una crisis general y destructora, a nuestro modo de pensar, hay que distinguir dos casos: el pensamiento base que encierra y su forma externa. El pensamiento consiste en aceptar que el orden capitalista se desquiciará por la fuerza de sus propias contradicciones y alumbrará por sí mismo el momento del derrumbe, el de su imposibilidad de subsistir. Había, ciertamente, razones de peso para suponer que este momento lo marcaría una crisis del comercio; por ello, para la idea básica, es, sin embargo, secundario e inesencial. Las bases científicas del socialismo descansan, principalmente y en forma harto conocida, en tres resultados del desarrollo capitalista, que son: el primero y principal, la anarquía creciente de su economía, lo cual le lleva a un declinar irremediable; el segundo, en la progresiva socialización del proceso de producción, que marca los comienzos positivos del régimen social futuro, y el tercero, en la mayor coincidencia de clase del proletariado y en su organización creciente, factor activo en la revolución que se avecina.

Es del primero de los llamados pilares básicos del socialismo científico del que Bernstein hace caso omiso. Afirma, principalmente, que el desarrollo capitalista no camina hacia un crac económico de carácter general. Mas con ello no rechaza solamente la forma que ha de adoptar la decadencia capitalista, sino la decadencia misma. Y expresamente afirma, en la Neue Zeit: «Ahora bien; pudiera objetarse que, cuando se habla de un derrumbamiento de la sociedad actual, se piensa más bien en una crisis comercial generalizada y superior a las precedentes, es decir, en un hundimiento del sistema capitalista debido a sus propias contradicciones». Y a esto responde luego Bernstein: «Dado el desenvolvimiento actual de la sociedad, un derrumbamiento próximo del sistema de producción capitalista no se hace más verosímil, sino más inverosímil, por cuanto este sistema eleva, por un lado, su virtud de adaptación, y por otro –y al propio tiempo–, aumenta la variedad de su industria».

Pero entonces surge el problema principal: ¿Cómo y por qué razón es posible llegar al objetivo final de todos nuestros esfuerzos? Desde el punto de vista del socialismo científico, se aprecia la necesidad histórica de la transformación social, debido, ante todo, a la anarquía creciente del sistema capitalista, que le arrastra a un callejón sin salida. Pero, con todo, supongamos, como Bernstein, que el desarrollo capitalista no camina hacia su ocaso. Entonces el socialismo dejará de ser necesario objetivamente. De las piedras angulares de su construcción científica solo quedarán los otros dos resultados del sistema capitalista: el proceso socializante de la producción y la mayor conciencia de clase del proletariado. Bien pensó Bernstein en ello cuando proseguía: «El ideario socialista no perderá nada de su fuerza convincente si abandona la teoría del derrumbamiento. Pues, bien mirado, ¿qué son en sí los factores, ya enumerados, que han de eliminar o modificar las antiguas crisis? Preliminares condiciones simultáneas y, en parte, hasta comienzos de la socialización de la producción y del cambio».

Sin embargo, bastará una leve consideración para demostrar que lo que dice es un sofisma. ¿En qué estriba la importancia de los síntomas considerados por Bernstein como medios capitalistas de adaptación, es decir, los cárteles, el crédito, el perfeccionamiento de los transportes, la mayor elevación de la clase obrera, etc.? Al parecer, en que eliminan las contradicciones internas del sistema capitalista, o, al menos, las disminuyen e impiden su agravación y desarrollo. Tendremos entonces que la desaparición de las crisis implicaría anular la contradicción que en el régimen capitalista se da entre producción y cambio; que la elevación de la clase trabajadora, ya como tal o ya como tránsfuga a las clases medias, significaría la aminoración del antagonismo entre capital y trabajo.

Si los cárteles, el crédito, los sindicatos, etc., eliminan las contradicciones capitalistas, es decir, salvan de la muerte a este sistema y conservan el capitalismo por lo que Bernstein les llama «medios de adaptación»–, ¿cómo pueden, al propio tiempo, representar otras tantas «condiciones previas y en parte hasta comienzos» del socialismo? Será en el sentido de que conducen a que el carácter social de la producción se acuse más fuertemente.

Mas si este carácter social ha de conservar su molde capitalista, ¿no resultará más innecesario cada vez el paso de esta producción socializada a la forma socialista? Podrán, sí, representar comienzos y condiciones preliminares del orden socialista; pero solamente en sentido abstracto, nunca en sentido histórico; es decir, serán hechos de los cuales, dada nuestra idea del socialismo, sabemos que están ligados con este, pero que realmente, no solo no acarrearán la transformación socialista, sino que más bien la harán innecesaria. Queda, pues, solamente y como fundamento del socialismo, la conciencia de clase del proletariado. Pero no en todos los casos esta es resultado de la simple repercusión espiritual de las contradicciones, cada vez más graves, del capitalismo ni de su futura decadencia –decadencia que han de impedir sus medios de adaptación–, sino un mero ideal cuya fuerza de convicción descansa en las perfecciones que le atribuimos.

En una palabra: lo que por este lado nos llega es una justificación «meramente intelectual» del programa socialista, o, dicho más brevemente, una ordenación idealista del mismo, pero que hace que desaparezca la necesidad objetiva, es decir, su justificación basada en el curso del desenvolvimiento social y material de la sociedad.

La teoría socialista se encuentra ante un dilema: o la revolución socialista solo se concibe como resultado de las contradicciones internas del orden capitalista, contradicciones que aumentan al desarrollarse este, haciendo del derrumbamiento algo inevitable, no importando el momento y forma en que se presente, pero que convierte en inútiles los medios de adaptación, siendo, por tanto, justa la teoría del derrumbamiento, o, por el contrario, esos medios de adaptación son capaces de evitar el hundimiento capitalista y de anular sus contradicciones, claro que cesando entonces el socialismo de ser una necesidad histórica, pudiendo ser luego todo lo que quiera, pero nunca el resultado del desarrollo material de la sociedad.

Este dilema nos presenta a su vez otro: o el revisionismo tiene razón en cuanto al curso del desarrollo capitalista, siendo, por tanto, una utopía la transformación socialista de la sociedad, o el socialismo no es tal utopía, quedando entonces malparada la teoría de los «medios de adaptación». That is the question. Ese es el problema.